Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Samper Agudelo, Miguel, 1825-1899, autor
La miseria en Bogotá / Miguel Samper ; presentación Gonzalo Cataño. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2018.
1 recurso en línea : archivo de texto ePUB (2,1 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Sociología / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN 978-958-5488-58-8
1. Pobreza - Aspectos sociales – Bogotá - Siglo XIX 2. Mendicidad - Aspectos sociales – Bogotá - Siglo XIX 3. Problemas sociales – Colombia - Siglo XIX 4. Bogotá - Condiciones sociales - Siglo XIX 5. Libros digitales I. Cataño, Gonzalo, autor de introducción II. Título III. Serie
CDD: 362.50986148 ed. 23 |
CO-BoBN– a1037459 |
Carmen Inés Vásquez Camacho
MINISTRA DE CULTURA
David Melo Torres
VICEMINISTRO DE CULTURA
Claudia Isabel Victoria Niño Izquierdo
SECRETARIA GENERAL
Consuelo Gaitán
DIRECTORA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL
Javier Beltrán
COORDINADOR GENERAL
Jesús Goyeneche
GESTOR EDITORIAL
Natalia Camacho
ASISTENTE EDITORIAL
José Antonio Carbonell
Mario Jursich
Julio Paredes
COMITÉ EDITORIAL
Taller de Edición • Rocca ®
REVISIÓN Y CORRECCIÓN DE TEXTOS, DISEÑO EDITORIAL Y DIAGRAMACIÓN
eLibros
CONVERSIÓN DIGITAL
PixelClub S.A.S.
ADAPTACIÓN DIGITAL HTML
Adán Farías
CONCEPTO Y DISEÑO GRÁFICO
Con el apoyo de:
BIBLOAMIGOS
ISBN: 978-958-5488-58-8
Bogotá D. C., diciembre de 2018
© 1867, Imprenta de Gaitán
© 2018, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Gonzalo Cataño
Material digital de acceso y descarga gratuitos con fines didácticos y culturales, principalmente dirigido a los usuarios de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia. Esta publicación no puede ser reproducida, total o parcialmente con ánimo de lucro, en ninguna forma ni por ningún medio, sin la autorización expresa para ello.
+LA MISERIA EN BOGOTÁ SALIÓ A LA calle en 1867 en un folleto de 68 páginas publicado por los talleres de la Imprenta Gaitán. Su autor contaba con 42 años de edad y pocos meses después ocuparía la Secretaría de Hacienda del gobierno del presidente Santos Gutiérrez. Se vivía en plena era radical, con un gobierno central débil rodeado de 9 estados federados que a menudo ponían en cuestión la regencia de la Unión. La Constitución de Rionegro estaba en la mente de los reformadores sociales del momento en los campos de la economía, los transportes, la educación, la Iglesia y las libertades públicas y privadas. «Verdadero periodo de las luces», llamó Gerardo Molina a aquellos años de apertura intelectual en medio de agudas tensiones políticas. Los liberales gobernaban y los conservadores conspiraban.
+Miguel Samper nació en Guaduas, una población de renombre en el obligado camino de Honda a Bogotá, en 1825. Se hizo abogado en 1846 y apenas participó en política. Su mundo fueron los negocios, los ensayos socioeconómicos y el diseño de programas de fomento. Jamás publicó un libro acabado y compacto. Al final de su vida fue candidato a la presidencia de la República a sabiendas de que su campaña sería infructuosa. Eran los tiempos de la Regeneración y los liberales, un grupo dividido y minoritario, estaban excluidos del Estado. Murió cuando terminaba el siglo XIX próximo a cumplir los 74 años de edad. Antes de la publicación de La miseria había estado en Europa dos veces, una en 1862 y otra en 1866. Pasó por Francia e Inglaterra para comprar libros, visitar casas de negocios y observar la vida social y económica. La Gran Bretaña era de su especial afecto. En 1852 se había casado con la hija de James A. Brush, un súbdito de la Reina nacido en la Isla de Madeira que vino a hacer la América en los días de la Independencia, y muy pronto el inglés se introdujo en su hogar con lecturas formativas en los campos de la economía y la teoría política. Sus contemporáneos lo calificaron de liberal de tipo inglés, de pensador mesurado y reflexivo. A diferencia de la mayoría de los intelectuales de la época —que vivían de la política, la docencia, el desempeño profesional o los puestos públicos—, Samper fue siempre un hombre de empresa, un exitoso comerciante y un propietario de fincas y agencias financieras. De esta experiencia derivó una valoración particular del trabajo como fuente de riqueza individual y colectiva. A su juicio, sólo el trabajo creaba riqueza; los miembros de la sociedad que no laboraban eran parásitos, seres que vivían de la apropiación de las fatigas ajenas. Las riquezas improvisadas le causaban espanto.
+La miseria en Bogotá consta de 6 capítulos aparecidos originalmente por entregas en un periódico de la capital, El Republicano. Cada uno de ellos tiene vida propia y aborda un tema particular. Aquí el lector debe estar atento a no perder el hilo de la argumentación. El mismo Samper ayuda poco en esto a pesar de las conclusiones que aparecen al final del texto, más interesadas en discutir la situación de los artesanos de Bogotá que en unir los cabos sueltos del ensayo. Su lenguaje es claro, sencillo y persuasivo. No es elegante y fino, pero es preciso y con frecuencia rotundo y concluyente. Se cuidaba de la ampulosidad y el adorno, pero a menudo se dejaba llevar por la polémica desbocada y por el arrebato y la ira cuando se topaba con una contrariedad. Escabullía citas, autores y libros; quizá eran molestas en un trabajo periodístico. De todas formas, el observador se tropieza con una cita de La democracia en América de Tocqueville, con un epígrafe del francés Ambroise Clément, autor de una obra de interés para su estudio, las Recherches sur les causes de l’indigence, y con dos trozos más que refuerzan sus razonamientos: uno proveniente de un economista no identificado, y otro del Secretario del Interior de la administración Herrán, Mariano Ospina Rodríguez. Sólo eso; lo demás lo invade su apretada prosa y su absorbente argumentación.
+Por los días de La miseria, Bogotá no superaba las 60.000 almas, y el país contaba con 3.000.000 de habitantes diseminados en una geografía infinita de valles y montañas que partía de la costa Atlántica hasta llegar a la frontera con Ecuador, y del Océano Pacífico hasta rozar el Orinoco, cauce que compartía con Venezuela. Era una ciudad pequeña con el 2 % de la población total del país, que no resistía —como el mismo Samper lo señala— comparación alguna con centros de gran dinamismo como Caracas, Lima, Santiago y Buenos Aires. Una foto muy difundida de 1868 muestra una urbe que tenía casas de pesados muros de tapia, de un solo piso, con soberbios tejados apenas superados por el frontal y las torres de la catedral y los cerros orientales sobre los cuales descansaban los barrios más alejados. Lo servicios eran muy deficientes. El alumbrado era escaso y el agua se recogía en esquinas y parques por aguadoras que la transportaban a los hogares de las familias más acomodadas. Los caballos y los asnos de carga se tomaban las avenidas y los pocos carruajes avanzaban a trote pausado. Las calles eran oscuras. Los muros de las edificaciones le hacían sombra y cortaban los rayos solares a mañana y tarde. Sólo a mediodía entraba una luz abrasadora de tierra fría que obligaba a los transeúntes a caminar por las aceras para evitar la sofocación y el bochorno.
+El objeto de La miseria es el examen de los hechos que caracterizan el estado de atraso y “decadencia” de Bogotá. El tema, como lo anuncia el título, es la capital, pero Samper sabe que nada se entiende de su dinamismo si se abandona el conjunto de la sociedad colombiana que intenta regir. El centro no se comprende sin un conocimiento de la periferia. Y algo más, los problemas de Bogotá no eran de la hora. Tenían un pasado que era necesario explorar, y para ello recurre a la historia, a la era colonial y a los procesos políticos y económicos que siguieron al movimiento de Independencia de 1810. Esta feliz combinación de historia y observación de los problemas del momento le confiere brío analítico a su exploración y mayor solidez a sus conclusiones.
+Al emprender su trabajo define a Bogotá, y al país entero, como una sociedad, un agregado de hombres que comparten un territorio y un pasado interiorizado en sus mentes. Es consciente de que la geografía y el clima determinan una parte considerable de las acciones humanas, pero no olvida que toda población lucha por controlar su entorno físico. Halló que la naturaleza abrupta de las cordilleras les había impuesto a los colombianos más esfuerzos de los que debieron enfrentar otros países de América Latina, pero ello no era obstáculo para dejarse apresar por su cartografía. La construcción de caminos y de vías carreteables contribuye a dominar un medio agreste que se resiste al progreso de sus moradores. El problema mayor lo encontraba, sin embargo, en la organización social, «en la acción recíproca de los hombres» condensada en los hechos morales y políticos. Las luchas de partido obstaculizaban el desarrollo, y las ideas y creencias compartidas y heredadas de los tiempos coloniales frenaban las innovaciones. Los colombianos carecían del go-ahead! norteamericano, de ese impulso interior que «allana montañas y salva abismos».
+Cuando Samper se acerca a la constitución de Bogotá ofrece un cuadro de su estratificación social. No describe las clases sociales con la precisión y afán que le gustaría a un lector de nuestros días, pero deja un trazo de su conformación y de sus visiones, con escenarios que anuncian tensiones y conflictos muy cercanos a lo que la sociología del siglo XIX llamó lucha de clases. Dado que su tema es la miseria, concepto que jamás define de manera taxativa y clara, comienza con los mendigos que parecen inundar las calles y los barrios de la ciudad. Es un grupo amplio con consciencia de su situación. Son «insolentes», apunta Samper. Se creen poseedores de un derecho, la limosna, «y quien la rehúse queda expuesto a insultos que nadie piensa en refrenar». Junto a ellos se encuentran los rateros, ebrios, holgazanes y lazarinos (leprosos). En la ciudad «hay calles y sitios que les pertenecen como domicilio». A continuación viene un variopinto grupo de pobres de muy diverso orden que llama vergonzantes, personas que están en el límite de la mendicidad, pero que por razones culturales de dignidad y decoro se guardan de salir a la calle en busca de un donativo. Son los desocupados, el ejército de hombres y mujeres que integran el parasitismo. En ellos hay vagos, haraganes y perezosos consuetudinarios, pero, sobre todo, hombres y mujeres que ayer tenían ocupación y que hoy carecen de trabajo por las estrecheces de la ciudad. Empleados que han sido expulsados de sus puestos por los cambios políticos y religiosos que han perdido su abrigo por la expropiación de los bienes de la Iglesia. Son familias enteras que «se encierran con sus hijos en habitaciones desmanteladas, y sufren en ellas los horrores del hambre y la desnudez».
+A la clase obrera no le iba mejor. El trabajador no tiene ocupación constante y los talleres y artesanos se encuentran paralizados por la competencia extranjera o por el desarrollo de sus industrias en otras ciudades del país. Esta situación generalizada ha dado lugar a la inquina social que se manifiesta en el murmullo o en la mofa e injuria directas a las clases altas cuando se dejan ver en público. El paso de un coche por el centro de la ciudad —relata Samper— se considera un insulto a la pobreza y las señoras lujosamente vestidas son objeto de la reprimenda de Marcos (10: 25): «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios». Los prestamistas son calificados de agiotistas y los pobres ven en los ricos la causa de sus sufrimientos. De allí que las personas acomodadas consideren «un acto de hostilidad el ser llamadas ricas». Este clima exacerbaba las pasiones de los obreros y nutría una imagen negativa de la propiedad, haciendo que los ricos, «cuando se sienten amenazados por el odio o la envidia del pobre», restrinjan sus consumos y oculten o exporten sus capitales.
+Los ricos de Samper, una categoría bastante resbaladiza, conforman un grupo muy particular. Son hombres de labor, temerosos de Dios y obedientes de la ley. Empresarios del mundo urbano y rural que multiplican la estructura ocupacional y promueven el consumo de la población. Son personas asistidas por una ética de la frugalidad, el trabajo, la previsión y el ahorro. Sus miembros —inversores, comerciantes, finqueros, financistas e industriales, «que gozan de las comodidades de la vida sin el fastidio del ocio»— integran lo que los franceses llaman burguesía, la clase media que se situaba entre la aristocracia y la clase trabajadora. No pocos de ellos provienen de los mismos sectores populares que ahora los inculpan y procesan. «Buscad —señaló con fuerza— esa clase privilegiada en que creéis que están los ricos, y hallaréis que el caballero, el sabio, el capitalista han nacido todos del humilde pulpero, del trabajador honrado que acumuló para sus hijos». Lejos de su visión estaba la idea de que constituían la clase dominante. Eso lo dejaba para las jefaturas de los partidos políticos que luchaban por retener el gobierno central y el destino de los Estados que conformaban la Unión.
+El término miseria, que anuncia indigencia, es demasiado fuerte para lo que describe Samper. Miseria es penuria exagerada, desgracia extrema, suceso digno de piedad y de asistencia hospitalaria. El vocablo más adecuado sería pobreza, concepto más cercano a la noción de escasez, de carencia de medios para cubrir las necesidades básicas, que además ofrece un punto de partida no ya de enfermería y dispensario sino de programas productivos para estimular el desarrollo. No sabemos qué o quién le inspiró el nombre del ensayo, ¿la Philosophie de la misère del célebre Proudhon, el segundo título de su Système des contradictions économiques? Lo más probable sin embargo es que lo hubiese tomado de los numerosos informes sobre la pauperización de las ciudades europeas del momento. El capital de Karl Marx, aparecido el mismo año de La miseria, se benefició de muchos de estos trabajos, principiando por el libro juvenil de su amigo Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra de 1845. Pero el libro de Marx no se leyó en Colombia hasta bien entrado el siglo XX.
+El escenario más fustigado por Samper en su folleto es la guerra civil de 1860, año en el que los liberales se levantaron en armas contra el gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez. El alzamiento comprometió a buena parte del país y las bajas fueron numerosas en ambos bandos. Pulverizó los talleres artesanales, reclutó a una parte considerable de la población económicamente activa e interrumpió el comercio nacional y extranjero. Junto a estos desastres los haberes más preciados de las fincas —ganado, caballos y mulas— pasaron a manos de «cuatreros divisados de jefes» políticos. Se luchó ferozmente en los alrededores de la capital y se destruyeron puentes, caminos, haciendas y caseríos enteros. El levantamiento —subrayó Samper— arrastró con la riqueza creada durante años y mostró palmariamente cómo una guerra se lleva por delante los capitales y la población que fecunda la tierra y multiplica las artes industriales. Esto aceleró la decadencia de Bogotá, un centro jamás brillante y sin especial empuje, pero sí dueño de un comercio atendible y de una industria artesanal estable y decidida. La revolución mostró, además, que el enemigo principal de la economía de un país y del desempeño de su estrato empresarial es la inseguridad. Los negocios demandan paz y sosiego, certidumbre y confianza para que los intercambios y los contratos arraiguen en el medio. Nadie invierte cuando hay incertidumbre en las transacciones. Y este, consideraba, es el papel de los gobiernos, esas «grandes máquinas productoras de seguridad» que se establecen para proteger a los que trabajan en bien de la sociedad.
+Samper calificó de científico su ensayo sobre La miseria. Describía los hechos y a continuación pasaba al examen de las causas que los habían producido. Estudiaba lo que es para derivar de allí lo que debería ser. «Nuestro ánimo —anotó— ha sido proceder científicamente, esforzándonos en no ver sino los hechos tales como son y averiguando sus causas y sus efectos». Pensaba, además, que era objetivo, esto es, extraño a cualquier adhesión partidaria o devoción y apego a un sistema, a marcos de referencia cerrados y autosuficientes de carácter religioso o político. Era consciente de que en el reino de lo social los procesos no son creados por deidades que gobiernan la voluntad de los hombres, sino por hombres que deciden siguiendo intereses materiales e ideales. Estos últimos quizá de naturaleza religiosa, la búsqueda de la “salvación”, o de carácter secular en pos del honor y el prestigio que se derivan del poder y la dominación cuando se dispone del aparato político. Junto a ellos estaban los intereses materiales, el acceso a recursos escasos de raigambre económica: riqueza, ocupación, propiedad e ingresos.
+En su ensayo deja ver, igualmente, una teoría del cambio social, que sugiere un acento pausado que él llamaba realista. Y aquí recurría a la noción de progreso tan cara a los pensadores del siglo XIX, noción en la que acoplaba en simbiosis muy particular lo ideal con lo material. La definía como el incremento del bien-estar en los planos individual y social. La idea de bien tenía para él un tono moral (lo lícito y lo ilícito), y estar un tono utilitario que anuncia comodidad, prosperidad y confort. De allí que progreso sea la búsqueda perseverante del bien en lo material y en lo espiritual. Su realización depende del acervo intelectual y técnico de que dispone el hombre en un momento determinado y de las oportunidades que le ofrece la naturaleza que lo rodea para la aplicación de esas facultades. Y para estimularlo en lo económico y social con la ayuda de la política, el campo de las decisiones colectivas, había que atender a la realidad de los pueblos. «Implantar nuevas instituciones, por buenas que sean, en una sociedad cuyas creencias y cuyos hábitos no estén preparados para apoyarlas con la sanción popular o con la fuerza de una opinión poderosa, es tarea vana». Tentativa frustrada desacredita las reformas y a los reformadores. No hay que olvidar por lo demás que todo cambio lastima intereses, generalmente con capacidad de resistencia. Esto hace que los cambios deban emprenderse cuando hay urgencia de ellos, cuando se adecuen a las necesidades sentidas y cuando las resistencias se vean asediadas por los hechos. Forzar las cosas siguiendo un plan preestablecido conduce al fracaso. Sería como imponer la felicidad por la fuerza o llevar el progreso a un pueblo que no lo quiere o que no lo entiende. «El tino del reformador está en escoger el momento en que los intereses atacados están minados en las creencias y en los hábitos». En estos casos los programas son bienvenidos y las nuevas instituciones pasan a fortalecer las prácticas y las opiniones. Aquí era donde Samper, no exento de ironía, encontraba la diferencia entre liberales y conservadores. Los conservadores amparan lo establecido sin darse cuenta de que lo que ahora vigilan con tanto celo fue resultado de cambios animados por rebeldes en épocas antiguas. Preservan lo que una mente liberal promovió en el pasado y que los años fueron consolidando hasta hacerse costumbre.
+Samper volvió treinta años después sobre La miseria en Bogotá en un largo ensayo titulado «Retrospecto» (1896). Le tenía cariño a su escrito y pensaba que era uno de sus trabajos más representativos. ¿Habían mejorado las cosas? ¿Habían empeorado? Era optimista, pero no ocultaba sus inquietudes. «El cuadro de miseria descrito en 1867 —escribió— ha recibido notables cambios debidos a la beneficencia». Los pobres, sus “miserables”, tenían ahora mayor atención en alimentación, abrigo y salud. Pero se manifestaban aires de decadencia en las «clases acomodadas». En sus círculos se evidenciaban la ostentación, la codicia y el lujo, lo mismo que la disipación, la bebida y el juego, conductas funestas para la preservación de todo caudal adquirido a fuerza de trabajo y de largas privaciones.
+El progreso material era manifiesto, aunque se encontraba lejos de lo alcanzado por varias capitales de América Latina. Los servicios se habían extendido. El agua llegó a las viviendas y el teléfono, el correo y el telégrafo se asentaron en la capital y en otras regiones del país. También aparecieron el ferrocarril y la electricidad para el alumbrado público, mas no todavía para los hogares. Las calles se llenaron de aceras y alcantarillas, y el pavimento cubrió los antiguos empedrados de las avenidas más frecuentadas. Un tranvía de mulas recorría la ciudad de extremo a extremo y comunicaba el centro con las estaciones de ferrocarril. La población creció. Bogotá bordeaba a fines del siglo XIX los 100.000 habitantes y el país se acercaba a los 4.200.000. Con su expansión creció el imperio del arrendamiento, «el terrible alquiler, espanto de todas las familias que carecen de habitación propia». Y en sus entrañas se sentía el pálpito de la industria moderna y el acorde del obrero especializado. Samper subraya la presencia de una empresa cervecera, Bavaria, de un molino «con poderoso motor de vapor» y las nacientes ferrerías de Pacho y La Pradera.
+En su inventario del «Retrospecto» obliteró, sin embargo, las luchas políticas y los tumultos de la clase trabajadora. Los motines artesanales de 1875, en plena era radical, y de 1893, durante la Regeneración, se esfumaron de sus páginas. Algo semejante sucedió con la vida cultural. No hay noticias sobre colegios y universidades, sobre las bellas artes y las controversias literarias, académicas y políticas. Todo eso quedó por fuera de su catálogo urbano. Alguna noticia hay sobre la imprenta, la lectura, los periódicos y las revistas, pero sus trazos son allí tan fugaces que apenas dejan ver los adelantos, o retrocesos, en estos campos.
+Estos fueron los problemas discutidos por don Miguel Samper en La miseria en Bogotá. Eligió un tema significativo, lo examinó, lo observó y lo explicó con los recursos teóricos que tenía a mano. Y a pesar de que jamás empleó el vocablo acuñado por Auguste Comte, su texto lo coloca en la mejor tradición sociológica nacional. Algunos podrían sugerir inclusive que con él se inaugura en nuestro medio un campo especial de investigación: la sociología urbana. Entre tanto la capital siguió su curso, jamás perdió el liderazgo que traía de la Colonia y, con los días, llamó la atención de otros analistas. Fue el caso de un estudiante de la Universidad Externado, Ramón Vanegas Mora, con su tesis de grado sobre los trabajadores de Bogotá, Estudio sobre nuestra clase obrera de 1892. Samper la leyó y felicitó al graduando por el «espíritu de observación que se deja ver» en sus páginas y por la crítica de doctrinas «poniéndolas a prueba con el estudio de los hechos».
+El interés continuó en el siglo XX por parte de historiadores, sociólogos, ensayistas y críticos de la cultura. El más recordado es Approche statistique de la réalité socio-économique de la ville de Bogotá (1958) de un joven que vestía sotana, el padre Camilo Torres Restrepo, disertación de título desabrido que una vez se le tradujo al español quedó para todos como La proletarización de Bogotá.
+GONZALO CATAÑO
+AL ESCRIBIR EL TEMA DE ESTOS estudios comprendemos bien que él significa, más que un hecho o un fenómeno simple, la síntesis de una situación y aun de una época, y que pretender describirlo con todos sus caracteres, encontrar sus verdaderas y múltiples causas, como demostrar los efectos que produce, es una tarea que, por demasiado vasta y difícil, traspasaría los límites permitidos al periodismo y a las fuerzas con que contamos. Nuestro propósito se reduce a la exposición de algunos de los hechos que caracterizan el estado de atraso y decadencia de esta sociedad, para que, conocidas las causas, se dirijan contra ellas las quejas que se oyen y los esfuerzos de todos; porque nada hay tan dañoso al hombre como atribuir los males que sufre a causas o hechos que no los producen, ni tan estéril como las lamentaciones que no van acompañadas de la voluntad y el esfuerzo necesarios para que aquellos desaparezcan.
+Al contraer a Bogotá nuestras reflexiones, y tratándose de hechos sociales y políticos, tenemos naturalmente que referirnos a muchos que le son comunes con toda la República, o con el radio natural de territorio en que la influencia recíproca es más directa.
+Si se examina la condición de las diversas clases sociales de que se compone Bogotá, el cuadro que resultará de esta descripción no podrá menos que abatir el ánimo de todos los que sientan interés por su propia suerte, la de sus familias, la de sus amigos y compatriotas. De todas las capitales de Suramérica, Bogotá es la que más atrás ha quedado, no pudiendo sostener la comparación con Caracas, Lima, Santiago y Buenos Aires.
+Veamos cómo se nos presenta esta ciudad:
+Los mendigos llenan calles y plazas, exhibiendo no tan sólo su desamparo, sino una insolencia que debe dar mucho en qué pensar, pues la limosna se exige y, si es rehusada, expone al que la rehúsa a insultos que nadie piensa en refrenar. La mendicidad en un país fértil, de benigno clima y en donde la industria apenas empieza a explotar los recursos que le brinda la naturaleza; en un país cuyas instituciones abren la puerta a todas las voluntades, a todos los esfuerzos, para adquirir la riqueza, y en donde, delante de la ley escrita, todos los derechos son iguales y no hay derechos de que alguno esté destituido por la ley escrita; la mendicidad, decimos, desarrollada en grandes proporciones y con caracteres que le son extraños, es un hecho alarmante bajo más de un aspecto.
+Pero no todos los mendigos se exhiben en las calles: el mayor número de los pobres de la ciudad, que conocemos bajo el nombre de vergonzantes, ocultan su miseria, se encierran con sus hijos en habitaciones desmanteladas y sufren en ellas los horrores del hambre y la desnudez. Si se pudiera formar un censo de todas las personas a quienes es aplicable en Bogotá el nombre de vergonzantes, el guarismo sería aterrador y el peligro se vería más inminente[1]. Las escenas que pasan en esas familias a quienes el pudor mantiene encerradas, que se alimentan por milagro, o que perecen de hambre antes que salir a importunar en las calles, conmoverían el corazón de todos aquellos que directa o indirectamente han contribuido a crear esta situación. ¡Cuánto no saben a este respecto las caritativas señoras y los que manejan los escasos fondos de la sociedad de san Vicente de Paúl! Un rápido examen de sus cuentas nos ha permitido levantar en parte el velo que cubre tanta miseria; circunstancia que no es acaso extraña al propósito que nos ha puesto la pluma en la mano.
+La ley y las nuevas costumbres políticas han venido a aumentar el número de los vergonzantes. Las religiosas que fueron arrojadas a la calle en 1863, después de haber sido despojadas de cuanto tenían; los sacerdotes regulares y los que servían beneficios o fundaciones dotados con rentas de los bienes llamados desamortizados; los enfermos que en número de más de doscientos eran constantemente asistidos en el hospital de la ciudad, y que no hallando el remedio de sus dolencias no pueden trabajar y se convierten con sus familias en mendigos; en fin, los numerosos empleados cesantes, así civiles como militares, a quienes el espíritu de partido arroja sin piedad de sus empleos, todas estas clases han venido, más o menos, a pesar con sus necesidades sobre los recursos de la sociedad en general.
+Tan grande es el desarrollo del parasitismo, que el contestar un saludo es hoy asunto de meditarse despacio, y el hacer uno de esos cumplimientos castellanos de: «Estoy a sus órdenes», «mande usted», etcétera, constituye un verdadero peligro para el bolsillo. Poco a poco desaparecen de nuestro trato social aquellos semblantes risueños y abiertos, propios de nuestro clima, de nuestra raza y de nuestros antiguos y familiares hábitos, porque cada sonrisa es un estímulo, y cada estímulo trae una sangría. Hoy puede considerarse como una ocupación cotidiana el ramo de petardos. Esquelas nominativas, esquelas circulares, esquelas en verso empezando por la historia de los persas o de los asirios, para terminar, como los avisos de Holloway, recomendando las píldoras; casualidades calculadas; discursos orales precedidos de larguísimo prólogo; mil rasgos de verdadero ingenio; invitaciones para rifas y aun para dar socorros; todo eso y mucho más se emplea para obtener limosna.
+Las calles y plazas de la ciudad están infestadas por rateros, ebrios, lazarinos, holgazanes y hasta locos. Hay calles y sitios que hasta cierto punto les pertenecen como domicilio, y no falta entre ellos persona que, so pretexto de insensatez, vierta sin interrupción torrentes de palabras obscenas, que son otras tantas puñaladas dirigidas contra la inocencia del niño o el pudor de la mujer. La noche pone exclusivamente a la disposición del crimen o del vicio todo cuanto hay de sagrado. Escenas increíbles tienen lugar a pocos pasos de la puerta de la iglesia Catedral: ya no es la seducción sino el asalto el medio que se emplea para saciar apetitos brutales; el hogar doméstico no tiene protección, desde las paredes, las vidrieras y las ventanas, hasta el descanso y el sueño de las familias[2].
+La podredumbre material corre parejas con la moral. El estado de las calles es propio para mantener la insalubridad con sus depósitos de inmundicias; el servicio o abasto de aguas es tal, que las casas que deben recibirla bajarán pronto de precio como gravadas por un censo en favor de los albañiles y del fontanero; el alumbrado, exceptuando las pocas calles del comercio, nos viene de la luna… En fin, la administración municipal de la ciudad es poco menos que nula, debido esto en mucha parte a que ella fue también despojada de sus cuantiosos bienes, y aunque parte de ellos se le han mandado devolver, no sabemos que haya empezado a percibir la renta. Mas ¿qué podrá agregarse cuando se sabe que las sesiones nocturnas de la Asamblea Constituyente del Estado corren riesgo de celebrarse a oscuras?
+Si de estos hechos, que nos avergüenzan y que exigen valor para darlos a la publicidad, pasamos a considerar la condición de las clases trabajadoras, el cuadro no será menos sombrío. El obrero no halla constante ocupación, ni el jefe de taller expendio para su obra; el propietario no recibe arriendos ni alquileres; el tendero no vende, ni compra, ni paga, ni le pagan; el importador ve dormir sus mercancías en el almacén y sus pagarés en la cartera; el capitalista no recibe intereses, ni el empleado sueldo; los carros y las mulas andan vacíos; los edificios se quedan sin concluir; los cultivadores venden a vil precio sus papas, trigo, miel y demás productos; los ganados, caballos, etcétera, están escasos y a la vez baratos; no hay numerario, o a lo menos escasea el legítimo; el crédito ha desaparecido, porque no hay confianza, y los pocos capitales que pudieran circular se ocultan; los acreedores públicos son calificados de agiotistas y no reciben su renta; no hay confianza en la administración de la justicia, y a la menor amenaza de pleito el poseedor está pronto a dar rescate; finalmente, la inseguridad ha llegado a tal punto, que se considera como acto de hostilidad el ser llamado rico, y las ideas sobre la propiedad se hallan tan pervertidas, que desde el Gobierno hasta el mendigo son sus enemigos: el primero erigiendo en recurso legal la expropiación sin previa —ni posterior— indemnización, y el segundo haciéndose el eco de las doctrinas que se inculcan desde las cátedras, las asambleas y hasta desde el púlpito[3].
+El hábito de las cosas produce en el espíritu el mismo efecto que ciertas impresiones físicas en los sentidos cuando son prolongadas. Así como la vista se acostumbra a la oscuridad y el olfato a un mal olor, una situación constante de malestar embota las potencias del hombre y las enerva. Por esto quizás la fealdad de este cuadro, que en pocas líneas aglomera tanta miseria, aparecerá exagerada, aun a los que son actores, víctimas o testigos de los hechos; mas, pasada la primera impresión, se irá reconociendo la fidelidad con que está descrito.
+La miseria, como hemos dicho al principio, no es sino una resultante: procede de causas muy variadas que debemos buscar en las cosas que nos afectan. En la naturaleza física como en la acción recíproca de los hombres, es que deben buscarse las causas, porque esos son los hechos que ejercen influencia sobre nuestro ser, y para investigarlos es preciso despojarse de toda preocupación, de todo interés parcial, de todo lo que pueda quitar su independencia al juicio. ¿Es esto posible en el estado de incandescencia a que han llegado las pasiones? ¿Se prestará el espíritu de partido a que algunos de nosotros dejemos de ser sus poseídos y podamos elevarnos a más serenas atmósferas para observar, pensar, reflexionar y discurrir en calma? Esto es lo que nos proponemos al invitar cordialmente a los pensadores bogotanos a que nos acompañen en esta labor, resueltos a modificar nuestros juicios si estuviéremos errados. El asunto convida, y no sólo convida, sino que apremia.
+[1] No faltan entre ellos descendientes de próceres de la patria.
+[2] El desorden ha llegado a tal extremo, que hace pocas noches estalló una bomba arrimada a la puerta de la casa de un sujeto muy respetable y a quien la ciudad debe grandes servicios como profesor de varias ciencias.
+[3] Recientemente nos ha sucedido oír, al pasar una señora lujosamente vestida, expresiones como la de que «más fácilmente pasa un CAMELLO por el ojo de una aguja, que un rico por la puerta del cielo». En otra ocasión oímos calificar de insulto a la miseria del pueblo el hecho de que unas señoras se pasearan en coche.
+Nuestros medios de subsistencia, de bienestar, de desarrollo moral e intelectual, proceden en gran parte del trabajo y del ahorro; y la abundancia o la escasez de estas dos fuentes de bien dependen esencialmente del grado de seguridad que se disfrute.
+A. CLEMENT
+LOS MEDIOS QUE DIOS HA PUESTO a la disposición del hombre para llenar los fines con que fue creado, es decir, para desarrollar su ser en el sentido de la perfección, consisten en sus facultades físicas, intelectuales y morales como instrumento de acción, y en las cosas que la naturaleza física le brinda, como materia sujeta a servir para la satisfacción de sus necesidades. El progreso del hombre, y por consiguiente el de los agregados de hombres que se llaman nación, estado o ciudad, está en razón directa del desarrollo natural, es decir, fecundo y bueno, de sus facultades, y de la facilidad con que la naturaleza que lo rodea se presta a la acción de esas facultades.
+El problema de averiguar las causas que han debido producir una situación de miseria, en vez de una situación de progreso, no puede ser otro que el de averiguar los hechos a cuya influencia ha estado sometido el ejercicio de las facultades del hombre en la sociedad cuya condición se estudia. Esos hechos tienen que ser físicos, morales o industriales.
+Los hechos físicos que han podido influir o que influyen en la condición miserable de nuestra sociedad, salen hasta cierto punto de nuestro propósito, porque aspiramos a sugerir el deseo de remediar la situación con medios que estén al alcance inmediato de nuestra voluntad, y ese orden de hechos, aunque no del todo independiente de ella, no puede ser modificado sino con esfuerzos tenaces y prolongados, los que no pueden tener eficacia antes de que sean atacadas las causas que debilitan aquí las facultades humanas y la acción que deben ejercer.
+Tampoco estamos en posesión de todos los conocimientos que presupone un juicio acertado sobre la mayor o menor aptitud de la naturaleza física de esta comarca para el desarrollo de la industria de sus moradores, y sobre los mejores medios que pudieran emplearse para modificarla o domarla.
+Hallamos como causas principales de atraso la configuración del territorio y el clima. Mientras que en las zonas templadas la población y la riqueza se han desarrollado principalmente hacia la desembocadura y las hoyas de los grandes ríos, en las costas de los golfos y por dondequiera que la topografía ha opuesto menos obstáculos a las comunicaciones, entre nosotros ha sucedido lo contrario. Los que descubrieron y conquistaron esta parte de la América encontraron la barbarie más completa sobre las costas y en las hoyas de los ríos, en tanto que las faldas y mesas de nuestra cordillera servían de morada a pueblos relativamente adelantados en civilización. Cerca de cuatro siglos van trascurridos desde que tuvo lugar aquel hecho, y las cosas no han cambiado sensiblemente. Las costas y las hoyas de los ríos continúan brindándonos la riqueza natural en todas sus formas y las mayores facilidades para el cambio interior y exterior de los productos de la industria; pero la población no baja de las faldas y mesas de la cordillera sino con lentitud y precaución, porque allí donde está la riqueza fácil, la muerte ha establecido también su imperio. Nuestras cordilleras son verdaderas islas de salud rodeadas por un océano de miasmas.
+Si las tierras altas de la América Intertropical tienen que ser la cuna y el asiento de su civilización, esta tropieza desde su infancia con obstáculos iguales a los que ha dejado para lo último la vieja civilización europea, empeñada apenas hasta hoy en abrir paso a la locomotora al través de los Alpes y los Pirineos, después de haber aglomerado en las llanuras inmensos materiales en ciencia, artes, capital y seguridad. Los hijos de los Andes colombianos debiéramos nacer titanes o civilizados para empezar por romper sin tardanza los nudos y las ligaduras que nos atan a nuestra grandiosa cuna.
+Y es en vano que dirijamos nuestras miradas hacia el viejo mundo en busca de auxiliares. La emigración europea impone condiciones que no podemos brindarle: climas sanos, acceso fácil o barato y seguridad: no emigran los felices. Cuando el territorio de los Estados Unidos del Norte cuente sus habitantes por centenas de millones, las regiones del Plata serán el asiento de Gobiernos regulares y la corriente de la emigración tomará ese camino, no el de Colombia.
+Nuestra suerte no es, a pesar de todo, desesperada. Razas sanas, robustas y valientes, hallando a la mano en abundancia el fierro, el carbón de piedra, la sal y mil otros elementos de riqueza, pueden, con buena voluntad, elevarse a un alto grado de civilización. La Europa no nos enviará muchos brazos, pero sí nos puede prestar luces y capital, y la elevación misma de nuestras montañas, en el centro de los trópicos, dará nacimiento a producciones más variadas que en ningún otro clima, y a cambios más activos y multiplicados que en ningún otro país.
+Si la naturaleza nos ha impuesto más esfuerzos para dominarla, ¡cuán grandes parecen ser las recompensas que promete! Al pueblo holandés le asignó su puesto en superficies cubiertas por el océano, sin más perspectiva que la lucha eterna con el hasta entonces indomable elemento, y la industria y la libertad han realizado allí una conquista de que el hombre debe enorgullecerse.
+Las cordilleras tienen que ser el criadero principal de donde han de partir, hacia las llanuras del oriente y las bajas vegas del Magdalena y sus tributarios, los enjambres que recogerán tantos frutos allí latentes; mas, para que esto suceda es preciso que el orden, la armonía y la paz reinen en la colmena, y que sigamos también el ejemplo de la industriosa hormiga, abriendo primero los caminos que nos faciliten llegar hasta el árbol que debe alimentarnos.
+Vamos a penetrar, pues, en este antro de fieras que, en vez de la pacífica e industriosa mansión de la abeja, es la morada de seres racionales, que se dicen libres y cristianos, pero que se odian, se persignen y se destruyen. Vamos a buscar las causas políticas, morales e industriales de tanta miseria, despojándonos, si es posible, de las pasiones maléficas e implorando el auxilio de los buenos pensadores para que el análisis que iniciamos se perfeccione, se complete; de las convicciones que deseamos producir, inspire los sentimientos porque anhelamos, y produzca como fruto la paz, el orden y la armonía entre los colombianos, para que puedan caminar con desembarazo por el sendero de la virtud y de la industria.
+Tenemos que repetir a nuestros lectores que no será posible contraer nuestras observaciones exclusivamente a Bogotá y su comarca adyacente, cuando ellas versen sobre hechos morales o políticos, y que aun los de carácter puramente industrial tendrán que aparecer relacionados con aquellos, porque no es fácil aislar completamente, para la observación, una parte del sujeto que, en semejante caso, es todo el pueblo que se encuentra sometido a la acción de unos mismos hechos.
+Algo se nos dificulta encontrar el orden lógico de la generación de los hechos para ir remontando de los efectos a las causas, porque en la naturaleza es todo fecundo en bien o en mal, siendo las palabras causa y efecto, nombres aplicables a unos mismos hechos según el aspecto bajo el cual se les observe. Más fácil nos parece proceder como el viajero, que para conocer una comarca parte desde las cabeceras de su principal corriente y dejándose llevar por el curso de las aguas, para percibir la influencia de su fecundidad, los estragos de sus desbordes y los variados aspectos que ofrecen los accidentes del terreno.
+Bogotá fue la capital de un virreinato español. Esta sola circunstancia nos pone en posesión de algunos datos fundamentales para nuestro propósito. Apreciamos los bienes debidos a la civilización cristiana importada por los conquistadoras españoles, y lo que digamos sobre el sistema empleado por la madre patria para gobernar estas comarcas no podrá aplicarse a la esencia o índole de esa civilización, sino al carácter de aquellos. España fue, de todas las naciones europeas que buscaron la grandeza por medio del sistema colonial, la más fiel a los principios en que él se fundaba.
+La Europa salía apenas de la opresión y de la anarquía feudal: el sistema monárquico absoluto correspondía al anhelo de unidad de los pueblos y a la necesidad de protección de la clase media contra el poder de la nobleza, y fue el adoptado como mejor gobierno por aquellos países; pero al antiguo antagonismo de las clases sociales se sustituyó el de los intereses de cada nación, de donde resultó su mutua ojeriza: las guerras de religión y el espíritu compresor, exacerbado entre los españoles por la lucha secular contra los moros, y el odio de sus monarcas y sus monjes contra la reforma herética, y contra toda reforma, dieron el tono del carácter nacional; y este conjunto de vicios y de ideas violentas, mezclados con algunas virtudes más heroicas que industriales, fue lo que trajeron a la América, a lo menos a la que llamamos latina, como elemento moral; nada a propósito para establecer una civilización fundada en la ley divina del amor.
+Así, los principios en que se apoyó la colonización en lo que hoy es Colombia establecían: en industria y comercio, el monopolio, el privilegio y el provecho exclusivo de la madre patria; en política, la centralización absoluta y el predominio de la raza conquistadora; en ciencias y artes, la ignorancia; en filosofía, la abyección del espíritu, y en religión, la intolerancia y el fanatismo. Al desarrollo de las facultades físicas, se atendió con el exceso del trabajo impuesto a los indígenas y a los desgraciados africanos, sus sucesores; al de las facultades morales, con la división del rebaño humano en hatos, germen de todos los vicios para los amos y para los esclavos, y causa principal de la perversión de ideas y de sentimientos que aún nos aflige; al de las facultades intelectuales, con la represión o la prohibición de toda enseñanza que tendiese a disipar la ignorancia y las preocupaciones o a difundir nociones exactas sobre las ciencias y las artes, y finalmente, al desarrollo de las facultades industriales, se atendió con el absoluto aislamiento del mando civilizado, los privilegios comerciales en favor de ciertos puertos de la metrópoli, el monopolio de ciertas industrias, la prohibición de otras, el tributo y el impuesto en sus formas más opresoras, y cuanto pudiera realizar la explotación del suelo y de los hombres de América en provecho exclusivo de España. Con tales ingredientes para la crianza, Bogotá vino a ser una ciudad esencialmente parásita desde su origen, por ser el asiento de clases dominadoras, explotadoras o improductivamente consumidoras. La acción política del virrey, de la Audiencia y de todo el tren gubernativo de una vasta colonia, se extendía a todo su territorio, abarcaba todos los intereses y todas las relaciones, haciendo de la capital un centro de poder y la residencia de un numeroso tren de empleados civiles y militares, de aspirantes, de cesantes, de pensionados, de abogados, de clientes y de aventureros de toda especie.
+Si la centralización política fue por sí sola un foco de atracción, la comercial, que le era consiguiente, en nada podía ceder a aquella. Como centro de consumos y con el carácter absorbente del régimen, Bogotá tenía que atraer y monopolizar el comercio. Los comerciantes de Sevilla, únicos que podían hacer expediciones a estas comarcas en épocas determinadas y en cantidades tasadas de antemano, enviaban a Cartagena, y después a Santafé, los cargamentos que la metrópoli colonial distribuía en todo el territorio. El valor de esas mercancías volvía representado en barras y polvo de oro a recibir en la casa de moneda la efigie de nuestros amos, como pasaporte indispensable para el viaje a España, porque en otra forma su exportación era prohibida y estaba erigida en delito. Fuera mucho o poco ese oro, era siempre el equivalente de las importaciones, porque España tenía en las Antillas otras colonias cuyos frutos competían en baratura, o acaso más bien en carestía, con los de colonias extranjeras y rivales.
+La suerte de nuestra agricultura quedó sometida al interés que la metrópoli tenía en promover la de puntos mejor situados para el trasporte de sus pesados productos, lo que a la vez daba la ventaja al Gobierno de prescindir de la apertura de caminos en el continente. Los productos cuya aparición no impedía la incomunicación se encargaban de matarlos el impuesto y el monopolio.
+Las ideas religiosas de aquellos tiempos, secundadas por el estado no muy tranquilo de las conciencias de gentes que vivían del despojo y la opresión del indígena y del negro, vinieron a vigorizar estas causas de atraso industrial, dando nacimiento a infinidad de fundaciones para ganar el cielo, que vinculaban la propiedad raíz y contribuían a paralizar el desarrollo de la industria. Los conventos, las capellanías, los patronatos de toda clase se propagaron con rapidez y aumentaron los moradores improductivos de la ciudad. Partidarios como somos de la libertad de conciencia, de la libertad de asociación, de toda libertad que no ofenda el derecho ajeno, estamos lejos de negar a esos fundadores el derecho con que aplicaron sus caudales a objetos que juzgaban saludables, puesto que creían de buena fe cambiar algunos patacones por días de descanso y de gloria eterna, rescatando sus gruesos pecados. Tampoco hallamos qué objetar a los que se creyeran ineptos para ejercer en el mundo la acción fecunda que Dios señaló al hombre, ni mucho menos a los que realmente se sintieran poseídos del amor exclusivo a Dios y al prójimo, y de la mansedumbre y caridad evangélicas, porque estos desempeñan en la sociedad cristiana una misión sublime de paz y de fraternidad entre los hombres, y de amor, veneración y culto al Creador. En cuanto a los monasterios de religiosas, una sociedad que no brindaba a la mujer otra carrera que la de la maternidad, carrera providencial y por consiguiente santa cuando la consagran los lazos del matrimonio, tenía que abrir asilos a la inocencia, a la debilidad, al desamparo, al entusiasmo del amor divino.
+Los conventos fueron también inagotables fuentes de subsistencia para muchos pobres, y así como nada atrae tanto las moscas como la miel, la limosna distribuida sin discernimiento amamantó la mendicidad. Nos complace ver el espíritu de caridad que reina entre nosotros; pero no podemos aprobar, como productivo de buenos hábitos, el dar limosna a todo el que se disfrazó de inválido para el trabajo. La limosna individual ha dejado de ser inofensiva por punto general desde que la mendicidad se ha organizado, haciéndose preciso que la caridad también se organice para vigorizar su acción y para defenderse del engaño. Detestamos la caridad oficial, pero reconocemos en la asociación voluntaria para socorrer al desgraciado los mismos elementos de fuerza que la industria ha derivado de aquel fecundo principio. Ojalá que las preocupaciones o la avaricia dejaran de ser obstáculos para el desarrollo y progreso de las sociedades de caridad recientemente organizadas en Bogotá, y que fuera un hábito arraigado en todas las familias el de estar suscritas a una o más sociedades de esta clase. Más de un falso mendigo dejaría el oficio y los vicios de muchos de ellos serían corregidos.
+Presentamos al lector nuestras excusas por esta digresión, sin prometerle que nos corregiremos, porque las ocasiones de reincidir no faltarán.
+La presencia de tantas clases de gentes en la capital de una colonia tenía que dar nacimiento a muchos oficios, y desde muy temprano Bogotá se vio provista de talleres de sastrería, zapatería, talabartería, herrería y otros de esta naturaleza, que servían a las necesidades, no sólo de la ciudad, sino de la mayor parte del virreinato, porque en un estado social atrasado y sometido a la centralización política, comercial e industrial, las artes no podían desarrollarse en las pequeñas poblaciones, que naturalmente quedaron tributarias de la capital aun para proveerse de zapatos, sillas e instrumentos para la agricultura. Llamamos desde ahora la atención sobre este hecho, porque tendremos que reproducirlo cuando examinemos la suerte a que ha ido conduciendo la trasformación política e industrial del país a las clases formadas al arrimo de una organización en gran parte artificial.
+Epilogando los elementos que concurrieron a formar la ciudad de Bogotá como capital del virreinato, y que conservó hasta la época de la Independencia, repetiremos que fueron: el haber radicado en ella un centro artificial de poder y de influencia política, religiosa, comercial e industrial, en cuya organización el parasitismo más o menos disfrazado hacía un papel considerable.
+En el artículo siguiente analizaremos las mudanzas de organización determinadas por las sucesivas trasformaciones políticas, hasta acercarnos o llegar a la época actual.
+EMPRENDEMOS AHORA LA tarea de investigar la influencia que debía ejercer y que ha ejercido la revolución iniciada en 1810 sobre Bogotá como centro de acción política y social y como emporio del comercio.
+La conquista de la independencia y la adquisición de la libertad han sido dos hechos distintos, aunque encadenados, porque el primero podía producir o no el segundo, según fuera la naturaleza de los poderes sociales que entrasen a recoger la herencia de España; el segundo pudo haberse presentado, aun bajo el sistema colonial, si aquella nación hubiera contado entre sus elementos propios la libertad y el self-government, y si su política hubiera permitido que esos elementos se infiltrasen en el estado social de sus colonias.
+Comparando las dificultades que ambos hechos han ofrecido, la independencia puede considerarse como una empresa relativamente fácil y de corta duración. España debilitada materialmente, el océano de por medio, el clima, la pobreza y la extensión inmensa del teatro de la guerra, tenían que dar el triunfo a los patriotas. Así, el día en que terminó la lucha contra nuestros amos, empezó otra más gigantesca, más difícil y duradera para adquirir la libertad.
+Injertar la República en la Colonia, derribando el viejo edificio para levantar el de la libertad sobre sus ruinas, es un problema que se escribe en pocas líneas, pero que no se resuelve sino en muchos años. Cerca de cincuenta van trascurridos desde que el Congreso de Cúcuta describió una República en la Constitución que expidió, y a estas horas el pueblo que ha de servir para ella no está acabado de formar. Aquel memorable cuerpo hizo apenas lo que el arquitecto que traza sobre el papel el plano del edificio que trata de levantar: expidió la constitución política, suprimió la Inquisición, dio libertad a la prensa y al vientre de las esclavas, redimió al indio del tributo y a la propiedad raíz de las vinculaciones, y la sociedad colonial, sumergida en este baño de reformas, entró en maceración.
+Bogotá se ha visto sometida a dos tendencias cuyos efectos se confunden y se chocan en medio de la fermentación de tantos elementos de vida y de muerte que la dualidad de la Colonia y la República ha puesto en acción: la tendencia descentralizadora de la República, pugnando sordamente contra los intereses creados en el antiguo centro artificial, y el progreso en todos sentidos desarrollado por el nuevo orden de cosas, que naturalmente pesó con mayor intensidad en los puntos en que aquellos intereses se hallaron más aglomerados.
+La independencia trasladaba la residencia del poder soberano a Bogotá, y la presencia de los altos funcionarios tenía que ejercer una fuerza de atracción más intensa: la libertad, que había de ir dando satisfacción a todos los derechos, así de los individuos como de las diversas secciones del territorio, era la fuerza centrífuga con su tendencia natural a debilitar la del centro.
+La forma dada a la República desde 1821 hasta 1850 en que la descentralización empezó a prevalecer sobre el centralismo, y la natural complicación de rodajes que trae consigo aquella forma, aumentaron en Bogotá el número de los empleos, a lo que vino a coadyuvar el gran desarrollo del ejército durante la guerra, con su numeroso personal activo y los militares pensionados. Además de la creación o el reconocimiento de las deudas interior y exterior, el pago de las rentas, los contratos a que dio origen el servicio público y otras causas semejantes, radicaron en la Tesorería General una poderosa fuerza de atracción y dotaron a Bogotá con una nueva clase: los acreedores públicos.
+Las luces que podían bastar para gobernar la Colonia eran insuficientes para dar a la República el personal que requería, no sólo para el desempeño de los altos poderes, sino para el de gran número de funciones en todo el territorio. Bogotá hubo de encargarse de satisfacer esta necesidad de instrucción, y los colegios aparecieron, los estudiantes llovieron de todas partes, y a poco tiempo la enseñanza así concentrada dio a la capital el brillante barniz que aún conserva. Por desgracia, el giro dado a los estudios sembró malos gérmenes, que al fin han venido a producir sus frutos. Natural era que la necesidad de conocer sus derechos fuese la primera que se hizo sentir en un pueblo de libertos, por lo que el aprendizaje de la jurisprudencia obtuvo entre todos la preferencia. El atraso completo de la industria, y la ignorancia en que se estaba de los recursos naturales del país, de los que más podían fomentar el desarrollo de la riqueza y del comercio interior; los obstáculos que esa misma ignorancia, la pobreza de los pueblos y la incomunicación oponían a las nuevas empresas; el desproporcionado desarrollo de los institutos religiosos, apoyado en el fanatismo de las masas, en las preocupaciones de la clase media y en el carácter de institución política dado por los españoles al catolicismo, que daban al estado sacerdotal las dimensiones de carrera pública, no poco lucrativa; todas estas causas contribuyeron a circunscribir los estudios universitarios, a empujar la juventud en pos del título de doctor, y a desdeñar las ciencias naturales y la perfección de las artes.
+El naturalista, el químico, el ingeniero, estudian para dominar la naturaleza: el sacerdote y el letrado, naturalmente con muchas excepciones, estudiaban para dominar los pueblos. Contenidas ambas profesiones en los límites justos de las necesidades a que dan satisfacción, son útiles a la sociedad, pero llevadas al exceso se convierten en fuerzas dañinas y opresoras.
+Los jóvenes legistas se encontraban al coronar sus estudios con una profesión y con hábitos propios para retenerlos en la capital. La forma central, que atraía los pleitos de segunda instancia en un circuito judicial relativamente populoso y rico, y los de toda la República para ciertos recursos de que conocía la Corte Suprema de Justicia; la diversidad de empleos dentro y fuera de la capital, que generalmente recaían en habitantes de ella; las relaciones adquiridas, y las fruiciones naturales de un centro importante de población, eran causas poderosas para fijar en él a todo aspirante. Muchos sin duda regresaban al hogar, pero en lo general no era para suceder a sus padres en la modesta posición que ocupaban, ni para dedicarse a las faenas de la industria. Una exagerada idea de su importancia les hacía mirar el común trabajo con desprecio, y con horror el lento ahorro, fuente de las grandes como de las pequeñas fortunas, para dar la preferencia a la carrera pública, en que el honor y el provecho se encontraban reunidos.
+Surgió de esto un hecho de las más funestas consecuencias, pues saliendo los alumnos de entre las familias acomodadas, que son las que desempeñan como empresarios de industria el papel más importante en la obra de la producción, los hábitos de rutina y la ignorancia se perpetuaron, y no sólo han continuado en atraso los cultivos y las empresas ya establecidos, sino que se ha retardado la explotación de nuevos ramos de industria, tales como el cultivo del café, del añil y del nopal, que exigían empresarios algo atrevidos y preparados por la adquisición de nociones variadas sobre el comercio y la agricultura. El suelo de las faldas y mesas de la cordillera ha seguido produciendo sólo papas, maíz, trigo y miel, que dan pérdida cuando las cosechas se pierden y arruinan cuando son muy abundantes.
+Entretanto, en las poblaciones medianas y pequeñas, lo mismo que en las esferas inferiores de las grandes, los empleos no podían ser muy lucrativos ni corresponder a la categoría de los doctores.
+La ley creó los destinos onerosos y llamó a desempeñarlos a los labriegos acomodados, aunque no supieran leer ni escribir. Una nueva clase formóse pronto alrededor de las escribanías y de las secretarías de los juzgados inferiores, de los cabildos, las alcaldías y aun de las jefaturas políticas. El rábula vino a ser una prolongación del doctor. Si la ley no daba sueldo al alcalde ni al juez, este sí tenía que darlo de su bolsillo al director privado, que ordinariamente se revestía de las funciones de secretario. Tras de este parapeto el rábula explotaba a su sabor todos los medios de opresión que la ley ponía en sus manos, y el reclutamiento, los procesos criminales, las sentencias, las rentas comunales, los resguardos de indígenas, etcétera, etcétera, eran inagotables tesoros para estos milanos del pueblo. Y como toda ocupación lucrativa trae consigo la competencia, entre los rábulas hubo también cesantes, aunque por la naturaleza múltiple de sus funciones no quedaban del todo inofensivos aun en esa condición.
+Los progresos de la igualdad, entendida como se ha predicado entre nosotros, y la rapidez impresa al movimiento descentralizador desde que se expidió la Ley de 20 de abril de 1850 que terminó en la federación, han venido a dar fuerzas colosales a estos elementos hasta llegar a convertirse en irresistibles poderes sociales, capaces de sojuzgar los estados más civilizados. El nivel intelectual, y sobre todo el moral, de las clases dominantes, ha ido descendiendo a medida que la igualdad política se ha extendido. «Si a la vez que las condiciones se igualan», ha dicho Tocqueville, «las luces quedan incompletas o los espíritus tímidos, o si el comercio y la industria, detenidos en su desarrollo, no ofrecen sino medios difíciles y lentos de hacer fortuna, los ciudadanos desesperan de mejorar por sí mismos su suerte y acuden tumultuosamente al Estado en busca de sostén. Vivir a expensas del tesoro público les parece ser, si no la única vía que tienen, a lo menos la más fácil y cómoda para salir de una situación que ha dejado de satisfacerlos: ¡la caza de empleos se convierte en la más persistente de las industrias!». A esto pudiera agregarse que si el tesoro público no parece bien provisto, la caza de impuestos, de gajes extraoficiales y del sufragio popular convenientemente falsificado, contribuirán a que la tal industria se conserve floreciente. Esa industria se llama parasitismo, y no tan sólo el que se alimenta del trabajo ajeno trasmitido por la donación, sino el parasitismo audaz, el de los animales carnívoros, que arrebatan a todas uñas la presa.
+La combinación de este elemento civil, que se apoya en la astucia, y el militar, que se apoya en la fuerza, con la acción legítima de los partidos en la sucesión de los acontecimientos de nuestra historia, explicará más de una aberración y ayudará a encontrar la clave de la ferocidad creciente de las luchas civiles. Entretanto, terminaremos esta digresión con los siguientes pensamientos de un economista: «La perversión de las costumbres, la destrucción, el abatimiento del sentido moral, es lo que engendra más parásitos. Un mal libro, un mal discurso, un mal sofisma, un mal ejemplo pueden crear más miseria que el hielo, el incendio o la peste. Así como los capitalistas y los obreros prosperan y sufren solidariamente, y sería empujarlos al suicidio el suscitar entre ellos la rivalidad y la envidia; así también los parásitos deberían respetar a los propietarios y a los trabajadores, no sólo por obligación moral sino por cálculo».
+Vese, por lo que precede, cuán poco sólidos y fecundos fueron para Bogotá los resultados del cambio político traído por la Independencia. Exceso de empleados, de pensionados, militares, clérigos y letrados, y cambio de sus capitales por títulos de la deuda pública: tales fueron los factores que hicieron de Bogotá una ciudad productora de sueldos, pensiones, rentas, lucros fiscales y honorarios.
+La tendencia natural de todos los pueblos hacia la descentralización administrativa primero, y más tarde hacia la del Gobierno, tenía que ser hostil a ese foco de parasitismo, y al llegar la federación, un gran malestar tenía que producirse y se ha producido en Bogotá, en términos que ella puede considerarse hasta cierto punto como una ciudad de cesantes de todo género.
+*
+Si de los hechos políticos pasamos a los industriales, la tendencia descentralizadora se hará también patente, y los comerciantes y artesanos de Bogotá podrán ser considerados como relativamente cesantes.
+En efecto, de la hermosa herencia comercial que la colonia legó a Bogotá, muy poco es lo que le queda, y si pudiera prescindirse del aumento de producción que, a pesar de todo, se ha efectuado en la comarca que forma el radio natural de negocios cuyo centro es Bogotá, esta ciudad sería hoy poco más o menos lo que Tunja.
+Cortadas con la emigración española y los sentimientos engendrados por la guerra las relaciones comerciales con la madre patria, estas se entablaron con los depósitos puestos por las potencias rivales en sus colonias de las Antillas, especialmente en Jamaica, donde el comercio inglés se había ido preparando para dar salida a la exuberante producción de su país. Kingston reemplazó con ventajas a Sevilla, pues que se evitaba a nuestro comercio el costoso medio de los galeones convoyados por una flota que defendiese de los piratas sus tesoros, y la no menos onerosa seducción de los aduaneros españoles por los fabricantes extranjeros, que la decadencia fabril de España hacía indispensable para surtirnos de telas y productos relativamente baratos. Esto era ya una gran facilidad y un paso importante hacia la descentralización comercial.
+Poco después se establecieron casas extranjeras en Cartagena y Bogotá, fundadas en relaciones directas con Europa y Norteamérica, haciéndose con esto palpables la posibilidad y las ventajas de ocurrir a las verdaderas fuentes de los productos fabriles, cuyo consumo aumentaba en razón de su baratura y de la animación industrial que la paz y el cambio de las instituciones estimulaban.
+Con todo, diversas causas contribuían a mantener a Bogotá como emporio comercial de la República, adonde concurrían los negociantes de Popayán, Cali, Medellín, Socorro y muchas otras plazas remotas.
+La producción de frutos exportables aún no había aparecido, ya por la pobreza y el atraso del país y por efecto de la guerra, ya porque los monopolios la mataban en germen. La quina había empezado a ser, en los últimos años de la Colonia, un ramo importante de comercio, pero la mala fe había dado en tierra con el crédito de esta corteza, adulterada con otras. Sólo quedaba el oro como principal y casi único medio de pagar las importaciones, el cual siguió viniendo a Bogotá en busca del pasaporte, consistente no ya en la efigie de los Carlos, Felipes y Fernandos sino en la de la libertad y el escudo de armas de la República.
+Además, había causas poderosas para circunscribir a pocas manos la importación de mercancías. La navegación directa con Europa no existía, y era preciso hacer compras bastante considerables para cargar un buque a fletes elevadísimos, como que no podían contar con carga de regreso; la falta de relaciones y los pocos conocimientos que los comisionistas extranjeros tenían de nuestros gustos exigían que el comerciante fuese en persona a comprar, arrostrando las indecibles penalidades de una época en que el Magdalena se navegaba en champanes y el viaje marítimo se hacía en buques de vela, que por casualidad venían a nuestras costas o que había que ir a buscar a las Antillas; no había crédito, ni letras, y era preciso cargar el equipaje con el oro, corriéndose todos los riesgos; los gastos de trasporte eran crecidísimos y la duración de una operación comercial, desde que se recogían las onzas para comprar hasta que se volvían a recoger después de la venta, era asunto de varios años.
+Muy lenta, pero progresivamente, todas estas causas de centralización comercial han ido cediendo al influjo de causas contrarias a las que daban a Bogotá una posición artificial. Las relaciones se fueron extendiendo; la navegación marítima se regularizó y se mejoró hasta venirse a contar hoy con comunicaciones semanales en el río y quincenales en el mar, servidas por buques de vapor; el crédito y toda clase de facilidades fueron ofrecidos por los negociantes europeos; el oro pudo exportarse en cualquiera forma; los monopolios fueron abolidos[4]; nuevos e importantes ramos de exportación aparecieron, tales como el tabaco, la quina, el café, los sombreros; los productos de los bosques, como el caucho, las maderas de tinte, el dividivi y tantos otros; la Revolución Industrial iniciada en 1850 y desarrollada hasta 1857 y 1858 dio expansión al espíritu de empresa y vitalidad propia a nuevos centros importantes, que arrebataron salidas al comercio de Bogotá; las operaciones de importación, que duraban para sólo el trasporte cerca de dos años, se hallan reducidas a seis meses; el comercio se ha hecho accesible aun a los pequeños capitales, y la concurrencia ha reducido las ganancias a sus justos límites, a la vez que ha simplificado la distribución de los géneros, eliminando el rodaje de los grandes almacenistas que compraban por mayor para revender a los tenderos.
+El resultado de todos estos hechos ha sido benéfico en alto grado, porque los precios han bajado desmesuradamente, han extendido los consumos, difundido el bienestar y estimulado la producción. La medida de este progreso sería la comparación de los precios entre 1824 y 1867: entre doce reales, valor de un pañuelo de rabo de gallo o una vara de fula en el primero de aquellos años, y dos reales, a que se ha reducido su precio en nuestros días.
+En medio de este movimiento, que por una parte arrebataba localidades al grande emporio, y por otra parte enriquecía a sus consumidores naturales, ya aumentando prodigiosamente el valor de sus rentas con la baja de los precios, ya estimulando sus instrumentos de producción con la libertad de los cambios, Bogotá ha podido sostenerse y aun crecer. El fenómeno queda explicado, pero los resultados de la descentralización no son menos ciertos, y la cuestión queda en pie, si otras localidades, más libres del parasitismo, logran extirpar más pronto la miseria fundando una seguridad relativa, dejando ver la armonía natural entre las clases productoras, en vez de la hostilidad, la envidia y el odio, abriendo caminos hacia las grandes arterias fluviales de nuestro sistema orográfico al oriente y al occidente, y defendiendo de la voracidad fiscal los productos, sea en su totalidad amenazada de expropiación, sea en su precio artificialmente alzado por peajes que no se apliquen exclusivamente a los mismos caminos. Si esto llegare a suceder, Bogotá seguirá perdiendo cada día más terreno, o su progreso será tan lento que parecerá quietud delante de la creciente prosperidad del de sus nuevos rivales.
+Otros hechos son dignos de tenerse en cuenta al analizar los elementos industriales de Bogotá. La extinción del monopolio del tabaco desarrolló la vitalidad productiva de los antiguos distritos de siembras, especialmente el de Ambalema y los adyacentes, y fue tan vigorosa y rápida la acción, que en seis años se verificó una labor gigantesca, equivalente por sí sola, para estas comarcas, a la de los tres siglos anteriores. Los hechos que se presenciaron en aquella época tienen mucha analogía con los que produjo en California el descubrimiento de los placeres de oro: ellos llamaron mucho nuestra atención y los dimos a conocer en El Neogranadino quince años ha. Desde entonces hemos consagrado nuestros esfuerzos a la defensa de los sanos principios económicos, especialmente al que reconoce en la propiedad uno de los elementos más antiguos, más tenaces y fecundos de cuantos sirven de base a la civilización. ¡Cuánto no debemos a la sana doctrina y al incansable celo del señor doctor Ezequiel Rojas, como profesor de economía política, todos los que hemos podido conservarnos siempre fieles a los verdaderos principios de libertad y a la causa del progreso!
+El movimiento que se verificó en Ambalema y sus contornos fue tan rápido como vigoroso y vivificante, sin que bastaran a detenerlo dos revoluciones, hasta que empezó esa lucha gigantesca de 1860, que dejará en nuestra historia una huella más honda que la de todas las precedentes. Los brazos que el monopolio del tabaco empleaba para su cultivo fueron desde luego insuficientes para la tarea de la libertad, y una gran corriente de jornaleros y trabajadores de toda clase y de toda categoría partió de las faldas y mesas de la cordillera hacia las vegas del Alto Magdalena y sus afluentes. El hacha y la azada resonaron en todas las selvas; los pantanos se desecaron; prados artificiales de grande extensión aparecieron; los caneyes, las habitaciones, las plantaciones de tabaco y de toda clase de frutos se veían brotar en cada estación de siembras; las factorías se levantaban y se llenaban de obreros de ambos sexos; las tiendas y los buhoneros se multiplicaban; todo era movimiento, acción, trabajo y progreso.
+La presencia de un número tan considerable de trabajadores, que tenían medios y hambre atrasada de consumir, estimuló la actividad de todos los servicios, la fecundidad de todos los capitales, la aptitud productiva de todas las tierras, no sólo en el teatro mismo de los sucesos, sino en toda la comarca que sentía el vacío dejado por la emigración y la demanda activa de todo cuanto podía satisfacer las nuevas y crecientes necesidades. Bogotá, su sabana y los demás pueblos circunvecinos sintieron pronto los efectos de este movimiento, y no quedó clase social que no se aprovechara de ellos. El propietario de la tierra vio elevarse los arriendos; el capitalista no tuvo bastante dinero para colocarlo; el joven pisaverde halló nuevos escritorios y colocaciones; el artesano tuvo que calzar, vestir y aperar al cosechero enriquecido, y el agricultor completar con carnes abundantes, papas, queso, legumbres, etcétera, el apetito del nuevo sibarita que poco antes tenía de sobra con el plátano y el bagre.
+¡Cuán legítimo orgullo no deberemos sentir todos los que empuñamos el hacha demoledora, aunque sólo fuera para hacer saltar una astilla del viejo tronco de la Colonia! El día en que los verdaderos liberales quieran continuar la lucha contra los últimos reductos de la Colonia, nos encontrarán a su lado dando golpes, al monopolio de la sal, al reclutamiento y a la expropiación: formas de barbarie que aún nos carcomen.
+La decadencia del norte del Tolima se atribuye como causa principal a la sequedad excesiva de los últimos años, pero sin negar al clima la acción que le corresponde, creemos que la más funesta y la más enérgica ha sido la guerra de 1860. Ella ahuyentó a los trabajadores; dejó los campos y las factorías sin brazos; detuvo la exportación; destruyó la cebas de ganado y aun los hatos, y empobreció de tal modo a los cultivadores, que hasta hoy no han podido reponer sus pérdidas. Para calcular los estragos bastará decir que no ha faltado curioso que calcule en $ 50.000 el valor de las embarcaciones que fueron destruidas para impedir el paso del Magdalena al ejército de la Confederación, medida incomprensible si se considera que habría bastado hacerlas bajar el salto de Honda para ponerlas en salvo.
+Y cuando la miseria consiguiente a la destrucción de la industria ha exacerbado las pasiones de los obreros de Bogotá, se les señala a los que llaman ricos como la causa de sus sufrimientos, y una protección ridícula, por medio de la tarifa de aduanas, como el remedio eficaz contra su malestar. ¡Pequeñeces de las banderías! Pero no anticipemos los hechos, que ellos encontrarán colocación en su respectivo lugar.
+La reducida producción del tabaco, por una parte, y la paralización de las importaciones durante la guerra, por otra, aceleraron la explosión de la crisis industrial y monetaria que nos oprime, agravada por el encarecimiento de las telas de algodón cansado por la guerra de los Estados Unidos del Norte. El consumidor empobrecido y desnudo, y el productor arruinado: tal fue la situación que nos legó la guerra. Fue preciso, sin embargo, importar lo que nos faltaba, y el numerario hizo para la nación lo que ciertas alhajas para las familias: sacarnos del aprieto. Las transacciones se han resentido desde luego de la falta de ese intermediario indispensable de los cambios, que con tanto acierto comparan los economistas al aceite que da suavidad al movimiento de las máquinas. La miseria, en consecuencia, ha estallado por todas partes y en ninguna con más rigor que en Bogotá.
+Entre los buenos elementos de vida con que ha contado Bogotá, merecen un lugar distinguido dos clases de adquisiciones: la de los propietarios de la fértil sabana que lleva su nombre, y la de los hombres de otros lugares que, después de muchos años de trabajo, de economía y privaciones, adquieren un caudal que les permite fijar su residencia en un clima suave y en una ciudad que les brinda empleo agradable para sus rentas. Con ellas se estimula el trabajo de muchas clases de artesanos, tales como los albañiles, carpinteros, herreros, pintores, ebanistas y tapiceros, que se emplean en construir y adornar cómodas habitaciones, y el de los zapateros, talabarteros, costureras, domésticos y todos los demás que contribuyen a crear los objetos y servicios que consumen los ricos y que no aparecerían si estos faltaran. Los intrigantes y los declamadores que han logrado extraviar el ánimo de algunos obreros saben bien el inmenso daño que les hacen al promover en ellos la envidia, el odio y otros sentimientos bajos, indignos de un pueblo inteligente y laborioso, pero necesitan del engaño para ofuscar a las clases pobres a fin de que no comprendan que es la intranquilidad y la guerra que su ambición les hace promover lo que verdaderamente empobrece al artesano, privándolo del trabajo honrado y del goce de sus ahorros. Que expliquen esos falsos amigos los hechos que lo han privado de los auxilios del hospital, y los que dieron en tierra con la Caja de Ahorros, que era el depositario de sus sudores y del patrimonio de las viudas y de los huérfanos pobres. ¡Cuán claro verían entonces, y de instrumentos ciegos de intrigantes desalmados, esos artesanos se convertirían en sólido sostén de la tranquilidad pública!
+Muchos de los llamados aquí ricos porque han acumulado un mediano capital que les permite vivir lejos de los empleos, han sido antes obreros infatigables, que se han impuesto duras privaciones, empezando su carrera desde legos de convento, cargueros y arrieros, ganando sus grados en la milicia industrial como los hijos del pueblo que han llegado a ser generales por rigorosa escala desde soldados rasos, y no faltan algunos que hayan arrostrado la influencia de mortíferos climas y desmontado y cultivado tierras, de cuyos productos subsisten muchas familias, antes de ingresar a este gremio aborrecido por los que se creen llamados a gozar sin trabajar y sin imponerse privaciones.
+Por imperfecto que sea el bosquejo que hemos hecho de la fisonomía social, moral e industrial de Bogotá, bastarán sus rasgos para darle el grado de semejanza que apetecemos. Fáltanos ahora describir la influencia ejercida por las pasiones y los partidos políticos sobre los variados y contradictorios hechos que hemos ido presentando, para llegar a la demostración de que la grande obra común a esos partidos es LA INSEGURIDAD, fuente de todos los males que aparecen hoy concentrados en la miseria. No pretendemos escribir la historia política de la nación, sea porque la empresa traspasaría los límites que nos hemos trazado, sea porque nuestros actuales estudios son esencialmente sociales. Dejaremos a cada partido en posesión de los títulos y méritos con que se engalana y de las afrentas de que lo cubre o pretende cubrir su contrario, para dedicarnos únicamente a examinar la acción que los partidos políticos han ejercido sobre el desarrollo o la compresión de los elementos buenos y malos que forman el modo de ser de nuestra sociedad, con relación a la riqueza.
+[4] Queda de pie el de la sal, que no muy tarde vendrá a tierra.
+COMO EL NAVEGANTE QUE ve cada día presentarse nuevos horizontes, cuyos límites se amplían y se retiran a medida que la nave avanza, así vemos ensancharse indefinidamente el campo de nuestras investigaciones con riesgo de perder el rumbo. Nos proponemos en este artículo hacer ver que la inseguridad de la riqueza pública es causa principal de la miseria, porque al contemplar el espantoso cuadro que nos ofrece la actual situación, naturalmente el espíritu quiere investigar las causas que contribuyen a formarlo. Nuestra labor sería lógica al proceder así, pero se cortaría la cadena de los hechos tal como la exige el asunto a que principalmente hemos deseado contraernos. Esta consideración nos mueve a posponer el análisis de la composición, las doctrinas y las tendencias de los partidos políticos para cuando hayamos concluido con el fenómeno de la miseria.
+La inseguridad ha venido a ser el aire de nuestra atmósfera política. Ella nos rodea y nos penetra, y ha pasado a ser uno de los elementos del clima, el molde de nuestros hábitos, costumbres e instituciones, y nos conducirá a una situación social más monstruosa que la de los Estados Berberiscos, en donde la barbarie siquiera no coexiste con las tradiciones de la civilización cristiana. La inseguridad es para la riqueza peor que los miasmas para la salud, y más vigorosa en su acción que la esterilidad del suelo. La industria, ayudada por la seguridad, ha domeñado las iras del océano, y hoy convierte en Argelia las arenas del desierto en campos cultivables, o exhuma en Suez los restos de una civilización que la inseguridad sepultó por muchos siglos. Los que quieran salvarse y salvar esta sociedad deben apresurarse a levantar, como los romanos delante de Nápoles, muros que detengan o desvíen las corrientes de lava que descienden del Vesubio, dejando también inscrita sobre las columnas en que reposen los diques opuestos a la anarquía la voz de alerta: Posteri, posteri, vestra res agitur!
+La guerra intermitente y a periodos cortos ha sido el estado normal de las repúblicas de Hispanoamérica. Decir que la guerra es la causa principal de la inseguridad es enunciar un hecho evidente. Tomar uno de estos accesos febriles y describirlo es describirlos todos, porque los nombres de los partidos, de los héroes y de las batallas no cambian la naturaleza de los hechos. Al bosquejar el cuadro hacemos las debidas reservas en favor de la porción sana de los partidos, que obra con desinterés personal, aunque a menudo se deje exaltar también por las pasiones. Los sucesos los tomaremos desde que termina una de esas guerras, porque se irán viendo los efectos convertidos en causas, formando esa cadena interminable que hasta hoy no se ha podido romper.
+*
+El último cañonazo ha sonado. El orden reina en Babel, o la libertad en Varsovia, según el vencedor.
+Los vencidos se dispersan. Unos se esconden temporalmente; otros se expatrian; otros van a las cárceles; otros vuelven impunemente a los garitos, los altozanos, calles y antros de donde salieron; otros, en fin, escudados por su nulidad, vuelven a sus ocupaciones o aumentan el número de los holgazanes y de los viciosos[5].
+De los vencedores se forman dos grupos principales. El uno, aunque menos numeroso, tiene su gran núcleo de parásitos y cuenta en su seno la mayoría de los héroes y de los patriotas a cuyos esfuerzos es atribuido el triunfo: esos se dirigen al capitolio, a los empleos y, por supuesto, a las tesorerías. El otro, compuesto casi todo de los que llaman hijos del pueblo, con algunos ilusos a quienes la candidez o el entusiasmo arrancaron de sus oficios o de sus labores, toma el camino del hogar. Los pobres regresan a pie, porque para ellos no hay ajustamientos ni bagajes. Se les había hablado de honor, de religión, de moral, de libertad y de igualdad… Ellos van a encontrar sus chozas quemadas o derrumbadas; sus sementeras destruidas; sus talleres desnudos; sus hijas seducidas; la holgazanería, el vicio y la rebelión de los hijos; las esposas… ¿Mas para qué proseguir?
+Pacificado el país se despierta al portero del templo de Jano para que cierre para siempre las puertas, y después de restregarse los ojos y dar vueltas en busca de las llaves, estas se han perdido y hay que conformarse con ajustarlas no más.
+La República vive del sufragio. Los buenos ocurren en tropel a las urnas y, como decía Brenno: «¡Ay de los malos si se acercan!». Se echa en ellas todo lo que se sabe para purificar esas fuentes de la voluntad popular, y se sacan nombres purificados como por encanto.
+El Congreso abre sus sesiones y los diputados la boca para oír el mensaje y los informes. Leída la relación de todas las hazañas de los vencedores, de todas las fechorías de los vencidos, y dadas las debidas gracias a la Providencia que se tomó la molestia de tener el dedo como puntero de reloj durante toda la lucha marcando a los suyos, se procede a elaborar la felicidad de la patria. El método es bueno en todas las cosas.
+Lo primero es recompensar los heroicos sacrificios del patriotismo acrisolado, y como los más meritorios son los ofrendados por muchos de los señores votantes, ellos agregan aun otro, el que más cuesta al hombre digno. Los proyectos sobre honores y pensiones llenan el orden del día, y las bancas resuenan a compás como otras tantas baterías asestadas contra la tesorería general. En los antiguos tiempos esta señora era aliviada con la lista de todos los borrados de la lista de pensionados: quién sabe cómo le irá ahora con el sistema de tratados.
+Para que las pensiones sirvan de algo es menester que haya con qué pagarlas. La Ley de Arbitrios es de necesidad, y los cundinamarqueses y boyacenses están a la disposición de todo el país para pagar más cara la sal. Las aduanas también. Como el porvenir es muy taimado, se toman sus precauciones y es permitido capitalizar las pensiones y coger de una vez el todo[6].
+Pero ni las aduanas, ni las salinas dan lo suficiente, porque el tesoro está gravado con antiguas y nuevas deudas. Es preciso dar una ley de crédito público y otra de suministros. Algún financista bogotano, cuyo nombre sería lástima que no se trasmitiese a la posteridad, tenía ideas fijas sobre el asunto: las deudas viejas no las pagaba, y las nuevas las dejaba envejecer. Los dos principios, que a la verdad no forman sino uno, sirven de base a nuestra legislación[7]. Así se completan los recursos o arbitrios, ya que la miseria de los pueblos no permite crear nuevas contribuciones.
+Algo tranquilizada la conciencia en cuanto a los deberes de justicia impuestos por la situación, se procede a pensar en los medios de asegurarla. Una nueva constitución es, como quien dice, de tabla[8]. Si el vencedor es A, procede a obrar con franqueza, porque sus principios lo permiten. Para él la libertad de un pueblo consiste en que se le permita hacer lo que desea y no se le obligue a ejecutar lo que repugna: es decir, en que las instituciones se amolden a las creencias, los hábitos y las costumbres, que se da por sentado que no cambian. Si es B quien ha subido al poder, entonces los pueblos son libres y felices cuando las instituciones se apoyan en las teorías más adelantadas, o en las que están expuestas en la última edición del último libro de filosofía o de política. En el primer caso las leyes son francas y lógicas, pero en el segundo la constitución, que debe consagrar todos los derechos, inclusive los de los vencidos, requiere leyes complementarias que aseguren el poder en manos de los vencedores, pues si estos no han de ser los que plantean el sistema, ¿cómo habrá de esperarse que los enemigos lo respeten? En ambos casos las garantías de la propiedad y de la libertad deben dejar abierta una puertecita por donde quepan la expropiación y el reclutamiento, cosas que vienen a parar en una sola: el despojo. Al que tiene propiedad se le despoja de ella, al pobre que no tiene más que su persona se le expropia esa persona.
+Al leer tantas constituciones como las que se expiden en esta tierra, nos ocurre que en vez de tantos libros como se habrán consultado para elaborarlas, convendría empapelar los salones de las cámaras con los cartulones en que el doctor Brandreth recomendaba sus píldoras con un aforismo tamañote: «Constitución es lo que constituye, y lo que constituye es la sangre», sea la que se derrama a torrentes en la guerra, o la que queda en las venas de los señores que legislan, inficionada por los odios, la sed de venganzas y la vanidad.
+El Congreso cierra sus sesiones. En todos los empleos quedan instalados los verdaderos patriotas, y servidores leales, encanecidos muchos sobre el bufete, salen a vender las finquitas de la familia y a mendigar después. El servicio público está en manos nuevas, inexpertas y anda como todo. Los papeles de la deuda empiezan a cotizarse en concurrencia con las órdenes de pago, y una verdadera plaga de libranzas, billetes, órdenes, certificados, vales y todas las sabandijas inventadas acuden a las oficinas de recaudación y pago. El sofisma se descubre: créditos como mil pesan sobre fondos como diez, el descrédito aparece y la nueva deuda empieza a envejecer. Los agiotistas, que según la creencia general, se chupan la sangre del pueblo, por lo común se chupan los dedos como cuando se recibe una quemadura.
+La época de elegir el nuevo presidente se acerca. Los partidos escogen por candidato al que sea más odioso a su contrario. La agitación empieza. Ya la prensa ha roto la mordaza y los escritores se lanzan a encomiar a los suyos y vilipendiar a los adversarios. El partido de oposición aparece con nuevas fuerzas: se le han pasado todos los chasqueados por el ministerio, y la masa de la nación, que empieza a desengañarse al ver que la dicha no asoma por ninguno de los puntos del horizonte, se reconcentra y deja a los gritones de cada partido que se avengan como puedan. Ella no ve en los Gobiernos sino partidos, porque estos, además de querer gobernar por sí solos, quieren gobernar para ellos solos. La oposición, como la defensa, es sistemática, apasionada y demente en lo general. El que tenga la ocurrencia de proponer medidas de avenimiento y de usar de un lenguaje reposado, es un híbrido, un cubiletero, un domingo siete.
+No hay remedio: es preciso romperse las cabezas. ¡La salvación de la patria lo exige! El partido-gobierno se alarma; se le pide energía y da violencia. La prensa oposicionista calla porque los escritores son perseguidos, quedando La Gaceta con el privilegio exclusivo de mentir. La Constitución concede facultades extraordinarias o tiene su artículo 91, y aun cuando no lo tenga hay uno para todos los Gobiernos: el salus nostri suprema lex esto.
+La minoría, privada por las instituciones, o por los abusos de la mayoría, de una participación legítima en el manejo de los negocios, tiene también el artículo 91 de los pueblos: el santo derecho de insurrección.
+Llegadas las cosas a este estado, falta sólo saber quién empieza. El Gobierno mandaba gobernadores, intendentes, etcétera, a preparar los ánimos de sus contrarios, o envía ahora emisarios y divisiones del Ejército a recoger las armas en los estados, casualmente al tiempo mismo en que una revolución local se prepara o estalla. Otra coincidencia es la de que sean las armas que más falta hacen las que se encuentran en aquellos estados cuyos gobiernos no son adictos al partido que domina en la capital de la Unión. Si el Gobierno resuelve quedarse a la defensiva, la oposición organiza sus guerrillas, o el gobernador del estado soberano tal, declara roto el pacto constitucional por setenta mil razones que sería largo enumerar.
+Desde los primeros anuncios del huracán, los negocios se resienten de la inseguridad. El importador suspende sus órdenes de compra y restringe los créditos; el pequeño negociante en ropas se siente apremiado, suspende compras y activa los cobros; el exportador compra con más cautela o suspende las compras; el agricultor no encuentra salida fácil para sus frutos y restringe sus siembras; el jornalero ve disminuir el jornal y a poco las ocasiones de ocuparse; el dueño de ganados quisiera comérselos ya que no los puede esconder ni vender; el que tiene caballos y mulas les da pasto sólo por compasión, pues ya no se considera como dueño; todos, en fin, cobran a un tiempo, niegan a la vez el crédito, abren los escondites para sus ahorros y para sus personas, y preparan esas caras divididas en dos faces que les han de servir para salir a la calle a reír con el que ríe o llorar con el que llora, según las novedades del día.
+El Gobierno siente el suelo como si fuera un mal andamio y allega materiales de toda clase para afirmarlo. Publica el bando de alistamiento y saca la bandera del orden, de la religión, de la libertad o de lo que fuere. Los ciudadanos ya saben lo que eso significa. Los amigos acuden a las filas, precedidos por todo lo que hay de hábil en el gran gremio de los parásitos, y los enemigos huyen o se ocultan, y si ni lo uno ni lo otro pueden hacer, se quedan a vivir como ilotas esperando a que salga la lista para el empréstito. Los parásitos, que madrugan a solicitar las comisiones más meritorias, arreglan a su sabor las cuentas viejas, abren nuevas, o castigan a los que en otros tiempos no se prestaron a abrirlas. Para ello cuentan con las órdenes para entregar caballos y monturas, para reclutar al criado si el patrón es inhábil para las armas, y con mil medios que se modifican según la categoría y los negocios de las víctimas.
+Rebaños de aquellos ciudadanos a quienes tanto se halagaba alrededor de las urnas electorales entran a los cuarteles bajo la garantía de la soga, dejando sus familias, sus talleres, sus labranzas bajo la garantía del tinterillo que ha empuñado el bastón de alcalde. Hay que vestirlos y equiparlos, lo que supone bayetas, lienzos, etcétera, etcétera. Se sale de la dificultad ya compensando empréstitos o emitiendo libranzas sobre las aduanas, ya procediendo conforme al respectivo artículo del decreto sobre suministros. Si el caso es muy apurado y los contrarios no han sabido madrugar, se abren las puertas del presidio y se organiza el batallón restaurador que, al grito de: ¡mueran los ladrones!, se abalanza en formación sobre la sociedad.
+Los rebeldes, entretanto, han ido formando sus guerrillas después de llenar la formalidad del acta de pronunciamiento para nombrar el gobernador o jefe civil y militar provisorio y hacer conocer del mundo que en la tierra clásica de los libres la tiranía es imposible. Las caballerizas y los potreros han amanecido vacíos: este es el primer anuncio de que los defensores de la propiedad han partido y se dirigen al punto de reunión. Desgraciado el primer pueblo que escojan para proclamar los principios, porque los labriegos son arrastrados a la fuerza, los propietarios puestos a rescate, las rentas y los edificios públicos saqueados; las cárceles vomitan sus bandidos y los pillos del lugar pasan a engrosar las filas. En los archivos de los juzgados, notarías y cabildos se buscan los procesos, las escrituras y todo cuanto documento pueda, con su ocultación, establecer la impunidad, cancelar las deudas o preparar albricias para más tarde, o se hace con ellos un auto de fe.
+La paz del hogar desaparece, los vínculos de la familia se relajan o se rompen porque la discordia penetra por dondequiera hasta dividir los esposos y hacer de la República un pueblo de Atridas. Las relaciones sociales se saturan de cólera, y el sarcasmo, la ironía, el espionaje y la delación suceden a la franqueza y cortesanía de nuestro carácter.
+Los beligerantes están preparados y las campañas se abren. Cada batallón tiene a su cabeza dos o tres generales, un piquete le corresponde a un coronel, y aun sobran generales y coroneles. Los equipajes y avíos caben en las maletas que cada cual carga consigo mismo. El tren de hospitales y ambulancias es tan diminuto como exagerado es el número de los jefes; un médico y un botiquín para todo el Ejército. Con semejante tren se han de atravesar ríos caudalosos, páramos, ciénagas, climas ardientes, y todo eso por caminos fragosos, muchos de ellos despoblados y sin recursos de ningún género. La fatiga, el hambre, el paso de unos climas a otros, el desabrigo, todo conspira a diezmar las tropas antes de que la peste estalle y los combates completen la obra de la destrucción. Para calcular la mortalidad bastaría comparar la fuerza con que sale un batallón que se dirija de Bogotá a Honda o a la Costa, y la que trae a su regreso, aun sin haber combatido. En ningún país del mundo consume la guerra tantos hombres como en el nuestro, y como ellas son civiles, el consumo es por partida doble. ¡Cuántos millones de pesos no importarán los jornales de todos los hombres que una revolución aniquila en un año! ¡Cuántos millones continuarán perdiéndose hasta que la generación destruida sea reemplazada! Así los ejércitos andan en la continua tarea de reemplazar las bajas, y su paso es una verdadera cacería de hombres, caballos, ganados, gallinas y cuanto quede al alcance de su voracidad insaciable.
+Las partidas enemigas se cruzan por dondequiera, deteniéndose en los poblados el tiempo necesario para recoger los ganados y las bestias, deponer las autoridades, establecer otras, vejar a los neutrales, ultrajar y despojar a los del contrario bando. El gamonal o el tinterillo A es por la mañana alcalde y sirve de guía a los sabuesos para encontrar en sus escondites a sus enemigos personales, que califica de enemigos de la causa; por la tarde le llega el turno al compadre B, que es del otro partido y que no se queda atrás en punto a represalias.
+Los puentes, los caminos, las cercas y puertas de las heredades, y las embarcaciones son dañados al paso de las tropas, y en las ciudades los edificios de los colegios se convierten en cárceles y cuarteles. Hemos visto hacer trincheras con los volúmenes de las librerías de las cuales, y de los museos, desaparecen preciosos documentos de la historia junto con los instrumentos y útiles traídos a gran costo para el estudio de las ciencias naturales. Ni aun los trofeos de nuestras verdaderas glorias escapan de este vandalaje, y hasta los retratos de nuestros hombres eminentes sufren el ultraje de la más vil canalla.
+Los barcos de vapor que por el proyecto de ley que presentamos en 1851 y que se sancionó en 1852, debían servir de vehículos neutrales al comercio y a las comunicaciones estorbaban así, y poco a poco fueron despojados de sus prerrogativas hasta quedar convertidos en máquinas de guerra, al alcance del más ínfimo jefe de bandas. La expropiación de esos buques ha costado sumas relativamente fabulosas y nos expone a cuestiones internacionales. Abandonadas las antiguas embarcaciones, la incomunicación es completa para el tráfico, y si llega a durar algunos meses, los cargamentos se aglomeran en Honda y en Barranquilla y pierde el país los intereses de gruesos capitales, o los capitales mismos.
+Las expropiaciones han de hacer frente no sólo a las necesidades reales de los ejércitos sino al más estúpido despilfarro. Hatos y recuas enteras se arrean a la retaguardia, perdiéndose más de la mitad por muerte o extravío, y el resto de los ganados sirviendo para racionar la tropa sólo con carne en cantidades que les permitan adquirir con el sobrante los objetos que le faltan. Los caballos y las mulas de aprecio pasan al poder de muchos cuatreros divisados de jefes, y las bestias comunes sucumben a la fatiga, las venden a vil precio o son robadas. Al leer las leyes y los decretos sobre expropiaciones y suministros se pudiera creer que se van a abrir libros y registros ordenados y que se darán documentos en debida forma, bastantes para que su presentación dé derecho al reconocimiento de los créditos. Mas no sucede así, porque las cosas que se toman de prisa, de noche, en los corrales o en los caminos no pueden figurar en libros. Agrégase a esto que cada bando expropia de preferencia a los partidarios de su contrario con el ánimo de arruinarlos, y mal pudiera esperarse el cumplimiento de la ley por tales gentes. ¡A todo esto conducen las funestas teorías en que se pretende apoyar la expropiación sin previa ni justa indemnización!
+Los ciudadanos despojados que logran algún simulacro de fórmulas saben que sus créditos han de ser reconocidos con dificultades infinitas y que el Gobierno les dará en pago documentos depreciados. Natural es que se esfuercen en obtener altos avalúos. Concluida la guerra se entablan los reclamos y son tales las trabas opuestas a la comprobación de los créditos legítimos, que se hace más fácil la fabricación de expropiaciones ficticias. Este último oficio ha venido a ser uno de los más lucrativos, pues no pudiendo el Gobierno encontrar en todas partes jueces probos y agentes fiscales activos y enérgicos, o viéndose estos en la necesidad de aceptar los perjurios de los testigos por la dificultad de probarlos, los falsarios presentan completa la cantidad de prueba que la ley ha determinado para los pleitos en general, bajo el supuesto de que ambas partes desplegarán toda su energía para el ataque y la defensa. El resultado de esto es que el tesoro nacional tiene que reconocer millones de pesos por falsos suministros, que haciendo concurrencia con los legítimos, hacen sufrir a estos una pérdida adicional.
+Entre los males que se sufren no es despreciable el de las reclamaciones de los extranjeros expropiados y la dureza con que algunos explotan la ventajosa posición que les da el miedo que inspiran sus gobiernos. Es un deber de justicia reconocer que la mayoría de los extranjeros residentes presta servicios generosos y oportunos a un gran número de personas, ya asilándolas en sus casas, ya cubriendo con su nombre las propiedades más amenazadas; pero no faltan algunos que compran a vil precio todo cuanto pueden, o que, expropiados también, formulan reclamaciones exageradas que las autoridades demoran y entorpecen por hábito, por desconfianza, o porque los oficinistas rutineros se apegan a las fórmulas complicadas y a veces ridículas de los procedimientos administrativos. Los reclamos vienen a parar en cuestiones internacionales cuyo resultado es que el Gobierno tiene que aceptar los términos de arreglo que se le imponen. Clámase contra el abuso de la fuerza porque los gobiernos de Europa y Norteamérica comprenden que su misión es la de dar seguridad a los derechos de sus súbditos, y porque dándola ellos también a los extranjeros en sus dominios, exigen que los gobiernos de Suramérica obren como tales. La anarquía ha extraviado de tal modo nuestras ideas que el odio que inspiran los reclamos no se dirige contra las causas que han venido a producir la vergonzosa distinción que se hace, aun en las leyes, entre los derechos de los nacionales y los derechos de los extranjeros; distinción inmoral que obra sobre el carácter humillándolo y abatiéndolo. Algunos abusos, como los hechos ejecutados recientemente por España, disculpan las antipatías creadas; pero además de que España es hasta cierto punto una nación suramericana con alguna fuerza, en la generalidad de los casos la razón no ha estado de parte de nuestros gobiernos.
+¿Para qué hablar de la ferocidad que se despliega en los combates? Que otros la llamen valor y heroísmo: nosotros reservamos esos nombres para cuando la sangre de nuestros hermanos se derrame en defensa de la dignidad nacional, o para cuando, entrando los partidos en la vía de la moderación y la honradez, la creamos derramada en defensa del derecho. Conformémonos con decir que si la mortandad en los combates que en otras partes se libran hubiera de compararse con la que aquí sufrimos, habida consideración al número de los combatientes y a la calidad de las armas que se emplean, pocos pueblos podrían igualarnos: verdad es que ellos preferirían dejar a las fieras semejante emulación.
+Mucho más cumple a nuestra tarea seguir la suerte de los heridos y los prisioneros, que en cuanto a los combatientes ilesos, ellos cuidarán de consignar en los partes de la batalla las evoluciones de la táctica y las proezas de los héroes, bastándonos notar que no hay guerrero de estos a cuyo nombre no precedan dos o tres adjetivos altisonantes. Los heridos de ambos bandos quedan sobre el campo de batalla expuestos a todos los horrores de su situación, bastando apenas el cirujano o curandero del ejército vencedor —el del vencido se guardaría bien de no huir— para atender a los notables, repartiendo al acaso uno que otro cuidado a los heridos pobres. Los verdaderos hospitales son las casas de los particulares en las ciudades y las chozas de algunos labradores en los campos, en donde se les atiende según los medios de que la caridad dispone, y apenas empieza la convalecencia de estas víctimas, salen a las calles o a los caminos a mendigar el pan exhibiendo sus cuerpos mutilados.
+Los prisioneros que hace el partido rebelde cuando este no tiene dominado un vasto territorio ingresan a las filas del vencedor como soldados, o pagan su rescate: si no quieren pagarlo o si son peligrosos, visten la cachupina[9], y siguen a las guerrillas en sus correrías hasta que el dolor del tormento los rinde y quedan inutilizados como enemigos y como hombres. Los prisioneros que hace el Gobierno, si cuenta con la capital o con otras ciudades al abrigo de un golpe de mano, son amontonados en cárceles sin ventilación ni aseo y sufren los horrores del hambre, la fetidez de la habitación y las enfermedades consiguientes.
+Triunfa alguno de los bandos y el último cañonazo se oye. Lo demás, como al principio…
+Al presentar en relieve los hechos que dan carácter a nuestra vida política, estamos lejos de pretender que la nación haya descendido tan abajo como los pocos pero audaces hombres que la agitan; ni de negar que entre los que toman las armas hay nobles caracteres y corazones que hacen latir el patriotismo y el sincero amor al orden y a la libertad. Nuestra labor habría sido interminable si no nos hubiésemos concretado a los hechos que dan realce a la fisonomía y que son comunes a todos los partidos, dejando a un lado las excepciones honrosas. Las doctrinas que los han caracterizado, sus tendencias y las huellas más duraderas que ha ido dejando su paso por el poder, serán materia de otro estudio.
+Ahora nos falta hacer resaltar en pocos rasgos los efectos de la inseguridad respecto de la riqueza en general, y los de la última guerra respecto de Bogotá en particular. Ante todo hay un hecho importantísimo, que apenas empieza a manifestarse, pero que amenaza tomar proporciones pavorosas. Me refiero a la soberanía que la forma federal ha trasladado a los estados.
+La Constitución de 1863, que es a los ojos de muchos un verdadero logogrifo, organiza la anarquía. Los estados están sometidos, para su vida propia, a las mismas influencias que la nación, y si el nivel moral de las clases influyentes en la política nacional ha descendido visiblemente en los últimos años, en el Gobierno de los estados empieza a llegar a cero. En cada uno de ellos, caudillos infatuados o corrompidos se disputan el poder y mantienen la sociedad en perpetua lucha, entregada al más desenfrenado vandalaje. Todo lo que hemos descrito tiene lugar hoy permanentemente en ciertos territorios con un aumento creciente de inmoralidad, porque se empiezan a explotar los odios de raza, los celos de localidad y la envidia, que se procura sembrar entre las clases pobres.
+Los estados hacen también por su cuenta los reclutamientos y las expropiaciones, contraen sus deudas y disponen de la propiedad y de la vida de los ciudadanos en uso de la soberanía. A juzgar por el de Antioquia, en donde el orden se ha conservado y guardado mejor, esas deudas serían enormes si el latrocinio erigido en principio de finanzas permitiera averiguar las cifras, porque Antioquia ha reconocido más de un millón de pesos como deuda municipal. El nuevo derecho constitucional, que permite poner fin a las contiendas por medio de tratados o convenios, podrá conducir a la impunidad legal de toda clase de atentados si con tiempo no se pone remedio a las causas fundamentales de la anarquía. Las clases laboriosas serán la única víctima desde que las parásitas comprendan que pueden hacer su negocio sin matarse. Agréguese a esto que los dominadores de los estados van ya comprendiendo lo inmenso del poder que tienen en sus manos, y se comprenderá mejor la ostensión y la inminencia del peligro. Hay estados en donde se empiezan a expedir leyes a que la opinión pública pone nombres propios, y puede llegar el caso en que no sólo sean socavadas las bases de la propiedad y de sus garantías, sino en que la familia misma, los dulces y sagrados vínculos que unen a los esposos y los hijos, o los cuidados y la tutela con que se protegen los intereses del huérfano, sean materia de cálculos y de explotación para los parásitos.
+Para calcular los efectos de la guerra y de la inseguridad sobre la riqueza tomaremos por punto de partida las sumas que el Gobierno nacional ha reconocido por suministros a la última guerra. Según el informe del secretario del Tesoro y Crédito Nacional al presente Congreso, la deuda flotante reconocida desde 1862 y la que se calcula tener que reconocer según el monto aproximado de los reclamos pendientes, ascenderá a la suma de $ 12.702.575. Agréguense las deudas contraídas y pagadas bajo otras formas, y quizá no haya exageración en elevar la cifra a $ 15.000.000. Téngase ahora presente la enorme suma que sería reconocida si todas las expropiaciones hechas por el partido vencido se declarasen deuda nacional; toda la riqueza que se destruye inútilmente y que no puede figurar como suministro; la que los merodeadores de ambos bandos se apropian y consumen; la que los estados y sus respectivos contrarios destruyen por su cuenta, y el guarismo total de esta adición nos dejaría asombrados. Y sin embargo, la riqueza que destruye la guerra es infinitamente menor que la que deja de crearse durante ella y mientras impera la inseguridad. Todo el capital de la nación queda inactivo; los brazos que toman el fusil y los que se cruzan por falta de trabajo, dejan de fecundar la tierra y de ejercitarse en las artes; la desaparición completa del ahorro detiene todo progreso, de modo que los fondos productivos se colocan a descuento compuesto, es decir, a la destrucción progresiva, en vez de colocarse a interés compuesto, como sucede en todos los países cuya industria se desarrolla al amparo de la seguridad. Esta es la fórmula que mejor puede definir el grande azote de la industria en los países anarquizados.
+La guerra de 1860 ha traído consecuencias especiales para Bogotá por haber sido la primera que ha podido volcar en Nueva Granada el gobierno legítimo y presentado a uno de los libertadores la ocasión, por tanto tiempo deseada, de salvar a su modo la patria que ayudó a independizar. El general Mosquera, uno de los pocos grandes caudillos americanos en quienes se han reunido las dotes y la fortuna del guerrero con una instrucción tan variada cuanto poco profunda en muchos ramos, el general Mosquera, decimos, que se ha creído siempre llamado a fundar el crédito nacional, aprovechó la ocasión que le presentaron los sucesos de 1861 para imponer de hecho sus ideas, creyendo levantarse un monumento de gloria. La experiencia, que no adula, se ha encargado de probar, una vez más, que en crédito, como en todo, la verdad y el derecho son los únicos materiales con que se construyen los monumentos de gloria.
+En nuestro próximo artículo diremos cuál es la influencia que en nuestra opinión han ejercido sobre la riqueza o sobre la miseria los dos famosos decretos gemelos del 9 de septiembre de 1861.
+[5] El nuevo derecho constitucional, basado en la federación, ha introducido y seguirá introduciendo modificaciones en los procedimientos, de que luego hablaremos.
+[6] Esta ha sido una de las recientes perfecciones del método.
+[7] Sobre este ramo, lo mismo que sobre la desamortización, nos entenderemos en su lugar.
+[8] Por desgracia nunca se escogen maderas en sazón: unas por demasiado verdes, otras por demasiado secas, todas quedan expuestas a pronta destrucción por la carcoma.
+[9] La cachupina es un corsé hecho de piel de toro que se moja para ponerlo, y al secar, la piel se contrae fuertemente y sujeta los brazos del paciente sin dejarle movimiento y llagándole el cuerpo; si el clima es cálido y pasan muchos días, cada llaga se trasforma en… ¡gusanera!
+AL EMPEZAR LA GUERRA DE 1860, la República estaba en vía de fundar definitivamente su crédito y establecer en sus presupuestos anuales el equilibrio entre las rentas y los gastos, equilibrio que habría sido un poderoso elemento de paz porque devolvía al Gobierno y a la autoridad una parte del prestigio y respeto que han ido perdiendo con la serie de atentados que forman la legislación sobre crédito nacional interior. El convenio, hoy vigente, con los acreedores extranjeros estaba iniciado e iba a borrar de los presupuestos esos millones de pesos por intereses vencidos, que impedían el equilibrio deseado, con la simple operación de convertirlos en deuda consolidada. Además, aplicada al pago de los intereses y la amortización del capital una cuota parte del producto de las aduanas, quedábamos perfectamente seguros de cumplir en adelante.
+En cuanto a la deuda doméstica, ella tendía hacia la extinción progresiva de la flotante, quedando la renta sobre el tesoro al 6 por 100 como la forma definitiva bajo la cual la República se prometía fundar y emplear su crédito. Y con razón podía prometérselo puesto que pagaba los intereses a la par y adelantados, y el precio de los vales era el 50 por 100, lo que se puede llamar la par en un país en donde el interés corriente es 12 por 100 al año. La deuda flotante había llegado casi a su máximum de valor porque los fondos de amortización, que eran cuotas fijas de los derechos de aduana, crecían a medida que aquella se efectuaba y se empezaban a respetar.
+El Gobierno encontraba personas que por verdadero negocio y voluntariamente le dieran dinero prestado a una cuota que era el menor interés corriente. Cierto es que se exigieron prendas e hipotecas porque la experiencia aún no había comprobado que los partidos políticos estaban resueltos a ver en los contratos hechos con el Gobierno actos obligatorios para esa entidad moral, que no cambia con el personal de los que gobiernan.
+Bogotá tenía en aquella época más de dos millones de pesos invertidos en documentos de la deuda interior, pertenecientes no sólo a los capitalistas y comerciantes que hacían contratos y pagos a las aduanas, sino a la caja de ahorros, el hospital, la casa de refugio, los colegios, las escuelas y muchas personas como las viudas y los menores, que en la renta sobre el tesoro buscaban una colocación segura y ventajosa.
+También pertenecían a Bogotá más de cinco millones de pesos en casas, tierras y acreencias cuyos rendimientos disfrutaban las comunidades religiosas, los enfermos, los desamparados, los pobres, los maestros y catedráticos de las escuelas y los colegios, los alumnos, los servidores públicos y los vecinos de la ciudad.
+El Partido Liberal había creído atacada la soberanía de los estados y monopolizado el sufragio en provecho exclusivo del Partido Conservador, que gobernaba con el doctor Ospina en la Confederación. Encendióse la guerra y ambos bandos se llamaron defensores de la Constitución nacional, empeñándose a cual más en persuadir a los pueblos de la verdad y sinceridad de su misión. El 18 de julio de 1861 dio el triunfo al Partido Liberal, y cuando se esperaba que ese triunfo consolidase el respeto a la Constitución, y afianzase la soberanía de los estados y las doctrinas liberales sobre el sufragio, la autonomía municipal y otras que venía predicando desde tiempo atrás, la figura de un dictador se destacó de entre las ruinas de la patria y de en medio de la polvareda y el humo de los combates. Constitución y doctrinas se olvidaron, y sólo se habló en adelante de las conquistas de la revolución, que nadie definía, que todos los liberales fingían conocer, y que sólo el cerebro de un hombre excitado por el vértigo del triunfo podía proclamar. Los fusilamientos del 19 de julio dieron la señal de una nueva guerra, a la cual se arrojaron como combustibles derechos, creencias, dignidad, preocupaciones y todo cuanto pudiera alimentar la hoguera en que ardían las pasiones[10].
+Fue en tales circunstancias que aparecieron los dos decretos de 9 de septiembre destinados a fundar el crédito nacional, a desatar la propiedad y la industria paralizadas por las manos muertas, y a extirpar el fanatismo religioso. Los famosos gemelos formaron el sancta sanctorum de la revolución, que nadie, sin cometer delito de leso-liberalismo, podía atreverse a tocar. El de crédito público desconoció las condiciones con que se habían contraído las diferentes clases de deudas no consolidadas para reducirlas al único tipo de los bonos flotantes con 3 por 100 de interés, y las consolidadas perdieron el carácter de billete al portador, admisible en pago de las contribuciones, que tenían sus cupones. El decreto sobre desamortización de bienes pertenecientes a las comunidades o entidades religiosas y municipales, y a los establecimientos de instrucción, beneficencia y caridad, no recaía sobre bienes que tuvieran el carácter de inenajenables, destruido desde 1821, y fue tan sólo una ocupación arbitraria y violenta de bienes y derechos poseídos legalmente.
+*
+El decreto de crédito público se ha querido defender como la más sabia combinación financiera que se haya ejecutado en la República. Esta, se decía, iba a pagar a todos sus acreedores el ciento por ciento de sus créditos, puesto que destinaba la totalidad de los bienes desamortizados a ser rematados en pública subasta por documentos de la deuda pública. Objetábase que no era permitido al Gobierno alterar, como parte contratante, sus obligaciones, y que consistiendo los medios de pago en bienes que para la mayoría de las conciencias eran ajenos, los acreedores no podían, con justicia, ser obligados a recibir la ley de su deudor. Replicábase con la famosa teoría de que el Gobierno representa los derechos de la mayoría, delante de los cuales los derechos de la minoría no son derechos, o si lo son, su calidad es muy inferior. Así, la cuestión de derechos es de pura aritmética, porque basta contar el número de los individuos que los alegan, y hecha la adición, allí donde haya más pares de puños habrá mayor o mejor derecho. De esta fuente salen también los derechos de muchos que van o que deben ir a los presidios.
+Hombres y escritores honrados han sido conducidos a emplear semejante principio de razonamiento porque han aceptado, sin bastante reflexión, la doctrina de que las leyes que rigen las sociedades humanas no son otra cosa que la expresión de la voluntad general, que los jurisconsultos consideran enseguida como la fuente de los derechos. El significado de las palabras ley, sanción y derecho queda así sometido a una lamentable confusión de ideas, de la cual han nacido los famosos cuanto deplorables sofismas de Rousseau, y los infinitos atentados cometidos con buena fe en los países republicanos, cuando para establecer el derecho no se tiene en cuenta la naturaleza buena o mala de los hechos en que se hace consistir. Pero dejemos a un lado estas cuestiones que hallarán mejor colocación en otra serie de estudios. Lo que por ahora nos compete examinar son las consecuencias del decreto antes citado, relativamente a la riqueza en Bogotá.
+A pesar de todas las esperanzas que se fundaron en la desamortización, sucedió con los bienes que ella ocupó algo parecido a lo que acontece cuando el diablo entra en tratos con los humanos, a quienes engaña con su oro, que al llegar el alba se convierte en carbón. Los bonos de 1861 que habían de dar a sus poseedores una cantidad en metálico o en bienes equivalente a su valor nominal, jamás subieron del 30 por 100 y han terminado por no levantar del 10 por 100. Al principio se llamaba la baja de los bonos alza del valor de los bienes, sofisma que habría aparecido descarnado si estos se hubieran rematado por dinero y pagádose con él los bonos; pero al fin ya fue un escándalo que los bienes sólo produjesen el 500 por 100 y se mandó cotizar su valor corriente en el mercado para la admisión en los remates.
+La suerte de la deuda consolidada fue más definida pues se suspendió casi absolutamente el pago de los intereses. El precio de los vales bajó del 50 por 100 al 20 por 100, y el de los cupones, de la par al 10 por 100.
+Con estos datos, y no haciendo cuenta alguna de las expropiaciones que correspondieron a Bogotá durante la guerra, en común con el resto de la República, la ciudad perdió más de un millón de pesos por la depreciación de la deuda. Si a esto se agrega que el Gobierno provisorio puso en circulación enormes cantidades en billetes de tesorería que se daban en pago de servicios, la mayor parte prestados por personas residentes en Bogotá, y que esos billetes no pudieron jamás valer sino en razón de los insignificantes fondos aplicados para su rescate y de la ninguna confianza que se tenía en la estabilidad y en la probidad del Gobierno, el daño infligido a esta ciudad aparecerá más grave y más excepcional.
+Los síndicos y tesoreros de los establecimientos públicos se vieron poseedores de gruesas sumas en billetes a la vez que los enfermos se morían de hambre, los colegios se cerraban, los depositarios de la caja de ahorros gritaban: ¡Robo!, etcétera, etcétera, etcétera.
+¿No había de acelerarse la aparición de la miseria con tan grandes como inmerecidas pérdidas? ¿No había de cundir la inmoralidad cuando se daban órdenes para cancelar las hipotecas sin estar cubiertos los créditos que ellas aseguraban, y para no admitir los cupones de los vales dados en prenda?
+En las épocas calamitosas, y especialmente al terminar una guerra, cuando los capitales han sido consumidos improductivamente y la industria tiene que reorganizarse, los Gobiernos no pueden fundar cálculos para cubrir sus deudas sino en el porvenir, que siempre promete la paz aunque no sea muy fiel a sus promesas. El presente no ofrece en tales casos sino miseria. De aquí nace que los Gobiernos que han querido tener crédito y dar buen ejemplo a sus súbditos se han esforzado en obtener la consolidación de sus deudas, y para conseguirlo, sin emplear la violencia, han empezado por asegurar el pago de los intereses. El capital produce al acreedor lo que legítimamente podía esperar de él como renta, y en cuanto al valor del fondo la paz promete restablecerlo. Inglaterra pudo sostener con este sistema la guerra contra la independencia de los Estados Unidos y enseguida contra la dictadura de Napoleón en Europa. William Pitt fue tan hábil financista como firme y enérgico político. La renta inglesa al 3 por 100 vale nueve veces tanto como nuestros bonos, a pesar de que se cuenta por miles de millones.
+Cuando se prefiere el sistema de flotantizar las deudas, ellas pesan sobre los recursos ordinarios e imposibilitan la acción del Gobierno. Ningún servicio se paga con puntualidad ni se presta con gusto o con esmero, y todo se vuelve confusión, embrollo y descrédito. Este sistema está condenado entre nosotros por la experiencia desde 1840 hasta hoy, y es bien extraño que en una nación en que se ensayan todas las novedades, por extravagantes que sean, no se introduzca una práctica que se apoya en el buen sentido y en los buenos resultados. Pudiera aun creerse que los que preconizan semejante sistema son agiotistas interesados en hacer bajar el precio de los documentos para especular con ellos, si no fuera porque aquí se da esa calificación a las clases que precisamente están ahora excluidas de los Congresos y las Legislaturas.
+Aun en las épocas en que la propiedad de las clases atacadas y vencidas por una revolución se arroja como botín de guerra a los vencedores para cambiarla por los títulos de la deuda pública, los bienes rematados no alcanzan a saciar los apetitos y aquella se deprecia, llámense los documentos asignados bonos o como se quiera. Y eso es natural. Sean cuales fueren los vicios que se aleguen contra la propiedad de los despojados, esta, por lo menos, está aliada con principios de legítima adquisición y ofrece también riesgos a los compradores, porque las viejas instituciones, y los intereses que han creado, no mueren de repente ni sin resistencia. Los que tienen capitales disponibles buscan en su mayoría colocaciones sanas y seguras, y no entran a competir con aquellos en quienes el instinto de adquisición es menos escrupuloso y menos tímido, y puede asegurarse que la mayor masa de capital no está en las manos de estos últimos. Aun sin atender a estas circunstancias, debe reconocerse que la industria humana distribuye sus medios de conformidad con sus necesidades; de manera que cierta masa de capitales está fijada en objetos determinados, y otra circula para atender a la movilidad incesante de la riqueza durante su distribución, consumo y reproducción. No puede una sociedad sustraer de repente una gran masa de capitales de sus naturales y acostumbradas aplicaciones, y cuando eso llega a verificarse, aparecen las crisis de diversas especies como castigo impuesto a la imprudencia o a la violación de las leyes industriales.
+Si el actual Congreso expidiera una ley ofreciendo, bajo condiciones razonables, vales de renta sobre el tesoro al 6 por 100 en cambio de todos los documentos de la deuda flotante vieja y nueva, de los cupones de la renta no pagados, y de toda la deuda de tesorería, creemos que el monto total de la deuda consolidada no alcanzaría a $ 12.000.000, comprendidas varias reparaciones imprescindibles, tales como la devolución de las dotes de las religiosas exclaustradas. Ese capital, concluidos que fueran los remates de la existencia en bienes desamortizados, y hechas las compensaciones a que da lugar la subrogación del tesoro en los censos que se ha apropiado, podría quedar reducido dentro de un año a seis u ocho millones de pesos, cuyo interés no alcanzaría a $ 500.000.
+Limpiada la situación de todas las deudas que serían consolidadas, el servicio de la deuda nacional interior y exterior se haría con $ 1.000.000, y el de los demás departamentos de gastos, inclusives $ 400.000 para el Ejército y ¡$ 250.000 para las pensiones!, no pasaría de $ 1.500.000. Esto se podría demostrar.
+El presupuesto de rentas, calculando el producto de las aduanas, desde 1868, en $ 1.500.000, y sólo en $ 600.000 el de las salinas, cubriría todos los gastos.
+Asegurado así el equilibrio, no habría el menor riesgo en devolver a los cupones de la renta al portador las mismas ventajas que se le dieron cuando se creó. Aun entra en nuestros cálculos la reducción gradual del precio de venta de la sal, partiendo del de 5 reales arroba, hasta que, reducido al que tendría en libre competencia bajo un régimen de libertad, se pueda extinguir el monopolio sin inconveniente alguno. Dos causas hay para esperar que esa reducción no turbará el equilibrio de los presupuestos. La primera es el aumento natural de los consumos que estimulará la baja del precio, pues aunque no podamos aumentar la sal que condimenta nuestros alimentos, tenemos centenas de miles de animales que la tomarían con gusto, y muchos otros usos que darle en la agricultura, las minas y las artes. La segunda es el aumento de lo que producirán las aduanas a medida que el comercio se desarrolle y se moralice. A los que duden de esto nos bastará llamarles la atención a los efectos instantáneos que produjo la reforma que con otros amigos elaboramos y sostuvimos en 1864, la cual, adoptada por el Congreso y planteada con celo por la administración Murillo y por buenos empleados, empezó a producir $ 500.000 más por año. Cesando las causas que han abatido nuestra exportación y mantenido elevado el precio de las telas de algodón, que forman la base principal de nuestras compras en el exterior, las aduanas producirán fácilmente $ 2.000.000 no muy tarde.
+El monopolio de la sal debe caer. El hacha volverá a penetrar pronto en el viejo tronco de la Colonia. No perdemos la esperanza de descolgar otra vez la nuestra, y entretanto le untamos de cuando en cuando aceite.
+*
+La desamortización es el hecho que ofrece más variados aspectos para los que quieran estudiarlo. Cuestiones de legislación universal, cuestiones sociales, religiosas, morales, políticas y financieras surgen de ese hecho con sólo enunciarlo. El general Mosquera, ansioso más de fama que de gloria, quiso asociar su nombre a esa medida sin pararse en cuál de las dos cosas le atraerían los medios que empleara y las circunstancias en que debía verificarse.
+Aquí debemos concretarnos a los hechos más ligados con nuestro tema, prescindiendo de las cuestiones de propiedad, sucesiones, derecho de asociación, libertad de cultos y otras que sólo se relacionan con la causa de las víctimas, que deben conformarse con la famosa y lacónica teoría de Brenno. Con todo, no podemos vencer el antojo de comparar el espíritu del decreto de 9 de septiembre con las palabras libertad y soberanía de los estados que hasta el 18 de julio por la mañana se alcanzaban a ver escritas en la bandera triunfante.
+Los estados tenían u su cargo la legislación civil. Ella es la que determina cómo se pueden adquirir y poseer bienes; cómo se trasmiten estos por sucesión; cuándo, cómo y para qué pueden asociarse los ciudadanos; qué facultades tienen los municipios etcétera, etcétera, etcétera. El Partido Liberal estaba ronco de proclamar en alta voz que las libertades comunales y municipales son una buena base para fundar gobiernos libres, y había arrancado, una a una, esas libertades al centralismo hasta consignarlas en la constitución de 1853, que dio nacimiento a la federación cinco años después.
+El decreto fue dictado por un hombre que ejercía de hecho el poder supremo de la nación, y declaró que las entidades llamadas manos muertas, los distritos, las ciudades, etcétera, quedaban separados de la posesión de sus bienes por ser inhábiles para manejarlos. La renta que se les ofrecía no se fijó por el avalúo de los bienes, ni mucho menos por su producto en venta, sino sobre la base de los arrendamientos y demás contratos existentes. Las comunidades religiosas fueron después suprimidas por el delito de no confesar que estaban bien ocupados sus bienes. El producto de estos se aplicó a la amortización de la deuda nacional.
+Considerada la desamortización como negocio, ella presenta dos fases:
+1.ª La relación entre los beneficios obtenidos por haber pasado a manos de particulares los bienes de las comunidades y los sacrificios que ha impuesto a la riqueza pública la guerra que se originó por la persecución contra el clero y los católicos exaltados. Si los bienes valían diez millones y por estar en manos inhábiles sólo rendían el 4 por 100 anual, y si este se duplicara por efecto del cambio, las ventajas de la operación quedarían reducidas a una renta adicional de $ 400.000. Mas habiéndose destruido varios millones por la guerra, los cuales también producían renta, las dos rentas, cuando menos, se compensan y queda sólo la pérdida del capital destruido.
+2.ª La proporción en que vino a repartirse el gravamen entre los estados. Los bienes se han destinado a amortizar la deuda: luego en realidad sólo se trata de saber en qué proporción ha contribuido la riqueza de los diferentes estados a la amortización de una deuda que les era común. La responsabilidad de los estados para con los acreedores es proporcional a su riqueza y población, en tanto que la cantidad de bienes y valores desamortizados no estaba sujeta a los mismos términos de comparación, pues ella dependía de causas enteramente extrañas a ellos, llámanse fanatismo, preocupaciones o como se quiera. La Constitución no estableció la responsabilidad en proporción al mayor o menor grado de devoción que hubiera habido o que existiera en los estados. Con todo, esa fue la base adoptada, como lo demuestra el siguiente cuadro del valor de los bienes inscritos en el registro de la desamortización, deducidos los que por diversos motivos han sido devueltos:
+Ciudad de Bogotá
+$ 4.036.617
+Estado de Antioquia
+$ 776.199
+Estado de Bolívar
+$ 555.402
+Estado de Boyacá
+$ 1.033.530
+Estado de Cauca
+$ 1.525.355
+Estado de Cundinamarca
+$ 619.920
+Estado de Magdalena
+$ 85.962
+Estado de Panamá
+$ 625.634
+Estado de Santander
+$ 482.804
+Estado de Tolima
+$ 511.585
+Véase con qué desigualdad ha pesado la expropiación decretada sobre los estados: Bogotá ha pagado casi tanto como toda la República. ¿Cómo se atreven, pues, los intrigantes a persuadir a los incautos obreros de la ciudad que es el general Mosquera quien más ha hecho y se propone hacer por su bien? ¿No es evidente que Bogotá ha tenido que invertir más de cinco millones de pesos en comprarle al Gobierno todo eso que era de bogotanos?[11]. ¿De dónde, si no es del capital circulante bogotano, han salido esos cinco millones? La credulidad de los pueblos ha sido en todo tiempo la más rica mina de los parásitos.
+Al enorme desembolso hecho por los habitantes de la ciudad para recuperar las propiedades que pertenecían a los vecinos despojados, debe agregarse más de un millón de pesos invertido desde 1863 en mejoras, casi todas urbanas y de lujo o de comodidad. Los tontos ven tan sólo las casas refaccionadas y se complacen en contemplar la simetría que ha reemplazado al mal gusto de la arquitectura morisca, alabando la sabiduría de una medida que ha embellecido la ciudad, mas no ven los gruesos capitales que se han sustraído de la circulación, y aunque muchos sienten los efectos en el estómago y en los remiendos del vestido y del calzado, se hallan bien lejos de comprender los efectos de la prestidigitación aplicada a las finanzas. La sustracción de un capital relativamente enorme no ha podido efectuarse sin restringir la actividad de las industrias y la consiguiente ocupación de los obreros.
+Consuélanse muchos con la idea de que se ha postrado al clero y dádose al fanatismo el golpe de gracia. Mas, suponiendo que tales resultados se hubieran alcanzado, ¿cuánto no ha perdido la causa liberal en todos los corazones rectos y humanos, cuando se traen a la memoria los medios inicuos que se han empleado para llegar a los fines? Esas escenas de febrero de 1863, en que se veían salir las religiosas de sus tranquilos claustros casi a culatazos, ¿podrán afirmar las doctrinas que predican la libertad y la tolerancia? Esa obstinación en negar a la desgracia de tantas señoras algún ligero alivio para sus necesidades físicas, ¿podrá inculcar en los pueblos el sentimiento humanitario? Los que votan grados militares y pensiones como quien tiene a la mano los tesoros de la Providencia, ¿han siquiera averiguado a qué extremo llega la miseria de las señoras a quienes niegan la devolución de sus dotes y un asilo para llorar?
+Sin duda que los resultados de la última guerra dejarán una lección útil al clero católico. Grueso es el pecado que llevan a cuestas los que pusieron «El Catolicismo» y la influencia de los curas al servicio de un partido, como lo es el de aquel que desde 1842 pensó en traernos jesuitas. El clero nacional es el llamado a suavizar con las doctrinas del evangelio las asperezas de una civilización que brota al empuje de fuerzas múltiples, en apariencia desordenadas pero en definitiva fecundas. Para esto necesita extender algo más sus estudios y dotar su espíritu con los instrumentos propios para el combate diario que se libran las creencias y las ideas. Si de los púlpitos es que han bajado las doctrinas que cierran al rico las puertas del cielo, y las que responden al pobre del sustento que la Providencia prepara gratis a todas sus criaturas, necesario es que las nociones económicas, que difunden el conocimiento de las leyes dictadas por Dios a la industria, bajen también a restablecer la buena armonía entre las clases de la sociedad, hoy agitadas por la envidia y la desconfianza. Que vean los proletarios extraviados que los preceptos 7.º y 10.º del decálogo presuponen riqueza creada por el trabajo, y que mal pudieron avenirse el hurto y la codicia con el calificativo de pecado si este fuera también la fuente de los bienes de fortuna. Que los curas enseñen al labriego ignorante, al obrero informal, al pobre desaseado, al gamonal egoísta, que no se llega a la perfección moral y física si se descuidan la limpieza y el orden en las habitaciones y en las personas, la mejora de los cultivos, la puntualidad y constancia en el trabajo, el fomento de las escuelas, la composición de los caminos y tantas otras cosas que salen en apariencia de los límites del catecismo: esa, y no la de amplificar antievangélicamente la parábola del camello y el ojo de la aguja, es su verdadera, su cristiana obligación.
+La civilización y el catolicismo, la libertad humana y la fraternidad cristiana no son antagonistas: lo decimos con todo lo que hay en nosotros de fe en la verdad.
+En el siguiente artículo procuraremos epilogar lo que llevamos dicho, para que los efectos y las causas de la miseria puedan sugerir a nuestros conciudadanos el deseo, la voluntad y los medios de remediarla.
+[10] El tiempo dirá cuáles de los liberales han sido fieles a la verdadera causa de la libertad y cuáles los que, conservando y aun monopolizando el nombre de liberales, se han pasado a las doctrinas enemigas del derecho humano.
+[11] Decimos que más de cinco millones, porque los bienes se estimaron sacando su valor de la renta que producían, calculada al 6 por 100, mientras que ella no alcanzaba al 5 por 100 del capital.
+HEMOS REVISADO LOS PRINCIPALES accidentes a que el desarrollo de las facultades humanas ha estado sometido en esta sociedad hasta llegar a su situación actual, que es la miseria. La guerra intermitente y la permanente inseguridad son los dos hechos más característicos de esa situación, que es la obra común de los partidos políticos, sean cuales fueren los títulos que cada uno de ellos alegue para eximirse de la responsabilidad que le corresponde. Nuestro ánimo ha sido proceder científicamente, esforzándonos en no ver sino los hechos tales como son y averiguando sus causas y sus efectos, sin cuidarnos de la impresión favorable o desfavorable que el resultado del análisis haya de producir en los actores políticos. Tanto peor para ellos, si en las causas del mal reconocen su intervención: tanto mejor para la sociedad si conociendo esas causas se esfuerza en no dar el apoyo de la opinión sino a las que deben producir el bien. Tal ha sido nuestro objeto.
+De 1810 a 1821 se trató únicamente de conquistar la independencia. En 1821 se empezó, o se quiso empezar la transformación de la Colonia en República, pero la guerra había creado la arbitrariedad, encarnada en los libertadores, y la mancomunidad del peligro nos llevó a lidiar por la causa común más allá de las fronteras de la vieja Colombia. Los nuevos laureles y la guerra que nos hicieron los aliados, apenas el español dejó de oprimir con su planta la tierra americana, fortificaron el poder del militarismo, y los libertadores quisieron convertirse en opresores. Las primeras luchas intestinas tuvieron por principal objeto combatir la arbitrariedad y establecer la legalidad. Bolívar y Santander descuellan en esa primera época de la Regeneración, que terminó en 1840: el primero debió la grandeza a su genio; el segundo a sus principios, y como el mérito de los hombres no se mide por la grita de los partidos que los apoyan sino por la magnitud de la obra que cumplen, Bolívar tuvo el de simbolizar la independencia, Santander el de simbolizar la legalidad. Después de ellos, y sin querer ofender la modestia de nadie, nada ha habido aquí de verdaderamente grande sino las ambiciones y el flujo por hacer viso.
+Hasta 1840 se buscó en la legalidad una valla que oponer a las pretensiones del militarismo. Fue desde que terminó aquella lucha, casi anónima, que las verdaderas cuestiones sociales y políticas aparecieron, y que los partidos naturalmente emanados de la situación se organizaron formulando sus programas.
+El conservador, que duró diez años buscando su nombre, enunció las doctrinas que iba a profesar, al iniciarse la administración Herrán. El secretario de lo Interior decía en su informe de 1842 al Congreso, poco más o menos lo siguiente:
+El objeto de la revolución fue conquistar la independencia y fundar la libertad. La libertad no es inherente a las formas. Un pueblo es libre cuando se le permite hacer lo que apetece y no se le obliga a ejecutar lo que le repugna, es decir, cuando las reglas que lo rigen se conforman a sus necesidades, sus hábitos y sus deseos. Las instituciones libres de otros pueblos, trasplantadas al nuestro, no tienen enlace con sus costumbres, sus creencias y sus ideas: en realidad las han contrariado y las violentan. Esas instituciones las han juzgado buenas los reformadores por estar de acuerdo con las opiniones de los sabios; pero el pueblo las ve con indiferencia o con repugnancia, de lo que provienen su inercia y su sordera al llamamiento de los gobiernos cuando luchan con las sublevaciones
+Estas doctrinas, entendidas literalmente, tenían que conducir al partido que las adoptase a servir de rémora en la marcha de la Colonia hacia la República, sin ofrecer las ventajas de una resistencia moderada y saludable a las reformas que tenían que surgir necesariamente en cierto desorden y con no poca precipitación en ocasiones. Esto no permitió que las reformas se efectuasen por transacciones, fruto de la tolerancia, en que la libertad va siempre ganando terreno, y que permiten a los partidos funcionar en medio de la paz, como en Inglaterra, en Bélgica y en los Estados Unidos[12].
+Decir que un pueblo es libre cuando puede ejecutar lo que apetece y no se le obliga a ejecutar lo que le repugna, es presentar incompleta la cuestión. Si los hábitos son inmorales, las creencias erróneas o supersticiosas, o los deseos inmoderados, la libertad de semejante pueblo podría ser la de los antropófagos. Las instituciones no deben poner la fuerza de la sociedad sino al servicio de creencias, hábitos, necesidades y deseos buenos, es decir, conformes con el derecho que Dios ha concedido a todos los hombres para ejercitar sus facultades en el sentido del bien.
+La Colonia comprendía muchos de los buenos elementos de la civilización cristiana, pero con ellos estaban confundidas no pocas instituciones opuestas al derecho humano, las que forzosamente debían extirparse para fundar la libertad sobre el derecho de todos. Resistir las reformas que hubieran de afectar los elementos buenos era, sin duda, la misión natural del partido que quería ser conservador; como atacar la existencia de los hechos malos, es decir, los que limitaban o destruían derechos, era la del partido que quería merecer el nombre de liberal.
+La influencia recíproca de las leyes en las costumbres y de las costumbres en las instituciones ha sido siempre y continúa siendo lo que desorienta a todos los partidos políticos, que olvidando frecuentemente que la raíz de los males sociales ha sido la ignorancia de los pueblos explotada por la fuerza de los privilegiados, han solido olvidar también que el progreso en la civilización no consiste, en definitiva, sino en la extensión de las luces y de los derechos.
+En cualquier época en que se quiera formar el inventario de la civilización, sea de un siglo o de un pueblo, se encontrarán muchas verdades y muchos errores dominando los espíritus, y numerosos intereses parásitos o despojadores adheridos todavía a los derechos conquistados, formando el conjunto heterogéneo, de las costumbres y las leyes. Las leyes son siempre el resultado de las creencias y de las costumbres, porque los hábitos morales de que estas se componen, apoyados en las creencias que los justifican o que los disimulan, desarrollan intereses que buscan en las instituciones la aquiescencia y la sanción popular. Para reformar las instituciones, es decir, para luchar con los intereses dominantes, es preciso crear primero el convencimiento de que los hábitos en que ellos se fundan son malos, porque sin esto continuarán sobreponiéndose como la sagrada herencia del pasado, como la verdad comprobada por la experiencia. Implantar nuevas instituciones, por buenas que sean, en una sociedad cuyas creencias y cuyos hábitos no estén preparados para apoyarlas con la sanción popular o con la fuerza de una opinión poderosa, es una tarea vana y relativamente perjudicial, porque la tentativa, una vez que se haya frustrado, desacredita en cierto modo las reformas y los reformadores.
+Es también necesario distinguir entre los reformadores y los liberales: no toda reforma es un progreso, el cual consiste siempre en extender el dominio del bien, mientras que la reforma puede tender a la extensión o a la creación del mal. Si la reforma no cuenta con el apoyo de la opinión, si choca con intereses todavía predominantes, entonces hay que emplear la violencia para plantearla y pueden justificarse las opiniones de la Memoria de 1842. El tino del reformador está en escoger el momento en que los intereses atacados están minados en las creencias y en los hábitos, sin dejarse alucinar por la gritería de los privilegiados. Las instituciones pasan enseguida a fortalecer los hábitos y las creencias, dándoles el apoyo material del Gobierno.
+Esto explica por qué el Partido Liberal ha sido tan irresistible cuando ha atacado las instituciones coloniales que estaban en pugna con las creencias y costumbres nuevas, y por qué ha encallado cuando sus doctrinas han estado en oposición con aquellas[13]. Los monopolios y la intolerancia religiosa cayeron para siempre, de manera que la libertad de industria y de conciencia son hechos casi universalmente aceptados, elementos nuevos de paz, en tanto que las doctrinas socialistas enemigas de la propiedad, que algunos utopistas han querido convertir en instituciones, no han producido sino la guerra, la descomposición del Partido Liberal y su inminente descrédito si no vuelve sobre sus pasos.
+El contrario proceder, es decir, la resistencia tenaz a las reformas, fundada en un respeto exagerado a las creencias, hábitos e instituciones de la Colonia han convertido al Partido Conservador en testigo actuario de la obra del progreso, diciendo a todo ¡no!, para acabar aceptando la mayor parte de los hechos de su contrario. La historia de Colombia será la del liberalismo.
+Si esta diversidad de ideas y de tendencias conduce naturalmente al antagonismo, los malos elementos cuyo desarrollo hemos ido presentando en los anteriores artículos, han conducido a la guerra. El militarismo, la empleomanía, la ignorancia y los errores populares, la estrechez artificial de las sendas de la industria, etcétera, obrando con la fuerza de un cuerpo que se lanza por un plano inclinado, han ingresado en la formación de los partidos junto con las aspiraciones y tendencias naturales que la situación les dictaba. Nuevos hábitos han aparecido, y con ellos nuevas costumbres. El sufragio ha sido una mentira y un arma envenenada de que todos los partidos se han servido. De aquí el que no haya una opinión bastante vigorosa que se atreva a condenar y a llamar por sus nombres las fechorías de los intrigantes y las inconsecuencias de los hombres y de los partidos. El interés de estos se ha sustituido al de la patria, cuyos intereses permanentes desaparecen ante las pretensiones de los bandos. La impunidad ha venido a dar su máximum de fuerza a las pasiones desenfrenadas, habiéndose llegado hasta el extremo de que la legislatura de un estado, a la vez que abolía la pena de muerte, expedía un indulto general para todos los delitos comunes. Los parásitos han concluido por supeditar a los hombres laboriosos de todas las clases y de todos partidos en la dirección de los negocios públicos, y reducida para ellos la patria a los empleos, a las tesorerías, y a las sentencias obtenidas por la mancomunidad de los intereses de bandería, su base de razonamiento ha dejado de ser la moral para sentar con impudencia la máxima de apoyar cada cuál a su partido con razón o sin ella.
+¿Qué hacer para que la paz surja de la actual situación de manera que sea sólida y durable? Aquí nos aguardarán la mayor parte de los lectores que hayan tenido la paciencia de seguirnos por el laberinto de los hechos que hemos ido presentando, y no faltarán acaso algunos que esperen una de esas recetas con que los empíricos pretenden curar todos los males. Si esto sucediere, indudablemente habremos encallado en nuestro camino: no habremos sabido presentar en toda su verdad, en toda su extensión y su terrible intensidad las causas que nos hacen profundamente miserables. El mal es moral, social y político: la capacidad del médico tendría que igualar con el tamaño de las dolencias que abruman a esta postrada sociedad.
+Si la guerra ha sido obra de los partidos, preciso es procurar que ellos se organicen y obren para producir la paz. Los partidos son necesarios, naturales en la vida de las sociedades, y cuando saben desempeñar su legítima misión, evitan que los intereses oprimidos estallen produciendo revoluciones. Mas ¡cuán lejos están nuestros partidos de desempeñar las funciones de válvulas en estas grandes máquinas de dar seguridad que se llaman Gobiernos!
+Los sufrimientos sociales no pueden venir sino de los malos hábitos morales y de las malas doctrinas que la opinión tolera y deja permanecer en las costumbres o en las instituciones; culpable tolerancia, que es también el origen de los partidos bárbaros y de la influencia de los hombres corrompidos. Condenar esos hábitos y esas doctrinas, haciendo sentir sobre los hombres que los tienen y profesan el peso de una sanción moral inexorable, vigorizada con la sanción legal, es el medio infalible de extirparlos y de hacer que aparezcan y dominen los hábitos y las doctrinas que les son contrarios.
+No basta que uno de los partidos se llame defensor de la moral, si abriga en su seno infinidad de hombres que desmienten con sus hechos las doctrinas que predican. Lo indispensable es que los partidos se regeneren, y esta no es obra de ellos sino de la sociedad entera. Es ella la que se divide en hombres malos y hombres buenos, y aunque aquellos siempre se agregarán a los partidos, estos son los más en una sociedad aún no degradada, y estarán en mayoría.
+El hábito no hace al monje. El partido defensor de una institución que limite algún derecho, que consagre algún abuso, atacará en definitiva la moral, aunque esta palabra esté inscrita en su bandera. El partido que prive de hecho a su adversario de las garantías constitucionales podrá decirse liberal, mas todo hombre que sepa el significado de esa palabra lo llamará opresor.
+Entre las causas de la perversión de nuestros partidos deben contarse los fraudes eleccionarios y la aplicación al manejo de los negocios públicos de doctrinas y prácticas que nadie confesaría que aplica a sus asuntos privados. El hecho de adulterar el sufragio popular se ha considerado como un mérito para con los partidos, como prueba de entusiasmo por la causa, o cuando menos, como una viveza y una jugarreta hecha al enemigo. La tolerancia o el disimulo de la sociedad y el aplauso de los respectivos interesados[14] no sólo han propagado el hábito de cometer fraudes en el sufragio, sino que se ha convertido en oficio o profesión. Cada pueblo tiene una media docena de fabricantes de votos falsos o de registros nulos, de manera que los directores de los partidos acuden a ellos como quien va donde el zapatero por zapatos. La moneda que tales hombres suelen exigir en pago de sus servicios consiste en obtener la absolución en los procesos criminales que alguna vez se les siguen, o a falta de esto en adquirir la alcaldía de su pueblo. Hoy, la profesión ha hecho progresos en el lucro, y ya asoman en destinos de importancia los falsarios.
+Llamar las cosas por sus nombres y hacer sentir a los que las practican el peso de la execración pública es, sin disputa, el medio más eficaz para remediar el mal. Los hombres realmente pervertidos difícilmente volverán al buen camino, pero una infinidad de personas, especialmente los jóvenes, a quienes la opinión pública no ha sabido hacer comprender su extravío, volverán sobre sus pasos. El fraude eleccionario debe atraer a quien lo perpetra el renombre de FALSARIO, y como el crimen de falsedad, debe conducir al presidio; lo que se ha de ver, en vez del entusiasta y el vivo, es el PRESIDIARIO, sea que entre a una tertulia, a un taller, a un juzgado, una tienda o se arrime a un corrillo. Si uno de esos presidiarios impunes invita a una señorita a danzar, debe ella saber que danzará con un presidiario y que los circunstantes entre quienes estarán sus padres y hermanos, la verán danzando con un presidiario.
+Del mismo modo, el hombre que como legislador, administrador o funcionario se conduzca en el manejo de los negocios públicos por doctrinas o principios que no se atrevería a confesar en sus negocios privados, debe llevar el nombre que merece. Negar las deudas, desconocer los títulos con que estas se acreditan, alterar las estipulaciones, son hechos que tienen diversos nombres en el lenguaje común, pero que podrían comprenderse todos en el de TRAMPOSO. El legislador a quien la nación encarga la misión de arbitrar los medios de llenar sus compromisos de crédito debe buscar esos medios de la misma manera con que los solicita para sus negocios privados si en ellos es guiado por los principios de la moral. Al adoptar medios opuestos a la moral como legislador, preciso es inferir que esos son los que está inclinado a preferir para sus propios negocios, o que mira con desprecio la honra de su comitente. Pudiéramos seguir la nomenclatura de todos los hábitos morales —inmorales— que se han ido introduciendo en nuestras costumbres políticas, que son por sus efectos esencialmente malos, y aplicarles los nombres que les corresponden, pero cada cual los conoce y nos extenderíamos demasiado.
+Además de la sanción moral se necesita que todas las clases trabajadoras se persuadan de la necesidad de ocurrir a las votaciones públicas, sin desalentarse por los primeros fraudes de que sean víctimas, porque es seguro que esos serán los últimos. Cuando la opinión pública se compacta y obra, su fuerza es irresistible y, por lo mismo, rara vez tiene que emplear la violencia.
+Las clases parásitas, apoderadas del sufragio, tendrían que ceder el puesto a las trabajadoras, y estas empezarían la regeneración de los partidos llevando a los puestos públicos hombres honrados ante todo. Con hombres honrados, aunque tengan creencias o profesen doctrinas erróneas en una que otra cuestión, hay esperanza de avenimiento por medio de la discusión. La tolerancia de opiniones podrá ser un hecho, y las discordancias de los partidos se arreglarán por transacción. Los partidos plantearán fielmente sus doctrinas y las instituciones quedarán de acuerdo con los programas. Verán los pueblos que toda la política no es un engaño y sentirán la necesidad de apoyar a los Gobiernos contra las sublevaciones, las cuales morirán en germen, porque es la impunidad que establecen la debilidad de la ley y la mala fe de los gobernantes lo que les permite adquirir fuerza y extensión.
+Seguiráse necesariamente que no sólo el Gobierno sino los partidos mismos quedarán bien organizados, pues se hallarán a su cabeza los hombres más respetables. La prensa dejará de ser violenta y embustera, o por lo menos tendrá órganos que las clases trabajadoras acatarán, dejando sin suscriptores las publicaciones de los parásitos. Es cosa graciosa que siendo la prensa uno de los medios más poderosos que estos emplean para preparar los trastornos, el gasto lo sufraguen voluntariamente los que deben ser las víctimas. En vez de cometer esa tontería, es tiempo de promover la creación de periódicos que sean órgano de los intereses industriales, que a la vez sostengan las doctrinas verdaderamente progresistas, y que apoyen con sus aplausos y con sus oportunas y moderadas censuras al Gobierno que se establezca, sin pararse en nombres.
+Sin duda que las formas, las instituciones políticas son el complemento necesario de las civiles. Nuestras constituciones, dando por sentado que se hayan expedido todas con buena fe por los partidos dominantes al tiempo de su expedición, contienen casi todas las conquistas hechas por la causa del derecho, y bastaría que fueran ejecutadas con honradez para que produjesen el bien. Aun la de 1863, que sea por falta de claridad en muchos casos o porque toda institución nueva, como sucede con la federación, tiene que luchar largo tiempo antes de adaptarse a los hábitos ya creados o de completar la fuerza que aún falte a los que la han producido; la Constitución de 1863, decimos, puede servirnos por largos años si en la práctica las relaciones de los estados entre sí y con el Gobierno general son dirigidas por la buena fe y el patriotismo. Las leyes pueden corregir muchos de sus defectos, especialmente los que permiten la expropiación de las personas y de los bienes por actos especiales, no aplicables a la vez a todos los estados y a todas las clases de la sociedad. La expropiación para empresas u obras de utilidad pública, no considerando como empresa u obra útil el levantamiento armado del Gobierno contra los ciudadanos —violación de la constitución y de las leyes— o el de estos contra el Gobierno, es la única que se pude aplicar a casos especiales. Al impuesto y al empréstito voluntario corresponde proveer a las demás necesidades.
+Cualquier época es buena para empezar una obra tal como la regeneración de los partidos, pero la presente es la más oportuna. El 23 de mayo ha puesto fin a la revolución, no a la que viene desarrollándose desde 1810 en el sentido de la libertad, sino a la de 1860, que ha obtenido su objeto confesado y confesable: la soberanía de los estados, definida, como se deseaba, en la Constitución. La persona que más obstáculos oponía a la acción expedita de las instituciones responde hoy de su conducta ante la nación representada por sus jueces; los partidos andan desorientados y entran en descomposición; dos hombres de bien son los candidatos entre quienes van a dividirse los votos para presidente de la República, y cualquiera de esos dos hombres que se sienta apoyado por la parte sana de la sociedad, que es la mayor, y rodeado por los mejores hombres de su partido, contribuirá poderosamente a cimentar la paz. Se puede asegurar que el general Acosta entregará este tesoro a la administración que sucederá a la suya, si todos los que se interesan por el bien permanente de la patria lo apoyan eficazmente, como la única esperanza de salvación que nos queda después de un viaje por mares agitados por la tempestad, y con un piloto que ha sido preciso bajar a la cala del buque para escapar del naufragio.
+Se debe producir la paz para restablecer la seguridad. Bajo su égida desaparecerá la miseria al empuje de las fuerzas unidas y armónicas de la inteligencia, el capital y el trabajo.
+Si el lector lo permite, concluiremos a estilo de proclama:
+¡TRABAJADORES! Defendeos de los parásitos: pesad con vuestra sanción sobre el fraude y los malos hábitos políticos; no alimentéis con vuestras suscripciones el periodismo inmundo; regenerad los partidos con vuestra acción directa; haced que ellos purifiquen sus doctrinas; ocurrid a las urnas del sufragio; asead todas las asambleas, magistraturas y oficinas públicas de toda clase; uníos en torno del DERECHO y defendedlo.
+¡PARÁSITOS! «Respetad a los trabajadores, no sólo por obligación moral sino por cálculo»: acordaos de la gallina de los huevos de oro.
+¡COLOMBIANOS! La anarquía nos invade: ella arroja sobre los pueblos las pasiones desencadenadas, más destructoras que las lavas de nuestros volcanes: ¡salvaos!
+¡CIVI, CIVI, VESTRA RES AGITUR!
+AQUÍ DEBIÉRAMOS TERMINAR, MAS, HABIENDO QUERIDO CONTRAERNOS EN LO POSIBLE A LA SUERTE DE BOGOTÁ, NOS FALTA HABLAR ALGO SOBRE LOS SENTIMIENTOS Y LAS ASPIRACIONES DE MUCHOS INDIVIDUOS DE LAS CLASES TRABAJADORAS, QUE SE HAN QUERIDO HASTA HOY LLAMAR PUEBLO, y a quienes conviene decir la verdad, tal como es, para que vean claro en su situación y no confíen en promesas engañosas, siempre fallidas, sino en la paz fundada en la libertad y el orden, que abre campo al trabajo y asegura sus frutos.
+[12] La guerra en este último país ha sido realmente entre dos pueblos enemigos demarcados por el territorio, las costumbres y las instituciones. En todas las cuestiones no relacionadas con la esclavitud, los partidos han luchado durante cerca de un siglo, en medio de la paz y por el sistema de los compromisos.
+[13] Decimos que ha encallado porque algunos de sus últimos triunfos serán vistos por la historia como otras tantas derrotas sufridas por la causa de la verdadera libertad.
+[14] Es cierto que todos ellos han clamado contra los fraudes de sus contrarios, pero no tenemos noticia de que algún partido haya protestado contra los que ejecutan sus copartidarios, o que haya expulsado a estos de sus filas.
+AL ESTUDIAR LAS MANIFESTACIONES y causas de la miseria en Bogotá no se puede prescindir de prestar una seria atención a la parte que en ella corresponde a varias clases de artesanos, sea como primeras víctimas de la pobreza que ha sobrevenido, sea como agentes auxiliares de la inseguridad que con sus opiniones y sus actos vienen a reforzar.
+En muchos de los obreros de ciertos oficios, principalmente los de sastrería, zapatería y talabartería predomina una fuerte antipatía contra las clases más acomodadas, a cuyo egoísmo atribuyen la penosa situación en que se encuentran, y un odio reconcentrado contra todo el que se llame gólgota o radical, porque el partido que lleva ese nombre luchó contra la dictadura de Melo en 1854 y se opone a las ideas de protección en favor de los artefactos nacionales. Las palabras rico, gólgota y protección se han convertido en un talismán que en manos de los ambiciosos les permite disponer a su antojo de centenares de hombres valientes y aguerridos, a quienes sacrifican sin piedad y de cuyas esperanzas se burlan apenas han logrado sus fines.
+La cuestión que llamaremos ARTESANOS DE BOGOTÁ no se ha tratado jamás con franqueza, porque los hombres de partido se han ocupado de ellos sólo para satisfacer ambiciones o ejercer venganzas, nunca movidos por el deseo sincero de ilustrarlos sobre sus verdaderos intereses. El lenguaje de la verdad no halaga las pasiones ni hace concebir esperanzas que no puedan realizarse por medios lícitos y duraderos; en cambio, él presenta los hechos tales como son, y si no siempre logra corregir las malas pasiones, quita a los intereses perturbadores de la armonía el disfraz del derecho o del bien público con que a menudo se revisten.
+Para lograr este objeto nos proponemos averiguar el origen de las ideas y de los sentimientos inspirados a los artesanos, el valor que pueda tener la esperanza de una protección especial de la ley, los efectos que estos hechos producen sobre la riqueza de la ciudad y sobre la condición de los obreros en particular y, finalmente, cuáles son los verdaderos elementos de progreso con que podemos contar. Se comprenderá fácilmente que el espacio de que disponemos en el periódico que da a nuestras ideas una generosa hospitalidad no permite que entremos en largos desarrollos.
+*
+Nuestros partidos han sido siempre implacables y engreídos cuando triunfan, y la vara con que miden es la misma con que son medidos. Las reacciones son por eso violentas, y se suceden sin intermisión porque se engendran recíprocamente, sin dejar nunca a las minorías la representación e influencia legítimas que dan satisfacción a los intereses de que son órgano. La paz es imposible sin la tolerancia.
+La reacción conservadora en 1841 quiso desembarazar la autoridad de fórmulas que creía inútiles o que servían de parapeto a las facciones, y fundar en la moral el prestigio de que deseaba rodearla. La Ley de 28 de abril de 1842 fue una verdadera traición a la República, porque so pretexto de traer misioneros para reducir las tribus salvajes, se propuso entregar la instrucción de la juventud y el hogar de las familias a la influencia del jesuitismo. Pronto quedó este instalado, y con raras excepciones, cada familia tuvo su director espiritual erigido en árbitro del hogar por la delación de los sentimientos íntimos, la desconfianza y la disolución de los afectos; las mujeres entraron a formar sociedades y los hombres congregaciones.
+El Partido Liberal comprendió el peligro y se apercibió al combate. Este ha durado veinte años, y las ruinas del 9 de septiembre de 1861 son trofeos que con igual derecho pueden disputarse uno y otro adversario.
+En una lucha con el jesuitismo se corre el peligro de que las armas no sean todas leales, y por aquel tiempo las doctrinas de los nuevos socialistas franceses vertían su veneno en libros de toda clase, desde el romance hasta la historia. EL JUDÍO ERRANTE de Sue, que asestaba contra el jesuitismo el entusiasmo y el odio que inspiraban los héroes del romance, circuló con profusión y dejó inoculado en los espíritus el virus del socialismo, especialmente en la juventud, siempre más entusiasta que reflexiva.
+La necesidad más premiosa fue arrancar las masas populares a los garfios de ese terrible bonete que invade y domina las casas y los pueblos desde el clavo donde una vez llega a colgarse. Demasiadas armas daba a la propaganda liberal el arsenal de la Colonia, para que fuera necesario ocurrir a las prohibidas del sofisma. La esclavitud, la intolerancia religiosa, las trabas a la libertad de la prensa y a la del trabajo, la centralización administrativa, el reclutamiento y cien abusos más, que aún subsistían, bastaban para mostrar a los pueblos en dónde estaban sus verdaderos amigos y cuáles eran sus verdaderos enemigos[15]. Mas, por desgracia, los programas, las profesiones de fe en que se anunciaba la buena nueva, estaban plagados de doctrinas disociadoras, que los especuladores políticos se proponían aprovechar para el logro de sus aspiraciones.
+A las congregaciones jesuíticas se opusieron las sociedades democráticas, y las ideas y los sentimientos de las clases trabajadoras, que hasta entonces no habían dado abrigo al odio ni a la envidia contra el rico, ni a la esperanza de medrar al amparo de otra protección que la de su trabajo, fueron nutridos con las doctrinas que no dan al derecho otra fuente que la fuerza como atributo de las mayorías. La igualdad, según ellas, no consiste en el reconocimiento ni la defensa de todos los derechos, sin distinción de clases ni de personas, sino en suprimir las superioridades que nacen del trabajo, de la economía, del buen cálculo, de la inteligencia y de las demás fuerzas naturales que tienden a elevar las condiciones. La igualdad de derechos ha de ser la igualdad de goces; en el banquete de la civilización nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguno carezca de lo necesario: tal es el resumen del evangelio socialista, no obstante que nadie como sus apóstoles busque con tanto ahínco las fruiciones del lujo, sin cuidarse de averiguar lo que les pasa a los catecúmenos.
+El Partido Liberal triunfó en 1849. Lo bueno que contenía su programa pudo plantearse, como era natural, pero las doctrinas socialistas y las promesas hechas a las democráticas no podían cumplirse. Las disensiones estallaron; los jóvenes alucinados comprendieron que su generosidad y su entusiasmo habían estado en parte al servicio de errores y quimeras; los conatos, para obtener una ley agraria, sólo atrajeron confusión; la protección no aparecía; los artesanos se creyeron chasqueados, y los ambiciosos comprendieron el partido que podían sacar de su despecho: la guerra de 1854 fue el resultado de la parte podrida de tantos programas en que la verdad se había querido amalgamar con la perversión de las ideas.
+El triunfo fue entonces para la legalidad. Bello habría sido el sol del 4 de diciembre, si él hubiese alumbrado los corazones como hacía brillar las bayonetas de los vencedores. Tanta fuerza moral y física reunidas en un solo día no pudieron inspirar la magnanimidad, y centenas de obreros fueron trasladados del suave clima de nuestra ciudad a las mortíferas riberas del Chágres, dejando sus familias en la orfandad y el desamparo. Los partidos triunfantes se disputaron los prisioneros, y aquel que los pedía para perdonarlos y que a poco fundó un periódico en que defendía su causa con fervor, quedó a los ojos de los artesanos como el único responsable de sus desgracias. ¡Cruel ironía de la fortuna! Los gólgotas son todavía la bestia negra de aquellas víctimas de la persecución, y quien quiso apropiarse el triunfo del 4 de diciembre ha venido a ser su ídolo…
+Veinte años van trascurridos desde que la buena nueva ha sido anunciada: los partidos han triunfado y sucumbido a su turno; los artesanos han derramado su sangre en todos los combates; nadie les ha decretado honores, ni grados, ni pensiones, ni ha elevado la tarifa, y ellos, sin embargo, persisten en sus antipatías contra los ricos, en su odio contra los gólgotas y en su adhesión a todo el que quiera especular con su credulidad, ofreciéndoles la protección. ¿No será tiempo de que abran los ojos? ¿Irán a considerar como enemigo a quien les demuestre que andan en pos de una quimera o de una injusticia?
+*
+En el curso de estos estudios se ha visto que Bogotá ha ido perdiendo muchas de las ventajas que derivaba de la centralización y el atraso de la Colonia, entre otras la clientela de un extenso radio de consumidores para sus artefactos. No sólo se han aclimatado las artes manuales en un gran número de poblaciones, sino que el comercio se ha encargado de suplir con los productos de fabricación extranjera la necesidad que de ellos se siente en las localidades en que el trabajo se emplea casi exclusivamente en la producción de artículos exportables. Aun en Bogotá los artefactos extranjeros, a pesar de los crecidos gastos de trasporte y de los derechos que perciben las aduanas, hacen competencia a los productos de nuestros talleres. En tal situación, la idea de elevar la tarifa es el medio que ocurre a los empíricos para promover el desarrollo de las artes o para defender el trabajo nacional contra el extranjero, y los que tales ideas defienden pretenden llamarse liberales a la faz del mundo ilustrado, cada día más sometido al influjo irresistible de la doctrina del libre cambio. Da vergüenza emprender a estas horas la demostración de una vejez tal como la de que la protección es una quimera o una injusticia, cuando en ninguna otra parte se le consagran, lo mismo que a su padre el socialismo, más honores que la oración fúnebre y el epitafio.
+La tarifa actual exige 34½ centavos por cada kilogramo bruto de una caja de calzado o de galápagos, y sólo 34 centavos por pieles curtidas. El derecho medio de una caja de esos artefactos es $ 22, y el de una de materias primeras $ 2, de modo que hay $ 20 para proteger el trabajo nacional si este quiere ponerse en capacidad de luchar con el extranjero. Aun podrían darse libres sin inconveniente las materias primeras, toda vez que el derecho que las grava es tan insignificante. ¿Qué más podría apetecerse de un régimen liberal?
+Para plantear las ideas del mensaje y del informe de Hacienda del 1.º de febrero de este año que, sea dicho en confianza, no hablaron seriamente sino que tan sólo buscaron reclutas para la barra del Congreso, sería preciso volver al sistema llamado de arancel, que grava las mercancías por su valor aproximado y consulta en apariencia la justicia, pero que en realidad fomenta el fraude, que hace nugatorio el exceso del gravamen. El sistema actual, aunque ciego por su naturaleza y merecedor de su nombre —peso bruto— tiene que durar hasta que el comercio acabe de moralizarse y la paz se consolide en los estados de la Costa, en donde la acción del Gobierno general debe hacerse sentir eficazmente, no por medio de fuerzas enviadas a derribar los gobiernos, sino por la represión vigorosa de los apetitos que abren las cajas de las aduanas y el contrabando. La nación ha ganado más de $ 500.000 anuales con el orden que ha llegado a introducirse en el sistema aduanero, y cambiar este sería exponerse a perder esos $ 500.000 anuales sólo por complacer a algunas centenas de obreros de la capital. Mejor sería asignar a cada uno de ellos una pensión de $ 1.000 al año, porque así se les otorgaría la protección sin los peores inconvenientes que ella trae para la industria. Nos parece que esto es claro.
+Al adoptarse en principio la protección, el gravamen sería incalculable, pues si los zapateros y los talabarteros la llegasen a obtener, también la pedirían los curtidores contra las pieles curtidas, y los tejedores de lienzos, mantas, frisa, ruanas y sombreros contra todos los productos análogos de fabricación extranjera. Muy patriótico sería quizás eso según las ideas de los proteccionistas, pero se convendrá también en que sería muy feo. Una casaca de manta… un manto chileno de frisa… Los sastres y las modistas serían los primeros en protestar. ¿Y qué dirían los albañiles y los carpinteros, a quienes no perjudican las casas ni los portones extranjeros y que, sin embargo, quedarían obligados a privarse de una camisa de doméstica y a no ver sobre el pecho de la esposa o de la hija un lindo pañuelo de seda o de imitación?
+Convengamos en que si debe haber libertad de producir también debe haberla para consumir. La ley no está llamada a intervenir en la producción ni en los cambios, sino para el único efecto de asegurar al productor el fruto de su trabajo y para hacer que la trasmisión de la riqueza se verifique de unas manos a otras por medio de los contratos y las sucesiones.
+*
+Las verdaderas causas generales del atraso de las artes y de la pobreza de los artesanos son las que hemos asignado a la pobreza de toda la nación y en particular de Bogotá. Búsquese la seguridad para encontrar la paz y con ella la riqueza. Cuando la industria vuelva a ser lo que fue en 1856, habrá muchas gentes a quienes vestir y calzar, y si a pesar de esto los artefactos extranjeros no permitieren la admisión indefinida de aprendices, a estos, a los obreros y aun a los maestros les sobrarán carreras, porque en un país nuevo, que del atraso marcha con paso firme al progreso, el trabajo que más se estimula y que más pronto enriquece es el manual, siempre que vaya acompañado de la frugalidad, la economía, el ahorro y todos los hábitos que favorecen la creación de capitales y la de hogares en donde los vínculos legítimos unen a los esposos y a los hijos. A estos resultados no conducen jamás la informalidad para el trabajo, la insubordinación, las pendencias, la asistencia a los garitos y a las tabernas, las pasiones sensuales, las disputas sobre política, la credulidad para con los intrigantes, los tumultos en las asambleas, ni los viajes a Guasca o a otros puntos de reunión de guerrilleros.
+Un taller florece cuando el jefe no se ha atraído la desconfianza o la antipatía de los clientes por su conducta turbulenta, cuando se consagra con ahínco al trabajo, a perfeccionar su obra para que el botín no crie callos, ni la silla mate, ni el vestido tenga arrugas; cuando emplea sus ahorros en mejorar sus útiles, en adquirir nuevos materiales y los escoge de buena calidad; cuando su conducta inspira confianza y le facilita crédito para proveerse de materias primeras a buenos precios, o de medios para pagar a los obreros mientras la obra se realiza; cuando, en fin, todos, maestros y obreros, viven persuadidos de que la paz es la primera necesidad del pobre como del rico, y que entre unos y otros debe reinar la armonía, que sólo pueden turbar los parásitos.
+Cuando el rico se siente amenazado por el odio o la envidia del pobre, restringe sus consumos y oculta o exporta sus capitales. Ambos hechos son fatales para la industria, en especial para el pobre. Los consumos del rico son los que alimentan la industria del pobre, porque es él quien gasta más calzado, vestidos y monturas, de tal manera que si el miedo inspirase el deseo de emigrar, las casas se cerrarían al mismo tiempo que los talleres. Los capitales tampoco pueden producir sin que el trabajo los fecunde. Sin ellos no podrían venir a Bogotá las pieles de becerro y de marrano, las cabritillas, los paños, el resorte, etcétera, etcétera, ni tendrían empleo sin los obreros que convierten esos artículos en artefactos.
+Hay causas especiales que influyen en la decadencia de ciertas artes en Bogotá. Ellas son las que deben estudiarse para encontrar el remedio, y si este no puede ser eficaz, para advertir a los trabajadores que es tiempo de suspender la admisión de nuevos aprendices, porque la adopción de un oficio que no puede sostenerse naturalmente, priva a los jóvenes de carreras verdaderamente lucrativas y hace a los obreros antiguos un grave daño con su concurrencia.
+Se ha visto que la ley favorece los artefactos nacionales con un derecho de $ 20 fuertes por cada caja, y a pesar de esto los obreros se quejan de la baratura de esos artefactos. Diversas causas concurren a este resultado. Las obras que se llaman de confección se ejecutan en Europa por grandes talleres, que emplean toda clase de máquinas, compran fuertes cantidades de materias primeras y hacen infinidad de economías por la ostensión de los negocios y la variedad del surtido, de manera que hay en todas las operaciones y gastos la mayor economía posible. En Bogotá se trabaja en pequeños talleres y con materiales casi todos extranjeros. Esos materiales son de calidad inferior y la obra no puede resultar durable; se compran en pequeñas cantidades y a precios altos, porque ningún taller puede importarlos por su cuenta; no se emplean máquinas a pesar de la baratura relativa a que han llegado las que sirven pura coser telas y pieles. Agrégase a esto que la obra se ejecuta con poca puntualidad y no muy perfecta por lo general.
+Para que la talabartería y la zapatería puedan quedar al abrigo de la concurrencia extranjera sería preciso que se establecieran tenerías bien montadas, cuyos productos mejorasen notablemente respecto de los que se obtienen en la actualidad. Para adquirir una copiosa provisión de pieles de marrano, habría que abandonar la costumbre de desperdiciarlas en trozos que se venden junto con la grasa y abolir el popular chicharrón. Las pieles de becerro son muy escasas en un país en que los hatos no son abundantes y no se podan, permítasenos la expresión, con la venta y el consumo de las crías pequeñas. Los pastos de los prados son incomparablemente superiores al consumo que hacen los ganados, y esto hace que los criadores no se vean apremiados por falta de espacio y dejen crecer los terneros.
+Muchos de estos inconvenientes allanaría la paz, y sobre todo el restablecimiento de la confianza entre obreros y capitalistas, pues a pesar de todo, algunos grandes talleres, provistos de capital suficiente para importar las materias primeras y para ayudarse con máquinas y buenos útiles, podrían prosperar. El jornal tiene que ser más barato en Bogotá que en cualquier ciudad europea, pues el obrero no sufre aquí las necesidades y los gastos que imponen los cambios de estaciones, cuenta durante todo el año con doce horas de luz gratuita, el clima le permite todos los días la misma aptitud para el trabajo, y las distancias entre las habitaciones y los talleres son insignificantes.
+Si a estas consideraciones se agregan otras de más extenso y permanente origen, fácil será comprender que el porvenir de Bogotá ha de ser esencialmente fabril, y que acaso no terminará el presente siglo sin que una activa producción suceda al actual marasmo. Un gran centro de población que no sabe cómo emplear sus brazos, y una acumulación de capitales relativamente considerables y sin colocación determinada, son elementos que naturalmente convidan a la industria fabril, y que ayudados por el natural ingenio que se nos reconoce y por las ventajas climatéricas a que arriba hemos aludido, adquirirían una poderosa fecundidad. Agrégase a esto que las materias primeras están a la mano por efecto de la diversidad de climas que establecen la latitud y la elevación de las montañas, y de la riqueza mineral del suelo, especialmente en hierro y carbón de piedra, que son a la industria lo que la carne y el pan a la alimentación.
+Con frecuencia nos sucede permitir a nuestra fantasía que vaya a viajar por estas comarcas en el siglo XX, cuando todas ellas estén consagradas por la mano y el genio del hombre a fecundar su industria, esa varilla mágica dada, en vez de cetro, al virrey de la creación. Evocamos entonces la imagen de Caldas, la más simpática para nuestra alma de todas cuantas han alumbrado con los rayos de la ciencia las bellezas físicas de una patria que amó más que la vida, para que nos guíe en la contemplación de los cuadros que se ofrecen a nuestras miradas. Mas ¿qué utilidad podrían sacar nuestros lectores de los ensueños de un visionario platónico? Volvamos, pues, al año de gracia de 1867…
+Si aquí se quisiera proceder con método en industria, lo primero debiera ser producir fierro barato y bueno y dar a la enseñanza y a los viajes por objeto principal la adquisición de conocimientos teóricos y prácticos en ciencias naturales, mecánica, artes e industria agrícola y fabril. Los jóvenes que pueden ser educados en el extranjero harían mucho por sí mismos, sus familias y la patria, fijándose en los Estados Unidos como la mejor escuela para adquirir profesiones de seguro provecho. Allí podrían permanecer en las granjas y en las fábricas hasta adquirir, no solamente los conocimientos técnicos y los métodos y procedimientos del cultivo y la fabricación, sino esos hábitos americanos y su genio para los negocios que les dan en todo tiempo y en todo lugar la posesión de sí mismos e inspira ese go-ahead!, con el cual se allanan las montañas, se salvan los abismos y se opera ese progreso que asombra e intimida al Viejo Mundo.
+Con fierro barato y algunos hombres que tengan los medios de montar talleres y fábricas y los conocimientos necesarios para dirigir a los obreros y aun para enseñarlos en caso necesario, Bogotá sería dentro de pocos años el teatro de una actividad fabril poderosa. Los alambres, clavazón, azadones, hachas, machetes, arados, bisagras, tornillos, cerraduras, frenos, garlanchas, hoces, espuelas, argollas, etcétera, etcétera, de producción bogotana, estarían defendidos por el 300 por 100 que importan los gastos que causan estos artículos traídos de Europa. Luego vendrían las máquinas rudimentarias, las de trillar, desgranar, aventar, etcétera, que irían a desarrollar las fuerzas productivas del suelo y los tesoros de la minería, los útiles y objetos de mayor finura, hasta llegar al fin a las máquinas de vapor. El cobre, el plomo y las combinaciones de estos con otros metales darían nacimiento a nuevas industrias, y quién sabe si la cercanía de las materias textiles, ayudada por la apertura y mejora de los caminos, no nos permitirían llegar por el de la libertad al punto de que sin duda alguna nos alejaría la protección.
+Calcúlense las dimensiones a que puede llegar la producción del fierro con sólo parar la atención en dos artículos: el tubo y el riel. La municipalidad de Bogotá no permite el tránsito de carros por las calles de la ciudad, temerosa de que se rompan los atanores de las cañerías, de modo que ella es quizás la única en el mundo que con una población de 60.000 habitantes no ve ni oye jamás la rueda, ese trono de la industria. Las ciudades modernas tienen bajo del suelo una red inmensa de tubos para conducir el agua y el gas a todos los sitios públicos y a todas las habitaciones: son como una floresta, que ostenta sobre la superficie las ramas y las hojas de los árboles, cuyos troncos sostienen millones de venas subterráneas por donde circulan, como la savia, el agua y la luz. El riel y el hilo del telégrafo arrebatan al tiempo sus alas y las fijan en la tierra para acrecentar la vida con la celeridad del movimiento, y cuando ellos empiecen a extenderse por nuestras llanuras y a penetrar por las arrugas de las cordilleras, mil hornos encendidos día y noche darán testimonio, como en las cercanías de Birmingham, de Lieja y de Glasgow, de que la industria del hierro no puede jamás descansar.
+Concluimos recordando a los artesanos un antiguo adagio español que dice: «Padre pulpero, hijo caballero y nieto pordiosero», para significar que esa clase llamada en Francia bourgeoisie, que en español se traduce por clase media, aquella en que se gozan las comodidades de la vida sin el fastidio del ocio, no tiene otras barreras que la protejan contra la invasión del pobre sino la previsión, la economía, el ahorro y la frugalidad, que unidas al trabajo dan el capital. Buscad, les diremos, esa clase privilegiada en que creéis que están los ricos, y hallareis que el caballero, el sabio, el capitalista han nacido todos del humilde pulpero, del trabajador honrado que acumuló para sus hijos; buscad entre los pordioseros, ved esos niños que venden cajetillas de fósforos por las calles, y hallaréis muchos retoños de las familias que en un tiempo se llamaron nobles y grandes, a las que el juego y la holgazanería condujeron a su ruina. Creednos: la paz pública, la armonía entre las clases trabajadoras y los buenos hábitos morales e industriales son los únicos correctivos de la pobreza y las verdaderas fuentes del progreso y de la libertad.
+MIGUEL SAMPER
+[15] Entiéndase que jamás damos el nombre de enemigos sino a las malas instituciones, nunca a las personas.