Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Carnegie-Williams, Rosa, autor
Un año en los Andes, o, Aventuras de una Lady en Bogotá / Rosa Carnegie-Williams ; presentación, Germán Mejía Pavony. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2017.
1 recurso en línea : archivo de texto ePUB (6 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Viajes / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN 978-958-5419-60-5
1. Carnegie-Williams, Rosa - Relatos personales 2. Bogotá - Descripciones y viajes - Siglo XIX 3. Bogotá - Vida social y costumbres - Siglo XIX 4. Bogotá – Historia - Siglo XIX 5. Libro digital I. Mejía Pavony, Germán Rodrigo, autor de introducción II. Título III. Serie
CDD: 918.614804 ed. 23 |
CO-BoBN– a1018265 |
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ISBN: 978-958-5419-60-5
Bogotá D. C., diciembre de 2017
© 1990: Tercer Mundo Editores
© 2017, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Germán Mejía Pavony
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+LA INDEPENDENCIA DE LAS provincias españolas en América, y su posterior transformación en repúblicas democráticas, despertó en europeos y norteamericanos la curiosidad por estas tierras. De estas apenas tenían conocimiento, o lo que sabían resultaba de una exótica mezcla de leyendas y añejas noticias de personas y lugares difundidas de modo muy irregular por las imprentas europeas o por el voz a voz de quienes regresaban luego de largas correrías no exentas de aventuras reales o imaginadas. Pero luego de una época inicial que duró más de dos siglos, ya en el XVIII, durante esos complejos años de la Ilustración europea, había cambiado la idea inicial que se tenía del subcontinente como un lugar glorioso que debía esconder en alguna parte el paraíso terrenal, y pasó a la de un sitio próximo al infierno donde únicamente alimañas y salvajes podían sobrevivir. Fueron filósofos y naturalistas europeos quienes contribuyeron a dar forma a la idea de la América hispana como un lugar insano poblado apenas por seres de escasa humanidad. Fueron otros naturalistas, sin embargo, los que comenzaron a cambiar esos imaginarios. Lo que diferenció a unos de otros fue que los segundos sí visitaron y recorrieron detenidamente el continente al cual estaban haciendo referencia.
+Por ello, los pioneros fueron científicos. Apenas despuntando el siglo XIX, Alexander von Humboldt, acompañado de Aimé Bonpland, recorrió de Caracas al Orinoco, de Bogotá a Quito y muchas de las regiones del extenso virreinato de la Nueva España, dejando sus hallazgos en una importante obra, aún hoy en día objeto de estudio, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Sus memorias y la crónica de estas correrías, además de sus detallados estudios científicos, dieron forma a lo que pronto se convertiría en un subgénero literario, la crónica de viajes.
+Desde esa época y hasta muy entrado el siglo XX, haciendo referencia a los diferentes países de la América hispana y lusitana, fueron publicados decenas y decenas de diarios de viaje, observaciones científicas, descripciones corográficas, anotaciones costumbristas, retratos de personajes y lugares, detallados inventarios de minerales y vegetales potencialmente provechosos para las empresas y los mercados de los países industriales, sin olvidar el gusto por consignar curiosidades, señalar lo exótico y, muchas veces, comparar y criticar lo que veían. Muchos de esos libros fueron resultado de encargos deliberados de los gobiernos extranjeros en busca de mercados e inversiones; pero muchos otros resultaron del interés de sus autores por dar a conocer la experiencia vivida en estas tierras, la que consideraron con la importancia suficiente como para que los demás tuvieran noticias de lo que ellos vieron y experimentaron.
+Una cantidad considerable de los mencionados libros fueron publicados poco tiempo después de regresar a su lugar de origen el científico, el político, el militar, el comerciante, o simplemente el viajero, pero este no fue el caso para todos. Las literaturas nacionalistas del siglo XX, presentes en todos los países de la región, además del interés de intelectuales y editores por dar a conocer materiales valiosos para la historia de cada región —sin olvidar que las crónicas en sí mismas fueron objeto aun de culto para muchos lectores—, dieron lugar a que se buscara en añejos archivos los manuscritos dejados por esos viajeros, se tradujeran y prepararan para su edición y, finalmente, fueran publicados. Por ello, las colecciones de estas crónicas que hoy están a nuestra disposición son abundantes, variadas y compuestas por un número considerable de volúmenes publicados, ya sea en épocas cercanas a la visita realizada o mucho tiempo después.
+Muchos viajeros europeos y norteamericanos recorrieron más de un país, razón por la cual sus crónicas nos permiten comparar entre sí regiones, ciudades, habitantes y costumbres propias de las diferentes repúblicas latinoamericanas. Otros visitaron un país o apenas un sector del mismo, por lo que sus crónicas sólo permiten aproximarnos a la descripción de ese sector, lo que sin embargo no le quita valor. En este sentido, los diarios, las memorias y las crónicas de viajeros se convirtieron en fuentes para el estudio histórico de las realidades a las que aluden, pero también son piezas literarias que pueden leerse sin otra pretensión que disfrutar de un magnífico texto lleno de noticias de otras épocas.
+Este es el caso del libro que tenemos ante nosotros. El texto de Rosa Carnegie-Williams fue publicado inicialmente en inglés, su lengua materna, por la London Literary Society, con el título A year in the Andes, or A Lady’s Adventures in Bogotá, apenas comenzando la década de 1880, esto es, poco después de su regreso a Londres. La versión en español debió esperar más de un siglo, pues sólo hasta 1990 la Academia de Historia de Bogotá, en conjunto con la ya desaparecida editorial Tercer Mundo, la dio a conocer recurriendo a la traducción de Luis Enrique Jiménez Llaña-Vezga.
+Como lo anotamos anteriormente, son abundantes los diarios, las crónicas y las memorias escritas y publicadas sobre lo que hoy es Colombia y, por supuesto, muchos de estos libros hacen referencia a Bogotá con mayor o menor detalle. Viajeros como Richard Bache, Hiram Bingham, Jorge Brisson, Jean-Baptiste Boussingault, Miguel Cané, Pierre D’Espagnat, Phanor James Eder, Carl August Gosselman, Isaac Holton, Auguste Le Moyne, Albert Millican, Gaspard-Théodore Mollien, Francis Nicholas, Francis Loraine Petre, Ernst Röthlisberger, Charles Saffray, William Lindsay Scruggs, John Steuart, Arthur Clifford Veatch y John Augustine Zahn tienen en común que estuvieron en Bogotá en algún momento durante el siglo XIX o inicios del XX y permanecieron en la ciudad lo suficiente como para dejar sobre ella y sus gentes anotaciones valiosas. Los autores mencionados no son todos los extranjeros que publicaron sus impresiones sobre la ciudad, pero sin pretender ser exhaustivos sí es un buen listado que logra recorrer más de un siglo desde que la urbe dejó de llamarse Santafé para convertirse en Bogotá.
+No podemos dejar de llamar la atención, sin embargo, que en dicho listado todo son hombres. Unos científicos, otros políticos, los más comerciantes y otros simplemente curiosos; de ellos, muchos norteamericanos, pero también franceses, ingleses, suizos, suecos y un argentino. Por eso, el diario de nuestra inglesa, que llegó a Bogotá el 23 de septiembre de 1881 y salió de ella camino a Londres el 15 de junio del año siguiente, sobresale del listado. Desde luego, no es un caso único en Latinoamérica, pues podemos mencionar al menos a la conocida Flora Tristán y su crónica sobre Arequipa y Lima, titulada Peregrinaciones de una paria (1833-1834), escrita originalmente en francés y publicada en Francia en 1838.
+El texto de Carnegie-Williams es un diario en el sentido estricto del término. El motivo de su viaje a lo que entonces era todavía los Estados Unidos de Colombia fue acompañar a su marido, quien venía a trabajar en unas minas, según se deduce del texto, ubicadas en la zona de Mariquita. Por la misma razón, ella pasó sola una gran parte de su estadía en Bogotá y realizó por su cuenta, o con amigos, varios viajes a los alrededores de la capital. El diario, en consecuencia, contiene esas experiencias ordenadas en su secuencia temporal, día a día.
+Por ello, la narración se ordena por entradas, cada una de ellas correspondiente a un día en particular. En cada entrada consigna impresiones de gentes y lugares, descripciones de plantas, animales, casas, objetos y muchas cosas más, y narra con detalle dificultades, percances, y también momentos alegres y de éxito en su recorrido por estas tierras. Algunas de las entradas las acompaña de extractos de poemas de autores ingleses con los que debía estar más que familiarizada, pues parece que lo hace de memoria. Algunos días apenas si dan lugar a una breve anotación, pero otros son extensos porque contienen detalladas descripciones de objetos, lugares o sucesos. El diario, sin embargo, se interrumpe en varios momentos debido a que se salta días o semanas. Abarca el texto desde su salida de Southhampton, el puerto al sur de Inglaterra desde el cual partió hacia América el 2 de agosto de 1881, primera entrada de su diario, hasta su regreso a Londres el 27 de julio de 1882, a donde llegó luego de desembarcar en tierra inglesa por el puerto de Plymouth, última entrada de su diario. Por esta razón, el diario contiene no sólo lo que narró sobre su estancia en Bogotá sino, igualmente interesante, su viaje hasta las Antillas primero y luego hasta Colón y Cartagena en lo que debió ser un vapor, pues no demoró más que unas semanas; luego el recorrido hasta Honda por el Magdalena y, finalmente, el ascenso a Bogotá; los meses vividos en la ciudad y los viajes que realizó a poblaciones vecinas; y su regreso por el Magdalena hasta Barranquilla y de allí a Europa.
+De sus meses en Bogotá y sus viajes todo es interesante para el lector desprevenido y, para el investigador en asuntos históricos, son de especial interés sus descripciones de calles, edificios, costumbres, alimentos y personas de la ciudad y lugares que recorrió. Es interesante anotar que inserta en su diario extractos de la correspondencia que tiene con su marido cuando este viaja a las minas a las que vino a trabajar, y un fragmento del texto de otra persona que describe algunas aves americanas. En algunas partes la autora pone subtítulos, algunos son nombres de frutas y otros las salidas que realiza a poblaciones vecinas o lugares de Bogotá. Es por ello un texto en el que la sucesión de los días le da unidad al conjunto, pero que se interrumpe abruptamente con los insertos sólo para continuar luego con la sucesión que otorga coherencia a toda la narración.
+Este diario, que sin duda es de importancia para el historiador y otros investigadores preocupados por la fauna, la flora, el urbanismo y la geografía, ya sea humana o física, es igualmente de gran valor para el lector interesado en conocer aspectos de la vida del país de finales del siglo XIX. Este libro es una invitación a viajar al pasado, a imaginarlo de la mano de una testigo peculiar, que nos entrega sus impresiones sin acompañarlas de odiosas comparaciones con ese otro mundo, el industrial. Las notas que nos legó son frescas, no por ello ingenuas, pues provienen de la sorpresa de quien descubre algo que desconoce, le llama la atención y no quiere dejarlo olvidar, razón por la cual escribe su diario y ahora, en consecuencia, somos nosotros quienes podemos sorprendernos con lo que ella encontró y leemos en su diario.
+La experiencia de leer este diario es tanto la de tener la oportunidad de recorrer en su escrito el viaje que realizó a un mundo que no conocía y difícilmente podía imaginar. La experiencia de leer este diario es, también, la posibilidad de realizar nosotros un viaje a un mundo que tampoco conocemos y que apenas podemos imaginar. Este libro, entonces, es un encuentro de dos realidades: la de ella, viajera a estas tierras, y la nuestra, viajeros a otros tiempos.
+GERMÁN RODRIGO MEJÍA PAVONY
+ROSA CARNEGIE-WILLIAMS, UNA lady inglesa, es la única mujer extranjera que fue memorialista de viajes en el siglo XIX, de quien infortunadamente desconocemos la edad que tenía cuando estuvo residiendo en Bogotá. El viaje completo duró entre el 2 de agosto de 1881 y el 27 de julio de 1882, y su estadía en Colombia se prolongó por un periodo aproximado de 10 meses y medio. La dama inglesa residió 9 meses cortos en Bogotá, una ciudad que entonces debería tener un poco más de 50.000 habitantes. Su marido, de acuerdo con lo que ella nos refiere en el texto del Diario, había vivido antes en Ocaña por cuatro años, probablemente dedicado a negocios de minería como los que habían sido motivo de este, su segundo viaje. La mayor parte del texto, que es un diario en continuo sin capítulos, está dedicada a la relación detallada de las observaciones registradas durante su residencia en la Bogotá decimonónica de principios de la década del 80, antes de que el país quedase sumido en el sopor de la noche oscura de la Regeneración.
+Lamentablemente, a pesar de ser la autora una dibujante artística, el libro no consigna ni una sola de las obras que realizó sobre Colombia y Bogotá. El libro nos informa que el matrimonio Carnegie-Williams traía como parte de su menaje ovejas, patos, pollos y un burro. Como datos curiosos, el texto ofrece una relación de los gastos de mercado y otros costos domésticos; la descripción de la Semana Santa en Bogotá en el año de 1882, con toda su exhibición de mal gusto, mojigatería y beatería, sin olvidar la procesión del Corpus, famosa en la Bogotá de aquellos tiempos.
+Se refiere también a los objetos expuestos entonces en el Museo Nacional. Finalmente, hay una serie de comentarios gastronómicos acerca de nuestras frutas tropicales, tales como la chirimoya, la guanábana, el zapote y el aguacate; asimismo, encontramos la receta de la «auténtica» chicha, lo cual nos indica el excelente espíritu investigativo de la escritora.
+Además del Diario de Memorias de Viaje de la autora, como parte intrínseca de la obra se incluye la narración de un extenso viaje de ingenieros de minas por los llanos del Tolima Grande en dirección norte-sur, desde Mariquita hasta más allá de Neiva, lo mismo que las peripecias y aventuras del primer vapor que navegó por el Alto Magdalena, el Moltke, allá por el segundo semestre de 1881, según relato fidedigno del empresario, propietario y capitán de la nave, Mr. Weckbecker. Vale anotar que en esta última área, según se deja constancia, el instrumento universalmente popular es el tiple.
+En el texto se hace alusión, a través de terceros, a la riada de Armero de 1845, nefasta precursora de la que causó cien veces más muertes en 1985. Como es apenas natural para alguien cuya vida ha transcurrido bajo los grises y neblinosos cielos londinenses y encuentra por primera vez un trópico multiforme, exuberante y abigarrado, hay una grata sorpresa permanente.
+Porque es abundante en sus comentarios sobre Bogotá, creemos que es un tanto pleonástico, casi una redundante perogrullada, el quitarles el encanto haciendo una referencia anticipada.
+LUIS ENRIQUE JIMÉNEZ LLAÑA-VEZGA
+Agosto 2. EMPEZAMOS NUESTRO viaje desde Southampton en el vapor Don, del Correo Real. Era un bello día de verano y el comienzo de la travesía en Southampton fue muy agradable. Después de unas pocas horas pasamos la isla de Wight, donde el mar azul estaba salpicado de muchas velas blancas, pertenecientes a los yates de Cowes. En las cercanías de Needles el práctico nos dejó, llevándose las últimas cartas y adioses a ser puestos en el correo; yo aproveché la oportunidad para enviar cartas, que había escrito en cubierta, a mi madre y hermana. Cerca de las ocho me vi forzada a retirarme al camarote dejando a mi marido en cubierta, pues el movimiento, al pasar por la boca del canal, era muy fuerte.
+Agosto 3. Nuestro recorrido de hoy fue de 256 millas. Sin embargo, nunca abandoné el camarote porque mi marido y yo, al igual que Hills, mi criada, estuvimos demasiado enfermos como para ir a cubierta, motivo por el cual fuimos incapaces de seguir la rutina habitual del barco. Por la noche nos hallamos en la latitud 49.13 N. y longitud 7.00 O.
+Agosto 4. En general, el día estuvo tan bueno como era posible desear, pese a que en la mañana cayó una leve llovizna. El capitán Woolward dijo que no había zarpado de puerto con tan buen tiempo en muchos años. Recorrimos 279 millas durante el día, y en la tarde llegamos a latitud 47.17 N. y longitud 13.10 O.
+Agosto 5. El sol iluminaba brillantemente y fui despertada por la campana del barco, que sonó a las seis en punto. Como aún estaba muy dudosa de mis fuerzas, desayuné en la cama, mientras mi marido permanecía en cubierta gozando del mar y del sol. Pero más tarde, animada por su ejemplo, hice el esfuerzo de salir a cubierta. El día estaba extraordinariamente bello, aunque todo el tiempo el mar se levantaba alrededor del barco con olas largas y continuas. Nos seguían cinco o seis petreles —Mother Carey’s chickens—, pequeños pájaros negros de apariencia semejante a la de las golondrinas, que correspondían, según los hombres de mar supersticiosos, a los espíritus de los marineros ahogados.
+A mediodía habíamos recorrido 288 millas y nos encontrábamos en latitud 44.40 N. y longitud 19.07 O. Entrada la tarde, el cielo tornóse variado y bello, y el sol se fue poniendo en el oeste, dándole paso a la luna y a su cortejo de estrellas.
+Agosto 6. El día estuvo mucho más cálido que el anterior, y entonces pude pasar parte de mi tiempo caminando en cubierta y visitando a las ovejas, los patos y los pollos, sin olvidar el fino burro blanco que debía ser transportado hasta Honda. Resultaba muy grato apreciar el azul profundo de las olas, coronado a cada instante con espuma, cuando aquellas rozaban el barco. Recorrimos la misma distancia de ayer, y esperamos ver mañana las Azores.
+Alrededor de las nueve hubo gran excitación y todos los binóculos se dirigieron hacia un barco completamente aparejado de nuestro lado del puerto, el cual sostenía la luz roja que todos están obligados a llevar. En la tarde los marineros realizaron una práctica contra incendios.
+Agosto 7.
+Lejos y sobre la resplandeciente tierra del oeste,
+Su rostro anhelante se elevó,
+Como si hubiera un cortejo de ángeles,
+El agua bruñida se encendió.
+KEBLE
+Gradualmente fuimos entrando en un clima tibio y brillante y, a pesar de los petreles, el tiempo continuó tan bueno como pudiera desearse. Hacia las dos avistamos Corvo, la más septentrional de las Azores. La isla está cubierta de un hermoso verdor, y es un saludable y cálido lugar de descanso durante el invierno. Sus acantilados son escarpados y ásperos, y descienden precipitadamente hasta el mar. Pero las laderas de las montañas tienen abundantes cultivos de naranjos y viñedos. La producción de lácteos es barata, las aves de corral se venden a media corona la docena, y cien huevos a un precio muy bajo. Pasamos la población de Oratava, enclavada en las verdes pendientes de la montaña, justo donde la topografía forma una bahía natural.
+Las bandadas de pájaros bobos volaban alrededor del barco mientras pasábamos la isla. Estos son de color café, como del tamaño de una gaviota de mar, a las que se parecen bastante. Se les llama así porque hacia el anochecer se posan en los penoles de las vergas y permiten que cualquier persona los atrape, sin ofrecer resistencia alguna.
+Esa isla escarpada y áspera, que surge abruptamente del mar, da la impresión de ser una montaña que emerge, de la cual sólo está expuesta la cima; también hace pensar que es el último resto de un antiguo continente. Como las rocas se elevan perpendicularmente hacia el cielo, no hay anclaje seguro para los buques grandes, aunque el agua es suficientemente profunda para cualquier nave. En aproximadamente media hora pasamos la bella isla de las Flores, y pudimos distinguir varias cascadas que desde los riscos iban a parar al mar. Las rocas aquí son menos pendientes que en Corvo, y hay un lugar en donde un gran peñasco cubierto con grama parece proteger y llenar una pequeña bahía, al frente de la cual se encuentra, como si hubiese sido lanzado de la parte superior de las montañas durante los juegos de algún gigante enorme.
+La ciudad de San Miguel es mucho más grande que Oratava, y tiene una mayor extensión. A medida que el barco se desplazaba, la isla se fue esfumando gradualmente y de nuevo quedó envuelta en niebla.
+Agosto 8. El día era muy cálido, e incluso en cubierta se disfrutaba de poca brisa. Durante la guardia de la madrugada se avistaron desde el vapor algunas tortugas que, se supone, venían de las Azores. Le hicimos señales a un vapor de Nueva York, el cual las respondió. En la tarde contemplamos varios bonitos y peces voladores que viajaban en grupo, al tiempo que una gran cantidad de algas marinas de la corriente del Golfo pasó flotando cerca. Nos encontrábamos ahora en la latitud en que, supuestamente, se había perdido la Atlántida.
+Agosto 9. Nuestro recorrido fue hoy de 294 millas. Después del té de las ocho, cuando en el firmamento brillaba la más espléndida luna formando un largo sendero dorado sobre el agua, algunos de los pasajeros en cubierta bailaron al compás de la música de una maltrecha organeta; el efecto fue particularmente curioso. Las figuras moviéndose de aquí para allá, ahora a la brillante luz de la luna y luego en la sombra, con el aparejo del barco lanzando vagas sombras sobre las blancas cubiertas, el sonido de la música mezclado con el recurrente rugido del mar, y, en lo alto, la luna clara e inmóvil, con su apariencia de reina, moviéndose majestuosamente a través del vasto cielo, contemplando apaciblemente la escena, que cambiaba regularmente con el grito de «Todo está bien» del vigía y el sonar de las campanas cada hora y cada media hora.
+Agosto 10. El sol brillaba intensamente, lo que me recordó las palabras de Tennyson:
+El ancho mar se agitaba para encontrar la quilla,
+Y arrastraba tras de sí rápidamente el curso,
+Sentíamos al buen barco menearse y bambolearse,
+Parecíamos navegar hacia el sol.
+Regresamos a la rutina habitual del barco: desayuno a las 9 a. m., almuerzo a las 12:30 p. m., comida a las 5:00 p. m. y té a las 7:30 p. m., y, como soplaba una fuerte brisa, pudimos avanzar bien con la ayuda adicional de las velas cuadradas. Tuve una larga conversación con el capitán Woolward, un hombre peculiarmente formal, pero con un cierto dejo de amabilidad en su manera de ser, y persona en quien todos sentíamos plena confianza. Había en el buque gente muy divertida, de varias nacionalidades, españoles, alemanes y franceses. Entre estos últimos había un hombre pequeño, corpulento y gracioso, que producía la impresión de ser una buena persona. Sacaba a pasear periódicamente a un pequeño y singular perrito, con el cual trotaba de un extremo a otro de la cubierta, mientras el pobre animal tiraba frenéticamente de la cadena para recobrar su libertad, que los reglamentos del barco prohibían. También viajaban dos marineros muy simpáticos que hacían la travesía para unirse a sus barcos; de no haber sido por ellos yo no hubiese tenido mucha gente con quien hablar, pues la mayor parte de los pasajeros iba a cumplir algún contrato y se dirigía a trabajar en la construcción del Canal de Panamá, un oficio muy malsano, según se me ha dicho, y realizado en medio de un calor terrible. Temo que algunas de estas pobres criaturas no regresarán.
+Agosto 11. Realmente todos los días transcurren de modo semejante, por lo cual hay muy pocas cosas interesantes para anotar. Hicimos 295 millas y disfrutamos, como de costumbre, de un tiempo agradable, claro y cálido. El francés produjo alguna excitación al decir que había visto la famosa serpiente de mar, de la cual hizo una maravillosa descripción.
+Agosto 12. Hoy recorrimos la misma distancia de ayer, es decir, 295 millas. Además, nos divertimos gastándole una broma al francés, quien estaba escribiendo para un periódico de su país, el Nouveau Monde, una relación de su viaje en este barco, la cual incluiría ilustraciones. Para ello le contaron esta leyenda: entre los marineros, cuando alguno de ellos se ahoga, una luz azul se observa ocasionalmente sobre el lugar donde el mar se lo tragó. En consecuencia, después del anochecer se lanzó al agua una luz que emitía chispas hasta una considerable distancia. Su apariencia era realmente curiosa, y el engañado francés comenzó inmediatamente a escribir una larga y detallada relación de este increíble acontecimiento. La luz estaba compuesta por cianuro de potasio, pero si él se enteró alguna vez de la verdad ello constituye un misterio.
+Agosto 13. Hoy recorrimos 288 millas y ya nos podemos considerar en el trópico, aproximadamente a 300 millas de las Indias Occidentales. No sucedió nada importante.
+Agosto 14.
+Los vientos turbulentos silbaban en los obenques,
+Como en los árboles temblorosos;
+Como campos en verano, bajo las nubes sombrías,
+Las tranquilas aguas se oscurecen con la brisa.
+KEBLE
+Una tormenta tropical cayó por varias horas a torrentes, empapando por completo la cubierta, los toldos y hasta las sillas, hasta el punto de que no quedó lugar seco en cubierta, excepto la cabina del capitán; allí permanecí la mayor parte de la tarde, y cené a puerta abierta. En la noche, cuando ya estaba bastante oscuro, el faro de El Sombrero se distinguía a la derecha del barco, pero la lluvia nos impidió verlo con claridad. En la tarde un alucinado pez volador subió a bordo y fue capturado. Nos retiramos a dormir con la esperanza de ver tierra mañana.
+Agosto 15. Nos levantamos temprano, cuando sonó el disparo del cañón y, al dirigir la mirada hacia el puerto, pudimos apreciar la vista más adorable que pueda concebirse. Imagínense una bahía completamente rodeada, salvo la entrada, por altas, escarpadas y ásperas montañas cubiertas de hierba. En lo alto, nubes del más pálido rosado, coloreadas como el interior de una concha por un sol naciente. El reloj marcaba apenas las 5:30, y todo el paisaje estaba bañado por un tierno reflejo. A medida que nos fuimos acercando a tierra vimos que el poblado había sido construido en tres sectores, al pie de tres colinas. Las casas eran principalmente de madera o piedra blanca, con todos los techos pintados de rojo. Iniciamos nuestro recorrido por la costa a las 7:00 a. m., tratando de ver las nuevas maravillas de esta isla tropical de St. Thomas, que pertenece a Dinamarca y contiene muy buenas barracas para alojar a los soldados daneses. Por supuesto, nuestro vapor se vio rodeado por botes tripulados por negros ansiosos de asegurarnos como pasajeros suyos. Casi ensordecidos por el ruido, seleccionamos un bote y partimos en dirección a la playa. El aire fresco alegraba, la bahía azul estaba rodeada por varios cerros y rocas escarpadas, y las numerosas casas de dos pisos, pintadas con colores vivos, se mezclaban aquí y allá con palmas, juncos, cocoteros, adelfas y acacias.
+Desembarcamos y luego paseamos por las calles hasta la oficina de correo, que encontramos cerrada, así que caminamos hasta el mercado. En el camino encontramos a una multitud de mujeres negras, vestidas con singularidad, aunque producían un efecto pintoresco; casi todas llevaban pañuelos de colores llamativos o pañoletas alrededor de sus cabezas, sobre las cuales colocaban vasijas que contenían mangos, aguacates, bananos, limones, carbón de leña y tomates; algunas de ellas cargaban peces de apariencia desagradable. En el mercado encontramos a todas las mujeres sentadas en el suelo con pequeñas piezas de estera frente a ellas, sobre las cuales ofrecían para la venta frutas de todas las clases imaginables. Me divertí mucho viendo la manera como cargaban los burros con cañas y pasto, que traían al poblado para alimentar los caballos y las mulas. Los pobres asnos eran cargados de tal forma que no se les veían sino la cabeza y las patas. Y como si no fuera suficiente semejante carga, sus conductores negros se les sentaban encima. Después de recorrer el mercado y cruzar una acequia que atraviesa la población hasta desaguar en el mar, lo que hace un tanto insalubre el aire, caminamos por la calle principal, que posee altas acacias a cada lado frente a las casas y cuya calzada muestra pocos intentos de pavimentación. Los árboles generan una sombra placentera durante el intenso calor del día.
+También anduvimos por algunos jardines públicos, donde una espléndida imagen se ofreció a nuestros ojos. Todo aquello era tan nuevo —los árboles, las flores, los pájaros y las frutas— que, aunque los habíamos visto antes en ilustraciones, recreaban el gusto y encantaban la vista. Las graciosas acacias, más conocidas como bombáceas, con sus hojas a manera de plumas y sus vistosas borlas de flores escarlatas; la dulce fragancia a almendra de la adelfa rosada; las elegantes cañas de bambú y, por encima de todas, el llamado árbol viajero de Madagascar, del cual se dice que cada hoja contiene media pinta de agua pura. Nos sentamos bajo algunas palmas y observamos unos pequeños pájaros que revoloteaban y gorjeaban como nuestros abadejos ingleses, pero que, a diferencia de estos, eran mudos. Los árboles también contenían otro tipo de población, representada por lagartijas carmelitas, algunas de cuatro, otras de ocho pulgadas de largo, que movían sus pequeñas y agudas cabezas de arriba a abajo y luego desaparecían entre el follaje.
+Vimos, además, una o dos mariposas, una negra con manchas amarillas alrededor de sus alas y otra muy bella de color amarillo profundo. Cuando nos cansamos y empezó a hacer mucho calor, caminamos de regreso y pasamos por la Iglesia Católica Romana, a la cual se llega por dos tramos de escaleras. Es un pequeño edificio cuadrado de dos pisos, en cuyo extremo superior hay una pequeña cruz. Bloqueando el acceso desde la calle hay un seto alto, compuesto por flores de color púrpura con una hoja pequeña, redonda y dura, un tanto pálida en su verdor, y un tallo del cual brotan las hojas y las flores, de manera que se tornan más finas hacia la punta. Seguimos nuestro camino en dirección al hotel de Commerce; ordenamos unas deliciosas bebidas de jarabe de frambuesa y agua helada, que resultaron muy refrescantes. Nunca olvidaré el abierto corredor externo de ese hotel de St. Thomas. Tenía piso de mármoles negro y blanco, ostentaba grandes arcos, cuyos pilares estaban pintados de rojo y poseían cortinas que podían ser abiertas al gusto.
+Nos sentamos mirando hacia los jardines llenos de árboles y flores, tras los cuales veíamos el mar azul, azul, de las Antillas; y más altas, al fondo, las escarpadas y quebradas montañas mostraban variados tonos de verde, con sus cimas escondidas por grupos de nubes que se mezclaban con un brillante azul.
+Tomamos el desayuno en el comedor, para lo cual debimos esperar hasta las diez y media. Mientras tanto, nos divertimos mirando a algunos negros que llenaban una carreta de agua, conformada por un gran barril colocado sobre una base de madera, unida a unas burdas ruedas y tirada por dos mulas.
+Algunas mujeres del mercado estaban sentadas en la esquina de la calle vendiendo frutas o cerveza de abeto, al tiempo que otras, con sus vasijas redondas en los brazos y vestidas con batas de algodón de los más hermosos colores y facturas, haraganeaban y charlaban con sus vecinas.
+También vimos algunos almacenes en la calle que conducía al muelle, cuyos colores exteriores eran maravillosos. Techos rojos, paredes blanqueadas, puertas negras y azules, y verdes postigos de las ventanas, que no hacían juego con el resto del conjunto. Entramos a algunos de estos almacenes para preguntar por unos collares, y quedamos sorprendidos por los exorbitantes precios que se pedían: los que en Inglaterra hubieran costado cuatro peniques aquí valían un chelín. Los precios eran extraordinarios porque St. Thomas es un puerto libre y no se grava con impuestos ninguna clase de bienes; por lo tanto, yo aconsejaría a las personas que piensan viajar, tener todo preparado antes de salir de Inglaterra, de modo que no hagan compras aquí.
+Lo que encontré valiosísimo al desembarcar hoy fue una buena provisión de céfiro, o ropa de guinga, que es particularmente fresca para un día en que el calor derrite y el termómetro marca 90º F a la sombra. Después de desayunar, tuvimos el placer de pagar un dólar con 50 centavos —esto es, seis chelines en moneda inglesa— por nuestro viaje, ya que el hombre del bote decidió esperarnos durante el paseo por el poblado y, en consecuencia, eso nos hizo pagar. La tarifa justa es diez centavos —o cinco peniques— en ambos sentidos, del buque a la playa, y los marinos son responsables por el recargo cuando piden más, a menos que sean lo suficientemente sagaces como para tramar a los pasajeros y decirles que los han esperado todo el tiempo que ellos permanecieron en tierra. Estos hombres son muy marrulleros cuando de hacer un poco de dinero se trata.
+Así que lo más sabio es pagarles la tarifa al desembarcar, pues siempre hay botes listos para hacer el viaje en cualquier dirección. En el puerto vimos limones que flotaban sin que a nadie le importara, hecho que demuestra cuán poco se valora esta fruta en el trópico, mientras que en Inglaterra la pagamos tan cara. Durante la tarde aparecieron algunos buzos alrededor del barco, los cuales se sumergieron profundamente bajo el buque para recuperar, con habilidad, las monedas que les lanzábamos. Son seres curiosos, bronceados, bastante parecidos a las focas por la forma como entran y salen del agua. En la tarde hice un bosquejo de la ciudad. Y en la noche me visitaron los primeros mosquitos. Entonces, gocé del beneficio de haber traído unas cuantas yardas de mosquitero, que pusimos en las escotillas durante la noche para mantener a distancia a estos conflictivos visitantes.
+En el crepúsculo nos sentamos cerca del timón a observar una por una las luces que brillaban como estrellas entre los edificios de la ciudad y en las laderas, junto con las del vapor del Correo Real que iba a Puerto Rico, el H. M. S. Blanche, el cual viajaba a Antigua a causa de la fiebre en Barbados, y el Solent, el Tibor y el Eide, que reflejaban sus largas y vacilantes sombras en las aguas casi inmóviles. Era una escena apacible y hermosa, pues el fuerte calor del día había dado paso a una noche fresca y plácida. La calma sólo era perturbada por la campana de la Iglesia Evangélica Americana, que sonaba dulcemente a través de las aguas; la canción del marinero o el repicar del reloj de la ciudad cada media hora. En efecto, su tañido era muy semejante al de la curiosa y vieja campana del reloj de la Abadía de Melrose.
+Agosto 16. Después de una noche terriblemente cálida, nos levantamos a las seis y nos dirigimos de prisa a la fresca y limpia cubierta para ver a los nuevos pasajeros y terminar los bosquejos. Varios de los de nuestro grupo fueron a la playa temprano, pero nosotros no nos tomamos el trabajo de hacerlo, el día anterior habíamos visto todo aquello que valía la pena.
+Cerca de las ocho, el barco levó anclas y empezó a navegar fuera de la bahía. En vano echamos un vistazo para buscar los tiburones, esos monstruos de las profundidades. En la bahía de St. Thomas abundan peces de todo tipo, se veían en bancos alrededor del barco cuando estábamos en el puerto. El mejor para la mesa es el «pez ladrón», que se parece bastante en su sabor al mujol. Un francés me enseñó cortésmente lo que se conoce como «erizo de mar», especie de los equinodermos semejante a un erizo de la superficie superior. El erizo de la inferior se parecía a un aster china.
+Tras cerca de una hora de navegación pasamos unas islas rocosas de todas las formas imaginables, algunas de las cuales eran rocas completamente ásperas, otras blancas y resplandecientes al sol, y unas terceras aún cubiertas con una corta y gruesa capa de grama. Navegamos también cerca de Sail Rock, que en una oportunidad fue confundida con un barco por un marino de guerra inglés, quien la bombardeó toda una noche; pasamos luego las islas de Dead Man’s Chest, Crab Island, Water Island y Little Saba. Esta última resultó dividida en dos partes, hace catorce años, por el tremendo terremoto de 1867, que ocasionó muchos daños en St. Thomas, pues generó una creciente que cobró centenares de vidas y destrozó varios de los barcos anclados en la bahía.
+A las nueve desayunamos, ¡y qué colección más extraña de frutas se nos dio a escoger en la mesa! Probamos el aguacate, más un vegetal que una fruta, que se come, por lo general, con pimienta y sal una vez se le quita la cáscara. La pulpa, veteada, es de un verde amarilloso, muy suave y deliciosa para quienes les gusta. A mí no me gustó. Había algunos atados de mamoncillos, curiosas frutas muy parecidas en apariencia a la nuez con su hoja, sólo que la hoja del mamoncillo es más dura y de un verde más oscuro. La fruta es también verde, pero cuando el grueso pellejo se le quita, se encuentra una masa amarilla carnosa, dentro de la cual se halla una pepa pequeña todavía no examinada. Tiene un sabor dulce y es una fruta refrescante para el desayuno. Igualmente, comimos bananos genuinos, no las miserables frutas llamadas así en los mercados ingleses, sino empalagosos y deliciosos como el melón, que se diluye en la boca como mantequilla. ¡Oh, dadme un banano cuando esté sedienta y cansada, y un vaso de jarabe helado de frambuesa del hotel de Commerce en St. Thomas!
+Dejamos atrás la isla de Puerto Rico y vimos en la distancia la ciudad de San Juan. Durante el día continuamente pasamos islas o islotes rocosos que emergían del mar, pero carentes de importancia. Por la tarde vimos una escuela de marsopas jugando cerca del barco y, al ocultarse el sol, observamos un gran torbellino que alcanzaba el dorado de las nubes, como una barra gris que se levantaba del mar. No duró mucho, y gradualmente fue desapareciendo entre los cielos. Durante toda la noche hubo vivos y continuos relámpagos.
+Agosto 17. Nos levantamos a las seis y nos encontramos bordeando la isla de Santo Domingo, mientras tomábamos gradualmente el rumbo hacia Puerto Príncipe. El calor era intenso y el viento demasiado lánguido para refrescar; el sol iluminaba con gran brillo el mar, el cielo y las islas distantes, proyectando sobre el barco los más diversos colores. En verdad, «este es un buque pintado en un océano pintado». Quedamos agradecidos cuando el sol empezó a caer y sopló un poco de viento. Entonces sobrevino la iluminación tropical, de la que derivamos escaso o nulo beneficio.
+Agosto 18. Alrededor de las once llegamos a Puerto Príncipe, en la isla de Santo Domingo, población insignificante, situada en el extremo de una larga bahía, cerrada por ambos lados por rocas y montañas. La localidad está a un nivel bajo; las casas son, en su mayoría, de un piso, con techos prácticamente planos. Islas de manglares aparecían cerca del borde de las aguas, casi que circundando la entrada de la bahía. La ciudad estaba dispersa y entremezclada con palmas de coco, con sus gruesos tallos y sus hojas plumosas y colgantes. Un gran número de caballeros negros abordó el barco y saludó a sus amigos dándoles besos, lo cual parece muy extraño a un inglés. Aquí bajaron varios pasajeros, principalmente nativos, y unos pocos franceses.
+Agosto 19. Aproximadamente a las nueve hubo un disparo de saludo y caímos en la cuenta de que nos hallábamos en el muelle de Jamaica. El calor era terrible. Yo nunca había sentido nada igual, y me será muy grato estar en un clima más frío. ¡Qué bello paisaje ofrece Jamaica a quien lo ve por primera vez!
+Las enormes Blue Mountains, de 6.000 pies de altura y verdes pendientes, y la ciudad de Kingston, con sus altos cocoteros, presiden la vista de ambos costados de la bahía. Varios de los pasajeros desembarcaron hoy, y hubo tal descargue general de mercancías y correo que me levanté tarde, aunque mi esposo fue a la playa a ver a Mr. H__, quien lo acompañó de regreso al barco. Este caballero me obsequió un bello ramo de rosas y resedas jamaiquinas rosadas y blancas, flores de coral y nardos, todo un placer para el olfato, después de tres semanas completas de no poseer flores.
+Cerca de las tres fuimos a la playa y nos dirigimos a la casa de Mrs. Da Souza, donde ocupamos nuestras habitaciones para pasar la noche tras depositar allí nuestro equipaje; yo aconsejaría a todos los que no quieran soportar un día hirviente a bordo, desembarcar y alojarse en este mismo lugar, donde se encuentran comodidad, limpieza, buena comida y una amable atención. Después de arreglar diversos asuntos, en compañía de nuestra criada disfrutamos un largo paseo para ver algunos ingenios azucareros que no estaban trabajando, pero cuyo funcionamiento nos fue ampliamente explicado por el más negro de los capataces negros.
+El paseo fue maravilloso y disfrutamos bastante más que en otras oportunidades la forma frenética de conducir de nuestro cochero, quien se lanzó por calles y calzadas de una manera sorprendente, puesto que ignoró por completo zanjas, arroyos, piedras, cerdos negros, niños idem, y cualquier otro obstáculo posible. La vegetación que vimos durante el paseo fue espléndida: plátanos; flores escarlatas de las ceibas; numerosos pinos silvestres; pequeños y bellos capullos silvestres, algunos como estrellas amarillas, otros blancos cerosos como estefanotis, otros naranja brillante y otros de un azul deslumbrante mezclados por todas partes con la lujuriosa vegetación de diferentes verdes, que sólo se encuentra en los trópicos. La extraña apariencia de los ranchos de los negros, hechos de madera y cubiertos con hojas de palma o bardas, afuera de los cuales podía observarse a una mujer negra sentada, con una pequeña estera frente a ella, sobre la que exhibía para la venta mangos amarillos, aguacates, mamoncillos, naranjas, piñas y hasta uvas; y no lejos de esta exhibición de frutas, una familia de cerdos negros devoraba algunos de los restos de la mercancía que no se había vendido la víspera. Nos detuvimos para recoger algunas piñas silvestres y las probamos, pero estaban ácidas y repletas de semillas. Cuando el carruaje se movió, unas pequeñas palomas al lado de la vía, llamadas en español abuelitas, permanecieron volando frente a nosotros y se posaron en ramitas y flores. En razón a sus graciosos y anticuados hábitos, los españoles las llaman abuelitas, lo que significa «pequeñas abuelas».
+Regresamos a la casa de Mrs. Da Souza, localizada en la calle Este, para comer a las 6:00 p. m. La comida, a la manera española, fue toda servida en la mesa, de modo que no había sino dos platos, carnes y frutas. Tuvimos una cena muy bien servida y cocinada, con abundancia de hielo.
+Pero ¡ay!, debo prevenir seriamente a mis lectores sobre el consumo excesivo de frutas tropicales. Las consecuencias son desastrosas, tal como pudimos comprobarlo muchos en el buque. Especialmente agradable es un tipo de estofado conocido como «guayaba con leche» y los «nísperos», una fruta que se parece en el sabor a una pera podrida, y que se come con cuchara después de quitarle la cáscara. Esta fruta se asemeja a una papa redonda y carmelita sin cocinar, y no se come de noche impunemente, pues aun en la mañana requiere cuidado por parte de aquellos que la prueban por primera vez.
+Después de cenar nos sentamos afuera en el balcón para tomar café, atendidos por la ruidosa tonada de innumerables grillos. Tuvimos algunos compañeros gratos, un doctor y una señora Champlin, de los bancos del Hudson, a quienes conocimos en St. Thomas, y se convirtieron en la gente más agradable que hallamos luego de haber viajado por las Indias Occidentales y América del Sur. A las ocho, nuestro caballero negro de la mañana preguntó nuevamente por nosotros y nos llevó por la calle principal, ahora mal iluminada, en la cual encontramos mujeres halando o montando mulas y burros cargados con frutas, caña de azúcar, pasto, bambú y otras cosas para el gran mercado de la mañana del día siguiente. Tras 20 minutos de camino, iluminados como siempre por luciérnagas y acompañados por el ruido de numerosos grillos que volaban cerca de nuestro cabriolé abierto, llegamos al estrado de la banda para oír tocar al pintoresco Segundo Regimiento de las Indias Occidentales.
+Posee una muy buena banda, que marca el compás excelentemente, aunque sus números están muy disminuidos por la última campaña que realizó este regimiento en Costa de Oro, de donde acaba de regresar (1881). Era muy curioso ver el terraplén cubierto de grama iluminado con candelabros, los brillantes uniformes de los soldados, las ligeras barracas de clima cálido, los rostros de los negros y varios murciélagos sobrevolando, con el cielo estrellado del trópico brillando en lo alto, con ocasionales resplandores de la luz del verano. El uniforme del regimiento es muy pintoresco: consta de grandes y holgados pantalones azul oscuro; chaleco blanco y chaqueta escarlata corta y suelta, ricamente adornada con galones dorados; medias amarillas, y borceguís azules.
+Agosto 20. Fuimos despertados por el anuncio del café, a las seis de la mañana. Desde hacía tiempo no probaba una taza de café tan deliciosa, servida con tostadas delgadas y calientes. Después de este refrigerio, nos levantamos y nos vestimos en una habitación de apariencia muy divertida, pues la mitad de la parte exterior estaba construida a manera de postigos, apenas abiertos para permitir el ingreso del aire. El piso era de madera y estaba pintado de color tabaco. Había, además, un armazón de una cama baja, hermosamente limpia, y una jarra de agua en piedra para conservar el líquido tan frío como fuese posible. Después de vestirnos, bajamos a dar las gracias a nuestra posadera por haberme enviado algunas flores hermosas.
+Nuestro dormitorio daba a una salita, y esta a una aireada escalera de piedra ubicada al costado de la casa, cubierta sólo con estefanotes que crecían a su dulce albedrío al pie de los escalones, hasta que se unían con racimos de rosas blancas y rosadas en una planta de coral rojo. En la parte posterior de la casa había un patio cuadrado en el que sonaba una fuente que algunas palomas consideraban propiedad privada por su constante ir y venir entre el rocío. Luego de inspeccionar el predio dijimos adiós a nuestra posadera y a sus tres hijas de ojos oscuros, y nos encaminamos al mercado. Era sábado, el mejor día para acudir al mismo.
+Allí inspeccionamos las frutas y compramos una canasta llena de naranjas, tres piñas y algunas uvas, que un muchacho negro llevó a nuestro singular carruaje del día anterior. El mercado es muy superior al de St. Thomas y está lleno de deliciosas frutas frescas.
+A las nueve regresamos al barco y hacia las diez ya estábamos navegando fuera del puerto. Pasamos Port Royal y el sitio donde se había ahogado un marino de la armada, y llegamos de nuevo al mar abierto. Estuve algo enferma por pocos días debido a la dureza de esta parte del océano, pues nos dirigíamos hacia la costa de Suramérica, dejando atrás, y cada minuto más lejos, las Indias Occidentales. Pasaré por alto el domingo 21 y el lunes 22 y continuaré el día 23.
+Agosto 23.
+Por entre arenales y bajíos y corrientes,
+Por enormes bocas, nos deslizamos,
+Y las colinas y los bosques escarlatas
+Brillaron por un momento cuando pasamos.
+TENNYSON
+Alrededor de las nueve nos detuvimos en Colón, en el extremo sureste de la costa del Istmo de Panamá. Desembarcaron 20 pasajeros que se disponían a trabajar en el gran canal que se está construyendo allí. Todo el día, hasta las diez de la noche, estuvimos descargando. De todos modos, el aire era fresco y placentero, y con la brisa suficiente para ponernos a salvo de la intensa fatiga que nos produjo el calor de St. Thomas.
+La estación lluviosa estaba avanzada, lo que contribuyó a que la atmósfera estuviera seca y no hubiera nubes de voraces mosquitos. No obstante, uno o dos elementos de esa voraz tribu continuaron haciendo su poco grata aparición. Almorzamos y comimos en cubierta, lo cual fue muy placentero, y como sólo éramos diez, hicimos una fiesta muy agradable. La carrilera corre cerca del muelle donde habíamos atracado, de manera que no existía muchas cosas interesantes para observar, excepto el terreno ondulado, cubierto con árboles pequeños, al otro lado de la bahía.
+Agosto 24. Todavía en Colón. Después de una noche comparativamente fresca fuimos despertados por el horrible ruido del descargue de la mercancía y fue un verdadero alivio levantarse y salir a cubierta, ventilada por una suave brisa. Durante varias horas de la mañana cayó un aguacero muy fuerte, así que permanecimos felices en cubierta; pero después del almuerzo nos vestimos y, junto con mi criada, me dirigí, a través de los muelles y cobertizos para la carga, hacia la parte americana de la ciudad por un camino aceptablemente bien construido alrededor de la isla; esta vía divide a Aspinwall, o Colón, del mar, aunque la localidad está bastante cerca de la costa americana.
+Pasamos por una iglesia construida en piedra y ladrillo, pero de una apariencia muy húmeda, pues la grama que la circundaba era casi un pantano, y estaba separada del mar sólo por el camino. Luego deambulamos largamente y recogimos algunos lirios blancos, flores anaranjadas y unos convólvulos. También recolectamos una buena cantidad de corales y conchas; toda la costa está formada por los corales, esos pequeños e industriosos animales. Nos sorprendieron los numerosos y enormes cangrejos azules de tierra, que corrían en todas direcciones a nuestra llegada, para esconderse en los huecos que habían hecho. Pasamos por un bosque de palmas de coco y, en algunos lugares donde se habían talado, pudimos ver claramente los mangles en los pantanos, extendiéndose tierra adentro; en verdad, la mayor parte de la isla es pantanosa e insalubre.
+Algunas veces la carretera se aproximaba al borde del agua; entonces la playa aparecía con los más puros granos de arena y el agua tan clara como el cristal. De regreso al barco, vimos varios colibríes azules y verdes, pequeñas criaturas que revoloteaban sobre las corolas abiertas de las flores. Pasamos por la ciudad, observando los almacenes de los chinos y las maravillosas tiendas de los negros, sucias, derruidas y miserables a tal grado que sólo brillaban por los colores vivos de algunos loros verde y escarlata que dormían en los balcones.
+Agosto 25. Nos hicimos a la mar de nuevo y a las doce estábamos en Cartagena; pero como sólo permanecimos allí un par de horas, nadie desembarcó. Su apariencia es la de una ciudad antigua e interesante, con murallas bien construidas que miran al mar, algunos edificios anticuados, como castillos en piedra gris y roja. Las construcciones están entremezcladas con palmeras y cocoteros. Al fondo se pueden contemplar ondulantes y verdes colinas, que constituyen una vista pintoresca desde el barco. Pronto zarpamos de nuevo, y hacia las seis anclamos en Sabanilla. Era el final de nuestro viaje por mar.
+Agosto 26. Casi todos los pasajeros, incluido mi esposo, desembarcaron temprano, antes del desayuno, para ir a Barranquilla. El calor fue terrible durante todo el día y llovió muy poco. Permanecíamos inmóviles fuera del puerto de Sabanilla, que estaba oculto por una escarpada porción de tierra en cuyo extremo había una edificación blanca, cuadrada, parecida a un templo griego, antiguamente utilizada como aduana. Hay también un faro blanco y grande frente al sitio donde nos encontrábamos, el cual daba una luz excelente. Todo el día tuvimos a nuestro lado una pesada barcaza que recibía carga. Entre otras cosas, no sentimos pena al ver que se iba el burro blanco. El pobre animal había estado en cubierta, justo sobre nuestro camarote, desde cuando salimos de Inglaterra.
+Después de comida observamos el atardecer más glorioso: grandes bancos de nubes púrpura y oscuras, elevándose hacia la más intensa luz dorada que dejaba el sol poniente, lo que reflejaba en derredor rosados pálidos e intensos. El mar aparecía bañado en amarillo y rojo, con unas pequeñas nubecillas en la distancia tocadas de rosado, con un fondo azul pálido y verde mar. Por ello recordé las palabras citadas por Mrs. Brassey:
+Profundas en los rayos del ocaso,
+Las nubes descansan en su trono de montañas;
+Un pico solitario exalta su cresta glaciar,
+Un dorado paraíso sobre el resto.
+Allende el día con sus pasos se retira,
+Y en su mismo elemento azul expira.
+Agosto 27. Cerca de las once cayó un aguacero torrencial que inundó la cubierta y los toldos. Sopló un ligero viento y se escucharon truenos.
+La lluvia fue muy densa y parecía como si nunca fuera a terminar. Continuó hasta la una, cuando amainó gradualmente y dejó el aire más fresco. Mi marido regresó alrededor de las tres trayendo unas lindas rosas, flox y lo que aquí llaman jazmín, pero que en forma, aroma y color se asemeja más a la gardenia. La barcaza estaba aún al costado del barco, tripulada por cuatro colombianos cuyo jefe parecía divertirse molestando a dos pequeños monos que tenían el color de un cervato, haciéndolos pelear entre sí.
+La comida se sirvió en cubierta y las lámparas atrajeron la curiosidad de enormes murciélagos. Los ojos de estos animales lucían como de fuego cuando se aproximaban a la luz. También vimos ocho o diez pelícanos volando a casa de norte a sur; es curioso que siempre vuelen de norte a sur y luego de sur a norte, retornando siempre hacia las cinco de la tarde y volando en fila uno tras otro.
+Agosto 28. A las diez y media rezamos en cubierta; los marineros trajeron el pabellón militar británico y colocaron el libro de oraciones sobre él; el capitán Woolward leyó las oraciones y un precepto, a lo cual contestó el contador, con voz fuerte, «amén», casi antes de que fuese oportuno. Hasta entonces no habíamos visto los picos nevados de la Sierra Nevada de Santa Marta, punto más alto de la cadena oriental de los Andes, aun cuando son visibles desde Sabanilla, antes del amanecer. Por la tarde nos entretuvimos escribiendo cartas a casa y, luego, alimentando a los numerosos peces que nadaban tras del pan que les lanzábamos. La «barracuda» fue el pez más grande que vimos; medía aproximadamente tres pies de largo, era de color café, tenía la cabeza más o menos grande y se movía con majestuosidad. El pez aguja no es muy grande; tiene nariz larga y puntiaguda, terminada en filo, y grandes ojos negros. Las aletas parecen verdes dentro del agua y la cola azul. Bancos de siluro nadaban cerca; este pez se distingue por tener una aleta dorsal como la trigla, que se pesca en la costa inglesa.
+Agosto 29. Empacamos el resto de nuestro equipaje, que estaba todavía en el barco, e hicimos otros arreglos para viajar al interior del país. El calor del día terminó con una gloriosa puesta de sol, como era habitual. De las tres últimas noches nada habría podido igualar la intensa riqueza del color del cielo, el naranja y el oro, resaltados por el carmesí profundo, el azul pálido, y algunas nubes profundas, oscuras, a cada lado. El resplandor empezaba cerca de las siete, y el relampagueo se observaba sobre las colinas a cada costado de la bahía, con ocasionales iluminaciones bifurcadas cuando, a millas de distancia, se presentaba alguna furiosa tormenta.
+Agosto 30. Calor intenso, como era usual. Después de almuerzo se echó al agua la lancha de vapor del Don, y con el resto de nuestro equipaje, el ingeniero jefe y el contador del buque dijimos adiós al capitán, esperando volver a verlo algún día. Navegando alrededor del punto en cuyo extremo estaba ubicado el edificio blanco, ahora inútil, de la aduana, entramos en la Bahía de Sabanilla. Luego de 45 minutos anclamos al lado de un viejo «bongo», desde donde caminamos hasta unas cuantas chozas que conformaban la estación. Allí nos sentamos en unas sillas, bajo una pérgola de madera, a esperar la llegada del tren. La puntualidad no es una cualidad muy desarrollada en esta parte del mundo. Sin embargo, el tren apareció a tiempo o, mejor, la locomotora vino a llevarse los vagones que estaban frente a nosotros.
+Tomamos nuestros asientos, y con tres cordiales vivas en inglés de todos los oficiales del Don, el tren nos apartó de los vínculos que nos unían con la vieja Inglaterra. La carrilera se recostaba continuamente sobre pantanos de mangle, en los cuales nadaban y pescaban numerosos pájaros silvestres; ardeidas, pelícanos, buitres y halcones se posaban en las ramas deshojadas de las copas de algunos árboles. A veces el tren recorría pedazos de tierra recuperados a los pantanos, al menos se veía pasto suficiente para alimentar a unas vacas de colores blanco y negro y llenar carretas tiradas por mulas y conducidas por colombianos morenos de tez y sueltos de lengua. En una ocasión pasamos a través de un corte profundo con altos árboles a cada lado, cuyas ramas largas casi tocaban el tren al pasar.
+En aproximadamente una hora llegamos a Barranquilla, donde tomamos un carruaje cubierto, halado por dos caballos, que nos llevó al hotel, no sin antes transitar entre arenales y chozas construidas con estacas y cubiertas con zarzas para conservar dentro un ambiente fresco. El hotel era administrado por una francesa que hablaba español, y estaba construido alrededor de una plaza, con jardines en el centro y baños en un costado. Llegamos a tiempo para comer, esto es, a las seis, y quedamos muy complacidos al encontrarnos con Mr. y Mrs. O__, de nacionalidad inglesa y nuestros compañeros de viaje de Colón a Honda por el río Magdalena. Después de la comida fuimos al jardín y observamos las luciérnagas, que se amontonaban en todos los arbustos; vimos también innumerables ranas, murciélagos y grillos. La noche estaba fresca y agradable tras el intenso calor del día. Nuestra única molestia eran los mosquitos.
+Agosto 31. Tomamos un café muy bueno que nos trajeron hacia las siete y luego nos levantamos al baño. Yo tuve que caminar a través de los jardines, bajo algunos cocoteros y palmas, y después ir hacia un edificio largo, bajo y blanqueado con cal, que contenía seis o siete baños de piedra oscura y con sifón en el piso. El agua era bastante turbia y, como las calles en Barranquilla, estaba llena de arena.
+Sin embargo, era limpia y muy fresca. Después de vestirnos y leer un rato, recogí en el jardín algunas flores de dulce aroma; a las doce en punto anunciaron el almuerzo y entonces pasamos al comedor. Sopa, pescado (muy desagradable), pollo (muy duro), frijoles, melones deliciosos, agua helada y, finalmente, un pocillo de chocolate o café —no el tipo de chocolate que se prepara en Inglaterra, sino una cucharada sopera completa por cada taza— y excelente leche.
+Pasado el almuerzo, nos hablamos desde las puertas de nuestras diferentes habitaciones, y apenas pasadas las tres salimos a pesar del calor. Nos dirigimos a una «Fotografía» e invertimos en dos fotos muy bien montadas para llevar a casa. Enseguida nos encaminamos a la Oficina de Correos para averiguar por qué no nos habían llegado cartas de Inglaterra, pero nada pudimos establecer. Después fuimos al hospital, por el cual pasamos con lentitud, y a unas maravillosas calles con casas construidas casi enteramente de pértigas bien amarradas y techos en palma.
+Los niños eran los objetos más pequeños y miserables, y no vestían nada; se les permite andar por las calles comiendo lo que encuentran y que, a menudo, los mata. Regresamos a donde madame Hullé, y pronto nos enteramos de que la comida estaría lista.
+Un viejo general colombiano fue muy cortés; nos envió a dos señoras —Mrs. O__ y yo— algunos melones y clarete, por lo cual le dimos las gracias. Después de la comida se desató una fuerte tormenta, con agua a torrentes, acompañada de truenos y relámpagos, así que no pudimos salir al anochecer. La noche era cerrada y cálida, y los mosquitos nos molestaban espantosamente. Esto, junto con el ladrido de los perros, el llanto de los niños y la música de un peculiar pero bello instrumento, impidió que pudiéramos dormir bien.
+Septiembre 1.º. Nos levantamos más o menos a las cinco y nos vestimos para salir, aunque yo había encontrado en uno de los baños una pequeña lagartija café, con cresta roja, la cual saqué rápidamente de allí. Posteriormente fuimos a algunos almacenes para conseguir hilos, alfileres y otras cosas, y luego fuimos a buscar a Mr. y Mrs. D__, a quienes encontramos en el segundo piso de su casa, pues todo el piso bajo es un depósito, un arreglo muy común en Barranquilla, después nos dirigimos a ver al cónsul, Mr. Stacey, y a su esposa. Él es inglés, pero su esposa es española o colombiana, así que la conversación de mi parte fue limitada. La casa era muy fresca. Era, también, la más bella que observé en la ciudad. Los pisos estaban cubiertos con mármol negro y blanco. Hacia afuera había un corredor, el cual tenía grandes persianas verdes que daban a un pequeño patio con baldosas rojas donde había varias cigüeñas, mansos pavos y pollos deambulando tras unos árboles grandes. Un pato silvestre, de curiosos colores, se había domesticado solo en la casa de Mr. Stacey, y caminaba de una forma seria y pensativa, con su cabeza hacia un lado, un ojo cerrado y levantando una pata. Nos obsequiaron con algunas peras hermosas, traídas de los Estados Unidos, y después de hablar con —al menos mi marido lo hizo— cerca de una docena de colombianos, volvimos al hotel Victoria para desayunar. Después retornamos al vapor y permanecimos en él.
+Estos vapores del río Magdalena son construidos de un modo muy peculiar. Son de fondo plano y desplazan poca agua. Toda la carga y los motores están sobre el agua, en la primera cubierta. En el nivel siguiente se encuentra el salón, con los camarotes a cada lado, y encima la cabina del capitán. Sobre ella está la del timonel.
+Frente al salón hay dos grandes chimeneas negras, que se elevan por encima del camarote del timonel, y, ante ellas, el asta de la bandera. Hay sillas alrededor y sopla mucho aire fresco. Se suponía que el viaje se iniciaría a las tres, pero con la puntualidad colombiana o, mejor, la de un vapor del río Magdalena, sólo salimos de la ensenada hasta la desembocadura del río, donde recibimos más carga antes de partir definitivamente, alrededor de las ocho, y cuando ya estaba bastante oscuro. Estábamos ansiosos por ver cómo íbamos a entrar en la fuerte corriente. Sin embargo, aunque flotábamos hacia abajo, el vapor pronto se controló por sí mismo y entramos entonces en el corazón del Magdalena, que allí tiene un ancho de milla y media. Poco se podía observar, pero gozábamos del delicioso fresco que proporcionaba la brisa del anochecer.
+Septiembre 2. Luego de pasar una noche fresca y placentera en nuestras esteras colocadas en camillas y bajo los mosquiteros, tomamos café y galletas a las seis, y poco después nos levantamos. Tras un baño un tanto fangoso, pero hermosamente frío y suave, nos trasladamos a la cubierta exterior, donde conversamos y observamos los caimanes hasta las once, cuando anunciaron el desayuno. Era una mezcla curiosa, más del estilo de un almuerzo caliente; de todas maneras, insuperable para la gente con hambre. Alrededor del mediodía tuve mi primera lección de español, dada por un cubano que iba para Bogotá por unas semanas, quien cortésmente se ofreció a enseñarme el idioma en muy poco tiempo. Después de mi «lección» buscamos entre mis cajas la de pintar, que encontramos pronto, y pude hacer bosquejos, con cierta prisa, del pueblo de Remolino y de otros. Mi marido tenía su rifle listo y disparó a algunos de los caimanes que por docenas se hallaban echados en los bancos de arena con sus fauces bien abiertas.
+Vimos canoas muy originales, cortadas de un solo tronco y tripuladas por gente de color cobrizo, pelo tupido y vestida con un delantal blanco alrededor de sus cinturas, todo un cuadro de indios típicos. Grandes garzas grises, y algunas blancas, volaban sobre el agua o aguardaban pacientemente su presa. Pasamos numerosas islas, algunas cubiertas por arbustos, otras por pasto y unas pocas por árboles.
+Nos detuvimos en Calamar para aprovisionarnos de leña y comprar melones a los nativos que se aglomeraron en derredor del vapor ataviados con brillantes vestimentas. Un pobre hombre, deforme y afligido por el mal de San Vito, danzaba mientras recogía las monedas que le lanzaban a sus pies. Dejamos atrás la villa de Tenerife, donde se hallan una antigua iglesia y las últimas ruinas de la que fue una bien fortificada ciudad española, que sirvió como escenario a una sangrienta batalla en la Guerra de Independencia. Entonces oscureció, y subimos para observar los relámpagos, que eran hermosos.
+Septiembre 3. Casi todo el día estuvo muy caliente, aunque a nosotros nos fue bastante bien, ya que paramos pocas veces hasta las ocho. Temprano en la mañana nos detuvimos en las afueras de un pueblo para recoger madera. Esta madera la trajeron colombianos de piel morena, quienes, además, vendían flores, pollos, huevos, calabazas —provenientes de la planta de calabaza y utilizadas para echarse el agua sobre el cuerpo en el baño— y cucharas de palo hechas de la misma planta. Compramos algunos huevos que, simplemente hervidos, comí complacida. Recorrimos millas de plantíos de plátano y, ocasionalmente, una choza construida con estacas y cubierta con palmas, cuyos habitantes vestían calzones a rayas y estaban acurrucados en bancos o en sus canoas. Una vez pasamos por un trapiche muy rústico, movido por un buey, que daba vueltas a los cilindros de madera mientras las mujeres y los muchachos vertían el jugo de la caña de azúcar en las pailas. La tela de algodón púrpura parecía ser el color favorito de las túnicas de las mujeres nativas; manga corta, cuello bajo y un collar de cuentas o un pañuelo de rayas alrededor del cuello. Su tipo es mongólico y, en general, no tienen mal aspecto.
+Vimos muchas cigüeñas grises y blancas, silenciosas e inmóviles, en los bancos o en trozos de madera flotante, buscando peces. Varios caimanes fueron molestados por unos cuantos disparos y una infortunada langosta resultó capturada. Tenía aproximadamente tres pulgadas de longitud, algo así como un saltamontes, pero con alas más pequeñas.
+Septiembre 4. Un día con muy poca apariencia de domingo. Y es que olvidamos que era domingo hasta cuando mi diario nos lo recordó. Hacía un calor intenso, lo cual no significaba que el clima fuera desagradable, pues el vapor se movía. Durante el día nos detuvimos en varios pueblos a recoger leña y descargar mercancía. El escenario era muy variado, con grandes árboles, papayos, guayacanes, palo santos. Estos últimos crecen hasta una altura tremenda y sólo tienen flores en la copa, donde habita gran cantidad de hormigas.
+Los nativos rara vez tocan estos árboles. Notamos que las plantas estaban bastante pobres de hojas por las langostas, que volaban en todas las direcciones del país en enjambres, causando gran daño a los árboles y a las frutas. Observamos una pareja de monos marrones y rojos en los árboles, así como numerosos caimanes y cigüeñas. En la tarde fuimos a la orilla a un pueblo muy pequeño y pobre, con un puñado de chozas, llamado Puerto Nacional, que, con todo, producía una linda vista a la distancia, con las chozas construidas en guadua y sus techos de palma. Algunas de las paredes estaban pintadas de blanco y una o dos de aquellas chozas tenían techos rojos y paredes blanqueadas, lo cual se veía muy hermoso; todo ello entremezclado con árboles de mango, tamarindo y papaya, con sus racimos de fruta en la parte alta del tronco. También había un gran calabazo.
+Septiembre 5. Hubo un terrible aguacero. Las colinas más bajas de los Andes se ven en la mañana extendiéndose a lo largo del río a medida que avanzamos. Una vez se veían de un lado, luego de otro. Muy cerca estaba la bodega de La Virda. Más tarde pasamos pequeños conjuntos de chozas e islas. Las canoas eran tripuladas por nativos vestidos con pantalones de rayas rojas y blancas; vimos algunos cerdos silvestres negros en las islas cercanas al vapor. Al anochecer, paramos en la población de Paturia, o Boca del Dique. Había una luna clara y brillante, y fuimos a la ribera, donde disfrutamos de un largo paseo bajo los árboles, durante el cual recogimos varias rosas de color rosado pálidas y otras grandes de aroma exquisito. Anclamos aquí por la noche y nos propusimos renovar la marcha al amanecer siguiente. La puesta del sol fue bella, justo al otro lado del río, dejando los árboles en una profunda oscuridad, resbalándose tras los Andes y proyectando rayos dorados en todas las nubes cercanas.
+Septiembre 6. Iniciamos la navegación temprano, con los acostumbrados tres gemidos del pito del vapor antes de emprender la marcha. Los bosques lucían hermosos a la luz del sol matinal. Espantamos guacamayos espléndidamente cubiertos con plumas rubíes, cafés y negras y largas colas escarlatas, que volaban, chillando, mientras iban hacia arriba en dirección a una alcoba de verde tropical, rodeada por enredaderas de todo tipo de sombras y abigarradas con la luz del sol.
+Al salir de Paturia pasamos por el nuevo dragado o, mejor, por el trabajo de un buque para arrancar troncos, que se lleva a cabo por primera vez en este río y que probará ser muy útil si se realiza constantemente.
+En la actualidad el Gobierno hace pagar por todos los bienes importados un impuesto de 2 chelines por cada 125 kilos, para que se puedan hacer obras que impidan que el río se arruine en el futuro. Cada año la navegación se hace más peligrosa debido a los enormes nudos de troncos que yacen en el que es generalmente el único canal navegable, y un viento sería suficiente para hacernos encallar en un tiempo muy corto, aunque el barco está dividido en dieciséis compartimientos impermeables, por lo cual no corremos tanto riesgo como otras naves que no están construidas así.
+Cuando los vapores navegaron por primera vez en este río —al menos uno era el vapor que, antes de venir aquí, llevaba el correo entre Bristol y Cork, y tenía un calado de nueve pies— tenían que subir, con mucha dificultad, hasta Honda; el barco en que viajamos tiene un calado —transportando pasajeros y con 100 toneladas de carga— de dos pies y seis pulgadas. Tal ha sido la disminución en el volumen de agua, que seremos muy afortunados si logramos llegar sin ser víctimas de un accidente. Una advertencia sobre lo que sería nuestro destino si aflojara la vigilancia de nuestro piloto, Eugenio, se observó al pasar algunos palos que emergían del agua, pertenecientes al «Bismarck», que se hundió cuando chocó contra unos troncos a plena luz del día; toda su valiosa carga se perdió casi por completo, pues los nativos, o al menos aquellos que poseen canoa, consideran un vapor encallado de la misma forma como un gallinazo un pedazo de carroña.
+Por la tarde llegamos a un lugar llamado Barrancabermeja —o banco colorado—, debido a que está situado sobre una masa de cascajo ferruginoso que, con sus pedazos de cuarzo, es muy parecido al oro. Sin embargo, no se ve suelo rocoso. Aquí vive un canadiense, hombre inteligente que, aunque enterrado en un lugar como este, siempre está ansioso de conocer noticias y se complace en recibir periódicos. Él confirmó las noticias de que un vapor llamado «Colombia», uno de los más grandes del río, se había hundido arriba del pueblo de Nare. Era, no obstante, una embarcación vieja, y se dice que se quebró de manera inmediata. Al caer la noche llegamos al pueblo de Carare, punto que, de no ser porque las rencillas políticas son muy fuertes, habría sido un lugar de importancia, pues estaba destinado a ser la última llegada del Ferrocarril del Norte, que se hubiera extendido de aquí hasta Bogotá; tal cosa no sucedió, aunque el contrato estuvo en manos de la Compañía de Construcción de Obras Públicas, lo que era garantía suficiente de que el trabajo se iba a llevar a cabo.
+Cerca de las once fuimos sorprendidos por una verdadera tormenta tropical. El viento bramaba a través de los árboles, y la lluvia penetraba por cualquier abertura, mientras todo se iluminaba con incesantes relámpagos. Pronto escuchamos gritos, pero nos dimos cuenta de que eran producidos por la violencia del viento: dos cables que estaban afuera, en la popa, se golpeaban como hilos de bramante. Entonces nos atrapó la corriente y nos hizo girar, pero afortunadamente en la proa había dos cadenas que nos contuvieron, mientras el capitán, el contador y la tripulación corrían fuera y bajo el aguacero, dándonos seguridad una vez más. De todas maneras, fue un momento de ansiedad y, aunque nada serio ocurrió, hubiésemos sido arrastrados hacia un banco de arena.
+Septiembre 7. En la mañana comparamos notas en relación con los efectos que la tormenta tuvo en los diferentes miembros de nuestro grupo. Algunos, con una sublime indiferencia, o con estupidez, no se tomaron siquiera el trabajo de pensar en eso; otros durmieron tranquilamente durante el acontecimiento.
+Incluso hasta esta comarca se extiende la quina, o Cinchona lancifolia, que se exporta y, debido a recientes descubrimientos, en cantidades tan grandes, que han tenido efecto sensible en los mercados europeos. Pronto entramos a una parte del río en donde florece la «tagua» o marfil vegetal. Este era, hace dos o tres años, un artículo muy rentable de exportación, pero ahora el mercado tiene exceso de oferta. Es una graciosa palma que crece alrededor de 12 pies; los frutos, de cinco a doce, se dan en un racimo en la base, envuelto en una concha dura, áspera y de color café oscuro. Cuando están frescos y se cocinan con azúcar, producen una agradable confitura. En la noche nos detuvimos abajo de «Angosturas», un estrecho, como su nombre lo indica; aquí se angosta el río y corre en medio de un canal rocoso de hasta trescientas yardas de ancho.
+Septiembre 8. En la mañana llegamos a Nare, puerto principal de importaciones del floreciente Estado de Antioquia, pero que no es más que un miserable conjunto de chozas. El objeto de interés era el vapor «Colombia», que había naufragado; el reporte decía que chocó contra un nudo de troncos y se fue a pique enseguida. Su popa está casi fuera del agua, así que los cilindros, etcétera, pueden salvarse con facilidad. Como llegamos allí bastante temprano en la mañana, la mayoría del grupo que se hallaba en cubierta desembarcó. Encontramos un bello limonero repleto de frutos, lo sacudimos, conseguimos una buena cosecha y nos la llevamos. Después de varios intentos por coger mariposas, capturamos una negra, con marcas verde esmeralda sobre sus alas; recogimos algunas flores hermosas, un guisante púrpura, flores de color naranja y hermosas hojas. Había pequeños colibríes volando por todas partes y la orilla estaba animada por canoas bien cargadas de mercancía, con frutas diversas, pasto para los caballos e incluso pasajeros.
+Hacia las doce ya estábamos de nuevo en camino y, luego de algunas horas de navegación, nos detuvimos otra vez para pasar la noche en un lugar llamado Guarumo, donde desembarcamos cuando estuvo más fresco. Después de seguir un camino tosco, a través de arbustos y árboles pequeños, pasando por un montículo y unas chozas, llegamos a campo abierto, que pronto iluminó una brillante luna y nos mostró una iglesia muy primitiva, que era alumbrada por un negro de cabello blanco para la fiesta de la «Natividad», a pesar de que apenas era 8 de septiembre.
+Los cuadros del interior del templo eran maravillosos especímenes de óleos, aunque resquebrajados; en nuestro honor fueron descubiertas varias imágenes de santos. La pila era española, antigua y de piedra negra, y el púlpito de cedro. Algunos murciélagos volaban alrededor, atraídos por la luz de los cirios, por lo que no sentimos pena al dejar el lugar.
+Septiembre 9. Salimos antes del amanecer, por cuanto el nivel del río había bajado constantemente en la noche y había fuertes dudas de que pudiésemos llegar a Honda. Al pasar por un punto llamado La Garzera se hizo evidente que no continuaríamos teniendo buena suerte y, al llegar a Conejo, se dio la orden de soltar amarras y aguardar el aumento del nivel del río; esto resultaba grave, sobre todo porque sólo faltaban 20 millas para llegar a Honda. Sin embargo, tuvimos que escoger el menor de los males posibles, y después del desayuno tomamos nuestros lápices, etcétera, en la orilla con el fin de realizar bocetos. Además, nos enseñaron frutas y flores extrañas durante varias horas. No había mucho más qué ver, aun cuando un paseo por el bosque vecino después de la comida constituyó un agradable cambio para nuestra vida de encierro en el barco.
+Septiembre 10. Temprano en la mañana fuimos a la playa, pues valía la pena dibujar algunos bocetos interesantes de Conejo, donde nos habíamos detenido como consecuencia de la escasa profundidad del río. Al llegar a la orilla arenosa y fangosa, y tras sentarnos bajo un gran árbol, nos vimos rodeados por nativos, quienes se mostraron profundamente interesados en los bocetos. Tuvimos a nuestra disposición algunas palmeras para dibujar, así como varias chozas de apariencia muy primitiva, techadas, como era habitual, con hojas secas de cocoteros y de plátano, que por doquier capturaban la brillante luz del sol y daban una apariencia pintoresca que contrastaba con el fondo verde.
+Cerca de Conejo hay un remolino llamado Las Yeguas, ubicado al pie de unas rocas altas, exactamente en una curva del río; se dice que es el mayor remolino del Magdalena. En la tarde nos sentamos en la cubierta y observamos algunos pájaros amarillos y marrones, de cola naranja; mi marido le disparó a uno, del cual tomé las tres plumas de la cola, pero tuve que lanzar al animal por la borda. También tenía un loro verde, que con mucha dificultad trataba de pintar, ya que debía rociarle las alas con pimienta para preservarlas de las hormigas hasta el día siguiente. Hallamos algunas hojas verdes nuevas con salpicaduras de rojo y blanco, y una larga raíz de caña; también una orquídea con una docena de flores magenta que esperábamos fueran de una nueva variedad.
+En el bosque había bellas nueces con cáscara de un verde rosado. Dimos un paseo por entre los árboles para recoger helechos y flores, capturar mariposas y dispararles a los pájaros, etcétera. Hallamos algodón nativo que crecía en un tronco en forma de turba, en cuatro o cinco vainas carmelitas de naturaleza muy sedosa. Nos llevamos unas cuantas y descubrimos que hacían un bellísimo algodón en rama; se nos dijo que los nativos rellenaban almohadas con esta fibra. Asimismo, vimos varios lugares donde habían sido quemados los árboles y un sitio donde se realizó la limpieza para sembrar caña de azúcar y maíz indio, que parece que es usado aquí en grandes cantidades por los nativos. Las tusas se convierten en un original y útil corcho para las botellas. Resultó muy delicioso tomar un poco de leche fresca que me fue obsequiada. Mi marido me consiguió una botella llena, y el coronel Queralta, un cubano que viajaba hacia Bogotá, me trajo una leche muy dulce.
+Septiembre 11. Zarpamos de Conejo temprano en la mañana, aunque con el retardo habitual; se requirió más leña para el vapor antes de partir, y avanzamos muy poco antes de que fuera necesario conseguir más. Pasamos lugares del río muy peligrosos, y en un sitio una parte del buque se elevó en el aire mientras la otra permaneció casi al nivel de la corriente del agua. Dejamos atrás la parte en donde el río es inseguro a causa de los rápidos.
+Por último llegamos sanos y salvos a Honda, punto final de nuestro viaje en el río. Allí el calor era terrible: el termómetro indicaba 102º F. Después de algunas horas de descanso estuvimos en condiciones de abandonar el «Victoria» y decir adiós a Arosemena, el capitán, quien nos dedicó frases corteses e hizo votos por vernos de nuevo a los dos.
+El sol se ponía y todo se veía suave y rosado en la luz que desaparecía. El aire era mucho más fresco.
+Con nuestro equipaje para la noche subimos a una canoa nativa, construida del tronco de un árbol singular e impulsada por bogadores, que se sacudía en todas las direcciones por la corriente. Sin embargo, cuando llegamos a la orilla, encontramos mulas y ponis, con faldones y zamarros, esperándonos bajo los árboles. Pronto nos pusimos en marcha y, después de seguir un camino quebrado y rocoso, arriba y abajo de Caracolí, llegamos a una colina, desde la cual la vista de Honda era muy pintoresca. La población se hallaba enclavada en las altas y ásperas montañas, en la unión de dos ruidosos arroyos; las casas estaban blanqueadas, con sus techos de paja, unos pocos de tejas rojas, y sus edificaciones con torres blancas como iglesias, y todo el conjunto tachonado por elegantes palmas.
+El camino era arenoso y se hallaba bajo un arco formado por árboles; había mujeres vestidas con faldas rojas, azules, rosadas o púrpura, que lucían grandes sombreros blancos de Panamá. Mulas pesadamente cargadas llevaban especímenes de cortezas y talegas de mineral de oro o plata de las diferentes minas, o transportaban equipaje destinado a las poblaciones de colinas, cerros y montañas.
+Fuimos a la casa de Mr. H__, quien nos dio una cordial y hospitalaria bienvenida, y allí pasamos la noche.
+Septiembre 12. A la mañana siguiente el sol entró a chorros en nuestro extraño dormitorio. El techo era bajo, de madera, con todas las vigas carmelitas a la vista, las cuatro paredes blanqueadas, el piso de ladrillo rojo, roto y desigual; no había ventanas, pero sí una puerta plegable de madera que se abría hacia un balcón, en el cual había loros, pájaros amarillos y periquitos verdes que se mezclaban entre los grandes limoneros y adelfas rosadas. El «desayuno», o café matinal con tostadas, fue servido a las seis y pasó un largo rato antes de que me sintiera lo suficientemente bien como para salir, aunque mi marido ya se había levantado y se bañaba en el río cuando yo hice mi aparición. Sin embargo, el baño resultó muy frío y refrescante y Mrs. H__ tuvo la gentileza de permitirme descansar cuanto quise.
+Septiembre 13. Dedicamos el día a hacer los arreglos para el viaje hacia la Cordillera Central de los Andes —donde está situada la mina de nuestro interés—, preparando las sillas y, de hecho, reiniciando la vida habitual en tierra. Nos habían prometido buenas mulas de silla que, por supuesto, no llegaron; por fortuna, Mr. H__ pudo acompañar a mi marido en la excursión. Todos nuestros bienes y enseres restantes, que quedaron a bordo del vapor «Victoria», tuvieron que ser empacados y arreglados para desembarcarlos y, luego, traerlos aquí.
+Septiembre 14. Temprano en la mañana, después de su acostumbrada zambullida en el lodoso Magdalena, mi marido vino y me dijo que nuestros amigos y compañeros de viaje se habían marchado a su nuevo hogar en Malpaso. Fue hasta pasadas las doce, con todo el calor de mediodía, cuando pudo partir junto con Mr. H__. La partida fue muy graciosa, pues la indumentaria que vestían ambos caballeros era decididamente extraña.
+Enormes sombreros de paja de Panamá, grandes ruanas de material blanco y rayas rojas, parecidas a toallas de baño cosidas unas con otras, con un hueco para introducir la cabeza. Alrededor de la cintura una correa con una daga o cuchillo de formidable apariencia, y unos pantalones amplios, como talegos, desde la cintura al tobillo, y botas con grandes espuelas españolas que martillaban sobre el piso de piedra que conducía a la entrada del lugar donde estaban las mulas esperando a sus jinetes.
+Después de verlos partir, retornamos a nuestra región para gozar de los placeres del calor hasta la hora de recostarnos en cama. Varias personas vinieron durante el día, y fue interesante sentarse en el balcón del frente a mirar cómo cargaban a los bueyes con mercancías destinadas a los alrededores.
+Septiembre 15. Estuve enferma, en cama, la mayor parte del día, y el calor fue perfectamente insoportable. En la tarde me trajeron unas lindas flores rastreras color rosado; se llaman Bellissima, y desafortunadamente sólo crecen de la raíz, pero cubren todo el costado de una casa cuando logran prender y crecer.
+Septiembre 16. Hice algunos bosquejos y pinté un poco, pero no salí a caminar debido a la gran epidemia de viruela que, de manera espantosa, prevalecía en Honda. El vapor «Victoria» regresó hoy a Barranquilla, llevando carga y cartas para el Correo Real.
+Septiembre 17. Aguardábamos el regreso de los dos viajeros de las minas de La Bonita, pero aun cuando los estuvimos esperando un corto tiempo para comer, nos vimos obligados a renunciar.
+En la noche hubo una tormenta tremenda, llovió a cántaros y los truenos parecían estrellarse contra la casa, mientras el ruido del agua sobre las piedras se incrementó de tal manera que alcanzó el de una perfecta catarata, y, como continuara por varias horas, no fue mucho el sueño que se pudo lograr.
+Septiembre 18. A la hora del desayuno regresaron los dos viajeros, tras haber pasado la noche anterior en el sitio llamado Malpaso. Estaban cansados y hambrientos, pero contentos de tener algo para comer y ropa seca, pues habían cabalgado bajo una endiablada tormenta. Por la noche nos visitaron amigos, escuchamos música y cantamos. Mi marido me trajo una muy peculiar y antigua urna, proveniente de la excavación de una tumba indígena y una pesada nariguera de oro macizo, que es una valiosa curiosidad.
+Septiembre 19. Hicimos todos los arreglos necesarios para salir de Honda, empacamos todo el equipaje y partimos con siete mulas hacia el ascenso a Bogotá, así que sólo sacamos lo suficiente para los pocos días que esperábamos viajar.
+Hoy el clima estuvo más fresco, el termómetro permaneció en los 77º F a la sombra, de modo que por primera vez di una caminata para ver el puente donde el río Gualí corre caudaloso y lleno de ímpetu hasta desembocar en el Magdalena, unas pocas yardas más adelante.
+Exactamente este lugar es tan encrespado que un vapor se toma dos días para avanzar sólo dos millas. Dimos vueltas por algunas partes del pueblo, y vimos las ruinas del antiguo puente de piedra construido por los españoles en 1600, y las de un deteriorado hospital, así como una iglesia que se utiliza ahora como escuela.
+Algunos edificios, todos los construidos por los españoles, son excesivamente macizos, y fueron originalmente diseñados para resistir los terremotos que, sin embargo, destruyeron en gran parte muchos de los mejores edificios y calles. Los nativos nunca intentan restaurar las construcciones, sino que las remiendan con piedras y madera como para mantenerlas unidas y hacerlas apenas habitables. La casa en que vivimos fue alguna vez un monasterio muy grande y debió ocupar una considerable extensión de terreno. Las paredes eran de sólida mampostería de varios pies de espesor, aunque la casa había sido modificada muchas veces antes de que llegara a su estado actual.
+Septiembre 20. Nos levantamos temprano y bajamos vestidos de punta en blanco, con trajes para montar y grandes sombreros; los dos Hill y yo usábamos tweed gris para no atraer el sol, y guantes amarillos de piel de perro. Montamos en ponis y mulas pertenecientes a Mr. H__, y, al hacer la señal de adiós a todos, con muchas manifestaciones de agradecimiento por la gentileza y la hospitalidad, cabalgamos fuera de la plaza alrededor de las siete. Bajamos por varias calles polvorientas y llenas de colombianos; pasamos por una abertura desde la que se veía correr el impetuoso Gualí sobre las piedras rojizas de las minas, hasta que arribamos a las orillas del Magdalena, donde desmontamos. Les quitaron las sillas a las mulas y las colocaron en una canoa y, con la ayuda de remeros, logramos atravesar pese a la gran fuerza de la corriente.
+Al otro lado estaban nuestras mulas, alquiladas a Mr. W__, y después de dos horas de demora fueron ensilladas, no antes de varias desventuras, pues una de ellas, blanca, se impacientó de tal modo que tuvo que ser cambiada. Entonces tuvimos una gris, dos carmelitas, y una de color fresa ruano para mí. Mr. C__, un coleccionista de plantas en general y orquídeas en particular, acordó acompañamos durante todo el camino hasta Bogotá. Al fin salimos, y principiamos nuestro viaje por un camino áspero y pedregoso, como el lecho de un río rocoso pero seco. Este camino era en algunos lugares casi perpendicular, y en otros tan estrecho, que resultaba casi intransitable para las mulas, las cuales tenían que avanzar una detrás de otra.
+Después de salir de Honda, bajamos gradualmente durante un corto trayecto, encontramos varias recuas de mulas cargadas con mercancía subiendo por las rocas con increíble agilidad y rapidez. Pero pronto nuestro camino comenzó a ascender continuamente hasta que llegamos a El Consuelo, donde paramos cerca de la una en una pequeña posada, cansados y contentos de poder desmontar un rato. Teníamos mucho calor y nos complació mucho animarnos con un «aguardiente», que nos quitó mucha incomodidad. El dueño del lugar prestó poco interés a la preparación de nuestro desayuno, pero se sentó muy contento a mimar a un pequeño animal silvestre llamado «cahouchi», o pecarí, que se parece mucho a un jabalí, aunque no tiene colmillos y es de color blanco grisáceo.
+Bajo su silla había una pequeña cotorra amansada, algo así como un loro verde o un periquito. Nuestro desayuno no fue un éxito. Fuimos seguidos por una aterradora manada de perros sin pelo, con una apariencia más porcina que canina, pero que no eran salvajes a pesar de su temible apariencia. Cerca de las tres, el grito fue una vez más de «botas y sillas». Entonces empezamos nuestra jomada de ascenso y descenso, con la más absoluta confianza en el paso seguro de las pequeñas mulas; el peligro del camino estrecho parecía lejano dada la experiencia de estos animales en caminar esta ruta.
+A medida que subíamos la temperatura se tornaba más fresca, y a 4.000 pies sobre Honda el cambio era delicioso. Mientras dábamos vueltas a las montañas, echábamos vistazos al más maravilloso panorama del valle del Magdalena —rocas a manera de torres que, creciendo con arrogancia hacia el cielo, se pierden por completo entre la blanca niebla—; mientras tanto, lejos, muy lejos, el paisaje parecía punteado de ranchos de paja, retazos de color verde claro de las plantaciones de caña y tintes variados de los bosques tropicales.
+A medida que nos acercábamos a Guaduas, el sol de la tarde se hundía, rojizo, tras las montañas. Y mientras descendíamos por el valle y pasábamos frente a una casa nueva y bonita en una plantación de café, la niebla empezó a cubrirlo todo y casi que ocultaba las alturas que mañana tendríamos que ascender. Sobre el Puente de Guaduas había un grupo de colombianos alharaquientos que guiaban mulas que iban a ser descargadas y que descansarían por la noche. Sentimos un gran alivio de poder desmontar y prepararnos para una cena simple en el bonito «hotel», fresco y limpio, dos maravillosas sensaciones nuevas. El piso era de ladrillo y las paredes estaban cubiertas con papel de colgadura; esto último era algo que no veíamos desde cuando salimos de Inglaterra.
+Septiembre 21. Nos levantamos temprano y emprendimos el viaje luego de uno o dos percances, tales como tumbar en el puente a una mula bastante cargada, y prácticamente atropellar a una vieja dama, de piel morena, envuelta en una ruana de rayas, quien estaba mirando tan atentamente a «las inglesas» que nos resultó difícil esquivarla. Pasamos la iglesia blanca y dimos la vuelta por el camino para subir de nuevo; el reloj marcaba las ocho, por lo cual nos apuramos para avanzar lo máximo posible antes de que empezara el calor del día. Esta mañana ascendimos a 3.000 pies, al punto más alto llamado Alto del Raizal, donde vimos una pequeña y limpia casa blanca que contrastaba con las rocas arenosas y rojizas de los alrededores que la hacían parecer aún más limpia.
+Aquí encontramos un racimo de espléndidas begonias de color rosado pálido que traté de llevar en mi sombrero; sin embargo, las perdí antes del final de la jomada. El paisaje era tan hermoso como el de ayer, pero, por supuesto, el Alto se hallaba en un nivel superior. Desde allí veíamos abajo, mucho más abajo, un círculo perfecto de cimas de montañas. Aún más abajo, detrás de nosotros, se disipaba la neblina matinal, dejando que los picos rosados se asomaran lentamente, uno tras otro, hasta que el sol brillante iluminó la escena completa, trayendo la vivacidad de todos los tintes de una distancia brumosa. Luego empezamos a descender a Las Tibayes por un paso empinado y difícil, al punto que sentí como si fuera a rodar sobre la cabeza de mi mula y a caer en los precipicios, sólo protegidos por montículos en los que crecían helechos de todas las descripciones, orquídeas, begonias y astromelias carmesí que Mr. C__ recogió para mí.
+Nos detuvimos en una especie de posada en Las Tibayes, ordenamos desayuno y, mientras lo preparaban, bajamos docenas de finas y frescas naranjas, dulces y bien maduras, que producían un sabor extraño antes del desayuno. Este no fue de nuestro agrado, y consistió en huevos, cerveza, un horrible bistec, pan blanco pero un tanto carmelito y chocolate. Sin embargo, no podía esperarse la frescura y dulzura de una alquería inglesa en estas posadas mitad españolas, mitad indígenas. Luego nos pusimos nuevamente en camino, esta vez descendiendo al valle de Villeta, al que llegamos después de bajar cerca de 4.000 pies.
+Pasamos por la excelente plantación de caña de azúcar y el trapiche de Cune, donde la calidad del azúcar es considerada muy buena, y, tras una agotadora cabalgata, arribamos felizmente a Villeta. Allí nos preparamos para pasar la noche. Nuestras mulas habían sufrido varias caídas en el barro, a pesar de que la lluvia comenzó apenas cuando llegábamos; pero luego se divirtieron de lo lindo comiendo algunos trapos que colgaban. Se me dijo, sin embargo, que si gozaban de buena digestión no tendrían mayores molestias. Nuestra habitación parecía la celda de una prisión y consistía en una estera en el suelo, un postigo de madera en la ventana, dos camillas con una sábana y dos almohadas y una mesa; de una puerta medio caída, que sólo podía moverse con rapidez si se colocaba un largo madero contra ella.
+A las siete nos retiramos a descansar y dormimos varias horas, pero fuimos despertados por una enorme cucaracha que corría sobre mi ropa de montar en compañía de un ratón, algunas pulgas, pequeños cucarrones y otros miembros de la tribu de los insectos. Dimos gracias cuando llegó la mañana y pudimos sentirnos libres de estos desagradables insectos.
+Septiembre 22. El suelo estaba aún mojado después de la lluvia nocturna. Al levantarnos, a las cinco, el aire estaba fresco y placentero. Luego tomamos el desayuno, compuesto por chocolate, huevos, galletas y naranjas; montamos y nos sentimos muy complacidos de cabalgar fuera de la desagradable Villeta. Primero tuvimos que vadear el río Negro, que afortunadamente para nosotros no tenía un nivel muy alto, aunque corría con rapidez y su lecho era pedregoso. El puente localizado más arriba, construido originalmente por los españoles, se había roto tres veces en cinco años y estaba de nuevo en reparación, por lo cual se hizo necesario que vadeáramos el río. La topografía empezaba a elevarse con regularidad y ofrecía ligeros descensos de vez en cuando. A medida que ascendíamos en derredor de las montañas, los peligros y dificultades del camino se convertían en lo más importante. El calor fue muy intenso en algunos momentos del día. Después de pasar por los empinados peldaños de «El Salitre», como es llamado este camino hecho de guijarros que suben gradualmente a manera de escaleras, llegamos a un bello y fresco sendero que pasa bajo la sombra de hermosas rocas húmedas donde crecen helechos y musgos, cubierto por árboles de grandes ramas y dominado por palmas, begonias, etcétera. El alivio fue grande en Chimbi, donde paramos para desayunar. Chimbi está ahora dedicado casi por completo al cultivo y exportación de café, que es de excelente calidad.
+Este pueblo está preciosamente situado en las estribaciones de la Cordillera Oriental, por la que ascendíamos lentamente y cuya cima alcanzamos tras una larga cabalgata, con un sol tan fuerte que nos obligó a guarecernos en la posada de Agua Larga. Después de descansar un rato, proseguimos nuestro viaje. Mr. C__ tomó un descanso productivo porque compró una colección de las más bellas orquídeas, Odontoglossum crispum, chestertoni, etcétera. Este es el punto en donde termina la carretera de Bogotá. Numerosas carretas, tiradas por magníficos bueyes de la raza Hereford, cargaban y descargaban aquí.
+Aprecié mucho el cambio de naturaleza de la vía, con campos de cebada, fresas silvestres, lampazo común y otros objetos familiares. El peón dijo: «Hay un final para la subida».
+Llegamos entonces a la cima del Alto del Roble, y el suave descenso nos llevó pronto a nuestro lugar de descanso para la noche. El Alto se halla a una altitud de 9.000 pies y es uno de los puntos más altos de la Cordillera Oriental de los Andes. Paramos en Los Manzanos para pasar la noche. Después de dejar el calor fue realmente muy grato el clima frío a esta altura.
+Nuestras habitaciones estaban en el piso alto, y todas estaban conectadas por un balcón, de cuyas columnas colgaban macetas en las cuales crecían muchas viejas amigas, tales como pelargonios, geranios, crisantemos, velloritas, rosas y lobelias. Nuestro cuarto estaba decorado con papel, que hacía las veces de papel de colgadura, y nos encantó hallar cobijas y mantas sobre las camas. Cenamos temprano, cansados por la cabalgata de ocho horas, y, como era habitual, disfrutamos un excelente café.
+Septiembre 23. Tardé en levantarme y tomé el chocolate en el segundo piso. El desayuno a las once no fue muy agradable. Sin embargo, Bogotá estaba ante nosotros y el café era excelente.
+Subimos a un coche, por el cual habíamos telegrafiado, y los caballos blancos, gordos y perezosos, se arrastraron soñolientos sobre el camino a Facatativá. Allí nos detuvimos unos pocos minutos al lado de una iglesia grande y nueva en proceso de construcción. En otro pueblo, o mejor villorrio, ubicado al lado de la vía, llamado Cuatro Esquinas, cambiamos los caballos y reanudamos el viaje hacia Bogotá.
+El camino, bastante bueno, aunque tortuoso y en algunas partes irregular, estaba lleno de gente que venía del mercado del viernes en Bogotá. Carretas vacías tiradas por bueyes rojos, negros y blancos, mujeres en mulas y caballos pequeños, hombres con grandes sombreros de Panamá y ruanas, burros cargados con forraje o cantinas de leche, es decir, toda clase de transeúntes bulliciosos que iban o venían a lo largo de la vía. Pasamos por un terreno bajo y pantanoso cerca de Bogotá, donde hay agachadizas y patos silvestres, y, tras una vuelta del camino, aparecieron en todo su esplendor los pináculos y las torres de las iglesias, los tejados de las casas y los eucaliptos, dorados por el sol de la tarde. Los dos cerros tutelares de la ciudad, con sus cimas coronadas por iglesias, lucían oscuros y sombríos y las nubes colgaban pesadamente de los peñascos más altos. Anduvimos por varias calles hasta llegar a una especie de plaza, donde había carretas, hombres, mujeres y muchachos que producían gran ruido y confusión. Y, después de ciertas dificultades, logramos conducir nuestro coche a través de las estrechas calles hacia arriba, a la casa de Mrs. Bowden, lugar en el cual nos proponíamos tomar una suite para permanecer por algún tiempo, si resultaba conveniente.
+Disfrutar de una buena cena fue todo un placer, y la cama, después del té refrescante, fue, según consideramos, algo muy merecido.
+Septiembre 24. Iniciamos nuestra vida en una nueva casa, y encontramos todo exquisitamente limpio y muy confortable. Después de vestirnos, decidimos explorar el mundo exterior. La primera cosa que nos atrajo fueron los trabajos de instalación de la planta de gas, que no es muy amplia, y consideramos que la próxima mejora que se llevará a cabo deberá ser… ¡la luz eléctrica!
+Visitamos algunos jardines e invernaderos, y me dieron un ramillete de flores de todos los colores y descripciones, que fueron muy apreciadas en nuestras habitaciones. Luego caminamos por la ciudad, que tiene una apariencia muy pintoresca, con sus paredes blancas, techos de paja o de tejas rojas y ventanas verdes voladizas, enrejadas como en una prisión, en las cuales se asomaban hermosas mujeres españolas de ojos oscuros, escondidas en sus mantillas. La hija del jardinero de quien obtuvimos las flores persistía en imaginar que yo sólo tenía quince años; es la tercera o cuarta ocasión en que se incurre en ese error.
+Septiembre 25. Después de desayunar tarde, fuimos a la Casa de la Misión Presbiteriana Escocesa, único templo de culto protestante en Bogotá. Los himnos se cantaron en español, con algunas tonadas antiguas y modernas, y fueron interpretados tan claramente que era posible seguir las voces. La Biblia fue leída en español y el sermón, pronunciado por un Mr. Caldwell, lo fue en inglés.
+Era un edificio peculiar y tosco para ser una iglesia. Tenía galerías a ambos lados, con dos ventanas muy altas encima de una alta plataforma donde estaban el púlpito y el armonio. Originalmente había sido construido para alojar una imprenta.
+La asistencia era muy reducida, pues el protestantismo es visto con horror por el estrato inferior de los colombianos, que consideran que las almas de aquellos que pertenecen a tal religión están perdidas. Esa misma mañana una pobre mujer acudió al pastor y le ofreció venderle su hijo al diablo si Mr. C__ le daba el dinero necesario para sostenerse.
+En la tarde vinieron a visitarnos varios caballeros: nuestro amigo —del río—, el coronel Queralta, a quien agradecimos la bella caja de escarabajos que nos envió; el ministro norteamericano, Mr. Diechman, y muchos otros, quienes, sin duda, serán mencionados de aquí en adelante.
+Septiembre 26. Tratando de llegar a algún arreglo, en relación con las habitaciones, nos enteramos de que no podíamos conseguir la suite sino a partir del mes próximo, cuando una baronesa de Wilson, a quien se la habían arrendado, se fuera.
+Septiembre 27. Recibimos de manos particulares una carta de Inglaterra, enviada desde Barranquilla, que debió de haber llegado hace un mes. Caminamos hasta el Hospital de San Diego para indigentes. El convento y los muros del jardín de San Diego fueron los cuarteles del Ejército que defendió a Bogotá cuando la tomó el general Mosquera en 1860. Como era un punto clave, sólo pudieron apoderarse de ella después de una gran carnicería. La antigua cruz de piedra permanece todavía frente al jardín del Hospital. Durante el régimen español, los indios eran obligados a arrodillarse ante ella y golpeados si las crueles autoridades de la Iglesia les imputaban alguna falta real o imaginaria. Aquí también se les hacía repetir el Credo.
+Encontramos al ministro norteamericano a caballo, y pasamos por la Iglesia de Las Nieves; una de las casas de esquina cercanas fue el primer palacio de los virreyes en Bogotá. Tratábase de una ruinosa edificación de piedra, con ventanas altas y sombrías, y espacios abiertos en el piso bajo que semejaban establos para ganado.
+Septiembre 28. No salimos. Tratamos de hacer nuestras habitaciones más confortables y desempacamos cajas que estaban cerradas desde junio.
+Septiembre 29. Salimos con Mrs. B__, con quien estamos viviendo en la actualidad, con el fin de conseguir algunos muebles para nuestras habitaciones. Después de largas indagaciones en español, y de inspeccionar mobiliario de inferior calidad, escogimos un armario, y yo ordené dos banquetas, que cubrí con zaraza que había traído.
+Septiembre 30. No salimos. Mr. y Mrs. N__ nos visitaron en la noche, alrededor de las nueve.
+Octubre 1.º. El coronel Queralta nos envió una enorme canasta con flores, rosas, violetas, etcétera, de todos los colores y perfumes.
+Octubre 2. Fuimos a la Iglesia de la Misión, pero como el sermón fue en español no resultó —por lo menos para mí— inteligible. Cuando salimos llovía muy fuerte, lo cual hizo el aire muy fresco y bellamente frío. Mr. y Mrs. B__ K__ nos visitaron. Ella es muy elegante —del tipo de una marquesa francesa—, con abundante pelo gris apilado sobre la cabeza. Hoy fueron izadas todas las banderas a media asta al conocerse ayer la triste noticia de la muerte del presidente Garfield, de los Estados Unidos, víctima de las heridas que le provocó un cobarde rufián que le disparó hace algunos meses.
+Octubre 3. Fuimos a devolver varias visitas. Los C__s viven en lo que fue un enorme convento, pintorescamente construido, con amplios patios o jardines de flores en la parte baja. Las entradas privadas que conducían a la iglesia, están ahora bloqueadas. El mercado que funciona al lado, que abarca más de 150 yardas cuadradas, era originalmente el jardín del convento. La casa se emplea ahora como escuela protestante. Luego fuimos a visitar a los B K__s, quienes viven en una casa amplia en la Calle del Telégrafo.
+Octubre 4. En la noche fuimos donde los K__s para tomar té y escuchar música. Su casa está muy confortablemente amueblada y Mrs. K__ es tan encantadora como una pintura. El té se sirvió según una moda curiosa: todas las tortas y dulces fueron servidos unos tras otros; y cuando terminamos el té, nos pasaron varios platos de cerezas, guayabas y albaricoques con vasos de agua. Más tarde cantamos y oímos música. Salimos cerca de las diez.
+Octubre 5. Está comenzando la estación de lluvias y a cada rato caen aguaceros torrenciales, que colman las zanjas y las tuberías que desaguan en las calles en todas las direcciones. En ciertos casos, tales desagües son raudos y espumosos. Salimos en medio de la llovizna y tomamos el camino a Zipaquirá. Nos detuvimos donde Alford, un inglés que es una especie de «proveedor universal» arrienda coches, tiene una cervecería y vende buena cerveza. Posee, además, un jardín de flores del cual me regaló un bello ramo; también supervisa la preparación de las comidas. Es un hombre agradable, hospitalario y, en verdad, muy útil.
+Su esposa es igualmente inglesa. Caminamos un buen trecho, el aire estaba fresco y plácido y había poco polvo pues se había apaciguado por la lluvia.
+Octubre 6. Terminamos las cartas para el correo inglés e hicimos algunos arreglos para recibir a los caballeros Mr. W__, el coronel Queralta y otros, quienes venían a tomar el té. Yo temía que se aburrieran, pues ninguno de ellos jugaba naipes ni fumaba, aunque nos habíamos provisto para ambas opciones. De todas maneras, nuestro primer té pudo ser peor, aunque hay muy pocas dudas de que pudo ser mejor.
+Octubre 7. Caminamos hacia una pequeña «quinta» que Messrs. Shuttleworth, Carder and Co., de Clapham, habían comprado para cultivar orquídeas y otras plantas para luego enviarlas a Inglaterra. Las plantas estaban arregladas de la manera más curiosa. De unos pequeños palos blancos cubiertos con musgo se atan las orquídeas, de modo que aquellos parecen cotufas que brotan del musgo blanco. Estos palos se clavan después en cajas de madera y se llevan, a lomo de mula y pasando las montañas, hasta Honda.
+Octubre 8. Después de una leve llovizna, fuimos al cementerio ubicado en el camino de Zipaquirá, y luego giramos, cerca de unas cabañas, hacia unos grandes portones de madera, fijados en unos muros de ladrillo amarillo. Obtuvimos las llaves en una cabaña cercana y caminamos por un sendero, entre arbustos de rosas, algunos con bellas flores; también colgaban orquídeas aquí y allá. Bomareas y una o dos tacsonias, grandes flores rojas y cerosas que abren como una estrella, pertenecientes a la familia de las pasionarias.
+Al final del camino había un antiguo pórtico de piedra con una puerta de madera; la abrimos y entramos en el lugar del último descanso de muchos compatriotas. Había varias tumbas elegantes, algunas bien cuidadas, adornadas con violetas, rosas y convólvulos.
+Unos pocos monumentos eran en mármol blanco y uno, dedicado a un doctor Cheyne, era macizo y hermosamente blanco. Dimos una vuelta y observamos que el año más antiguo registrado era 1831.
+El cementerio fue iniciado por William Turner, ministro británico en 1831. Aquí se permite sepultar a todos los extranjeros. Al lado se halla el cementerio de los católicos romanos.
+Nos sentamos por algún tiempo y disfrutamos la brisa que soplaba por entre los eucaliptos y los sauces al bajar de las escarpadas montañas, al pie de las cuales se halla la población de Zipaquirá, famosa en la historia del país por sus minas de sal, que han sido explotadas para beneficio del Gobierno desde los tiempos de la Conquista (1535). Los españoles encontraron, al lado de la montaña y más allá de Zipaquirá, extensos trabajos realizados por los indios. En la actualidad estas minas proveen al gobierno colombiano un octavo de sus ingresos fiscales.
+Algún día espero hacer una expedición para ver ese lugar. En la noche fuimos donde los K__s a comer, y disfrutamos de una reunión muy agradable entre los numerosos invitados, los ministros alemán y norteamericano, y Mr. K__, el cónsul de Estados Unidos.
+Ninguna comida en Londres podía haber sido mejor atendida en todo sentido y ninguna anfitriona habría sido más encantadora de lo que fue nuestra pintoresca dama. Las flores eran adorablemente exóticas y en la mesa se colocaron pequeños y hermosos bouquets para cada invitado; los menús se decoraron con bellos dibujos de peces, conejos, patos, etcétera. Luego escuchamos música en los salones, que son muy amplios y aireados, y regresamos tarde a casa.
+Octubre 9. Después de un sermón de tres cuartos de hora en español, fuimos a refrescarnos con una larga caminata a Agua Nueva, en los cerros de la ciudad.
+El aire estaba deliciosamente fresco y, luego de un pequeño ascenso por el camino resbaloso de un peñasco, llegamos a un suelo un poco más firme. Más abajo gozamos de una bella vista de la «Ciudad del Altiplano», Bogotá, que yacía apaciblemente a nuestros pies; altas iglesias, largas filas de casas con sus techos rojos de teja de barro y paredes blancas, vivificadas por todas partes por grupos de frondosos sauces o eucaliptos.
+Desde allí veíamos el camino a Facatativá y el agua brillando, blanca, en los pantanos al lado del camino, mientras lejos, muy lejos, se contemplaba una línea de montañas azulosas y la brecha hacia el Alto del Roble desde donde cabalgamos hasta Los Manzanos. El camino a lo largo de la falda de la montaña era muy pintoresco, repleto de helechos y flores. Entre estas había cierta cantidad de bellas flores rosadas, una variedad de las melastomáceas, y algunos grupos pequeños de rosas españolas, también rosadas, con un aroma muy dulce.
+Tras varios recodos del camino arribamos al molino de agua, que está muy pintorescamente situado en la orilla de una corriente saltarina que, finalmente, se convierte en el río Bogotá. Las montañas parecen descender aquí a un boquerón, y hay una o dos chozas entre las piedras a cada costado, mientras que a la izquierda se eleva casi perpendicularmente la escarpada altura de Monserrate, coronada por una iglesia.
+Bajamos un poco hasta un puente rústico, de 25 pies de ancho, aproximadamente, hecho de leños y tablones unidos entre sí; nos sentamos a mirar el curso de la corriente, que descendía con fuerza por entre las rocas. Bastante más arriba, por el mismo cauce, hay un pozo donde varios muchachos y mujeres llenaban grandes damajuanas de barro rojo que colocaban sobre un burro para transportarlas a la ciudad; más abajo, las orillas se veían salpicadas por mujeres que lavaban ropa en los claros pozos. El domingo parecía poco importante para ellas. De nuevo, descendimos gradualmente a la ciudad. Llovía un poco, pero nos las arreglamos para pasar la noche con Mrs. P__ en la plaza de San Francisco.
+Octubre 10. Habíamos gastado algún dinero en comprar clarete, de una calidad excelente, que llegó hoy. En la tarde, entre las lloviznas, fuimos donde Mrs. K__. Mrs. P__ nos envió una caja grande de bocadillos, un dulce hecho de azúcar y guayaba, en pequeños bloques y envuelto en una hoja seca de bijao.
+Octubre 11. Nos levantamos muy temprano, a las seis, y nos vestimos para montar. Dos pequeños caballos nos esperaban en la puerta para subir a Monserrate. Yo monté un caballo fresa ruano sin herraduras. Llevamos el caballito color café a la plaza de San Francisco para Miss P__, quien lo montó, y luego emprendimos la cabalgata. Después de recorrer algunas calles, por Agua Nueva y el Molino, nuestro camino giró a la izquierda y se convirtió en un sendero pedregoso y sembrado de pasto, que pasaba por una preciosa quinta construida por Mr. P__ hace algunos años. Esta poseía un buen cultivo de pinos escoceses en una esquina del jardín, algunos caminos de piedra y estatuas en los alrededores. A mitad de camino hacia la montaña nos unimos a los dos caballeros que partieron antes que nosotros, el coronel Queralta y Mr. W__; estos últimos, que iban caminando, pensaron que era necesario tomar un pequeño descanso debido al maravilloso enrarecimiento del aire.
+Cuando los alcanzamos, estábamos a diez mil pies sobre el nivel del mar. El sendero se hacía gradualmente más y más empinado, muy estrecho y tortuoso al borde de un precipicio rocoso y bajo una pared de piedra que se elevaba sobre nuestras cabezas. Este camino era más pendiente que muchos de los tramos desde Honda, y en uno de los sitios los caballos requirieron gran esfuerzo para subir de una plataforma de roca a otra. Los pobres animales se resentían mucho por el ascenso, y descansaban continuamente, jadeando y temblando. Después de pasar la mitad inferior, el aire parecía hacerse más fresco y húmedo, y el camino más parejo y recto, aunque ascendente todavía.
+Los arbustos y las flores eran diferentes aquí, algunos helechos, melastomáceas, musgos de todos los colores, un bambú en forma de pluma y con haces de hojas muy finas. Pasamos por tres estaciones de viacrucis, construidas por los nativos en el costado de la montaña; eran de piedra y las utilizaban los fieles como grutas para orar y dejar una cruz.
+Por fin llegamos a la cima de la montaña, desde donde gozamos de una espléndida vista de Bogotá, con todo el altiplano, los caminos a Facatativá y Zipaquirá y las cascadas. A lo lejos se observaban algunos de los lagos, todos completamente encerrados por las estribaciones de los Andes, mientras al fondo se apreciaba con claridad la cima nevada del Tolima. Al otro lado de Monserrate se extendía un paisaje abrupto de montañas y rocas, cubiertas con arbustos y flores. Había un sendero tortuoso en la falda de la montaña, por el cual una mujer conducía un enorme buey negro mediante una cuerda atada en la nariz. Ambos iban muy cargados, y lo que llevaban estaba envuelto en hojas. Más a nuestra izquierda se hallaba Guadalupe, un pico más alto que tiene en su cima una iglesia católica romana. En la cúspide de Monserrate, que está a 11.000 pies sobre el nivel del mar, hay una pequeña iglesia con algunas habitaciones anexas pertenecientes a un viejo sacerdote de rostro benévolo. Él nos mostró todo y nos permitió desayunar en una de sus habitaciones, elaboradamente decorada con pinturas de santos y retratos de papas y cardenales, velas, un rosario, una biblioteca de libros publicados varios centenares de años atrás y algunas lámparas de auténtica plata en un estado de considerable suciedad. La capilla perteneció alguna vez a los monjes de la orden de San Francisco, y fue usada como barraca durante la última revolución por los soldados, quienes recibían notas y cartas de las damas de Bogotá. En últimas, dichas cartas implicaban la existencia de muchos personajes notables en la ciudad, que de otra forma no se hubiesen hecho notorios.
+Después de una comida poco provocativa por su apariencia y de observar un gallinazo o buitre domesticado, dos gatos, un perro y algunas flores, el sacerdote nos llevó a un lugar donde se obtiene agua pura, cerca de unas preciosas cuevas rodeadas por helechos, musgo y flores. De estas últimas recogimos varias hasta llenar una canasta grande. El gallinazo nos siguió con solemnidad en la caminata y parecía inquirir el motivo de nuestra presencia. El clima estaba muy cálido, y, debido al viento, me quemé más en este corto viaje que en el que hicimos desde Honda; por ello les sugiero a todos utilizar un sombrero grande si van a subir a Monserrate. Sin embargo, montamos y a las dos emprendimos el descenso. La bajada era pendiente y mi caballo empezó a cojear, motivos por los cuales preferí caminar una gran parte del trayecto.
+Cuando estuvimos cerca de la ciudad volví a montar y, después de dejar a Miss P__, regresamos a casa de Mrs. B__.
+Octubre 12. Recibimos a la hora del té a dos de las pequeñas H__s, quienes estudian en el Colegio Americano. Una de ellas es bien bonita.
+Octubre 13. Llegó el correo con las cartas de Inglaterra y periódicos, lo que nos recordó que el hogar y la patria todavía existen.
+Octubre 14. Fuimos donde los B__s, colombianos, gente muy simpática. Su hija es bonita, una muchacha brillante e inteligente, quien ha viajado mucho por Europa; habla varios idiomas y pinta muy bien. La casa estaba confortablemente amueblada con tapicería de color ámbar y muchas curiosidades de París y Londres. El patio de abajo estaba lleno de plantas y estatuas. Lo estaban pintando de blanco y gris, y se veía fresco y bello. Luego fuimos a ver una pequeña casa en la Calle San Juan de Dios y, en principio, hablamos de tomarla, pero la propietaria deseaba retener una habitación para ella y su familia.
+Octubre 15. Puesto que con frecuencia había piñas en el mercado, a menudo conseguíamos una bien buena para el almuerzo; dábamos alrededor de diez centavos por ella, esto es, cinco peniques. Las fresas nativas se parecen mucho a las silvestres de Inglaterra, pero como no se cultivan aún, son, en consecuencia, un poco más grandes que las corrientes.
+De todos modos tienen sabor dulce, crecen silvestres en el campo, en las montañas, y son traídas al mercado dos veces a la semana por los campesinos. Teníamos naranjas dulces y saludables todo el año, que crecen a medio día de viaje de Bogotá a Chimbi. La chirimoya es otra fruta común, de un verde salpicado de marrón en su parte exterior, y mayor en tamaño que una buena manzana. Es fruta blanca por dentro, con un sabor de dulce acidoso y grandes pepas negras envueltas por una pulpa blanca en todo el derredor de la fruta. Aquí el banano es pequeño y leñoso, pero para el paladar no hay nada como los deliciosos mantequilludos que se encuentran en las zonas cálidas, aunque esta puede no ser la mejor época del año para conseguirlos. Los que he visto son de color amarillento y de cinco a siete pulgadas de largo. La granadilla, fruta de la familia de las pasionarias, es de color verde amarillento; cuando está madura es de un color verde amarilloso. Por su forma se parece a una ciruela, es del tamaño de un huevo grande y contiene una pulpa verde repleta de semillas negras que pueden tragarse sin peligro, luego de partir, como las dos mitades de un huevo, la dura cáscara. El interior de la cáscara es blanco y ligeramente fibroso. Crece en las Indias Occidentales, Brasil y las zonas tropicales de América; las flores se cultivan en Europa sólo por su olor y belleza; algunas son blancas y otras jaspeadas con púrpura; florecen de julio a septiembre.
+El aguacate es más específicamente oriundo de las Indias Occidentales. Esta fruta, del tamaño de una pera grande, es deliciosa, su sabor es rico y mantequilludo. Tiene una pepa encerrada por una suave corteza y la pulpa verde, que es firme, resulta refrescante cuando se come con sal y pimienta. De las tres clases —rojo, púrpura y verde—, esta última es la mejor. Los pájaros y otros animales también se complacen al comerlo.
+La calabaza, de la especie de las calabaceras, es un vegetal delicioso de color amarillo por dentro y por fuera. Su forma es redonda y, con frecuencia, aplanada en uno de los extremos. Aquí se cultiva como comestible y luce semejante a las papas trituradas cuando se sirve en la mesa.
+En nuestro jardín crece un árbol llamado papayo. Ha crecido algo y posee un tronco recto, marcado con hendiduras; en la punta tiene un haz de hojas parecidas a dedos, mientras que a lo largo del tallo cuelgan, una debajo de la otra, frutas con forma de huevo. Estas especies, si son de clima caliente, producen una deliciosa fruta amarilla, comparable a un melocotón, pero no tan jugoso, y se pueden comprar en el mercado de Bogotá.
+Octubre 16. Fuimos a la iglesia, como era lo usual, y después del servicio vimos un bautizo, tres muchachos y tres mujeres. Una de ellas recibió el curioso nombre de «Consolación Torres». El agua se les aplicó en sus coronillas con la mano llena y no se hizo la señal de la cruz; sin embargo, el servicio fue suficientemente solemne y serio.
+Pasamos la tarde con Mrs. P__, y esperamos para escuchar la banda en la plaza, pero resulta que la función había terminado a las seis.
+Octubre 17. Íbamos a salir de paseo, cuando caímos en la cuenta de que había una pequeña y simpática casa para arrendar. En consecuencia, investigamos y encontramos el lugar bien situado, con bastantes habitaciones, patio y jardín, caballerizas, buenas cocinas, etcétera. Bien valía la pena tomarla, lo que hicimos por 60 fuertes (£ 12) al mes. Además, estaba parcialmente amueblada. Estaba muy sucia y requería ilimitadas aplicaciones de agua y jabón antes de habitarse. Cayó una fuerte lluvia.
+Octubre 18. Siguió lloviendo durante todo el día. El agua se elevaba lentamente, como la niebla, sobre las cimas de Monserrate y Guadalupe, y bajaba por las montañas hasta que caía a torrentes sobre la ciudad, inundando los arroyos de las calles y desbordándolos con fuerza.
+Alrededor de las tres escuchamos desde el patio, donde nos hallábamos sentados, un ruido ensordecedor en las calles y el grito de «¡Creciente, creciente!». Salimos y vimos a la gente corriendo hacia el puente cercano a nuestra casa, donde pronto se reunió una multitud. De una corriente insignificante, el hilo de agua se transformó súbitamente en un torrente vigoroso, lleno de barro, que se llevaba por delante cuanto encontraba a su paso. Los caballos eran arrastrados, las gallinas flotaban, varias personas se ahogaron en sus casas y muchas apenas lograron escapar con vida. Toda la ropa que había en las orillas fue barrida por completo y una pobre mujer perdió varias docenas de camisas de hombre que estaba almidonando. Algunos caballeros, que deseaban cruzar, encontraron una creciente impasable, una carreta halada por dos bueyes y su arriero arrastrados sin piedad.
+La creciente cerca de nuestro puente se elevó a cerca de nueve pies, y se esperaba que arrastrara todo lo que encontrase por delante. Hace nueve años, en 1872, se vivió otra inundación similar, pero esta fue más desastrosa. La razón de esta sorpresiva creciente es la gran cantidad de agua acumulada en las montañas que finalmente, buscando salida arriba del Molino de Agua Nueva, se desborda con fuerza irresistible. Y como en su curso pasa por donde se lava y se seca mucha de la ropa de la ciudad, ¡infeliz presagio para aquellos cuyas pertenencias estén expuestas a esa corriente voraz!
+Caminamos hacia los diferentes puntos del río para apreciar la catástrofe; en un paraje el puente desapareció por completo. Los hombres estaban listos, con lazos, para rescatar ganado o pedazos flotantes de madera; en otro lugar los muebles eran cargados con prisa fuera de las casas en peligro, y algunos de los puentes se hallaban tan inseguros, que los jinetes preferían regresar a casa en lugar de arriesgarse a un descenso temerario por las lodosas aguas.
+El barrio y el camellón de Las Nieves.
+Iglesia de Las Nieves.
+Vista general de San Victorino.
+Plaza de Mercado.
+Desfile cívico por el camellón de San Francisco.
+Paseo al Salto de Tequendama.
+Afiches anunciando la función de teatro.
+Octubre 19. La señora H__ vino a las doce y media a darme mi primera lección de español. Ella es nieta del general Mosquera, quien fue dictador supremo en Bogotá. Mosquera, que era liberal, depuso al presidente Ospina y se tomó el gobierno de Bogotá en julio de 1861. Reunió un congreso y los Estados determinaron la Unión bajo el nombre de «Estados Unidos de Colombia», el 20 de septiembre.
+El 11 de marzo de 1866 Mosquera, por virtud de un coup d’état, se declaró dictador, pero, en el mes de mayo siguiente, fue derrocado por Santos Acosta y se exilió el primero de noviembre de 1867.
+La Nueva Granada, de la cual Bogotá es capital, fue descubierta por Ojeda en 1499, y colonizada por los españoles en 1536. Cuando los españoles desembarcaron en Venezuela —que estuvo unida a la Nueva Granada, o Colombia, en 1819—, en 1499, la vieron como un conjunto de chozas, construidas sobre pilotes por los indios para levantar sus pueblos sobre el agua estancada que cubría las planicies; esto indujo a los conquistadores a darle el nombre de Venezuela o Pequeña Venecia.
+Octubre 20. Recurrí a Mrs. S__, quien me prestó un libro de poesía española. Visitamos la nueva casa para ver lo referente a las reparaciones. Caminamos hasta el lugar de las orquídeas. Fuimos donde Mrs. P__, pero no estaba en casa. Al regresar vimos algunos indios que entraban a la ciudad llevando en sus manos cerbatanas, que son tubos huecos y largos, de siete a ocho pies de longitud; con ellas les disparan a los colibríes que traen a Bogotá para la venta.
+Octubre 21. Hicimos numerosas compras para la nueva casa, como jarras, jofainas, camas, esteras y otros elementos confortables y necesarios. El precio de estos artículos es bien absurdo; los objetos más insignificantes, que en Inglaterra hubieran costado muy poco o nada, se eleva a extremos ridículos, porque los impuestos para importarlos son enormes y el riesgo de que se rompan en su travesía por las montañas a lomo de mula es tan evidente que los vendedores les incrementan el valor de acuerdo con la cantidad de artículos destruidos.
+Octubre 22. Fuimos a ver al doctor P__, quien nos presentó a su esposa, un oscuro espécimen de la belleza de Andalucía. Más cacería de muebles, más maravillosos, y, para mí, una conversación ininteligible en español relativa a roperos, camas, canapés, etcétera.
+Sin embargo, la casa progresa lenta pero seguramente, y con pintores, empapeladores y carpinteros y una vieja mujer inglesa que supervisa, esperamos ocuparla la semana entrante. Después de la comida jugamos dominó.
+Octubre 23. No salí en todo el día. Mi marido fue a la Misión y escuchó un sermón en inglés. Por la noche tomó el té con los N__s, gente de Estados Unidos.
+Octubre 24. Muy ocupada en relación con la nueva casa, desempacando los diferentes artículos y arreglándolos, y también comprando muebles nuevos, entre los que se hallaban dos sofás de cojines azules y asientos; asimismo, un mueble oscuro y liviano para el baño, un ropero y un escaparate y un tocador de cedro. Entre nuestras inversiones de la semana se encontraban dos perritos, lindos y de pedigrí, que, más adelante, constituirían una buena protección. Nuestra habitación será azul oscura, con madrás carmelito pálido o muselina con figuras y cintas con nudos que le hacen juego; pero es imposible hacer todo al mismo tiempo; la paciencia es el artículo que más se requiere en este país.
+Octubre 31. Al fin estamos en casa, pero no encontramos muy cómodas las camas de aire, particularmente cuando en la noche las almohadas tienen el desagradable hábito de caerse. Por ello tenemos que proveernos de almohadas nuevas a intervalos durante la noche. Varias personas que no conocíamos vinieron a visitarnos, y tuvimos el placer de ver el interior de algunas casas muy bien amuebladas, aunque fuera de la ciudad, en sitios que difícilmente podrían visitarse de nuevo, como se lo merecen. Ordenamos muebles muy bonitos: el tocador de cedro, algunos sofás y poltronas de madera negra pulida y cordeles azules.
+Noviembre 6. Más progresos con la casa. Conseguimos una buena colección de orquídeas en San Victorino y también algunas flores en el patio de abajo de nuestra parte de la casa.
+Ahora nuestra servidumbre está compuesta por tres colombianos, una inglesa, quien se desempeña como ama de llaves, y Hills, mi criada. Esperamos conseguir los vidrios para nuestro dormitorio y las puertas del cuarto de tocador en el transcurso de la semana, pues la habitación es muy oscura para vestirse dentro y fría cuando las puertas están abiertas, porque queda expuesta al aire del corredor.
+En la parte baja la acumulación de mugre era abrumadora, imposible de imaginar a menos que se viera, pero luego de barrer las habitaciones varias veces y colocar hojas de eucalipto en el piso, esperamos que las abundantes molestias del país, por ejemplo, las pulgas, sean erradicadas. Me las ingenié para tener flores permanentemente en las habitaciones, e hice repisas y manteles de holanda carmelita trabajados en lana, que lucen preciosos en nuestro cuarto de té, especialmente en la noche, cuando la lámpara alumbra y el mantel resalta por el sofá azul, con nuestro té esperando en la mesa; y luego jugamos dominó, lo que nos hace sentir como en casa y apreciar aquella palabra que no tiene equivalente en español: comfort.
+Noviembre 13. Después del servicio caminamos junto a Mr. P__, un inglés, hasta los cuarteles, donde nos mostraron algunas de las armas pertenecientes a la Artillería de la Guardia Colombiana; consistían de una batería de pistolas de montaña Armstrong y algunas ametralladoras Gatlings, una de las cuales tenía su historia. Durante la última revolución general, el Partido Conservador, opositor del Gobierno, recibió información en el sentido de que una Gatlings, que había sido enviada meses antes de que estallara la revolución, se hallaba en camino e iba a llegar a Honda, en ese entonces en poder de las tropas gubernamentales. Por ello adoptó un plan que sólo podría haber tenido éxito en un país donde la superstición está tan estrechamente ligada a la religión. Los agentes conservadores de la costa enviaron el arma en una caja grande, rotulada como si contuviera un santo para la nueva iglesia que se construye en Manzanares. A la llegada de la caja a Honda, los conservadores, que ya habían sido avisados con anterioridad, enviaron a doce hombres fuertes para llevarla a las montañas hasta el campo conservador. Esto lo hicieron con la mayor tranquilidad posible. Primero que todo sacaron la carga del vapor y colocaron la caja frente a la iglesia de Honda, donde fue bendecida públicamente y rociada con agua bendita en presencia de un batallón de tropas del Gobierno. Posteriormente fue trasladada a la Cordillera Central, y en la batalla de Garrapata causó un inmenso daño a los mismos hombres cuyo descuido había permitido su paso. Además, hay algunas antiguas carronadas de bronce, una de las cuales es una pieza histórica, como lo muestra una inscripción en ella cuyo texto dice que fue tomada por los españoles a los franceses en la batalla de Pavía. Los cuarteles se hallan situados en la plaza de San Agustín, que posee una iglesia memorable por haber soportado un sitio de tres días en 1861; fue minada en tres lugares, pero heroicamente defendida, aunque los sitiados se hallaban sin agua ni provisiones.
+Noviembre 24. Como estamos en el clímax de la estación de lluvias, el aire es hermosamente fresco, y sobre Monserrate y Guadalupe se aprecian enormes y pesadas nubes. Cuando la niebla se eleva por sobre el desfiladero que hay entre estas dos montañas, la vista es grandiosa, con retazos de sol aquí y allá, y las dos laderas realzadas por el pálido vapor que avanza.
+La lluvia cae a torrentes, haciendo el ruido de una «creciente» en nuestro patio, golpeando flores y helechos y convirtiendo los canales de las calles en ríos en miniatura. Fuimos en deliciosa caminata a Agua Nueva, que es un pequeño camino sobre las colinas, detrás de Bogotá y hacia Monserrate.
+El piso estaba resbaloso y húmedo en muchos lugares y tuvimos que trepar sobre piedras sueltas, musgosas y resbalosas; en una parte, cuando salíamos, en las calles y las corrientes de agua encontramos mujeres lavando ropa y golpeándola contra piedras grandes y pulidas, mientras algunos niños lavaban sus pies en el agua fresca. El fondo de sauces, chozas curiosamente techadas y un puente rústico y quebrado conformaban una escena muy llamativa. Mientras ascendíamos el aire se volvía casi frío, como el de una tarde de octubre en Inglaterra, y el sol estaba oculto por masas de neblina gris en la cima de los cerros que había sobre nosotros.
+El camino estaba congestionado por indias que traían sus bienes y frutas al mercado del viernes; al sentarnos en las piedras para descansar, tuvimos la oportunidad de observarlas, con sus enaguas negras y cortas, sin zapatos ni medias y con sus corpiños de algodón blanco. Muchas llevaban collares alrededor del cuello y un pañolón negro sobre la cabeza. Algunas usaban bandas alrededor de la frente para llevar unos canastos de forma extraña sobre sus cabezas. Otras, no contentas con su carga, llevaban también bebés. En sus canastos había naranjas, unas pocas piñas, vegetales de todo tipo, carbón, papas, aves, etcétera. De vez en cuando halaban un gran buey negro o carmelito de un lazo atado a una argolla sujeta a la nariz y que cargaba en su lomo zurrones llenos de «miel», o melaza de caña, utilizada en la elaboración de «chicha», que consiste en maíz fermentado. El maíz es bien lavado y machacado y luego envuelto en hojas que se hierven por diez o doce horas hasta que se ablandan. Esta materia pulposa es luego estregada en un cedazo burdo, y el mejor cernido es colocado en barriles de diferentes tamaños, a los que se añade melaza en distintas cantidades, cuya proporción adecuada es conocida por los que hacen la «chicha».
+Esta fermenta, y a los pocos días está lista para beberse, pero, por supuesto, sólo una clase, conocida como la «mejor chicha», se hace de los depósitos superiores de los barriles, que se procesan nuevamente casi en la misma forma; la bebida de inferior calidad se vende a los indios, quienes la llevan a sus pequeñas «haciendas» o fincas, donde la consumen de acuerdo con sus gustos.
+Después de sentarnos algún tiempo, caminamos un poco y recogimos unos helechos exquisitos, rosas pequeñas, musgo y cambrones, así como hierbas jaspeadas que luego pinté. Pronto llegamos al puente sobre el arroyo de Agua Nueva, que baja torrentoso, con tremendos remolinos y espuma. Su caudal ha aumentado mucho por las últimas lluvias. La vista desde allí era magnífica: el sol se ocultaba detrás del Alto del Roble, en las distantes planicies, produciendo destellos amarillos sobre los lagos —de donde los indios traen las agachadizas y los patos silvestres— lanzando sombras sobre unas montañas distantes y envolviendo otras en una niebla azul. Algunas incluso parecían surgir de entre los lagos.
+Se veían retazos de la luz sobre el pasto de las planicies, que brillaban sobre los pequeños ranchos y en las aguas que habían inundado parte de la llamada «London Road». A nuestros pies yacía la ciudad de Bogotá, con sus techos de teja roja, sus calles estrechas, irregulares y sucias, y sus habitantes —para mí— maravillosamente vestidos. Oscurecía cuando pasamos por los pinos en el camino a casa; no sentimos pesar alguno de encontrarnos en ella, pues el clima estaba fresco por la brisa que soplaba después de la lluvia y el aroma delicioso por la niebla de la tarde sobre las montañas.
+Noviembre 28. Mi primera experiencia con una litera. Fuimos invitados a un té que se convirtió en baile, pero como ya conocíamos las costumbres de estas tierras, asistimos vestidos de punta en blanco. Como la noche se fue tornando húmeda, ordenamos una litera, que debió de llegar a las nueve. ¡Oh, entrar en esta pequeña caja cuadrada! ¡Y el cierre de la puerta y la cubierta, contra lo que yo protesté airadamente, y luego el asomarse por la ventana y observar a varios amigos que nos miraban y la entrada de la casa iluminada con velas! La novedad del asunto provocó mucha risa.
+Pero cuando salimos abrimos rápidamente la cubierta y soltamos las manijas, avanzamos balanceándonos por la calle medianamente iluminada, resbalosa y húmeda. Era muy divertido ir a un baile al estilo de nuestros abuelos y recordar con tanto énfasis los días de las espadas, los duelos de caballeros y las damas hermosas. Sin embargo, no ocurrió ningún desastre y pasamos una velada encantadora en compañía de muchas personas celebrando el cumpleaños de Mrs. C__.
+Las habitaciones estaban llenas de bouquets de cumpleaños, y la gente, en sus modales y comportamiento, se parecía más a un conjunto de parisinos que a un grupo de bogotanos. Llegamos a casa temprano, alrededor de las dos, pues quienes nos transportaron fueron puntuales, de acuerdo con su promesa.
+La Sede Episcopal de Bogotá se originó en 1563 y, poco después, la ya terminada edificación que iba a ser la Catedral infortunadamente se vino abajo el día en que iba a ser consagrada.
+En 1572 se reiniciaron los trabajos, los cuales finalizaron el 11 de febrero de 1607; es la misma edificación que hoy existe. La parte más reciente fue erigida bajo la dirección y de acuerdo con los planos del inteligente arquitecto y monje capuchino Domingo Petrez, quien murió en 1611 no sin antes confiar la continuación y terminación de su labor al maestro Nicolás León, quien no entendió la idea del arquitecto Petrez y no se ciñó al diseño inicial.
+En un periodo posterior se efectuaron alteraciones a una de las torres y también se reconstruyó el tabernáculo, que hoy se haya terminado. La fachada de la Catedral está colocada sobre un basamento de piedras cuadradas, con labrado, y sobrepasa al atrio; encima del basamento hay un grupo de ocho pilares dóricos que forman las entradas de las dos puertas laterales; dos columnas acanaladas jónicas conforman la puerta central. Sobre el primer piso hay una hermosa cornisa y bajo esta, pero sobre las puertas laterales, hay estatuas de San Pedro y San Pablo esculpidas por Cabrera. En la parte superior de esta cornisa se levanta el segundo cuerpo del edificio, compuesto por ocho pilares jónicos que forman un nicho en el cual se colocó una estatua de la Virgen, igualmente de Cabrera. Más arriba de estos pilares se encuentra la portada, que termina en un frontispicio con inscripciones, sobre el cual hay una cruz de metal en un pedestal. Sosteniendo la portada hay dos torres bien proporcionadas, de 42 metros de altura, en cuyo extremo superior se aprecian tres pilares jónicos con aberturas para las campanas y el reloj de cada una de las torres. Estas se hallan endoseladas por dos cúpulas que ostentan los emblemas episcopales. La plaza de Bolívar, la principal de la ciudad, tiene 80 metros en todos los costados, lo que quiere decir que posee dimensiones únicas. Es la más bella de Bogotá y ha sido testigo de todas las vicisitudes que han principiado o finalizado en la ciudad. Vio a Quesada cuando por primera vez desplegó la bandera española sobre la gloriosa cruz de madera; los días de los virreyes, los cadalsos y la esclavitud; a Bolívar, el Libertador; los tiempos del nuevo gobierno granadino; el —¡quel horreur!— mercado de víveres y, por último, la Constitución republicana definitiva.
+El desarrollo de la ciencia, el arte y la religión ha surgido de su seno. En la Plaza de la Constitución hay una estatua de bronce, casi de tamaño natural, llamada «Heroica» para representar las virtudes de Bolívar y colocarlo por encima de otros hombres. La figura está vestida con uniforme militar y adornada con una curiosa bordadura; de su pecho cuelga el medallón de Washington. La cabeza del héroe está descubierta. La estatua es obra del célebre escultor Tenerani, y fue presentada al Congreso de la Nueva Granada por el señor José Ignacio París. El Congreso solicitó que fuera colocada en la «Plaza de la Constitución», donde ahora se encuentra.
+Otro sitio de interés es el Cementerio Católico Romano, con un anexo protestante. Contiene bellos monumentos y está lleno de flores, rosas que se arrastran por todas partes, orquídeas aquí y allá y ricos racimos de flores escarlatas. Parece tan tranquilo y silencioso, con sólo unos pocos árboles como el eucalipto, el sauce y el estramonio que se agita sobre las cabezas; y más abajo el gran silencio de las verdes montañas, y la sabana extendiéndose a lo lejos, todo iluminado por los pálidos rayos del sol que se oculta. Daba la impresión de que ese fuera un solitario lugar de descanso para nuestros compatriotas en esta tierra extranjera.
+PLAZA DE LOS MÁRTIRES
+Para los colombianos el nombre de plaza de Los Mártires está unido con el triste recuerdo de muchos patriotas —concejales, políticos y soldados— muertos por los españoles durante la Guerra de Independencia. En la fiesta cívica del 20 de julio de 1872, el doctor Manuel Murillo, presidente de la República, puso la primera piedra del monumento dedicado a la memoria de aquellos, el cual se eleva hoy tan grandioso en el centro de la plaza. Correspondió a la administración Trujillo el honor de terminarlo, con la hábil dirección del artista italiano Mario Lambardi.
+PLAZA DE LA CAPUCHINA
+En el costado oriental están el Colegio de la Merced, la iglesia de La Capuchina y algunas casas; en los tres costados restantes hay otras casas particulares. Una alameda de eucaliptos corre a lo largo de la plaza, paralela a la calle 5a., al occidente. Los árboles de eucalipto, que son excelentes, fueron los primeros en ser plantados en Bogotá, hace sólo quince años, y son mejor conocidos como Eucalyptus globulus. Embellecen toda la ciudad, y ahora se siembran por miles, agregándole un rasgo agradable a la sabana escasa de árboles.
+PLAZA DE ARMAS
+La Plaza de Armas, adjunta a la iglesia de San Agustín, está a 256 metros de la de La Constitución, en sentido sur. El río San Agustín atraviesa toda la plaza, que tiene más de cien metros de longitud, de este a oeste. En los dos extremos de la plaza hay puentes de considerable importancia, especialmente el oriental. A los dos lados del río corren estrechas calles de aproximadamente 20 metros de ancho, y al norte hay un bello jardín oblongo debido a la irregularidad del curso del río. En el lado opuesto se está construyendo otro jardín, que no ha sido terminado. El costado sur de la plaza está ocupado por la iglesia de San Agustín, seguida al oriente por grandes cuarteles, cuyos altos muros no son dignos de ninguna atención.
+Aquí propongo entrar en una descripción epistolar de un viaje al interior del país durante la estación lluviosa, que encontré revolviendo los papeles de mi marido.
+P__ y yo, después de una corta consulta el 9 de enero, decidimos que como el vapor «Moltke», con Mr. Weckbecker, no vendría hasta nosotros, iríamos por él. El 10 lo pasamos arreglando mulas, provisiones, etcétera, debido a que es un viaje en el que para tener éxito se requiere un estudio de todo lo relativo al comisariato. Como yo había viajado por estas funestas sabanas, sabía que por regla general la respuesta a cualquier discreta solicitud de alimentos era «No hai». Acordamos viajar de la siguiente forma: primero, un muchacho negro llamado Sebastián Echeverri, sobre cuya cabeza caerían muchas groserías antes de que terminara el viaje; él cabalgaría una mula negra y conduciría la del equipaje.
+Este último se hizo lo más liviano que fue posible, de modo que pudiéramos viajar rápidamente; estaba compuesto por chocolate, cuatro latas de salchichas, seis latas de perdices, una caja de galletas, dos botellas de vermouth, dos botellas de brandy y otra con una mezcla de quinina y brandy para los casos de fiebre. Cada uno llevaba, además, una hamaca, un par de pantalones, dos pares de medias, una franela, unos pocos pañuelos, peinilla, cepillo de dientes y jabón; también cargamos en nuestras sillas de montar sábanas impermeables y ruanas, estas últimas de algodón de cerca de una y media yardas cuadradas, que se usan durante el calor del día; uno se quita la chaqueta y la extiende en la parte posterior de la silla, de manera que cuando hace frío, en la noche, las dos prendas se pueden intercambiar de nuevo.
+Ordenamos que las mulas nos fueran traídas en la noche para que pudiésemos partir temprano en la mañana. P__ tenía una excelente mula negra y, para cambiar, una de mis mulas de silla. Yo tenía también dos mulas, así que en total eran seis bestias, las cuales formaban prácticamente una cabalgata. A las ocho de la noche regresaron los hombres diciendo que no habían podido coger a mi pequeña mula negra, por lo que nos vimos obligados a esperar hasta que la trajeran y, en vez de iniciar la marcha a las cuatro de la mañana, llegaron las doce antes de que partiéramos.
+Tan pronto uno deja Honda empiezan las extensas llanuras. Tienen una longitud de 300 millas aunque el ancho es comparativamente insignificante. Como habíamos empezado el viaje con el calor del día, los pequeños grupos de árboles que nos protegían del sol eran muy agradables, pero desafortunadamente escasos y muy distantes entre sí. En la mayoría de los casos su sombra ocultaba un rancho, donde podíamos dar gusto a nuestra naturaleza disipada con un trago de lo que se llama «guarapo», licor producido por la fermentación de panela y arroz, no muy embriagante, pero decididamente refrescante. Luego de cruzar algunos pequeños arroyos y probar la perfecta inutilidad de nuestro sirviente para conducir la mula del equipaje, adoptamos el sistema de enviarlo adelante; y a fuerza de usar látigos y de gritar, logramos que la cabalgata marchara a un paso decente.
+A las cinco llegamos al pueblo de Guayabal. Tenía una carta para enviar, y encontramos buena cerveza inglesa; eso lo comentamos con gran satisfacción y, puesto que había luna llena y podíamos viajar, proseguimos el camino. Nuestro primer obstáculo fue el río Sabandija, que es ancho y profundo; sin embargo, fuimos capaces de atravesarlo sin zambullirnos y, después de viajar durante dos horas bajo los árboles, llegamos al pequeño pueblo de La Unión. Este es un lugar digno de destacar, pues aunque hoy es una planicie, antes de 1828 estaba rodeado de lomas y valles. La causa de este gran cambio fue un terremoto muy severo que devastó todo el país. Hacia el oeste, a espaldas del pueblo, está el piedemonte de la Cordillera Central de los Andes. Y elevándose por sobre todo, en la cabecera del valle, se ve la montaña nevada de Ruiz, donde un volcán activo todavía emite humo ocasionalmente.
+Valle abajo corre el río Lagunilla, cuyas orillas son muy pintorescas y escarpadas, ya que miden 2.000 pies de altura, frecuentemente con un ángulo de 36º. He explorado por una considerable distancia la margen derecha del río en busca de oro y en muchos lugares me vi obligado a colgarme de los árboles debido a la pendiente. En una época se explotó aquí una mina de oro particularmente rica que se conoce en todo el país por las historias que se cuentan de su propietario, quien tenía la costumbre de invitar a sus amigos a comer, ¡y presentarles como postre una fruta dorada! Sospecho que no lo hacía muy a menudo.
+Durante el terremoto, el suelo sobre el que está localizada la mina, sin duda aflojado por las excavaciones, le dio vía libre al curso del lodo. Simultáneamente, al otro lado del río se presentó un deslizamiento que tapó por completo la mina. La enorme cantidad de tierra, piedra, árboles, etcétera, contenida en estas avalanchas sólo cabe en la imaginación. Pero la magnitud debió de ser gigantesca, como quiera que el río estuvo represado por tres semanas y, cuando al fin se desbordó, inundó sus antiguas orillas llevándose por delante todo lo que halló a su paso y, en consecuencia, formando el llano de La Unión, con un costo aproximado de 500 vidas. Este hecho, sucedido en un distrito escasamente poblado, muestra la envergadura del desastre. Un caballero inglés residente en Honda —ahora fallecido—, ayudó a salvar muchas vidas porque, junto con otros, se fue en una balsa armado de una vara y, entre el barro todavía líquido, recogió gente de las copas de los árboles altos, de las lomas y de otros lugares de refugio.
+Dormimos en una casa bien construida y, poco después de tomar chocolate, nos dormimos. Al amanecer del 12 de junio estuvimos listos, no así mi mula gris que hizo sentir sus convicciones de manera dolorosa, ya que cuando P__ estaba golpeándola con un látigo, le propinó una coz en la pierna rompiéndole la piel, pero, por fortuna, no el hueso. Luego tuvimos que vadear el río Lagunilla; estaba profundo y nuestro equipaje se mojó.
+Yo crucé a pie y con gran dificultad pude tocar el fondo porque la corriente me hacía golpear contra las piedras. En una hora llegamos a Lérida, un lugar sin ningún interés, donde decidimos dejar mi mula gris debido a que estaba lastimada. Aquí nos demoramos tres horas buscando una bestia para reemplazarla y finalmente nos vimos obligados a partir sin lograr nuestro objetivo. El llano que atravesamos después era peculiar por el número de piedras sueltas, de dos o tres libras, dispersas en él. Luego pasamos el río Recio sobre un puente, subimos una cuesta de 500 pies y llegamos a la meseta de Venadillo. P__ insistió en subir esta montaña a pie por consideración con su mula, lo que le hizo padecer un sol terrible y un dolor de cabeza durante el resto de la jornada. Ninguno de nosotros sufrió otra cosa que la fatiga natural de doce o más horas de continuo cabalgar bajo el sol, día tras día.
+Desde nuestra posición elevada vimos a cierta distancia el pueblo de Venadillo que, como posee una bella iglesia con numerosas palmas, luce muy pintoresco. Antes de llegar pasamos bajo la sombra de árboles enormes y, luego de vadear una quebrada, pronto estuvimos en la plaza. Desmontamos, sacamos nuestras provisiones, alimentamos las bestias y comimos. A las 5 p. m. nos hallamos de nuevo en camino y, como íbamos en dirección equivocada, nos desviamos considerablemente de nuestro camino. Alrededor de las ocho encontramos que estábamos fuera de ruta y, debido a que empezaba a llover, desistimos de continuar, solicitamos y obtuvimos posada en un lugar decente y nos pusimos tan cómodos como lo permitían las circunstancias.
+En vista de que a P__ no le gustaba la idea de dormir en una hamaca, lo hizo en el suelo. Colgué mi hamaca y, aunque estaba bastante húmeda por el baño que había tenido en el Lagunilla, de algún modo le atravesé la de P__, gracias a lo cual no tuve un ataque de reumatismo.
+Junio 13. Salimos con buen tiempo y recibimos instrucciones de nuestro anfitrión de que si seguíamos la línea del telégrafo no nos perderíamos. Así llegamos pronto al río Totare, el cual vadeamos, pero nos encontramos en el camino equivocado porque el telégrafo pasaba el río China en un punto tan profundo que no existía la posibilidad de atravesarlo. Ello nos obligó a hacer un largo recorrido antes de volver a hallar la senda correcta. Al pasar el río llegamos al pie de una colina de, aparentemente, 500 pies de altura. Está rodeada por ruinas blancas, visibles a una gran distancia. Toda la información que se puede obtener sobre ellas es que pertenecen a la tumba del Indio Gálvez y su familia, pero se ignora cuándo vivieron y murieron; luego supe que las ruinas son bien recientes. Desde abajo uno puede ver una pared que circunda la cima de la colina y enormes portones que aún permanecen en pie. Dentro del recinto se pueden ver claramente dos altas tumbas; su extraordinaria blancura se debe a que son hechas en mármol blanco traído a gran costo de Estados Unidos. ¿Cuál era el objetivo del ilustre hombre? Es un misterio; si era por ostentación o por el deseo de escapar a un diluvio futuro, es algo que se desconoce. La quebrada de Caima fue lo que atrajo nuestra atención enseguida; y luego el pueblo, donde pudimos tomar chocolate y darle un descanso breve a las bestias. Aproximadamente a las 4 p. m. almorzamos, después de haber viajado en círculo ya que no encontramos antes del anochecer los ranchos dispersos en los llanos de Gualanday; nuestro guía mencionó unas tres casas como las mejores «posadas», pero para nuestra desgracia habían desaparecido milagrosamente, así que continuamos y hallamos una cabaña miserable en la cual, como no había más remedio, tuvimos que parar.
+Después de la cena, P__ y yo tendimos nuestras camas con mi sábana impermeable, y sufrimos pequeños inconvenientes como un cabrito que caminaba sobre nosotros ocasionalmente, o una rata que merodeaba cerca de nuestras cabezas. El cabrito, para fortuna mía, evidenció un gran afecto por P__. El propietario del cuchitril estaba con dolor de muela. Tratamos de curarlo dándole dos fuertes dosis de coñac que de ninguna manera lograron dormirlo lo suficiente, pero sí hicieron desaparecer gradualmente el coro de gemidos. La causa de nuestra ansiedad por su bienestar era esta: él nos había dicho antes de acostarse que muy probablemente se divertiría levantándose por la noche a dar una caminata, y que para conseguirlo era necesario pasar por sobre las piernas de P__ y las mías. Por ello no me sorprendí del todo al despertarme y encontrar a P__ sosteniendo una de mis piernas, sugiriendo discretamente que no le complacía ser pateado.
+Junio 14. Estábamos encantados de reiniciar el viaje. Después de descender una dura pendiente y bordear una serie de pequeños valles, nos encontramos a orillas del río Coello, que tuvimos que cruzar en canoa dado que la corriente es allí muy rápida y las aguas profundas. Gritamos durante largo rato pidiendo la canoa, que se hallaba en la ribera opuesta. Y podría haber transcurrido mucho tiempo sin que lo consiguiéramos, cuando de pronto aparecieron dos hombres conduciendo mulas cargadas de panela; nos dijeron que, debido al desbordamiento del río, tendríamos que esperar hasta cuando determinada piedra asomara su punta fuera del agua; de manera que decidimos tomar el desayuno, y yo aproveché para tomar un baño. El agua estaba muy fría y la corriente era rápida, así que cuando terminamos de desayunar y de empacar nuestras cosas apareció la canoa con su primera carga. Tuvimos que arreglárnoslas para lograr que las mulas cruzaran —pues no podían nadar en este río— colocándolas, como es la costumbre, a los lados de la embarcación.
+Enseguida nos embarcamos con todas nuestras sillas de montar, y la corriente nos arrastró estrepitosamente. Al aproximarnos a la orilla, arrojaron una cuerda a un anciano que esperaba en el embarcadero; este atrapó la soga y la mantuvo tensa durante un instante, pero luego esta se rompió y fuimos arrastrados por la corriente sin control alguno, sobre grandes piedras que podíamos divisar abajo. Por fortuna nos agarramos a pequeñas ramas, que no se rompieron, y luego a otras más fuertes, escapando así de una situación de considerable peligro. Después avanzamos bajo una persistente llovizna, que nos hizo dudar acerca de si debíamos ponernos nuestros impermeables o no, hasta cuando llegamos, a eso de las cuatro, según yo presumía, aunque con algunas dudas, a Guamo. Pero al cabo de poco tiempo descubrimos que se trataba de Espinal, porque nuestro guía había extraviado el camino. Yo había prometido a P__ medio día de descanso, de modo que resolvió permanecer allí durante la noche, puesto que, sin duda, podríamos tener la ocasión propicia para reponernos. Debo confesar que me sentía un poco agotado, puesto que me había debilitado mucho durante las jornadas anteriores por obra de la fiebre.
+Después de una buena cena nos sentimos repuestos y salimos a caminar un poco. Encontramos una oficina de telégrafos, donde conversamos con el empleado y enviamos un mensaje a Honda para dar cuenta de nuestra llegada; de hecho fue allí donde descubrimos que no estábamos en Guamo, pues el telegrafista nos pidió cordialmente que cambiáramos el encabezamiento del telegrama poniendo Espinal en vez de Guamo. No podía entender la razón; finalmente, después de acceder a la solicitud, descubrí la verdad, y la carcajada que solté sorprendió grandemente a P__ cuando se lo expliqué. Esto le dio la oportunidad de bromear a raíz del error. Un poco más tarde encontramos un salón de billar, jugamos allí varias partidas y, por fin, nos fuimos a dormir. P__ convino en dormir en una hamaca por considerar que resultaba más suave que la mesa que se le había destinado como cama, y allí sólo quedaba espacio para una hamaca. Me las arreglé para acomodarme bien.
+Cuando P__ observó cómo me había acomodado, y puesto que jamás había dormido en una hamaca, quiso cambiarse a la mesa, pero yo, comprendiendo que se sentiría mucho mejor en la hamaca, no consentí en ello. El único problema que tuvo fue cuando una oveja lanzó un tremendo balido cerca de él, que casi lo hace saltar de su lecho.
+Junio 15. Aprovechando una vez más la línea del telégrafo como guía, cruzamos varios riachuelos que, a causa de las fuertes lluvias, son peligrosos dado que su lecho está compuesto de arena y cascajo muy fino. En virtud de una curiosa corriente, el agua en algunos lugares corre debajo de aquellos de manera que, en apariencia, el caudal es escaso. Pronto se descubre el error cuando la mula repentinamente se hunde hasta la cincha; el torrente principal corre bajo la arena. El río Luisa estaba tan crecido que tuve algunas dificultades para cruzarlo, dado que la mula que me correspondió era muy pequeña. Por fin llegamos al Guamo, capital del estado del Tolima; allí encontramos una tienda en la que accedieron a servirnos un desayuno. Tuve que recriminar a la propietaria por dedicarse a leer la Biblia en vez de arreglarme la cuenta. Si era para darse paciencia en el trato con herejes como nosotros, o eran argucias para aumentar la cuenta, no lo sé; de todos modos discutí pues su atención no se concentraba en el asunto, sino que se alternaba entre la lectura de versículos y la formulación de preguntas; ¡una de las preguntas era si nosotros no éramos dos carpinteros enviados a reparar el buque de vapor! En la oficina de telégrafos se nos había informado que el «Moltke» había sufrido un accidente grave, lo cual era mala noticia para nosotros; pero no podíamos retroceder, de manera que después de reunir provisiones frescas dejamos ese lugar encantador.
+Si bien está mejor construido que otras poblaciones del Tolima, fuera de ser la capital del estado no ofrece nada digno de recomendación. Se afirma que las mujeres allí superan en número a los hombres, y se las considera intolerantes hasta la exageración.
+En el término de dos horas nos hallábamos ya a orillas del río Saldaña, el tributario más grande del Magdalena después del Cauca. Allí desensillamos, maniobra preparatoria para una nueva travesía en canoa. Ya estaban esperando dos hombres con bestias, de modo que cuando llegó la canoa tuvimos que cederles la precedencia; P__ pasó a salvo en compañía de ellos, transportando nuestra «carga», una mula y otras cosas. Después de una prolongada demora regresó la canoa, y el sirviente nativo, cuatro mulas y yo la abordamos; pero como las bestias estaban inquietas, contraté a un muchacho para que ayudara a sujetarlas.
+Aquí debo explicar cómo pasan las mulas. Estas no suben a la embarcación, sino que son lanzadas al agua tan pronto como arranca la canoa, y son retenidas con ayuda de sus cabestros. En general nadan muy bien, pero en esta ocasión una mula gris que habíamos alquilado no pudo nadar y, cuando nos encontrábamos en el curso principal del río, se hundió. Afortunadamente yo estaba sentado en la popa y la tomé de una oreja cuando pasaba por debajo de la canoa, de tal manera que me las arreglé para mantener su cabeza fuera del agua. Durante esta maniobra el bote giró y las olas empezaron a golpearnos y a envolvernos. Sin embargo, logramos escapar, empapados, y se consiguió mantener el animal firmemente, evitando que se hundiera, aunque la cantidad de agua que había tragado la hacía parecer nadando. Gracias a un trago se restableció la paz, y seguimos adelante; supongo que la cabalgata me sirvió para que sintiera malos efectos.
+¡Tal fue el paraje que cruzamos o, mejor dicho, vadeamos! Era nada menos que como salir de una laguna para caer en otra, contemplando aquí y allá chozas dispersas en terrenos altos. Estas eran las llanuras del Saldaña, que en invierno —de lluvias— se inundan y en verano son tan secas que el ganado perece de hambre. Están en manos de unas pocas familias ricas que viven en medio de la feliz ignorancia de su extensión o del número de cabezas de ganado que pasta en ellas. Cuando desean reunir un rebaño para ponerlo en venta, envían a los hombres a caballo provistos de tasajo para varios días. Enlazan las primeras reses que pueden capturar, así las van reuniendo y atando nuevas cabezas a los árboles; se obtiene entonces un rebaño de veinte o más, no sin dificultades considerables, aunque se trata de jinetes de grande experiencia.
+El ganado es tan veloz como los venados. Cuando permanecen amarradas durante varios días, las reses se domestican y son puestas en libertad. Entonces se inicia el arreo, tan pronto como los animales capturados forman el núcleo. Alrededor de un millar de reses o más son recogidas y conducidas a los corrales, donde el comprador escoge su lote; el resto se deja en libertad una vez más, sometido a la alternación de abundancia en el invierno y carencia en el verano, lo cual es anormal en Inglaterra, pero no en este país.
+A eso de las ocho nos encontramos a orillas de un río que parecía ser profundo. Desconocíamos dónde podría haber un vado y no distinguíamos absolutamente nada debido a la oscuridad. Cuando ya habíamos resuelto no correr riesgos en el cruce, acudió un muchacho que nos indicó el camino correcto, de manera que pronto nos hallamos en la población de Purificación. Este pueblo está situado en un lugar muy bonito y debe ser un excelente punto estratégico porque domina una gran extensión de territorio y porque a sus pies corre el Magdalena, la gran arteria del país.
+A la mañana siguiente (el día 16) nos demoramos hasta muy tarde en espera de mis alforjas cuyo encargo había encomendado a un carguero campesino; tampoco llegaba la bestia que habíamos alquilado. Hacia las doce del día arribamos a Natagaima después de recorrer seis leguas en seis horas. El nombre de esta población es notable, pero no es nada comparado con el de uno de los riachuelos que cruzamos y que corresponde al de un nombre indio: «Guaraguaocito». Lo que esto significa apenas si puede imaginarse; pero, si uno intentara pronunciarlo, seguramente sería así: «El-sitio-de-la-mandíbula-rota».
+En la aldea hubiéramos topado con dificultades para encontrar albergue de no haber sido por un hombre que en alguna ocasión había trabajado para mí en Frías, y que nos dio hospitalidad en su casa. Se nos trajo una espléndida mula para cabalgar, me gustó tanto el animal que lo compré después de montarlo. Era, precisamente, la clase de bestia que deseaba: fuerte y grande como para mantenerme los pies secos.
+Junio 17. Por haber salido tarde tuvimos que pasar la noche en la otra orilla del río Patá. Afortunadamente para nosotros no llovió por la noche, así que los ríos que pasamos hoy estaban vadeables y nos evitamos todos los riesgos y molestias de una canoa.
+Junio 18. Partimos antes del amanecer, y alrededor de las seis estuvimos una vez más en las riberas del Magdalena. Vimos una casa bastante decente y una cantidad de vacas aguardando el ordeño. Mientras esperábamos, fui a la casa y compré una gran jarra de leche para P__ y para mí, lo cual fue muy refrescante después de nuestra cabalgata matinal. Puesto que le habíamos simpatizado tanto a la dueña de casa, le sugerí que, así como había sido tan atenta, tal vez me podría vender un poco de chocolate para el peón. Ella se negó, de modo que lo solicité al amo, quien pronto arregló el asunto preparando chocolate no sólo para el peón sino también para nosotros.
+Teníamos que cruzar el Magdalena y fuimos informados de que el «Moltke» había sido reparado y que hacía su ruta río abajo. Recibimos la buena nueva con alegría, apuramos el paso y a las diez estuvimos en el pueblo de Villa Vieja, donde nos confirmaron la noticia; comprendí que la única posibilidad de alcanzar el barco era regresar al río y arriesgarnos. Después de un apresurado desayuno lo logramos: el vapor estaba a sólo media milla de Villa Vieja, a donde llegamos pronto. Decidimos entonces que lo mejor sería pasar el río con mi mula de silla y tratar de llegar al vapor; así que P__ y yo cruzamos un brazo del río y caminamos sobre una pequeña isla mientras el peón pasaba el resto de las bestias.
+Yo estaba conversando con un viejo amigo y preguntándole por el vapor, cuando, para mi sorpresa, me dijo: «¡Oh! Ha tenido otro accidente, pues acabo de recoger algo de su entabladura». Esta fue una buena noticia para nosotros, y pueden imaginarse con qué sentimientos volvimos a cruzar para enterarnos más acerca del desastre. Sin embargo, esto era imposible. Pero parecía muy evidente que algo había ocurrido esa misma mañana, porque se supo que el vapor había dejado el lugar donde era reparado el día anterior. Nos hallábamos en la villa de Aipe y, como yo había estado allí antes, conocía a varias personas, una de las cuales nos proporcionó un guía. P__ se fue en mi bestia, ya que la suya era alquilada y tenía que ser devuelta a Villavieja. Alrededor de las 11 p. m. el hombre de la mula regresó con una nota de P__ en la cual me informaba que el vapor había sufrido un accidente pero que sería reparado pronto, y que Mr. Weckbecker estaba tan cansado de su largo viaje que, obligado a ir a Bogotá, había conseguido una balsa con capacidad para tres personas, y llegaría a Aipe al día siguiente o dos días después. Esta era una buena noticia, de manera que ideé el modo de pasar el 19 alistando todo en caso de que llegara la balsa. Sin embargo, esta no apareció hasta la mañana del 20. P__ había prometido que yo estaría a bordo en un cuarto de hora, y como quiera que el equipaje estaba listo, no tuve ninguna dificultad.
+P__ me contó cómo al salir de Aipe tuvo que caminar con su guía hasta el río Batché, el cual vadearon, y luego, por fortuna, encontraron una pequeña canoa en la que se embarcaron. Pasaron varios afluentes del Magdalena, y desembarcaron en una isla cercana al vapor. Entonces él gritó, pero nadie le prestó atención hasta que disparó tres veces su revólver. Pensaron que era un extranjero y le enviaron la lancha del barco sin tener idea de quién era debido a la oscuridad.
+Mr. Weckbecker, nuestro nuevo compañero, tenía mucho qué contar respecto al largo viaje que había realizado, los accidentes que había sufrido y la extraordinaria hospitalidad y atención que toda la gente le había prodigado. El entusiasmo debió haber sido tremendo porque sólo diez de cada cien personas habían visto antes un vapor y, además, porque este viaje era el primero que se realizaba tan arriba por el Magdalena y sus obstáculos parecían no tener fin. En efecto, cualquier otro hombre distinto de Mr. Weckbecker se habría descorazonado. Pienso que he omitido mencionar que él es el propietario del vapor, pero su indomable perseverancia logró este propósito.
+Los nativos, no contentos con mostrar su gratitud con simples palabras, proveyeron al vapor con ganado de todo tipo; treinta y cinco bueyes gordos figuraron en la lista de los regalos recibidos. Mr. Weckbecker calculó que tan generoso presente costaría £ 1.000.
+Cuando el barco estuvo listo para recibir su carga, todos los nativos estaban tan ansiosos por mostrar su confianza, que peleaban por embarcarse, aunque sabían que el viaje de regreso sería peligroso y que la tarifa era mayor que la de una balsa. El barco comenzó a bajar con cerca de 640 cargas, u 80 toneladas, y, cuando habían transcurrido escasos 20 minutos, encalló en un banco de arena debido a que la rueda estaba ubicada bajo el nivel de la nave. Este accidente torció la rueda, la cual, al girar, parecía una rueda excéntrica con el viento empujándola todo el tiempo en dirección a los riscos. Tal excentricidad inclinaba el barco de tal modo que la tripulación era incapaz de enderezarlo. Con un horrendo estrépito se precipitó a la orilla derribando los árboles que encontró a su paso y partiéndose en mil pedazos. Todo el mundo creyó que el casco de la embarcación se había destruido por el golpe. El continuo crujir así parecía indicarlo. La tripulación se asustó, algunos miembros nadaron a la orilla, pero el capitán tomó su rifle y controló la situación.
+Durante la conmoción uno de los auxiliares se acercó a Mr. Weckbecker y le dijo: «Yo permaneceré a su lado hasta que el barco se haga pedazos y luego nadaremos a la playa». Afortunadamente el asunto no resultó tan serio, aunque el impacto fue suficiente para poner a trabajar duro a los carpinteros durante un largo día. De nuevo los nativos mostraron su gran espíritu, pues en vez de disgustarse enviaron una comisión a Mr. Weckbecker con el fin de ofrecerle cien cabezas de ganado para que dispusiese de ellas a su antojo. Lo que creían era que el vapor había quedado completamente destruido y, aunque la carga estaba enteramente compuesta de quina, que valía más que todo el vapor, no había más que hablar. Difícilmente podrá encontrarse una generosidad igual.
+Nuestra balsa era una maravillosa pieza de arquitectura naval, hecha de una madera muy porosa pero con una ligera gravedad específica. Los troncos tenían aproximadamente doce pies de largo y tres pulgadas de diámetro. El cuerpo de la nave estaba integrado por estos maderos, colocados unos sobre otros hasta una altura de veinte pulgadas y un ancho de siete pies que, con el largo de doce pies, completaban las dimensiones de la barca. Todo estaba amarrado cuidadosamente con cuerdas. En la parte superior se habían colocado tres o cuatro piezas de madera transversales y encima pedazos de bambú que contenían la cubierta. Seis varas grandes, de una madera flexible, se doblaban formando arcos de aproximadamente cuatro pies de altura en el centro de la cubierta de bambú.
+En estos arcos se tendió primero un toldo de lona blanca y sobre este un lienzo, los cuales podían levantarse o bajarse, según se deseara. Éramos cinco a bordo y teníamos nueve bultos, así que se requirió de cierta habilidad para acomodar a tantos en tan poco espacio. Sin embargo, partimos navegando suavemente con la corriente. Los miembros de la tripulación sólo eran necesarios para mantenernos lejos de los remolinos o las corrientes difíciles. Sortearon las situaciones complicadas muy hábilmente con sus largos remos afilados. En ocasiones la balsa se movía en círculos sobre la corriente que la arrastraba. Mientras tanto, fumábamos y narrábamos nuestras aventuras.
+Mr. Weckbecker señalaba de vez en cuando las partes peligrosas por las que con tanta dificultad había pasado, hasta que un brillante pensamiento brotó de la mente de P__: era tiempo de examinar la caja de provisiones del vapor. En ella encontramos un glorioso pedazo de carne de res en conserva y un excelente pavo. Como ya era tiempo del desayuno, nos decidimos por la carne y guardamos el pavo para la cena. Empero, no terminamos ninguno de los dos, pues era mucha carne para nosotros, aun incluyendo a los dos tripulantes. Con todo, se conservó hasta el último día que permanecimos a bordo de la balsa.
+Después del desayuno empezamos a jugar dummy whist. P__ nos dio una buena paliza. Esta diversión nos impidió dormir y, después de la cena, llegamos al lugar en donde pensábamos pasar la noche. P__ buscó en vano una casa en la cual nos dejaran dormir, porque no era posible que los tres durmiésemos en nuestra estrecha nave. Sin embargo, mientras él caminaba por la playa, Mr. Weckbecker y yo pronto arreglamos el asunto. Despejamos el interior del toldo de todos los bultos, extendimos mi sábana de piso con dos mantas de caballo nuevas, dos sobresábanas y una sobrecama. Entramos, nos acomodamos a lado y lado, conmigo en el medio, y con el pequeño maletín de Mr. Weckbecker a manera de almohada.
+En la noche empezó a llover y uno de los tripulantes, que trataba de entrar subrepticiamente, volteó mi maletín en nuestras cabezas. P__ hizo lo mejor que pudo para mantenerme despierto, golpeándome y dándome puntapiés. Cuando se durmió, con su boca bien abierta capturando mosquitos, nunca me había sentido tan inclinado a darle a alguien un pedazo de tabaco para masticar que cuando lo hice con él. A la mañana siguiente nos cogió una ventolera muy fuerte al pasar un complicado remolino del río, el cual nos arrastró. Sin embargo, en el segundo intento el viento sopló con vigor y nos dejó en libertad una vez más. A las seis llegamos a Peñalisa, donde Mr. Weckbecker debía desembarcar y cabalgar hasta Bogotá. Peñalisa es un lugar interesante, pues demuestra lo que se puede hacer con energía en este país.
+Pertenece a una familia Nieto, cuyo padre dejó la propiedad con muchos gravámenes; sin embargo, sus jóvenes hijos —creo son seis, aunque sólo conozco cinco— se decidieron a trabajar para ponerla a paz y salvo. Tuvieron tanto éxito y alcanzaron tal grado de perfección que Peñalisa es mencionada por todo el mundo. No permiten que nadie resida en la hacienda si no paga un arriendo, que consiste en labores remuneradas con un salario diario muy bajo. Como la hacienda comprende varias millas cuadradas, el número de inquilinos es considerable.
+Han construido un pueblo para sus trabajadores, que el año pasado fue casi devastado por el fuego. Esta experiencia les enseñó a tener mayor cuidado; están construyendo un conjunto de casas aún mayor. Estos hombres jóvenes poseen un establecimiento muy bien montado para la manufactura de índigo y son por mucho los mayores productores de este artículo en el país. No obstante, su mayor riqueza está representada en el tabaco, producido en tierras de muy buena calidad. Además, manufacturan ron y aguardiente —el whiskey nativo—en grandes cantidades. Su empresa más reciente ha sido la importación de maquinaria para la producción de panes de azúcar en gran escala. Aunque parezca extraño, aquí, en este país productor de azúcar, rara vez se ve el llamado azúcar blanco. El que se consigue es obtenido en Estados Unidos.
+Después de pasar una noche cómoda, nos alistamos para salir temprano en la mañana del 22, pero nuestro amigo causó alguna demora pues tuvo que conseguir varias cosas de su equipaje. Consiguió un caballo y emprendió su camino hacia Bogotá. Nosotros navegamos río abajo. La gran atracción del día fue observar a los numerosos grupos de mujeres que trabajaban duro lavando ropa en las orillas del río, pues la gran fiesta de San Juan estaba próxima y es costumbre arreglarse con pulcritud para tal ocasión. Si las fiestas de los santos sirven de incentivo para tal propósito, es una lástima que no haya aquí unas cuantas más.
+También pasamos el tiempo haciendo inútiles disparos con nuestros revólveres a los caimanes. P__ fue el mejor, aunque no acertamos ni siquiera con una bala. Nos deleitó y no les causó daño a los reptiles. Estábamos decididos a llegar a Ambalema aquella noche y, aunque el viento nos detuvo, arribamos cerca de las ocho. Fuimos a la orilla y arreglamos todo para regresar a bordo a dormir, pues nos proponíamos salir muy temprano. Después de caminar por las calles de Ambalema, confiados en el conocimiento que de la localidad tenía P__, llegamos a la casa de los señores Frühling y Goschen, donde teníamos algunos negocios que tratar. Al concluir esta diligencia, retornamos a nuestra balsa y, alrededor de las 2 a. m. del 23, bajo una clara luz de luna, comenzamos nuestro último día de viaje. El viento que soplaba río arriba era muy fuerte, lo cual nos demoró mucho, pero a las siete alcanzamos el sitio hasta donde el hombre del bote quiso llevarnos. Debido a que el viento soplaba, un mayor acercamiento a los saltos de Honda resultaba impensable. Llegamos a la ribera, colocamos nuestros bultos en una canoa y partí, mientras que P__ decidió caminar. En cerca de 10 minutos estuvimos abajo en el Salto. Habíamos terminado nuestro viaje. Fue un gran alivio pensar que todo había pasado, que uno no está obligado a especular hasta dónde llegaría al día siguiente, etcétera, y que nos encontrábamos sanos y salvos en Honda tras un viaje muy rápido. Arribamos el mismo día en que prometimos hacerlo, lo cual sorprendió a nuestros amigos.
+Un gendarme de fines de siglo.
+San Victorino.
+Hacienda de la Sabana.
+Billete de los Estados Unidos de Colombia.
+Procesión de Corpus en la Calle Real.
+La procesión en la Plaza Mayor.
+Iglesia de Lourdes.
+La religiosidad en la capital.
+Diciembre 8. Un gran día de fiesta, el de la Inmaculada Concepción de la Virgen, Santa Patrona de América, con bendición papal y jubileo en San Francisco y San Juan de Dios, así dice mi diario en español. Y, a juzgar por los cohetes, la pólvora, los buscapiés, los «tipleys», un órgano y ruidos de toda especie imaginable, puedo entender que se trata de la fiesta de la Patrona de América.
+Esta mañana a las nueve, después de habernos levantado temprano, mi marido, junto con Mr. y Mrs. H__, y un grupo grande, salieron hacia Honda. Se dirigían a Los Manzanos en dos coches llenos, uno que los transportaba y el otro con equipaje, sillas, muchachos, aperos, cinchas y petacas; al llegar pensaban proseguir el viaje de inmediato, pero debieron arribar muy tarde.
+Hacía un día espléndido, no muy caliente y placentero. Ayer realizamos un recorrido en una elegante victoria. Arrancamos a las ocho y el aire estaba frío y fresco; las nubes conservaban el calor del sol. Nos encaminamos al Puente de Aranda, un pintoresco recodo del camino, construido por los antiguos españoles en 1769. Está ubicado sobre un arroyuelo de poca importancia y se encuentra rodeado por grupos de sauces, verdes y frescos por las lluvias recientes, que conforman una imagen muy grata. Al llegar a una curva del camino, toda la Sabana de Bogotá se presentó ante nosotros con infinidad de montañas a su alrededor. La vista era hermosa, con la ciudad a los pies de Guadalupe y Monserrate. —Debido a una severa enfermedad, no escribí nada por cerca de dos meses—.
+Enero 29, domingo. Mi esposo se dirigió conmigo a Chapinero, a tres millas de Bogotá. Se trataba de un «paseo» muy frecuente para los habitantes de la ciudad los domingos por la tarde. En el camino, cubierto de polvo que de vez en cuando levantaban los jinetes, pasamos por la pista de carreras de caballos, donde algunas veces se llevan a cabo competencias muy mal dirigidas en las cuales los jockeys tienen pesos desiguales y montan animales de todas las edades.
+Desde este camino podíamos ver la abertura entre las montañas donde están el Alto del Roble y la vía a Honda y a «Inglaterra». Ello es posible gracias a la claridad de la atmósfera. El Alto da la impresión de estar a aproximadamente diez millas, cuando, en realidad, se halla a treinta. Pasamos varias «quintas», o casas de campo, que se arriendan en la época de Navidad a los bogotanos. Son casas pequeñas y bonitas, brillantemente pintadas, con puertas azules, paredes blancas y techos rojos de teja, rodeadas por abundantes árboles y con jardines llenos de flores.
+Pasamos por la vieja iglesia de Chapinero y nos dirigimos a la nueva, más arriba por la avenida de eucaliptos, a un espacio abierto donde se halla la que será en el futuro la mejor iglesia de Suramérica. Es la única construida en piedra y en estilo decorado. Caminamos a su alrededor. Los arcos interiores, el trabajo de talla, las ventanas de arco puntiagudo y los pilares góticos la hacen especialmente impresionante, con el fondo de azul celeste. Regresamos al carruaje caminando sobre el césped y emprendimos el regreso a casa, encontrando a nuestro paso toda suerte de viajeros que iban y venían a pie o a caballo.
+Enero 31. Me dejaron sola porque los negocios de mi marido en relación con las minas del Tolima lo obligaron a viajar. Antes del anochecer llegó un telegrama suyo desde Facatativá, algunas millas fuera de Bogotá y donde tomaría la mula para continuar a Agua Larga esta noche. Era el mismo camino que recorrimos en nuestro viaje de Honda.
+En la tarde fui a dar un «paseo», o caminata, a la Pila Chiquita, pozo del que se extrae agua. A cada lado crecen cuatro grandes árboles (eucaliptos). El sitio está rodeado por unos muros bajos de piedra y si allí hubiese uno o dos jeques árabes con sus camellos, parecería verdaderamente oriental.
+Por el contrario, generalmente se hallan atadas varias mulas, mordisqueando el poco pasto mientras descansan de su largo viaje desde Honda; varios burros, con sus baldes de madera llenos de agua, deambulan pacientemente; también hay una carreta halada por una yunta de bueyes unidos, a la manera romana, por los cuernos; algunas mujeres transportan pollos en canastas sobre sus espaldas, cardan lana y hacen hilo a medida que pasa por entre sus dedos; hablan un español muy rápido, y, tal vez, una bella bogotana vestida con elegante ropa de montar y con el rostro oculto tras un paño blanco, o un grupo de muchachos que juega «cara o cruz», similar al antiguo juego inglés de pitch-and-toss. Tal era la escena que había ante nosotros. Cuando volteamos, se apreciaban las elevadas montañas con una niebla que las hacía desaparecer y obstruía la vista de las diferentes iglesias blancas construidas a sus lados.
+Febrero 9. ¡En realidad esta es una ciudad curiosa! Basta mirar solamente una hora por la ventana para contemplar algunas escenas sin par. Hay un dicho español que dice así:
+Música, miel y la ventana
+no es buena en la mañana.
+Ello significa que la música, los dulces y el pararse en la ventana no son ocupaciones apropiadas durante la mañana, pero, se supone, sí lo son por media hora en la tarde. Después de la cena estuve sola, porque mi esposo se encuentra más allá de Honda, en las minas. Por eso me divertí en la ventana. Lo primero que vi al frente fue a dos mujeres vestidas al estilo bogotano, de negro, por supuesto, con la habitual mantilla de casimir con encajes. Ellas observaban desde un portal. Una fumaba un cigarro con gran gusto. Evidentemente, disfrutaban la música de un «tiple», o violín loco, y de una guitarra, acompañados por una voz no muy melodiosa, que no acompasaba más de tres o cuatro notas.
+Estos «tiples» se usan en todo el país y los escuchamos prácticamente en cada uno de los pueblos cuando subíamos por el Magdalena, especialmente en las tardes. En Carare encontramos a un viejo rodeado de niños, quienes lo seguían a todas partes sólo para escuchar su música. Había muchas «aguadoras» que pasaban con sus grandes «múcuras» cargadas a la espalda.
+Después venían algunos burros sobrecargados, que pacientemente ascendían por la calle llevando grandes bultos de trigo o cebada. Eran seguidos por una enorme mula fina que trotaba detrás del hombre que la llevaba del cabestro. Posteriormente pasó un buey negro tirando una carreta y que era aguijoneado en todo instante por su conductor con una vara larga en cuya punta había la estrella de una espuela.
+Dos niños me divirtieron mucho con sus gesticulaciones con las cuales copiaban a sus mayores encogiendo los hombros y moviendo manos y brazos. Eran pequeños abandonados y pobres. El niño vestía pantalón de terciopelo y un enorme sombrero de Panamá, mientras que la niña no llevaba medias ni zapatos, su pelo tenía dos largas trenzas y lucía un vestido largo de algodón azul. Ella discutía enérgicamente y, con cortesía española, el niño le reiteraba: «No, señora; no, señora».
+La cortesía de esta gente es maravillosa; aun para contestar a los mendigos más sucios que llegan a la puerta, los sirvientes dicen por lo general: «Perdóneme, señor. No tengo nada».
+Ospino, el hombre en cuya casa vivimos, también pasó, y, al verme en la ventana, me saludó quitándose el sombrero. Como yo seguí allí, decidió detenerse y hablarme. Es la costumbre local cuando las damas permanecen en la ventana, lo cual hacen durante horas, aun si les toca gritarse a voz en cuello de una acera a la otra. Nunca olvidaré la visita de una señora que entró en la casa e inmediatamente principió a llamar a gritos a todo el mundo. No disminuyó el tono de su voz ni siquiera en la «sala». Se trataba de una dama que descendía directamente de un mariscal español; sin embargo, este hábito prevalece porque en ninguna casa hay campanas —tampoco hay chimeneas de ningún tipo—, de manera que las órdenes se gritan en los patios y corredores.
+Luego vi a un hombre que llevaba flores calle abajo, quizá para la venta, y a un muchacho que conducía ocho o diez pavos finos hacia el mercado de mañana. El más grande de estos últimos lo estaba vendiendo en ocho reales (3/4), con lo cual se pueden comprar cuatro pollos. Por otra parte, hoy dimos 22 reales (8∕10) por once pollos —de ninguna manera constituía una mala negociación—. Además, recibimos un regalo de dos cochin chinas de tierra caliente, de Ambalema. Con ello pensé que habíamos efectuado suficientes transacciones de tipo agropecuario. Más tarde apareció un niño que cargaba una pintura que llamó mi atención; era del estilo generalizado a nivel local, o sea, «Nuestra Señora de Lourdes» y estaba limpiamente enmarcada. Yo misma compré ayer cuatro de estas pinturas bellamente coloreadas, muy brillantes y con un encanto peculiar. Me sorprendió ver pasar a una negra, un tipo no usual en Bogotá, cuyos habitantes son generalmente bien parecidos, con sus cabellos largos y sedosos y brillantes ojos negros.
+Esta negra llevaba zapatos y estaba bien vestida. Por regla general ningún sirviente usa zapatos en la calle o en la casa, a menos que sean «alpargates», o sandalias de un material basto extraído de la fibra de la hoja del aloe, Agave americana, llamado fique. Tiene grandes hojas y un tallo alto con abundancia de flores en el extremo superior.
+Hablando de flores, el otro día me llamó a la ventana el fuerte tañer de una campana. Al asomarme vi a una mujer que regaba pétalos de rosa en todas las direcciones; pronto toda la gente empezó a arrodillarse en la calle y en las puertas. Luego apareció un sacerdote que portaba el Santísimo Sacramento y sobre este una sombrilla grande y redonda. Sus vestimentas de seda eran muy bellas. La gente lo rodeaba con temor reverencial, pues se trataba del benevolente arzobispo que iba a visitar a un enfermo.
+Después de permanecer un buen rato en la ventana y ver pasar a muchas personas, noté que las sombras comenzaban a ocultar a Guadalupe. Como sabía que la humedad y la oscuridad se acercaban, cerré los postigos. Me trajeron la lámpara, y, una vez más, retorné a mis solitarias ocupaciones. He estado sola desde el 31 de enero.
+Febrero 12. Envié a la oficina del correo por cartas, pero este no había llegado aún, de modo que no hubo nada para traer del apartado. La oficina de correos es una edificación cuadrada, con un bello patio en el centro, lleno de flores, y un corredor pavimentado.
+Las diferentes entradas están, por lo general, custodiadas por los andrajosos soldados de este país, vestidos con sus largas chaquetas azules, pantalón rojo y pequeños sombreros de colores negro y oro o plata. Conforman un grupo de hombres increíblemente sucios que holgazanean por las calles con sus bayonetas en la mano y fumando. ¡Ay! Qué mínima comparación puede hacerse con nuestro excelente, activo y limpio ejército.
+Esta mañana tuve una fútil evidencia de las supersticiones de los estratos bajos de los católicos romanos en este país. Mi sirvienta, Dolores, vino a pedirme un dólar de su sueldo, pues su hermana iba a «presentar» a su niño que, se suponía, se estaba muriendo. De acuerdo con eso le entregué el dólar. Las dos hermanas, Dolores y Carmen, fueron donde el sacerdote con el bebé. Al principio el religioso se negó a «presentarlo», pero cuando la mujer le dio todo el dinero que llevaba consigo, el clérigo musitó algunas oraciones en latín ¡y por este medio aseguró la entrada del bebé al cielo! Las dos mujeres salieron de la iglesia perfectamente felices. El fanatismo y la ignorancia de las gentes más pobres son extraordinarios. Mientras vayan a misa todas las mañanas, lo que la mayoría hace rigurosamente a las seis, quedan en libertad de hacer lo que les venga en gana. Creen que pueden trabajar lo que quieran los domingos, siempre y cuando hayan asistido a misa.
+Estoy leyendo precisamente un libro de proverbios, en el cual se mencionan los de España, que aparecen en cantidad sorprendente. También conseguí un manuscrito de proverbios; se dice contiene 30.000.
+Febrero 25. Después de ir de visita a la casa de Mrs. Chapman, la esposa del vicecónsul británico, donde tomamos el té de las cuatro de la tarde, subimos caminando hasta Agua Nueva. El sendero era pendiente e irregular. Pasa cerca de cabañas primitivas construidas con varas largas y paredes de barro; el techo es de paja. Rara vez constan de más de dos habitaciones; una siempre permanece llena de humo producido por el fuego que está encendido en su interior y que se escapa por la puerta. Alrededor de tales cabañas hay unos harapos que cuelgan de varas. La construcción así formada es una especie de cocina para la «olla» o «chorote» cuando el fuego está fuera.
+De regreso a casa vimos una escena de gran belleza, llamada «Egipto». Una blanca iglesia se levanta sobre una roca. Abajo hay una bonita quinta rodeada por eucaliptos y un hermoso sauce; en derredor crece cebada verde y fresca. La quinta tiene un balcón en el que hay un sofá tapizado de rojo. En la parte baja crecen algunas flores en un soleado jardín.
+Asimismo, observamos a algunos hombres que secaban al sol unos ladrillos llamados «adobes», semejantes a los que los faraones encargaron para construir sus portentosas pirámides miles de años atrás. El barro se extrae de las laderas de las montañas, se coloca en agua y luego se saca y se expone al aire. Posteriormente se mezcla e introduce en cajas para que más tarde se apile y se seque al sol.
+Me agradó encontrar un grupo de dedaleras que crece al lado del monte. Me hicieron recordar a Inglaterra, por lo cual trajimos un manojo. Ahora estoy atendiendo la casa sólo con tres sirvientes colombianos. Así que tuve que echar una mirada a todos los precios del mercado para saber cuál era el valor real de las cosas. He aquí algunos de los costos:
|
$ |
REALES |
|
CENTAVOS |
MONEDA INGLESA ₤ |
D |
Pan para el día |
- |
4 |
|
- |
- |
8 |
6 pichones |
- |
3 |
|
- |
- |
5 |
4 pescados, 2 lbs. c/u |
|
1 |
- |
- |
4 |
- |
7 galones, leche de la semana |
|
2 |
|
1- |
8 |
5 |
Par de planchas |
|
2 |
|
9- |
11 |
7 |
Paquete de Maizena |
- |
4 |
|
- |
1 |
8 |
Torta de ciruela |
|
1 |
|
- |
- |
4- |
Chocolate para el servicio |
- |
1 |
|
- |
- |
5 |
Aguador (mensual) |
2 |
- |
|
- |
8 |
- |
4 lbs. azúcar |
- |
8 |
|
- |
3 |
4 |
1 lb. arroz |
- |
1 |
|
1/4 |
0 |
6 1/4 |
1 arroba de papa, 25 lbs. |
- |
8 |
|
- |
3 |
4 |
Pescado |
- |
2 |
|
- |
- |
10 |
4 zanahorias y plátanos |
- |
- |
|
1/2 |
- |
2 1/2 |
1 lb. de harina |
- |
1 |
1/4 |
|
- |
6 1/2 |
1 lb. de mantequilla |
- |
1 |
1/2 |
|
- |
7 1/2 |
Escoba |
- |
1 |
1/2 |
|
- |
7 1/2 |
6 alcachofas |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
Muchacho para barrer |
- |
2 |
- |
|
- |
10 |
Lavandería (1/2 docena) |
- |
5 |
- |
|
2 |
- |
4 patos |
1 |
- |
- |
|
4 |
- |
1 coliflor |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
Lechugas |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
4 remolachas |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
Apio |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
4 atados de zanahoria |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
4 atados de cebolla |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
18 naranjas |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
8 plátanos |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
1 lb. manteca (cerdo) |
- |
4 |
- |
|
1 |
8 |
1 1/2 lb. tomates |
- |
2 |
- |
|
- |
10 |
5 plátanos para cocinar |
- |
2 |
- |
|
- |
10 |
4 nabos pequeños |
- |
1 |
- |
|
- |
5 |
1 botella de brandy |
2 |
4 |
- |
|
10 |
- |
1 cocinera (sueldo mensual) |
5 |
- |
- |
|
20 |
- |
Sirvienta |
4 |
- |
- |
|
16 |
- |
Pollos (de 3 meses) |
- |
3 |
- |
|
1 |
3 |
Establo en alquiler para 1 caballo (mensual) |
12 |
- |
- |
|
48 |
- |
+Cualquier dama residente en Bogotá y que quiera estar presente en las ceremonias religiosas, debe proveerse de casimir para una mantilla y de encaje para bordarla. Una de las necesidades absolutas, y quizá la que representa uno de los artículos más costosos en Bogotá, es la mantilla corriente, pues nadie es admitido en la iglesia con sombrero o bonete; a quien viole dicha regla se le solicita que abandone el recinto. La mantilla más sencilla cuesta £ 5 o más, mientras que su valor real es sólo de una libra.
+Marzo 2. Dimos una caminata muy agradable. La iniciamos cerca de las dos y recogimos en el camino a Miss P__ y a los C__; armados de canastos y palustres, subimos a Agua Nueva, pasando por la Quinta de Bolívar, sobre la ciudad, a la izquierda. Tras hacer una pausa en el puente —donde, hasta ahora, habían terminado nuestras caminatas—, giramos a la derecha y pasamos detrás del Molino, rodeado por bellos y altos eucaliptos, aunque sólo tienen cuatro años. Detuvimos a algunos indios que venían de Choachí al mercado y les compramos naranjas, que traían en abundancia, a seis por 1 1/4 d., o 25 por 5 d. Nuestro sendero era hermoso; pasaba bajo altas rocas cubiertas con helechos, musgo y flores. Más abajo, el agua corría sobre las piedras, mientras en la orilla opuesta había una cascada que se elevaba hacia la parte superior de la ladera hasta unirse con la cima de Monserrate.
+Finalmente llegamos a un lugar en el que teníamos que atravesar la corriente caminando sobre piedras; pasamos, uno tras otro, y nos encontramos en una pequeña ensenada, en la que el agua corría por todos los costados excepto uno. En ese lugar había rocas elevadas, cubiertas con helechos, musgo, flores escarlatas, púrpuras y rosadas con hojas jaspeadas. Allí nos sentamos y comimos naranjas, plácidamente protegidos del sol que brillaba de vez en cuando sobre el agua cerca de nosotros.
+Llegaron algunos indios a ofrecernos uvas, las cuales compramos. Luego de descansar y disfrutar del encantador paisaje, empezamos a recoger los helechos, con los que llenamos nuestros canastos. Trajimos a casa cinco canastas llenas de helechos frescos y verdes.
+Encontramos una preciosa rana verde esmeralda, que no había aprobado del todo nuestra intromisión en su territorio de hojas. Pronto nos cansamos, debido a la rarefacción del aire, y empezamos nuestra jornada de regreso. En el camino pasamos a tomar el té en casa de los C__, quienes la han decorado muy bien, en la medida de lo posible, a la moda inglesa.
+Marzo 6. Previamente habíamos hecho todos los arreglos para conseguir caballos que nos llevaran al Salto del Tequendama. La mañana la empleamos en empacar dos «petacas», que serían transportadas en un burro conducido por un muchacho. José María nos acompañaría para recoger raíces de helechos y orquídeas. Llevamos también camas y tendidos, pañolones calientes, dos pollos, dos lenguas frías, té y tetera, pan, galletas y torta, pues no estábamos seguros de la recepción que tendríamos en Puente Grande, donde debíamos pasar la noche.
+Hacia las tres de la tarde llegaron los caballos, dos de color castaño. Los ensillamos en el portón de la calle, de acuerdo con lo acostumbrado, y, luego de tomar de prisa chocolate y otros refrescos, principiamos una larga cabalgata a través de la Sabana.
+El día era todo lo que era posible desear para un paseo como el nuestro —algo de viento y muy poco sol—, de manera que abandonamos Bogotá y dimos comienzo a un agradable galope por un camino arenoso. Nuestro sendero estaba ubicado en las laderas de algunas colinas, de unos mil pies de altura, que sobresalían en la Sabana. Los costados estaban cubiertos con hierba corta y salpicados por todas partes con grandes bloques de piedra gris parecidos a los peñascos escoceses. Atravesamos un fuerte puente de piedra, construido en 1756 sobre una pequeña quebrada. A nuestro paso nos topamos continuamente con recuas de mulas y burros que se dirigían a Bogotá cargados con miel para chicha, etcétera, o andando sin orden ni concierto, conducidos por muchachos y cargando costales vacíos.
+Nos detuvimos en una posada y conseguimos agua para beber, lo cual resultó refrescante. Allí encontramos a un grupo de campesinos que tomaba en totumas pintadas con curubas y hojas negras. A medida que avanzamos vimos varias cigüeñas —blancas— y garzas grises y carmelitas comiendo. Toda la sabana conforma un bellísimo paisaje, con las montañas que se elevan aquí y allá, punteadas de piedras que, en algunos lugares, bordean bastante cerca el camino. La única vegetación digna de mención está compuesta por la numerosa cantidad de áloes, muchos de los cuales tienen un tallo largo de flores.
+Estos, además de los nopales, forman setos alrededor de muchas chozas. Son los únicos arbustos que hay, excepto en el pueblo de Soacha, por donde pasa un arroyo y casi todas las casas están rodeadas de sauces. Pasamos la población a nuestra derecha y pronto vimos la abertura en las montañas donde empieza el valle del Tequendama. Allí se encuentra la posada de Puente Grande, hacia el final de la sabana. Atravesamos el camino hacia El Salto y pronto llegamos al extraño y antiguo lugar donde pasaríamos la noche. Con la ayuda de José María inflamos la cama de aire y arreglamos la habitación. Lo cual quiere decir que nos trajeron el agua en una vieja jarra de hojalata y en una palangana. Encendimos las velas y miramos a nuestro alrededor. Encontramos todo decente y limpio.
+Después de comer temprano y luego de un plato de «mazamorra» —papas y otros vegetales—, así como nuestros pollos, la lengua y el clarete, me retiré para calentarme pues me había enfriado mucho después del ejercicio. La húmeda niebla se posó sobre las montañas. No se observaban incendios, por lo que decidí no hacer sobremesa esa noche.
+Marzo 7. Nos levantamos y, después de un desayuno de té, lengua y huevos, empezamos a cabalgar a las ocho. Durante una parte del trayecto ascendimos por un camino pendiente hacia la abertura en las montañas. Pasamos por la Quinta Tequendama, de don E. Umaña, en cuyas tierras hay una hermosa quebrada y una pequeña cascada. También corren las aguas lodosas del río Bogotá, que aquí gira hacia el valle. Luego de un pronunciado ascenso, a nuestros pies pudimos apreciar toda la planicie con el río, en el cual algunos hombres pescaban un curioso pez, única especie de esta clase, que parece haber estado durante muchas edades, desde los tiempos prehistóricos.
+Como nuestro camino se extendía alrededor de la ladera, pudimos dar un vistazo al encantador valle, donde el río se quiebra en pequeñas y espumosas cascadas. Las montañas del lado opuesto están cubiertas de árboles desde arriba hasta el borde del agua.
+Pronto descendimos de nuevo y, después de pasar bajo una gran roca colgante, que parecía que fuera a caer sobre nosotros en cualquier momento, principiamos a ascender gradualmente perdiendo de vista el valle y el río.
+Al fin volteamos por un camino con altas rocas cubiertas de arbustos, flores, helechos y orquídeas hasta un arroyuelo, claro como el cristal, donde hicimos un alto para beber algo y admirar un jardín de curubas, cuyas flores rosadas tienen forma de campana.
+Se acumuló una densa niebla, que se aclaraba de vez en cuando. Venía subiendo desde el valle, desde la tierra caliente.
+En una cabaña, donde vimos a una mujer con un bocio terrible, obtuvimos un «chorote», o vasija de agua, que le entregamos a José María para que lo cargara. Al subir por una pequeña colina, una de cuyas laderas estaba envuelta en niebla, entramos en un auténtico bosque tropical de temperatura mucho más fresca que la del Magdalena.
+Era perfectamente encantador. Altas palmeras, los más extraños y hermosos helechos; invaluables orquídeas; alamandas trepadoras cubiertas con flores amarillas, musgo y líquenes; grupos de árboles viejos, hojas de todos los tonos y formas, y, por encima de todo esto, bandadas de loros parloteando y monos balanceándose entre las ramas. Después de cabalgar un poco llegamos a un espacio abierto. Allí gozamos de una vista que raras veces se presenta ante los ojos humanos. Ninguna palabra, ningún pincel pueden expresar la grandeza, la majestad y la belleza de aquella escena solitaria.
+Un enorme anfiteatro de rocas, cubierto con árboles y vegetación, se presentó entonces ante nosotros. Frente al punto en el que nos hallábamos estaba el magnífico Salto del Tequendama, de 550 pies de altura, 800 dicen algunos, y otros 1.000. El caudal del río es forzado a través de una garganta estrecha, por donde prorrumpe con un rugido terrible hasta que, transformado en niebla y vapor, llega a una laguna de varios pies de profundidad. Luego fluye tranquilamente hacia el valle. Qué tanto esfuerzo tuvo que producirse en la naturaleza para que tal fenómeno ocurriera es algo que se ignora. Pero los indios tienen una leyenda según la cual su dios rompió las montañas e hizo esta cascada, dándole así salida al agua de la Sabana.
+Varios pájaros entraban y salían volando de la espuma que se formaba en la parte inferior, donde, se dice, existen cuevas. Se asegura, además, que hay un pájaro de la especie chotacabras que construye su nido en ellas. Cuando desapareció la niebla pudimos apreciar todo el esplendor que se desplegaba ante nosotros, y las palabras del poeta vinieron a mi mente:
+El sol, la luna y las estrellas te adoran;
+Ven tu superficie fluir y refluir.
+Mas no tratan de explorarte,
+En tus insondables profundidades.
+¿Podemos pensar sin emoción,
+Quién pudo ser tu Creador?
+Acá, frente a este sublime espectáculo, nos sentamos y almorzamos, mientras José María y Benjamín desyerbaban las raíces de los helechos, etcétera, con lo que cargaron el burro, que pastaba contento con los tres caballos no muy lejos de allí.
+De mala gana dejamos este lugar silvestre y encantador. Caminamos lentamente a través del bosque, recogiendo a nuestro paso bellas orquídeas y plantas. Afortunadamente me había puesto una falda corta que me permitía caminar con facilidad. Una catástrofe que ocurrió entre el burro y el caballo gris resultó muy divertida. Como habían sido amarrados el uno al otro, el caballo, que iba atrás, pisó la cuerda. Entonces el burro, cuya cola estaba atada, haló también. El caballo se entregó y se preparó a morir de la manera más cómica: con sus patas delanteras abiertas y la cabeza agachada. Sin embargo, pronto el animal fue desatado y de nuevo empezó a trotar con tranquilidad.
+Muy cansada por la actividad del día, monté en mi caballo en la cima de la montaña y pronto llegamos a la choza, devolvimos el chorote y comenzamos el viaje de vuelta con buen ánimo. Cayeron unas gotas de lluvia pero, al dejar la niebla delgada y blanca que envolvía todo en derredor nuestro y cubría por completo parte de los valles, entramos otra vez a la luz solar y a terrenos más bajos. Mientras cabalgábamos, varios pájaros negros cruzaron el sendero y cerca de una pequeña cascada espantamos varios «toches», cuyo plumaje amarillo y negro era semejante a brillantes flores amarillas.
+Una parte del camino era muy empinada y estaba cubierta con piedra suelta. Pero subir la montaña es más fácil que bajarla y los caballos tenían el paso suficientemente seguro. Paramos para coger la raíz de un precioso helecho con la apariencia de un gigantesco culantrillo, y encontramos un arbusto que llaman «silva-silva»; su tallo se utiliza para evitar el dolor de muela y tiene un agradable sabor aromático parecido al del carbonato. Hallamos algunas flores de color púrpura que se asemejan a una mariposa con las alas abiertas. Igualmente encontramos una fucsia silvestre, que es una flor de apariencia muy graciosa. Las entradas a este encantador valle, al que continuamente podíamos dar un vistazo, se iluminaban por los rayos del sol de la tarde. En un sitio hay una abertura considerable con una cascada, cuyo pozo formaba un bello lugar para tomar un baño. Hubiéramos deseado permanecer allí una semana para disfrutarlo. Por último pasamos bajo la gran roca colgante. Un poco más adelante pudimos apreciar el estilo nativo de trillar y cerner el maíz. Se había cercado un espacio cuadrado y en su interior había hombres y mujeres con azadas o palas, que lanzaban el maíz en todas las direcciones. Los desperdicios se los llevaba el viento, mientras que el maíz caía de nuevo al piso. Estábamos muy cansados cuando llegamos a la posada en Puente Grande. Yo me retiré a la cama, frotándome bien con «aguardiente» para evitar entiesarme.
+Marzo 8. Después de una taza de té, dimos un paseo a lo largo de un arroyo cruzado por un puente rústico, donde nos divertimos tratando de hacer que un sapo verde esmeralda que se asoleaba en el extremo de un pilar saltara al agua. También recogimos flores silvestres que crecen en gran variedad a lo largo de las orillas. Cuando estaba ocupada en ello, sobrevino de pronto una ráfaga de viento, que a la sazón soplaba muy fuerte en la montaña, e hizo volar mi sombrero al agua, de donde, sin embargo, pudo ser rescatado. Pasé al otro costado del arroyo, donde había algunas flores rosadas y dos piedras de lavar, a donde las mujeres llevan la ropa para lavarla golpeándola contra alguna piedra plana en el borde del agua. Este sistema se practica en todo el país e incluso en las orillas de los «caños» de Bogotá puede verse a las mujeres golpeando y estregando.
+Emprendimos el regreso cerca de las dos y cabalgamos a través de la población de Soacha, en la cual hay una plaza de mercado muy grande con casas y chozas alrededor. El viento y el polvo eran tan desagradables que nos complació mucho volver a casa, pese a que aun después de cualquier ejercicio la noche es muy fría. Ni en Bogotá ni en el resto de las tierras frías del país hay chimeneas en las casas. Por eso es una gran comodidad tener ropas gruesas de lana y un chal para llevar por el corredor cuando se va de una habitación a otra. En las casas bogotanas todas las alcobas dan a corredores abiertos. Se corre el peligro de pescar un resfrío cuando se sale de un espacio cálido, a menos que se lleve puesto un chal. La mayoría de los hombres usa capas cortas y calientes.
+La Nueva Granada, descubierta por Ojeda en 1499, fue colonizada por los españoles en 1536. Formó parte de la República de Bogotá, establecida en 1811, y, combinada con Venezuela y Ecuador, se convirtió en la República de Colombia el 17 de diciembre de 1819. Su independencia fue reconocida el 30 de junio de 1825. Venezuela se separó en noviembre de 1829. Después de varias revoluciones, la República de la Nueva Granada se convirtió en la «Confederación Granadina», el 15 de junio de 1858, y estaba compuesta por los estados actuales con excepción del Tolima. Un congreso de los estados determinó la Unión bajo el nombre de «Estados Unidos de Colombia», el 20 de septiembre de 1861. Hay nueve estados en la Unión: Panamá, Bolívar, Magdalena, Santander, Boyacá, Cundinamarca, Tolima, Antioquia y Cauca. Las capitales son, respectivamente: Panamá, Cartagena, Santa Marta, Socorro, Tunja, Bogotá, Ibagué, Medellín y Popayán. Cada uno de los estados tiene su propia forma de gobierno, pero desde la Revolución de 1861 el partido Clerical, o Conservador, perdió el poder dominante. La capital del país es Bogotá, por lo cual allí se halla una forma dual de gobierno: el de la Nación y el del estado. El Congreso, integrado por senadores y representantes de los diferentes estados de la Unión, comienza sus sesiones el primero de febrero y generalmente termina sus labores a finales de mayo. Estos caballeros reciben una cierta suma, de acuerdo con la distancia que tienen que recorrer para llegar a la capital, además de unos honorarios mientras asisten al Congreso. El presidente es elegido nominalmente por sufragio universal. Comúnmente alcanzan tal dignidad quienes son capaces de controlar las influencias locales, bien sea por soborno o por la fuerza de las bayonetas. Se posesiona el primero de abril por un periodo de dos años.
+Marzo 30. Después de tratar repetidas veces de entrar al museo nos permitieron ir a la biblioteca, la cual contiene algunas obras maravillosas de gran interés y valor. Estos salones fueron reparados y, en consecuencia, están llenos de polvo y confusión. Muchas obras antiguas sufren por estar apiladas en montones y cubiertas de mugre.
+Aquí se conservan todos los periódicos, así como las Leyes y Crónicas de Minas, de 1784 a 1796, en las cuales hay curiosas entradas relativas a quienes trabajaban en las minas, tales como «tantas libras de sales de Epson para los negros empleados». Hay también muchos libros de mineralogía, historia e historia natural de España. Encontré en el último número del periódico más reciente, El papel periódico, un poema escrito por un caballero bogotano para su amada, Elvira. Está lleno de ese sentimiento poético que sólo la poesía española puede tener. Toda la sociedad supo quién escribió el poema y a quién estaba dedicado. Es algo inmaterial. Trascribo los siguientes versos:
+ELVIRA
+Hay una tierra de flores
+Y armonía,
+Que los árabes cantores
+Lloran en su poesía
+Noche y día
+En donde el ave que pasa,
+Y el aire que se respira,
+Y el rayo del sol que expira,
+Y hasta el lecho que se abraza
+En la pira:
+Todo es una inmensa lira,
+Que murmura, que suspira:
+¡Elvira!
+Y esa tierra enamorada
+Es Granada,
+Que a todas horas delira
+Por su Elvira.
+Los moros lloran por ella,
+Y ella
+Llora por la mora bella
+Que con los moros partió
+Y su cielo azul dejó
+¡Sin su favorita estrella!
+Su dulce nombre guarda
+«Sierra-Elvira»,
+Y siempre al doblar su cumbre
+Voz de hombre, o de aire, o de lira,
+Solloza con pesadumbre
+¡Elvira!
+PASCUA EN BOGOTÁ
+Dado que mi marido se hallaba en Honda y el Tolima y que Mrs. C__, la esposa del vicecónsul británico me había pedido varias veces que fuera a alojarme en su casa, finalmente acepté. Cerré gran parte de la mía y envié un mensaje a la señorita H__ para que me diese mis lecciones de español en casa de Mrs. C__ en la calle de Santa Ana.
+La casa está localizada en la parte alta de la ciudad, bien lejos de los olores de la parte baja, donde está la nuestra. Y, además de estar más alta, es más seca y la vista hacia la parte trasera es preciosa: el «solar», o pequeño campo encerrado por un muro de barro.
+Abril 1, 1882. Hoy vine en la tarde y tomamos el té a las cuatro. Luego salimos a alimentar el marrano, los pavos, las palomas y los pollos. Hay dos patios muy bellos, uno lleno de flores con un corredor circundante y el otro con árboles, helechos, nomeolvides, rosas, guisantes olorosos, iris, lirios, violetas, papayos y un árbol lleno de largas flores amarillas. Casi todas las casas de Bogotá tienen un patio similar.
+Más allá están los gallineros y el establo, y luego el solar, con algunos eucaliptos altos. Al fondo se ven las escarpadas faldas de Monserrate y Guadalupe y el boquerón en medio de ambos. El sol de la tarde resplandecía en las rocas y proyectaba sombras largas y profundas sobre las laderas. Mi habitación estaba exactamente entre los dos patios; la puerta, en el corredor frontal, y la ventana abría hacia el jardín de flores que crecían iluminadas por el sol de la mañana. Asimismo, había numerosos cucaracheros pequeños, pajarillos manchados de carmelito como tordos chicos, que volaban en los papayos y alcaparros. Encima de la alta pared, cubierta con menudas rosas españolas, se percibían las brillantes cimas de los cerros que mostraban sus picos contra el azul intenso del cielo mañanero. En otras ocasiones estos picos quedaban ocultos tras las nubes de la lluvia que cae sobre Bogotá. De nuevo llegó la temporada de lluvias, de modo que nos esperan dos o tres meses de aguaceros continuos.
+Comimos a las siete y nos acostamos muy temprano, como la mayoría de esta gente. Muchos van a la cama a las ocho y, por lo general, se levantan a las seis de la mañana.
+Abril 2. Domingo de Ramos y la «Procesión de Ramos» en la Catedral. A las ocho y media, después de un desayuno de café y chocolate, pan y huevos, nos pusimos las mantillas —prendas de casimir negro cosidas y con encajes— alrededor del cuello y los hombros. Estas son el único pasaporte para las iglesias católicas romanas. A las damas sin mantilla se les solicita salir de la iglesia inmediatamente. Dichas prendas se usan siempre con una «saya», o vestido negro, usado conforme al gusto.
+A las nueve, así ataviadas, fuimos a la Catedral. La encontramos llena de gente arrodillada y vestida de negro. Al poco tiempo entró el «Seminario», un colegio público de gran tamaño, diseñado para jóvenes que desean seguir profesiones o ingresar a la Iglesia. Los alumnos, que vestían túnicas negras con muselina, encajes o sobrepelliz de holán, colmaron la nave principal de la Catedral, de modo que nos trasladamos a un asiento frente a un altar lateral.
+Después de esperar largo tiempo y de ver solamente grupos de hombres y muchachos sucios que cargaban ramos de palma de varios pies de altura cortados de todas las formas imaginables —incluso corazones y flechas— y decorados con flores, pasto, etcétera, nos salimos y nos quedamos afuera. Pudimos observar a centenares de personas más, que también llevaban estas palmas altas, que eran divididas y luego plegadas con amplitud. Del mismo modo, se les daba forma de festones o arcos, o cualquiera otra; algunas veces las letras A.M., o Ave María, eran fabricadas con festones de rosas rosadas y hojas. Numerosos niños se vestían con túnicas blancas, mantillas de encaje sobre sus cabecitas y guantes y zapatos blancos. Llevaban palmas de un tamaño mayor al doble del de ellos y aguardaban a ser bendecidos por los sacerdotes a medida que descendían por los pasillos de la Catedral. Algunos encajes de la vestimenta de los muchachos del «Seminario» eran bellos. Esta escuela alberga a más de 600 alumnos, que son educados para constituirse en sacerdotes. Provienen de todas las clases, es decir, desde la más alta hasta la más pobre y carente de educación.
+Utilizan un peculiar traje largo como el de los frailes de un convento. Antiguamente cualquier persona podía ser sacerdote sin aprobar ningún examen ni poseer conocimientos suficientes. En consecuencia, miembros de la más baja sociedad de Bogotá se convirtieron en personas de importancia en las iglesias y la consecuencia fue que muchos cometieron actos incorrectos y maldades. Este colegio fue instituido para evitar problemas, porque los jóvenes son obligados a entender más que un Pater Noster y un Ave María.
+Algunas coronas que cargaba la gente eran verdaderamente hermosas. Resultaba divertido ver a las damas con sus sirvientes que extendían pequeños tapetes bordados sobre los cuales aquellas se arrodillaban para repetir las oraciones mientras observaban el movimiento de la incansable muchedumbre de palmas, cruces y «ramos», llevados por hombres y muchachos vestidos con las ruanas más sucias. Esta tropa en movimiento continuó, y como no escuchábamos música ni canto, sólo una chusma de colombianos, desistimos y caminamos de regreso a la calle de Santa Ana. Pese a nuestro aire desinteresado y a que pretendíamos haber usado mantillas toda la vida, atrajimos bastante la atención por nuestro rostro y nuestro cabello.
+Abril 3. Pasamos un día tranquilo, sin sucesos importantes. Mr. C__ salió a las cinco. Cada una de nosotras recibió su clase de español durante la mañana. Almorzamos un «caldo» o sopa de carne. Caminamos por los patios, arreglamos las flores, trabajamos, leímos y hablamos hasta las cuatro, hora en que tomamos el té. Comimos temprano, a las siete, y de nuevo nos acostamos temprano.
+Abril 4. Ana María vino de mi casa, en la Calle del Norte, a decirme que necesitaba dinero para pagar las cuentas de la semana; así, pues, me puse la mantilla y salí con ella, no sin antes llamar a don Miguel Páez, nuestro gentil y servicial agente y amigo, con el fin de que me diera algún dinero; pero como no estaba, tuve que arreglar las cuentas lo mejor que pude. Vi que todo marchaba bien en casa, abrí los postigos, rocié un poco de agua sobre las orquídeas y esperé a que terminara un aguacero. Regresé a casa de Mrs. C__ alrededor de las cuatro, a tiempo para el té, y luego de escapar por unos cuantos minutos de un torrencial aguacero.
+Abril 5. Pasamos un día muy tranquilo y no salimos temprano; sólo en la tarde fuimos a pasear por el camino a Chapinero, pero las nubes oscuras que se cernían sobre las montañas y los distantes rugidos de los truenos nos alarmaron. Así que regresamos pronto.
+Abril 6. Este es un gran día en Bogotá y se le llama «Los Monumentos», pues se relaciona con las siete estaciones de la cruz. Después de un desayuno tempranero, Mrs. C__, Matilde —su sirvienta— y yo, debidamente envueltas en mantillas, empezamos a visitar algunas iglesias. Es la costumbre que en este día las mujeres vistan sus mejores atuendos, con mantillas bordadas, flores en el cabello y sus trajes negros más elaborados. Todas entran a las iglesias y rezan unas cuantas avemarías y otras oraciones en cada una. Es común que lleven consigo a sus niños y sirvientes. Estos últimos cargan un pequeño tapete y un butaco para que las señoras se arrodillen y se sienten en los lugares donde se detienen.
+Tras salir de la casa caminamos hasta «Las Nieves». Después de abrirnos camino a través de una muchedumbre de figuras arrodilladas y vestidas de negro que oraban con devoción en voz alta, llegamos frente al altar, brillantemente decorado e iluminado por numerosos cirios. El piso alrededor del altar estaba cubierto por copas, ollas, jofainas, cajas, vasijas de hojalata, jarras, botijas rotas, chorotes, etcétera, llenos de maíz o trigo que acababan de germinar aproximadamente tres pulgadas sobre la tierra; detrás de todo había ollas más grandes con geranios, novios, helechos, rosas, pensamientos, etcétera.
+En algunas ollas había simplemente una colección de frutas apiladas, tales como granadillas con sus cáscaras redondas, verdes y amarillas; aguacates tan grandes como peras verdes; naranjas; higos; uvas; cerezas y plátanos; atrás y en la parte superior había un pequeño tabernáculo en forma de domo, con papel blanco y estrellas doradas, también de papel. Y aún más atrás todavía, para apreciar a distancia, una pequeña cruz dorada.
+Sobre el altar había banderas de gasa y banderolas tapizadas con festones en derredor. En el centro se hallaba una mesa cuadrada, que se elevaba unos pocos pies sobre el piso, rodeada de maíz y flores. Había igualmente una figura de madera, casi de tamaño natural, de Nuestro Salvador arrodillado en una postura dolorosa, golpeado y sangrante, mientras cerca de él, de pie, estaba la Virgen vestida de terciopelo negro estampado con hojas de vid doradas; a su lado María Magdalena, en azul y blanco, con una expresión agonizante en su rostro.
+En un nicho a la derecha del altar había un gran piano en el cual una mujer tocaba música brillante de salón, mezcla sumamente incongruente e irreverente de acuerdo con nuestras nociones. Salimos de esta iglesia y caminamos hasta La Tercera, donde sucedía algo similar. La única diferencia era una pintura del Salvador rodeado por dos soldados romanos. La ausencia de la ruidosa música constituía un gran alivio.
+La siguiente iglesia que visitamos fue la de San Francisco, en la que hay hermosas esculturas que no tuvimos tiempo de apreciar. Aquí, en lugar de la cruz dorada, había un pequeño cofre cuadrado, bien tallado, pero tan oculto a la vista entre las flores y candelabros que era prácticamente indistinguible. Había también una maravillosa representación de la escalera de la Sala de los Jueces, mientras que arriba se veían los soldados de Roma sobre el balcón mirando al altar. Por encima de todo, en la cúpula, San Pedro con los ángeles sostenía las llaves del Cielo.
+La cuarta iglesia que visitamos fue Santo Domingo. El efecto era muy bello, pues las cortinas eran de gasa azul pálida con festones que colgaban en largas bandas que flotaban en todas las direcciones sobre el altar. Allí había una representación de un gallo cantando y a la derecha tres grandes dados relacionados con las Escrituras: «Y echarán a suerte mis vestiduras».
+Después de dejar esta iglesia nos dirigimos a la Catedral. Detrás del altar principal, a la derecha, había varias figuras de cera. La Virgen María estaba vestida de terciopelo negro con perlas; sostenía en su mano un pañuelo blanco de raso bordado con flecos dorados. A su derecha estaba María Magdalena con los ojos llorosos; a la izquierda había otras figuras. De allí caminamos un poco hacia la derecha y subimos algunos escalones a un lugar grande repleto de gente, toda de rodillas. Contemplamos de nuevo la misma exhibición de flores, botones de maíz y mazorcas de todo tipo en ollas y cajas. Posteriormente caminamos a casa por la Calle Real, que estaba llena de gente en trajes de fiesta. En cierta iglesia un sacerdote, sentado en el confesionario, nos hizo señas para que nos arrodilláramos y nos confesáramos con él, lo cual, sobra decirlo, no hicimos. En cambio, meneamos nuestras cabezas con fuerza y salimos rápidamente. Dónde puede encontrarse la religión en esta mezcla de oropel y esplendor marchito con los dulces y sagrados emblemas de nuestra doctrina, es algo que no puedo saber.
+Viernes Santo, abril 7. Hoy no salimos, aunque tenía lugar una gran procesión de la Catedral a la «Vera Cruz», donde el cuerpo de Nuestro Salvador era aparentemente bajado de la cruz y colocado en un ataúd, mientras los sacerdotes le seguían con la corona de espinas, los clavos, el martillo, la lanza y las figuras de la Virgen y María Magdalena.
+Abril 8. Hoy se presentan «Las lamentaciones de Jeremías» en la Catedral. Es una especie de sermón al que asiste una multitud de devotos católicos.
+Domingo de Pascua, abril 9. Hubo otra gran procesión desde la «Vera Cruz» hasta la Catedral. Las calles estaban tan colmadas de gente que no nos decidimos a salir. Pasamos gran parte del día en casa. En la tarde vimos a Miss W__ y a tres damas inglesas.
+Abril 10. Regresé a casa a dar la bienvenida a mi esposo, quien regresó de Honda aproximadamente a las cinco de la tarde, cansadísimo de un viaje de catorce días sobre la silla de montar. Hacia las ocho y media ocurrió algo muy triste en Bogotá. Nuestro ministro inglés, Mr. Mounsey, quien había estado fuera por tres meses, murió después de varios días de padecer una enfermedad. Dejó a Mrs. Mounsey con tres niños pequeños. El Gobierno se comportó muy bien, le dio un funeral militar y, entre el fuego de cañones, el retumbar de los tambores y las banderas a media asta, fue conducido a su descanso eterno en el cementerio inglés, aquí en San Diego. Era un hombre muy inteligente y por su afabilidad se había ganado la estima de todo el mundo en el corto tiempo que llevaba en Bogotá.
+Mi esposo hizo la siguiente relación de su viaje a las minas, que a continuación reproduzco lo más fielmente posible según sus propias palabras:
+«Con el fin de llegar a las minas, salimos de Honda a caballo y subimos hasta la llamada la primera llanura de Calunga, donde, durante la estación lluviosa, fluye una pequeña quebrada afluente del Gualí, que escuchamos rugir a lo lejos en su rápido descenso hacia el Magdalena. La segunda llanura de Calunga termina en un lugar llamado Padilla. Allí hay una respetable corriente de agua que jamás se seca, ni siquiera en el verano más cálido y prolongado. Es una especie de posada a mitad de camino y uno generalmente se detiene en ella para dar de beber a los animales. Con frecuencia los jinetes hacen lo mismo. Cabalgando a través de la planicie de La Ceiba llegamos a Caracolí, sitio denominado así debido al conjunto de árboles de esa especie que hay allí y que tienen una fruta semejante a la concha de un caracol.
+«En este lugar vive un hombre bien educado, de nacionalidad danesa, según creo, quien se estableció hace tiempo aquí y ahora lleva una vida precaria vendiendo bebidas espirituosas al pormenor, etcétera. Aquí se extiende el llano de los Tres Palos, o de los Tres Árboles, porque en su centro se encuentran tres infortunados árboles que luchan por sobrevivir. Esta llanura termina hacia el occidente en la población de Mariquita, anteriormente pretendida capital de la Nueva Granada y fundada por el conquistador original, Gonzalo Jiménez de Quesada. Este vivió y murió allí y todavía se conoce el sitio donde estuvo localizada su casa. De las ruinas de dicha construcción queda sólo el portón de entrada, hecho en piedra pulida. Puesto que los mariquiteños no utilizan mortero, construyen muy pocas casas nuevas diferentes de aquellas que se levantan con la destrucción de estas interesantes reliquias. Curiosamente, unas pocas vigas que servían antaño como repisas de ventanas todavía siguen allí; tal vez la madera se ha endurecido un tanto con el tiempo, al punto de que los buscadores de leña prefieren pasar de largo antes que arriesgarse con estos remanentes de antiguas grandezas. Sin duda, este debe haber sido un gran lugar en el pasado, lo que se puede colegir fácilmente por las ruinas existentes.
+«Entré a una iglesia de monjes agustinos, cuyas paredes exteriores estaban en perfecto estado. Para sorpresa mía encontré que el temor supersticioso que usualmente predomina en el país no se evidenciaba aquí, ya que había una pequeña choza, con cocina y jardín, acomodada en lo que había sido la nave central. Esta población fue el epicentro desde el cual se despachaban todos los convoyes, y a la que llegaban enormes cantidades de indios encadenados que cargaban en sus espaldas los tesoros provenientes del Perú y el Ecuador. Como el riesgo del viaje por el Pacífico era muy grande, estos tesoros se enviaban a Cartagena, de donde salían anualmente dos galeones para España. Ahora la población está un poco mejor, debido a la explotación de las minas circunvecinas.
+«Al salir de Mariquita cruzamos el río Gualí por un puente que construyó el único hombre de empresa de los alrededores, don Pantaleón González, y luego cabalgamos hacia arriba, a Las Lomas, cuyas laderas están compuestas por cascajo aurífero. Después de salir de allí el camino se ve invadido por matorrales. Cuando uno tiene una rama en la cara y profundos huecos llenos de fango en los pies, no sabe qué es mejor: si tener más o menos ojos. Nos tomó tres horas llegar a Mariquita y tardaremos entre cinco y seis más para arribar a la población de Fresno. Esta se halla pintorescamente situada en un hueco al pie de las montañas, que la protege de los vientos helados que su vecino, el rey de las cimas nevadas, envía sobre las montañas. Las casas están construidas principalmente de tablones y poseen techos cubiertos con ripia, lo cual les da una mejor apariencia que la de los techos de paja dispersos de los pueblos comunes y corrientes.
+«De aquí a Agua Bonita hay tres horas y media adicionales, y mientras más se aleja uno de las planicies, peor se vuelve el camino. Estamos ahora a una considerable altura sobre el nivel del mar y vamos a seguir subiendo hasta Las Partidas. Allí el camino de la izquierda va para Manizales y el de la derecha a Manzanares. Iniciamos el descenso, pero pasó una hora larga antes de que llegáramos al río Guarinó. Un puente desvencijado lo cruza. Enseguida hay un duro ascenso y un camino que lo hace sentirse a uno más seguro sobre sus propios pies que incluso sentado en una mula de paso firme.
+«Después de todas estas dificultades se llega a la mina. La casa principal es una excelente construcción de tablones, de 90 pies de longitud por 40 de anchura. En las noches resulta abominable el ruido que ocasionan las ratas que son cazadas por gatos salvajes; estos viven en los bosques, de donde salen en las noches a este encantador coto de caza. Sin embargo, por regla general todo el mundo está demasiado cansado como para molestarse con esto.
+«Antes del amanecer los cocineros se levantan y preparan el desayuno de los mineros, que consiste en una taza de chocolate y una arepa de maíz molido al cual se le ha removido su dura cáscara exterior con la aplicación de cenizas de madera remojadas en agua. La campana, es decir, un badajo de hierro suspendido de una cuerda, se toca un poco antes de las 5 a. m. Media hora más tarde todas las manos están trabajando. El desayuno se anuncia del mismo modo a las ocho y media, y los hombres abandonan el trabajo durante media hora. El almuerzo se sirve a la una —hay otra media hora para tomarlo—. La jornada de trabajo termina a las seis.
+«Tenía tanto qué hacer, que no solía subir, sino que permanecía abajo y cenaba una vez el trabajo había terminado. Así que con un tabaco y tras conversar sobre cosas en general y acerca de la mina en particular, uno podía darse por bien servido si podía retirarse un poco después de las 8 p. m.».
+Es de este modo como mi esposo parece pasar su tiempo cuando está lejos de Bogotá, y lo he narrado en sus propias palabras.
+VIAJE A ZIPAQUIRÁ
+Mayo 9, 1882. Hacia las diez partimos en el coche de Alford Mrs. N__ y yo, junto con Ana María, mi sirvienta. Llevamos pollo frío, lengua, pato y también vino y torta para el almuerzo, puesto que pensábamos que el viaje duraría de cuatro a cinco horas.
+Nuestro camino atravesaba Chapinero, que ya describí, y seguía a lo largo del pie de las colinas exactamente hasta el otro extremo de la Sabana, desde el Tequendama. El pueblo por el que pasamos se llamaba Cajicá y tenía una iglesia de tamaño considerable. Pronto llegamos a una quebrada y pendiente colina que se proyectaba sobre la carretera; esta colina se conoce con el nombre de Torca. Estaba cubierta con musgo, y en algunas partes había pasto con el cual se alimentaba el ganado. Había inmensas piedras, grises y cubiertas de lama, dispersas por doquier, como si algunos gigantes que jugaban hubieran sufrido un sobresalto y dejado abandonadas sus pelotas. Nos detuvimos un momento en el hotel Santander, un rancho a la vera del camino, donde había un conglomerado confuso de bebés, perros, aves y burros. Los techos de las pocas chozas que había alrededor estaban bardados con pasto o juncos, y los orificios en la parte superior formaban chimeneas. Las bardas estaban cubiertas con varias pulgadas de hollín.
+Arriba en las colinas, junto a un pequeño boquerón donde las montañas parecen abrirse, había una muy bonita quinta perteneciente al señor Tamayo. Estaba rodeada de árboles y un hato de ganado fino se alimentaba con el pasto natural; la tierra casi no estaba dividida, excepto pequeñas zanjas que separaban una propiedad de otra. Las flores silvestres que se apreciaban a lo largo del camino eran en algunos casos encantadoras, y había helechos en abundancia. Un arrayán repleto de flores blancas y otro árbol cubierto con lindos capullos rosados capturaron nuestra imaginación. En algunas partes bajas y pantanosas, cigüeñas y garzas buscaban su presa, y pequeños pájaros carmelitos, parecidos a gorriones, volaban a través de la carretera. Finalmente, al bordear la base de la colina de Torca, llegamos al Puente del Común, donde se ampliaba el camino y se levantaba considerablemente de su nivel. Allí estaba la posada en la que paramos a cambiar de caballos y a almorzar.
+El lugar estaba tan lleno de hombres con ruana, grandes sombreros y zamarros, al igual que de caballos, mulas y muchos carruajes, que preferimos quedarnos donde estábamos. Un hombre trajo un caballo espléndido, el cual paseó para mostrar su buen paso. Era un regalo de Guzmán Blanco, presidente de Venezuela.
+En media hora los caballos reposados fueron alistados; sin embargo, se rehusaron enfáticamente a moverse una pulgada. En consecuencia, un muchacho que había cabalgado con nosotras desde Bogotá tuvo que amarrarles un lazo y cabestrearlos. No obstante, se enredó y terminó arrastrado por el piso, con silla y todo. Luego de un intento más, logramos partir a buen paso por el Puente del Común, el más hermoso que jamás haya visto en el país, construido en 1792 bajo el reinado de Carlos IV de España. El aspecto del puente, que cruzaba un terreno bajo y pantanoso, intransitable debido al agua, presentaba un tramo de tres estribos con algunos árboles intercalados y unas pequeñas torretas redondas a intervalos en el centro.
+Al atravesar este puente giramos en sentido completamente contrario a Bogotá, y anduvimos por el piedemonte que parecía como el cuello de la Sabana de Bogotá. Después salimos de nuevo a un terreno más ancho donde a lo lejos se podían ver los árboles de Zipaquirá. A nuestra derecha se encontraban los Llanos de los indios del Casanare; a nuestra izquierda, las interminables montañas azules, una tras otra, hasta que la última sepultaba su pico en las nubes y se perdía de vista.
+Aquí también el escenario cambiaba de los terrenos quebrados y cubiertos de pastizales a sembrados más regulares y abundantes que en cualquier otra parte de la Sabana. Había papa bien cultivada y el maíz constituía un buen espectáculo a un pie sobre la tierra. Por todas partes se veían miserables chozas de barro, donde toda la familia, incluidos el marrano negro y las gallinas, habitaba en los cuartos. Frente a estas casas miserables los indios lavaban y colgaban la ropa; había, asimismo, hombres perezosos y sucios, recostados y fumando, y niños vestidos con escasos harapos revolcándose en el polvo.
+Los álamos crecen en grupo aquí y allá, y rompen la monotonía de las planicies. Gran número de hombres, mujeres y niños nos pasaban, llevando sobre sus hombros inmensas cargas de loza, la cerámica de barro rojizo propia de este país. Estas cargas las transportaban desde la niñez. Por ejemplo, una mujer sola puede llevar casi la mitad de la carga de una mula o un caballo. También se transportaba sal a Bogotá, y varios niños cargaban atados de bloques dos veces más grandes que ellos; de la misma manera, vagones tirados por un par de bueyes llevaban a todo el grupo familiar al mercado del jueves.
+Nuestro batidor nos alcanzaba de vez en cuando, a gran velocidad, con la gualdrapa de su silla al revés y su ruana al aire. Un espectáculo salvaje. A las cuatro y media vimos las casas y las chimeneas de las minas de sal, y entramos por la parte baja de Zipaquirá. La primera cosa que percibí fue el negro que lo penetraba todo. Sin embargo, el hotel que nos hospedó se veía limpio y agradable, y conseguimos dos cuartos grandes y también una sala; después de una muy buena comida nos retiramos a dormir.
+Mayo 10. Un hermoso día. Estábamos felices de habernos levantado y quedar así fuera del alcance de las numerosas moscas que cubrían los colchones. Después del desayuno fuimos a ver unas preciosas orquídeas que crecían en una chichería cerca del hotel.
+La mujer tenía dos, una Maxillaria anaranjada y marrón, y una rosada muy linda, de Pacho. Estábamos muy ansiosas por comprarlas, pero la mujer pidió cuatro dólares o dieciséis chelines por cada una. Teníamos toda la intención de comprarlas, pero a un precio mucho menor. Después caminamos hacia la plaza de mercado y vimos el lugar donde había sido el combate, algunos meses antes, en el cual había muerto el general Morales. El tiroteo fue en la plaza y había dos casas acribilladas con disparos de fusil.
+Mayo 11. Llovió todo el día; nuestro paseo a las minas de sal resultó inútil puesto que hacía mucho frío y el clima era desastroso.
+Mayo 12. Hacia las once Mr. J. M. D__ vino a recogemos para llevarnos a las minas de sal. Caminamos por una calle empinada y nos encontramos con muchas mujeres que cargaban sal cuesta abajo. También vimos varios bueyes con carretas que llevaban cargas muy pesadas.
+Primero presenciamos los procesos americano e inglés para extraer la sal del agua. El americano constaba de numerosos tanques de hierro; el inglés tan sólo necesitaba uno. Después nos mostraron el trabajo: compresión de la sal molida en bloques sólidos, exprimiendo toda el agua por medio de una máquina con una palanca en un extremo, la cual era halada hacia abajo con dos cuerdas. Bloques tubulares, perfectamente solidificados, se venden por cinco reales —dos chelines— cada uno. Algunas veces por la mañana, antes del desayuno, se vendían hasta mil arrobas —doce toneladas— de sal (una arroba pesa 25 libras). Vimos la casa donde las vasijas de barro se colocaban en grandes hornos y la sal era transformada en tortas sólidas por medio de evaporación. Después del cocimiento, las vasijas que contenían los bloques tenían que romperse. Existe un negocio separado en el pueblo que se dedica a fabricar estos recipientes; cuestan cinco reales y se hacen de barro, igual que el adobe, o de ladrillo.
+Luego continuamos subiendo por el empinado camino hasta un lugar plano, desde el que se disfrutaba de una buena vista del conjunto de toda esa parte de la Sabana encerrada por montañas. A nuestra izquierda estaba Nemocón, a seis horas de camino de Zipaquirá; y a la derecha Sopó, exactamente entre las montañas. Aquí se encontraba la entrada a la mina y, tras una pequeña espera por velas, entramos a la oscuridad, la cual era muy intensa. Siguiendo el camino de la carreta, entramos a las cámaras superiores, con tres o cuatro columnas, todas de sal sólida —arriba, alrededor y abajo no había nada más que sal—. A juzgar por las formaciones, la sal debió haber derivado de un gran baño oceánico sobre toda la región en que nos encontrábamos.
+Algunas partes de la sal eran blancas y muy brillantes, pero, por regla general, todo se veía negro y oscuro, y los bloques, por su color, parecían más de pizarra que de sal. En la mina había una imagen de la Virgen con muchas cruces de cristal y pirita. Los mineros siempre la mantienen iluminada con velas.
+El aire era pesado y bastante opresivo, y la oscuridad era terrible. Las velas de sebo sólo servían para hacer más intensa la oscuridad. Fue un gran descanso estar de vuelta al aire libre, con el hálito del cielo sobre nosotros. Tomamos varios cristales, que eran muy lindos, y nos prometieron mandarnos algunos pedazos de mármol. Al bajar trajimos algunas gotas de sal coaguladas que se habían caído de los recipientes y formado las más curiosas figuras, como nieve congelada.
+De nuevo en Zipaquirá, fuimos a ver algunos jardines donde había flores muy hermosas, pero sólo una orquídea crispada, con rayas rosadas en sus pétalos y un labelo anaranjado me cautivaron realmente. Había gran variedad de preciosos pensamientos, y recogimos dos manojos de distintos tipos. Zipaquirá es reconocida por sus jardines o patios.
+Mayo 13. Fue un hermoso día cálido. Dimos una agradable caminata por el campo, bajo la sombra de sauces altos y cerca de dos quebradas que corrían a lo largo del camino. Los bancos eran bien anchos, alineados, con grandes y coloridos pastizales. Sobre varios árboles había parásitas que crecían con hojas como helechos. Recogimos algunas flores amarillas que parecían amargones, pero con un olor muy distinto. Numerosos arbustos crecían cubiertos con un grano amarillo en forma de piña, venenoso y conocido por los nativos como Piña de Diabla.
+A la vuelta del camino pudimos distinguir los diferentes senderos rurales, uno a Nemocón, a casi cuatro horas de Zipaquirá; otro hacia un pueblo ubicado al pie de dos cerros llamado Sopó, donde vive una niña que esculpe figuras en madera y escenas que representan la vida colombiana, y, hacia la izquierda, una pequeña colina, alrededor de la cual teníamos que desplazarnos para ir o venir de Bogotá.
+También vimos algo que nos disgustó, pero muy característico del país: los cuerpos muertos de varios perros, alrededor de los cuales los negros y horribles gallinazos se reunían preparándose para disfrutar su espantosa cena. El calor era tan fuerte que regresamos despacio y tomamos el té en el hotel; luego descansamos hasta que la comida estuvo lista a las cinco y media.
+Mayo 14. Como Mr. J. M. D__ nos había conseguido amablemente dos caballos y preparado un agradable paseo a la quinta llamada «Furatena», nos vestimos y, hacia las doce, emprendimos el viaje. Salimos de Zipaquirá por la derecha y, tomando un camino empinado, pronto le dimos la vuelta a las colinas y tomamos un corto sendero con hermosas flores rosadas de «Racke», las cerezas verdes del árbol «Esmeralda», las flores rosadas de «La Uva de Monte» y otros arbustos.
+Luego de salir de este camino, nuestro grupo, compuesto por seis personas, atravesó la quebrada que corría con mucha fuerza, y, después de pasar un gran portón, llegamos al otro lado de la colina. Atravesamos esta colina, algunas veces por pastizales, otras por el camino que llevaba al costado opuesto. Luego de cruzar muchas veces varios puentes de piedra sobre pequeños arroyos, bien abajo en el valle apareció por fin la hermosa quinta de «Furatena». Más lejos se encontraba el pueblo de __, y a lo lejos se apreciaba una grandiosa vista de colinas y colinas que se perdían en la distancia azul, escondidas entre las nubes y formando un nítido perfil sobre el cielo azul claro, refugio propicio para que el águila y el cóndor construyan su nido y se pongan a salvo del acecho del hombre.
+El verde fresco de la hierba y el aire puro eran estimulantes. El ganado fino pastaba y abajo de esta pequeña quinta, con su techo de paja, había una quebrada bordeada con eucaliptos. Bajamos por la ladera y recibimos una muy calurosa y amable bienvenida de la señora Araos. Al desmontar entramos en un hermoso patio, con un corredor alrededor y el techo de paja que se proyectaba por los cuatro costados, dando protección a casi veinte lobelias en flor, llamadas aquí «azul».
+Nos llevaron a la sala, alfombrada en estera, pero perfectamente limpia. Nos sentamos y nos pusimos a conversar, matando el tiempo con música y mirando hacia un jardín lleno de flores donde de vez en cuando los colibríes revoloteaban sobre las rosas, los pensamientos, las hortensias, las violetas y las fucsias.
+Hacia las tres y media anunciaron la cena y todos caminamos hacia el salón adjunto a la sala donde se sirvió la más limpia, hermosa y agradable comida que jamás haya visto entre los colombianos desde que llegué aquí. Cada persona tenía un bouquet azul con un broche para asegurarlo. Los ramos eran originales; en algunos casos eran tan sólo hojas de flores, que servían para ambientar, junto con verbenas, margaritas, guisantes silvestres y novios, todo mezclado indiscriminadamente.
+En el centro de la mesa se encontraba un fino pavo al horno con varias botellas de vino, brandy, cerveza y chicha. El primer plato fue la sopa, con un alto contenido de grasa o color y no muy buena. Luego la sirvienta de la casa cortó el pavo, que fue servido con pudín de maíz, dos papas, un pedazo de carne asada y una ensalada de aguacate. Cuando terminamos, sirvieron «mazamorra», un tipo de sopa que no llamó mucho mi atención, y luego un dulce de maíz, harina y azúcar —bastante de esta última—; sobre el dulce estaba escrito en letras blancas «Furatena», el nombre de la casa; queso muy blanco y bueno, pero sin sabor, y un pedazo de arepa, que es una torta asada en rescoldo y hecha de harina de maíz. Luego llegó la chicha, que es maíz fermentado y nada agradable. La bebida típica del país es de color blanco amarillento y se la considera muy fortificante. Luego nos sirvieron un plato de naranjas seguidas por bananos y granadillas; nos lo pasaron con vasos de agua y así terminó una cena en el campo. Después charlamos, mientras que la parte masculina de la asistencia tomaba café y fumaba.
+Paseamos alrededor de la casa para admirar los pavos, los gansos y las gallinas de guinea, así como una hermosa tina en mármol blanco recientemente construida cerca a la quebrada de agua clara que de vez en cuando formaba pequeñas caídas sobre las piedras; aquí es donde la familia se baña en el verano.
+Pronto empezó a llover a torrentes haciendo completamente imposible nuestro regreso a Zipaquirá. Más tarde, luego de mucho discutir, acordamos quedarnos donde estábamos.
+Hacia las ocho, o quizá un poco más temprano, se sirvió la otra comida. Algunos tomaron café, otros chocolate, té o pan y leche. Esto se servía con pan, arepa, queso y un dulce hecho de guayaba, cubierto con azúcar y galletas wafer rellenas, así como los inevitables vasos de agua después del dulce. ¡Cómo le gustan a esta gente los dulces y el azúcar! Luego volvimos a la sala, y allá, con el tiple y el piano, nos interpretaron unos buenos bambucos y pasillos, y dos de los niños bailaron. Nuestros anfitriones, don Rafael Araos y su señora, también bailaron un bambuco. Lucían muy bien. Ella, una robusta dama de buen temperamento, con ojos muy oscuros, y él, ya canoso, aunque muy joven. Nos retiramos temprano a un cuarto limpio y agradable. Las camas tenían velos de muselina blanca y moños rosados, y, arrullados con el sonido de la quebrada, nos dormimos bajo el techo de paja.
+Mayo 15. A las seis nos despertó el trinar de los mirlos, y el gorjeo de los cucaracheros. Nuestra amable anfitriona vino a desearnos los buenos días y a traernos el desayuno, compuesto por té, arepa y pan. Alrededor de las ocho nos levantamos y nos vestimos, y curioseamos por el jardín, el cual aún goteaba luego de toda una noche de lluvia.
+El escenario era precioso y las laderas de las montañas estaban frescas y verdes, como el verde de la Isla Esmeralda. A las nueve se anunció un segundo desayuno y nos apresuramos a comer. La señora llevaba una olla grande de barro que contenía sopa acabada de retirar del fuego. Estaba hecha de huevo y mucha mantequilla, con hinojo y perejil, y con huevos enteros cocidos colocados adentro. Luego nos dieron carne fría, dos papas dulces a cada uno, pavo también frío y tajadas de aguacate; después arepa y queso, y un té aguado con leche caliente. Los nativos no tienen la menor idea de cómo hacer té. Casi siempre lo toman como medicina. Después del desayuno empezamos a buscar a nuestros acompañantes para que nos llevaran de regreso, pero fue en vano. Una vez más empezó a llover, lo que nos produjo mucho frío y nos hizo sentir muy mal en nuestros atuendos para montar. Florita y su prima, y Pachita, la pequeña niña, salieron con nosotros cuando cesó de llover, y fuimos a ver la porqueriza, que está construida sobre estacas y sobre el agua, con techo de paja y bien cubierta con los más curiosos arreglos para una pocilga.
+Los cerdos eran de dimensiones considerables, y los de raza negra tenían pelo largo. Cuando nos sentamos frente a la ventana de la biblioteca un hermoso colibrí verde de cola larga atrapaba pequeñas moscas sobre las fucsias. Hacia la una ya estábamos desesperados; sin embargo, las «onces», o un pequeño almuerzo, nos tranquilizaron por un rato. Luego de que Mr. W__ llegara, y cuando terminó un buen aguacero, montamos rápidamente y nos despedimos de tan amable familia agradeciéndole su hospitalidad. Nos fuimos por un camino resbaladizo y disfrutamos, no obstante, del aire, el paisaje, el ejercicio y la belleza de esas hermosas montañas colombianas que nos rodeaban.
+Inteligentemente, los caballos lograron seguir la ruta. El mío era el más manso y cómodo de los zainos. Pronto perdimos de vista la Quinta Furatena, y una hondonada en el camino sobre la quebrada cortó nuestra vista del paisaje. Pronto apareció Zipaquirá. Estábamos contentos de poder cambiar nuestros hábitos y, luego de una comida tempranera, fuimos ante todo a la Catedral a mirar el altar nuevo y el órgano, que está siendo pagado por un caballero de Zipaquirá.
+La Catedral es una gran edificación, pero se ve muy vacía. Hay hermosos grabados alrededor de la nave de «las estaciones de la cruz» y un óleo de algún momento de la vida de nuestro Salvador. Después caminamos hasta la casa de Mr. W__ para admirar sus flores, y fuimos a otro sitio donde también había flores hermosísimas, aunque mucho más afectadas por la lluvia. Caminé de vuelta al hotel mientras que los otros fueron a ver si podían comprar algunos dulces para llevar de regreso a Bogotá. En la noche, Mr. D__ vino por algunos minutos para ver si habíamos llegado bien; también el general Aldana, entonces presidente del Estado.
+Mayo 16. Hoy hicimos los preparativos para regresar a Bogotá, y empacamos las petacas. Fui con Ana María al mercado de maíz y papa, un lugar desordenado, con unas pocas ancianas que vendían maíz, trigo o cebada debajo de sombrillas, y varios puestos de carne y chicherías.
+Allí compré una funda de cuero para un cuchillo que usaban los indios y se conocía con el nombre de «machete». Fuimos a la plaza y, cuando la cruzábamos, una bandada de palomas que construye sus nidos en la torre de la iglesia —está prohibido capturarlas o matarlas y existe un fondo con el fin de mantenerlas— voló sin temor alrededor de la Catedral. Había una fuerte tormenta sobre las colinas, aunque se sentía poco en Zipaquirá. Por la noche vino Alford con su carruaje.
+Mayo 17. Hoy empezamos la jornada alrededor de las doce, cargando el carruaje y acomodándonos bien. El camino estaba en algunos tramos muy difícil por las últimas lluvias y exigía muchos esfuerzos. El paisaje era encantador.
+En el Puente del Común paramos de nuevo, y esta vez leímos la inscripción de los cuatro pilares principales. Este puente fue construido bajo el reinado de Carlos IV, 31 de diciembre de 1792, por prisioneros ingleses capturados durante el intento frustrado del almirante Vernon de tomarse a Cartagena.
+Almorzamos nuevamente a la vera del camino, y apuramos el paso para llegar a Bogotá antes de que lloviera; sin embargo, no lo logramos, puesto que en el hotel Santander empezó a llover muy duro. Todo alrededor estaba empapado por las lluvias recientes. Pasamos por Chapinero a eso de las cuatro y veinte, y llegamos a Bogotá a las cinco; entonces nos separamos. Fui hasta la plaza de San Victorino, donde descargamos y caminamos un poco hasta la casa.
+Mayo 19. Me levanté temprano y tomé un baño con agua fría. Abrí varios paquetes de libros que llegaron de Nueva York en el vapor «Alisa». Aproximadamente a las once Mrs. C__ vino a almorzar conmigo y pasó algunas horas aquí antes de partir hacia Barranquilla, donde su esposo asumirá el Consulado; Mr. Stacey vendrá a Bogotá. ¡Pobre hombre! Después de tantos años en un clima caliente, va a encontrar extremadamente fría a Bogotá.
+Almorzamos a la una, intercambiamos nuestras fotografías y nos hicimos todo tipo de promesas de escribirnos. Luego ella se marchó. Visité a Mrs. P__, y después fui a una joyería para averiguar sobre el vidrio de mi reloj, que cuesta aquí dos chelines. Más tarde fui a donde J__ B__. Allí permanecí conversando por más de una hora. Luego mandé un telegrama a Honda a mi marido y traté de encontrar la casa de los Vargas de la Rosa, unos hermanos fotógrafos que tienen algunas tomas de Zipaquirá. Pero, al no lograrlo, regresé a casa a comer hacia las seis. Después de comida, don Miguel Páez vino y se quedó a tomar el té. Pasadas las ocho se marchó.
+Domingo, mayo 21. Realicé un largo paseo con Ana María y los dos perros, lo cual sorprendió muchísimo a las damas colombianas. Escogimos el largo y polvoriento camino desde la plaza de San Victorino, llamado irónicamente «Calle Londres» por los extranjeros. El día estaba hermoso y claro y encontramos hierbas, flores y hojas en grandes cantidades. Traje de vuelta a casa algunas lindas flores de estramonio blanco, cuyo olor es peligroso cuando se inhala de noche. Pronto descubrí que era imposible dejarlas en mi cuarto. La uchuva crecía abundantemente al lado del camino. Se trata de unas pequeñas bolsas verdes, que cuando se abren contienen una pepa amarilla parecida a un guisante con las que las bogotanas hacen un dulce que consideran muy bueno. Había mucha maleza a lo largo del camino y bajo las flores más conocidas se encontraban las más verdes de todas las ranas verdes, que huían aterrorizadas cuando los perros correteaban por los pastizales.
+Junio 7. Mi esposo regresó de Honda y la tierra caliente, exhausto por los muchos días que pasó sobre la silla de montar, alimentándose de chocolates y carne enlatada. Debemos preparamos para salir de Bogotá este mes, de modo que la venta de todo a gente inquisitiva, que sólo viene a mirar y no a comprar, será nuestra próxima ocupación.
+EXISTE UN PÁJARO DENTRO DE los serenateros nocturnos que impresiona con rasgos muy diferentes de aquellos que caracterizan a las especies de búhos: se trata de la gallineta de monte, o gallina de bosque, muy hermosa criatura tanto por su color como por su forma, y muy parecida en su apariencia a la gallina de agua. Los ojos son especialmente hermosos pues son de un color rubí brillante que centellea como fuego. Estos pájaros cantan en coro y su canción —que parece un murmullo— posee una fascinación mística que soy incapaz de describir. También son consideradas un plato muy delicado; pero infortunadamente son muy difíciles de atrapar, incluso después de dispararles, a menos que se las hiera en la pata. Pueden eludir al mejor sabueso. Aunque sus alas son muy pequeñas y de poco les sirven, la naturaleza, sin embargo, las dotó de largas patas amarillas. Estos pájaros se encuentran en los bosques del Tolima.
+Numerosos buitres y otras aves de rapiña sobrevuelan constantemente las casas y los corrales, atraídos por la carroña de los animales muertos. La más conspicua de todas es el chulo, o gallinazo, ese compañero constante de la dura civilización de los países tropicales, pero un socio indolente, codicioso y muy desagradable. Sin embargo, puesto que ocasionalmente se desempeña como basurero, por lo general es tolerado en los estercoleros de las fincas. Es un ave gregaria, que se reúne en bandadas sobre techos y cercas, desde donde, con mirada certera, parece estar controlando las actividades de todos los seres vivos. Construye sus nidos en huecos que abre en la tierra. Sus crías son blancas, pero gradualmente se tornan negras, a medida que van creciendo; sólo dos son criadas al año por sus padres. (Algunos de mis amigos los observaron desde cuando construyeron su nido en una casa vieja en Medellín y estaban encantados con las pequeñas crías blancas). Aunque se alimentan esencialmente de carroña, el olfato de estos pájaros no es tan bueno como para descubrir rápidamente la carroña —muchos creen lo contrario—, pero su vista es muy buena. Vuelan a grandes alturas y desde allí examinan cualquier porción del terreno que se encuentra debajo de ellos. A veces pueden ser observados en un vuelo casi estático, haciendo círculos y círculos en suaves evoluciones. El «rey de los gallinazos», más grande que el pavo macho, es el más hermoso de su tipo. Su plumaje, por lo suave y fino, es de un blanco aperlado, salvo las alas, que tienen manchas negras. El pecho y el cuello —este último casi desplumado en su totalidad— ostentan una brillante combinación de naranja, azul y rojo, mientras que una especie de cresta de membrana corona la cabeza, dándole una verdadera apariencia de realeza. El rey de los gallinazos también tiene gustos muy aristocráticos. Nunca se asocia con animal alguno, incluso dentro de su propia especie. Es muy notable el hecho de que cuando cae sobre la presa en medio de otros buitres, estos últimos se retiran y forman un círculo alrededor del banquete. Cuando su majestad termina su cena, vuela y se marcha emitiendo un fuerte chillido; sólo entonces sus súbditos pueden acercarse a la carroña. (De esto he sido testigo yo, personalmente, en el Magdalena).
+«Enjambres de pequeños y brillantes colibríes revolotean sobre ramos de flor de naranjo que perfuman el aire que nos rodea. Cualquiera que no esté familiarizado con esta especie emplumada la confundiría con esos escarabajos de color metálico que se disputan con ella el néctar de las flores; tal es el brillo que producen ambos». Por este encanto peculiar que los caracteriza, combinado con sus brillantes colores, no hay pájaro o criatura que pueda compararse con el colibrí. Confinados casi exclusivamente a Suramérica —de donde hemos formado una buena colección—, estas hermosas joyas de alas cortas son para los indios la quintaesencia de la belleza. Esta gente simple los designa con varios nombres poéticos, como «rayos del sol», «trenzas de la estrella diurna» y otros parecidos.
+«CHIRI MOYA» O «CHERI MOYA»
+Esta fruta se parece a un poco de crema con sabor, lista para ser congelada. Pende de las ramas de un árbol, dentro del más penetrante perfume de sus flores, puesto que da frutos todo el año. Mark Ham —Viajes en Perú y la India—, quien ha probado la chirimoya y el mango, prefiere la primera y dice de ella: «Quien no haya probado la chirimoya tiene todavía mucho qué aprender de lo que es una fruta». El doctor Seman dice que la chirimoya de las vertientes de los Andes supera en sabor a cualquier otra fruta. Y Haeuke la llama «la obra maestra de la naturaleza».
+«CURA» O «AGUA CATE»
+La naturaleza ha encontrado un sustituto de la mantequilla en la fruta de este buen árbol. Los colonizadores ingleses de las islas del Caribe la llamaban «pera de caimán», presumo que debido al hecho de que es originaria de una tierra en donde abundan los reptiles. En su forma se parece a una pera grande, pero en su interior contiene una sustancia de color verde amarillento, muy similar a la mantequilla, en cuyo lugar se sirve en la mesa del desayuno. Es, de hecho, una mantequilla vegetal.
+Sábado. Como ya muy pronto nos vamos de Bogotá, hicimos un sexto intento por conseguir entradas al museo hacia las doce del día.
+Llegamos justo cuando lo iban a abrir, gracias a la fina atención y ayuda del secretario, el señor T. Caicedo, quien nos explicó ampliamente cada uno de los objetos. Al entrar a una galería de piedra, nos mostraron los retratos de muchos reyes de España, incluido Felipe III. También estaban los virreyes, entre los cuales se encontraba Solís, quien murió en Bogotá. Además, muchos retratos de monjes y sacerdotes, y una vieja dama, «La hija de Bogotá». Había una bella pintura flamenca que representaba a un hombre mirando su ganado y a una mujer ordeñando cabras. Estaba muy bien realizado. Me causó admiración un «Viaje a Egipto», copiado de Velásquez, en un hermoso viejo negro marco, con grandes piedras de colores incrustadas.
+«Magdalena moribunda»; «San Jerónimo»; «El apedreamiento de Esteban»; «La resurrección de Lázaro»; «La Concepción de la Virgen», y el «Bautismo» de algún niño por un sacerdote, con las figuras que los rodeaban engalanadas en ropajes del siglo XVI, fueron las obras que más me llamaron la atención. Después de salir de este salón, donde olvidé mencionar que había varios bocetos del general Bolívar en Caracas en un templo maravilloso, entramos en otro gran salón lleno de banderas y trofeos adquiridos en las distintas guerras contra los españoles, la mayoría más o menos dañados o deteriorados por los disparos.
+El primer objeto que se apreciaba al entrar a este salón era la calavera de Solís, el virrey, con una expresión horrible; y, junto a esta, un taburete que nos mostró el doctor. Medina, sobre el cual eran colocados los desventurados patriotas durante la Guerra de Independencia, en el pueblo de Purificación, en el Tolima, y despiadadamente fusilados por los soldados del rey español. Al lado se hallaba el primer mapa del país, elaborado sobre una placa en cobre. Luego encontramos algunos huesos de mastodonte, unos inmensos colmillos, una garra de oso, los caparazones de los armadillos y un puercoespín; varias aves, un muy curioso pato azul escarlata que había sido cazado en unos pantanos cercanos y un pelícano blanco. También había expuestas algunas deformidades animales en terneros de dos cabezas, conservadas en alcohol; culebras grandes y pequeñas, escorpiones, centípedos y cucarrones con largas tenazas, peces voladores y peces espada, y los largos nidos en forma de estera de la oropéndola, que construye su nido al final de las ramas para evitar las culebras.
+En una mesa de centro había tres espantosas momias de indios muertos, que habían sido descubiertas enterradas como las de los antiguos britanos, con sus rodillas dobladas hasta sus quijadas; cerca había dos grandes tigres disecados y, detrás de estos, al otro lado del salón, un baúl que alguna vez estuvo repleto de monedas. Luego venía un despliegue de minerales, con muestras de oro, cuarzo, esmeraldas, azufre y lava del volcán del Ruiz, una reliquia de las pirámides egipcias, la matriz donde se encuentran las esmeraldas, pórfido, granito de este país y un curioso pedazo grande de piedra transparente, que pudo haber sido una resina de fósil, parecida al ámbar. La silla de montar de Santander, el gran general, también estaba expuesta, con lanzas, espadas y otras armas pertenecientes a los antiguos indígenas, así como plumas, coronas y cadenas de dientes; un hacha de acero que había sido encontrada en alguna parte en Bogotá y flechas venenosas, al lado de una hermosa indumentaria indígena con canutillos y plumas; las dos llaves de Cartagena y también la gran llave dorada del Castillo de Maracaibo, tomado por el general Padilla; un extraño viejo reloj solar en madera hecho para Mutis, usado por Caldas y Humboldt, y que Mutis siempre llevaba con él. En el centro del salón había varios caimanes de todos los tamaños, hasta crías sobre el dorso de sus padres. Cerca de allí había una gran piedra que llevaba algunas armas de Colombia, un cóndor y varias granadillas; encima había una piedra, colocada por la expedición francesa que había sido enviada para determinar el meridiano en un alto picacho de los Andes. Esta piedra fue descubierta, no muchos años después, por algunos cazadores que creyeron haber desenterrado un viejo tesoro; entonces, con mucho entusiasmo, la bajaron a Bogotá, ayudados por Mutis. En la pared cercana había dos grandes retratos de Humboldt y Caldas, el naturalista. En la pared del frente estaba colgada una manta de plumas, tejida por los indios en los más brillantes colores, con predominio del naranja, y con pájaros, árboles y flores pintados. Era una verdadera obra maestra, extraordinaria y curiosa, merecedora de cualquier exhibición.
+Aquí también se encontraba la cama del general Bolívar, sobre la que dormía la noche en que atentaran contra su vida, atentado que afortunadamente fracasó. Frente a esta había un cofre que contenía ídolos indígenas de piedra, así como un así llamado almanaque, muy curioso, labrado en piedra y cubierto con símbolos y ranas, el cual era utilizado por los indios muiscas. Había algunas jarras de estilos antiguo y egipcio, y rostros más parecidos a una esfinge que a un indio, hachas de piedra, aretes con pájaros en piedra y estribos de formas muy curiosas. Entre otras cosas, había una muestra de la primera porcelana hecha en Bogotá, un jarro grande blanco y azul. Qué lástima que ahora no puedan hacer algo siquiera parecido a esto; las porcelanas del país, hechas de manera tan burda, sólo pueden ser utilizadas en la cocina.
+Jueves, Corpus Christi. Hoy salimos temprano, hacia las diez, para ser testigos de la procesión que empezaba en la Catedral, en la Calle Real. Fuimos a la oficina del correo en Santo Domingo y después a las oficinas de la Secretaría del Tesoro, desde donde teníamos una gran vista sobre la Calle Real. De un lado se erigía un curioso altar, hecho de arbustos y árboles, donde se representaba cómo se ahorcaba Absalón con su largo cabello de un árbol —infortunadamente representaron a Absalón con el cabello negro—, mientras que una figura vestida con atuendos reales le disparaba con arco y flechas. Fue una buena representación teatral
+Del otro lado de la calle había una inmensa cruz, que llegaba a la mitad de la altura de las casas. Más abajo había otro altar con la historia de Judith y Holofernes, Judith vestida de escarlata y oro, con un martillo de plata y puntillas en sus manos. Debajo de este altar había una jarra y los emblemas de la crucifixión. Volvimos al balcón, después de ver estos altares a lo largo de la Calle Real, decorada de todas las formas posibles con arreglos florales y hermosas franjas de musgo verde. Luego de mirar a través de la ventana durante una hora y de criticar los diversos vestidos europeos de las damas que se amontonaban en los balcones y en las ventanas, vimos una oleada de hombres que salían de la Catedral sobre los dos lados de la calle llevando largas velas encendidas. Cientos debieron haber pasado, cuando algunos jóvenes muy bien vestidos, llevando largas cruces negras, entrelazadas con flores blancas y violetas, caminaron de arriba a abajo para abrir paso; luego venían cinco niños vestidos de satín y seda blanca, con guirnaldas y zapatos de satín y con guantes muy blancos, que la gente describía como «ninfas».
+Después de ellos pasaron tres sacerdotes llevando símbolos en plata, la tiara y las llaves cruzadas del Papa. Siguiendo a estos, iban otros con bastones dorados, el cayado del obispo y una hermosa bandera blanca de satín con adornos dorados. El viejo deán de la Catedral caminaba detrás, al igual que varios sacerdotes que llevaban un palio de satín y fleco dorado sobre el arzobispo, quien llevaba la hostia en sus manos, estaba rodeado por los sacerdotes y acompañado por el nuncio papal y cinco o seis bandas y compañías de soldados que tocaban música militar en vez de religiosa. Esto cerró la larga procesión en la que estábamos tan interesados.
+DE REGRESO A CASA
+Junio 15, 1882. Hoy, habiendo empacado casi doce cajas y algunas orquídeas para llevarlas con nosotros y habiendo vendido casi todo lo de la casa, nos levantamos a las siete y desayunamos temprano. Fue lo más que pudimos hacer para dar respuesta a quienes tocaban constantemente a nuestra puerta haciendo sonar la campana.
+A fuerza de mucho argumentar y regatear, compraron los últimos platos de cristal, la vinagrera, los asadores y el juego de cama blanco, que era todo lo que quedaba por vender. En medio de la confusión vino don Miguel Paz, el caballero que había comprado nuestra casa; me traía un hermoso ramo de flores compuesto por rosas, dalias, raspillas, heliotropos y verbenas. Poco después, cuatro o cinco amigos alemanes vinieron a despedirse y a decirnos que aún había tiempo para recomenzar, que todavía nos podíamos quedar y arrepentirnos de nuestros planes; sin embargo, no somos tan devotos de Bogotá como ellos. Luego la gente mandó recoger sus muebles, la cama grande, los lavamanos y el guardarropa. Mrs. B__ vino a despedirse y a recoger sus bienes. Después debíamos despedimos de Zulu y su señora, de su familia y del gato; también de Ana María y Faustina, quienes lloraron amargamente, y hasta quisieron irse con nosotros.
+A las doce fuimos a la plaza donde nos encontramos con Mr. B__, quien había venido a despedirnos. En pocos minutos subimos a la victoria y pronto salimos de Bogotá.
+El día estaba bonito y venteaba, luego no hacía calor ni frío. Viajamos muy cómodamente hasta que llegamos a Cuatro Esquinas, donde cambiamos de caballos y, como el muchacho se equivocó con la orden, tuvimos que esperar una hora hasta que trajo una pareja de caballos descansados de una quinta vecina llamada San José. Tomamos nota de la altura con un barómetro, con el fin de medirla a lo largo de todo el recorrido. Finalmente emprendimos de nuevo el viaje por Los Manzanos.
+Hacia las cuatro, luego de pasar por la población de Facatativá, llegamos al hotel de Los Manzanos, donde descendimos e hicimos subir nuestro equipaje. Como nos dieron un cuarto muy pequeño, nos sacaron las camas a una sala vecina, que era mucho más grande y aireada. Después de comida, una producción netamente colombiana, tomamos el té y subimos a acostarnos y a enfrentar las pulgas.
+Luego de haber leído durante una hora y cuando ya casi estábamos a punto de dormirnos, comprobamos con horror, infelices de nosotros, que las camas de Los Manzanos eran un punto de reunión de pulgas; lo único que quedaba por hacer era soportar los mil tormentos y escuchar con paciencia, cada media hora, el sonido del reloj hasta que el amanecer se metió a través de las persianas.
+Junio 16, 1882. Un día adorable, con viento fresco y puro. Luego de un desayuno tempranero con chocolate, queso y pan, partimos y pudimos disfrutar de la vista de las montañas y campos, con la hermosa quinta de los K__, llamada Aurora, que se encontraba relativamente cerca. Pronto llegó Salvador, el muchacho, a decirnos que los caballos y la mula se habían escapado en el Potrero Grande y que se habían rehusado a entenderse con él. Entonces salimos a los campos y vimos a seis hombres persiguiendo los caballos en el amplio potrero sin cercados, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista y no parecía tener límite alguno.
+Subían y bajaban por las laderas, dentro de esa sensación de libertad que inspiraba el verde de la tierra. No era un chiste capturar a tan rebeldes animales. Cuando finalmente nos acercábamos a la mula, tranquilamente levantaba su cabeza y nos miraba, pero en el momento en que alguien se movía empezaba a galopar, tan veloz como un pájaro. Dimos una buena caminata hasta la quinta, la cual recorrimos; luego esperamos en la sala un rato, hasta cuando los animales finalmente se dejaron coger, enlazar y ensillar.
+Emprendimos el viaje a las doce, a pesar de que teníamos todas las intenciones de partir a las ocho o nueve de la mañana. Preferimos los caballos a las mulas los primeros días, ya que los caminos todavía no eran tan empinados. Algunos parajes ya eran familiares para mí, como los grandes árboles del Alto del Roble y Agua Larga, donde una vez nos detuvimos, y el árbol otrora cubierto de nidos de oropéndolas, pero ahora totalmente desolado.
+En Chimbi descendimos y almorzamos pollo, lengua y vino tinto que llevábamos con nosotros y, después, montamos de nuevo con el propósito de pasar la noche en Bagazal. Sin embargo, cuando llegamos, un hombre se encontraba muy enfermo en la casa; de modo que no tuvimos otra opción que seguir nuestro camino. Llegando al río Negro nos encontramos con que los torrentes habían hecho subir el nivel del agua y lo que era una pequeña quebrada cuando habíamos pasado a caballo, ahora era un estruendoso torrente que pasaba sobre las rocas a una velocidad impresionante y era negro como la tinta en algunas partes.
+Afortunadamente para nosotros, el puente ya estaba terminado. Sin retraso lo atravesamos y seguimos nuestro camino. Cuando llegamos a El Tambo descubrimos que muchas personas habían llegado antes que nosotros, entre otras, un grupo de hermanas de la caridad. A juzgar por los impermeables o encauchados, debieron haber soportado un tremendo aguacero, del que escapamos solamente pasando entre las tormentas que azotaban las cimas de las montañas a lado y lado del camino. Abajo, aún se veía seco. El efecto de estas tormentas se observaba claramente más allá de Agua Larga, pero antes de Chimbi vimos el sitio donde un inmenso torrente, que había arrastrado enormes piedras y rocas, troncos de árboles y cercas rotas, había abierto canales y zanjas, causando grandes daños.
+Puesto que no pudimos conseguir una habitación en El Tambo, nos marchamos tan rápido como pudimos hacia Villeta. En el camino pasamos a varios hombres y llegamos antes del atardecer al pueblo, ubicado en el valle. Justo a tiempo, puesto que en menos de media hora tuvimos que encender las velas. Alquilamos un cuarto relativamente decente y arreglamos nuestro equipaje con la ayuda de Salvador, quien llegó poco después con las mulas. Luego de una comida con mezclas extrañas, nos fuimos a la cama y dormimos profundamente tratando de olvidar los horrores de la noche anterior.
+Junio 17, 1882. Esta mañana nos levantamos temprano con el objeto de salir antes del amanecer. Sin embargo, no lo logramos porque tuvimos que enjalmar las mulas y conseguir otro animal. Todo esto nos retrasó dos horas más, tiempo que yo utilicé para elaborar bocetos de unos hombres que machacaban, recogían y pilaban café cerca de una choza donde crecía caña de azúcar en cercados de guadua. Eran las diez cuando partimos de Villeta; el sol calentaba fuerte a nuestras espaldas cuando empezamos a subir la montaña. Habíamos cambiado nuestros caballos por mulas, debido a lo abrupto del camino. Avanzamos más lentamente, pero no obstante llegamos a Petaquero sin contratiempos. Aprendimos a ser muy cautelosos al pasar las numerosas mulas cargadas con grandes cajas, cestos y barriles por el camino que lleva a Bogotá. Ayer no fui muy hábil para sacar mi cabalgadura del camino; logré eludir la recua, pero el caballo recibió un tremendo golpe en el anca izquierda. Mi mula es demasiado veterana como para guiarla por lugares en donde pueda resultar lastimada.
+Después de tomar nuestro acostumbrado desayuno sentados, mi esposo en el taburete —que también servía de mesa— y yo en la cama, rodeados de una admirable audiencia de perros y gatos, emprendimos de nuevo el viaje hasta llegar al Alto del Trigo. Luego descendimos hasta el hermoso y pequeño valle de Los Tibayes. Al llegar a la posada del mismo nombre descansamos durante una hora, comimos algunas naranjas muy dulces, pese a que no había cosecha ni se trataba de la altitud apropiada. Pronto llegamos al Alto del Raizal, desde donde mi esposo pudo mostrarme de manera aproximada los diversos sitios, en las lejanas montañas del Tolima, en donde él había estado; en efecto, la atmósfera estaba tan clara y nos encontrábamos a tal altura que logró señalar la casa blanca en donde vivía el gerente de la Compañía Minera del Tolima, ubicada por lo menos a quince millas.
+Guaduas se encontraba a nuestros pies. Lentamente fuimos descendiendo hasta dicha población. Nos detuvimos en la plaza para verificar si habían llegado telegramas que nos informaran acerca del estado del río. En efecto, los señores Hallam y Crane habían enviado información, razón por la cual supimos que debíamos viajar en el «Inez Clarke», un barco pequeño y liviano, ideal para navegar en el río cuando empieza el verano.
+Junio 18, 1882. Luego de una noche fresca en el cómodo y limpio hotel de Guaduas, nos levantamos a eso de las nueve y tomamos un delicioso baño en la tina que llevábamos con nosotros; vertiendo en ella un poco de aguardiente logramos mitigar un tanto los rigores del viaje. Posteriormente nos trajeron el desayuno, compuesto, claro está, por chocolate, leche y queso. Después de vestirnos, mandamos los caballos a beber y a que los bañaran. Luego de escribir y descansar un rato, almorzamos a las doce del día.
+A las tres emprendimos de nuevo la marcha hacia El Consuelo, donde esperábamos pasar la noche. El camino era muy hermoso, cubierto de enredaderas. Había palmas, cocoteros, árboles de plátano y todo tipo de enredaderas, begonias, índigo silvestre, alcaparros y muchas otras plantas tropicales. El día era hermoso y cálido; por todas partes se veían indios que llevaban sus mercancías en mulas, burros o cualquier otro animal de carga que encontraran a mano. Subimos al Alto del Sargento y en la cima, al llegar a la curva, nos encontramos con el más glorioso paisaje de toda la llanura, con las montañas al fondo y, destacándose, las cumbres del Ruiz y el Tolima, la primera de ellas con 18.000 pies de altura. Ambas, por supuesto, estaban cubiertas de nieve. Más abajo se hallaban las montañas que ocultaban Fresno y, al lado, se veía una casa blanca donde existen algunas minas de oro y donde mi esposo vivió un tiempo. La vista era de lo más grandioso; y realmente vale la pena venir desde Europa sólo por ella. Pasamos por unos hermosos cafetales, con casas construidas exactamente en el centro de las parcelas, rodeadas de jardines repletos de todo tipo de flores.
+Cerca a uno de estos lugares detuvimos a un peón, quien me dio una rama llena de pepas de café de colores rojo y rosado, y algunas hojas que llevé conmigo por lo lindas que eran.
+Junio 19, 1882. Lunes. Llegamos anoche a El Consuelo y encontramos el lugar, como era usual, lleno de perros, gatos, cerdos, pavos y un chivo muy juguetón pero lindo, de colores blanco y negro, llamado Pedrito, que ya estaba domesticado. Desde allí tuvimos de nuevo una buena vista sobre el Ruiz y el Tolima antes de que anocheciera; mientras las nubes se elevaban un poco, pudimos ver la nieve de la cima que se desplazaba hacia los lados.
+Comimos tarde y pasamos una mala noche, atormentados por las cucarachas y las ratas. Cuando se apaciguaban, algunas mujeres desconocidas comenzaban a toser durante horas; luego empezaba a caer la lluvia sobre el techo de paja, lo cual producía bastante ruido. Fue así como, antes de las seis de la mañana, ya nos habíamos levantado y vestido; los caballos estuvieron ensillados a las seis y media. Muy pronto nos despedimos del anfitrión y su sobrina.
+El camino descendió durante todo el día y nos brindó las más hermosas escenas: estrechas cañadas a través de las montañas, cubiertas de enredaderas y arbustos; pájaros de todos los colores —pechiamarillos, cardenales escarlatas, turpiales, colibríes— que volaban de lado a lado en el camino. Hicimos un alto en Las Cruces, donde tomamos algo y tuvimos que descansar debido a la altura del lugar. Después el sol despejó la neblina y sentimos un calor sofocante. Nos detuvimos de nuevo en un lugar donde comimos lengua con pan, acompañada de un vaso de leche que costaba 5 d., o un real. Aquí estábamos ya a sólo dos horas del vapor y dimos gracias al cielo puesto que el viaje cada día era más tedioso y con un calor más intenso.
+Nos topamos con muy pocas mulas cargadas, excepto unas doce que transportaban corteza de quina empacada en costales de fique, el cual crece por doquier en este país. Llegamos a la carrilera del tren, que avanza lentamente pero con seguridad; los caballos se pusieron bastante nerviosos cuando nos acercamos al enorme vagón que estaba cargado de piedra y tierra.
+Al pisar un pedazo de roca, «Cisne», mi caballo rucio, cayó pero se levantó de inmediato; el bayo de mi esposo se desenvolvió muy bien. Cabalgamos a lo largo del río durante casi una hora y, finalmente, llegamos a un camino arborizado, donde nos esperaba una canoa. Desmonté para embarcarme en un viejo tronco denominado canoa y atravesar el río.
+La corriente era fuerte, pero los indios nos llevaron rápidamente al otro lado para luego abordar el «Inez Clarke». Ocupamos nuestra cabina y empezamos a arreglar algunas cosas. Luego de descansar un rato, mi esposo, que había ido al pueblo, regresó para llevarme a Honda, puesto que nadie lo iba a convencer de no ir a la casa de los H__.
+Junio 20, 1882. Martes. Después de una noche fresca en casa de los H__, fuimos despertados por los loros y los perros, y luego por los niños, siete en total, que corrían y gritaban por todas partes. No pudimos dormir más y lo único que quedaba por hacer era levantarse. Mucha gente nos visitó, pero el día estaba demasiado cálido y fatigante.
+Junio 21, 1882. Miércoles. Esta mañana nos levantamos temprano, tomamos un agradable baño frío que los H__ prepararon para nosotros y, luego de una taza de té, emprendimos el viaje en tren desde Honda hasta Caracolí. Allí, una vez a bordo, cambié mis ropas de montar y me puse un vestido. Tras esperar por más de una hora el correo que venía desde Bogotá, todo estuvo listo para la partida.
+A las 10 zarpamos y descendimos por el río a buena velocidad, mientras en el puerto quienes se quedaban agitaban sus pañuelos y sombreros para despedirse de los que íbamos a bordo.
+Desayunamos poco después y el propietario del vapor, el señor Cisneros, un hombre inteligente, se sentó en la cabecera de la mesa. Nos dio un pasaje gratis a Barranquilla, gesto muy amable de su parte. Siguió con nosotros hasta Puerto Berrío y allí se quedó. Pasamos Buenavista y La Vuelta de los Frailes, donde durante la Guerra de Independencia unos sacerdotes fueron tirados por la borda y se ahogaron. También dejamos atrás el Peñón del Conejo y Los Rápidos y en dos o tres horas logramos lo que nos habría tomado muchos días navegando río arriba.
+Asimismo, vimos Yucalito, una roca en el centro del río cubierta por arbustos, que puede resultar muy peligrosa cuando se navega de noche. Esperábamos llegar a Nare, pero tuvimos que detenernos para pasar la noche en un lugar situado a media hora. En la noche fue tal la tormenta, con lluvia, truenos y relámpagos, que nos tocó cerrar las ventanas del camarote y soportar el bochorno hasta que todo terminara.
+Junio 25, 1882. Jueves. Hacia las cuatro de la mañana el vapor se puso en movimiento, luego de mucho ruido, confusión y sonido de campanas.
+Tomé un baño de barro en las aguas del Magdalena, en un cuarto donde se depositaban racimos de plátanos, tal como venían del árbol. Dos loras de un azul brillante combinado con verde y naranja hacían la guardia gritando y silbando. Competían con el fuerte ruido que producía la rueda del vapor en el agua. Hacia las diez llegamos a Puerto Berrío, donde nos alistamos para recibir la bolsa del correo y dejar al señor Cisneros, que tanto nos había simpatizado.
+EL LODOSO MAGDALENA
+ESCRITO POR EL CAPITÁN SUMMERS
+En las selvas de la Nueva Granada, cerca de la línea equinoccial,
+donde el verano dura por siempre y brilla el
+sofocante sol,
+Existe un valle fascinante donde el pasto siempre es verde,
+a lo largo del cual fluyen las rápidas aguas del lodoso
+Magdalena.
+Sobre sus orillas hay ciudades en ruinas, donde vivía
+antiguamente el español,
+En medio del lujo de un oro adquirido con sangre;
+Pero su reinado quedó atrás y sobre su tumba
+el pasto es verde.
+Todavía tus aguas se agitan, ¡oh lodoso Magdalena!
+Tienes el tigre en la selva y al caimán fiero
+y libre,
+Y la mortífera serpiente enroscada bajo el
+árbol de mango;
+El ondulante plátano de grandes hojas y la puntiaguda caña de azúcar
+En tus márgenes tienes frutas doradas, ¡oh lodoso
+Magdalena!
+La nieve del viejo Tolima es hendida por la avalancha,
+Y llevada a través de las montañas a las tórridas
+regiones
+En torrentes se precipita con violencia a través
+de los verdes valles,
+Para confundirse con las aguas del lodoso Magdalena.
+Los bosques de tus orillas, destrozados por avalanchas
+y terremotos,
+Son llevados en tu seno hasta el poderoso océano;
+Quiera Dios que sigas fluyendo por siempre y que tu pasto
+siempre esté verde,
+Que tus aguas siempre sean frescas y dulces, ¡oh lodoso
+Magdalena!
+En tiempos ya pasados, antes de que el hombre blanco aquí llegara,
+Ninguna corteza perturbaba tus aguas, salvo la liviana canoa
+del indio;
+Ahora posees majestuosos vapores que pasan raudos frente a tus
+verdes orillas
+Y cuyas proas desdeñan tu fuerte corriente, ¡oh lodoso
+Magdalena!
+El lugar ha mejorado mucho desde cuando vinimos y tiene varias casas nuevas de madera blanca. En la orilla había una confusión de voces y un conglomerado de todos los países, negros e indios. Todos estaban empleados en la construcción del nuevo ferrocarril del señor Cisneros, que ya ha avanzado 20 millas hacia el interior y se propone prolongar hasta Medellín. Se planeaba que fuera hasta Medellín. La bodega de las máquinas era una bonita casa de lámina de hierro corrugado; allí se guardan la máquina y los vagones, junto con cilindros, herramientas, ruedas y calderas que se utilizan en el ferrocarril. El país será muy diferente cuando estos nuevos proyectos se completen.
+Nos detuvimos aquí y el señor Cisneros nos llevó colina arriba hasta su casa. El sol calentaba intensamente y el calor era sofocante. En la cima había una bonita casa en madera, provista de buenos dispositivos de ventilación y de una gran baranda alrededor, con una hermosa vista sobre el río y los bellos bosques y colinas circundantes. Mrs. Yateman, quien vive ahí y es una dama muy agradable, me regaló la última rosa que quedó luego de que las cabras destruyeran casi todo su jardín. Cuando sonó la campana del vapor nos despedimos de nuestro amigo, el señor Cisneros, y tuvimos que descender de nuevo bajo un sol ardiente.
+Subimos a bordo y pasamos el «Medellín», un gran barco a vapor que había encallado en su camino hacia Honda con un numeroso grupo de actores y actrices. Eran casi 23. Se trataba de españoles que iban a actuar en Bogotá, toda una tribu de perros, micos, bebés, mujeres sucias y hombres a medio vestir. Me sentí muy feliz de que no estuvieran a bordo del «Inez Clarke». Esa noche subimos hasta Rompedero, donde sólo había una estación de madera y los hombres estaban muy excitados con la idea de que entre la madera había un escorpión. Trataron de cazarlo con velas y palos, pero el resultado fue sólo mucha algarabía y nada de escorpión. Este, imagino, debió haber escapado mucho antes.
+Junio 23, 1882. Empezamos temprano, como de costumbre. Algunos hombres se divertían disparándoles a los caimanes, que no parecían disfrutar mucho de este deporte y se sumergían en el agua. Hicimos un alto en Puerto Wilches, de donde sale otra línea del ferrocarril hasta Bucaramanga. Allí nos esperaba el correo, con una gran multitud, como siempre, de hombres que parecían no tener nada que hacer; las mujeres, vestidas de rojo o de violeta —los colores favoritos en esta región—, llevaban sobre sus cabezas totumas llenas de huevos y piñas para vender a los pasajeros del vapor.
+Más tarde vimos una manada de cerdos salvajes que varios hombres trataban de matar, pero sin lograrlo. Tratábase de unos animales pequeños, muy graciosos, con el pelo rígido, conocidos en el mundo zoológico como capybaras.
+Pasamos el Brazo de Ocaña y vimos cómo se arriaba el ganado hacia los corrales para protegerlo de los tigres que abundan en los bosques y salen a matar reses por las noches, atacándolas por el lomo y clavándoles sus garras y colmillos en la nuca.
+En Barrancabermeja una vez un tigre lanzó un zarpazo sobre una mula que estaba alimentando a su cría en un potrero cerca de la casa, y esta, asustada, corrió hasta la puerta del corral que, por fortuna, no estaba cerrada. Continuó hacia el establo como una ráfaga. El tigre cayó muerto como consecuencia del fuerte golpe que se dio contra el portón. La mula se salvó, aunque no paró de gritar angustiosamente.
+De Puerto Nacional partía un camino empinado hacia Ocaña, donde mi esposo decía había vivido feliz durante cuatro años o más. El lugar había sido muy próspero debido a los extensos cultivos de café y a la gran cantidad de quina que se encontraba en ese distrito. Ahora casi todo esto ha sido destruido, ya que el atroz sistema de cortar los árboles sin siquiera volver a plantarlos muy pronto acabará con los bosques más grandes. Así es la vida en Colombia: a nadie le importa y el Gobierno, aunque exista una ley para el caso, nunca la aplica.
+La población tiene casi 6.000 habitantes y no menos de siete iglesias, dos de las cuales eran capillas de los conventos de épocas pasadas. El clima es templado, pero el carácter de la gente no va muy de acuerdo con este. El espíritu festivo pesa mucho y causa no pocos problemas. Queda más o menos a doce leguas de Puerto Nacional, una distancia muy grande para cubrir en un día; pero, puesto que la mayor parte del camino es plana, con frecuencia algunos lo logran.
+En este sitio pasamos la noche. Disfrutamos de un paseo por la ribera hasta el extremo del pueblo. Se trataba de un lugar muy miserable, compuesto sólo por unas pocas chozas y un depósito llamado La Unión, donde cualquiera podía dormir.
+Debido a que mañana es el día de San Juan, todas las mujeres se pusieron sus mejores prendas de algodón, mientras los niños correteaban desnudos. Para llegar a este lugar tuvimos que viajar en varias canoas, que se encontraban en un pequeño riachuelo a un lado del pueblo. La noche estuvo iluminada por ranas y zancudos. De regreso recogimos unas flores blancas con grandes y protuberantes pistilos carmelitos de los que colgaban las semillas; no tenían olor pero eran preciosas.
+Junio 24, 1882. Empezamos de nuevo bien temprano y pasamos por el sitio en donde el río Cauca se une al Magdalena. Este último se torna mucho más ancho y aquí y allá se ven lotos de tallos verdes y hojas planas y una hermosa flor violeta en todo el centro; se le conoce como «la maleza del Cauca».
+Paramos al lado del vapor «Isabelle» y algunas personas subieron a bordo. Inmediatamente después continuamos y pasamos otros dos vapores. Uno de estos era el viejo «Tequendama», considerado el más rápido hasta cuando se modernizaron las máquinas. El calor fue muy intenso durante todo el día y dio lugar a una hermosa noche de luna, llena de estrellas, con uno que otro relámpago. En Magangué nos demoramos un poco puesto que tuvimos que dejar a un pasajero que iba a Mompox, una población de considerable importancia ubicada en la ribera opuesta. Aquí vendían dulces, totumas, huevos, pollos y frutas como mangos y manzanas, así como unas botellas muy lindas de loza pintada con las armas de Colombia. Igualmente, había ollas con tapas muy lindas.
+Esta noche adelantamos tanto como pudimos y sólo nos detuvimos cuando el cansancio del ingeniero nos impidió continuar. El río aquí es más ancho y profundo; ya no tiene tantos troncos o desechos de madera de los bosques talados que lo bordean y generan tantos inconvenientes a los vapores.
+Junio 25, 1882. De nuevo en camino. Nos detuvimos temprano, a eso de las nueve, en Calamar, donde miles de personas se acercaron a vender patillas que se veían muy jugosas. También vendían lindos pájaros amarillos, parecidos al canario, que se consiguen en las montañas cercanas y, según dicen, se les puede enseñar a cantar.
+El río es aún más ancho aquí y de vez en cuando las orillas forman colinas cubiertas de árboles e inclusive de arbustos en flor. Pasamos Remolino, donde hay una iglesia blanca muy parecida a La Capuchina de Bogotá, y un pueblo bastante grande, con los típicos techos de paja, niños desnudos e indios en canoas.
+En la población de Sitio Nuevo se estaba construyendo una nueva iglesia en el centro de la plaza, frente al río, con una torre alta de cada lado y unos árboles muy frondosos —algo muy común en este clima de perpetuo verano— a los lados.
+Bosques tropicales de verde imperecedero,
+Donde la palma se eleva y el naranjo crece,
+Donde la liviana guadua mece sus ligeros biombos
+Y la incomparable ceiba proyecta su sombra.
+En Calamar paramos de nuevo por madera; mucha gente se acercó a pedir limosna. Un pobre hombre paralítico recogía con los dedos de sus pies, de manera muy habilidosa, las monedas que le arrojaban, puesto que no podía utilizar sus manos. Pronto sopló una espléndida brisa proveniente del mar y olas inmensas se formaban debajo del vapor, salpicando incluso a aquellos que se encontraban en la cubierta superior. Se sabe que el río es tan difícil en este punto que muchos barcos prefieren anclar y esperar a que pase la brisa. Hacia las cuatro ya podíamos divisar claramente Barranquilla, que tenía la apariencia de una ciudad bastante imponente y, luego, dando una vuelta, entramos al caño. Pronto fuimos conducidos al muelle, donde empezó la confusión usual.
+Hombres y niños se ofrecían a gritos para cargar nuestro equipaje. Esperamos en silencio hasta que pasó el tumulto y luego alcanzamos la ribera para subir a uno de esos curiosos carruajes cubiertos que tienen aquí; mandamos a Salvador con las petacas al hotel San Nicolás. Nosotros lo seguimos a lo largo de un camino arenoso, cálido y bordeado por cocoteros.
+En el hotel encontramos unas habitaciones agradables en el segundo piso, bien provistas de mosquiteros y con mucho más espacio del que teníamos en el camarote del barco. Mrs. C__ subió a insistirnos que comiéramos con ellos; pasamos una velada muy placentera. Se encontraban muy disgustados con Barranquilla —ni buena comida, ni buenos sirvientes— y estaban muy deseosos de volver a Bogotá.
+Junio 26, 1882. Temprano en la mañana nos levantamos a eso de las seis y nos bañamos con el agua fresca que el muchacho nos trajo en la tina de caucho. A las nueve fui a la esquina, en medio de la arena hirviendo y bajo un tremendo sol, cerca de la Catedral, a la casa de Mrs. C__, donde tomé el desayuno. Holgazaneamos toda la mañana leyendo en hamacas y, después de las dos, salimos a buscar algunas fotos de Barranquilla.
+Por fortuna, en la ciudad ya estaban en de condiciones tomar algunas fotografías. Encontramos cerca de una docena de hermosos paisajes y tomas de Calamar sobre el río. En total, el hombre cobraba un peso, lo cual era caro por tratarse de paisajes sin ninguna referencia, excepto que se trataba de Suramérica, la región más desconocida del mundo.
+Sin embargo, compré algunas y, como estaban muy mal impresas, el hombre me ofreció nuevas copias. Hacía demasiado calor para caminar más. En nuestro camino de regreso fuimos donde otro fotógrafo que tenía varias fotos de un indio en algo parecido a una toga romana de color escarlata, con unos flecos dorados; pero no creí mucho la historia del hombre, luego no compré su foto.
+A las cuatro de la tarde tomamos el café y regresé a recoger a mi marido en el hotel San Nicolás. Mrs. C__ había arreglado unas hojas verdes con flores en el centro de la mesa; para nuestro más increíble asombro, del centro de la flor salía un animal verde de seis patas, con una cabeza pequeñita, que tenía el hábito de juntar sus dos patas delanteras como si estuviera rezando. Por eso, según nos dijeron, se le conocía como la «mantis religiosa». Consideramos que era más bien hipócrita, de modo que lo tiramos por la puerta. La noche fue muy caliente y a duras penas se podía respirar. Hacia la una de la madrugada empezó a llover a cántaros como si nunca antes hubiera llovido. El R.M.S. «Don» debe arribar mañana.
+Junio 27, 1882. Nuestros vecinos norteamericanos nos despertaron muy temprano y a las siete ya nos estábamos vistiendo. Desayunamos a las ocho con un té horrible y mucha leche, todo ahumado. Luego de dejar nuestra habitación organizada, vi cómo mi esposo terminaba de arreglar las cajas que llevaban las orquídeas que enviaríamos a Severn. Luego desayunamos. A las once fuimos a casa de Mrs. C__ y nos entretuvimos hasta las cuatro ojeando libros; luego de un café, nos fuimos a dar un paseo por la ciudad. Calles enfangadas, chozas, suelo arenoso y una atmósfera caliente, con sólo unos pocos árboles aquí y allá. Niños desnudos y deformes dormían sobre la arena junto con perros, cerdos, burros y gatos.
+En algunos de los techos había loros que gritaban y remedaban a la gente con mucha habilidad, pero producían mucho ruido. Conducimos a gran velocidad, saltando dentro y fuera de los huecos, sin que nos preocupara lo que podía sucederles a las ruedas. Aquí casi todos son negros, del negro más oscuro, y, tienen el cabello bastante hirsuto. Hay dos iglesias, una no muy lejos de la plaza principal. Es pequeña y está pintada de blanco; posee un campanario pequeño y redondo. La otra es un edificio grande y de apariencia más imponente, con dos torres a la entrada y grandes portones. Este espacio será muy útil en tiempos de revolución, puesto que aquí las iglesias por lo general se convierten en un blanco predilecto.
+Pasamos por unos jardines llamados La Floresta. De vez en cuando podíamos ver el Magdalena a través de los pantanos y terrenos bajos que rodeaban Barranquilla. En la noche caminamos por la plaza y apreciamos la Cruz del Sur muy claramente sobre el costado del hotel San Nicolás. Es una constelación que no corresponde, según mi parecer, a la magnífica descripción que de ella se hace.
+Junio 28, 1882. Hoy volví temprano a la casa de Mr. C__ y mi marido se dirigió al barco a recoger el pasaje para Inglaterra. Hacía mucho calor y el movimiento era mínimo, con excepción de unos pájaros negros bastante impúdicos que merodeaban por el patio y que se parecían a nuestro «amigo inglés», pero tenían la cola más larga y las patas y el pico carmelitos. Se comportan como buitres, pero no son tan feos como estos. Una negra me trajo un armadillo con el fin de que se lo comprara; la pobre criatura estaba atada por el cuello y era muy mansa, bastante joven y de apenas unos 30 centímetros de largo. Es un animal de aspecto bastante curioso, más bien parecido a un cerdo, pero cubierto con un caparazón duro y escamoso, de color negro encima y rosado en la parte inferior. Otra mujer me ofreció un lindo pato silvestre, de color oscuro, que había sido capturado en los pantanos vecinos y era de muy buen sabor. Salimos con Mr. C__ para dar un paseo hasta Paraíso, el jardín de don Collante.
+Se trataba de una enorme cisterna de piedra blanca, desde la cual se obtenía una vista espléndida sobre los alrededores y se disfrutaba de una suave brisa marítima. El jardín me deslumbró. Contenía tantas flores… adelfas de un bellísimo tono rosado que despedían un delicioso aroma, lirios blancos, caléndulas y clavellinas de todos los colores —amarillo, naranja, rosado, escarlata, magenta, púrpura, violeta, etcétera—; narcisos, verbenas, enredaderas púrpuras llamadas adonis, la adorable bellissima, y el ají, especie de pimienta muy fuerte con sus cerezas rojas. Recogimos un gran paquete de semillas y algunos ramilletes de flores y, con mucho pesar, abandonamos las lindas plantas y los pajarillos de brillantes colores que revoloteaban por el lugar.
+Junio 29. Con el desayuno probé una fruta realmente deliciosa llamada «zapote». Es de color marrón y del tamaño de un coco pequeño; la cáscara se abre fácilmente y en su interior se halla la más deliciosa pulpa rosada, que se puede comer con cucharita; en el centro tiene una almendra dura, de color marrón oscuro, muy reluciente, que lanza destellos oscuros y claros, de la cual brota el árbol joven. Mi marido estaba atareado preparando una especie de clarete con una fruta llamada «guanábana», muy parecida a un melón verde brillante, cuyo interior contiene una pulpa blanca agridulce y semillas negras. Esta fruta es muy sabrosa; sabe a crema endulzada, a la cual se le agregan algunas gotas de limón y, cuando se bate para hacer jugo y se le extrae todo el zumo de la pulpa y se mezcla con soda y clarete, produce una deliciosa bebida refrescante ideal para este clima cálido. En realidad, para quienes pueden disfrutarlas, las frutas de aquí son muy deliciosas, con sus formas extrañas y sus características singulares.
+Día y noche prevalece un calor intenso. A las dos sopla una brisa leve y gradualmente se refresca un poco el ambiente hasta la noche; pero, si está a punto de llover, entonces el calor se hace opresivo y es casi insoportable. Las tropas colombianas realizaban ejercicios en la plaza y, puesto que se trataba de su inspección mensual, salimos para observar su comportamiento. La práctica de la bayoneta con el redoblar de los tambores fue muy buena; hicieron una figura con sus bayonetas, manteniendo muy buen ritmo. En total había unos cien hombres pertenecientes a cuatro compañías. El general Chaparro, con quien antes nos habíamos encontrado aquí, presenció las maniobras desde los balcones del cuartel; es el comandante general de todo el distrito y un hombre muy importante en esa parte del mundo. Muchos de los soldados procedían de tierra fría y, evidentemente, sufrían con el ardiente clima del lugar.
+Junio 30, 1882. Nuestro último día en Barranquilla fue, por consiguiente, de mucho trajín puesto que teníamos que empacar las cosas, recogerlo todo, enviar el equipaje a la estación y partir con Salvador, que regresó a Bogotá. También tuvimos que despedirnos de los C__, de quienes habíamos recibido tantas manifestaciones de amabilidad y hospitalidad.
+Julio 1.º. Nos levantamos a las seis. Nuestro equipaje ya había sido despachado. Leí algunos periódicos y dejamos pasar el tiempo hasta la hora del desayuno, a las once. Después de despedirnos de todos los nuestros conocidos nos dirigimos al hotel Victoria para decirles adiós a los P__, que habían estado con nosotros en el viaje río abajo; continuamos luego hacia la estación, donde los C__ nos aguardaban. Aquí todo era ruido y confusión pues se estaba llevando el correo al vapor y varias personas estaban arribando junto con nosotros.
+A las doce partió el tren y de nuevo cruzamos los pantanos, ahora con muy poca agua, de manera que el ganado se alimentaba de cuanto hierbajo podía.
+Grandes rocas surgían por doquier y el terreno aparecía salpicado de troncos de los árboles de mango que en algunos lugares semejaban los huesos blanquecinos de animales muertos. Se divisaban pocos pájaros, excepto los espantables gallinazos, y el único solaz eran los reflejos fugaces del río Magdalena mientras sus aguas corrían hacia el mar.
+En Puerto Salgar, donde se detuvo el tren, tuvimos que esperar durante un breve rato frente a una choza; enseguida fuimos recogidos por una lancha de vapor que esperaba para trasladar a los pasajeros y su equipaje al barco.
+Por coincidencias asaz curiosas, el «Don», el mismo vapor en el cual habíamos venido, se hallaba a alguna distancia de la barra de Sabanilla, un arrecife bajo que se extiende a lo largo de casi toda la boca de la bahía, en algunas partes lleno de pelícanos dedicados a la pesca, pero demasiado alto para que los buques puedan sobrepasarlo.
+Una vez más nos dio la bienvenida a bordo de su buque el capitán Woolward y nos correspondieron los mismos camarotes que habíamos ocupado cuando llegamos por primera vez. La noche era muy fría y placentera, después del calor de la arenosa Barranquilla; resultó delicioso sentarnos en el puente para contemplar las estrellas que aparecían sobre las colinas que rodean la costa.
+Julio 2, 1882. Zarpamos a las dos. Soplaba una brisa fresca, el sol brillaba y el océano español lucía tan azul como siempre. A las doce ya nos encontrábamos frente a Cartagena. Allí descendieron varios pasajeros, mientras que a bordo subió toda una tribu de mujeres y niños negros.
+Era en verdad sorprendente que no ocurriera ningún accidente al contemplar la manera como estas pobres criaturas se amontonaban en la escalera y los niños eran cargados como muñecos. El correo fue traído a bordo y, después de echar un buen vistazo a las murallas en ruinas de Cartagena, a cuatro o cinco iglesias y a las ondulantes palmeras, zarpamos de nuevo.
+Julio 3, 1882. Apenas llegamos a Colón empezó el terrible fragor de la carga de sacos de café, que se prolongó hasta las seis de la mañana. Durante la noche estalló una espantosa tormenta acompañada de rayos y truenos, cosa común en Colón en esta época del año.
+Julio 4, 1882. Para los norteamericanos, el glorioso «Cuatro» es el día de la independencia de Estados Unidos. Los malacates prosiguieron sin interrupción sus labores durante todo el día, hasta las diez, salvo unas pocas interrupciones para comer, etcétera. Finalmente, con la carga de varios miles de sacos de café, zarpamos el jueves hacia Jamaica.
+Julio 6, 1882. ¡Qué mar, por Dios! Bandazos, sacudidas… El único cambio que experimentamos fueron las puertas del camarote, desde el amanecer hasta la noche. Volaban los muebles, se quebraban los platos y los vasos, por doquier reinaba la confusión. Sólo llegamos a puerto el día sábado después de dos interminables días de mareo.
+Julio 8, 1882. Llegamos al atardecer a Jamaica, donde tuvimos el placer de enterarnos de que nos hallábamos en cuarentena y no podíamos mantener comunicación con la costa, lo cual constituía un gran perjuicio pues queríamos desembarcar una vez más y echar una ojeada a Kingston; sin embargo, en esta ocasión sólo pudimos ver la ciudad a la distancia pues anclamos frente a Port Royal. La noche estuvo fresca y ya no estábamos mareados. Las aguas estuvieron relativamente tranquilas por el resto de nuestro viaje, luego de haber cruzado el tempestuoso Mar Caribe.
+Julio 9. Al amanecer de este día, antes de que soplara el «Doctor», como aquí se llama la brisa del mar, fue enviada a la costa una nube de negros, hacia el «Lazareto», como aquí llaman los edificios de la cuarentena, situados sobre un pedazo de tierra rocoso frente a Kingston y que no mantienen comunicación alguna con esa ciudad o con Port Royal.
+A eso de las nueve de la mañana arreció la brisa marina. En la noche subió a bordo un pasajero. No sucedió ninguna otra cosa emocionante, salvo el embarque de 4.000 sacos de café y de varias cajas de cacao dejadas por el R.M.S. «Nile» cuando encalló semanas antes en un pedazo de tierra cercano a una boya roja con una cruz. Vi varios tiburones en la bahía.
+Julio 10. Llegaron a bordo otros pasajeros y el hijo del capitán arribó en un bote desde la playa para ver a su padre. La vista de Kingston que contemplábamos desde el puente era muy hermosa: la ciudad sobre la playa; arriba, en las montañas, las tiendas blancas de Newcastle y, por encima de todo, las cimas de las Blue Mountains. Trajeron a bordo una variedad de deliciosas frutas, tales como piñas, mangos y aguacates; durante todo el día un bergantín bombeaba agua fresca. De todas las islas de la Indias Occidentales, se dice que esta agua de Jamaica es la más pura.
+Julio 11. Hoy a las 5 de la mañana comenzó el bullicio habitual de la partida. Nuestro cañón disparó una salva y zarpamos de Kingston navegando bajo la luz del sol.
+Luego de dejar Jamaica pasamos por la bahía de Morant, donde en 1864 ocurrió un grave levantamiento de los negros; en esa época el gobernador era un caballero llamado Edward Eyre. El faro de Morant se encuentra en un extremo de este lugar. La plantación de azúcar Albion, donde aún permanece el viejo sistema español de irrigación, es el único lugar en la isla donde la caña de azúcar se muestra siempre saludable, produciendo cosechas a lo largo de todo el año. Hacia las ocho empezó una tormenta, aunque no muy cerca de nosotros.
+Durante la mañana perdimos de vista la tierra firme, pero en la tarde estuvimos muy cerca de Nevassa, una isla pequeña y desértica perteneciente a Haití, pero que ha sido alquilada por una compañía norteamericana para extraer fosfatos, que abundan en el lugar. Hay un pequeño poblado o colección de chozas, desde donde nos saludaron tres veces; nosotros les devolvimos la cortesía. Cada semana o cada quince días sus habitantes establecen comunicación con Nueva York y de los barcos obtienen carnes enlatadas, frutas, legumbres y todo lo necesario para su subsistencia. Con la excepción de unas pocas cabras, aquí no vive ningún animal; y el suelo es tan seco que uno se pregunta si aquellas consiguen algún sustento. Supongo que no hay agua y, si no fuera por los condensadores, nadie podría sobrevivir. Después de la comida pasamos frente a Haití, a lo largo de Cabo Tiburón, en el sitio donde una vez libraron una batalla las flotas de Inglaterra y Francia. Esta enorme isla, que una vez fue propiedad de Francia, ahora está mal gobernada y en manos de los negros; gran parte de ella se encuentra sin cultivar.
+Julio 12. Navegando aún a lo largo de Haití, nos detuvimos a eso de las once en la ciudad de Puerto Príncipe, donde recogimos a varios pasajeros, todos negros. ¡Uno era la hija del presidente, que llegó a bordo escoltada por edecanes, vistiendo una chaqueta de seda azul pálido y pantalones rojos que dejaban traslucir sus formas oscuras!
+Como de costumbre, el calor era sofocante y por eso nos agradó zarpar de nuevo; porque aunque la ciudad es de extensión considerable sólo la habitan negros que hablan francés y que constantemente se divierten organizando revoluciones. No se permite que ningún hombre blanco posea tierra a menos que esté casado con una negra.
+Julio 13. Durante todo el día avanzamos a lo largo de Haití, o, mejor dicho, de la parte de la isla que recibe el nombre de Santo Domingo. Es una tierra muy montañosa, carente de interés, que muestra grandes extensiones totalmente baldías y casi deshabitadas, pocos pueblos y un clima demasiado cálido y sofocante. Al caer la noche seguíamos divisando tierra. La isla mide 600 millas de longitud y es mucho más extensa que Inglaterra.
+Julio 14. Temprano en la mañana, hacia las ocho, pasamos otra vez frente a una isla rocosa llamada Sail Rock; en seguida divisamos Little Saba, que se partió en dos y se hundió parcialmente en el mar durante el terrible terremoto que estremeció a St. Thomas en 1867; pasamos frente a Water Island, donde se acumulan preciosos corales y caracoles; cruzamos por Santa Cruz, el jardín de St. Thomas a donde también acuden numerosos botes a pescar.
+A las nueve entramos al embarcadero situado en el extremo opuesto del «Lazareto» o casa de cuarentena. Subió a bordo el doctor Adams, examinó a los pasajeros y nos entregó un certificado de buena salud. Resultaba divertido observar cómo las embarcaciones se mantenían alejadas, fuera de cualquier comunicación con nosotros, mientras el patrón del muelle permanecía alerta a la caza de delincuentes; finalmente, el doctor Adams declaró que no había fiebres infecciosas a bordo.
+El padre de Mrs. G__ llegó a bordo para recogerla y todos los puentes quedaron desocupados. Antes de las once nos encaminamos hacia la costa, donde el ambiente era delicioso. Una fresca brisa acariciaba la tierra, pero en el barco hacía mucho calor y había mucho ruido porque estaba siendo cargado con cajas de cigarros procedentes de La Habana.
+Desembarcamos y dimos una caminata alrededor del puerto y por la parte alta de la ciudad, frente al mar, pero el calor era tan intenso que tuvimos que regresar y descansar en los jardines, los cuales eran deliciosamente frescos. El árbol viajero de Madagascar ha crecido considerablemente desde cuando lo vimos por última vez; hace un año las flores escarlatas de la ceiba estaban en todo su esplendor, en medio de las adelfas blancas y de las flores púrpuras de una pequeña planta que crece aquí en abundancia. Saliendo de los jardines encontramos a Mrs. G__, quien nos condujo a su casa y nos presentó a su padre, Mr. M__. Este muy gentilmente nos mostró el Ateneo, o salón de lectura, situado en un lugar plácido y fresco frente a la bahía; se trata de una biblioteca que posee toda clase de libros, documentos e ilustraciones de diversas nacionalidades. Después de esto tomamos un coche y dimos un largo paseo por la ciudad, durante el cual vimos numerosas iglesias de judíos, moravos, católicos, luteranos, etcétera, así como también muchos jardines y huertos, frescos y verdes debido a que eran irrigados con agua que era distribuida por doquier.
+Pasamos por la Torre de Barbanegra y el asentamiento de los misioneros moravos; vimos la escuela y los niños, los jardines y el cementerio, el cual estaba construido piedra sobre piedra. Durante nuestra exploración llegamos a un gran pozo, con una cantidad considerable de sal en sus costados; sin embargo, debido a que su propietario envenenó las aguas nadie utiliza la sal.
+Al doblar una esquina pasamos cerca de un viejo ingenio azucarero antiguamente movido por bueyes pero que ahora parecía estar fuera de uso. En seguida recorrimos el mercado, donde había un muy pobre despliegue de frutas, mangos principalmente. Pero en el camino encontramos a un muchacho que estaba vendiendo unos espléndidos racimos de uvas; se los compramos y nos encaminamos al muelle para embarcarnos de nuevo y remar por la bahía hasta el vapor. El mar estaba otra vez agitado y nos mecíamos fuertemente; no obstante, todo resultó delicioso. En la tarde llegaron a bordo nuevos pasajeros y recibí unas flores preciosas de parte de Mrs. G__.
+Julio 15. Hoy, después de mucha confusión y bullicio, dijimos adiós a St. Thomas y zarpamos en medio de islas y tiburones, que tanto abundan por estos parajes.
+Repentinamente, mientras todos nos hallábamos sentados en cubierta, algunos pasajeros dormitaban, varios leían y otros fumaban, se oyó un grito horrible y algo así como un tropel en el extremo del vapor. «¡Hombre al agua! ¡Hombre al agua!». Y, en efecto, ahí, en medio del agitado mar y trepidar de la hélice, se veía la cabeza de un infortunado marinero que había caído de uno de los botes mientras lo reparaba.
+Con gran presencia de ánimo el capitán Woolward lanzó un salvavidas y el contramaestre otro, que el pobre muchacho cogió y se colocó alrededor de su cuerpo. Inmediatamente se detuvo el vapor, se bajaron los botes y se inició una búsqueda minuciosa. Después de remar durante unos 20 minutos el silbato llamó de vuelta los botes. Se esperaba que todo hubiera concluido, cuando el carpintero vio una gaviota revoloteando sobre el agua y, conociendo el hábito de estas aves cuando un cuerpo flota sobre la superficie, los marineros una vez más remaron hacia el lugar y allí recogieron al hombre. Enarbolaron un pañuelo en un gancho para que pudiéramos enterarnos de que el náufrago estaba a salvo. El rescate fue algo maravilloso si se considera la cantidad de tiburones que infestan estos lugares.
+Cuando el bote se aproximaba al vapor estallaron gritos de «Bravo, Viva», y grande fue la alegría de todos por haber salvado de una muerte horrible al pobre hombre. Navegamos con calma después de una demora de más de una hora y ningún otro incidente sucedió esa noche.
+Julio 16. La mañana fue brillante y fresca y tuvimos un buen recorrido de unas 304 millas. Se encontraba a bordo el doctor. Austin, obispo de la Guayana Británica, de manera que confiábamos en que presidiría el servicio religioso, pero lo delegó en su hijo, el reverendo W. Austin, de Reading. Era la primera vez que asistíamos a los servicios de la iglesia de Inglaterra en casi un año. Nos ofreció un breve sermón, claro y bien pronunciado, y luego nos dirigimos a cubierta.
+Julio 17. El tiempo es más bien frío, lo cual resulta muy placentero, aunque en el día el calor sigue siendo intenso. Nos divertimos bastante practicando un recorrido para ver los diversos animales que teníamos a bordo. Había dos pájaros muy simpáticos, los llamados «guacos», de Cartagena, con sus plumajes castaños y copetes negro y blanco, que enderezan cuando se enojan.
+Hay también loros, pericos y un canario; un mico procedente de Inglaterra en viaje marino para restablecer su salud y un perrito lanudo traído de México, de raza Chihuahua, tan pequeño que parece un muñeco aunque tiene ocho meses. Otro animal que me cautivó fue aquel que en Colombia llaman perro de monte, algo entre mico y ardilla, con cara de inocente, grandes ojos negros y brillantes, una larga cola prensil y pies como manos con los cuales toma las manos de cualquier persona y chupa los dedos sin morderlos. Posee una lengua larga como la de un devorador de insectos y se alimenta principalmente de pollos que caza durante la noche; abunda en las montañas del Tolima.
+Julio 18. Entre los 100 pasajeros a bordo pocos son realmente simpáticos; los de Jamaica son los más agradables para conversar. Tenemos un marqués español, con su primo y un sobrino de Cuba, pero las maneras del primero no son lo que podía esperarse. Por fortuna hay pocos niños; uno es un muchacho malvado que parece resuelto a romperse el pescuezo antes de que termine el viaje trepando en los sitios más peligrosos que uno pueda imaginarse. Hay alemanes, franceses, italianos, españoles, holandeses, daneses, haitianos e ingleses, de manera que se puede oír hablar casi todos los idiomas conocidos.
+Julio 19. A bordo hay una muchacha escocesa que toca muy bien sus propios aires nacionales; igualmente una señorita española que toca muy bien. Hay una señora dueña de magnífica voz y otra soprano dulce. De manera que ocasionalmente escuchamos música, pero jamás bailamos, lo cual es una lástima porque las noches son ahora mucho más frescas, pues por lo general hay dos grados menos.
+Julio 20. Hoy no me sentí muy bien debido al cambio de clima. En realidad me siento contenta al saber que disminuye el calor intenso que hemos soportado y que pronto estará soplando un viento frío procedente de Inglaterra.
+Un pájaro llamado contramaestre revoloteó sobre el mástil intentando posarse allí, pero un soplo de viento lo alejó del barco. Los delfines jugueteaban alrededor de la popa y numerosos peces voladores saltaban sobre el agua. Como de costumbre, se recogían las apuestas sobre la duración del viaje o el número de millas recorridas.
+Julio 21. Entre otras aves, a bordo contamos con un magnífico guacamayo azul y dorado, con un largo pico en forma de gancho, que lanza gritos horribles y se indigna de verdad cuando se le echa humo. También hay varios recipientes llenos de tortugas; una de Jamaica es un ejemplar magnífico y que, por tratarse de un regalo, se la mantiene separada de las demás especies.
+Julio 22. Se navega bastante bien y esperamos llegar antes del sábado próximo. Gracias a un viento ligero pudimos izar las velas y cumplir un mejor y más largo recorrido, con un promedio de 315 millas.
+Julio 23. Al medio día de hoy nos encontrábamos frente a las Azores —a sólo unas 200 millas al norte—, de modo que, desde luego, no vimos nada. Como es de rigor en esta época del año, nos rodeó la niebla, que se intensificó tanto hacia las cinco que tuvimos que hacer sonar el pito cada minuto durante una hora. Es un sonido espectral que lo hace a uno sentir como si tuviera la niebla metida en la garganta.
+A bordo hay varios casos de fiebre pero, como el clima se está enfriando, los pacientes comienzan a recuperarse y esperamos que saldrán bien del apuro, aunque hemos tenido cuatro o cinco muertes a bordo a causa de la misma.
+Hoy predicó el obispo de la Guayana Británica, agregando unas cuantas palabras patéticas sobre la muerte de la camarera que murió de fiebre. Iniciamos una suscripción para los niños, que enseguida aumentó a 26 libras. Durante la noche sonó de nuevo el pito para la neblina, pues el oficial de turno se puso nervioso y consideró necesario hacerlo; sin embargo, el capitán se levantó y consideró que la niebla no era tan densa, de manera que cesó el ruido. Abundaron las caídas y los resbalones y casi era imposible caminar en cubierta; parecía como si nos precipitáramos hacia las olas, primero de un lado y en seguida del otro; no obstante, el buque se enderezó valientemente y una vez más avanzó triunfalmente sobre las agitadas aguas.
+Julio 24. Hoy aclaró la niebla y tuvimos un tiempo más brillante y tranquilo. Puesto que aquí los rayos del sol están más ocultos, decidimos quitar los toldos y la cubierta adquirió una apariencia muy diferente.
+Julio 25. Ya muy cerca de Inglaterra, esperamos con ansiedad informes para, si es posible, formarnos una idea acerca de cuándo será posible atracar en Plymouth si todo marcha bien. Hoy hicimos unas 309 millas, lo que indica bastante lentitud; quizá hubiéramos logrado un recorrido más largo con vientos más propicios.
+Aquí presento dos muestras de la lista de platos del «Don», la cual varía muy poco y llega a ser muy aburrida:
+LISTA DE PLATOS
+Almuerzo
+Tajadas de cerdo inglés. Hígado y tocino. Guisado irlandés
+Salsa y arroz
+Cordero picado. Bacalao. Pescado salado
+Jamón frito. Filete asado. Huevos y tocino
+Papas fritas. Ñame horneado
+23 de julio de 1882
FRED POWELL, CONTADOR
+MENÚ
+Sopa
+Menudencias y cola de res
+Pescado
+Salmón gratinado
+Entradas
+Carnero hervido y salsa de alcaparras
+Cocido
+Pavo inglés y jamón
+Asado
+Roast beef
+Ensalada
+Papa
+Legumbres
+Patatas cocidas. Ñame horneado. Arvejas francesas
+Arroz al curry
+Cerdo.
+Postres
+Pastel de ciruelas. Pastel suizo. Torta de frutas
+Sobremesa
+Naranjas. Piñas. Almendras. Uvas. Toronjas. Galletas
+23 de julio de 1882.
FRED POWELL, CONTADOR
+Julio 26. Reina una gran excitación pues esperamos tocar tierra esta noche, aunque a una hora poco común; de todos modos, es mejor en cualquier momento que nunca. A las cuatro se divisaron las Islas Scilly y un faro; a las nueve cruzamos las luces del Lizard y pudimos distinguir muy débilmente el Monte St. Michael.
+Luego nos detuvimos y recogimos al piloto, de modo que la excitación aumentó. Los malacates empezaron a transportar el equipaje y hacia la una de la mañana nos detuvimos fuera del rompiente de Plymouth. Un remolcador acudió en busca de equipajes y pasajeros. Después de una hora todo estaba listo y a las dos de la mañana dijimos adiós a quienes se encontraban a bordo. Avanzamos hacia el muelle en medio de la neblina y la oscuridad, en un ruidoso, caliente y pequeño vapor, en el cual fuimos desembarcados a salvo para esperar la inspección de nuestros equipajes por los funcionarios de la aduana antes de que pudiéramos dirigirnos a nuestro hotel. Algunos cigarros que teníamos fueron confiscados. A las cuatro de la mañana se nos permitió marcharnos, muy cansados y con sueño, a un hotel. Por fin pudimos dormir en Inglaterra, después de casi un año de ausencia a 6.000 millas de distancia.
+Al día siguiente, después de recorrer Plymouth y presenciar buena parte de la regata, a las dos tomamos el tren con destino a Paddington, a donde llegamos a eso de las ocho. Una vez más estábamos en Londres.
+Julio 27 de 1882
+FIN