Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Mújica Velásquez, Elisa, 1918-2003, autor
Las altas torres del humo / Elisa Mújica ; presentación, Paola Caballero Daza. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2018.
1 recurso en línea : archivo de texto ePUB (2,2 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Literatura / Biblioteca Nacional de Colombia)
Incluye datos biográficos del autor.
ISBN 978-958-5488-44-1
1. Cuentos populares colombianos - Siglo XX 2. Libro digital I. Caballero Daza, Paola, autor de introducción II. Título III. Serie
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ISBN: 978-958-5488-44-1
Bogotá D. C., diciembre de 2017
© Alfonso Hernández de Alba
© 1985, Procultura
© 2018, De esta edición: Ministerio de Cultura
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Paola Caballero Daza
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+ASÍ COMO LAS LETRAS EÑE, uve doble y ye no tenían lugar propio en el diccionario, así las mujeres en la Academia Colombiana de la Lengua, hasta 1977 cuando Dora Castellanos ingresó como Miembro Correspondiente, y cinco años después, Elisa Mújica. En 1984, Mújica se convirtió en la primera mujer en ser Miembro de Número, elegida entre «las personas que [La Academia] considere más dignas, en votación secreta y, como mínimo, por mayoría absoluta de votos», como consta en los reglamentos. Tomó posesión con el discurso Las raíces del cuento popular en Colombia, ensayo inicial —o más bien iniciático— de Las altas torres del humo, publicado en 1985 por Procultura en la Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. La silla que ocupó —nombradas con las letras de nuestro alfabeto para cada uno de los numerarios— fue la ye.
+Elisa Mújica es una de las escritoras que, haciendo eco del lema de la Real Academia: limpia, fija y da esplendor, resplandece en el panorama de nuestra literatura. No en vano, Maruja Vieira hablaba de las altas torres, ya no de humo sino de libros escritos por la homenajeada Mújica durante la I Feria del Libro de Bogotá en 1988.
+Sus intereses oscilaron entre el papel del socialismo, la realidad de los pueblos indígenas[1], la construcción de la historia social colombiana y el desarrollo de la vida urbana, hasta cuestionamientos más íntimos: el deseo dominado, el cuerpo y la belleza, la maternidad, la relación con la madre, el silencio, la espiritualidad. La libertad. Temas tan vigentes y relevantes hoy como en aquel entonces.
+Las altas torres de libros incluyen novelas, cuentos, ensayos, críticas, reseñas: Los dos tiempos (1949), Ángela y el diablo (1953), Catalina (1963), La aventura demorada. Ensayo sobre Santa Teresa de Jesús (1964), Árbol de ruedas (1972), La Candelaria (1974), La Expedición Botánica contada a los niños (1978), Bestiario (1981), Introducción a Santa Teresa (1981), Bogotá de las nubes (1984), Las altas torres del humo (1985), La tienda de imágenes (1987), Pequeño bestiario (1990), Las casas que hablan: guía histórica del barrio de La Candelaria de Santafé de Bogotá (1994), Cuentos para niños de La Candelaria (1997). Además de la ediciones prologadas y anotadas de Reminiscencias de Santafé y Bogotá de José María Cordovez Moure (1962) y de los dos tomos de Novelas y cuadros de costumbres de Eugenio Díaz Castro (1985), las diversas contribuciones, reseñas y artículos que escribió por más de treinta años en Lecturas Dominicales de El Tiempo, en el Magazín Dominical de El Espectador, en la revista Semana, entre otros. Su obra fue reseñada, reconocida y comentada por Ernesto Volkening, Hernando Téllez, Eduardo Carranza, Eduardo Zalamea Borda, Helena Araújo, Jorge Gaitán Durán, Juan Gustavo Cobo Borda, entre muchos, como la estudiosa Montserrat Ordóñez: la obra de Elisa Mújica Velásquez (21 de enero de 1918-27 de marzo de 2003) «es un modelo de claridad antiretórica en donde lo más complejo e investigado parece simple y diáfano, en donde la versatilidad y los cambios de rumbo tal vez indiquen todos los conflictos de escribir en América Latina, de escribir en Colombia y de escribir siendo mujer»[2].
+Su escritura se forjó con la clara conciencia de qué significa ser mujer en una sociedad que se abría poco a poco a la igualdad de derechos políticos y civiles, que discurrió desde lo cotidiano de la experiencia femenina hasta el análisis de aquello que trasciende la anécdota, otorgándole dignidad al espacio privado. «Pero yo no podía consolarme como otras mujeres, que se dedicaban a contar a los demás sus propias vidas, lo mismo que si fueran historias imaginadas por ellas»[3]. Al contrario que Catalina —personaje de su principal novela—, Elisa Mújica no se dedicó únicamente a contar lo que le pasaba, también contó lo que pensaba; incluyó la reflexión, la perspectiva que da valor a su obra, una primera persona del singular, de la singularidad femenina. No se definió a través de la figura masculina ni tampoco se aferró al silencio aprendido y al encierro, bastante comunes en la misoginia —también literaria— del país —Catalina fue publicada por Aguilar en España—.
+En 1962 obtuvo una mención en el Premio Esso, «como tributo de admiración a la mujer colombiana» —de admiración a la mujer, pero no al valor literario de su obra—. Mujica, que así era su apellido de origen vasco antes de convertirlo en palabra esdrújula, no interpretó el papel de la consumidora pasiva—sus lecturas eran un modo de formular preguntas—, sino que se otorgó valor como sujeto, quien está a cargo de sí mismo, quien produce, decide, crea y hace de la literatura un acto de conciencia.
+Además de vivir en España vivió también en Ecuador —experiencia que plasma en su primera novela a través de Celina—, donde llegó a ser secretaria de correspondencia del comité ejecutivo del Partido Socialista: «nuestro incipiente socialismo naufragó en una mancha de sangre». En un proceso que narra en el ensayo De marxista a católica, su transformación mística atraviesa expansiones y liberaciones —de la esclavitud impuesta por las cosas y los hábitos y, muy seguramente, del ambiente de esa Colombia en tránsito hacia la modernidad—. Por ello no es raro que el cierre de su ensayo sobre las raíces del cuento popular —iniciático por su fuerza convocatoria— sea de este talante: «el cuento popular se asimila a la historia del ascenso del alma a la cumbre mística, donde recibe la recompensa soberana por haber perseguido hasta la muerte los valores que justifican haber nacido».
+* * *
+Las altas torres del humo (1985) es la compilación de catorce cuentos populares contados por Margarita Parra, de quien sabemos solamente que es de Chiquinquirá —en algún artículo se sugiere que trabajaba como empleada doméstica y en alguno de los cuentos menciona un apartamento, lo que podría dar a entender (dice la propia Mújica) que conoce la ciudad—. Las ilustraciones de esa edición son de Michi Peláez. Mújica graba a Margarita narrando los cuentos en un lenguaje fresco con los giros del habla rural boyacense. Su ensayo, seguido por el análisis de cada cuento, la bibliografía y el vocabulario, resultan un juicioso estudio que atraviesa la llegada de los españoles a América, el papel de la mujer encomendera y las historias que trajo consigo —historias que constituyen para las mujeres casi que la única puerta de acceso al conocimiento—. Su extenso conocimiento le permite relacionar los cuentos que oye de Margarita con novelas de caballería, con la tradición oriental e indoeuropea. Sus referencias van desde Las mil y una noches —que leyó cuando era muy joven porque empezó a leer a los cuatro años y a escribir a los once— hasta El carnero, sin dejar de mencionar la convergencia, poco explícita, con la cosmogonía indígena.
+La transcripción de Mújica —no en vano fue mecanógrafa, empleada del Ministerio de Comunicaciones, secretaria privada de Carlos Lleras Restrepo cuando fue contralor general y ministro de Hacienda— nos arroja estos catorce cuentos que contribuyen a la búsqueda de las raíces y la fijación del legado de la tradición oral al mismo tiempo que su lenguaje se convierte en materia de análisis. La identidad nacional construida a partir de la vida cotidiana, las tradiciones, el folclor —la ciencia del pueblo, como ella lo llama— y el lenguaje oral hacen parte de los intereses de la Mújica cronista y, como en su obra, los personajes de los cuentos populares fluctúan entre la conformidad y cierta rebeldía.
+A través del método comparativo, Mújica encuentra la convergencia de múltiples historias carentes de referentes espaciales o temporales y por ello dinámicas y fácilmente adaptables a la ruralidad boyacense —en este caso, con números que a simple vista sólo permiten recordar y dar estructura al relato —tres pruebas, siete personajes—, donde los mensajes sociales se mezclan con los psicológicos otorgándoles una complejidad y un poder que podrían pasar como un simple entretenimiento infantil o un descanso al final de la jornada, pero que están plagados de mensajes cifrados, magia, ritos, costumbres y creencias, como reflejo del pensar popular, de los conflictos fundamentales del ser humano y de sus preocupaciones más básicas. Los cuentos tienen una riqueza adicional y es el lenguaje, del cual Mújica celebra ciertos usos correctos e incluye un listado de palabras como antós —entonces—, cuja —cama—, espulgar —despiojar—, maleza —enfermedad— o quensequén —quién sabe quién—. De estos relatos cuelgan múltiples temas: los saberes campesinos sobre plantas medicinales, el rol de la mujer que hace lo que desea, la idea de destino, el matrimonio como el principio creador (había un par de casados que), la importancia que dan los campesinos a la educación, los actos rituales y las cosechas, el parricidio como liberación, las formas de conquistar a un hombre: apelando a su vanidad, a su gula o a su ternura y un largo etcétera que sólo se descubre al sumergirse en la riqueza de estos catorce cuentos de Margarita.
+Estos cuentos no son escapistas, reflejan la vida cotidiana más que la encauzan y están libres de las moralejas y enseñanzas para niños añadidas tras la Edad Media; «a la Edad Media puede atribuírsele todo menos la timidez y la hipocresía»[4]. Mújica también se dedicó a la literatura infantil y obtuvo el segundo Premio Enka en 1978, con La Expedición Botánica contada a los niños, el único de sus libros recientemente reeditado. En alguna entrevista se refirió a la literatura infantil como la vía para ser conocida entre los niños, en quienes sus textos sí encontraban eco.
+* * *
+La extensa y variada obra de Elisa Mújica da cuenta de una mujer comprometida con la escritura, que labró su trayectoria mientras ejercía los múltiples cargos laborales que asumió a lo largo de su vida —empezó a trabajar a los catorce o quince años, tras la muerte de su padre—. «La escritura para mí siempre ha sido vital, el más importante instrumento de indagación que empleo sobre lo que soy realmente, sobre lo que pienso y siento de mí y de lo que me rodea»[5]. Quizá por ello, el escritorio de ébano e incrustaciones de nácar se había vuelto tan importante en el imaginario de Catalina Aguirre —¿parte de la propia Mújica ficcionalizada?—: «sobre mí ejercía fascinación el pequeño escritorio de mi tía y tocaya Catalina Torres, que tenía mi madre en el gabinete. Deseaba tocarlo, escribir en él, abrir cada una de las gaveticas secretas y suponer que algún día sería mío»[6]. Fue suyo. Fue suyo y se convirtió en el lugar que necesitaba ser habitado; se convirtió en la gran casa de la cual Mújica fue dueña y señora.
+PAOLA CABALLERO DAZA
+[1] Uno de sus ensayos, de 1948, fue El Indio en América: síntesis de obras americanas sobre el problema indígena.
+[2] Reseña del texto de Ordóñez, «De voces y de amores», en la revista Literatura: teoría, historia, crítica, n.º 8. Consultado el 8 de mayo de 2018 en: httpss://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/download/60152/57322
+[3] Mújica, Elisa (1963). Catalina. Madrid, Aguilar.
+[4] Mújica, Elisa (1985). Las torres altas del humo. Bogotá, Procultura, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura.
+[5] Citado por Lina María Álvarez en su tesis Destino, exclusión y condena en Catalina de Elisa Mújica. Nuevas representaciones en la novela femenina en Colombia. Consultado el 23 de mayo de 2018 en: https://aprende.colombiaaprende.edu.co/sites/default/files/naspublic/naspublic/tesis_lina_alvarez.pdf
+EL CUENTO POPULAR NO ES tan ingenuo como parece. Tampoco tan sencillo. En todos los países y todas las culturas, entre los celtas, indostanes, persas, árabes, así como chinos, germanos y vikingos, se ha cultivado desde la antigüedad más remota, desbordante de un placer de vivir que sobrepasa cualquier propósito didáctico deliberado, y con sorprendente identidad en los temas y los tratamientos. En el Reino de la Nueva Granada, a la llegada de los conquistadores españoles, la mentalidad de los nativos flotaba aún en el ciclo cosmogónico, bañado en ocasiones de grandeza y en otras de pavor, sin desarrollar el grado requerido por esta forma de narración, profunda en el fondo pero ligera y juguetona en la superficie. Quienes nos la trajeron fueron los invasores, convertidos en encomenderos a raíz de la fundación de Santafé de Bogotá, en la parte central del territorio a que se refiere este trabajo. Sin dejar de combatir a tribus como la de los valientes muzos que les presentaban resistencia, vertieron en los oídos ya entregados su religión, sus costumbres y su lengua y, como instrumento precioso de acercamiento y comunicación, utilizaron los cuentos. Los mismos que, más o menos modificados por el tiempo, escuchamos también nosotros, de niños, y que desde entonces nos acompañan como si hubiéramos entrado a formar parte de su trama.
+En España los habían contado las abuelas a sus nietos en las noches de invierno, sin sospechar seguramente que al poblar la imaginación de los pequeños con seres brillantes y fabulosos: genios, gigantes, ogros, duendes, princesas encantadas y encantadoras, abonaban el terreno para que ellos los encontraran en persona, cuando desembarcaran en América. Aquí no era sólo la naturaleza exótica y desbordada la que fingía a sus ojos las figuras insólitas. ¿Acaso los exsoldados de las guerras de Italia, labradores extremeños, artesanos andaluces, escuderos castellanos, no reproducían rasgo por rasgo a los héroes de los relatos infantiles, inspiradores igualmente de muchas novelas de caballería? Habían obedecido a una voz interior que les mandaba abandonar lo seguro y conocido para cumplir la misión increíble de descubrir un mundo y plantar una cruz. Después regresarían a su patria a divulgar las hazañas, comparables a las del pasado, si no se quedaban a fundar nuevos pueblos.
+Ya sabemos que en la Península, con pasmosa anticipación a las teorías sociales más avanzadas inclusive de nuestra época, pugnaban por imponerse los principios cristianos de comprensión y convivencia con los dueños de las tierras acabadas de despertar. A cuatro años apenas de la fundación de Santafé, Carlos V promulgó por influencia de Las Casas la disposición que suprimía las encomiendas y aseguraba a los naturales el justo disfrute de sus posesiones. Es cierto que al fin y al cabo la institución se mantuvo y que en nuestro país Jiménez de Quesada se vio en apuros para salvar al visitador Montaño, encargado por la Corona de aplicar la providencia, al que pretendían ahorcar los furiosos encomenderos. Pero no todo podía ser apetitos egoístas. A las encomiendas ya no las manejaban únicamente los hombres. Las mujeres, esposas, hijas, hermanas, habían venido, siguiendo los pasos de sus varones. En los atardeceres, concluidos el adoctrinamiento y las labores ordinarias, se reunirían con sus subordinados, para enseñar a las indias a confeccionar sayas y jubones y a preparar platos de cocina a usanza de Castilla.
+Por esas fechas Rodríguez Freyle escribía en Santafé y Juan de Castellanos en Tunja. De los labios de las españolas saltaría el cuento, o «poesía narrativa» como ha sido denominado, hermano del romance[7] y, como este, trasportado a las cortes de Europa por los juglares y trovadores de la Edad Media. A los oyentes noveles les revelaría un enjambre de palabras intencionadas, maliciosas, forjadoras de un reino de fantasía que los atrapaba, igual que antes, mucho antes, habían hecho con los expedicionarios. La suerte no estaba jugada todavía. Si se cambiaban las cargas, quizá fuera para ellos, los en apariencia perdedores, que se hallaba reservado rescatar a la princesa cautiva y salvar los tesoros que le pertenecían a ella sola.
+No hay constancia sino en pocos casos de los nombres de las instauradoras en la Nueva Granada del hogar doméstico como hasta ahora lo hemos practicado. A la mayoría se las llamaba encomenderas simplemente por ser las esposas de los amos, pero existieron las que por viudez o herencia paterna ejercieron el mando directo. En ese orden se cuenta doña María de Ávila, como informa Rodríguez Freyle a propósito de un robo sacrílego cometido por un indio hacia el año 1570, en la encomienda de dicha dama, que comprendía la jurisdicción de Síquima y Tocarema. Es el mismo cronista de El carnero quien nos habla de la bella Jerónima de Orrego, hija de Antonio de Olalla y heredera de la encomienda de Bogotá, cuyo enamorado, el oidor Auncibay, mandó construir la calzada entre Techo y Puente Aranda, a fin de visitar con mayor comodidad a su amada. Junto a las esposas y las madres hacían acto de presencia las tías, dotadas especialmente al parecer para captar lo que hay detrás de las cosas. Ante nosotros las representa doña María Ramos, cuñada de Antonio de Santana, el encomendero designado por Quesada para administrar el territorio extendido entre la laguna de Fúquene y las minas de Muzo. Doña María, hallándose en oración, contempló el cuadro de Nuestra Señora del Rosario —después de Chiquinquirá—, mandado pintar por don Antonio en 1570, «descender de donde lo tenían colgado y permanecer en el aire, renovada y resplandeciente su pintura», como reza el relato del milagro. Ningún otro dato poseemos sobre ella pero bastan ese instante y ese nombre para recordarla.
+Analfabetos en su mayor parte, los españoles aventureros se orientaban perfectamente, sin embargo, en la floresta de títulos mágicos en boga por esas calendas, pues los libros del género existentes entonces se habían compuesto con base en narraciones orales. Una de las colecciones era la muy curiosa Disciplina Clericalis, del judío converso Rabi Moseh Sephardi, bautizado en Huesca —la vetusta Hosca romana— en el año 1105 con el nombre de Pedro Alfonso. Lo formaban proverbios árabes, versos, fábulas de animales y 34 cuentos, los más antiguos consignados por escrito en castellano, cuya casi totalidad habría oído de viva voz el converso. Para librarlos de su posible pérdida decidiría recogerlos, actitud imitada a principios del siglo XVI —que es el que principalmente nos ocupa— por el librero valenciano Juan de Timoneda en El Patrañuelo, con más de cien novelas cortas. Y a finales del 1700 por los Hermanos Grimm y por Charles Perrault, con la tradición cuentística germana y gala, incluidas en la primera, entre muchas más, las historias de Blanca Nieves, Hansel y Grethel y El Flautista de Hamelin, y en la segunda Piel de Asno, Caperucita Roja y Barba Azul. Aquí no sobra una advertencia sobre que estas últimas, y otras del mismo Perrault, caerían quizá en el campo de lo equívoco y truculento, de no salvarse gracias al aliento y encanto únicos que, sin saberse cómo, lo colectivo y anónimo insufla en sus obras, preservados afortunadamente por el escritor francés.
+Bocaccio fue uno de los autores que, sin desvirtuarlos, aprovechó argumentos contenidos en la Disciplina Clericalis, prefiriendo los más atrevidos como las historias «en triángulo» o el de la suegra que sugiere astucias a su nuera para burlar al marido. —A la Edad Media puede atribuírsele todo, menos la timidez y la hipocresía—. Derivaciones del libro del judío español se perciben asimismo en las famosas «fablillas» francesas, donde hablan los animales para diversión humorística que no excluye lo erótico, no para aconsejar prudentemente a los humanos al modo del Calila y Dimna o de las Fábulas de Esopo, vertientes del relato breve, distintas del folclórico —no olvidemos que folclor significa ciencia del pueblo—, como lo son también los apólogos y las vidas de santos.
+Sería imperdonable no citar al contemporáneo de Bocaccio, el Infante Juan Manuel, quien con su Libro de Patronio o Conde Lucanor fijó en nuestro idioma los cimientos del cuento «literario» o «de autor», del que aquí no se trata. A pesar de eso, y del acento ejemplarizante de don Juan Manuel, del cual son ajenas, como ya se expresó, las producciones auténticamente populares, los campesinos boyacenses repitieron durante centurias, casi hasta hoy cuando los ha hecho enmudecer la técnica, cuentos sacados del Conde Lucanor. Así lo certifica alguno recogido por mí e incluido en este volumen. Bocaccio, Cervantes y aun Andersen explotaron esa mina. Los españoles, desde luego, se habían familiarizado más pronto que el resto de los europeos con Las mil y una noches. Las Cantigas del rey Alfonso y series posteriores se valen del inexhausto filón de inspiración oriental. En esta parte cabe anotar cómo las narraciones originarias de un país realizan una especie de interacción al ser trasladadas a otro, donde no sólo se reproducen sino que de allí regresan un tanto modificadas, para servir de molde a otras variantes. Tal el caso de los cuentos de Timoneda en El Patrañuelo ya aludido, que volvieron italianizados a España.
+En nuestros días y en Colombia, quien mayor cosecha ha obtenido en la tarea de preservar el legado tradicional es el doctor José Antonio León Rey, autor de los libros El pueblo relata y Tierra embrujada, si bien existen más recopiladores notables como Rafael Jaramillo Arango y Antonio Molina Uribe. Para perenne regocijo de grandes y chicos don Tomás Carrasquilla reconstruyó con su gracia habitual En la diestra de Dios Padre, pequeña obra maestra escuchada por él a una vieja antioqueña. En el mural de la Academia Colombiana, no muy lejos del gaucho Martín Fierro, aparece su protagonista Peralta, provisto de la baraja que usó diestramente para engañar al diablo, despoblar el infierno y ganar en la otra vida y gracias a su humildad, un puesto muy cercano al del Padre.
+Fray Pedro Simón en sus Noticias historiales brinda una muestra muy diciente de la fusión de los dos elementos, el foráneo y el autóctono, a fin de elaborar un nuevo fruto participante de ambos. Mientras desempeñaba en Sogamoso y Tunja su labor doctrinera, y explicaba el misterio supremo de la Encarnación del Hijo de Dios, se enteró de una historia corriente entre los nativos, sobre que dos hijas vírgenes del cacique de Guachetá habían adoptado la costumbre de subir apenas comenzaba a amanecer, a una de las colinas que rodean el pueblo, donde esperaban mirando al oriente los primeros rayos del sol, de modo que brillaran sobre ellas. Al cabo de varias semanas el demonio, por permiso de Dios, cuyos juicios son inescrutables —comenta fray Pedro— hizo que una de las doncellas quedara embarazada y declarara que por el sol. A los nueve meses dio a luz «una grande y valiosa “guacata”, que en su lenguaje es un esmeralda». Envuelta en algodón la colocó entre sus senos, donde se transformó al poco tiempo en una criatura viva.
+En el relato chibcha de El niño de oro, escondido por los últimos mohanes en las cuevas del Furatena para mejor librarlo de la codicia de los extranjeros, aún se le oye llorar por los vericuetos de aquellas montañas, testigos un día de las súplicas de muiscas y caribes a sus dioses. Con su llanto desorienta a los buscadores de fortuna, pero si un guaquero consigue atraparlo y le traza una cruz en la frente, pronunciando las palabras rituales del bautismo católico, el niño se trasmuta en tunjo de oro. Con criterio racionalista podría interpretarse esa anécdota como marcada por la desgraciada circunstancia de haberse derramado a la vez sobre nuestras tierras el sacramento de la vida y la rapacidad blanca. No es así, sin embargo, como me lo enseñó el profesor Mario López, conocedor de estas cuestiones. El llanto infantil no implica la existencia del niño, mera ilusión fantasmal que asusta en las horas nocturnas y enmudece a la salida del sol. Al oírlo los que viven en el campo se persignan y se ponen a rezar.
+Otras apariciones como las de la Madremonte, la Patasola, el Hojarasquín y la Tarasca, ocupan puesto en la legión de los seres intermedios entre las criaturas de la luz y los entes subterráneos, rezago en todas las civilizaciones del miedo ancestral a la naturaleza todavía no dominada. Se trata de los guardianes de frontera, dotados de poderes extraterrenos, por lo cual conviene no desafiarlos. Al decir de Arturo Escobar Uribe en su obra Mitos y leyendas de Antioquia, crecen alimentados por ingredientes aborígenes, africanos e ibéricos. Respecto a los mohanes —o mejor mojanes— el mismo Escobar Uribe cita a los cronistas Cieza de León y Fernández de Oviedo, que los registran como moradores de los ríos y lagunas. Por cierto que en la de Ubaque residía uno. Actuó sin quererlo —escribe Rodríguez Freyle— en beneficio de un cura español que supo fingir exactamente la voz del genio de la laguna. Así se apoderó de las riquezas de un cacique.
+Tales invenciones se emparentan con las de las ánimas en pena, y aun con las del diablo que celebra pactos por la venta del alma, prodigadas en Occidente desde la Edad Media. A las primeras se adscribe aquella tan acerba de «María Mandula, que volvió de la otra vida por sus asaduras», recordada por muchos con el escalofrío de placer y terror que nos recorrió cuando la escuchamos por primera vez. O la del jinete montado en un caballo negro, a quien una vieja pide candela para encender su chicote, que, cuando se marcha, deja en el aire el reflejo metálico de su sonrisa de dientes de oro, por la cual nos enteramos de que es el enemigo. Pero a algunos cuentos de este tipo no les falta un delicado y hasta tierno toque de humor, como el del muchacho valiente que se queda a dormir en un cementerio donde gana la amistad de un esqueleto, al que decide alimentar. El esqueleto se ve obligado, para no decepcionar a su amigo, a tragar la comida, que naturalmente se le escapa en seguida por las costillas.
+El propósito vindicatorio de obtener por ingenio y ardides lo que la fuerza y la jactancia de los poderosos niegan a los pobres subyace en las mil aventuras condimentadas de agudeza de Pedro Urdimales. Triunfar por una habilidad como la suya equivale a matar al dragón. En cambio el pícaro Mano Conejo o Tío Conejo, cuyas pintorescas andanzas alegran el folclor nacional, parece trasunto del duende, elfo o gnomo europeos, que alecciona al humano sobre cómo ayudarse por medio de la astucia. En El pueblo relata, el doctor León Rey trae tres variantes de una de las escaramuzas conejiles más audaces, como fue la de apoderarse de las pieles del tigre, del león y del zorro, y presentarlas a Nuestro Señor a fin de obtener un aumento de estatura. En otra versión, que sobresale por su vocabulario picaresco, recogida por mí de Margarita Parra, mujer que habita en Chiquinquirá como una de las postreras contadoras de esa sección del país, no figura el zorro sino el oso. Y en una quinta variante publicada recientemente por Octavio Marulanda en la revista Aleph, se torna aún más arriesgada la empresa del roedor al comprometerse a entregar las lágrimas del tigre, los dientes del caimán, la culebra y las abejas. El final es el mismo en las cinco: el burlador sale a su vez burlado porque únicamente consigue que el Señor le haga crecer las orejas.
+Margarita Parra opinaba de Mano Conejo sin disimular su admiración: «tan chirritico y tan bandido que es», calificativos compartidos por cuantos saboreaban las aventuras, aunque al contarlas a los niños resultaba preciso eliminar algunos detalles, no tan medidos y circunspectos como hubiera podido desearse. La dificultad de deslindar lo popular y lo infantil, coincidentes en puntos claves como el concepto de lo real, del que parte su recreación idealizada —nunca escapista— influye en esa propensión a pulir y desinfectar, que tiñe de insipidez y esteriliza muchos relatos.
+Con fundamento en la narración criolla sería tal vez posible sacar a luz una fisonomía de nuestra gente muy distinta a la melancólica que solemos atribuirle. Esos hombres y mujeres a quienes topamos por caminos y mercados, o asomados a la puerta de sus ranchos, doblegados y miserables, que, si sus patrones les formulan una pregunta, responden con el evasivo «¡Quién sabe!» y no vuelven a desplegar los labios —así lo verificó, hace más de un siglo, don Manuel Ancízar en su peregrinación por los parajes que enmarcan estas páginas, y no han variado las cosas—, son sin duda dueños de un universo interior maravilloso. Lo habitan seres vestidos de esmeraldas, paladines de la justicia, la gracia y la ternura, dotados de alegría de estirpe bocacciana y rodeados de animales parlantes, lagunas encantadas y palacios resplandecientes. Como el cuento fue su maestro insuperable de español, y este era el del Siglo de Oro, guardan los giros y vocablos y, sobre todo, el sabor de esa edad, más genuino entre más alejada de los centros poblados sea su vivienda, en regiones montañosas y de difícil acceso. Su gusto por las palabras que les cuesta trabajo pronunciar y con las que riegan sus descripciones, nace probablemente de que les suenan con la repercusión de fórmulas mágicas. Las repeticiones, frecuentes por otra parte en la narración de viva voz —que necesita apoyarse en esas muletas—, se distinguen de la reiteración ritual, como la de las tres pruebas a que se somete indefectiblemente el héroe, o la del siete, número de medida y conjuro —por ejemplo, en las botas de siete leguas—. El protagonista principal ha de ser hijo único o el menor de tres hermanos, o padecer de alguna debilidad física —recuérdese al Patito Feo—, en lo cual se revela la marca misteriosa de un destino superior.
+Los personajes de Margarita Parra, antes de librar una batalla decisiva utilizan frases convencionales como: «¡Ah malhaya un vaso de agua, un bocado de pan caliente y el beso de una doncella para matar a esta serpiente!», que se interpreta: a fin de vencer al espíritu del mal, representado por la culebra, hay que ponerse de parte de la vida, emblematizada en el agua, el fruto de la tierra y el amor de una virgen. En cuanto al «¡Ah malhaya!», es una interjección en desuso equivalente a «¡Ojalá!» Entre docenas de voces de esa laya empleadas por los campesinos boyacenses se destaca «pena de la cabeza» con la acepción de «pena de muerte». La utiliza Casiodoro de la Reina en su traducción al español de la Biblia, efectuada en 1569 y leída aun en las iglesias protestantes.
+Es clásico en nuestro folclor comenzar las historias con la fórmula: «Había un par de casados», que se completa por el anuncio de la categoría de la pareja, generalmente de reyes como corresponde a la importancia del mensaje que va a trasmitirse. Los jóvenes son príncipes o princesas y, en algunos casos, las muchachas reciben el título de virreinas, en reminiscencia tal vez de la época colonial. Escasean los nombres propios pues se trata de prototipos: el rey o padre, la madre, el príncipe o héroe, el hermano, la encantadora, la ogresa o bruja. El apelativo Juan o Juana caracteriza al pueblo y concede por lo regular a quien lo porta la calidad de agente sobrenatural. Hay excepciones, claro está, como la del consabido Peralta o la de Sebastián de las Gracias, el desenvuelto mancebo a quien, para volar al encuentro de Agraciada, su novia, presta sus dos alas el águila real, la misma que apaga su sed bebiendo ríos enteros como si fueran sorbos de agua.
+A pesar de la intemporalidad y aun inespacialidad de un género definido como «puramente estético», nuestros contadores logran la proeza de armonizar los signos arcaicos con los paisajes, los hábitos y las creencias locales, para lo cual les basta el colorido de su habla. Del mismo modo que en los pesebres navideños decorados en muchas casas campesinas, se viste a toscos muñecos de barro con el ropaje de los Reyes Magos, en los cuentos colombianos los monarcas milenarios obran como los caciques y gamonales. Mantienen a su servicio peones torpes o ventajistas, hospedan a los viajeros que van tras de algún contrato jugoso, y se comprometen a dotar de agua a la villa sedienta o a limpiarla de animales dañinos, quizá dragones que devoran a las doncellas.
+La imagen deliciosa de las hadas madrinas no cuajó en cambio en los relatos autóctonos. Para cumplir su función los aldeanos apelaron a la propia Virgen María, como mediadora que no admite réplica. En nuestra versión de Hansel y Grethel, ella guía a los niños perdidos y suministra a la niña la cola de ratón que esta pasa por la hendija a la ogresa para hacerle creer que no engorda. Personifica el poder femenino de súplica, vigente en la tradición universal y que hasta ahora la mujer había ejercido. Como símbolo de vida, acepta pasivamente que el héroe la conquiste mediante un trabajo difícil —requisito previo al lecho nupcial— pero en ocasiones disfruta del privilegio de escoger, en lo que se muestra exigente y caprichosa y aun se equivoca, al no advertir en el sapo repugnante que la acosa al príncipe encantado. A ejemplo de María ofrece su constante ayuda y, hasta en el propio recinto infernal, aconseja con valor e intrepidez para burlar al demonio, a quien —hay que admitirlo— parece conocer bien. Sagaz e inteligente, compensa con creces su debilidad física y llega a desempeñar el rol de heroína, como en una de las más bellas creaciones, El árbol que canta, el pájaro que habla y la fuente de oro, original de Las mil y una noches y de la que poseemos varias versiones, en la cual es la princesa quien se apodera de los tesoros negados a sus hermanos mayores. En fin, la mujer abre la puerta prohibida o incita a romper el veto, desencadenando con ello la acción del relato.
+Tampoco resulta raro que el ayudante prodigioso adopte fisonomía masculina y que, bajo los rasgos de ángel o de genio, auxilie al que emprende la riesgosa aventura. En El príncipe peliador, sorprendente historia escuchada en la zona de Maripí, departamento de Boyacá —que perteneció al encomendero mentado al comienzo, Antonio de Santana, cuyo apellido ostentan todavía muchos de sus habitantes— actúa una mezcla de sacerdote y mago apodado el rey-adivino. Le corresponde reconstruir coyuntura por coyuntura el cuerpo del príncipe asesinado, hasta que de nuevo adquiere movimiento y resucita. Por su parte el héroe había templado desde su infancia su espíritu y su brazo en combates contra los animales feroces —metáforas del mundo inferior— y robado a la leona que duerme con los ojos abiertos la leche con que después lo fricciona su amigo. Así como vencido al sapo-salamandra, encarnación medioeval del ser fabuloso que puede vivir en el fuego, manejada con propiedad y desparpajo por los narradores, como si no fuera para ellos remota y extraña.
+A su cita con la ficción anónima acuden igualmente las demás manifestaciones de la naturaleza. Casi no hay héroe que al iniciar sus andanzas no aproveche la complicidad protectora de un árbol —un «palo», como lo designan escuetamente los aldeanos— o no trepe a sus ramas para avizorar el peligro que lo amenaza. Bajo un espeso ramaje henchido de voces premonitorias se enteró el compadre pobre de los secretos que le habían de deparar salud y fortuna, para eterna congoja del compadre rico. Hay árboles que conceden deseos y otros que cierran el paso levantando murallas inextricables como en La bella durmiente del bosque, los que amedrentan con sus burlas a los desprevenidos y los que crecen como escalas hasta el cielo, árboles con hojas de esmeraldas y de ópalos, cuyos frutos de rubí adquieren milagrosamente el sabor apetecido por quien los prueba, o que cantan o alumbran en la oscuridad. Yo hubiera ambicionado, en mi labor de reunir relatos de la citada zona noroccidental boyacense, gozar con la mención de las mariposas y las esmeraldas de Muzo, de las que escribió Pablo Neruda: «… en aquel país las mariposas, especialmente las de la provincia de Muzo, brillan con fulgor indescriptible, y en aquella ocasión, después de la ascención de la esmeralda, el espacio se pobló de mariposas… como si hubiera crecido entre nosotros, atónitos poetas, un gran árbol azul». Pero los campesinos de la región no se acuerdan de las primeras y apenas nombran a las segundas, como si se repitiera también aquí el impedimento que nos dificulta apreciar lo que tenemos más cerca. La leyenda sobre los suspiros y las lágrimas de la hermana incestuosa del cacique Hunzahúa, de los que habrían brotado las criaturas aladas y las joyas verdes, suena como apócrifa.
+En lo relacionado con los animales, se hallan siempre presentes, con perfiles antropomorfos y singulares. El perro es el guardián y el fiel amigo, y el gato a pesar de sus enigmas no inspira desconfianza, mientras que las aves actúan como mensajeras del más allá, y los insectos otorgan provechosos avisos. El cuadrúpedo que induce a mayor admiración mezclada con recelo es el caballo. Destinado a transportar al príncipe, lo cabalga igualmente el diablo, del que se torna cómplice. Aunque en los cuentos clásicos de cualquier procedencia el corcel realiza la misión de enlazar los dos mundos, el visible y el invisible, circulando con holgura entre ambos, lo que obviamente despierta cierta suspicacia, en nuestros aldeanos el sentimiento es más ambiguo. Casi como si reflejara alguna fijación impresa en el subconsciente colectivo por circunstancias de todos conocidas, desde la época de la Conquista.
+Podrían multiplicarse los vínculos con los moldes seculares, pero aquí quiero referirme sólo a uno. Como lo han establecido los estudiosos, durante el siglo X los bardos célticos que emigraron de Irlanda al continente europeo, crearon, con la divulgación de sus romances y leyendas, el clima propicio para el fortalecimiento del cuento occidental, que sirvió de base al ciclo artúrico. Pues bien: en esa fuente germinal son comunes, lo mismo que en Las mil y una noches, las metamorfosis del héroe para engañar a sus enemigos y escapar de sus persecuciones. He comprobado que la serie de mutaciones contenidas en un cuento galés tomado de un manuscrito del siglo XIII, transcrito por Joseph Campbell en su obra El héroe de las mil caras, efectuadas las respectivas equivalencias coincide casi exactamente con las de una de las historias recolectadas por mí. Dice así la del país de Gales:
+«… Cuando él la vio se convirtió en liebre y huyó. Pero ella se convirtió en lebrel y estuvo a punto de alcanzarlo. Entonces él corrió hacia un río y se convirtió en pez. Y ella lo persiguió bajo el agua convertida en nutria, hasta que él se vio obligado a convertirse en pájaro y volar. Y ella, bajo la forma de halcón, lo siguió y no le dio descanso. Y cuando estaba a punto de apresarlo, él descubrió un montón de trigo en un granero y se convirtió en uno de los granos. Entonces ella se convirtió en una gallina negra, escarbó el trigo, encontró el grano y se lo comió».
+En el vocabulario de Margarita Parra las trasformaciones son estas:
+«… Entonces el caballo se convirtió en un anillo y la muchacha se lo puso en un dedo. Cuando el mago fue a quitárselo, ella estuvo rápida y lo botó a un pozo. En el agua el anillo se volvió una sardina, y el mago un pescado grande. Empezaron a peliar y peliaron hasta que se cansaron. Entonces salieron del agua y la sardina se volvió un granito de máiz, y el mago se volvió un gallo pa irle a echar pique. Pero cuando menos acuerda, el grano se volvió un zorro. Cuando el gallo estiró el pescuezo, zas, se lo zampó el zorro».
+El final feliz, típico de los cuentos populares como de los infantiles, es indispensable y no puede escamotearse. Constituye la razón de ser de lo expuesto, la lección impartida soterradamente pero que implica, según el pensamiento de Campbell en el libro citado, «la trascendencia de la tragedia del hombre». O sea que, en conclusión, el cuento popular se asimila a la historia del ascenso del alma a la cumbre mística, donde recibe la recompensa soberana por haber perseguido hasta la muerte los valores que justifican haber nacido.
+«Las altas torres del humo», el primero de los cuentos incluidos en el presente tomo, recuerda en su comienzo varias historias de Las mil y una noches, en las cuales la figura del pescador —tan repetida en los cuentos orientales al decir de Cansinos Assens, prologuista y traductor de esa obra en la colección de la Editorial Aguilar— simboliza a quien, comunicado con el más allá, se dispone a recibir lo que este quiera mandarle. Para el de «Las altas torres» se repite por tres veces, como es lo usual, la oferta que le promete la riqueza. El pescador indaga qué debe entregar en cambio, ya que todo logro implica un pago. Los encantadores que ofrendan tesoros por la posesión de un ser humano abundan asimismo en Las mil y una noches.
+La originalidad de la versión boyacense se centra en el comportamiento de los personajes. Las reflexiones del hijo del pescador, al quedarse solo en el palacio encantado, son realistas y personales, como las que se formularía la misma narradora Margarita Parra al encontrarse por azar en situación semejante. Cuando pasados siete años el muchacho regresa al hogar, no lo reconocen sus padres. Tampoco sus hermanas, con lo cual se introducen elementos nuevos para provocar el alejamiento de la encantadora: una vela y una caja de fósforos. Los padres dan posada al hijo, aun sin saber que lo es, y prestan atención especial a la cabalgadura, que desenjalman y echan al potrero. Antes, al manifestar el pescador que «ha entregado su hijo a una voz», la narradora obtiene sin sospecharlo un verdadero acierto expresivo. Después la voz encarna, automáticamente y omitiendo toda explicación, en «la encantadora».
+Es notorio el parentesco de «Las altas torres del humo» —título de la exclusiva invención de Margarita, que por cierto saboreaba como consciente de su belleza— con La bella y la bestia, de Charles Perrault, sobre todo en la prohibición de mirar al ser dormido junto al protagonista. Pero aquí, al romper el veto y encender la vela suministrada por las celosas hermanas, el muchacho no encuentra a un monstruo horripilante sino a una mujer hermosísima. En castigo por su desobediencia, la encantadora, que defiende esforzadamente su virginidad, como se desprende de los episodios ocurridos después con la aguilita, conduce a su enamorado a lo alto de una montaña —«un montañón», especifica la contadora—, donde permanecerá hasta que tenga «la barba al pecho», buena medida para dar indicio de que ha alcanzado la madurez. Enseguida se anudan otras aventuras, como si se tratara de un relato diferente aunque muy bien amalgamado con el principal, según procedimiento repetido en estas historias.
+No faltan sin embargo las incongruencias. ¿Por qué el padre de la encantadora la encierra cada noche bajo siete llaves, cuando ella ha sido una criatura libre, que anteriormente dormía junto al mancebo en el palacio de la laguna? A Margarita, tan escrupulosa de ordinario en no dejar cabo suelto, ese detalle la tiene sin cuidado. Cuando se reúnen nuevamente los enamorados, la mujer reacciona como una virgen —la diferencia de sexo entre los protagonistas del cuento de Perrault y los de Margarita es definitiva en su psicología—. Entonces llama al padre en su auxilio, aunque desde luego ha reconocido a su antiguo pupilo. Quizá busca inconscientemente aumentar los obstáculos para la realización de su amor, como si presintiera que desembocará en el parricidio.
+A fin de entender por lo menos en parte la insensibilidad a este respecto de ambos amantes, habría que considerar la fecha original del cuento, probablemente inventado en la época feudal, cuando los padres ejercían el derecho de vida o muerte sobre su prole, que para liberarse apelaba a veces al crimen. —El viejo, no obstante los cuidados y mimos prodigados a su hija la amenaza con «la pena de la cabeza» por el simple hecho de despertarlo en la noche tres veces seguidas. Con mayor razón no habría descansado hasta lograr la destrucción de los enamorados, de haberse enterado de su pasión, sin que bastara para salvarlos el poder de la patita mágica conseguida por el joven como premio a su bondad con los humildes—.
+Pero es que además la simbología del parricidio, como imperativo para romper con el pasado y emprender vida nueva, desde mucho antes de Freud se registra en los relatos arcaicos. Campbell anota en El héroe de las mil caras:
+«… Cuando el niño sobrepasa el idilio con el pecho materno y vuelve a enfrentarse con el mundo de la acción adulta especializada, pasa espiritualmente a la esfera del padre, que se convierte para su hijo en la señal del trabajo futuro, y para su hija, en el futuro marido. Lo sepa o no, y sin importar cuál sea su posición en sociedad, el padre es el sacerdote iniciador a través del cual el adolescente entra a un mundo más amplio. Y así como antes la madre ha representado el “bien” y el “mal”, ahora eso mismo es el padre, pero con esta complicación: que hay un nuevo elemento de rivalidad en el cuadro: el hijo contra el padre por el dominio del universo…»[8].
+En varias narraciones de El pueblo relata, de José Antonio León Rey, se pide al héroe que actúe como repartidor de objetos dotados de facultades extraordinarias, llegados casualmente a manos de quienes no los aprecian lo suficiente. En una de esas historias, titulada «La sirenita del mar», el hijo de un pescador es entregado a una sirena, igual que en «Las altas torres del humo». Tiempo después varios animales exigen del muchacho el reparto justiciero de una res, lo que se efectúa proporcionalmente y a completa satisfacción. No obstante, la trama de «La sirenita» conduce a un desenlace totalmente distinto al del cuento de Margarita.
+Lo más curioso de «Las altas torres» consiste en la existencia de un «doble yo», representado por el huevo colocado en la cabeza de la serpiente, del cual depende la conservación de la vida del padre de la encantadora. Es el tantas veces citado Campbell quien menciona, al hablar de las imágenes de indestructibilidad, «un alma externa no afectada por las pérdidas y heridas del cuerpo presente, que existe a salvo en algún lugar apartado». Así también la vida del personaje de Margarita Parra permanece a salvo mientras el huevo no se rompa, lo que emparenta extrañamente el cuento boyacense con la declaración efectuada a Campbell por un brujo, ese sí de carne y hueso, quien le manifestó: «Mi muerte está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En este mar hay una isla y en la isla crece un roble verde y bajo el roble hay un cofre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en la liebre un pato y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo rompa me matará al mismo tiempo»[9].
+En parangón con lo anterior, el padre de la encantadora de «Las altas torres» le dice a esta: «Ah, mijita, ujum… ujum… para que yo me muera tienen que ir a la hacienda de un rey a donde va una serpiente a comerse las terneras, y el que la mate y le saque un güevo que tiene en la porra y venga y me lo espiche en la frente, así sí, entonces me muero».
+Para terminar los apuntes sobre esta narración hay que señalar la gracia de expresiones gráficas, que le confieren una nota persuasiva y realista: «Buscó debajo de la cama y encontró que la plata era tanta que empujaba p’arriba las tablas», «Si la quiere vaya cójala usté misma porque yo no voy a buscar a un animal resabiao de la montaña», etcétera.
+La enfermedad como pretexto para librarse de un importuno es recurso al que se apela no sólo en el cuento picaresco «La viuda», incluido como segundo de esta colección, sino en otro muy diferente, «El príncipe peliador», que también se recopila. En ninguno de los dos experimentan el menor escrúpulo las mujeres que lo utilizan, lo que contrasta con la limpieza de conciencia de que da muestras el tentador en el mismo relato. Primero aconseja al marido engañado no probar la chicha de Juanacaliente, a pesar de no ignorar que, si lo hace, quedará más fácilmente a su merced. Y después reacciona como un pariente indignado que ha advertido a tiempo a un menor de edad las consecuencias funestas de su desobediencia.
+Cometida la falta, el espíritu maligno se considera autorizado para proponer al infractor la compra de su alma, negocio muy practicado en las leyendas occidentales como ya se dijo. Por su parte, el marido oye la oferta con la calma de quien se enfrenta a algo fatal, que no está en su mano evitar.
+La canta a cargo de la viuda en el jolgorio organizado, tan pronto como se ausenta el marido, desborda intención y malicia y podría figurar a maravilla en las series donde se muestra esa vena popular, al igual que la respuesta del maligno. Con una sola frase: «la rochela del baile y de la cantazón», se describe perfectamente la alegría reinante. Cuando la narradora refiere que al amanecer «echó a salir la gente», no se necesita más para imaginar el desfile de las tambaleantes parejas a la hora en que los gallos empiezan a cantar. El final de «La viuda» carece de moraleja, como es la regla en el auténtico cuento popular, más dado a reflejar la vida que a encauzarla, y ubica a los personajes en una estampa plástica y divertida muy rara en nuestro folclor. A pesar de la intervención diabólica —o ¿por eso mismo?— el relato es un ejemplo de realismo bocacciano casi sin ejemplo entre nosotros.
+Con base en los cuentos populares conclusiones sobre la idiosincrasia de nuestros campesinos. El hecho de que en el tercero de los cuentos recogidos, «El compadre rico y el compadre pobre», estos, después de que el segundo queda ciego a causa de la maldad del primero, compartan, sin embargo, y con la mayor naturalidad, los alimentos que han llevado al paseo y se separen como buenos camaradas, ¿qué está indicando?, ¿alude a la resignación ancestral de los desheredados de la fortuna, que se someten a las mayores vejaciones como si fuera «lo que tiene que suceder»? En cambio los animales sí reaccionan para castigar al mal compadre y restablecer los fueros de la justicia, tan mal parada por la conducta del que no sólo ha intentado una vez la perdición del otro, sino que demuestra contumacia en su pasión.
+La circunstancia de existir varias versiones del mismo argumento —verbigracia, las reunidas por León Rey en su libro citado—[10], permite compararlas, con ventaja a mi entender para la nuestra. En esta se contrapone sutilmente el compadrazgo tan mal vivido por los dos hombres, con el alegre y servicial de las aves charlatanas, que se cuentan historias a fin de amenizar la larga velada. —El malestar de estómago padecido por el chulo se explica, según una de las versiones de León Rey, por los hartazgos debidos a la muerte de gente y animales en el pueblo sediento—. El compadre del chulo es un jóbito, ave hasta ahora desconocida en el folclor colombiano. Cuando interrogué por ese motivo a la narradora campesina, me contestó con otra historia, según la cual el cuervo sacado del arca por el patriarca Noé, a fin de averiguar si había terminado el diluvio, era de color blanco y se llamaba jóbito. Por no cumplir la comisión encomendada, y preferir quedarse a su placer en la tierra ya seca, fue trasformado en chulo. Al parecer en el departamento de Boyacá se conservaron sin embargo algunos ejemplares, descendientes del jóbito del arca antes de que se efectuara el cambio de color y de nombre.
+En los convenios llevados a cabo entre el compadre pobre y los «reyes» de los dos poblados, a fin de instalar el servicio de agua y mejorar la salud de la princesa, se nota el recelo característico de los aldeanos, que los induce a tomar precauciones y dejar desde el principio bien aclaradas las cosas. Sobre los alimentos y su preparación, Margarita, como cocinera que es primordialmente, cita hasta el tiempo requerido por la cocción. En cambio olvida el nombre de la planta que devuelve la vista al ciego y sana a la princesa, dato consignado en una de las versiones de León. Es la «suelda consuelda», citada por Mutis en su Diario de observaciones y usada todavía en medicina popular en Colombia.
+El cuento de «El compadre rico y el compadre pobre» encierra mucho más de lo imaginado a primera vista. La reiteración exacta de la fórmula para preparar la gallina y despresarla, pronunciando iguales palabras, antes de cometer la agresión física, recuerda una especie de acto ritual con derramamiento de sangre. La satisfacción del deseo innato de apoderarse de los secretos de las aves mediante la posesión de su lenguaje, ostenta también trayectoria antiquísima en las leyendas de todos los países. En cuanto a la ausencia de sorpresa una vez que esto se produce, constituye la prueba de haber ingresado en un ámbito mágico donde nada asombra y todo se realiza. Por último, el anhelo de disfrutar de un reparto equitativo de las riquezas, hasta ahora negado a los seres humanos, es una constante marcada en la mayoría de los relatos, empezando por el de «Alí Babá y los 40 ladrones».
+En nuestra quinta narración, «La mujer y la gata», abundan reminiscencias de aquel ejemplo graciosísimo del Infante Juan Manuel en El conde Lucanor, sobre «el doncel que casó con mujer brava», tema del cual, según se dice, tomó Shakespeare el argumento de La fierecilla domada.
+Entre nosotros, y en la versión de Margarita Parra, la mujer no padece de ira sino de pereza, y aunque el marido, a fin de impartirle una lección lo bastante contundente como para que no la olvide, se ve obligado a castigar a una inocente gata, al menos no la sacrifica como sí lo hace con su caballo el doncel del Conde Lucanor. Aquí la pariente de Micifuz apenas si recibe una que otra caricia de las muchas sembradas por el desesperado esposo en la espalda de la mujer comodona y descomedida.
+En tan breve relato se destaca la práctica sabiduría del pueblo, trasmitida por algún casi contemporáneo de don Juan Manuel a sus oyentes de tierras americanas, que estos asimilaron con el trascurso del tiempo hasta injertarla en la mollera de un simple «maestro» de albañilería. Simple sin duda pero deseoso de zanjar su problema por medio de un procedimiento enérgico y a la vez indirecto y diplomático, para corregir el mal sin perjudicar su matrimonio, que quiere salvar a toda costa.
+Por comentario del doctor Eduardo Mendoza Varela he sabido que en Guateque circula una variante del mismo argumento de don Juan Manuel, sobre la mujer brava y el animal expiatorio. Esta, con el papel desempeñado por la gata, no se encuentra en ninguna otra colección colombiana.
+Una primera lectura de «La mayorcita» lleva a suponer que, por su sencillez, no hay lugar a muchos comentarios. Pero, después se revela su interés, empezando por la sagacidad narrativa con que Margarita menciona en un principio, y como de pasada, la belleza de los «cabellos de oro» de la niña, clave del relato, para continuar acentuándola en un crescendo muy bien graduado, hasta conseguir que, desplegados al sol en la laguna, adquieran su definitivo prestigio a los ojos del príncipe.
+De los seres acuáticos que pueblan el universo de la fantasía, el más célebre es «La sirenita», de Andersen. Provistos o no de cola, aparecen y desaparecen en Las mil y una noches, siempre con la particularidad de su afición a los humanos, aunque sin perder tampoco la costumbre, cuando se remontan a la superficie, de volver a visitar sus antiguas querencias.
+En «La mayorcita», la protagonista, a más de dormir en la laguna suele sumergirse en sus ondas «endespués de lavar». La narradora añade que «pu’allá duraba harto rato». Menos mal que nada indica su pretensión de inducir al príncipe a habitar debajo de las aguas y que, al final, distraída de ese hábito gracias a sus amores, se humaniza por completo.
+El calificativo de «mayorcita» para la vieja, siempre en diminutivo en boca de Margarita, lo mismo que expresiones como «cuando la vido bien, bien», o que «esperara hasta que ella se muriera, que sería presto», traen un eco del casticismo español que se quedó enredado en las breñas boyacenses.
+La unión de dos famosas historias: «Piel de asno» y «La Cenicienta», ambas de Perrault, conforman la argamasa de este relato. Así como en la primera la princesa se disfraza con la piel del animal para librarse de los peligros que le acarrearía la divulgación de su identidad, en la boyacense la niña de la laguna apela para lograr sus fines al «pellejo» de la mayorcita fallecida, ajustado perfectamente a su cuerpo y sus facciones. El ardid resulta más convincente que el del cuento francés. Removible a voluntad como el otro, modifica completamente la personalidad y no parece desactualizado en esta época de los trasplantes no sólo cutáneos sino del corazón y de cualquier otro órgano.
+La pista que en «La mayorcita» se suministra al joven para obtener la extraordinaria revelación, repite el truco de «La Cenicienta» pero reemplaza el zapatito de cristal por el cabello enredado en la peinilla principesca. Los sentimientos del joven cuando lo encuentra, que evolucionan desde la primera sorpresa al amor rendido, se describen con envidiable convicción y economía de palabras: «Ese día el príncipe sacó la peinilla para peinarse y topó el cabello enredado. Se lo echó al bolsillo pensando que de quién sería. Endespués mandó traer su yegua, la ensilló y se fue para la ciudad, a igualarlo con el pelo de todas las princesas pues estaba resuelto a casarse con la que lo tuviera».
+De cosecha de la contadora hay varios aportes, como la advertencia formulada a la niña por la vieja, de no afrontar sin defensa el mundo donde pueden ojearla. O la de la observación sobre la conducta del príncipe, al apartar de la comida «lo primero para ella. Hasta que no comía la princesa no comía él». O la que recalca el sutil cambio en la conducta de los suegros, al contemplar a la nuera cubierta de esmeraldas, cuando le abren los brazos y la llaman «mijitica de mi corazón». Por cierto que los indios muzos veneraban, según cuenta la leyenda, a la diosa Fura Tena, que se vestía de esmeraldas extraídas de las minas y vivía en un palacio fabricado con las mismas piedras.
+«La mayorcita» no ha figurado hasta ahora en las colecciones populares, aunque no faltan algunas reminiscencias en los cuentos recogidos por el doctor León Rey.
+Los perfiles míticos de «El príncipe peliador», el cuento más notable de esta colección, se manifiestan desde el primer momento por las aventuras del príncipe que lucha contra los animales, como lo hizo en el comienzo el hombre nómada, obligado a vivir de la caza. Luego viene la prohibición de abrir una de las puertas del palacio donde habita el gigante, la que corresponde al cuarto ocupado por este. Vetos semejantes se encuentran en los mitos más antiguos, en los que también figuran seres descomunales que se relacionan con los orígenes de nuestra especie.
+Cuando surge la pasión amorosa de la madre del príncipe con el gigante, hay un detalle de belleza que impresiona: el corazón de la mujer palpita con más fuerza en el momento en que el hijo se acerca a la casa desde una distancia de siete leguas. El gigante capta el fenómeno sin parar mientes en su poesía, pero aprovechándolo a fin de tomar medidas encaminadas a dar muerte al príncipe, que le estorba para el transcurso feliz de sus amores con la madre.
+El héroe no queda desamparado, sin embargo. Se beneficia con la intervención de un ser investido nada menos que de los poderes de adivino y rey. En esa mediación tiene que ver el amor, pues el príncipe pretende a una de las hijas del mago, la que él escoge libremente y no la que lo busca por orden de su progenitor.
+La leche de la leona, destinada a cumplir un cometido especial y mágico, no puede extraerse sin peligro sino cuando duerme la fiera, lo que hace con los ojos abiertos, aumentando así sabiamente la tensión del relato. El sapo salamandria es otro animal fabuloso, al que el príncipe debe derrotar para apoderarse de sus agallas y demostrar que es el más fuerte.
+Aquí uno vuelve a preguntarse: ¿cómo llegaría a la narradora iletrada, trasmitido por otros contadores igualmente ignorantes, el conocimiento de un bicho legendario —la salamandra— perseguido por los alquimistas y que se creía que podía vivir en el fuego?
+Finalmente la disposición que toma el príncipe antes de someterse al sacrificio dispuesto por los amantes —que él acepta con curioso estoicismo—, sobre la manera como los victimarios habrán de tratar sus despojos mortales y colocarlos junto con su lanza —recuerdo del padre y una manera de tenerlo presente— a lado y lado de la cabalgadura, posee claro contenido simbólico. Lo mismo, las instrucciones para el descoyuntamiento de los miembros, las cuales indican la certidumbre de la vuelta a la vida, al cumplirse un término que con antelación ha sido previsto.
+El horror de que la madre se convierta en coautora del asesinato no se ocultaba a la que me lo narró. Ella misma fue quien me dio la clave, sin sospechar naturalmente que pisaba un terreno legendario: la única forma de devolver la libertad al hijo consiste en que quien le ha dado el ser se lo quite. En este relato la misma madre corta, por así decirlo, definitivamente, un invisible pero sólido cordón umbilical. Saldada la deuda le está permitido al príncipe impartir justicia. Tal vez la solemnidad que reviste aquí el matricidio, cuyo contraste se advierte con la manera calculadora de que da muestras la hija en «Las altas torres del humo», al atentar contra su padre, se explica porque en el mito primitivo se presentan los valores esenciales, no así en las figuraciones sucesivas, ya contaminadas.
+La reanimación del cuerpo mediante la aplicación de las unturas milagrosas cobradas a los irracionales remonta asimismo a las leyendas originales.
+Se conocen cuentos nacionales que hablan de brebajes como la leche de la leona, y de combates con fieras, pero ninguno alcanza las repercusiones ni la interesante urdimbre de «El príncipe peliador». Para don Ernesto Volkening, quien tuvo ocasión de oírlo en mi grabación años antes de su muerte, su sabor arcaico se unía a las leyendas de Osiris y Dionisos, cuyos cuerpos cortados en pedazos se diseminaron por la tierra y resucitaron posteriormente según las mitologías egipcia y griega.
+En nuestros cuentos populares no falta, como no podía ser de otra manera, el tema del agradecimiento de los irracionales. En «El bobito» lo manifiestan el perro y el gato, cuando se proponen descubrir a cualquier precio el paradero de la sortija de su amo, único medio para este de salvar la vida y reconquistar su felicidad.
+A los anillos se les atribuye el poder de favorecer a quien los porta. La sortija más famosa es la que fue propiedad del rey Salomón. Entre esta y la que Margarita muestra en «El bobito» hay la curiosa coincidencia de haber sido perdidas ambas y reencontradas en el vientre de peces de color blanco y negro. En lo tocante a la sortija de Salomón, suministra el informe R. Cansinos Assens, a quien ya cité como prologuista y traductor de Las mil y una noches.
+En «El bobito» es significativo que el anillo pertenezca primero a una serpiente, emblema de la sabiduría y la astucia. Por cierto que en su trato con esta el protagonista, al negarse a «meterle los dedos entre la jeta», se libra probablemente de la mordedura fatal y demuestra que no es tan pobre de espíritu como quiere hacerlo creer el título. Protege al perro y al gato abandonados por sus antiguos amos, con lo que compra su solidaridad. Al final espera que sean las cinco de la mañana para que el anillo le devuelva a los insidiosos amantes, como si adivinara lo que sucede a esa hora entre ellos, a lo cual se deberá el sumario castigo impartido por el padre.
+Técnica interesante de la narradora es la de omitir detalles cuando un acontecimiento puede averiguarse de manera indirecta e inequívoca. Así, al localizar los animales a la mujer adúltera, Margarita se limita a decir que «despertó la señora princesa y despertó el novio», con lo cual queda establecido el estado de la relación amorosa. Hay ironía subyacente al otorgar a la mujer el título de «señora princesa», y el de simple «novio» al amante. En esta narración la esposa paga con la vida su infidelidad, sin que nadie recuerde que ha sido leal a su primer amor, el que tenía, como en el romance, «al otro lado del río».
+Otro relato, «El mago de los libros», se distingue del famoso «Aprendiz de brujo», aunque su tema es similar, gracias a que el poder adquirido por el neófito al adueñarse de los secretos de su amo no se utiliza en beneficio propio ni para divertirse a costillas de otro. Quizá por esto el muchacho triunfa en su empresa de ayuda filial, al revés de lo que ocurre al pícaro aspirante, en la leyenda tradicional.
+Como en los restantes cuentos de Margarita, no faltan aquí los términos y las precisiones que lo colombianizan. El día de mercado es el domingo, al igual de lo que se practica en la mayoría de nuestros pueblos. Para entonces necesitan los campesinos disponer de dinero con qué «hacer la semana», según la gráfica expresión de la contadora, pues de lo contrario carecerían de víveres en seis días consecutivos. Luego, en la venta, cuando llega el mago, pide «un gran almuerzo y cerveza», con lo que demuestra, según el criterio pueblerino, su buena situación económica. La muchacha que lo atiende va al pozo a traer agua en un perol, como es la costumbre de las campesinas. Por cierto que le parece lo más natural oír hablar a un caballo —se lo explica diciéndose simplemente que el animal tiene sed—, y que, acto seguido, pierda su figura corporal y se metamorfosee en un anillo. Cuando el zorro se traga al gallo, Margarita utiliza los verbos castizos y exactos: «Cuando el gallo estiró el pescuezo, se lo zampó el zorro».
+De este tema tampoco existen variantes en nuestras colecciones populares.
+«La mujer y el diablo» pertenece a la serie de cuentos bocaccianos de Margarita, como «La viuda». El doctor León Rey en El pueblo relata trae «Un negocio con el diablo», versión casi igual de este mismo argumento. Pero allí la mujer se limita a aconsejar al marido que se confiese con el señor cura, y es este el que brinda la solución, consistente en que la esposa se vista con las ropas sagradas: estola, roquete y alba, y que así se presente al demonio, caminando en cuatro patas. En esa forma destruye lo que puede de la sementera y el diablo huye asustado por lo que considera un extraño animal, cubierto con las vestiduras sacerdotales.
+El deseo de edificar a los oyentes, notorio en esta variante —más reciente que la de Margarita— cae en el extremo opuesto al que se busca. La mujer adopta una postura humillante para los signos que porta, mientras que, precisamente por su naturalidad y picardía, la emplumada de nuestra versión se salva de la censura.
+La descripción del estado de la siembra, y del trabajo realizado por el demonio para cumplir su parte del pacto, es la de quien conoce a fondo esas labores por haberlas ejecutado personalmente. Cuando dice la narradora que «a cambio del alma él le cuidaba el maíz para entregárselo seco», está contemplando mentalmente y con embeleso el panorama de la cosecha esperada y lograda.
+El hijo del par de casados que figura en otra de las narraciones, la titulada «El jugador y el diablo», encarna a quienes, aunque dueños de brillantes cualidades, escogen la línea más fácil y se entregan a un vicio. Pero la rudeza del camino que les toca recorrer los corrige y les enseña a trabajar y encontrar la felicidad.
+Como en los demás de la serie tipificada por los hijos que abandonan la casa paterna para buscar fortuna, en «El jugador y el diablo» abundan las aventuras, aquí un tanto desperdigadas aunque siempre vistas desde un ángulo medroso y cuajado de premoniciones, que no cede hasta el fin. El diablo es el dueño de una finca en la que se emplea el muchacho. Al igual que todos los personajes encumbrados de estos relatos, vive como gamonal del pueblo y se «echa a dormir» a continuación de un viaje que le ha acarreado buenas utilidades. Pero se halla casado con mujer que se compadece del joven al que desea ayudar por lo cual le muestra la manera de burlar las tretas urdidas por el terrible caballo de su marido.
+Según costumbre, la narradora no prescinde de los detalles prácticos que enriquecen su relato. En la casa infernal, el orden de las comidas es riguroso. Todo sucede a sus horas. Al aproximarse la terminación, se imita perfectamente un diálogo en una tienda de pueblo, cuyo resultado negativo irrita y ofende al presunto comprador. El demonio, sorprendido por la forma como el héroe se libra del ataque traicionero del caballo, para concluir de una vez lo conduce a la siniestra torre, donde un buitre roe los huesos de los muertos, como en los relatos terroríficos de Las mil y una noches. Cuando, después de haber escapado del infierno, el protagonista se encuentra con Juan, personaje indefinido e irreal aunque dotado por excepción de nombre propio —lo que parece conferirle el papel de enviado providencial— se ocupa de lavar los caballos y de ejecutar las tareas propias de una finca, a las que Margarita asigna especial importancia.
+En la finca el muchacho conoce a la mujer-pájaro, de la misma estirpe de las que figuran en el relato de Menaru-Sunna y el príncipe Hasán, en la tan citada colección de cuentos orientales. La diferencia consiste únicamente en que en aquel, en lugar de aletas, la princesa se vale de un traje de plumas para poder volar. Su madre es una ogresa.
+La protagonista de «El jugador y el diablo» quiere vengarse de su enamorado en igual forma que Menaru-Sunna lo hace de su amante, quien —afirma el comentarista Cansinos Assens— «la hizo suya valiéndose de un ardid, con malas artes, pues le quitó su traje de plumas y así la incapacitó para la huida».
+En el relato de Las mil y una noches, la joven, durante su permanencia junto al seductor, tiene un hijo, lo que no sucede en «El jugador y el diablo». Pero Menaru-Sunna también se arrepiente de haber dejado a su amante, por «las afrentas y torturas físicas que su hermana le inflige». En el cuento boyacense, es la madre la responsable del cruel trato sufrido por la prisionera. Ogresa, agola o vampira, representa a la clásica chupadora de sangre humana, superstición universal que no podía faltar en esta serie de cuentos colombianos.
+Del cuento «El sirenito» surgen, no obstante su ingenuidad, algunas ideas como las siguientes:
+La fórmula inicial: «Había un par de casados que eran reyes», común a casi todas las narraciones aquí presentadas —como se detalla al comienzo de estas páginas— concuerda con una creencia al parecer muy arraigada en la contadora, y tal vez unánime en los campesinos: la de que toda pareja de hombre y mujer unida en verdadero matrimonio es como si ocupara un trono real. En «El sirenito», la confirmación de que se trata de un hogar bien constituido y feliz la dan las doce hijas y el hecho de que «las pusieron a todas en el colegio», anhelo recóndito este último de la gente de campo, que por desgracia pocas veces se realiza.
+En su camino al centro de enseñanza —que se entiende quedaba retirado del rancho— las niñas tropiezan con un «sirenito», personaje nuevo en la ficción popular aunque con el antecedente mitológico de los tritones hijos de Poseidón. El cuento no explica si posee la peculiaridad de sus hermanas sirenas respecto a la cola, pero es posible que no. Tampoco desea imponerse merced a recursos excepcionales, sino únicamente conseguir una buena compañera para compartir con ella sus inmersiones. Por su manera de ser dulce y simpática merece el diminutivo que cariñosamente le aplica Margarita. Su hermosa fórmula para proponer matrimonio: «¿Tienes gusto y voluntad de casarte conmigo?», quizá es la que emplean en sus declaraciones amorosas los aldeanos.
+La terrible decisión de atar a la niña y ordenar a los soldados que efectúen un «descargue» para matarla, prueba hasta dónde se considera, o se consideraba en el campo, la vida de los hijos como propiedad exclusiva de los padres.
+«Los niños y la virgen», el cuento que viene a continuación, es otra variante de «El pájaro que habla, el árbol que canta y la fuente de oro», una de las narraciones más poéticas y divulgadas de Las mil y una noches.
+Pero, mientras que en el relato oriental el califa Harún-al-Rashid espía a las doncellas y así se entera de sus deseos con respecto a sus bodas, en el nuestro las muchachas no se andan con ambages y son ellas las que van «en derecho del rey» a proponerle matrimonio. Con sabiduría muy femenina, la primera joven ataca la vanidad masculina y promete al futuro marido el obsequio de un precioso vestido si se casa con ella. La segunda se decide por la gula y esboza un panorama de deliciosos manjares. La menor es la gananciosa porque tiene en cuenta la ternura y promete al rey que será padre, al año justo de las bodas.
+Curiosamente, pues, y vale la pena hacerlo resaltar, la mujer sin pulimento y casi primitiva que es Margarita Parra, menciona sin omitir ninguna, las tres armas principales utilizadas en el pasado por sus hermanas de sexo, con el fin de ejercer sobre sus compañeros el sutil dominio que daba a estos la sensación de mandar y de que todo marchaba como era debido, para el logro perfecto del bienestar hogareño.
+Sin embargo, en esta versión no faltan las incoherencias. Se ignora por ejemplo el motivo que impulsa a la comadrona y a la «muchacha de servicio» a atentar contra la reina y sus hijos. Si obran por consejo de las envidiosas hermanas, estas ya han desaparecido de la escena por esas calendas. Al involucrar en el crimen a la criada, la contadora Margarita parece ser víctima de una influencia del medio ambiente, que ella acepta sin beneficio de inventario en perjuicio de sí misma y de su clase.
+Las pruebas impuestas por el jardinero del palacio a los niños son típicas de muchos relatos populares que todos recordamos. Pero con ellas el adversario de los chiquillos obtiene un resultado contraproducente para sus malas intenciones. La presencia de las víctimas y la gratitud por los servicios que le prestan, despiertan en el rey el cariño paternal aún antes de ocurrir la revelación que aquí compete a la Virgen y en el cuento de Las mil y una noches al pájaro encantado. Esa preparación para lo que va a suceder constituye un acierto psicológico, ausente de las demás versiones, incluidas las que contiene El pueblo relata, de León Rey.
+Muchas veces me he preguntado por el significado de los tres «cantíos» del pajarillo posado en el manzano, que se escuchan al final del relato con intervalos de media hora. Quizá equivalen a los repiques de las campanas para anunciar la misa, lo que se justificaría por tratarse de la aparición de la Virgen, que ha salvado milagrosamente a los muchachos.
+En la recopilación del doctor León Rey se encuentran varios episodios de una serie muy divertida y abundante: la comprendida por las aventuras de Tío Conejo o Mano Conejo, ya nombradas en la parte correspondiente a «Generalidades».
+Desafortunadamente Margarita no poseía un buen repertorio de este tema. En la única muestra que nos suministró, titulada «El Compadre Conejo», se confunden en un solo relato, presentado en su desenfadada crudeza original, los episodios que León Rey narra con los títulos de «Las argucias y el conejo», «El zorro y el conejo» y «El león y el conejo».
+«El mago de la peña», el último de los cuentos de la colección, empieza con las consabidas proposiciones matrimoniales, formuladas en este caso por un mago negro a tres hermanas. La menor —como siempre ocurre— acepta. El pretendiente es un hombre misterioso. Vive completamente solo en la montaña. Que además sea negro puede indicar cierta discriminación hacia la raza de color, latente en la región boyacense, si bien es cierto que la conducta posterior del mago, al regalar a su mujer un traje de oro y, luego, la varita de las virtudes, proclama su esplendidez y que se halla por encima del nivel común de la gente.
+La total dependencia de la mujer boyacense respecto a su marido resalta cuando este, ofendido por la desobediencia de ella al demorarse en la casa paterna un término mayor que el autorizado, la despoja del famoso vestido y, sin más, la echa a la calle. Sin embargo, tampoco es tan insensible como para dejar a la esposa sin ninguna defensa. Le regala la varita, con la cual la mujer consigue llevar una vida tranquila en el pueblo.
+Allí, dando muestras de gran independencia, similar posiblemente a la de muchas campesinas contemporáneas de la narradora, las que, al encontrarse en parecidas circunstancias, se «liberan» sin mayor alharaca, descarta ir a refugiarse al lado de sus padres. Establece por su cuenta un negocio que, supuesta la especialidad cocineril de Margarita, no puede ser otro que la preparación y venta de comidas. A la fonda va la clientela a «gastarle» lo que gana en la semana. Como la dueña es joven, rica y buenamoza, los enamorados no le faltan. Al ver que la persiguen tres varones de una misma familia se vale de la varita mágica, y especialmente de su ingenio y decisión, para burlarse de ellos. La manera como lo lleva a cabo recuerda lejanamente el famoso romance de la infanta hija del rey de Francia, la cual, cuando viajaba sola por los caminos, se topó con un caballero que la requirió de amores. «La niña desque lo oyera / díjole con osadía: / —tate, tate, caballero, / no hagáis tal villanía: / hija soy yo de un malato/ y de una malatía; / el hombre que a mí llegase / malato se tornaría».
+En la última historia de Margarita, al fingir la mujer que podría extraviarse «la totuma de medir la miel», si el pretendiente no la coloca en lugar seguro, alude a la bebida nacional, en cuya elaboración entra principalmente ese líquido.
+Un comentarista de Hans Christian Andersen ha opinado, en relación con el estilo del escritor danés, que «en su sencillez engañosa, era en realidad de una transparencia perfecta y en todo adaptado a sus peculiares dotes de visionario». Si hubiera que describirlo de un solo golpe, agrega, se concluiría que el suyo era el estilo «de los narradores populares, con quienes tenía la misteriosa afinidad de ser como “el uno solo” en que todos ellos vienen a fundirse bajo la cohesiva presión del amor y los muchísimos años». Con todo y su pequeñez, Margarita Parra, la analfabeta contadora de cuentos, logra introducirse en esa unidad regia, gracias al amor que da vida a lo que toca.
+ELISA MÚJICA
+[7] En la obra Montañas de Santander, el historiador Enrique Otero D’Costa cita varios romances en boca todavía de los campesinos santandereanos y cuya letra consta textualmente en los Cronistas de Indias.
+[8] El héroe de las mil caras, Joseph Campbell. Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1959, págs. 127-128.
+[10] El pueblo relata. José Antonio León Rey, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, pág. 82.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que tenían tantos hijos. El marido era pescador y todos los días se iba a pescar a una laguna.
+Un día, después de durar mucho tiempo pescando, no encontró nada. Se puso triste y dijo en voz alta:
+—Hoy no topé nada. Quién sabe cómo será para mantener a mis hijitos y a mi mujer.
+Entonces agachó la cabeza y oyó una voz que le propuso:
+—¿Qué me da y lo hago rico?
+Pero el hombre no entendió. La voz repitió:
+—¿Qué me da y lo hago rico?
+El pescador se enderezó y atisbo pa lao y lao y no vio nada. Volvió a agacharse como si fuera a pescar y la voz le dijo por tercera vez:
+—¿Qué me da y lo hago rico?
+El pescador volvió a enderezarse y entonces preguntó:
+—¿Qué quiere que le dé pa que me haga rico?
+La voz le contestó:
+—Deme su hijo mayor. Me lo trae aquí, al pie de la laguna, dentro de tres días. Y ahora váyase para su casa y atisbe debajo de su cama.
+El hombre se fue. Buscó debajo de la cama y vio que la plata era tanta que empujaba p’arriba las tablas. Inmediatamente sacó unas puñadas y se las entregó a la mujer para que fuera a comprar alimentos y ropa para los niños.
+Cuando se cumplieron los tres días llamó al hijo mayor y le dijo:
+—Vámonos, mijito, que me comprometí a llevarlo al pie de la laguna para entregárselo a una voz que me ofreció hacerme rico si se lo llevaba.
+El muchacho le contestó que muy bien, que se fueran.
+Cuando llegaron a la laguna vieron un caballo que la encantadora ya tenía listo. El pescador oyó la misma voz de la vez pasada, que le dijo:
+—Cumplidos siete años le mando el niño para que vaya a visitarlos.
+El papá montó al niño en el caballo y vio cuando empezaron a abrirse las aguas de la laguna, por donde desapareció su hijo.
+Se fue para la casa muy triste.
+El niño llegó a un palacio, que había en el agua. Se desmontó del caballo y dijo:
+—Si aquí no hay quien se pasié, yo me pasiaré.
+Así lo hizo.
+Endespués entró al palacio que era bellísimo. Encima de la mesa vio un libro y dijo:
+—Si aquí no hay quien estudie, yo estudiaré.
+Así lo hizo.
+Pasó mucho tiempo. El muchacho únicamente escuchaba la voz que le decía: «Venga a desayunar», «venga a almorzar» y «venga a comer». Ya por la noche se acostaba y a lo que lo cogía el sueño, la encantadora iba a acompañarlo a la cama. Pero él no sentía nada.
+Cuando pasaron los siete años, una mañanita dijo la voz:
+—Ora[11] siete años me comprometí a mandarlo a visitar a sus papás. A’i afuera está el caballo. Vaya, pero con la condición de que vuelva a los tres días y de que, si van a darle alguna cosa, usté no reciba nada.
+El muchacho montó en el caballo y la laguna fue abriéndosele hasta que salió a lo seco.
+Llegó a la casa y saludó a los papás, pero ellos no lo reconocieron. Entonces les pidió posada y los papás dijeron que sí y lo mandaron seguir p’dentro, desenjalmaron el caballo y lo echaron al potrero. El muchacho les advirtió que no podía demorarse sino tres días, que no era por más.
+Cuando las hermanas lo vieron tampoco lo reconocieron, y se enamoraron de él. El segundo día ya echaron a peliar para ver cuál se quedaba con el muchacho, que era tan buen mozo y sabía tanto. La una decía: «pa yo», y la otra: «pa yo» y que tenía que casarse con alguna.
+Entonces no quedó más remedio sino que él les confesara que era su hermano mayor, el mismo que había pasado siete años en la laguna, desde que el padre lo llevó allá.
+Al saber que era su hermano ellas se propusieron averiguarle la vida, y cuando les contó que no había visto nunca a la dueña de la voz, dejaron que se durmiera la segunda noche y le echaron en un bolsillo una vela de sebo, y en el otro una caja de fósforos, sin que el muchacho se diera cuenta.
+Por la mañana del tercer día el hermano se despidió, los abrazó a todos y se montó en el caballo que ya estaba listo.
+Cuando llegó a la orilla de la laguna, las aguas se abrieron y endespués se cerraron como siempre, y el muchacho entró en el palacio.
+Esa noche se acostó y a lo que lo cogió el sueño llegó la encantadora y se acostó al lado.
+Pero él no podía dormirse porque a lo que se voltiaba le asentaba la vela. Daba un bote por un lado, daba un bote por el otro lado, y entonces le asentaban los fósforos.
+Por fin se enderezó, se sentó, rascó un fósforo y prendió el cabo de la vela.
+Al ver a la encantadora, entre más la miraba más bonita le parecía. No pudo contenerse y se agachó para besarla, pero con el movimiento se ladió la vela y un alucejo cayó en la cara de la muchacha, que se despertó muy asustada y dijo:
+—¿Acaso no te puse la condición de no recibir nada en la casa de tus papás? Ahora te llevo a la mitad de un montañón y me has de encontrar cuando tengas las barbas al pecho. Lo otro que le advierto[12] es que vivo en las altas torres del humo.
+Cuando el muchacho se apercibió estaba entre un montañón. No había nadie por allí. Para mantenerse tenía que comer pepitas de los árboles.
+Endespués de mucho tiempo de caminar, un día topó a unos animales que se disputaban una res. Cuando lo atisbaron le propusieron que la desollara y la repartiera de manera que todos quedaran contentos. Si no lo hacía, se lo comían a él.
+El muchacho les obedeció. Desolló la res y les dio a los más grandes más harto y a los más chiquitos más poquito, de modo que ninguno quedó descontento.
+En agradecimiento los animales le entregaron regalos, los de pelo, un pelito, y los de pluma, una plumita. Pero la hormiguita, que no tenía ni pelo ni pluma, le dijo:
+—Yo, más que quede cojita, le doy una patica.
+La patica era milagrosa y concedía todo lo que se le pedía.
+El muchacho siguió camino y llegó a una serranía de palos tan apretados que no se podía pasar. Entonces dijo:
+—Patica, patica, por la virtud que Dios te dio, volveme[13] una hormiguita.
+Así fue. Como hormiguita sí pudo pasar al otro lado. Allá dijo:
+—Patica, patica, por la virtud que Dios te dio, volveme una aguilita y llevame a las altas torres del humo.
+Se volvió una aguilita y llegó al palacio. Fue volando en círculos y poco a poco bajó hasta el jardín de la encantadora, que lo vio y le dijo al papá:
+—Papacito, papacito, llegó una aguilita. Cójamela.
+El papá le contestó:
+—No sea niña importuna. ¿Cómo quiere que se la coja si esos animales son de las montañas, agrios, y de los que no se dejan domesticar?
+Pero la niña repitió:
+—Papacito, papacito, quiero la aguilita. Cójamela.
+Entonces el papá le hizo caso. Apresó la aguilita, le fabricó una jaula y a’i la echó. Por la noche encerró a la hija detrás de siete puertas, cada una con su llave.
+La aguilita dejó que a ambos los cogiera el sueño y entonces dijo:
+—Patica, patica, por la virtud que Dios te dio, volveme una hormiguita y me ponés en la cama de la encantadora.
+Enestico estuvo allá y volvió a su ser natural. Pero la encantadora, cuando él fue a tentarla[14] pegó el grito:
+—Papacito, papacito, ¡aquí hay un hombre!
+El papá se levantó, abrió las siete puertas con las siete llaves, buscó y rebuscó por cada rincón y no encontró a nadie. Entonces cerró las puertas y se volvió a acostar. Pero antes tuvo cuidado de atisbar la jaula de la aguilita porque algo se le puso. El animal estaba que roncaba en su sitio.
+Cuando la aguilita calculó que los había cogido otra vez el sueño, se convirtió en hormiguita y volvió a la cama de la princesa. Allá, convertida en hombre, echó a tentarla y ella pegó el grito.
+El papá se levantó, abrió las siete puertas y preguntó a la encantadora que dónde estaba el hombre que decía. Como no lo encontró, cerró las puertas y se fue a su cuarto. En el camino atisbó la jaula. A’i seguía durmiendo el águila.
+Ya el papá se había dormido cuando por tercera vez lo despertó la hija.
+Abrió las siete puertas, llegó al cuarto de la niña y le dijo que el hombre que ella nombraba no aparecía por ninguna parte, y que si lo volvía a despertar era pena de la cabeza[15].
+Cuando pasó cerca de la jaula vio que el águila dormía y roncaba que daba gusto.
+Pero el muchacho, apenas calculó que el papá se había acostado y que lo cogía el sueño, ya estaba haciendo lo mismo en el cuarto de la encantadora, que ora no pudo pedir socorro. Esa noche él se la pasó acompañándola hasta que amaneció. Entonces se fue ya de firme pa la jaula.
+Cuando al otro día se levantó el papá, abrió las siete puertas y le dio permiso de salir a la hija.
+Desde entonces la encantadora se la pasaba con la aguilita al hombro para llevarla a todas partes. Si el animal no comía primero, ella tampoco.
+Una noche le dijo el muchacho que convidara al papá y se pusiera a espulgarlo[16], y que cuando lo estuviera haciendo le preguntara que cuándo se moría.
+Así lo hizo ella. Le dijo al rey[17]:
+—Camine, papacito, y yo lo espulgo porque cómo tendrá de animales en la cabeza.
+Estaba en esas y duró harto. De golpe le preguntó:
+—Ah, papacito, ¿y usté cuándo se va a morir?
+—Ah, mijita, ujum… ujum… para que yo me muera tienen que ir a la hacienda de un rey adonde va una serpiente a comerse las terneras, y el que la mate y le saque un güevo que tiene en la porra, y venga y me lo espiche en la frente, así sí, entonces me muero.
+Esa misma noche, cuando el muchacho fue a la cama de la encantadora, ella le contó lo que le había dicho el rey.
+Al otro día dejaron que amaneciera y entonces la aguilita se fue volando.
+La encantadora se quedó triste, pero el águila ya iba llegando a la hacienda del rey. Poco a poco se fue abajando al suelo y apenas se posó sacó la patica y le dijo:
+—Patica, patica, por la virtud que Dios te dio, volveme un hombre.
+Tocó a la puerta del palacio y salió a abrirle un sirviente. Le dijo que necesitaba al rey porque iba a hacerle un trato.
+El rey salió y le preguntó qué trato era, y él le contestó que para matar al dragón que se comía sus animales.
+Ese día el rey había hecho amarrar a una princesa para que se la comiera la serpiente en lugar de las terneras. Así que contrató al muchacho y le dio plazo de tres días para que hiciera lo que había ofrecido.
+El primer día le mostraron el camino por donde bajaba el dragón y le contaron los animales. Endespués lo dejaron solo.
+Por a’i como a las diez vio que llegaba la fiera. Entonces se subió a un palo que había y dijo:
+—¡Ah malhaya un vaso de agua y un bocado de pan caliente y el beso de una doncella para matar a esta serpiente!
+Cuando el dragón lo oyó, se aporrió en el suelo hasta que se cansó. De dar tantas vueltas se emborrachó y ese día no se comió ningún animal.
+Ya era tarde cuando llegaron el rey y el sirviente. Contaron las terneras, vieron que no faltaba ninguna, y se fueron contentos para el palacio. A la noche el rey le dio posada al muchacho.
+Al otro día, a la misma hora, fue a esperar al dragón y se subió al palo. Pero el rey había mandado al sirviente que se quedara con él y le pusiera cuidado para ver qué hacía allá arriba.
+El muchacho, cuando vio llegar a la fiera, le gritó lo mismo que el primer día:
+—¡Ah malhaya un vaso de agua y un bocado de pan caliente y el beso de una doncella para matar a esta serpiente!
+Cuando lo oyó la fiera hizo lo mismo que la otra vez: se aporrió hasta que se emborrachó y no se tragó ninguna ternera.
+El sirviente se lo contó al rey, que dijo:
+—Ya tengo el remedio. Mañana se lo mando.
+Cuando amaneció el tercer día, el muchacho se subió al palo. Pero el rey le había mandado detrás a su hija mayor. Apenas llegó el dragón y el muchacho empezó a decir: «¡Ah malhaya un vaso de agua…», la princesa se lo alargó y le dijo:
+—Aquí está, tómelo.
+Y cuando dijo: «¡Ah malhaya un bocado de pan caliente…», ella se lo dio. Y cuando dijo: «… el beso de una doncella», lo besó.
+A’i mismo la culebra se murió y él le cayó para abrirle la cabezota y sacarle el güevo.
+Lo guardó en la mochila y se fue donde el rey a pedirle el pago que habían convenido. El rey le cumplió y, como no quería dejarlo ir, le dijo:
+—De las tres princesas que tengo, escoja la mejor para que se case con ella.
+Él le dio las gracias pero le contestó que no podía aceptar porque tenía un compromiso en otra parte.
+Caminó todo el día y, como ya estaba cansado, le dijo a la patita que lo pusiera en el jardín de las torres altas.
+Cuando la encantadora vio que por allá volaba la aguilita, le dijo al papá:
+—Ah, papacito, ya volvió mi aguilita.
+El papá le contestó:
+—Ah, niña importuna, si la quiere vaya cójala usté misma porque yo no voy a buscar a un animal resabiao de la montaña. Ya ve que la del otro día abrió la jaula y se fue.
+Entonces la encantadora salió al jardín y la aguilita, a cada vuelta más bajita, al fin se dejó coger.
+Cuando anocheció la echaron a la jaula y el águila dejó que cogiera el sueño al rey y fue a buscar a la encantadora. Hablaron mucho y él le dijo:
+—Mañana convide al rey a espulgarlo hasta que lo coja el sueño, y entonces le espicha el güevo en la frente.
+Así fue. Cuando el rey se murió le hicieron el entierro, lo sepultaron, y endespués ellos se casaron y se terminó el cuento.
+[11] «Ora»: aquí con el sentido de ‘hace’.
+[12] «Le advierto», dice la encantadora después de haber tuteado al joven. En la gente de nuestro pueblo es frecuente, en una misma frase, el cambio de las personas verbales.
+[13] Aquí el voseo se mezcla con el tuteo, como es común en el habla popular.
+[14] En asuntos amorosos, la narradora instintivamente escoge el verbo «tentar», que le suena más carral que tocar.
+[15] «Pena de la cabeza»: pena de muerte.
+[16] «Espulgar»: eufemismo de ‘despiojar’, tarea que en algunos lugares practicaban los campesinos, más como prueba de consideración y afecto que en busca de limpieza.
+[17] El título de rey otorgado al padre, como es la regla en los cuentos de Margarita, aquí sólo se da ya bien adelantado el relato.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que duraron mucho tiempo y que eran muy ricos. Cuando murió el marido, la viuda se enamoró de un fraile.
+Pasado el tiempo le salió un muchacho bueno que le propuso matrimonio, pero ella no quiso. Sacó el pretexto de que en vida de su esposo le daba una maleza tan grande, que no se le quitaba sino con los chirlobirlos que el marido iba a buscarle a la orilla del mar. Para congratarla[18] el joven le prometió hacer lo mismo hasta que se curara.
+Se casaron, pero la viuda no olvidó al fraile.
+Para hacer bodas[19] con él, una noche se fingió enferma de dolor de estómago. Ya era la madrugada. A esa hora el marido tuyo que levantarse y salir a cumplir lo que había prometido antes del matrimonio.
+El viaje entre ida y vuelta duraba tres días. El joven ensilló su caballo, se montó y se fue.
+Apenas se quedó sola la señora le mandó razón al fraile. Que fuera para que hicieran las fiestas en los tres días que el marido tenía que pasar por allá.
+Cuando el muchacho montó en el caballo caminó medio día sin pararse. Iba ya lejos y empezaba una subida. Entonces se le presentó el diablo y le preguntó:
+—¿P’ónde vas?
+El muchacho le contestó:
+—Me voy p’al mar a traerle a mi señora los chirlobirlos que necesita para curarse del dolor de estómago.
+El diablo le dijo:
+—Váyase, pero allá arriba no se demore a tomar chicha en la tienda de Juanacaliente.
+El muchacho siguió camino arriba. Llegó a la tienda de Juanacaliente con una sed tan tremenda que pidió dos vasos de chicha. Se los tomó y se empolvó.
+Montó otra vez en el caballo y empezó a bajar. Pero había una joyada[20] y a’i se cayó y se quedó dormido.
+Entonces volvió a salir el diablo. Desensilló el caballo, lo escondió y colgó la silla de un árbol.
+Cuando el muchacho se despertó era ya la pura tarde. Al ver al diablo lo primero que le dijo fue que le pesaba haberse tomado la chicha. El diablo le contestó que si no se lo había advertido.
+El muchacho le preguntó que si sabía dónde estaban el caballo y la silla, y el diablo le contestó que, si le vendía el alma, se los devolvía, y que además lo llevaba a la casa para que viera cómo pasaba el tiempo su señora cuando él no estaba.
+El muchacho aceptó y el diablo le trajo el caballo y le dijo que alzara los ojos para que viera dónde estaba la silla. Cuando se la bajó, le mandó que los cerrara y lo echó entre un zurrón que puso en el anca del caballo. Y se fueron.
+Cuando el muchacho menos acordó resultaron en la casa.
+El diablo se desmontó y se echó el zurrón al hombro. Gritó:
+—¡Buenas tardes, buenas tardes!— pero nadie lo atendió porque en la casa estaban en la rochela del baile y de la cantazón. Por fin salió la señora y le preguntó que qué necesitaba.
+El forastero le contestó que si le hacía el favor y le daba posada por esa noche, porque su tierra era muy leja y no alcanzaba a llegar y que lo había cobijado la noche, pero la señora le contestó que no, porque todo estaba ocupado y no había sitio para que pusiera el zurrón.
+El diablo insistió y le dijo que por a’i en un rinconcito. Al fin convinieron que lo pondría detrás de unas esteras que había en la sala.
+Toda la noche se pasó en cánticos de la gente. La canta de la viuda era:
+Mi marido está por mar,
+chirlobirlos me ha de trer,
+venga pronto o ya no venga,
+poca falta me ha de hacer.
+El diablo le respondía:
+—Esterones, esterones,
+que están por los rincones,
+oigan estos sermones.
+Así se la pasaron toda la noche hasta que amaneció. Entonces echó a salir la gente. No quedaron en la casa más que la viuda, el forastero con el zurrón, el fraile y un niño que se acurrucó debajo de una mesa.
+El forastero le pidió a la señora que bailara con él un baile. Ella aceptó contenta, pero a cada que daba la vuelta, a él le saltaban chispas de los calcañales.
+El niño que estaba debajo de la mesa se asustó y salió corriendo. En la puerta se puso a gritar que el hombre que bailaba con la señora era el diablo porque botaba por los calcañales chispas de candela.
+Allá adentro cantaba la viuda:
+Mi marido está por mar,
+chirlobirlos me ha de trer,
+venga presto o ya no venga,
+poca falta me ha de hacer.
+Y el diablo le contestaba:
+—Esterones, esterones,
+que están por los rincones,
+oigan estos sermones.
+A los gritos del niño salió adelante el fraile, y el diablo más detrás, y la mujer más detrás, y el marido más detrás, y allá van que corren. Mírelos, mírelos cómo corren.
+[18] «Congratar»: verbo usado por los campesinos boyacenses con el significado de ‘persuadir, convencer’.
+[19] «Hacer bodas»: expresión empleada por los campesinos con el sentido de ‘hacer el amor’.
+HABÍA DOS COMPADRES, el uno rico y el otro pobre. El pobre iba a trabajar a la casa del rico, que una vez dijo:
+—¿Cómo hago pa quitármelo de encima, que viene con los hijos y la mujer y yo no tengo obligación de mantenerlos?
+Por la noche mandó a la señora que le cocinara una gallina porque al otro día iba a convidar al compadre pobre a pasiar por la montaña.
+Así fue. Al otro día, cuando llegó el compadre pobre, vio que ya tenían listo el fiambre p’irse.
+Duraron caminando todo el día pua’i entre la montaña.
+Al fin llegaron a un palo grande donde dormían todos los animales de garra y de pico. El compadre rico le preguntó al pobre:
+—¿Se deja picar un ojo y le doy una presa de gallina?
+El compadre pobre tenía mucha hambre y le contestó que sí.
+El rico le picó el ojo y a lo que se comieron la presa de gallina volvió a preguntarle:
+—¡Ah, compadre! ¿Se deja picar el otro ojo y le doy otra presa?
+El compadre pobre le contestó que sí, que lo hiciera. Entonces el compadre rico le picó el otro ojo y lo dejó ciego. Endespués le dio el segundo pedazo de gallina. Los dos comieron, y el rico, cuando se despidió del pobre, le dijo:
+—A’i lo dejo al pie de ese palo.
+Y se fue para su casa.
+El cieguito tantió para buscar un hueco en el palo y por allá se escondió. Como a las seis de la tarde empezaron a llegar los animales a posar en el palo.
+Un chulo y un jóbito[21] se acostaban juntos porque eran compadres. Una noche el compadre jóbito le dijo al compadre chulo:
+—Voy a contarle un cuento a mi compadre.
+El otro le contestó:
+—¡Ah, compadrito! Usté que anda por to’o el mundo, pu’allá sabe noticias. En cambio yo, que soy tan feo y tan negro, no puedo salir onde me vea la gente.
+El jóbito le contestó:
+—Pues le voy a contar que para los ciegos hay un remedio: no es sino coger hartas flores, meterlas de p’abajo en la quebrada y bañarse bien las vistas. Con eso se amejoran.
+Como el compadre chulo no se podía dormir porque estaba enfermo del estómago y churreteaba mucho, el jóbito le dijo que le iba a contar otra historia:
+—¡Ah, compadrito! En tal ciudad está la gente que se muere de sed porque no hay agua. Y en la misma ciudad hay una princesa tullida que no se quiere amejorar. Pero esos males tienen remedio. Para el del agua no es sino coger un rejo largo, hacerle tres puntas y endespués ir y pegarle con toda la fuerza tres lapos a la piedra que hay en la plaza. A’i resulta el agua. Con la princesa no es sino coger una olla nueva y llenarla de agua, y coger una carretada de flores, cocinarlas bien cocinadas y pegar a la princesa tres baños en tres días, uno cada día. Con eso se amejora.
+Siguieron conversando harto tiempo hasta que los cogió el sueño.
+Endespués amaneció y se echaron a ir todos los animales de pico y de garra. Dejaron el palo solo.
+Entonces salió el cieguito y caminó por onde lo llevaba el ruido de la quebrada. Por el olor de las flores supo ónde estaban y las arrancó. Cuando llegó a la quebrada las metió de p’abajo y se bañó las vistas hasta que abrió los ojos y volvió a ver.
+Cogió camino y se fue pa la ciudad.
+Llegó ya por la pura tarde. Pidió posada y posó allá esa noche. Al otro día pu’ai como a las ocho de la mañana fue y golpió en la casa del rey. Salió un muchacho y le preguntó que qué necesitaba. Le contestó que al rey porque iba a hacerle un trato.
+El negro se fue pu’allá a conseguir al rey, y le dijo:
+—Mi majestad[22], lo necesita un hombre que está en la puerta y que va a hacerle un trato.
+El rey se vino y preguntó al compadre que qué negocio quería hacer con él. El compadre le dijo que cuánto le pagaba y que se comprometía a poner el agua en la mitad de la plaza.
+El rey le preguntó que qué necesitaba y él le contestó que un rejo largo, y que le pagara tres cargas de plata y le diera un arriero para que se las llevara a su tierra, todo si le ponía el agua en la mitad de la plaza.
+Como el rey dijo que sí, el compadre le hizo tres puntas al rejo y se fue y le pegó tres lapos a la piedra y resultó el agua. Todos los animales y toda la gente de la ciudad arrimaron para beber porque estaban que se morían de sed. Así ganó el compadre pobre las primeras cargas de plata.
+Endespués se fue p’onde el otro rey y golpió en la puerta.
+Salió otro negro y le preguntó que qué necesitaba. Le contestó que al rey, que iba a hacerle un trato.
+Entró el negro y le dijo al rey:
+—Mi majestad: lo necesita un hombre que vino a preguntarlo.
+El rey salió y le preguntó al compadre que qué trato quería hacer. El compadre le contestó que le alentaba a la princesa si se la dejaba por tres días; que en ese plazo se la entregaba alentada.
+El rey le dijo que si se la alentaba le daba tres cargas de plata y su arriero, pero que, si no lo hacía, era pena de la cabeza.
+Entonces el compadre pobre le dijo que tenía que encerrarse en un cuarto con la princesa, y le pidió una olla nueva que necesitaba.
+El rey se la dio y al otro día el compadre madrugó y consiguió una canastada de flores. Las echó en una ollada de agua, las tapó y retapó bien y las puso al fuego hasta que tantió que quedaba media ollada. Entonces bajó la olla, la dejó infriar y por la noche le dio el primer baño a la princesa. La forró bien y así bien aforrada la dejó en la cama.
+Al otro día madrugó y consiguió otra canastada de flores. Para cocinarlas hizo lo mismo que la primera vez y por la noche le echó el segundo baño a la joven. Al otro día amaneció que ya se podía levantar, pero el compadre no le dio permiso.
+Al tercer día consiguió otras flores y puso la ollada a cocinar y a lo que tantió que quedaba media ollada, la bajó y la dejó infriar y por la noche le dio el último baño a la princesa y la forró bien.
+Al otro día llamó al rey y le dijo:
+—Bueno, mi rey, a’i le entrego a su hija bien alentada y caminando, pero ahora págueme porque yo me voy para mi tierra.
+El rey así lo hizo. Mandó traer las tres mulas, le dio al compadre las tres cargas de plata y el arriero, y endespués el compadre se fue.
+Llegó onde el otro rey y le dijo que le entregara las otras tres cargas de plata y el arriero que había ganado por poner el agua. Entonces, con las seis cargas y los dos arrieros, se fue para su tierra.
+Caminaron todo el día y al fin llegaron a la casa. Ya descargaron las mulas, ya él mandó dentrar las cargas de plata, ya mandó las mulas pu’allá al potrero.
+Pero entonces estaba atisbando el compadre rico y a él se le puso que quensequén había llegado donde su compadre pobre. Al otro día mandó un hijo a que viera qué pasaba.
+El hijo vino, reparó y se fue con la contonancia de que era el compadre pobre que había llegado riquísimo y que quensequén le había dado esa riqueza.
+El compadre rico le cogió al otro una envidia que no lo podía ver.
+Al otro día se vino y le dijo que tenía que hacerle lo mismo que le había hecho él cuando lo llevó a la montaña. Que mandara matar una gallina y preparar un buen fiambre y que al otro día se iban p’onde lo había dejado, a ver si encontraba tanta riqueza como el pobre había encontrado.
+Así lo convinieron y el compadre pobre mandó a la señora que compusiera la gallina.
+Cuando quedó listo el fiambre se fueron. Caminaron todo el santo día y por la tarde llegaron al pie del palo. Entonces el compadre pobre le dijo al rico:
+—Bueno, compadre, si se deja picar un ojo le doy una presa de gallina.
+El rico le contestó que sí, que se lo picara.
+Endespués el compadre pobre le dijo que si se dejaba picar el otro ojo, que le daba otra presa de gallina.
+Así fue. Le picó el otro ojo y se acabaron de comer la gallina.
+El pobre dejó al rico allá debajo del palo y le mostró onde se había escondido para favorecerse de que se lo comieran los animales. Endespués se despidió y se fue.
+Cuando el compadre rico se escondió, echaron a venir los animales a posar otra vez en el palo, y el compadre jóbito le dijo al compadre chulo:
+—Compadrito: ¿se acuerda de que una noche yo le conté cómo había que hacer para sanar las vistas, sacar el agua y curar a la princesa? Sería que alguno estuvo oyendo porque ora hay agua en el pueblo y la princesa se alentó. Ya puede caminar y salir a la calle.
+El jóbito estaba hablando todavía cuando el compadre rico gritó desde su escondite:
+—¡Mi compadre pobre fue! ¡Mi compadre pobre fue!
+Entonces los animales se alborotaron y empezaron a gritar:
+—¡Jo-jo-jo… aquí huele a carne humana! ¡Jo-jo-jo… aquí huele a carne humana!
+Dejaron que amaneciera y sacaron al compadre rico. Lo mataron y se lo comieron. Y se acabó el cuento.
+[21] «Jóbito»: ave fabulosa entre cuervo y paloma.
+[22] Decir: «Mi majestad» no carece de lógica en la mente de la narradora, que emplea ese título como si dijera: «Mi señor».
+HABÍA EN EL CAMPO UN PAR de casados que tenían una hija. Cuando llegó a la edad de casarse la pretendió un joven y fue a hablar con los padres.
+Le contestaron que tenían gusto para la boda pero que con mucha pena le decían que la muchacha no sabía hacer nada, ni siquiera preparar un plato de comida. El muchacho les contestó que él le enseñaba y que tendría mucha paciencia.
+Arreglaron el matrimonio y a los ocho días se casaron. Endespués se despidieron de los padres y se fueron para su casita.
+Todos los días el marido se levantaba y preparaba el desayuno. Cuando dejaba desayunada a la mujer se iba para su trabajo y, a lo que tantiaba que era hora, venía a hacer el almuerzo. Almorzaba y él se volvía para su obra.
+Así pasó el tiempo, pero el hombre empezó a cansarse de estar cocinando en la casa y trabajando por fuera. Un día se puso a pensar que cómo hacía y dijo:
+—Aguárdense, que yo tengo una gata…
+Entonces se vino para la casa y le dijo a la mujer:
+—Bueno, mijita, ¿por qué no mandó a la gata a hacerme el almuerzo? Vengo tan caloroso que yo no puedo. Hagamos esto: yo se la amarro al cuello y le meto una tanda[23]. Verá que la gata endespués que la mande se vuelve juiciosa y va y le hace de comer.
+Así lo hizo. Amarró la gata al cuello de la mujer y le metió una tanda, pero no al animal sino a ella. Endespués se la quitó de encima y le dijo:
+—Desde mañana mándela que me haga la comida.
+Al otro día la mujer madrugó y le hizo el desayuno. Endespués le preparó el almuerzo y fue y se lo llevó a la obra.
+Por la tarde le tuvo lista la comida. Y así siguieron contentos y se terminó el cuento.
+ERAN UN PAR DE CASADOS que no tuvieron sino un hijo. Era un príncipe.
+Había también una mayorcita que asistía lejos del palacio, en un ranchito. Venía por la mañana para hacer los oficios de la casa porque era arrendataria[24].
+Por la tarde se iba a lavar la ropa a una laguna. Allí vivía una niña muy bella y con cabellos de oro que le hacía compañía mientras lavaba.
+Un día la niña le preguntó que cómo hacía para salir de la laguna porque quería ir a conocer el mundo.
+La mayorcita le contestó que, si salía, podían ojearla porque era muy linda; que más bien esperara a que ella se muriera, que sería presto, y que entonces fuera a su ranchito, la desollara y se pusiera el pellejo, y que así sí podía salir conforme lo deseaba.
+La niña hizo como le dijo la mayorcita.
+Cuando supo que se había muerto, entró al rancho, la desolló y se puso el pellejo. Endespués cogió el bordoncito que usaba la vieja y se fue p’onde el rey a ocuparse de los oficios de la casa como antes hacía la difunta.
+Así duró mucho tiempo. Iba también a lavar la ropa a la laguna. Llegaba y, endespués de lavar, se quitaba el pellejo, se peinaba muy bien y desaparecía entre el agua.
+Pu’allá duraba harto rato, y cuando salía se ponía otra vez el pellejo, se vestía y se venía. En el palacio entregaba la ropa lavada. Y se despedía.
+Un día hubo fiestas en la ciudad. Todos se fueron y, la que todos creían que era una mayorcita, se quedó cuidando el palacio.
+Cuando se vio sola entró al cuarto del príncipe, sacó la peinilla que él guardaba en la mesita de noche, le enredó un pelo que se quitó de su cabellera de oro, y volvió a dejar la peinilla donde la había topado.
+Endespués se fue para la laguna y al otro día madrugó, se puso el pellejo y llegó al palacio patojiando, con ayuda del bordoncito.
+Ese día el príncipe sacó la peinilla para peinarse y topó el cabello enredado. Se lo echó al bolsillo pensando que de quién sería. Mandó traer su yegua, la ensilló y se fue para la ciudad, a igualarlo con el pelo de todas las princesas pues estaba resuelto a casarse con la que lo tuviera.
+Duró tres días en esa medidera y no topó a ninguna con el mismo cabello.
+Volvió triste, pero al otro día se asomó al balcón de su cuarto, desde donde se alcanzaba a divisar la laguna.
+Estaba mirando, cuando vio salir del agua a una niña con el pelo dorado que brillaba al sol. Allá mismo se lo peinó, se puso el pellejo, cogió el bordoncito y se fue pa la casa, patojiando.
+Conforme la vido venir, el príncipe reparó en el cabello que, aunque ella se lo tapaba con un pañuelo, era el mismo que él había visto suelto, en la laguna.
+Duró tres días poniéndole cuidado hasta que la vido bien, bien, y se enamoró de ella.
+Entonces le pidió matrimonio, que si tenía gusto de casarse con él, y la princesa le dijo que sí. Desde ese día el príncipe apartaba de la comida lo primero para ella. Hasta que no comía la princesa no comía él.
+La muchacha del servicio se dio cuenta y lo acusó a los padres. Les dijo que el príncipe no comía, sino que le daba casi todo a la vieja que iba a hacer oficio de la casa.
+La mamá vino y regañó al hijo, pero él le contestó:
+—Mamacita, no me regañe porque yo me voy a casar con la mayorcita. Así es que no me estorbe.
+Toiticos los del palacio se enfurecieron y cogieron a la mayorcita en un odio que no la podían ver. Entonces ellos dos resolvieron casarse rápido. Fueron a la ciudad y arreglaron las cosas con el cura, pero los papás le dijeron al príncipe que no iban a la boda.
+Cuando llegó el día, el príncipe mandó traer su yegua y le puso la mejor silla. Entonces los suegros trajeron un caballo para la nuera, pero era feo, de los que estaban para morirse, con una silla que habían ensuciado los palomos.
+Al príncipe le dio pena y no dejó que la princesa se montara en ese caballo. La puso en ancas, en su yegua, y a’i sí se fueron.
+Los papás no quisieron entrar a la iglesia, como habían dicho. Pero allá la princesa se metió detrás de una puerta, se quitó el pellejo y se puso un vestido de oro que tenía listo.
+El cura los casó, les dio la bendición y los despachó.
+Entonces la princesa se puso un vestido de esmeraldas y se soltó el cabello que le caía hasta la cintura y que resplandecía.
+A’i sí se botaron a abrazarla los suegros, diciéndole mijitica de mi corazón y que antes creían que era una viejita.
+Las fiestas de la boda duraron tres días con sus noches, y el príncipe y la princesa viven todavía, muy bien y muy contentos.
+[24] Frecuentemente los arrendatarios o aparceros campesinos se obligan a realizar trabajos en la casa de los patrones.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que no tuvieron sino un hijo, el príncipe peliador.
+Cuando creció le dijo al papá que le comprara una lanza para poder peliar con los animales, y el papá le dio gusto y se la compró.
+Se hizo grande y fuerte peliando con las fieras y siempre les ganaba. Cuando murió el papá y quedaron la mamá y él, se la pasaba por allá en las montañas haciendo vida de cazador.
+Un día que ensilló el caballo y se fue a pasiar, topó en medio de la montaña un palacio muy bonito. Tenía como diez puertas. Una estaba pintada de verde y daba a un cuarto donde vivía un gigante.
+El príncipe se fue a hablar con la mamá y le dijo:
+—Madrecita, voy a llevarla a vivir a un palacio que encontré en la mitad de la montaña.
+La mamá dijo que sí y al otro día trajeron los caballos y se fueron.
+Cuando llegaron, el príncipe le quitó las llaves a todas las puertas y se las dio a su mamá. Le dijo:
+—Madrecita, aquí están las llaves de todas las puertas. Puede abrirlas, menos aquel portón verde.
+Después el príncipe se fue para seguir en su oficio de peliar con los animales.
+El camino que cogió pasaba por el palacio de un amigo. Era un rey-adivino que tenía dos hijas, ambas virreinas[25]. La una se llamaba Blanca y la otra Tres Estrellas.
+La mamá del príncipe pasó mucho tiempo viviendo tranquila en el palacio. Hasta que un día dijo:
+—¿Cómo va a ser que puedo abrir todas las puertas menos la que está pintada de verde? ¿Qué será lo que hay allá?
+La abrió y lo que topó fue al gigante que estaba encerrado y que, al ver a una mujer, se enamoró de ella.
+La mamá también se enamoró pero no le dijo nada al hijo, que salía por las mañanas y la dejaba sola todo el día. No volvía sino por la tarde.
+Cuando el gigante tantiaba que el príncipe se acercaba a siete leguas de lejos, ponía la mano en el pecho de la mamá y, si el corazón le latía más fuerte, conocía que el hijo estaba por llegar. Entonces le decía:
+—Sálgase del cuarto porque por a’i viene su hijo.
+Duraron mucho tiempo así, engañando al hijo.
+Un día el gigante le aconsejó a la mamá que, cuando llegara el príncipe, le dijera que estaba enferma de dolor de estómago.
+Así fue. El hijo le preguntó que qué tenía y ella le contestó:
+—Tengo un dolor de estómago tan fuerte como otro que me dio en vida de mi esposo, que tuvo que ir a traerme la leche de la leona. Es con lo único que se me quita.
+El príncipe pasó a’i esa noche y al otro día mandó traer su caballo, lo ensilló y se fue a conseguir el remedio.
+Cuando pasó por el palacio del rey-adivino, el rey les dijo a sus hijas:
+—A’i pasa el príncipe que se va para la selva, a morir en las garras de la leona.
+Y le dijo a Blanca:
+—Corra a atajarlo y hágalo entrar.
+Blanca salió y le dijo al príncipe:
+—Lo necesita mi papá que quiere hablar con usté.
+Pero el príncipe le contestó que no podía demorarse porque su mamá estaba enferma y él tenía que ir a buscarle la leche de la leona.
+El rey-adivino mandó entonces a su otra hija, Tres Estrellas, con el mismo pedido. A ella sí le hizo caso el príncipe porque la quería. Se bajó del caballo y entró.
+Se pusieron a conversar y el rey le dijo:
+—Príncipe, voy a darle un consejo. Cuando llegue donde está la leona, amarre su caballo a un palazo[26] grande que hay allá, y se asoma. Si ve que la leona está con los ojos abiertos, quiere decir que está durmiendo. Pero si la ve con los ojos cerrados no se arrime porque lo que es se lo traga.
+Así hizo el príncipe. Montó en su caballo y llegó donde estaba la leona. Se subió al palo y la vio con los ojos abiertos. Entonces se arrimó, le quitó el leoncito y en cambio le puso una botella que llevaba. Cuando se llenó, le arrimó otra vez el leoncito, montó en su caballo y se fue.
+Cuando pasó por el palacio del rey-adivino, el rey mandó a Blanca que lo hiciera entrar, pero él no quiso. Mandó entonces a Tres Estrellas y el príncipe le hizo caso y entró.
+Se pusieron a conversar y, cuando estaban en lo mejor, el rey mandó que cambiaran la leche de la leona y pusieran en la botella leche de cabra.
+Al fin el príncipe se despidió y se fue a ver a la mamá, que se había pasado todo el día con el gigante.
+Cuando estaba a siete leguas de lejos, el gigante puso la mano en el pecho de ella y le dijo:
+—Sálgase de mi cuarto porque a’i viene su hijo. No lo mató la leona.
+La mamá fue a acostarse a su cama y se revolcaba del dolor de estómago cuando entró el príncipe, que templó[27] la leche en el fogón, se la dio y ella se amejoró, sin saber que lo que había tomado era leche de cabra.
+Pasó harto tiempo en que el príncipe se iba de cacería todos los días. Hasta que una mañana el gigante le dijo a la mamá:
+—¿Cómo hacemos para estar juntos y tener una vida feliz, sin que nadie nos moleste?
+Esa noche la mamá le dijo al príncipe que se le partía la cabeza del dolor y que, cuando estaba en poder de su esposo[28], él iba a la laguna verde a traerle las agallas del sapo salamandria porque era con lo único que se amejoraba.
+El príncipe dejó que amaneciera y entonces ensilló su caballo y se fue.
+Cuando pasaba por el palacio del rey-adivino, el rey les dijo a sus hijas:
+—Por a’i viene el príncipe peliancero, que lo quieren hacer matar por el sapo salamandria en la laguna verde. Corra, Blanca, y hágalo entrar.
+Pero el príncipe le dijo a Blanca que no podía demorarse. Tuvo que salir Tres Estrellas y a ella sí le hizo caso.
+Cuando entró le dijo al rey:
+—Aquí estoy, mi rey. ¿Para qué me necesita?
+El rey le contestó:
+—Voy a darle un consejo para que vea cómo hace. Se va y, en un palo grandote que hay a la orilla de la laguna verde, amarra el caballo. Endespués se sube al palo y baja la mejor vara que encuentre. Le quita las ramas pero no las espinas. Endespués se arrima a la laguna, le pega un varazo al agua y dice: «¡Sale, sapo salamandria, que quiero peliar contigo!».
+El príncipe se despidió y cuando llegó a la orilla de la laguna, amarró su caballo al árbol que había allí, subió y arrancó la mejor rama que encontró. La peló pero le dejó las espinas. Endespués se fue a la laguna, le dio un varazo al agua y gritó:
+—¡Sale, sapo salamandria, que quiero peliar contigo!
+—Jmmm… Te veo todavía con la leche en los labios y ¿quieres peliar conmigo?
+El príncipe le pegó otro varazo al agua y repitió:
+—¡Sale, sapo salamandria, que quiero peliar contigo!
+—Jmmm… Te veo todavía con la leche en los labios y ¿quieres peliar conmigo?
+El príncipe le pegó el tercer varazo al agua y repitió el grito:
+—¡Sale, sapo salamandria, que quiero peliar contigo!
+Entonces el sapo le contestó:
+—¡Alístate que allá voy!
+Se pusieron a peliar y, cuando se cansaron, el sapo pegó el bote entre el agua y se fue a descansar.
+Pero el príncipe le pegó tres lapos al agua y lo hizo salir otra vez.
+Cuando se cansaron de peliar, el sapo pegó el bote a la laguna para irse a descansar.
+La tercera vez que salió, le gritó al príncipe:
+—¡Apróntate que ahora sí vamos a peliar para matarnos!
+El príncipe, como tenía tanta fuerza, lo mató, le sacó las agallas, montó en su caballo y se fue.
+Cuando pasó por el palacio del rey-adivino, Tres Estrellas estaba atisbando y lo invitó a entrar.
+Se pusieron a charlar con el rey, que mandó que le cambiaran las agallas del sapo por las de un perro, sin que el príncipe supiera. Ya era tarde cuando se despidió y se fue.
+Como el gigante estaba con la mamá en el cuarto de la puerta verde, le puso la mano en el pecho y supo que el príncipe iba para allá, desde siete leguas de lejos. Entonces le dijo a la mamá:
+—Salga de mi cuarto que por a’i viene su hijo. El sapo no lo mató.
+Cuando llegó el príncipe, la mamá se hizo la enferma y se acostó. El príncipe le entregó las agallas y ella las molió, se las puso en la frente y se alentó.
+Pasó otra vez mucho tiempo, hasta que un día el gigante le dijo a la mamá:
+—¿Cómo hacemos para vivir tranquilos? Ya no pudimos que ningún animal matara al príncipe; ahora tenemos que hacerlo nosotros. Usté convénzalo un día y le dice: «Mijito, camine lo espulgo[29]». Cuando lo esté espulgando y él se duerma, lo manea de las manos y de los pies. Entonces me avisa y yo voy y lo acabo.
+Así fue. Pero cuando el gigante se le estaba acercando, el príncipe se despertó, le pegó un jalón a las cuerdas y las reventó.
+Y les dijo a los dos:
+—Si ustedes me quieren matar tienen que hacer esto: despedácenme coyuntura por coyuntura y échenme en un zurrón. Después traen mi caballo; a un lado me ponen la lanza que me regaló mi papá y al otro el zurrón, bien amarrado. Entonces largan el caballo para que se vaya.
+Así lo hicieron. El caballo cogió por el camino que conocía.
+Cuando pasó por el palacio del rey-adivino, el rey le dijo a Tres Estrellas:
+—¡Corra, hija, échele mano al caballo porque mataron al príncipe!
+Tres Estrellas cogió el caballo y el rey mandó que le quitaran el zurrón y la lanza y que lo echaran al potrero.
+Endespués arregló una mesa bien tendida con hartas sábanas y se puso a pegar al príncipe, coyuntura por coyuntura. Cuando estuvo pegado le dio a beber la leche de la leona y lo friccionó con las agallas del sapo salamandria.
+Endespués de mucho tiempo de hacerle estos remedios todos los días, una mañana el rey vio que el príncipe rebullía un dedo. Entonces tuvo esperanzas de que lo amejoraría para que volviera a ser el de antes. Lo siguió cuidando con más veras, ayudado por Tres Estrellas, hasta que el príncipe ya se pudo pasiar por la pieza.
+Entonces mandó traer una cabra y le dijo al príncipe:
+—Quiero que coja la lanza a ver si puede matar a este animal.
+El príncipe cogió la lanza, pero no fue capaz de matar a la cabra.
+Tuvieron que cuidarlo otro poco hasta que estuvo bien alentado. Entonces le trajeron un novillo y a ese sí lo mató con la misma fuerza que tenía antes.
+A’i mismo pidió su caballo, lo ensilló y se fue al palacio a matar a la mamá y al gigante.
+De a’i se volvió adonde el rey-adivino y le dijo que quería casarse con la virreina Tres Estrellas, que si él tenía gusto. El rey le contestó que sí. Hicieron tres días de fiestas y se fueron a vivir al palacio de las diez puertas. Allá están todavía muy bien y muy contentos.
+[25] La imaginación de la narradora fue influida posiblemente por los concursos de belleza y los títulos que se otorgan a las ganadoras, al atribuir esta categoría a sus dos protagonistas. A menos que se trate de un rezago de la época colonial que permanece en la memoria colectiva.
+[26] «Palazo»: ‘árbol grande’.
+[27] La narradora analfabeta usa muy atinadamente este verbo en su segunda acepción (DRAE 70), para dar un toque realista al relato.
+[28] Hermosa fórmula de las campesinas boyacenses para indicar, no tanto su dependencia del marido, como la protección que reciben de él.
+[29] Como ya se ha visto, se trata de una costumbre que todavía se practica en nuestros campos.
+HABÍA UN PAR DE REYES que tenían un bobito. Estaban muy aburridos con él y un día le dijo el rey:
+—Coja estos cien pesos y váyase a ver qué negocio hace.
+El bobito cogió la plata y se fue. En la mitad del camino vio que iban a matar a un perro, y gritó:
+—¡No lo maten, no lo maten! Yo doy cien pesos por él.
+Los que iban a matar al perro se lo entregaron a cambio de la plata.
+El bobito volvió a la casa y el papá le preguntó:
+—¿Qué hiciste con los cien pesos?
+—Ah, papá, como iban a matar a este perrito, yo lo compré.
+Al otro día los papás le dieron otros cien pesos y lo despacharon a ver qué negocio hacía.
+En la mitad del camino, el bobito vio que iban a matar a un gato y pegó el grito:
+—¡No lo maten, no lo maten! Yo doy cien pesos por él.
+Llegó a tiempo de salvarlo. Le entregaron el animal y él dio la plata.
+Cuando volvió a la casa le dijo al papá:
+—Compré este gatico porque lo iban a matar.
+Al día siguiente los papás le dieron otros cien pesos y le dijeron:
+—Corra y haga otro negocio.
+El bobito vio en el camino que iban a matar a una culebra y gritó:
+—¡No la maten, no la maten! Yo doy cien pesos por ella.
+Llegó en el momento preciso de salvarla. Se la entregaron y dio la plata.
+Cuando se fue, iba arrastrando la culebra. Pero el animal se cansó y le dijo al bobito:
+—En cambio de arrastrarme, métame los dedos entre la jeta y sáqueme de a’i un anillo. Todo lo que le pida se lo dará.
+Pero el bobo le contestó:
+—No le meto los dedos entre la jeta porque va’y me muerde[30].
+Como ella le prometió que no lo mordía, el bobo le metió los dedos y le sacó un anillo. Entonces soltó a la culebra, que salió corriendo. No la volvió a ver.
+Cuando llegó a la casa, el papá le preguntó:
+—¿Qué hiciste con los cien pesos?
+—Compré una culebra, pero de tanto que la arrastré para traerla se cansó y me dijo que le sacara de la jeta un anillo y la soltara. Entonces la largué pa que se fuera y aquí está el anillo.
+El papá le dijo:
+—Póngaselo en un dedo y no lo vaya a botar.
+Cerca de la casa vivían unos vecinos. Como el bobito iba a visitarlos se enamoró de la hija mayor. Toda una princesa. Lo malo era que tenía novio al otro lado del río.
+El papá de la muchacha le dijo al bobito que no le podía dar la hija para que se casara porque él no tenía adónde llevarla. Pero el bobito le contestó que se la diera, que él le ponía un apartamento[31] donde vivir juntos y tranquilos.
+Se fue y esa noche le dijo al anillo que le había regalado la culebra:
+—Anillito, anillito, por la virtud que Dios te dio, hágame un palacio porque me voy a casar.
+El anillo se lo hizo. Pero no le concedió que la princesa olvidara al novio que tenía antes.
+Se casaron y se fueron a vivir al palacio.
+Todas las noches se veía la cocina pura sola porque no había qué hacer para comer. Pero al otro día amanecía repleta de sementera[32].
+Entonces la mujer se puso a pensar qué sería eso. Una noche dijo: «Voy a dejar que mi marido se duerma y le quito el anillo que siempre tiene en el dedo».
+Así fue. Cuando lo tuvo en su poder le dijo:
+—Anillito, anillito, por la virtud que Dios te dio, póngame[33] al otro lado del río, donde está mi novio.
+Al otro día el bobito amaneció sin la mujer.
+Llegó el rey y se la averiguó. Que dónde estaría la señora. El bobito le contestó que no sabía porque por la noche se habían acostado juntos, y por la mañana ella no estaba.
+El rey le ordenó buscarla y que si a los tres días no la encontraba, que era pena de la cabeza.
+Pero los animales que el bobito había salvado estaban por a’i y oyeron el cuento.
+Al otro día salieron, el perro elante y el gato detrás, el perro ladrando y el gato miagando.
+Caminaron todo el camino hasta que llegaron al río. Allá el perro cargó al gato y pasaron al otro lado. Siguieron su camino y llegaron ya por la pura tardecita al palacio donde estaban la esposa del bobito y el novio que tenía.
+Los animales dejaron que oscureciera y, cuando ya fue de noche, el gato encontró a un ratón y le dijo:
+—Bueno. Yo vengo a buscar un anillo que se le perdió a mi amo. Si no me lo entrega, lo mato a usté y a toda su familia y me los como.
+El ratón fue y contó a sus parientes lo que le había pasado y que tenían que ayudarle a buscar el anillo porque, si no, el gato se los comía a todos.
+Se levantó un animalero de ratones que corrían y hacían bulla por todos lados y escarbaban en todos los potes.
+Entonces se despertó la señora princesa y despertó al novio y le preguntó:
+—¿Dónde tiene el anillo que le dí? Porque se levantó un ratonero y va’y lo encuentran y se lo llevan.
+El novio le contestó:
+—A’i está entre ese pote.
+La mujer lo sacó del pote y volvió a preguntar:
+—¿Dónde lo escondemos que quede mejor?
+Como no encontraban un buen escondite, antón dijo la mujer:
+—Pa tener más seguridad, métaselo entre la cola.
+Pero los ratones estaban oyendo. Se fueron a buscar al gato y le contaron lo que había pasado. También le dijeron que allá donde estaba el anillo no lo podían sacar, y que les perdonara la vida.
+El gato les contestó:
+—Dejen que el hombre se duerma y cuando esté dormido, uno de ustedes va pasito y le mete el rabo entre las narices, mientras que otro se hace a la cola. Cuando el hombre estornude, verán que bota el anillo y entonces me lo traen. Si así lo hacen les prometo dejarlos en paz.
+Así fue. Los ratones hicieron como les había dicho el gato.
+Cuando el hombre estornudó y salió el anillo, un ratón le echó mano y se lo llevó al gato.
+El gato se lo entregó al perro y ambos dijeron a los ratones:
+—A’i los dejamos en paz y nosotros nos vamos.
+Cogieron su camino y llegaron al río, contentos porque llevaban el anillo pa favorecer a su dueño y que el rey no lo mandara matar.
+Como a la ida, el perro cargó al gato, pero cuando iban en la mitad del río, al gato se le cayó el anillo entre el agua. Alcanzaron a ver que se lo tragaba un pescado blanco y negro.
+Al gato y al perro no les quedó más remedio que coger río abajo. Así llegaron donde había unos pescadores.
+Chillaban tanto que los pescadores los llamaron y les preguntaron que qué querían y si era que se les había perdido algo.
+Antón les preguntó el perro que si no habían cogido por casualidad una sardina que se había tragado un anillo.
+Los pescadores los pusieron a escoger entre la pesca del día, y ellos toparon al pescado blanco y negro. A’i mismo lo abrieron, le sacaron el anillo y lo guardaron muy bien para que no se les volviera a perder.
+Cuando llegaron al palacio del bobito ya era la pura tarde. Le entregaron el anillo y el bobito les dio las gracias y se lo puso en el dedo.
+Al otro día, como a las cinco de la mañana le dijo al anillo:
+—Anillito, anillito, por la virtud que Dios te dio, póngame aquí la cama donde están abrazados mi señora y el novio.
+Al rato, cuando el anillo le concedió lo que le había pedido, fue y le avisó al rey.
+El rey vino y vio a su hija y al novio. Se puso furioso y los mandó matar.
+El bobito endespués se casó con otra mujer que sí lo quería, y los dos viven todavía en el palacio, muy bien y muy felices.
+[30] «Va’y»: forma coloquial muy usada aun entre las personas instruidas, para evitar la repetición de palabras que se sobreentienden.
+[31] Aquí Margarita ya no dice «casa» sino «apartamento» como resultado de una influencia cultural, por haber vivido largo tiempo en Bogotá.
+[32] Aquí tiene el significado del fruto recolectado, no de la siembra.
+[33] Como es su costumbre, la contadora pasa en la misma frase de una persona verbal a otra.
+HABÍA UNA VEZ UN PAR DE casados muy pobres. Tenían dos hijos pero no los podían mantener. Un día salió el hijo mayor al pueblo y oyó que un mago gritaba:
+—¡Al que se venga conmigo le doy un buen trabajo!
+El muchacho se le acercó y le pidió que lo llevara. Pero antes de contratarlo el mago le preguntó:
+—¿Sabes leer y escribir?
+El muchacho le contestó que no.
+Entonces el mago le dijo que el trabajo no era pesado y que le pagaba muy bien.
+Se fueron para la casa del mago. Cuando llegaron le dijo al muchacho que a’i estaban unos libros que había que sacar al sol, pero que no se fijara en lo que decían y que ni siquiera los abriera.
+El muchacho obedeció. Al otro día los sacó al sol, los voltió por un lado y por otro, y a lo que estuvieron bien asoliaos los entró y los puso en su puesto.
+Cada mañana el mago se despedía y se iba. Cuando caminaba un poco se devolvía, convertido en cualquier animal, a poner cuidado a lo que hacía el muchacho.
+Así llegaron al remate de la semana, al sábado. Ese día el mago, después de que se despidió se convirtió en una mosca. El muchacho sacó los libros al sol y dijo:
+—Ya que no está mi patrón, voy a leer este libro.
+A lo que terminó de leerlo y lo colocó en su puesto, el mago volvió a coger su forma verdadera y regañó al muchacho porque le había desobedecido. Endespués le pagó la semana y lo echó a la calle.
+Cuando el muchacho llegó a la casa de los padres les dijo:
+—El mago me despachó porque abrí un libro y lo leí. Ahora lo que podemos hacer es que mañana domingo, cuando él vuelva a la plaza a buscar un muchacho, que mi hermano menor vaya y se le arrime a pedirle una limosnita, a ver si le da trabajo.
+Así hizo el hermano menor.
+Cuando lo vio el mago le dijo que en lugar de pedir limosna fuera a trabajar con él, que le pagaba bien y el oficio no era pesado.
+El hermano menor le contestó que sí.
+Se fueron para la casa y al otro día el mago le entregó los libros y le recomendó lo mismo que había recomendado al hermano mayor.
+Todos los días el muchacho sacaba los libros al sol y así cumplió una semana. No los leía. Ni siquiera los abría.
+Como el mago estaba contento, resolvió irse a un viaje pu’allá a una ciudad muy lejos y quedarse tres semanas. Le dijo al muchacho:
+—Bueno, lo voy a dejar solo. Sáqueme los libros al sol y no vaya a leerlos y ni siquiera a abrirlos.
+El hermano menor le contestó que así lo haría.
+Pero apenas se fue su amo, sacó los libros al sol y se atarió a leerlos. Así aprendió cómo volverse un animal, lo mismo que el mago.
+Cuando terminó la primera semana y llegó el sábado, fue a visitar a los papás y les dijo:
+—Si mañana no tienen para su semana, yo vengo y me convierto en un toro grande, y papá va y lo saca a vender, pero menos la soga.
+Así fue. El domingo el muchacho se volvió un torazo y el papá lo sacó a vender.
+Se presentaron muchos compradores. Al que pagaba mejor le dijo el papá:
+—Bueno, yo le vendo el toro, pero el lazo no.
+Hicieron el trato, le quitaron el lazo al toro y el que lo compró se lo llevó para su casa.
+Iban ya lejitos cuando el toro se zafó y metió carrera. El que lo había comprado lo alcanzó, pero el toro era otra vez el muchacho. El dueño le preguntó:
+—Hola, joven, ¿no vido pasar un toro por aquí?
+El muchacho le contestó:
+—Váyase detrás, que ahoritica lo vide pasar y ya lo alcanza.
+El muchacho volvió a la casa del mago. Pasó la segunda semana asoliando los libros hasta que acabó de leerlos.
+Cuando llegó el sábado, se fue para la casa de los padres y les dijo que si no tenían plata para hacer el mercado del domingo, él se convertía en un marrano grande para que lo sacaran a vender, menos el lazo.
+Así lo hizo. El domingo por la mañana se volvió un marranazo y el papá lo cogió y lo llevó a vender, menos el lazo.
+El que lo compró se lo llevó para su casa. Ya iban lejitos cuando el marrano hizo lo mismo que el toro. Se zafó y echó a correr, convertido otra vez en muchacho.
+La tercera semana fue lo mismo. El muchacho hizo su oficio de sacar los libros al sol y los leyó hasta que se los aprendió de memoria.
+El sábado fue a ver a los papás y les hizo el ofrecimiento, por si no tenían para el mercado. El domingo se convirtió en un caballo grande y bien aperado. El papá lo sacó a vender, pero menos la soga.
+En el mercado estaba el mago. Le echó el ojo al caballo y se acercó a preguntar cuánto valía.
+El dueño le contestó que tanto y tanto valía menos la soga, y el mago comprendió que era el muchacho. Lo negoció y pagó los pesos que el papá le pidió, uno sobre otro. Ni siquiera le dijo: «Téngame las riendas para subirme al caballo», sino que se montó de un brinco. Cuando menos acuerda, metió carrera y no devolvió la soga.
+Todo el santo día hizo correr al caballo, sin dejarlo comer ni beber pasto ni agua. Al mediodía llegaron a una tienda en la que había tres muchachas.
+A’i el mago amarró el caballo en el botalón y se fue a la mesa. Pidió un gran almuerzo y cerveza y se puso a comer. Las muchachas le hicieron la conversa y, en el momento menos pensado, a una le dio por ir al pozo a coger agua en un perol.
+Cuando pasó cerca del botalón, el caballo alzó la mano y le dijo que se arrimara. A la muchacha se le puso que el caballo tenía sed. Se le arrimó, le quitó el freno y le dio agua.
+Estaba tomándosela cuando el mago lo vio. Pero el caballo había alcanzado a decirle a la muchacha:
+—Cuando el mago venga, haga esto: yo me vuelvo un anillo y usté se lo pone. Si el mago la persigue y se lo va a quitar, usté misma se lo quita y lo bota al agua.
+Así fue. Todavía bebía el caballo cuando se acercó el mago.
+Entonces el caballo se convirtió en un anillo y la muchacha se lo puso en un dedo. Cuando el mago fue a quitárselo, ella estuvo rápida y lo botó al pozo.
+En el agua el anillo se volvió una sardina, y el mago un pescado grande. Los dos empezaron a peliar y peliaron hasta que se cansaron.
+Entonces salieron del agua y la sardina se volvió un granito de máiz y el mago se volvió un gallo pa irle a echar pique. Pero cuando menos acuerda el grano se volvió un zorro. Cuando el gallo estiró el pescuezo, ¡zas!, se lo zampó el zorro.
+A’i mismo el muchacho apareció como era. Le dio las gracias a la joven y se fue a su casa.
+Cuando pasó un tiempo hizo su boda a gusto de los padres, y allá vive todavía, muy bien y muy contento.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que tenían una labranza de máiz. La estaban cuidando en lo fino de la secanza, pero hubo tanta plaga de animales que la dañaban que el marido desesperado dijo:
+—¡Si el diablo se me presentara, le daría el alma a cambio de que me cuidara la siembra!
+No había acabado de hablar cuando se le apareció el enemigo y le dijo que hicieran el trato y que a cambio del alma le cuidaba el máiz hasta que colgara, para entregárselo seco. Le pidió también que quitara todo el picao que había, para que viera cómo se daba de sano el grano.
+Endespués el diablo fabricó una especie de zarzo en la mitad del maizal y se sentó a’i a mirar.
+Ni los pájaros ni los demás animales se atrevieron a volver y no le hicieron más daño a la cosecha. Las mazorcas colgaban bonitas y secas y ya no faltaban sino tres días para que el diablo cumpliera y se cargara el alma.
+El que se había puesto muy triste era el dueño del maizal. Pero como a su mujer no se le escapaba nada, le preguntó qué le pasaba, que si era enfermo que estaba, que por qué no se lo decía.
+Entonces el marido le confesó la verdad y que había hecho un pacto con el enemigo, para que le cuidara el máiz a cambio del alma.
+La mujer le pidió que le amolara un machete bien amolao, y le dijo que iba a ver cómo le favorecía el alma, que no se le diera nada.
+Al otro día mandó matar dos piscas y que las pelaran. Endespués se empelotó, se embadurnó toda de miel y se pegó las plumas, pero se dejó destapados los pechos.
+A lo que estuvo bien emplumada cogió el machete y se fue p’al maizal.
+Allá hizo una regazón de máiz que, entre más trataba de espantarla el diablo, más máiz le voltiaba. Hasta que al fin el diablo desesperado gritó:
+—¡Barajo y más barajo! ¡Yo nunca había visto un hombre como este, con las barbas abajo y las turmas[34] arriba!
+Y, muerto de susto, se fue y dejó en paz a la pareja.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que tenían un hijo.
+Cuando creció se volvió muy vago. El papá le daba plata para que fuera al pueblo, pero se la gastaba jugando. Se volvió un vagabundo.
+Entonces los papás dijeron:
+—¿Cómo haremos con este hijo tan vagabundo? Entreguémosle una bolsada de plata con su herencia y digámosle que se vaya del lado de nosotros, con la plata que le toca.
+Así lo hicieron. Cuando llegó el domingo lo despacharon.
+El muchacho cogió la bolsa de plata y se fue al pueblo. Con una parte de la herencia mercó un vestido; la otra la jugó hasta que se quedó sin nada.
+Un día estaba por a’i, triste, cuando se topó con un amigo y le dijo:
+—¿Qué hago que no tengo con qué desayunarme?
+—Amigo —le contestó el otro—, váyase a aquella esquina y espere a un hombre que baja a buscar obreros y a darles trabajo. Paga muy bien.
+Así lo hizo el muchacho. Fue y se paró en la esquina. Un rato después bajó un señor de a caballo gritando que quién se iba con él a trabajar, que pagaba bien.
+Al ver al muchacho en la esquina le dijo que se fuera con él.
+El muchacho le contestó que sí, y el Satanás —porque era satanás— le dijo:
+—Móntese en el caballo y cierre los ojos…
+Cuando menos acordaron resultaron en la casa. Se bajaron y el diablo se acostó a dormir.
+Endespués mandó al muchacho que desenjalmara el caballo y fuera a echarlo al potrero. Así lo hizo el muchacho. Desenjalmó el caballo, lo echó al potrero y volvió a la casa.
+La señora lo mandó seguir para adentro y le dio la comida. Cuando estaba comiendo le dijo:
+—Si mañana mi marido lo manda a traer el caballo, lleve el lazo y llámelo. Cuando el caballo llegue, súbase al árbol que hay en mitad del potrero y desde allí lo enlaza, porque si se queda en el suelo el caballo lo mata.
+Al otro día pasó como ella dijo.
+En la mitad del potrero el muchacho se subió al árbol. Desde una rama enlazó al caballo y endespués se montó. Cuando llegó a la casa le dijo al diablo:
+—A’i traje el caballo.
+El patrón lo invitó a desayunar y le dijo:
+—Nos vamos a aquella torre a que me baje unas cajas de plata para pagarle.
+Se fueron y caminaron todo el santo día y no llegaban.
+Por fin vieron la torre. Satanás botó un rejo y lo enganchó de un gancho que había y mandó al muchacho:
+—Suba por aquí hasta aquella ventana y entre por a’i a la torre, y me baja las cajas que están en un cuarto.
+Así lo hizo el muchacho.
+Subió rejo arriba hasta que llegó a la ventana. Entonces Satanás le pegó un tirón al rejo, lo quitó y dejó arriba al muchacho para que se muriera de hambre.
+Pero al muchacho nunca le faltaba su cajita de fósforos en el bolsillo. Así pudo alumbrarse.
+Cuando llegaron las nueve de la noche, vio que entraba un buitre que iba a comerse los huesos de los difuntos.
+El buitre roía y roía cerca del muchacho, que prendió un fósforo y vio que el animal endespués de comer se echaba hueco abajo. Hizo lo mismo y prendiendo y prendiendo fósforos se fue detrás, hasta que llegó al río. Cogió río arriba y así le amaneció.
+El río iba tan caudaloso que no podía atravesarlo de ningún modo. Al fin vio venir río abajo un palo. A lo que le llegó cerca dio un salto y quedó montado a caballo sobre el palo.
+Lo llevó río abajo. Ya llegaba pu’allá bien abajo cuando el palo se trancó en la orilla. A’i mismito estaba un hombre que se llamaba Juan.
+Endespués de que lo saludó le preguntó Juan que qué había ido a hacer pu’allá. El muchacho le contó y endespués lo ayudó a lavar los caballos. Entonces Juan lo invitó a que fuera a trabajar a su hacienda y le ofreció pagarle bien.
+Así fue. Llegaron a la casa, amarraron a los animales, les echaron de comer, hicieron el desayuno y se desayunaron.
+Como a los ocho días de estar en la finca ya el muchacho la conocía bien, sobre todo una laguna que tenía, a la que iban tres princesas a bañarse. Juan les había dado permiso para que fueran los martes y los viernes.
+Un martes, cuando el muchacho se dio cuenta de que habían llegado, las atisbó bien y cuando estuvo con Juan le pidió que le contara qué sabía de ellas. Juan le contestó que eran hijas de unos reyes que existían en el Alto del Humo.
+El viernes el muchacho le pidió permiso de no trabajar en la finca, para irse a la laguna y ponerles cuidado a las princesas. Bien escondido detrás de unos espinos vio que llegaban y que cada una llevaba prendidas al vestido un par de aletas.
+Cuando se empelotaron y dejaron los vestidos en la yerba, al muchacho no se le dio nada espinarse por ir hasta allá y coger el par de aletas de la que más le había gustado.
+Por eso, cuando las princesas salieron del agua y llegaron a vestirse, dos toparon sus aletas y se fueron volando, pero la otra tuvo que quedarse.
+Entonces corrió a pedir a Juan que obligara al muchacho a devolverle las aletas, y Juan le dijo a su ayudante que los padres de la princesa la mataban si llegaba y no veían que las llevaba. Pero el muchacho no lo atendió porque se había enamorado locamente de ella.
+Endespués de ocho días de haberse quedado en la casa la princesa, siempre clamando para que el muchacho le devolviera las aletas y prometiéndole que no se iba, el muchacho hizo lo que ella le pedía.
+Pero entonces, al primer descuido, emprendió el vuelo y volvió a la casa de sus padres, que se alegraron mucho de verla pero la pusieron debajo de siete llaves, para que no fuera que se demorara otra vez.
+El muchacho, desesperado por la falta de la princesa, se despidió de Juan, que le pagó lo que le debía, y cogió camino.
+Caminaba y caminaba y, donde lo cobijaba la noche, a’i se quedaba, debajo de un árbol o donde podía. No comía sino pepitas y agüita mientras echaba por el camino.
+Pasó mucho tiempo y un día llegó donde dos muchachos que estaban peliando.
+Les preguntó qué les pasaba y ellos le contaron que la pelea era por un par de zapatos, herencia de sus padres, que concedían a su dueño todo lo que necesitaba.
+Entonces el muchacho les dijo:
+—Para que se acabe la pelea, yo voy a ayudarles. Metan carrera, y el que llegue primero a aquella loma, ese es el que se queda con los zapatos.
+Cuando los peliadores metieron carrera, el muchacho se puso los zapatos y les dijo:
+—Zapaticos, zapaticos, por la virtud que Dios les dio, pónganme en el Alto del Humo.
+En estico los zapatos lo llevaron al jardín del palacio, que era donde vivía la princesa.
+El muchacho enterró los zapatos allá mismo, pero antes de darles la última paletada les dijo:
+—Zapaticos, zapaticos, por la virtud que Dios les dio, vuélvanme una hormiguita.
+Duró bastantes horas corriendo pu’aquí y pu’allí, para ver si podía encontrar a la novia.
+Pero no la encontró de ningún modo aunque estuvo como ocho días reparando a ver, hasta que un día la mamá de la princesa dijo:
+—¡Jo, jo! ¡Por aquí huele a carne humana! ¿Quién estará por a’i?
+La hormiguita no tuvo más remedio que correr a esconderse.
+Pero, como la hermana de la princesa que estaba encerrada iba cada día a llevarle una rebanada de pan y un pocillo de agua, se le descubrió a ella y le pidió que en caridad de Dios sacara a su hermana de la prisión, para que no se muriera de hambre y de tristeza.
+La hermana le contestó que, si lo hacía, los papás la mataban. Pero al fin se compadeció y le ofreció que le ayudaba. Al otro día, cuando fue a llevarle a la presa la rebanada de pan y el pocillo de agua, vio que el muchacho estaba en la celda.
+Entre los dos, con el poder que tenían, volvieron a la princesa una palomita blanca. Endespués el muchacho se convirtió en un palomo y juntos se fueron volando.
+Lo malo fue que la mamá se dio cuenta y le dijo al marido:
+—Póngase sus aletas y mucho cuidado si no me los trae, porque lo echo a los fondos[35].
+Cuando ya casi alcanzaba a la pareja, la palomita le dijo al palomo:
+—A’i viene mi papá y lo que es nos lleva. Bajémonos al suelo y yo me convierto en un almacén de ropa, y usté en el vendedor. Cuando mi papá llegue a comprar, niéguele que hay cualquier cosa que le pida porque, si no, nos lleva.
+Así fue. Cuando llegó el papá, preguntó:
+—¿Hay zapatos?
+Pero el vendedor le contestó:
+—Zapatos, no; lo que hay son sacos.
+Entonces preguntó el papá:
+—¿Hay sacos?
+Y el vendedor le contestó:
+—Sacos, no; lo que hay son corbatas.
+Y el papá:
+—¿Hay corbatas?
+Y el vendedor:
+—Corbatas, no; hay sombreros.
+Y el papá:
+—¿Hay sombreros?
+Y el vendedor:
+—Sombreros, no; hay medias.
+Entonces se ofendió el papá y se salió del almacén.
+Cuando llegó donde la esposa y ella vio que no llevaba los palomos, se puso furiosa. Manió a su marido y lo echó entre los fondos.
+Endespués ella misma se puso las aletas y echó a perseguir a los novios, que se habían convertido otra vez en palomos.
+Ya estaba que los alcanzaba cuando la paloma, que la ve y le dice al palomo:
+—A’i viene mi mamá y con ella la cosa es más seria. Bajémonos y nos volvemos un montón de leña prendida, a ver qué pasa.
+La hoguerada echaba candela en todas direcciones, pero la mamá hizo un tormentón de agua que casi la apaga.
+No quedaron sino dos chispitas debajo de un palo, que la vieja no vio. Saltaron lejos y se volvieron un rastrojalón. Antós la vieja se volvió un machete y se puso a machetiar hasta que al fin se le acabaron las fuerzas, se cayó al suelo y se quemó.
+Los novios se convirtieron otra vez en palomitas y volaron hasta la casa de los papás del muchacho, que se alegraron mucho de volverlo a ver y también de conocer a la princesa.
+[35] «Fondos»: calderas que sirven en los ingenios de azúcar para hervir las melazas.
+HABÍA UNA VEZ UN PAR DE casados que eran reyes.
+Tuvieron doce hijas y las pusieron a todas en el colegio. Las mandaban todos los días, pero una vez salió un sirenito de debajo de un puente del camino. Cuando se encontró con la primera niña le dijo:
+—¿Tienes gusto y voluntad de casarte conmigo?
+La niña se espantó y le contestó que no.
+A todas les fue pidiendo matrimonio, pero ninguna aceptó. Hasta que llegó a la menor. Le dijo:
+—¿Tienes gusto y voluntad de casarte conmigo?
+La niña le contestó que sí. Entonces el sirenito le puso en el dedo un anillo para que la protegiera, porque él sabía que los reyes la mandaban matar.
+Ese día las hermanas llegaron con muchos aspavientos a la casa y les contaron a los padres que había salido un sirenito de debajo del puente y que les había pedido matrimonio, pero que ninguna quiso sino la hermanita menor que dijo que sí.
+El rey mandó poner una silla en la mitad del patio y a la niña la vendaron y la sentaron allá.
+Endespués el rey mandó a los soldados que le hicieran un descargue. Así fue. Los soldados dispararon, pero se formó un humo que tapó a la niña y no pudieron acabar con ella.
+Entonces apareció el sirenito y pidió a los reyes la mano de la niña.
+Cuando los reyes dijeron que sí, los dos se fueron a la iglesia a que los casaran. Salieron y se botaron al agua desde el puente, porque ella se había vuelto también una sirenita.
+Llegaron pronto al mar y allá están todavía, muy bien y muy contentos.
+EN OTRO TIEMPO HABÍA DOS reyes. Asistían el uno abajo y el otro arriba. Uno era soltero, el de abajo. El de arriba tenía tres hijas que eran virreinas.
+Un domingo que hubo fiestas en la ciudad, los papás mandaron a las niñas a misa, y ellas se fueron en derecho del rey de abajo. La mayor le dijo:
+—Si el rey se casa conmigo, yo le doy un vestido tan lujoso como nunca se lo ha puesto.
+La segunda le dijo:
+—Si el rey se casa conmigo, yo le doy una comida tan buena como nunca se la ha comido.
+La menor le dijo:
+—Si el rey se casa conmigo, al año yo le doy dos melitos[36] con una estrella en la frente.
+Siguieron su camino a la ciudad y se hallaron a las fiestas. Cuando volvieron por la tarde y pasaron en derecho del rey, las dos mayores se fueron adelante y la menor se quedó detrás. Antós el rey salió para hacerle atajo a la niña. Conversaron, y él le dijo que si era cierto que le daba los melitos al año, que se casaba con ella.
+Al otro día fue el rey al palacio de los otros reyes, a decirles que si le dejaban a su hija menor para casarse. Los suegros le dieron el sí, pero a la niña las hermanas la cogieron en odio.
+El rey se fue a la ciudad a arreglar todo lo de la boda. A los ocho días se casaron.
+Al poco tiempo la reina resultó esperando a los niños, pero cuando se iban a cumplir los nueve meses el rey tuvo que irse de viaje.
+Mientras estuvo por allá nacieron los dos melitos. La señora que fue a ayudar y la muchacha del servicio se aconsejaron para echar a los niños entre un canasto y botarlos al río. A la reina le pusieron dos gatos.
+El rey volvió pronto y preguntó qué había habido. La muchacha del servicio le contestó que la reina había tenido unos gatos. Como al rey le dio mucha rabia, a’i mismo mandó llamar al jardinero para que abriera un hueco en una pared que daba a la calle y encerrara a la reina.
+Así fue. La reina quedó emparedada, pero a los melitos los salvó una viejita que vivía al pie del río. Sacó del agua la canasta que llevaba los niños porque se le puso que eran los hijos del rey.
+Ella misma los crio. Cuando ya estuvieron grandecitos los llevó al pie de la pared y les mandó que no dejaran un día sin ir allá y quedarse un rato.
+Así lo hicieron los niños, pero el jardinero les cogió rabia por verlos allá parados. Los regañaba y les preguntaba qué hacían al pie de la pared, que a’i nada se les había perdido.
+Un día los regañó tanto que los niños se fueron llorando a buscar a la viejita —que era la Virgen— y contarle lo que les pasaba.
+La Virgen los consoló y les mandó que no le hicieran caso al jardinero y que volvieran a cumplir su obligación de pararse al pie de la pared.
+Entonces el jardinero les dijo que por orden del rey tenían que desyerbarle el jardín en un solo día.
+Los niños se fueron llorando donde la Virgen, y ella les dijo que no se les diera nada, que al otro día fueran a ver al jardinero, le pidieran dos azadones y se pusieran a desyerbar.
+Ella misma los acompañó. Por la tarde quedó desyerbado todo el jardín que era muy grande, y la Virgen los mandó que no le entregaran los azadones al jardinero sino que se los devolvieran al rey en persona. Así lo hicieron los niños.
+Al otro día los mandó que se pusieran otra vez al pie de la pared.
+El jardinero ya no podía resistir la rabia cuando los veía porque se le había puesto quiénes eran y que lo que querían era acompañar a su mamá. Entonces les dijo que por orden del rey tenían que bajarle la peña que había por detrás de la casa.
+Los niños se pusieron a llorar y se fueron a contárselo a la Virgen, que los consoló y les dijo que no se les diera nada.
+Por su parte el jardinero fue a hablar con el rey y le contó que los niños que le habían desyerbado el jardín, ahora querían bajarle la peña que había detrás del palacio, para que así entrara el sol y lo alumbrara con sus rayos.
+Al otro día la Virgen mandó a los niños que le pidieran al jardinero una pica y un barretón y que se los pusiera al pie de la peña.
+Así lo hizo el jardinero y entonces la Virgen les dijo a los niños:
+—Mijitos, espérenme aquí y yo me voy p’encima de la peña a ver si puedo bajarla.
+Así fue. Se subió y trabajó hasta donde pudo.
+Con su gran poder, por la tarde ya había acabado y la peña estaba bajita. Entonces mandó a los niños que fueran ellos mismos a devolverle las herramientas al rey.
+El jardinero no sabía qué hacer para matarlos, pero el rey quedó muy contento con ellos. Los rayos del sol ya le entraban hasta la cuja y lo despertaban cuando estaba durmiendo.
+Como la Virgen no se descuidaba, al otro día mandó a los niños que le dijeran al rey que se iba a posar en el manzano un pajarillo que cantaría tres veces. Tenía que estar listo porque sería el primer cantío a las 4 de la mañana, el segundo a las 4 y media y el último a las 5.
+A esa hora la Virgen llegó al palacio en compañía de los niños. El rey ya estaba vestido esperándolos. La Virgen le dijo:
+—Aquí le traigo los melitos que la reina le prometió al año de casados. Lo que pasó fue por culpa de la comadrona y la muchacha del servicio.
+Cuando aclaró bien el día, el rey mandó traer dos caballos herreros y que amarraran las dos mujeres a las colas.
+Después fue a sacar de entre la pared a la reina y a pedirle que lo perdonara. Como estaba muy acabada y en trance de morirse, la Virgen les ofreció que se quedaba en el palacio hasta que la entregara alentada.
+Estuvo mucho tiempo asistiéndolos, y cuando por fin la reina se amejoró bien, se despidió y se fue y se acabó el cuento.
+HABÍA UNA VEZ UN CONEJO que se encontró con un viejito, que era Nuestro Señor.
+El conejo aprovechó y le dijo que cómo hacía, que él era tan chirriquitico, que a ver si lo hacía más grande.
+Nuestro Señor le contestó que si le llevaba tres cueros[37] le daba gusto. El conejo le contestó que sí, que se los llevaba, y a’i mismo cogió camino.
+Primero se fue a buscar al tigre. Cuando lo encontró le dijo:
+—Ah, tiíto tigre, usté que es tan amante de la carne, mire p’arriba.
+Eso se lo dijo porque estaban en la falda de un monte que quedaba al pie del camino.
+Cuando miró el tigre, le preguntó el conejo:
+—¿Vio las novillas tan hermosas que están allá arriba? Si quiere subo, le maneo una y se la echo a rodar a botes, y usté a lo que la vea venir le abre los brazos y se la come.
+El tigre le contestó que sí y empezó a relamerse. Entonces el conejo metió carrera falda arriba hasta llegar a la punta del monte. Allá empujó un pedrote que cayó rodando. Abajo el tigre abrió los brazos y la piedra le cayó encima y lo mató.
+El conejo se bajó ligero, lo desolló y guardó el cuero. Endespués se fue por el camino del león.
+Cuando lo encontró le dijo:
+—Ah, tiíto, ¡cómo está de acabado y barbudo! Camine lo peluqueo y lo pongo a la moda.
+El león le hizo caso. Se sentó y el conejo lo peluquió y se puso a barbiarlo. Cuando le faltaba un pelito por debajo de las carracas, le dijo:
+—Ah, tiíto, alce p’arriba las carracas que aquí le quedó un pelito.
+Le pegó el navajazo y lo mató. Endespués lo desolló y guardó el cuero. Y se fue por el camino del oso.
+Tenía los bolsillos llenos de guchuvas cuando se sentó encima de una piedra, a esperarlo. Sacaba y sacaba guchuvas del bolsillo y las machacaba en medio de las piernas. Entonces pasó el oso.
+—¿Qué estás haciendo a’i conejo? —le preguntó porque era muy curioso.
+—Ah, tiíto osito, estoy machucándome mis turmitas. Tóme, coma y verá cómo son tan buenas.
+El oso lo mandó bajar de encima de la piedra y se sentó él para machacarse las turmas. Pero el dolor le hizo pegar un grito. Y endespués estiró la pata.
+El conejo lo desolló, guardó el cuero y se fue a ver a Nuestro Señor. Llegó y le dijo:
+—Aquí están los cueros que me pidió para hacerme más grande. Nuestro Señor le contestó:
+—¡Tan chirritico y tan bandido que es! ¿Cómo sería si lo hiciera crecer?
+Le estiró las orejas, pero el cuerpo se lo dejó chirritico. Y se terminó el cuento.
+HABÍA UN PAR DE CASADOS que tenían tres hijas. En ese tiempo existía un encantador que vivía en una peña y tenía allá su palacio. Era negro.
+Cuando las tres niñas salían a pasiarse, el encantador les ponía cuidado. Un día las vido ir y se bajó de la peña para proponerles matrimonio.
+La primera le contestó que no y la segunda lo mismo. Le dijeron que no se iban a casar con un horrible negro.
+Pero cuando le propuso a la menor que si tenía gusto de casarse con él, la niña le contestó que sí, que viniera un día y hablara con sus papás.
+Pasó mucho tiempo, y otro día que el encantador las vido cuando estaban pasiándose, se vino con ellas.
+Llegaron a la casa y después de saludar a los papás, el mago les dijo que si tenían gusto de dejarle la hija menor para mandarse casar. Los papás convinieron y le contestaron que fuera a la ciudad y arreglara el matrimonio a los ocho días.
+Así fue. A los ocho días cumplidos el encantador se vino y llevó a la niña a la iglesia. Los papás y las hermanas fueron también y el novio le puso a la novia un vestido de oro.
+Cuando lo vieron las hermanas, les pesó haber despreciado al negro, y cogieron en odio a la hermana. Pero ellos dos, después del matrimonio se metieron en su peña, en el palacio que tenía allá el encontador. Duraron un año sin que nadie los volviera a ver.
+Al año los convidaron los suegros, que les iban a hacer la fiesta del día que se habían casado. El marido les contestó que él no iba pero que les mandaba a la mujer. Esa tarde le trajo un caballo, se lo ensilló y le dijo:
+—A’i le ensillé el caballo. Móntese y vaya, pero es con la condición de que se viene cuando lo oiga relinchar tres veces.
+La muchacha montó y se fue. Llegó donde los papás que la mandaron entrar con ese aprecio por la hija. Un año entero sin volver a verla.
+Ya era medianoche cuando relinchó el caballo la primera vez.
+A la muchacha la agarró el afán de irse, pero los papás le dijeron que no, que estaba muy oscuro. La congrataron y no la dejaron ir.
+El baile siguió, y entonces el caballo pegó el segundo relincho. A ella la agarró ahora sí de veras el afán de irse.
+Pero otra vez le dijeron que no se fuera, que por qué tanto afán, que esperara más bien que amaneciera.
+Total, que no la dejaron, ni tampoco cuando el caballo pegó el tercer relinchido.
+Amaneció el día y la mujer se montó en el caballo y se fue. Llegó donde el esposo, que le reclamó porque no le había concedido lo que le pidió. Por eso le quitó el vestido que le había regalado y le puso el que llevaba antes del matrimonio. Endespués la despachó, que se fuera para donde sus papás.
+La mujer salió llorando y, ya viniendo lejitos, el esposo la llamó. A ella le dio como gusto[38], y le preguntó:
+—¿Para qué me llama?
+El marido le contestó:
+—Tomá esta varita, que todo lo que le pida le da. Y váyase.
+La mujer cogió el camino, pero no se fue para donde los papás. Caminó todo el día y llegó a un potrero. Se sentó ya cansada y le dijo a la varita:
+—Varita, varita, por la virtud que Dios te dio, hágame una pueblación bien hecha y un palacio para mí.
+Así fue, la varita le hizo la pueblación y el palacio para ella. Allá duró mucho tiempo. Puso un negocio y toda la gente iba a gastarle.
+En una de las casas del pueblo había tres muchachos y todos tres se enamoraron de ella.
+El primero le preguntó que cuándo le permitía ir a acompañarla. Ella le contestó que esa misma noche.
+Apenas oscureció el muchacho llegó, charlaron harto y endespués se fueron para la cama.
+Estando allá, la mujer dijo que se le había olvidado el menudo en la mesa de la cocina y que necesitaba ir para alzarlo porque podían entrarse los perros y comérselo.
+El muchacho le contestó que ella no se moviera de la cama. Que él iba.
+Cuando la mujer calculó que él estaba en la cocina, sacó la varita y le dijo:
+—Varita, varita, por la virtud que Dios te dio, que el muchacho amanezca alzando el menudo.
+Así fue. Por la mañana el muchacho amaneció furioso y no volvió.
+Al otro día llegó el segundo muchacho y preguntó que si podía ir de visita por la noche. La mujer le contestó que sí.
+Lo atendió mucho y, cuando terminaron de cenar, se fueron a la cama.
+Pero entonces la mujer se acordó de que había dejado la puerta abierta. Tenía que ir a cerrarla no fuera que se entrara alguno.
+El segundo muchacho le dijo:
+—No faltaba más que se levantara. Yo voy y cierro la puerta.
+Cuando la mujer calculó que estaba cerrando la puerta, le dijo a la varita:
+—Varita, varita, por la virtud que Dios te dio, que el muchacho amanezca cerrando la puerta.
+Así fue. El muchacho amaneció cerrando la puerta, por lo que se ofendió mucho y la dejó abierta.
+Al otro día la mujer llevó al pozo una totuma grande y, cuando a la noche llegó el tercer muchacho, lo recibió y atendió muy bien. Charlaron mucho y cenaron y se fueron para la cama.
+Estando allá le dijo la mujer:
+—Se me quedó la totuma en el pozo. Me toca ir a recogerla porque es la de medir la miel y, si se la roban, ¿dónde consigo otra?
+El muchacho le contestó:
+—No faltaba más. Usté se queda a’i y yo voy y se la traigo.
+Cuando ella calculó que estaba en el pozo, le dijo a la varita:
+—Varita, varita, por la virtud que Dios te dio, que el muchacho amanezca echándose agua.
+Así fue. Amaneció el día y el muchacho, muy ofendido, botó la totuma y corrió para su casa todo entumío.
+Cuando preguntó a los hermanos qué les había pasado, se lo contaron y ninguno volvió a molestar a la dueña de la tienda.
+El que llegó un día a visitarla fue el mago de la peña. Le dijo que sabía lo que había hecho ella y que, si tenía gusto y voluntad, se fueran a vivir otra vez a su palacio. Allá están y son muy felices.
+[38] Margarita, que compone este cuadro de su propia cosecha, emplea muy bien el adverbio de modo «como», con el que diferencia lo que hubiera podido ser alegría total, del recelo que todavía experimentaba la esposa repudiada.
+ASISTIR Vivir en determinado lugar.
+ANTÓS Entonces.
+ALGO SE LE PUSO Fam. Para indicar que se abrigan sospechas.
+AL ROMPE Fam. En seguida, inmediatamente.
+ALUCEJO Ant. Goterón que cae de la vela.
+AMEJORAR Mejorar.
+ANIMALERO Gran cantidad de animales.
+APERCIBIR (SE) Darse cuenta.
+ASENTAR Presionar y molestar la piel.
+BARBIAR Cortar la barba.
+CABALLO HERRERO Bestia sin amansar, en estado salvaje.
+CALOROSO Caluroso.
+CANTÍO Cántico.
+CARGAR Barbarismo por ‘llevar’.
+CARRACAS Quijadas, mandíbulas.
+CONGRATAR Convencer, persuadir.
+CONTONANCIA Chisme.
+CONVERSA Apócope de conversación.
+CUANDO ACUERDA Fam. Cuando se da cuenta.
+CUANDO MENOS ACUERDA Fam. Cuando menos se da cuenta.
+CUERO Piel.
+CUJA Ant. Cama.
+CHIRLOBIRLO Chirlomirlo, mirlo.
+CHULO Gallinazo, zamuro.
+DESCARGUE Acción de descargar un arma.
+DURAR Vivir.
+EMPOLVAR (SE) Embriagarse.
+ESPICHAR Aplastar.
+ESPULGAR Eufemismo por ‘despiojar’. Tarea que en algunos lugares practican unos con otros los campesinos, más como prueba de consideración que en busca de limpieza.
+FONDO Caldera generalmente de cobre que sirve en los ingenios de azúcar para hervir las melazas.
+FORRAR Tapar, abrigar.
+GUCHUVAS Uchuvas. Frutos de la planta de ese nombre, esféricos, amarillos, de sabor agridulce.
+HACER ATAJO Fig. Atravesarse en el camino de alguien, para atajarlo.
+Hacer bodas. Fig. Hacer el amor.
+JÓBITO Ave fabulosa parecida al chulo.
+JOYADA Hondonada.
+LAPO Latigazo.
+LEJA Apócope de lejana.
+MALEZA Enfermedad.
+MALHAYA Ant. Ojalá. Es americanismo que el Pequeño Larousse registra como usado en el Río de la Plata.
+MANIAR Maniatar no sólo a las caballerías sino a las personas.
+MAYORCITA Vieja.
+METER UNA TANDA Fam. Dar golpes.
+MIAGAR Maullar.
+MIJITO Contracción de «mi hijito».
+MUCHACHO Sirviente.
+OBRA Nombre genérico de las tareas de albañilería.
+ORA Apócope de ahora. También ‘hace’: «Ora tiempos».
+PALO Árbol.
+PATOJIAR Caminar cojeando.
+PEGAR BOTES Fam. Saltar.
+PELIANCERO Peleador.
+PELUQUIAR Cortar y arreglar el pelo.
+PORRA Cabeza.
+PUEBLACIÓN Población.
+PUÑADA Puñado.
+QUENSEQUÉN Contracción de «quien sabe quién».
+RASTROJALÓN Rastrojo al que se prende fuego.
+REPARAR Observar.
+ROCHELA Ruido, algazara.
+TANTOS Muchos.
+VA’Y Modismo coloquial para evitar la repetición de nombres, pronombres, o verbos.
+¡A echar cuentos, pues! Antonio Molina Uribe. Editorial Bedout. (Sin fecha).
+Boyacá. Colección Regiones Colombianas. Interprint Editores. Bogotá, 1977.
+El carnero. Juan Rodríguez Freyle. Biblioteca Colombiana. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá, 1984.
+El cuento en español, su origen y desarrollo. Horacio Bejarano Díaz. Imprenta Departamental Antonio Nariño. Bogotá, 1963.
+El cuento folclórico en Colombia. Octavio Marulanda. Revista Aleph, n.° 48. Medellín, enero-marzo, 1984.
+El héroe de las mil caras. Joseph Campbell. Fondo de Cultura Económica. México, 1959.
+El pueblo relata. José Antonio León Rey. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá, 1980.
+Formas de la narración breve en las literaturas románicas hasta 1970. Kromer Wolfram Krömerm. Editorial Gredos. Madrid, 1979.
+Las mil y una noches. Editorial Aguilar. Madrid, 1976.
+Mitos de Antioquia. Arturo Escobar Uribe. Editorial Minerva. Bogotá, 1950.
+Montañas de Santander. Enrique Otero D’Costa. Biblioteca Banco Popular, vol. 51, 1973.
+Peregrinación de Alpha. Manuel Ancízar. Arboleda & Valencia, Editores. Bogotá, 1914.