Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Samper Pizano, Daniel, 1945-, autor
Con nombre propio / artículos de Daniel Samper Pizano ; presentación, Daniel Samper Pizano. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2018.
1 recurso en línea : archivo de texto ePUB (2,3 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Periodismo / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN 978-958-5419-92-6
1. Crónicas colombianas - Siglos XX-XXI - Colecciones de escritos 2. Libro digital I. Samper Pizano, Daniel, 1945- autor de introducción II. Título III. Serie
CDD: 070.4409861 ed. 23 |
CO-BoBN– a1018318 |
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ISBN: 978-958-5419-92-6
Bogotá D. C., diciembre de 2017
© Daniel Samper Pizano
© Revista Credencial
© 2017, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación y compilación: Daniel Samper Pizano
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+LO CONFIESO: ESTE LIBRO REFLEJA una honda frustración del autor ante la creciente y general ignorancia de los temas históricos. En los colegios de Colombia prácticamente desaparecieron las cátedras de historia, tanto la nacional como la de otras zonas del mundo. El desconocimiento de los estudiantes en estas materias es algo que, además de escandalizar, asombra: ¿cómo puede ser que hechos y personajes tan interesantes como los que surgen en cada recodo del pasado no atraigan sino a muy pocos escolares, y que no se luche con toda suerte de mañas y artimañas por conseguir que les cojan el gusto a estos relatos? Algún éxito han logrado ciertas películas, telenovelas y series que, a medias entre la ficción y la realidad, ofrecen versiones sobre sultanes, héroes de la II Guerra, líderes de la India o de Estados Unidos y próceres de la Independencia. Pero los libros de historia no forman parte del menú habitual de los jóvenes y, para ser sincero, tampoco de los mayores.
+Buena parte de tan lamentable falla radica en las falsas prédicas en el sentido de que sólo hay que mirar adelante, pues lo pasado pasado está y no tiene sentido analizarlo y aprender de él. Verdad es que resulta imposible recorrer un camino sin poner los ojos en el tramo que se avecina, pero el espejo retrovisor ofrece contextos, posibilidades de ubicación y algunos peligros inminentes.
+He escrito ya cinco libros que procuran sembrar interés por la historia a través del humor. Supongo que es esta una manera atractiva de mojar a los renuentes en el río de sucesos que fluye desde hace milenios y en cuyas aguas, querámoslo o no, navegamos y corremos el riesgo de naufragar. Con el tiempo, los lectores hallarán textos, videos y tratados mucho más serios y equilibrados que los que menciono. Pero quizás guardarán por aquellos primeros libros el agradecimiento que los lectores de poesía tenemos por los versos deficientes que significaron el primer y fundamental paso en la escalera.
+Con nombre propio es otro esfuerzo en el mismo sentido. Con estilo que procura ser ameno y con suficiente solidez investigativa, recopilo aquí medio centenar de artículos cuyo denominador común es el propósito de llamar la atención al lector en torno a personajes, logros y épocas. El imán es el ser humano. Parto de un principio del periodismo: a las personas les interesan las personas. Y abordo muy variados temas y caras. Algunas de ellas muy hermosas, como las de las actrices más sexis de mi generación. Otras casi desconocidas, como la del piloto que murió con Gardel. El desfile comprende músicos, próceres, poetas, cantantes, inventores, gramáticos, escritores, políticos, descubridores, periodistas, santos, artistas, humoristas e incluso una mula y una momia. Las nacionalidades son muchas, desde alemanes y españoles hasta rusos y argentinos, pero sobresale la dosis de colombianos. Los objetos protagonistas también resultan variados: libros, espadas, barcos, sarcófagos, diccionarios, vallenatos, leones, postres, huesos…
+No voy a repetir en esta página aquella frase que alguien dijo en el sentido de que los pueblos que olvidan su historia corren el peligro de repetirla. Mis intenciones son más modestas: con despertar un interés en el pasado aspiro a que sepamos mucho más acerca de quiénes somos y adónde nos dirigimos.
+DANIEL SAMPER PIZANO
+TODOS LOS MESES, DURANTE cerca de treinta años, escribí un artículo para la Revista Credencial.
+La presente antología recoge medio centenar de esos trescientos sesenta textos. La mayoría están centrados en personajes, y casi todos los personajes son colombianos. Algunos artículos más se refieren a episodios de nuestra historia nacional. La lengua, la música popular y algunos recuerdos personales son los temas dominantes.
+Confío en que todos ellos conformen un mosaico incompleto, impresionista y un tanto arbitrario sobre individuos sobresalientes de nuestro país, con algunas pinceladas fuera del mapa colombiano.
+DANIEL SAMPER PIZANO
+Luis Carlos Galán no sólo era valioso por su impecable proceder político. El autor recuerda algunas de las cualidades humanas que lo acercaron al líder, percibidas gracias a la amistad que durante años los unió.
+VEINTITRÉS AÑOS ATRÁS HABÍAMOS compartido cuarto de hotel a lo largo de un mes durante una gira de «líderes estudiantiles colombianos» por Estados Unidos. Ahora volvíamos a hacerlo en Viena durante cuatro días, inspirados por un largo temario de charlas aplazadas y por los magros viáticos de estudiante en Oxford, que lo era él, y corresponsal colombiano en Europa, que lo era yo. Esos días en Viena me permitieron saber que Luis Carlos Galán seguía siendo el mismo idealista apasionado, el mismo compañero entusiasta, el mismo hombre en cuya cabeza hervían todo el tiempo ideas sobre el país y la misión de las nuevas generaciones en la construcción de una Colombia para el siglo XXI.
+A un hombre se le conoce, en buena parte, por la fortaleza de sus convicciones y la terquedad de sus obsesiones. Luis Carlos mantenía intactas unas y otras un cuarto de siglo después de nuestros tiempos estudiantiles. Seguía creyendo en la necesidad de una democracia con contenidos reales y en el desafío de transformar las fatigadas estructuras que nos llegaban tras 150 años de vida republicana. Continuaba obsesionado por la importancia de saber interpretar —su palabra favorita— los nuevos apremios del país.
+Como sus famosos afiches lo revelan, Galán tenía mirada penetrante y nariz rapaz; las mismas características se repetían en su mente. Donde otros veían datos, él descubría signos. Donde otros percibían hechos aislados, él enlazaba tendencias.
+—Es muy sintomático —me comentó alguna vez— que en Estados Unidos acaban de elegir como presidente a un ingeniero atómico.
+La experiencia de Estados Unidos con el ingeniero atómico Jimmy Carter no fue satisfactoria. Pero para Galán el problema no era ese. Sino que los norteamericanos se hubieran decidido a elegir un candidato presidencial con profesión modelo siglo XXI. (Naturalmente, no comentamos nada cuando cambiaron al ingeniero atómico por un actor mediocre de viejas películas de vaqueros; pero estoy seguro de que Luis Carlos habría encontrado en ello algún signo).
+Alguien dijo, con razón, que Galán era el último republicano. Quizás intentaba con ello ponerlo a la defensiva. Él, por el contrario, lo tomó como un elogio y aceptó serlo. No me cabe duda en el sentido de que ambas cosas son ciertas. Es decir, que Galán era el último republicano y que, en estos tiempos de desmoronamiento moral y bajos niveles, las características de entereza y dignidad de los republicanos son condiciones envidiables, casi nostálgicas. Entre los republicanos, y por razones de admiración y proximidad, quizás eran Eduardo Santos y Gabriel Turbay quienes más influyeron en Galán. Muchas personas dicen que sentían en Luis Carlos una especie de frontera que impedía acercarse a él más allá de cierto punto; una como distancia difícil de definir y de salvar. Era ese mismo «tácito tratado de límites» al que aludía Hernando Téllez cuando hablaba de Eduardo Santos. Pero se equivocan quienes piensan que ese como halo que parecía rodear de manera auténtica y espontánea a Galán era una cortina tras la cual se escondía una persona fría, excesivamente trascendental y calculadora. No. Era un anillo invisible y genuino que exhalaba, sin proponérselo, la importancia.
+Galán era, en mil aspectos, un sentimental. Si no lo fue desde un principio, cosa que dudo, varias experiencias dolorosas y tempranas lo llevaron a serlo. Era, también, una persona sensible. Aunque mentiría si dijera que era aficionado a los mosaicos de la Billos o Los Graduados, le encantaba la música clásica y se interesaba particularmente por el folclor. Aquella breve temporada de Viena confesaba que uno de los anzuelos que lo atrajo a ir allí, aparte de encontrarse con viejos amigos como el exministro Enrique Parejo, era el de asistir a un concierto de la Quinta sinfonía de Beethoven. En cuanto a la música folclórica, la socióloga Gloria Triana puede dar fe de su preocupación porque se registrara, conservara y protegiera la tradición musical popular.
+Eso sí, no figuraba la poesía entre las principales lecturas de Galán, que se orientaban, por cosas de su profesión, hacia temas políticos y económicos. Leyó mucho a Teilhard de Chardin, que le enseñó una visión cósmica de tiempos y evoluciones, y leyó con pasión a Nikos Kazansakis, una de cuyas novelas (La última tentación de Cristo) le infundió quizás la creencia en un ineluctable destino personal, como anotaba acertadamente hace poco un artículo de María Mercedes Carranza. Pero al mismo tiempo que digo que nunca le escuché opiniones intensas sobre poesía —y eso que llegué a oírle tesis hasta sobre el modo nacional de jugar el fútbol—, debo agregar que la penúltima vez que salió de Madrid lo hizo apertrechado con las poesías completas de nuestro padre Quevedo.
+Quienes veían en Luis Carlos a un hombre interesado sólo en temas trascendentales y por lo tanto —digámoslo— un poco aburrido, también se equivocaban por completo. Galán tenía una cualidad que cada vez se extravía más: la de ser buen oyente. Galán sabía oír. Se interesaba por aquello que su interlocutor estuviera contando, así fuera la historia de Grecia antigua o el nuevo auge de la minifalda en Nueva York. Se mantenía, por tanto, enterado de muchas cosas, faena en la cual le ayudaba una excelente memoria. Sabía oír, y sabía callar, que es otra cualidad que ya no se fabrica. En las frecuentes reuniones editoriales a las que asistí con él en El Tiempo y sus actividades universitarias, Galán guardaba a veces un mutismo inquietante; mientras los demás exponían ideas y se acaloraban y se ponían de pie y levantaban el dedo índice, él aguardaba. No es que estuviera con la mente ausente. Es que estaba escuchando y analizando. Después hablaba. Y solía hacerlo con esa enorme propiedad verbal que el país le conoció y con un tacto formidable para refutar algunas de las ideas expuestas sin herir a quienes las defendían. Ese tacto era apenas una expresión de algo que podía definir profundamente a Galán como ser humano, más allá de su privilegiada inteligencia y su valor: nobleza. Galán era de una nobleza extraordinaria. E irradió todo lo que la nobleza proyecta en el campo no siempre noble de la política, en el de la amistad, en el de la familia.
+Una equivocación final sobre Luis Carlos era la de pensar, como pensaban otros, que fuera de trascendental carecía de humor. Galán era un tipo de enorme receptividad hacia el humor. Sabía disfrutarlo y celebrarlo y lo usaba a veces con mucho acierto para expresar mejor una idea o comunicar una tesis. Por ser periodista tenía esa especial facilidad para comparar cosas y contar de manera inteligible realidades difíciles.
+De gestos varios y enormemente expresivos, había dos, sin embargo dos que prevalecían en el rostro de Galán: el del hombre risueño y levemente burlón y cómplice, y el del hombre preocupado y pensativo. Este último solía aparecer en Luis Carlos con más frecuencia en los últimos años. Él mismo sabía que estaba condenado a un destino del cual no podía escapar y ese destino, que había parecido de perfiles gratos un tiempo atrás, ahora se veía cada vez más entenebrecido y grave.
+Cuando estalló la noticia devastadora del asesinato de Luis Carlos, se me vino de repente a la memoria un recuerdo que tuve sepultado durante muchos años. Era el recuerdo de un aparte de oratoria que fascinaba a Galán en sus años estudiantiles. Corresponde al discurso improvisado que pronunció Juan Lozano y Lozano el 18 de noviembre de 1947, cuando llegó al Senado de la República la voz de que acababa de morir Gabriel Turbay. El párrafo final de ese discurso lo sabía Luis Carlos de memoria:
+Un día el vaivén de las cosas políticas impidió a Colombia verse presidida por su primer hombre de Estado y de Gobierno. Pero hoy, en toda la extensión de la República, no habrá un ciudadano que discuta a Gabriel Turbay su derecho indiscutible a hundirse en la noche eterna con el pabellón de la patria cruzado sobre el pecho.
+Estas mismas palabras pueden aplicarse a Luis Carlos Galán. Su tumba en el Cementerio Central reposa muy cerca a la de Gabriel Turbay.
+(1989)
+La diminuta aldea vasca de donde salió la familia del americano que expulsaría la corona española es el foco más importante de homenaje al Libertador en Europa.
+SON EN TOTAL UNA CINCUENTENA de casas, una iglesia con cara de fortaleza, una columna de piedra y un frontón de jai-alai donde entrena uno de los mejores jugadores de pelota vasca del mundo. La aldea está hundida entre montes de verdor casi andino. En algunas colinas triscan ovejas; otras están coronadas por robledales y pinares; en la más alta se levanta desde hace mil años la colegiata de Cenarruza. Desde entonces está paramando en la comarca vasca donde se asienta Bolívar, la puebla de donde partió hace 405 años el primero de la estirpe que llegaría a América.
+Se llamaba Simón, como su hijo y como el tataranieto de su nieto: Simón Ochoa de Ardanza de la Rementería y Bolíbar. Aún hoy algunos escriben Bolíbar, como en los primeros tiempos, porque la lengua vasca no tiene ve labidental. Razones de las leyes hereditarias vascas explican que, a la hora de escoger autógrafo, el que llegaría a ser funcionario de Felipe II en Venezuela hubiera optado por reunir su nombre de pila y el último de sus cuatro apellidos, que era también el nombre del pueblo donde nació.
+Trasladado a Caracas en 1584, este primer don Simón engendró al segundo. El segundo fue padre de un nuevo Bolívar cuyo nombre no consta en las crónicas pero que engendró a Luis: Luis engendró a Juan; Juan a Juan Vicente y Juan Vicente a un hijo llamado Simón Bolívar —él mismo suprimió del apellido la palabra de—, que, a falta de hijos, acabó dando a luz a cinco repúblicas independientes.
+Durante muchos años los Bolívar debieron padecer en España la fama negra que les dio aquel general que combatió y desterró a las tropas ibéricas en buena parte de América. Ahora las cosas han cambiado. Ya prácticamente no queda en la región ninguno de este apellido. El Museo de Bolívar, ubicado en la villa original de la familia, recibe cerca de mil visitantes cada mes; en el País Vasco funciona una juiciosa Sociedad Bolivariana dedicada a estudiar las hazañas del tataranieto del nieto del primero que emigró a América desde la aldea. Y allí y en toda España el reciente libro de Gabriel García Márquez sobre el laberinto final del general Bolívar lo ha hecho más famoso que nunca.
+No fue así durante mucho tiempo, como queda dicho. Desde el 9 de diciembre de 1824, fecha de la victoria final de los patriotas sobre los españoles en Ayacucho, hubo de transcurrir más de un siglo hasta cuando se rindió el primer homenaje público a Bolívar en la península ibérica. Este tuvo lugar justamente en la puebla primigenia el 14 de marzo de 1927. Tendría que pasar casi medio siglo más antes de que naciera la Sociedad Bolivariana del País Vasco. En 1976, cuando se presentaron para su aprobación los documentos de creación de la sociedad, el Gobierno, aún contaminado por el espíritu franquista, no se mostró muy entusiasmado por el hecho de que alguien pretendiera rendir homenaje a quien luchó a muerte contra la España colonialista. Los papeles tardaron tres años en recibir el visto bueno. Pero el 9 de mayo de 1979 don Francisco Abrisqueta, un industrial con alma de historiador y un vasco con alma de colombiano, pudo al fin pronunciar en Bilbao el discurso inaugural de la primera Sociedad Bolivariana española, sexagésimo-tercera de la colección.
+El Libertador viajó a Europa en tres oportunidades. En dos de ellas visitó a España. La primera vez desembarcó en un puerto cantábrico el 5 de mayo de 1799, cuando tenía apenas dieciséis años de edad. Emprendió de inmediato el viaje a Bilbao por tierra, y llegó a la ciudad vasca tres días después. Inmediatamente partió hacia Madrid.
+La historiadora francesa Gilette Saurat dice que «visto que las circunstancias lo llevaban a Vizcaya, Simón decidió ir a conocer su tierra solariega. Bolívar significa en lengua vascuense: orilla del molino. Encontró, a la orilla de un riachuelo que lleva su nombre, una gran torre y una mansión vetusta». Linda la escena pero, desgraciadamente, bastante equivocada y algo hipotética. Para empezar, no existe ninguna prueba histórica en el sentido de que el futuro Libertador hubiera visitado, en esa ocasión o en otra, la tierra de sus mayores. Por los demás, Bolíbar no significa en lengua vasca lo que la historiadora francesa afirma, sino “pradera” o “vega de molinos”. En cuanto al río, no lleva su nombre sino el de Artibay. La mansión vetusta de la familia Rementería no es sólo una. Son dos. En la principal o mayor funcionó la casa solariega durante siglos. La segunda, o Rementería —herrería— menor, fue adquirida hace algunos años por el Gobierno vasco. Restaurada, es sede del Museo Simón Bolívar desde el 24 de julio de 1983.
+En el museo hay cuadros, gráficas, objetos y libros sobre Bolívar. «Es un museo activo de divulgación», dice Ana Arriaga, la directora. El primer año lo visitaron 824 personas. La cifra se había multiplicado por once en 1988, cuando se registraron 9.554 visitantes. Este año la directora calcula que vendrán más de 12 mil, de los cuales el 55 por ciento han de ser escolares vascos menores de catorce años.
+¿Tienen las ideas libertarias de Bolívar alguna raíz en un pueblo independiente y díscolo como el vasco? Muchos se han esmerado en afirmarlo así. Pero tampoco existe en esta materia prueba alguna que permita demostrarlo. Después de permanecer casi dos años en Madrid (julio de 1799 a marzo de 1801), Bolívar se vio obligado a dejar la ciudad debido a un encontronazo con la autoridad, pues cierta tarde se negó a una requisa y sacó la espada para sugerir que no tenía ganas de que lo registraran.
+Llegó a Bilbao en diligencia en marzo de 1801 y permaneció en la ciudad hasta diciembre de ese año. En este mes viajó a Francia, de donde retornó en abril de 1802. Un mes más tarde salió para siempre de Bilbao. Es posible que los once meses que vivió en Bilbao le hubieran permitido entrar en contacto con algunas de las reuniones donde se ventilaban las ideas de libertad que había difundido la Revolución francesa. Treinta y seis años antes se había creado la Sociedad Económica de Amigos del País. Aunque Bilbao era una villa de apenas 10 mil habitantes —un «pueblo», según Bolívar— en sus tertulias opinaban varios franceses y no pocos vascos enciclopedistas. Bolívar se hizo amigo de Antonio Adán de Yarza, dueño de una de las más abundantes bibliotecas clandestinas sobre temas filosóficos y económicos.
+Este Bolívar de sólo 18 años no ofrece ningún testimonio directo sobre sus inquietudes intelectuales. Las dos únicas cartas que datan de Bilbao hablan de dinero y matrimonio. En sus escritos posteriores Bolívar no se refiere nunca a la influencia ideológica que pudo haber recibido en esta época. La única constancia que deja entonces el joven venezolano, en carta de 1802, contiene, por el contrario, una apreciación bastante injusta sobre el país que lo había acogido durante tres años: «Yo puedo asegurar que la España me parecía un país de salbajes [sic] cuando la comparaba a la Francia». A fuerza de recomponer la atmósfera del momento y, aplicando las leyes de probabilidades, Abrisqueta presume que Bolívar debió conocer a varios bilbaínos ilustres y escuchar de ellos planteamientos sobre los nuevos aires de libertad que empezaban a correr en Europa. Otro historiador vasco, Koldo Urrutia, sostiene a todo el que, como este enviado especial, solicite su compañía para visitar la puebla de Bolívar, que el caraqueño «encontró en Vizcaya las ideas y leyes que le inspiraron ánimos de independencia».
+Son suposiciones. Suposiciones cariñosas, suposiciones posibles, incluso probables; pero suposiciones, por culpa de la escasa documentación que existe sobre el paso de Bolívar por Bilbao y el silencio posterior del Libertador al respecto. Al mismo terreno de la conjetura pertenece el siguiente párrafo del historiador vasco Juan Ramón de Urquijo y Olano: «Tenemos razones para creer que Bilbao, Vizcaya, la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, también pusieron su parte en la formación de ese espíritu inquieto, hombre de ideas y acción, que fue el Libertador».
+Otros historiadores piensan distinto. Salvador de Madariaga, autor de la primera gran biografía sobre Bolívar escrita por un español, se esmera en negar en el Libertador toda influencia de sus orígenes vascos. Más bien —en un desliz infundado y regionalista que le hace poco favor— afirma que, por su mirada melancólica y su rostro reposado, parece ser de origen gallego. Desde la otra orilla, el bilbaíno Miguel de Unamuno reclama el origen vasco de Bolívar como una de las características que lo llevarán a proclamar la independencia americana y guerrear por ella.
+El origen vasco de Bolívar debió ser motivo de embarazo en estas tierras hace 150 años. Hoy lo es de orgullo. Y hasta de exageración y de leyenda. Cuando este enviado visita la puebla de Bolívar, uno de sus acompañantes —que nació y ha regresado a Bilbao luego de vivir treinta años en Venezuela— le menciona que hay un texto de Bolívar en que decreta la pena de muerte a todos los españoles residentes en América, excepto los vascos. Pero cuando el periodista pide ver la transcripción del texto, el texto no aparece. Quizás porque no existió nunca. Como quizás no conoció nunca Bolívar la húmeda puebla de sus antepasados o no leyó nunca las leyes tradicionales vascas a las cuales se les atribuye una cuota en su formación política.
+Pero si bien existen dudas sobre los detalles de la vida del tercer Simón en tierra vasca y las influencias que pudo allí pescar, no hay en cambio ninguna sobre la devoción con que reclama sus orígenes el País Vasco. La Sociedad que estudia su historia, la nutrida biblioteca bolivariana que reposa en la ciudad de Vitoria y el museo que divulga la imagen del Libertador en la aldea de sus mayores convierten a Euzkadi en el lugar de Europa donde más se quiere a Bolívar.
+* * *
+¿Cómo habría sido el delirio del Chimborazo si Simón Bolívar hubiera preservado el euskera, la lengua vasca de sus antepasados? Los siguientes son, traducidos al vasco, los párrafos finales del famoso texto que se atribuye al Libertador:
+Artantxe gorde zan ameskaria.
+Zur-lur gelditu nintzan eta kordegabe luzaroan, nere diamantezco etzangu artan zerraldo. Azkenik, Kolonbia’ren dei-oiua entzun nuan; esnaturik zutitu nintzan, betazalak nekes badaere irekirik; ba naiz nor berriz-ere; eta nere sukar-ametsa idatzi dut.
+El fantasma desapareció. Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados; vuelvo a ser hombre y escribo mi delirio.
+(1989)
+Durante los años que vivió en Europa, el Libertador tomó habitación en calles de Madrid y París donde hoy no quedan registros de que «aquí durmió Bolívar», como sí ocurre con todo pueblo colombiano que se respete.
+CUANDO UN SIMÓN BOLÍVAR imberbe y provinciano llegó a Europa el 5 de mayo de 1799, poca idea tenía que acabaría libertando a su patria del dominio de esas tierras que pisaba por vez primera. Tenía entonces 16 años aún no cumplidos y unas cuantas cartas y conexiones para defenderse en el Viejo Continente. A lo largo de tres años vivió en Madrid y Bilbao y conoció a París, ciudad a la cual habría de volver en su segundo viaje.
+Bolívar estuvo de regreso en América a mediados de 1802 y de nuevo hizo maletas con dirección a Europa dos años más tarde. En esta ocasión permaneció algo menos de tres años, pero visitó buena parte de Italia: Milán, Venecia, Padua, Ferrara, Bolonia, Pisa, Florencia, Roma. Posteriormente, Bélgica, Holanda y Alemania. Volvió vía Estados Unidos en enero de 1807.
+Habría de retornar una vez más al Viejo Continente, pero ahora únicamente a Inglaterra. Fue entre julio y septiembre de 1810. Ya no se trataba de un viaje de adolescente despistado, como el primero: ni de joven intelectual en trance de establecer contactos con la élite europea —Humboldt, Mariano de Tristán, Madame de Villars—, como el segundo; sino de revolucionario en procura de apoyo británico para la causa libertadora americana.
+Del paso de Bolívar por España y Francia queda poca huella. Una placa en el sitio en que se levantó la iglesia madrileña donde contrajo matrimonio, otra en la iglesia donde no contrajo matrimonio y una más en la casa que ocupó en Bilbao. Ha sido la aldea de sus antepasados en el País Vasco, la puebla de Bolívar, la que ha rendido el mayor homenaje de Europa a su memoria. Allí se levantan un museo y un monumento recordatorio (ver Credencial n.° 30, mayo de 1989). Y nada más.
+Bolívar llegó a Madrid recomendado por su tío, don Esteban Palacios. Trabó amistad cercana con el estudiante colombiano Manuel Mallo, amante de la reina María Luisa. Esta circunstancia permitió a Mallo disfrutar de la reina —si el verbo puede ser este cuando se trata de una soberana reina de aspecto gallináceo, según la pintó Goya— y a Bolívar de ocasionales fines de semana en predios de descanso reales. En una de estas ocasiones el futuro libertador disputó en Arajuez un partido de raqueta contra el futuro rey Fernando VII. Bolívar no sólo ganó ese juego y desprendió sin querer el gorro del temperamental príncipe, sino que volvió a ganarle la revancha durante la guerra de independencia americana dos décadas más tarde.
+La primera calle madrileña en que habitó Bolívar, la calle Jardines, quedaba muy cerca de la Puerta del Sol, en una zona que hoy recorren codiciosamente los visitantes de América pasando del Corte Inglés a Galerías Preciado. La calle Jardines era entonces una zona regia, sede de la gran casa de su tío Esteban. Allí vivió entre el 1.º de agosto de 1799 y el 28 de febrero de 1800. En casi dos siglos las cosas han cambiado bastante. Esta calle estrecha, recortada respecto a su antiguo trayecto, es ahora uno de los principales focos de prostitución barata de la ciudad. La casa fue derribada y sobre su lote se levanta un edificio.
+Una vez que su tío Esteban se marchó a Madrid, Bolívar tuvo que mudarse a la mansión de un pariente lejano, don Jerónimo de Ustaritz, que estaba situada en la calle de Atocha. Disponía este palacete de una nutrida biblioteca, donde según parece, el joven Simón pasó muchas horas. En la calle de Atocha no queda hoy recuerdo de esta mansión. Expertos bolivarólogos, como Francisco Abrizketa, no han conseguido saber su ubicación exacta. Cuando fue embajador en España, Belisario Betancur estuvo tratando de ubicar el solar y cree haberlo conseguido. Atocha es ahora una calle atafagada y comercial donde quedan en pie pocas mansiones y sí proliferan, en cambio, los hostales de media y ninguna estrella.
+Aunque no durmió en ella —en ese tiempo nadie osaba dormir en casa de la novia—, una de las casas de Madrid que más frecuentó Bolívar fue la de la familia de María Teresa del Toro, una muchacha criolla dos años mayor que él que le hizo sentir, según confesión propia, «una pasión tan violenta que no he vuelto a sentir en mi vida nada semejante». Bolívar se volvió asiduo de la casa de los Toro, situada en el número 2 de la calle Fuencarral, que hoy desemboca sobre la Gran Vía.
+El noviazgo habría de terminar en matrimonio: el 26 de mayo de 1802 la pareja acudió a una iglesia de la calle Gravina donde recibió la bendición. Semanas más tarde regresaron los recién casados a América y el 23 de enero de 1803, cuando llevaban apenas ocho meses de matrimonio, María Teresa murió de «fiebre maligna» en Caracas.
+Del matrimonio de Bolívar y María Teresa queda una placa en la esquina de las calles Gravina con Libertad. La iglesia ya no existe, pues en su lugar se levanta un edificio de habitación. Es una zona que, en inesperado y discutible homenaje al Libertador, se ha vuelto muy americana. A pocos metros de allí funciona un restaurante peruano y, de noche, circula con profusión cocaína colombiana. En otra iglesia, la de San José, que sí se mantiene en pie en la esquina de la calle de Alcalá con la del Marqués de Valdeiglesias, está empotrada una placa que colocó el Gobierno de Venezuela para conmemorar la boda. Historiadores locales afirman que se trata de un error. El matrimonio no tuvo lugar en esta iglesia sino en la derruida. Ambas están cerca de la casa de los Toro en la calle Fuencarral, que cayó sin misericordia y fue reemplazada a principios de este siglo por un edificio de híbrido estilo, con resbalones art-nouveau.
+París fascinó a Bolívar desde cuando conoció la ciudad en su primer viaje a Europa. No es de extrañar, pues, que cuando volvió en 1804 su paso por España fuera muy breve y se instalara más bien en la capital francesa. De allí arrancó varias veces en excursión a diferentes países europeos —a Alemania en coche y a Italia a pie—, pero fue París su sede entre mayo de 1804 y a fines de 1806.
+En 1802, cuando había quedado deslumbrado por la charramente llamada Ciudad Luz, se alojó en un hotel más bien modesto de la calle Saint Honoré, según consta en los registros de la Prefectura de Policía correspondientes al 20 de enero de aquel año. Ahora, al regresar con más edad, más ambición y más fortuna, se instaló en una lujosa suite del Hotel des Etrangers, en la calle Vivienne. Se sabe que Bolívar se privó de poco durante aquellos meses de teoría revolucionaria y rumba práctica en París: champaña, ópera, señoras en abundancia. La que más lo atrajo fue una dama encopetada, hermosa y rubia, por la que suspiraban varios currutacos parisinos de la época. Bolívar los desplazó a todos con su virilidad apasionada y su pasaporte de un mundo exótico y pasó largas y deliciosas horas al lado —es un decir— de Fanny de Villiers en la calle Basse-Saint-Pierre. Fue allí donde conoció a Humboldt, Gay-Lussac y otros personajes de la alborada europea del XIX.
+Tras largos meses de gran vida en el hotel de la calle Vivienne, Bolívar se reencontró con su viejo maestro Simón Rodríguez, y se mudó a vivir con él a un apartamento apenas decoroso en la calle de Lancry, en un barrio tranquilo de estudiantes. En este lugar permaneció hasta cuando viajó a Italia en compañía de Rodríguez. En Roma vivirá en una posada situada en inmediaciones de la plaza España, al lado de una escalinata que conducía a la Trinitá di Monte. A pocos kilómetros de allí se levanta el Monte Sacro, donde juró liberar a América de la corona española. Al regresar de Italia, en abril de 1806 se instaló en un barrio que la historiadora Gilette Saurat describe como «apartado y tranquilo». Allí, en la calle de la Loi, vivirá hasta octubre, cuando emprende camino a Alemania y, finalmente, a América.
+Bolívar ya no volverá a la Europa continental. Durante su tercero y último viaje solamente pisará la mayor de las islas británicas. En Londres visitará con frecuencia la casa del Marqués de Wellesley, en Ashley House, y también la del prócer Francisco Miranda, en el n.º 27 de la calle Grafton, hoy n.º 28 de Grafton Way. Esta casa fue adquirida por el Gobierno venezolano, pero no en homenaje a Bolívar, que era ocasional visitante, sino de Miranda.
+En cuanto al Libertador, su paso por calles y casas de Europa sigue caracterizado por la casi total ausencia de placas, menciones y recuerdos. Y, sin embargo, nadie niega que fue en esos desplazamientos por solares huérfanos de bronce donde Bolívar primero adquirió y luego pulió su temperamento independentista.
+(1989)
+En Barcelona, en su barrio de Poble Sec y en su cuadra del Carrer Poeta Cabanyes, los antiguos vecinos de Joan Manuel Serrat entronizaron en su honor una placa y colgaron de un cordel de esquina a esquina un cartel y banderas de papel verdes, rojas y amarillas.
+EN POBLE SEC EL DOMINGO ha amanecido de fiesta. Hace buen tiempo en Barcelona y parece que tuvieran cosquillas los vecinos de uno de sus más atestados barrios obreros. Uno los ve asomarse como inquietos a los balcones de barrotes, los señores en camiseta y las señoras en pantuflas y bata rosada. Hay actividad nerviosa en las calles, más niños que de costumbre en las aceras, más muchachas en las esquinas que en otras mañanitas de domingo. Los edificios de rigurosos siete pisos se miran frente a frente, separados apenas por la estrecha raya de pavimento y baldosas. Calles curvas y empinadas. Un viejo grita algo a otro de ventana a ventana y el segundo responde el saludo. Una señora asoma la cabeza enmarronada para averiguar quién tosió. Un perro ladra en la terraza. Desde lo alto del tejado, las palomas sueltan proyectiles grises sobre los transeúntes. Vuelve una niña distraída de comprar el pan y en la puerta del Bar Oscar se asolean parroquianos ventrudos que acaban de apurar el primer chato del día. El viento agita los trapos tendidos al sol, infla calzones comprometedores y sábanas alcahuetas y resucita formas gorditas y habladoras. En el ambiente flota un olor ácido, como a guarapo. En algunos balcones aletean banderas color Cataluña, rojas y amarillas, y colgado de un cordel de esquina a esquina un cartel que dice Homenatge a Joan Manuel Serrat.
+Por los adoquines necios de la calle Poeta Cabanyes ruedan una música conocida y unos versos en catalán. Tots tenen els seus mèrits, lo seu a cadascú, per per a mi ningú com en Kubala. Es una canción reciente pero ya famosa. Carrer Cabanyes arriba, llegando al Carrer de Magalhaes, se congrega la gente. Esperan a alguien. Un abuelo, elegante como un prócer, está sentado en un taburete al pie del portal. A su lado juega un niño vestido con camiseta a rayas azules y granas. El Barca es més que un club. En los pisos bajos se abigarran los avisos: Fontanería Imperial, Peluquería Gabi, Fornu de Pa, Bar Miquel, Bar-Celona. La proliferación de pequeños negocios habla sobre la actividad del barrio. Muchos deben existir desde hace más de 45 años. La Pollería El Carmen, del número 83, o la Hospedería, de una sola estrella —y esa discutible— del número 64. Otros son recientes, como el Video Club del número 55 o el enano supermercado Esmeralda, del 46. Propaganda electoral en los muros de la Papelería Sánchez, donde hay también dibujos de Tuco y Tico, las urracas parlanchínas, de Piolín y del ratón Mickey. Intimo sabor a España: el Bar Martí ofrece tapas variadas, bocadillos calientes y crema de café, un hombre de cejas de jabalí fuma un puro barato, una comadre fornida se muestra en la ventana del segundo piso, sobre la Perfumería Rosa, y uno se da cuenta de que el antepecho nunca hizo tanto honor a su nombre; pero, vamos, coño, quién ha dejado abierto el grifo de la fuente de la esquina… Uno se acerca al final de la calle, allí donde empieza el monte, y suena más alto el disco, y descubre una especie de tarima y una mesa con sillas de metal. La música sale de esos rincones a través de un altavoz cuya tisis obliga a derramar una lágrima por la Dama de las Camelias. Alguien sacude un tapete escandaloso, alguien sazona un pescado, alguien regaña tras las persianas. Mil perfums i mil colors.
+Cuando se acerca el mediodía se ha formado un corro frente a un edificio que lleva el número 95. Es la quinta puerta hacia abajo desde una carretera que construyó hace dos años el municipio, donde antes quedaba el centro recreativo de la parroquia de San Salvador. Edificio como todos: siete pisos, no más ancho que dos ventanas separadas por una puerta. Un canario enjaulado se despioja en el balcón del segundo piso, indiferente a la aglomeración de público, y en el tercero se asoman un niño, dos niñas y dos señoras jóvenes. En la azotea, antenas de televisión y las benditas palomas. Aumenta la atmósfera de anticipación. El altavoz muele Decir amigo. Ahora se aproximan a la pequeña multitud varios mozalbetes recién peinados, con cigarrillo sesgado tipo James Dean y caminado de dejenpasar. Son la aristocracia del barrio, lo mejor de cada casa. En la pared del 95 una cortina de muñequero cubre una placa. Todos los ojos apuntan hacia allí. No es difícil entender que ese es el corazón del jolgorio.
+Cuando son las 12 y 57 minutos Joan Manuel Serrat baja de un carro a cuatro cuadras del número 95 y empieza a subir la cuesta, como debió hacerlo muchas veces cuando él mismo era el antecesor de los jovencitos que hoy representan lo mejor de cada casa. Viste chaqueta de gala, camisa azul y bluyines. Lleva una hija en cada mano y un poco más atrás lo sigue Candela, su mujer. Un murmullo corre por Poble Sec cuando la multitud lo divisa. Estalla un aplauso espontáneo. El canario mira. Las palomas vuelan a otro tejado. Es inevitable: el encargado de la música, que conoce bien su papel, se deja venir con la canción precisa. Vamos, subiendo la cuesta, que arriba mi calle se vistió de fiesta.
+Lo abrazan y lo saludan, pero sin estrujarlo, sin empalagarlo, como al viejo vecino del barrio que viene de visita. Alguien le hace señas desde un balcón y Serrat lo reconoce, ríe, lo señala con el dedo desde lejos y le contesta alguna cosa. Muchos miran con nada más que curiosidad. Cuando se aproxima al número 95, Serrat es ya un evento fotográfico del vecindario. Kodaks por todas partes, muchachas que posan un segundo junto a él para que el hermano dispare la cámara. Serrat sonríe complaciente y tranquilo. Está entre los suyos. No hay políticos. No hay famosos. No hay policías. Apenas unos pocos amigos y algún periodista de coincidencia. Al llegar al 95 saluda Manolita Serrat, su prima, casada con un hermano del padre de Joan Manuel y por tanto prima y tía suya. A menos que uno ande equivocado y esté levantando infundios incestuosos. Son más que primas, casi hermanas, pues cuando mataron a su padre en la guerra civil se vinieron a vivir a Poble Sec con Joan Manuel y su hermano Carlos.
+Antes de tirar del cordón e inaugurar la placa, que es lo que la gente quiere, hay que hacer inofensivas concesiones al protocolo. La tarima espera. Alrededor del estrado, gentes de Poble Sec. Encima de él, once personas y sólo dos corbatas. Aplausos especiales para una señorita rubia. Habla en catalán uno de los caballeros de corbata y cuando pide un gran aplaudiment la multitud hace sonar las palmas. Ahora el turno es de Serrat.
+Se incorpora frente al micrófono con su sonrisa de cómplice cariñoso.
+—Bom día —dice.
+—Bom día —contesta Poble Sec en coro.
+—Gracies.
+Serrat recuerda los tiempos en que se echaba a rodar por la montaña y dice que es fortuna suya el tener gente que lo estima en muchas partes, pero que en ningún sitio se le quiere como en su barrio. Aún salpica ese domingo con otra dosis de nostalgia al mencionar el carrer largo y estrecho, que tiene bares y nombre de poeta, «donde se crió un día un servidor». Serrat termina. Nuevos aplausos y abrazos. Suenan las notas de Barcelona i jo. Alguien le coloca en brazos una niña pequeña, que, ajena a glorias y prestigios, se asusta, se echa a llorar y mira aterrada en busca de mamá. Ahora el principal ciudadano de Poble Sec se dispone a descorrer la cortina y descubrir la placa. La multitud se aprieta. Una dama veterana y decidida se abre paso a codazos. Las kodaks se levantan sobre las cabezas como si fueran extrañas antenas. Pero los perversos organizadores han programado una expectativa adicional. Llegan tres ramos de flores envueltos en papel metálico. Serrat los agradece. Candela recibe suavemente el suyo. El gentío se inquieta. Quiere acción, descorrimiento de cortinas.
+A la una y veinte Serrat descubre la placa. Está escrita en catalán. En esta casa nació el día 24 del XII de 1943 el cantautor Joan Manuel Serrat. Barcelona 15.X.1989. Las kodaks y las sonrisas relampaguean. Un vecino a quien nadie podría engañar comenta en voz baja que hay un error: no nació el 24 de diciembre, sino el 27. Es la primera vez que confunden a Serrat con el Niño Dios.
+Bajando la cuesta, un viejo conocido lo abraza a la altura del 55 y Aquilino, el orador de corbata, presidente de la asociación de vecinos, invita a consumir unos vinos y unos trozos de jamón y pan tomat en el local del Video Club, cedido para la ocasión por sus gentiles y regocijados propietarios.
+Serrat no ha querido que se invite a la prensa. Vive irritado con los artistas que negocian con las revistas de farándula fotos en color de la operación del apéndice o chismes sobre la vida de alcoba de su antiguo cónyuge.
+Pero alguien tenía que contarlo, así fuera unos meses más tarde, cuando aquel domingo otoñal es ya un recuerdo y cada zorra duerme en su portal y arriba, en su calle, se acabó la fiesta.
+(1990)
+La verdadera historia, con entrevista exclusiva y revelaciones sensacionales, del tenor Rafael Ribero Silva, uno de los más atractivos personajes del último libro de Gabriel García Márquez.
+DICE «LA SANTA», UNO DE los cuentos peregrinos de García Márquez, que Margarito Duarte llegó a Roma desde una aldea andina del Tolima llevando el cadáver incorrupto de su hija de siete años. Once años después de sepultada había sido preciso trasladar de tumba sus restos y, al desenterrarlos, Margarito descubrió que el cuerpo permanecía fresco y lozano como antes de morir. Y, lo más asombroso, carecía de peso. Convencido de que estaba ante un milagro que ameritaba la canonización de la niña, Margarito Duarte emprendió viaje transatlántico y se presentó una mañana en el consulado de Colombia en Roma. Llevaba una maleta de pino lustrada que parecía el estuche de un violonchelo en la que reposaba el cuerpecito de la santa y explicó la razón de su insólito peregrinaje.
+«El cónsul —dice Gabo— llamó entonces por teléfono al tenor Rafael Ribero Silva, su compatriota, para que le consiguiera un cuarto en la pensión donde vivíamos».
+Cuando el tenor Rafael Ribero Silva leyó hace unos meses esta historia no pudo dejar de sonreír.
+—Todo es verdad, pero siempre hay algunas pequeñas mentiras —afirma—. El que llegó al consulado no fue Margarito Duarte, porque Margarito Duarte nunca existió. Fue el propio Gabo, que es un maestro para mezclar la realidad y la fantasía.
+En la vida real, no en la fantasía, el cónsul en Roma a comienzos de 1955 era Antonio Oviedo. Fue él quien llamó al tenor Ribero Silva para que apartara una habitación en la pensión que ocupaba, pues venía un joven periodista, corresponsal de El Espectador y de un diario caraqueño, que pensaba tomar cursos de cine en la Escuela de Cinematografía de Cinecitá. Así conoció el tenor a Gabo hace ya 37 años. Gabo era más flaco que ahora, no tenía canas y fumaba como una lavandera. Ribera Silva tenía a la sazón 29 años. Había nacido en San Gil, Santander, en 1926. Gabo iba a cumplir 27.
+Ribero Silva había dejado los estudios de ingeniería que realizaba en Medellín por seguir los de música y se había largado a Roma en 1949 atendiendo un consejo de su profesor de canto en Bucaramanga, el maestro Grajales. En 1952 había ganado un concurso para tenores en Cerdeña y un año después se presentó en Milán a la prueba suprema: aspiraba a entrar a la Escuela de Perfeccionamiento del Teatro alla Scala, el Vaticano de la lírica. Tenía preparada un aria de «Lucía de Lamermour», pero se resfrió y cambió a última hora por otra de «Pagliacci».
+—No dejé buena impresión —comenta el tenor con suavidad digna de su temperamento un tanto tímido.
+Así que regresó a Roma y continuó sus estudios con el famoso conde Carlo Calcagni, un exbarítono generoso. Ocasionalmente lograba enrolarse en un concierto o una pequeña gira. Cuando llegó Gabo a Roma, el tenor Ribero Silva fue su ángel de la guarda. Un ángel de la guarda motorizado porque, como señala el cuento de «La santa», andaba sobre dos ruedas. Sin embargo, precisa el tenor, lo que él tenía no era una Vespa sino una Lambretta, que es una máquina a la que se da arranque con pedal. Con Ribero al volante y Gabo en la parrilla, la Lambretta se sacudió muchas veces por las calles adoquinadas de Roma mientras el tenor llevaba al periodista a sus cursos de cine.
+La pensión quedaba, en efecto, en el barrio Parioli, más exactamente, en la Via Lima. Y los nombres que aparecen en el texto de García Márquez son reales: la dueña, María Bella; su hermana mayor, la tía Antonieta. El atuendo de sedas y bufandas que, según Gabo, empleaba Ribero para sus cotidianos solfeos era verdad, pero la hora —poco después de las seis de la mañana— no lo era: «Me habrían mandado a callar». Es verdad, también, que Ribero Silva alcanzaba el do de pecho con cierta facilidad; pero no lo es que, cuando rasguñaba los agudos más escarpados, un león de zoológico cercano le respondiese con su rugido. «Era improbable que el león me oyera a mí», comenta con cierta sonrisa que deja una posibilidad sin cancelar.
+La que sí lo escuchaba era la diva legendaria Maria Caniglia, que, ya pasaba de dos años y de glorias, vivía en la cercana calle Bruselas. «Yo a veces la oía a ella cuando practicaba y ella con seguridad me oía a mí, pero nunca hicimos dúo, como dice Gabo», comenta. Otro día, en cambio, el superintendente del teatro de Bari, que pasaba por acera, escuchó el aria atenorada que se derramaba por la venta abierta, subió a la pensión y le firmó un contrato.
+Ribero Silva recuerda que García Márquez se pasaba la mayoría del tiempo escribiendo en su cuarto.
+—A veces se encerraba cinco o seis días a escribir, hasta que se producía el parto de un artículo —señala su antiguo compañero de pensión—. Entonces abría la puerta y salía la humareda de una semana.
+En cierta ocasión en que el corresponsal llevaba más de ocho días encerrado recibiendo tan sólo parva comida, Ribero Silva y algunos amigos resolvieron que era hora de que Gabo tocara mujer. Contrataron a una muchacha de vida chévere en la Villa Borghese, la bañaron con jabón de olor, la perfumaron, la empolvaron y así, desnuda, la llevaron alzada entre tres a la habitación de Gabo. Pero, según parece, cuando Gabo abrió la puerta de su caverna y la muchacha recibió la tufarada de ocho días de cigarrillos y gerundios, se espantó y echó a correr. La tía Antonieta, que la vio, no quiso pensar que se trataba de una mujer de carne y huesos sino del fantasma de la amante de un oficial alemán degollada en la casa y levantó el lugar a gritos. Fue de este modo que pasó la historia a la literatura de GGM, sólo que, en la mudanza, Gabo resolvió que el favorecido con la sorpresa fuera Margarito Duarte y no el corresponsal.
+Cuando García Márquez terminaba uno de sus partos, la tía Antonieta sabía que ya podía entrar a arreglarle el cuarto mientras él pasaba un día entero respirando aire puro en la calle. Después, al regresar Gabo, descubría que en su meticuloso trabajo, la tía Antonieta le había refundido y confundido los papeles de su equilibrado caos.
+—Pasó varias veces —refiere el tenor—. Gabo se molestaba mucho por eso, y exclamaba furioso: «¡Carajo, maldita sea, la puta mierda!».
+La tía Antonieta se reía, porque le tenía mucho cariño, y unas semanas después volvía a ocurrir exactamente lo mismo, y Gabo decía otra vez su consabida maldición.
+Cuenta el tenor que, a fuerza de oirla, la tía Antonieta, que no hablaba palabra en español, acabó por aprenderla.
+—La señora falleció hace pocos años —asegura Ribero Silva—, me cuentan que murió diciendo: «Caracca, maldita sea, la puta mierda»: la pobre nunca pudo aprender a pronunciar la jota.
+García Márquez escudriñaba los periódicos en busca de temas para sus corresponsalías. Allí descubrió el crimen de Vilma Montesi, una modista sobre el cual escribió larga y apasionante serie de reportajes. Y allí —sostiene Ribero Silva— leyó que en una aldea del sur de Italia había aparecido el cuerpo incorrupto de una niña. Ese es el origen de «La santa», que había sido llevado al cine antes de aparecer en la recopilación del último libro de GGM.
+El tenor y el escritor no han perdido nunca el contacto que establecieron hace ya casi 40 años. A veces se les extravía el hilo, porque en este lapso Ribero Silva ha vivido en cuatro ciudades y García Márquez en cinco, pero siempre terminan encontrándolo. En 1957 el tenor lo visitó en París. Eran los años más difíciles de Gabo, cuando comía poco y se dedicaba a El coronel no tiene quién le escriba. En el 71 volvieron a verse: Gabo regresaba de un crucero por Grecia con Mercedes Barcha, su mujer, y Álvaro Mutis y la suya. Fue indispensable armar la reunión, porque Mercedes no creía que existiera el tenor, ni el tenor creía en la existencia de esa Mercedes lejana de la que hablaba Gabo en sus soledades romanas.
+En los cuatro decenios transcurridos, el corresponsal que permaneció ocho meses en Italia aprendiendo cine —después viajó a Polonia una temporada y regresó a Roma para los últimos dos meses del 55— se convirtió en novelista y Premio Nobel. Por su parte, Ribero Silva siguió cantando, quedó de octavo en un concurso internacional de 153 candidatos que ganó Alfredo Kraus —GGM escribió entonces un reportaje sobre este acontecimiento—, deambuló interpretando papeles de tenor por media Europa y media América y allí justamente, en Mezzoamérica, resolvió colgar la lira cuando un empresario dejó a toda la compañía lírica abandonada y sin dinero. Ribero compaginaba ya sus presentaciones con un trabajo como vendedor de instrumentos. Se había casado con Francesca y tenía una hija, Fabiana, que ahora ronda los 30 años.
+El éxito que sólo conoció a medias y demorado como tenor lo logró pronto y completo como vendedor. «Tuve la desventura —dice— de hacer carrera en el trabajo y se me oxidó la voz». En 1965 dejó de cantar profesionalmente. Desde entonces se lo pelearon tres compañías de discos e instrumentos —una de ellas japonesa— y ahora, jubilado. Ribero Silva disfruta de la tranquilidad del asesor: buenos ingresos, poco trabajo. Lleva 22 años en Milán, ya no monta en moto sino en un automóvil italiano y sigue escuchando ópera cada vez que puede. La que más le gusta, Tosca, no es la que más cantó, Boheme; y la que más cantó no es la que mejor cantaba: Madame Butterfly.
+Hace unos meses Gabo localizó a su antiguo compañero de Lambretta. Le preguntó algunos detalles que se le habían borrado sobre su época italiana y le pidió permiso para usar su nombre en un cuento que estaba escribiendo. «Por supuesto, se lo dí». Al cabo de unas semanas, le llegó un manuscrito por correo. Era «La santa».
+—Tuve la sensación, al leerlo, de que yo mismo era incapaz ya de trazar las fronteras entre lo ocurrido y lo imaginado.
+Es lo que seguramente le ha sucedido a Gabo con la neblina de esas memorias, y lo que le ocurre a cualquiera cuando conoce al tenor Ribero Silva después de haberse familiarizado con ese personaje tan parecido a él que pinta Gabo.
+La barba es la misma, las cejas son las mismas, la mirada es la que describe el cuento. Tal vez lo único que definitivamente no encaja es su formidable estado físico después de casi medio siglo. Tiene 66 años, pero parece de 45. Es por eso que, cuando terminó nuestra entrevista en una heladería vecina a la plaza donde colgaron a Benito Mussolini y su amante, Sarita Araújo exclamó sorprendida:
+—¡Ve cómo se conserva de bien! La santa es él…
+(1992)
+Un recuerdo atropellado, veinte años después de su muerte, de Álvaro Cepeda Samudio, el hombre que marcó un nuevo camino al periodismo colombiano y fue alma del Grupo de Barranquilla.
+RECUERDO EL DÍA QUE CONOCÍ a Álvaro Cepeda Samudio, en medio de olor a boñiga y conversaciones en inglés. Era comienzos de agosto de 1966. Un grupo de corresponsales extranjeros se había descolgado en Bogotá con motivo de la posesión presidencial de Carlos Lleras Restrepo y El Tiempo había organizado para ellos una becerrada en la hacienda de Mondoñedo. Asistían también otros periodistas colombianos, altas autoridades, diplomáticos, taurófilos. En fin, la fauna de rigor.
+Unos meses atrás Enrique Santos Calderón me había hablado ya de un costeño indescriptible que conociera en un viaje de periodistas a no sé dónde. Era, me dijo, un tipo fuera de serie: escribía cuentos y novelas, dirigía el Diario del Caribe, podría hablar sobre literatura o periodismo días enteros, producía apoplejía en las mujeres y no usaba medias, ni siquiera en tierra fría. Indispensable conocerlo, me advirtió. Enrique lo invitó a la becerrada de Mondoñedo y cuando estábamos allí, en medio de gringos que vestían pantalones a cuadros y cachacos sabaneros en cuyos bolsillos florecían foulards y agua de colonia, vi aparecer un tipo de aspecto moro —hoy sé que se parecía mucho a Gadafi, el dictador de Libia—, despelucado y carcajeante que fumaba puro y gritaba malas palabras. Le miré los pies: no usaba medias.
+Enrique nos presentó y nos sentamos a conversar y tomar cerveza en una tapia de la plaza de tienta, mientras comenzaba la fiesta. A la tercera vaquilla la cosa empezaba a ponerse aburrida, porque las becerras no habían logrado revolcar a más de dos aficionados y, en cambio, acababan agotadas y temerosas después de recorrer la arena sin ton ni son, casi espantadas por la multitud de espontáneos y el revuelo de los capotes y los gritos y risas del público. Fue entonces cuando Cepeda decidió que había que inyectarle casta al ganado para que los gringos y los cachacos no continuaran burlándose de los animales, y nos hizo seña de que lo siguiéramos. Caminando por lo alto de la tapia, Enrique y yo le obedecimos. Cepeda llegó hasta el corral donde se aprestaban, espantadizas, las vaquillas de turno.
+—Ustedes no se imaginan cómo se ponen estos bichos cuando las orinan desde arriba —dijo mientras daba ejemplo de acción.
+Y procedimos los tres a regarlas abundantemente con el dopping natural que proponía Cepeda. No podría garantizar que la inesperada ducha hubiera aumentado los bríos de las becerras: a lo mejor se debió a que los toreros tenían ya varias copas de vino entre pecho y espalda. Pero lo cierto es que las vaquillas que recibieron la estimulante dosis aporrearon sin clemencia a un buen número de diestros, sacaron la cara por la ganadería y encendieron un festejo que hasta ese momento bordeaba la melancolía.
+Al día siguiente almorzamos con el Nene Cepeda en un restaurante del Parque Nacional donde la especialidad era la sopa de remolacha, hablamos de periodismo y terminamos en la Librería Buchholz. Allí hizo mercado de títulos para él y para nosotros. A mí me regaló una novela corta de alguien a quien nunca había oído nombrar. Era Los relámpagos de agosto, de un autor mexicano llamado Jorge Ibargüengotia.
+—Léete esta vaina —me recomendó Cepeda con su proverbial léxico—. Te vas a cagar de la risa.
+No recuerdo si el efecto que me produjo la novela fue el que había pronosticado el Cabellón, pero resultó ser un libro inolvidable. Gracias a Cepeda, Jorge Ibargüengotia se convirtió en uno de mis autores de cabecera hasta que vino a morir en el accidente del Jumbo colombiano en Madrid hace casi dos lustros. Desde aquel agosto del 66, en que yo tenía 21 años y él acababa de cumplir los 40, tuve ocasión de aprenderle a Cepeda muchas cosas: desde la importancia del primera base en el béisbol hasta los cuentos de Pedro Yúdez, desde el jugo de papaya de La Tendecita hasta las grandes preguntas ontológicas: «A los gusanos que se comen los cadáveres, ¿qué otros gusanos se los comen a ellos?». Por Cepeda conocí a Gabo, a Alejandro Obregón y a Joan Manuel Serrat; por él supe de Norman Mailer y de Truman Capote; gracias a él aprendí a distinguir al sapo del bobal, y a este del liso. (Como aprendí las diferencias, pero no sabría explicarlas, recomiendo consultar directamente las páginas de Cepeda sobre la materia). Fue uno de los grandes patriarcas del mamagallismo, alguien que sabía que la manera más seria de tomarse esta vida es la broma. Reía como vivía: a carcajadas. A Cepeda lo vi despachar una botella de ron de un solo trago y seguir tan tranquilo, comerse dos bandejas de chow-mein y filmar el carnaval de Barranquilla metido entre las piernas del Congo Grande; o comportarse como el Príncipe de Gales en una comida bogotana donde Álvaro Sánchez Mallariño. Cepeda patrocinó músicos jóvenes, futbolistas de barriada, reinas de belleza, estudiantes varados. Siempre a borbotones, al estilo Gargantúa, torrencialmente, lleno de risa y de prisa, sin mesura, al margen de todo orden, como si supiera que se iba a morir a los 46 años.
+Muchas veces fui escudero de sus locuras, como la de meterse nueve horas en taxi por un camino polvoriento entre Barranquilla y Valledupar tomando gaseosas tibias y comiendo bollolimpio, por no montar en DC-3. Lo vi hacer lo que más le interesaba escribir, hablar y parrandear con sus amigos, imaginar proyectos que nunca iba a cumplir, rodar películas y también lo vi hacer lo que más podía desagradarle, como acudir a una asamblea general de Bavaria representando poderes o aguantarse un pomposo coctel de cachacos santafereños por perseguir a una mona.
+Acompañé a Cepeda a escuchar la flauta sobrecogida del compadre Mendiola —«alto y pétreo como la montaña oscura»— en las primeras arrugas de la Sierra Nevada de Santa Marta y a recoger unas medias sudadas que le entregó como recuerdo el famoso Bruce Robinson después de un partido de béisbol en el estadio de Miami. Me hice amigo de Tita, su mujer, y de sus hijos, Patricia y Pablo, y cuando murió Pablo antes de cumplir los 30 años lo sentí como si hubiera muerto alguien entre hermano y sobrino. Cepeda, a su vez, fue padrino de mis hijas y una tarde se apareció con una bicicleta gigantesca para premiar a Juanita, que entonces tenía tres años, porque había reconocido la voz del tío por el teléfono. A Cepeda le acolité peleas y romances, juergas y mesas redondas, sancochos en Sabanilla y paseos por las calles fantasmales de Puerto Colombia; con él y con Gabo y con un grupo de parranderos inquebrantables fui a Valledupar por vez primera y quedé enamorado de esa tierra mágica y afectuosa.
+Pero, sobretodo, recibí del Nene Cepeda una lección a la que he procurado ser fiel, y es la pasión desvergonzada del periodismo. Cepeda fue quizás el primer colombiano que se enorgulleció más de ser periodista que escritor y que partió de la base de que el periodismo es reportería o no es nada. Por los tiempos en que Cepeda aparece en Barranquilla procedente del Grupo de La Cueva y de la Universidad de Columbia, de Nueva York, lo elegante era ser escritor, no periodista; y, en caso de que no quedara más remedio que esto último, lo natural era escoger el comentario, no el menesteroso trabajo de recoger datos. Cepeda pone todo esto patas arriba. Para él, el cargo de director era sólo una manera de inyectar reportería desde arriba a los que estaban aprendiendo abajo. —Gabo, que compartió con Cepeda el entusiasmo por el oficio de la libreta y las preguntas, insiste aún en que él, antes de novelista, es un reportero—. Mientras sus colegas se paseaban por los despachos dictando editoriales a la secretaria —labor harto respetable y difícil, no se crea— Cepeda era capaz de escribir un editorial desaforado contra la cueva de ladrones del Concejo a las cinco de la madrugada en su casa y embutirse a las seis en un jeep con un fotógrafo para irse a buscar a un viejo de Usiacurí que decía haber visto platillos voladores.
+Cepeda fue el primer gran reportero moderno que tuvo Colombia; el primero que se adelantó a anticipar el matrimonio entre las técnicas de la novela y los materiales auténticos del periodismo, el primero que trasladó el eje de gravitación del periódico al oficio más elemental de la redacción. Después de Álvaro Cepeda Samudio, fue un orgullo ser reportero.
+El 20 de julio de 1972, Día de la Independencia, cuando andaba haciendo una película de reportero sobre las fuentes del río Magdalena, Cepeda se sintió enfermo. Parecía ser un resfrío paramuno, de los que hacen estornudar a los tapires. Pero resultó ser mucho más grave. El 12 de octubre, Día de la Raza, murió en el Memorial Hospital de Nueva York. En su tumba de Barranquilla, a la que fue trasladado dos días después, no hay epitafios. Pero, si fuera necesario colocarle uno, siempre recuerdo aquellas palabras de «Elegías en voz baja», uno de sus minicuentos, donde un poeta pobrependejo herido mortalmente por el crepúsculo, exclama apagadamente:
+—La vida es muy triste. Siempre se muere uno.
+(1992)
+Jorge Pombo Ayerbe fue un cachaco que se destacó en el muy cachaco arte de fabricar versos satíricos. Al cumplirse 81 años de la muerte del más ingenioso epigramista que haya tenido el humor nacional, lo recordamos como poeta, soldado, músico y bibliómano, entre otras menudencias.
+LA HISTORIA DE COLOMBIA ES una sola guerra larga, pero en ella ha habido guerras de guerras. La de 1876 enfrentó a liberales partidarios del presidente Aquileo Parra contra rebeldes conservadores que comandaba el general Marceliano Vélez. Durante esta contienda fue famosa la lucha entre jóvenes cachacos liberales, que formaban el batallón Alcanfor, y sus congéneres conservadores, integrantes del batallón Los Mochuelos. Estos eran los guerrilleros más elegantes que ha dado la historia nacional. Recorrían la Sabana vestidos de levita cuando no había baile en Bogotá y perpetraban actos temerarios dignos de figurar en el Manual de urbanidad bélica de Carreño. Uno de ellos consistió en secuestrar al secretario de Guerra, don Teodoro Valenzuela, conducirlo a la hacienda de uno de los mochuelos, ofrecerle un banquete con la mejor sobrebarriga y papas chorreadas de la región y devolverlo luego sano, salvo y almorzado.
+Dicen las leyendas galantes que alcanfores y mochuelos se enfrentaban en escaramuzas durante el día —según las crónicas, no eran batallas muy sangrientas, a decir verdad: era más el olor a lavanda que el olor a pólvora en aquellos campos— y por la noche se encontraban en fiestas y saraos, cantaban juntos, bebían juntos, bailaban juntos y enamoraban cachacas hasta la madrugada. A esa hora se cambiaban de ropa, volvían a echarse la escopeta en bandolera y salían al campo a defender la legitimidad del Gobierno, en el caso de los liberales, o a combatirla, en el de los conservadores.
+Eso refieren, repito, las leyendas. La realidad de la guerra era cosa bien distinta: una carnicería entre hermanos donde todo triunfo era pírrico y toda derrota soliviantaba las ganas de venganza en el perdedor. Tampoco debían ser todos los combates tan caballerosos como lo relatan las crónicas santafereñas, porque en esta misma guerra del 76 se libró en el Tolima la atroz batalla de Garrapata, que dejó 1.490 muertos tendidos en la yerba.
+Uno de los fiambres fue el teniente liberal Jorge Pombo Ayerbe, quien falleció víctima de un culatazo en la cabeza… pero sólo por un rato. Pombo había quedado sin sentido y los enemigos, que andaban apurados deshaciéndose de los restos y no podían ponerse en muchos primores a la hora de certificar defunciones, lo dieron por muerto. Su cuerpo fue arrastrado hasta la hoguera gigantesca donde incineraban las víctimas, y quedó tirado en medio de otras bajas, en turno para la chamusquina. Salvó a Pombo de una segunda muerte —esta sí de verdad— el hecho de que el cadáver contiguo llevaba unas balas en el chaleco. Al recalentarse la pólvora las balas estallaron y una de ellas hirió a Pombo en una pierna. Fue tan grande el dolor, que el «difunto» volvió en sí justo a tiempo para escapar, cojeando, de las llamas.
+Este jovencito, que a los 19 años andaba ya metido en guerras civiles, fue uno de los más notables personajes del Bogotá de fin de siglo. Cachaco quintaesencial, cachaco candelario, cachaco tan cachaco como los cachacos que describen en los libros sobre cachacos, fue librero, periodista, compositor, contador en un buque inglés, preso político en varias ocasiones, pianista, bohemio, diplomático a ratos, soldado muchas veces y en todo momento ingenioso inventor de apuntes repentinos y chispazos al rompe.
+Su nombre, que no era extraño a nadie en la Santafé de hace cien años, se ha hundido de manera ingrata en el pozo de la amnesia colectiva, hasta el punto de que hoy sólo lo recuerdan quienes conocen los epigramas de la legendaria Gruta Simbólica. Esta tertulia estaba compuesta por una pandilla enamoradiza de poetas, músicos y locos que se reunían a comer piquete, tomar trago, pellizcar guisanderas, desparramar gracia —no siempre muy espontánea— y ejecutar calaveradas de oficio en la Bogotá que bordeaba el siglo XX. Otros nombres son más recordados que el de Jorge Pombo. Julio Flórez, naturalmente, y Clímaco Soto Borda, Diego Uribe, Carlos Villafañe.
+Pero Pombo fue el más ingenioso de todos, lo cual es mucho decir cuando ya han bajado las aguas quejumbrosas y románticas que hicieron de la poesía de Flórez el más importante surtidor de lágrimas, ojeras y brisas de cementerio de la literatura nacional. Pombo, nacido el 23 de diciembre de 1857, ha sido el más fiero epigramista de Bogotá, que es tierra de epigramistas. Si goza de menos fama que el popular Alacrán Posada es porque no tuvo la combatividad política que caracterizó al cartagenero. Y si para ubicarlo en el género hay que relatar a los actuales muchachos de cuarenta años que hacía lo que Fraylejón o Tizor en El Tiempo y El Espectador, es porque no le tocó a Pombo el beneficio de la prensa de masas. Fue sin embargo, periodista muy activo, fundador, colaborador y redactor de periódicos, introductor del sistema de avisos clasificados en Colombia y corresponsal de grandes diarios norteamericanos.
+Pero lo suyo era la chispa que entonces constituía todo un género y hasta una profesión —sólo que no daba para comer sino tan sólo para morder prójimo—. Desde niño había demostrado un talento especial para el verso chusco. A los diez años escribía con su hermano Lino un periódico llamado El Niño donde publicó su primera gracia. Se titulaba Las criadas de casa y algunas de sus estrofas decían así:
+Hay en casa siete criadas;
+un tusa, otra patoja,
+una tuerta, calva, coja,
+todas igual de malvadas.
+Llama la tusa Mariana,
+la patoja Emperatriz,
+la tuerta y calva Beatriz
+y otra que va a entrar mañana.
+Una china limpiaplatos,
+una vieja cocinera,
+Ramona, la costurera,
+que es la que acuesta los gatos.
+Su maestro en asuntos de versos y humor fue Ricardo Carrasquilla, rector del colegio donde cursó Pombo las primeras letras. Después quiso ser abogado, como todo epigramista que se respete, pero no terminó la carrera; estudió música con don Diego Fallón, el poeta de La Luna, fue pianista de mérito y llegó a componer dos o tres piezas cultas y tres o cuatro pasillos de corte sabanero.
+Como vimos, no tenía aún cédula de ciudadanía, cuando ya andaba dándose en la jeta con los conservadores. Era lo que se usaba entonces. Pero siempre lo hizo con ribetes cachacos; cuando, en la guerra aquella del 76 que lo dio por muerto, dos batallones rivales firmaron un armisticio después de una contienda, el derrotado general Vélez envió al coronel Angel María Galán, firmante del pacto a nombre de los liberales, una vasija de coco. En ella debía beberse el brandy de la paz. Años después, el hijo del coronel, un cachaco famoso llamado El Pereque Galán, regaló la vasija al insólito bi-sobreviviente de la batalla. Y Pombo le respondió con unas décimas que llamó coco-serias, la última de las cuales era un himno a la-patria-por-encima-de-los-partidos:
+Al darme el coco aludido
+tan liberal te has mostrado
+que en liberal descocado
+quedaste al fin convertido;
+y yo no hallo otro partido
+para bien corresponderte,
+sino tan sólo ofrecerte
+volverme conservador…
+—del coco— con un fervor
+que perdure hasta la muerte.
+Pombo salió del campo de batalla al de la diplomacia. Fue adjunto de la Legación de Colombia en Quito y después anduvo por Europa y vivió en Nueva York con su hermano mayor. Por eso afirmaba: «Soy el único que en invierno se viste con ropa de Lino». En Estados Unidos aprendió idiomas y conoció el moderno periodismo de masas, que produjo un boom de ventas y de sensacionalismo con elevados tirajes. Regresó a Colombia en 1885 como agente de una empresa de seguros; pero estallaba una nueva contienda civil, y Pombo se apresuró a alistarse otra vez en las filas liberales: ¿cómo podría perderse una buena guerra, después de casi diez años de molicie?
+Pasados los tiros, fundó una librería que fue centro de tertulias y reuniones. En ella se encontraban godos y cachiporros en plan de paz y de charla fraterna: el general Rafael Uribe Uribe, don José Manuel Marroquín, don Marco Fidel Suárez… Llegó a tener en su casa una de las mejores bibliotecas particulares del país. Escribió una guía de Bogotá y una comedia, Cómo pasaron las cosas, a cuatro manos con Soto Borda. Fue académico de la historia y, en el momento de morir, preparaba un ambicioso diccionario bibliográfico colombiano que se extravió. Pero, sobretodo, era famoso por sus apuntes, anécdotas y chispazos. De estos últimos publicó decenas en la prensa bogotana con el seudónimo de Cástor y Pólux. Y aunque la paternidad se suele atribuir tan sólo a Pombo y Soto Borda, la verdad es que allí fueron a parar versos de muchos miembros de la Gruta Simbólica. Sin embargo, el propio Clímaco Soto Borda no se cansaba de decir que los mejores y más numerosos eran de Pombo.
+Para todos sus camaradas, y para críticos posteriores, no hay quien discuta a Pombo su condición de Rey del Chispazo. «Es el primer epigramista colombiano, fundador de esta escuela entre nosotros», afirma su mejor —¿su único?— biógrafo, Daniel Ortega Ricaurte. Agrega Fraylejón —Federico Rivas Aldana—: «Sus chispazos eran tan ágiles y espontáneos que, repentinamente surgidos en el corrillo de una esquina, en las antiguas tertulias de almacén, en el calor de un baile, en la mesa de un café, eran apuntadas por Pombo en los puños duros de la camisa, que eran los cuadernos de notas de los hombres hasta 1912».
+Pombo ingenió miles de apuntes y epigramas a lo largo de sus 54 años. A pesar de la memoria de sus amigos y de los puños duros que arruinó, sólo se conservan 288 de los chispazos que aparecieron en El Sol y Rayos X. Fueron publicados en un folleto del que en 1958 había aún poquísimos ejemplares. Varios libros —entre ellos la Selección Samper Ortega y La Gruta Simbólica, del propio Ortega Ricaurte y el Jetón Ferro— han transcrito un número de esos epigramas.
+SEGUIDILLAS
+Yo quiero que tú quieras
+que yo te quiera,
+como querría quererte
+si me quisieras;
+y aunque no quieras,
+te querré porque quiero
+que tú me quieras.
+Al decir lo que dices
+te contradices
+porque dices que dices
+lo que no dices;
+y si lo dices,
+desdices lo que has dicho
+con lo que dices.
+Si piensas que yo pienso
+que tú me piensas,
+me piensas y al pensarme
+me recompensas.
+Y si bien piensas,
+quien piensa en pensarme
+sólo en mí piensa.
+El 5 de mayo de 1912 murió don Rafael Pombo, tío de Jorge, que era el Julio Iglesias de la poesía nacional. Fue un día de indescriptible conmoción en Bogotá. Bajo una llovizna cachaquísima, los cachacos enterraron a quien era entonces el más laureado de los poetas cachacos. Los asistentes al sepelio tuvieron que soportar, empapándose sin remedio, horas enteras de discursos, poemas fúnebres y elegías. Esa tarde Jorge Pombo pescó un tenaz resfrío que se convirtió a las pocas horas en pulmonía doble. Exactamente diez días después, el 15 de mayo, había muerto. El día de su entierro hubo también poemas en el Cementerio Central, que era donde enterraban a los cachacos. Pero eran poemas de un corte muy distinto a los versos altisonantes que habían llorado a don Rafael semana y media antes. En el caso de la tercera muerte de Jorge Pombo se trataba de la voz de sus amigos bohemios y mamagallistas, que se reunían a despedirlo. Carlos Villafañe interpretó a la barra bien en la que llamó Elegía íntima.
+Aquí estás ya, sobre el tremendo puente / que todos hemos de cruzar un día; / cuatro tablas apenas… se diría / que es poco espacio para tanta gente. / (…) Lejos ya vas de la baraja incierta, / cerca ya estás de buena gente amiga; / quiera Dios que San Pedro abra la puerta / y te admita tertulia y te bendiga.
+Ah, si el Apóstol de la Gloria sabe / que vas en calidad de alumno interno, / qué buen humor el del Patriarca grave, / ¡qué gran visita para el Padre Eterno! / (…) Ya traspasan tus plantas fugitivas este valle de lágrimas y penas; que tengas muy buen viento, brisas buenas, / y que no nos olvides… y «que escribas». / Yo que del mundo en el vaivén incierto a la vida fugaz poco me arraigo, / te digo en las orillas del Mar Muerto: / «Adiós, poeta, por allá te caigo».
+Algo dice sobre la decadencia de este país el hecho de que hoy sea mucho más famosa la Nena Jiménez que don Jorge Pombo.
+* * *
+«El mal paso andarlo aprisa»,
+refrán al cual no hago caso.
+Yo siempre en pendiente lisa
+paso a paso paso el paso.
+*
+El ministro de no sé
+juega tresillo conmigo.
+y al decirle: «Robe amigo»,
+me contesta: «Ya robé».
+Nombraron a Inés Falerno
+telegrafista en Peladre,
+y el hijo ha escrito un cuaderno
+violento contra el Gobierno
+porque le nombró la madre.
+*
+Fue Inés la estatua del NO,
+pero, al fin, de un conde ardiente
+al amor condescendió.
+Meses después se notó
+que estaba con-descendiente.
+«¡Que paren las mulas!», gritaba Ana Rosa:
+«¡que paren las mulas en el cambiavía!».
+Y dice un borracho con voz mistelosa:
+«No paren las mulas, no sea mentirosa;
+las mulas no paren. ¡Que siga el tranvía!».
+*
+El Gobierno a un tunante de repente
+elevó a general de División.
+Mas murmura la gente
+que sería más justo y más corriente
+hacerlo general de sustracción.
+No fui culpable, declaro,
+del suicidio de Romate,
+pues con su pistola, claro,
+me dijo: «Yo me disparo»,
+y le grité: «¡Disparate!».
+*
+Llegó Inés hecha una sopa
+al Bodegón Santafé:
+Y al primero con quien topa
+dice alzándose la ropa:
+—Caballero, ¿me la-vé?
+—Pepe, ¿me ofreces un trago?
+—No, porque ya lo dejé.
+—Dime dónde lo dejaste
+y al momento voy por él.
+*
+¡Qué talle aquel tan correcto!
+¡Qué brazo el de esa mujer!
+Lo que es el brazo es perfecto,
+pero le encuentro el defecto
+de haberlo dado a torcer.
+Corrió en la acción de La Higuera
+el mayor Urías Moncó
+de la infantería ligera;
+y al terminar su carrera,
+su carrera terminó.
+*
+—¿Qué le parece, doctor,
+mi pobre enfermo? ¿Amanece?
+—Que amanece me parece.
+—Consuéleme, por favor.
+—El caso está un poco incierto;
+pero, mire, no se asombre,
+porque, si amanece este hombre,
+yo creo que amanece… muerto.
+(1993)
+Pero ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, y ¿por qué? Casi dos siglos después de su nacimiento se aclaran por fin algunas de las dudas sobre Policarpa Salavarrieta, la más notable de las heroínas colombianas.
+DESDE EL 14 DE NOVIEMBRE DE 1817, Policarpa Salavarrieta yace por salvar la patria. Sólo que por primera vez yace tranquila, pues desde hace menos de dos años se han podido aclarar muchas de las dudas que existían sobre la popular heroína. Parece paradójico, pero a pesar de ser la Pola la más famosa de las mujeres colombianas que dieron su vida por la independencia, hasta hace poco no se sabía a ciencia cierta ni dónde había nacido, ni cuándo, ni cómo se llamaba, ni cuál había sido la razón concreta de su muerte, ni el sitio donde reposaban sus restos.
+Gracias a la labor de los historiadores, hoy es posible afirmar, con pocas posibilidades de equivocarse, que la heroína se llamaba Polanía o Apolonia; que nació en Guaduas, una surrealista población cundinamarquesa de tierra templada que fue importante lugar de paso entre Santafé y el río Magdalena; que sus padres fueron Joaquín Salavarrieta y Mariana Ríos; que la fecha de su nacimiento fue la del 26 de enero de 1796; que fue detenida y ejecutada en la capital por sus actividades subversivas; y que sus restos se encuentran en la iglesia de La Veracruz, en Bogotá.
+No todo ha sido tan claro como hoy acerca de la Pola, y eso que aun ahora la Pola sigue expuesta a que la reclamen como hija suya municipios que jamás conoció o le adjudiquen padres que nada tienen que ver con ella. En distintos momentos, y con distintos apoyos, han reclamado ser la patria chica de la Pola, El Páramo (Santander), Tabio y Tenjo (Cundinamarca), Vélez (Santander) y Mariquita (Tolima). En tres oportunidades la Academia de Historia ha sido invitada a pronunciarse sobre este peliagudo asunto, y en todas lo ha hecho a favor de Guaduas.
+La última fue hace dos años. Una comisión integrada por los académicos Roberto Velandia y Gabriel Camargo Pérez examinó todos los argumentos a favor y todos los indicios en contra del lugar de nacimiento de la heroína. Y, al cabo de cuidadosos estudios, concluyó: «Por tradición y referencias históricas, sigue siendo —Policarpa Salavarrieta— oriunda de la villa de Guaduas». La sentencia se divulgó el 12 de septiembre de 1991, y el 21 de ese mes Guaduas echó la casa de la Pola por la ventana en un acto solemne que muy bien podría ser el último en este sentido.
+Lo que ha alimentado las versiones arbitrarias sobre la cuna de la Pola es el hecho de que su partida de nacimiento fue deshojada del libro parroquial de Guaduas. Allí aparecen todos los hermanos de Policarpa, pero no ella. Por eso mismo se han presentado dudas sobre su verdadero nombre; Polonia, Apolonia, Policarpa, Gregoria, Apolinaria, o todos los anteriores juntos. Hoy parece claro que la bautizaron en homenaje a san Policarpo o santa Apolonia, de modo que de esos dos nombres no sale. Es cierto que sus contemporáneos la conocieron como Policarpa y que en sus funciones como rebelde contra la corona algunos la llamaban Gregoria. Lo cierto es que, aunque hubiese algunas dudas al respecto, el apodo no hay quien se lo niegue: la Pola fue como se la conoció familiarmente, y con ese nombre ha pasado a la historia y al folclor. En este siglo, el mote ha servido para bautizar una cerveza, un bus turístico y, últimamente, el primer refajo enlatado: Cola & Pola es un homenaje —seguramente involuntario— a la heroína guaduera.
+Y, como no apareció nunca el folio correspondiente a su bautizo, tampoco se supo durante mucho tiempo la fecha de nacimiento de Policarpa. Se han lanzado muchas conjeturas: 1785, 1793, 1795, 1796… La tesis que encontró mayor acogida fue la de José María Samper, un ilustre liberal convertido en ilustre conservador de fines de siglo, que dio la del 25 de enero de 1795 como fecha de nacimiento de la Pola. Siendo don José María de familia guaduera, escritor, historiador y hombre culto, su tesis prevaleció a lo largo de casi todo el siglo. Alguien, hace cerca de 20 años, descubrió que no podía ser el 25 de enero sino el 26, por razones onomásticas del santoral. Y, finalmente, se aceptó hace poco que el verdadero año de nacimiento de la joven era 1796 y no 1795. Así lo indicó un proceso lógico que incluye las fechas comprobadas de bautizo de sus hermanos. Sin embargo, en algunos monumentos —incluso un busto suyo a la entrada de la alcaldía de Guaduas— el mármol aún recoge el año equivocado.
+Aclarado dónde y cuándo nació la Pola, conviene recordar la causa por la que se la juzgó y ejecutó en noviembre de 1817. Según cierto libro que publicó el autor Rafael Marriaga hace cerca de medio siglo (La Pola, una heroína de papel), no fue su historia la de una heroína, sino la de una vulgar contrabandista de aguardiente, dispuesta a alzarse el pañolón y la pollera a la menor propuesta, y grosera hasta el punto de insultar a civiles y militares. Esta condición fue la que, según Marriaga, la condujo al patíbulo, y no otra. Se trata, sin embargo, de un panfleto sensacionalista. Hay abundantes documentos que prueban el heroísmo de la joven revolucionaria. Uno de los más elocuentes es el certificado del doctor Francisco José de Aguilar y Contreras, secretario de la Cancillería Real del Nuevo Reino de Granada. Este abogado señala que inspeccionó personalmente el fusilamiento de los nueve patriotas ejecutados aquel 14 de noviembre, y los menciona por su nombre. En cuanto a «Policarpa o Pola Salavarrieta», señala que su misión era suministrar papeles de recomendación a los insurgentes.
+Ahora bien: hay indicios que permiten pensar que la Pola tenía un alambique de contrabando, pero en ningún caso fue esta la causa de su proceso. Ni era la pena capital la que esperaba a los no pocos destiladores de chirrinche que en la villa había.
+¿Quién era, pues, la Pola, y qué hacía para que la condenaran a fusilamiento público en la que hoy es esquina de la carrera 8.ª con calle 10? La Pola era modista de oficio. Y esta circunstancia le permitió visitar muchas casas de Santafé y enterarse de lo que allí se hablaba. Pero su verdadera ocupación era la de espía y revolucionaria. Policarpa era lo que hoy se llamaría un «enlace urbano» de algunas de las guerrillas patriotas que, al margen de los ejércitos revolucionarios pero con el mismo objetivo, combatían a las tropas realistas. Su misión era averiguar secretos, ofrecer apoyo logístico a los guerrilleros e infiltrar los cuarteles del virrey. Las tres cosas hizo, y con mucho éxito. Gracias a algunos soldados criollos que le pasaban datos desde el ejército realista, se enteraba del movimiento de tropas e informaba sobre él. La Pola consiguió convertir a la causa revolucionaria varios soldados que luchaban bajo las banderas del virrey Sámano y, gracias a ellos, mantener un formidable servicio de inteligencia. A los guerrilleros que llegaban a Santafé les ofrecía comida, mapas, información, cobijo y municiones. Y a los que se marchaban al combate les daba documentos para contactarlos con otras fuentes de apoyo. Cuando pillaron a un grupo subversivo que se alejaba por los cerros de oriente, descubrieron en sus mochilas algunos papeles que les había dado la Pola para el comandante guerrillero Ramón Nonato Pérez. Esta fue la prueba que se esgrimió contra ella en el rápido proceso que se le siguió y hay que decir que, lejos de negarlo, Policarpa no cesó de insultar a los españoles y de pronosticarles la derrota final que llegaría en 1819, cuando ya ella llevaba 21 meses yaciendo por salvar la patria. Su última arenga al pueblo que observaba la ejecución era una invitación a tomar las armas. Cuando un oficial realista le ofreció un vaso de vino para que calmara la sed, le dijo que no recibía vino de los enemigos de su patria. Una fiera…
+Al lado de la Pola murió Alejo Sabaraín, el sargento desertor del cual se dice que era su novio o, incluso, su amante. En una página maestra sobre el desfile de los nueve condenados hacia el cadalso, don Tomás Rueda Vargas habla de la aureola de respeto que brotaba de esa pareja que marchaba del brazo hacia la muerte. «Es que pasa el amor», sentenciaba Rueda Vargas.
+Se dijo que la Pola había sido enterrada en la fosa común. No es verdad. Dos iglesias disputan, con sendas placas, sus restos. Una es la de San Agustín y la otra la ya mencionada Veracruz. Documentos sobre el pago del entierro hacen más verosímil esta última posibilidad.
+* * *
+El apoyo a la tesis del nacimiento de la Pola en Guaduas significó un alivio para Alberto Hincapié Espinosa, el historiador emblemático de Guaduas, una tierra donde hay 3,6 historiadores aficionados por metro cuadrado. Hincapié ha creado su propio epicentro de memorias, el Museo Ezpeleta, que recoge objetos de la época, grabados, retratos. Un discípulo suyo, el administrador de empresas David Rubio, también compró casa vieja propia a fin de montar un centro cultural al servicio de la historia de la villa. Pero el santuario principal de Guaduas es la casa natal de la Pola, un rancho de paja con amplio jardín donde vivió la familia Salavarrieta. Frente a esta vivienda, y a una cuadra de la Casa de las Calentanas —donde dos agraciadas tolimenses montaron en el siglo pasado la primera casa de citas del pueblo— un conocido hombre público, que quería rendir homenaje a la ciudad, elogió «esta patriótica tierra, cuna de varones ilustres, como Policarpa Salavarrieta». Palabras, no se puede negar, un tanto surrealistas.
+Guaduas tiene también un viejo convento, uno de los pocos conventos franciscanos pioneros que sobreviven en Suramérica; y una curiosa veneración por la historia que la lleva a organizar fiestas de pólvora y disfraces en las cuales se casan Simón Bolívar y la Pola, dos personajes que jamás se conocieron. Están localizadas las habitaciones donde durmió el Libertador en las dos ocasiones en que pasó por Guaduas —una, glorioso, y otra agónico—, y se conserva en excelente estado la residencia del general Joaquín Acosta, donde Manuelita Sáenz, adolorida por el adiós definitivo de Bolívar, se hizo morder por una serpiente coral y fue curada por un científico europeo que a la sazón pasaba por allí. No hay niño en Guaduas que no le cuente al visitante estas historias. El maestro Adolfo Bravo, muralista, reconoce que en sus homenajes a la heroína, como uno que llama la atención en la pared del Hotel Tacuará, se percibe la marcada influencia surrealista de Dalí. No es menos surrealista su descripción de la Pola: «Una hermosa Mata Hari que, mientras bordaba en las casas de los españoles, oía y espiaba».
+Por la carrera de Nariño circula un campesino que se rompió la columna al caer de un árbol de naranjo. Lleva de cabestro una novilla embarazada y en la otra mano un talonario de boletas para la rifa del animal, que se llamaba Granadilla. Con el producto del sorteo se hará operar. Tal vez pase un año antes de que reúna la suma necesaria, pero todos los domingos saca a pasear a Granadilla por la vacavía. En la esquina suroriental de la plaza estuvo expuesta, hace ya dos siglos largos, la cabeza del jefe comunero José Antonio Galán. Y en una casa baja del costado occidental nació Miguel Samper, llamado el Gran Ciudadano. En un tiempo hubo un cine en esa casa y ahora funcionan un almacén de telas y una cafetería bajo su techo. En el Museo Ezpeleta venden la mejor avena helada del país, y en una casa vecina los mejores bizcochos de América. En Semana Santa, los apóstoles salen a recorrer las calles de Guaduas; pero, por razones de geografía, los apóstoles no son doce sino trece, pues trece son las veredas que deben estar representadas en la ceremonia. En una de las casonas del marco de la plaza vivió una dama llamada doña Catalina. Y cuando instalaron la estatua de la Pola que hoy preside el lugar, se formó gran alboroto porque el monumento daba la espalda a la señora. Fue entonces cuando un poeta local escribió una cuarteta que hoy recuerdan los jóvenes del pueblo:
+La Pola con disimulo
+y con mucha disciplina
+resolvió voltearle el culo
+a la vieja Catalina.
+En fin, que en Guaduas fue donde la historia, y no sólo los murales del maestro Bravo, se volvió surrealista.
+(1993)
+Un perfil humano y doméstico de Alejandro Obregón y un recuerdo sobre los últimos días del pintor fallecido el año pasado.
+ALEJANDRO MURIÓ EN LA mañana del 11 de abril de 1992 en el Hospital de Bocagrande. Era en Cartagena un sábado caluroso y húmedo, vísperas de la Semana Santa. A Diego Obregón le correspondío, como hijo mayor, realizar los arreglos funerarios pertinentes. Protegiendo su desconsuelo tras unas gafas negras, se acercó a la Funeraria Lorduy a escoger un ataúd sencillo y austero, como le habría gustado a Alejandro que fuese el suyo. Después de desechar varios féretros rococós y churriguerescos, advirtió que un nicho estaba vacío. Le informó el vendedor que el lugar correspondía al cajón más llano de la Funeraria.
+—Ese es el que necesito— le dijo Diego.
+El dependiente lo lamentaba mucho: acababa de vender el último ejemplar de ese modelo. Sin embrago, haría lo posible por conseguir otro igual en una sucursal.
+Diego le encareció la gestión y le dejó el teléfono del hospital para que le informara.
+Dos horas después, en medio del silencioso drama familiar, entró al Hospital de Bocagrande la llamada del empresario de pompas fúnebres. Se disculpó con Diego: lo sentía sobremanera, no se había dado cuenta de quién era el finado; sólo ahora acababa de enterarse de que había muerto el maestro Obregón. Diego le agradeció el pésame y siguió esperando noticias sobre el ataúd de encargo.
+—Era un hombre grande —observó el gerente con voz compungida.
+—Sí, era un hombre grande —suspiró Diego.
+—Un hombre muy grande —insistió el contrito gerente.
+—Sí, lo era —volvió a suspirar Diego.
+—Pero no creo que midiera más de uno con ochenta, ¿verdad?— preguntó entonces el gerente, cuyo interés esencial en realidad no era la grandeza sino la altura del difunto, para efectos de acomodarlo en el féretro de precaria talla que acababa de conseguir.
+A pesar del dolor, Diego no pudo menos que reír ante el equívoco, y pensó que semejante volantín parecía organizado por Alejandro desde el Otro Lado, a manera de guiño cómplice con sus hijos: magia constante más allá de la muerte. Obregón seguía siendo Obregón, un hombre que transmitía extrañas y suculentas categorías de vida a todo cuanto tocaba, a todo cuanto pintaba. Un hombre grande. Mucho más grande que uno con ochenta.
+Aquel sábado de Cartagena, mientras los turistas canadienses salían a asolearse la barriga blanca en las playas cercanas y las vendedoras de cocadas endulzaban las calles del centro, terminaban la vida corta —nos quedó debiendo siete veces setenta y dos años— y la larga agonía de Alejandro. Los últimos meses habían sido de reclusión entre los suyos, preparación para lo inevitable y silencio, que era el más alto concepto estético de Obregón. «La pintura —había dicho unos meses atrás— es el arte del silencio. El ojo es el único órgano del cuerpo que no hace ruido. Cuando pestañeas no te oyes»—.
+Un día después del 11 de abril, tendido en el cajón elemental de Funeraria Lorduy, Alejandro fue llevado a Barranquilla en el avión de Julio Mario Santo Domingo, viejo amigo de parrandas juveniles, y sepultado en el mausoleo de la familia.
+Han pasado muchos meses y en su casa de la Calle de la Factoría todo sigue como estaba aquella mañana. En el estudio, al que se llega por un complicado camino de recovecos y escaleras, permanecen los pinceles con los últimos colores resecos que Alejandro escogió para pintar un cóndor azuloso y un toro arrebolado; la fotografía de Álvaro Cepeda Samudio continúa vigilante en la pared; en una mesita descansa el prosaico plato sopero con el que Obregón reemplazó la pompa engreída y el grave prestigio de la paleta. Su hija Silvana, que vive en las islas del Rosario, acude con frecuencia a la casa, quita el polvo, abre ventanas, resuelve pequeñas cosas, le da alpiste al pájaro y acaricia a Tacho, el último perro de Obregón.
+Gato, el gato de la casa, murió en enero. El antecesor de Tacho había sido Febo, otro perro schnauzer que entablaba largos duelos de pregón con la vendedora ambulante de frutas. Y el antecesor de Gato había sido otro gato que, por no llevar un nombre tan obvio, se llamaba Miau. Álvaro Mutis menciona otras historias zoológicas relacionadas con Alejandro, como aquel gato que daba insólitos saltos y volteretas cuando escuchaba el nombre del Arzobispo y Virrey Antonio Caballero y Góngora, o la bandada de alcatraces a los que Alejandro torció un día el rumbo cuando trazó en la arena de la playa de Cartagena una flecha enorme que marcaba la dirección contraria. En un breve poema de Obregón que ha sido recogido en antologías se alude a la prodigiosa hazaña:
+Rayando signos en la playa
+desvió los alcatraces.
+En otra época Obregón llegó a criar no sólo perros y poemas, sino también una tortuga que se negó a bautizar por respeto a su misteriosa condición prehistórica. Pero la tortuga salió a almorzar hace seis años, y aún no ha vuelto.
+Los animales producían una extraña atracción en él, hasta el punto de que, puesto a pensar en su personaje favorito de la historia, es posible que hubiera dudado entre algunos caballos famosos y el perro de Vasco Núñez de Balboa. «A él no le gustaba tanto la gente como los animales», dicen sus hijos. Por eso la principal obsesión de sus cuadros fueron toros, cóndores, barracudas, camaleones, lechuzas, gavilanes, águilas, alcatraces, búhos, peces de dientes afilados, alacranes azulosos, iguanas infectas, calaveras de tigres, mirlas de las que mataba su hijo Mateo en 1967. Ni Disney pintó tanta bestia. Hasta su canción favorita tenía que ver con bichos. Cuando Alejandro se había tomado unos tragos y le entraban ganas de cantar, entonaba en voz baja, con su tesitura de barítono tímido, un aria no propiamente operática cuya primera parte decía así:
+A la rurru plata
+que parió la gata
+cinco borriquitos
+y una garrapata.
+La segunda parte decía igual, y también la trigésimo séptima y la nonagésimo nona, por lo cual podría sugerirse que Obregón era hombre de muchos animales y pocas canciones. En realidad, la música no era su pasión, porque es el arte contrario al silencio. Le gustaba el compositor francés Erik Satié, pero no se habría embarcado en una discusión sobre su obra que durase más de medio minuto. Cuando iba a cine prefería los «ladrillos»: Resnais, Kurozawa, Bertolucci… La última película que lo apasionó había sido El último emperador. En cambio, jamás veía cine en la televisión. Ni siquiera habría sido capaz de encender el televisor sin ayuda. El equipo de video resultaba para él tan complicado como comandar un Jumbo. Su telepecado más notable había sido la serie Escalona, cuyos 33 capítulos se sorbió con devoción paterna, pues en ella actuaba su hijo Rodrigo. En otros tiempos había leído mucho. Pero últimamente lo hacía de manera caótica, y le costaba trabajo, y no le interesaba acordarse por la tarde de lo que había leído por la mañana. Prefería gastar esas horas en vivir o en pintar. Hace cerca de un decenio se fascinó con Shogún, una novela sobre la ética señorial japonesa, y entonces era posible encontrar trozos desprendidos del libro en distintos rincones de la casa. Su última lectura fue un libro de Italo Calvino, las Seis propuestas para el nuevo milenio que aún debe hallarse encima de su mesa de noche. Allí también estaban las monedas de oro que eran de su madre y que él regaló a Silvana pero seguía conservando a título de poseedor autorizado. En los meses finales, desde que empezó a fallarle la vista, su poema de cabecera era uno que escribió Octavio Paz a propósito de una exposición de pintura. Se llama La casa de la mirada y dice cosas que Obregón sentía profundamente en esos momentos:
+el ojo es una mano, la mano
+tiene cinco ojos, la
+mirada tiene dos manos,
+estamos en la casa de la mirada
+y no hay nada que ver,
+hay que poblar otra vez la casa
+del ojo,
+hay que poblar el mundo con
+ojos, hay que ser
+fieles a la vista, hay que
+CREAR PARA VER.
+Cuando son las seis de la mañana una luz transparente y cálida baña a Cartagena. Las formas parecen más firmes, los colores adquieren una densidad tranquila y los contornos de las cosas se perfilan más nítidos; luego, cuando el sol pica verticalmente, el mundo entero reverbera y se desmelena. A las seis madrugó siempre Alejandro a pintar. Sólo pintaba de día, con luz natural. Y sin que lo miraran. No podía tolerar siquiera los ángeles y/o fantasmas que a veces rondan el estudio de los pintores y pretenden espiar por encima de su hombro. Dormía mal o, por lo menos, se quejaba de que dormía mal. Odiaba desvelarse porque, en el desvelo, «pensaba vainas». En sus últimos años la dificultad para dormir aumentó y se le recrudeció su viejo achaque: una artritis bastante caprichosa, que un día le atacaba el codo, y otro día la mano, y al tercero el hombro y las rodillas. Para combatirla no aplicó nunca el remedio indicado, que era una dieta especial. Obregón no era tipo para hacer dietas. Todo creía solucionarlo con vitamina C, en la cual tenía una fe inconmovible. Si el mal era un catarro, se ungía con cantidades bíblicas de Vick VapoRub que le daban un aroma intenso y barato de leñador noruego. Lo maravillaban lo aviones y, como buen costeño, no se bañaba en el mar: lo contemplaba, lo aspiraba, lo pintaba, no habría podido vivir lejos de él. Pero no se le habría ocurrido el prosaico recurso de zambullirse en este mar donde flotan los turistas y las aguamalas en indescifrable concubinato. En otros tiempos le gustaba viajar, y había viajado mucho. Pero desde que cumplió los setenta prefería permanecer, de todos los sitios, en Colombia y, de Colombia, en Cartagena y, de Cartagena, en su casa. Había realizado su último viaje sano y salvo a una exposición suya en Caracas en agosto del 91 sin saber que iba a ser el último por su propio gusto.
+Hombre de mucha magia pero pocos agüeros. Alejandro no cargaba cadenas, medallas, ni amuletos. No creía en más supersticiones que la que anuncia catástrofes en la amistad de quienes se pasen la sal mano a mano en la mesa y, aunque no acusaba mayor interés por los horóscopos, se vanagloriaba de ser Géminis y de incubar doble personalidad y doble vida y esas vainas que le pasan a todo el mundo pero que los Géminis creen con ingenuo orgullo que son exclusividad suya.
+Tenía tratos con Dios, si bien muy a su manera. Era lo que podría llamarse un panteista tropical. «Creer y crear es ser un poducto de Dios», afirmó a un periodista meses antes de morir. Pero tal vez lo que más le interesaba de Dios, y lo que le inspiraba importante respeto y admiración por él, era el hecho de que fuese el inventor de la luz. Era el suyo un Dios muy obregoniano, reacio a liturgias complicadas y protocolos de castigo. De vez en cuando Alejandro acudía a un entierro o a una boda y, si le salía de los cojones místicos, desfilaba hacia el altar muy respetuoso y conmovido y comulgaba con los ojos cerrados en un devoto ejercicio de aproximación al misterio.
+Alejandro Obregón era, sobretodo, inquieto. Bullía. Era una caldera de cosas: de ocurrencias, de emociones por pintar, de sensaciones, de selecciones inesperadas y dispersas de pedazos del mundo. Estaba casi siempre en movimiento, hacia adelante, hacia los lados o, si era preciso, hacia atrás. Una vez manejó en reversa su automóvil Sprint mordido por el salitre y el abandono, entre la Calle de la Factoría y el Hotel Hilton, un trayecto de cinco kilómetros. Lo hizo sólo por demostrarle a una amiga su habilidad para el timón, mientras ella se moría de la risa y del pánico en el asiento del lado. Obregón había sido camionero en las selvas del Catatumbo y lo del Sprint fue, comparado con aquello, un juego de niños disléxicos. Siempre en movimiento. Cuando parecía quieto era cuando más activo estaba, porque andaba urdiendo algo, cocinando aventuras, madurando atropelladamente una resolución. Cierta vez llegaron a visitarlo unos amigos bogotanos que pasaban por la ciudad. Llevaban, envuelto entre papeles, un pequeño óleo ingenuo que alguien les regalara en un almacén de artesanías. Era un cuadro pintoresco y sencillo: una plaza principal de aldea, unos campesinos, un bus de colorines, árboles —dos o tres—, perros y gatos —cuatro o cinco— y, recubriéndolo todo, un cielo azul impecable como de guabina o bambuco. Mientras conversaban y tomaban un whisky —Obregón acababa de dejar el ron por el whisky—, Alejandro permanecía quieto; pero echaba miradas furtivas al envoltorio. En un momento dado no resistió más, llegó hasta él de dos zancadas y lo desnudó de papeles. Contempló el cuadro unos minutos y volvió a sentarse, ahora sí aparentemente tranquilo. Pero no le duró mucho el sosiego. En un descuido de los que estaban charlando, se incorporó musitando algo que los demás no pescaron y desapareció por la puerta de la sala en dirección al taller. Regresó al poco rato. Había encapotado el cielo con cuatro brochazos grises; ahora flotaba en el ambiente de la pequeña aldea naive una tensión sobrecogedora de presagios. «Quién ha dicho que el trópico es memo», dicen que dijo a manera de disculpa. Y cuando alguien le reclamó en tono de broma que hubiese invadido una obra ajena, le comentó Obregón al dueño del medio Obregón: «Si algún día te topas con el pintor, dile que puede meterle pincel a La Violencia. Hernando Santos sabrá entender…». Lo decía, sobra mencionarlo, sinceramente.
+A pesar de su aparente y constante dispersión atómica. Obregón cultivaba ciertos rituales. Uno era el del desayuno. Siempre inauguró el día con una carta invariable de huevos fritos, tocineta, mermelada de naranja, café con leche y pan. En los demás golpes de comida improvisaba; era el estado de ánimo el que dirigía el estómago. Sus hijos lo definían como «una buena muela, pero bastante errática». Entre todo lo que le gustaba había, sin embargo, una debilidad por la que daba la vida: las trufas de chocolate. Era un capricho complicadísimo, digno de condesa o de duquesa, que amigos y allegados procuraban satisfacerle cuando viajaban al exterior. De vez en cuando Alejandro cambiaba la paleta por la cacerola y se confinaba durante sudorosas jornadas en la cocina, donde pasaba a convertirse en un ortodoxo irredimible, en una especie de ayatola del recetario que no toleraba desviaciones ni remiendos. Su especialidad era la paella. Una paella, que de acuerdo con el concepto de gastrónomos exigentes que la paladearon, «se dejaba comer». La acompañaba con vino excelente y con whisky fino. En este sentido, Obregón era bastante aristocrático, apóstol de las cosas buenas.
+Nadie lo habría podido notar, por supuesto, si reparase tan sólo en su atavío. Hombre de armario indolente, nunca se detuvo a comprar ropa; el suyo estaba lleno de lo que le regalaba su familia. Del vestuario nutrido usaba apenas unas pocas prendas: pantalonetas color caqui, camisas de safari africano, franelas de estibador, sandalias de peregrino… Todas ellas sufrían, tarde o temprano, los azares del óleo y el acrílico; así como los toreros se enorgullecen de los trajes de luces manchados de sangre, Obregón lucía con entusiasmo —o por lo menos con feliz despreocupación— los manchones de pintura en la ropa. Otra cosa era el atuendo formal para los momentos ceremoniales, un conjunto impecable de traje de paño y corbatín de seda que, complementado con las patillas de prócer y el bigote austro-húngaro, le conferían soberbio aspecto de marshall del salvaje oeste: Alejandro Holliday o Wyatt Obregón. Por lo demás, no había visitado una peluquería en los últimos tres o cuatro lustros. De cortarle el cabello se encargaba Silvana y, en caso de necesidad, Alejandro mismo se rebajaba la pelambre asestándole inclementes y desordenadas dentelladas de tijera frente a un espejo.
+En sus últimos tiempos dio en la flor de refugiarse en el círculo familiar, con sus cuatro hijos y sus dos nietas, Catalina, de veinte años, y Alejandra, de 18, con las cuales cumplía una doble tarea de abuelo y amigo. A veces hablaba del 9 de abril de 1948 un suceso que no se le borraba de la mente y que había vivido muy de cerca. Se acordaba también, en forma recurrente, de amigos y familiares muertos, como Pedro, su padre, a quien pintó en algunos óleos de la serie de Blas de Lezo, el Teso; y Feliza Burztyn, y Álvaro Cepeda Samudio, el Nene, su viejo compañero de juergas y de escándalos, de borracheras y de cacería de lechuzas, de broncas de bar y de accidentes, de risas y de casas. A esas alturas, Alejandro estaba pintando temas de alto océano. «Mar adentro» se llamaba la serie, de la cual quedaron varios cuadros sin terminar que permanecen en su taller. Cualquiera que haya leído a don Jorge Manrique adivinará augurios fatales en esta definitiva consignación a la mar, que es el morir. Tal vez no en Obregón, que siempre mostró fervor por las cosas del Caribe. Sin embargo, esa carabela de Colón que dibujó para ilustrar el mes de octubre del 92 en un almanaque colectivo de artistas, más se halla al borde del naufragio que del descubrimiento. Después del intranquilizador grabado colombino, Obregón terminó unas pocas obras: la litografía de un cóndor de colores vivos que acude a posarse en el fantasma de una calavera y la de un alcatraz que se precipita en el agua. Y dos óleos que llevan el 92 como fecha: un toro espectral y un cóndor casi transparente, de otro mundo.
+Veinte años atrás, cuando el Nene Cepeda se moría en un hospital de Nueva York sin cejar en sus amenazas de levantarse e irse a casa porque sólo padecía «un catarro de los que no aparecen en el Almanaque Bristol», Obregón subió hasta allá. Iba con los primeros ejemplares de Los cuentos de Juana, un libro que habían hecho entre los dos: los relatos eran de Álvaro y eran de Alejandro las ilustraciones. (Cepeda sostenía en el prólogo que Obregón había escrito esos cuentos, y que él, Álvaro, llevaba diez años pintándolos. El asunto podría parecer un juego de palabras, pero es mucho más complicado que eso. En el libro que estaba leyendo Alejandro cuando ya no pudo leer más, Calvino interpreta bien el problema que padecieron juntos Obregón y Cepeda en Los cuentos de Juana «Cuando empecé a escribir relatos fantásticos —dice el autor en este libro que no alcanzó a ver publicado— aún no me planteaba problemas teóricos; lo único de lo que estaba seguro era de que en el origen de todos mis cuentos había una imagen visual». Y agregaba la sentencia del pleito: «El problema de la prioridad de la imagen visual o de la expresión verbal, que es un poco como el problema del huevo y la gallina, se resuelve decididamente en favor de la imagen visual»).
+Un par de veces le oí contar a Alejandro cómo la llegada del libro parido al alimón le dio a Cepeda el ánimo necesario para morirse contento, que era como querían morir ambos. Ahora la historia se repetía en su propio pellejo. Tan pronto estuvo impresa en Madrid la prueba completa del gran libro enciclopédico de Obregón, Salomón Lerner, el editor, cogió el primer avión a Cartagena y se la llevó a Alejandro. Era el 28 de diciembre de 1991. Para entonces, ya todos sus amigos sabían que Alejandro no tenía regreso. Resultó ser un día particularmente difícil, en que se sentía muy mal y desalentado. Pero la mera llegada del libro en cuya preparación llevaba trabajando meses, quizás años, fue una transfusión de entusiasmo. Durante esos días mejoró y pudo pasar la noche del 31 de diciembre en la calle, rumbero y dichoso. Disfrutó de la parranda de Año Nuevo con los ojitos vivaces de ardilla, capaces de descubrir dimensiones extraordinarias en los objetos más cotidianos. Rodeado de una multitud de amigos y familiares, armado de un vaso de whisky que nunca estuvo vacío, vestido de blanco, gozoso y celebratorio, Alejandro vio amanecer el primero de enero en la plaza de Santo Domingo, en el viejo corazón de Cartagena. Cuando regresó a la casa de la Calle de la Factoría, su casa de los últimos quince años y su última casa, ya brillaba el primer sol del 92. Aunque pocos se resignaban a aceptarlo, todos sabían que acababan de asistir a la fiesta de despedida de Obregón.
+(1993)
+Reunió imaginación genial, poder de indignación y castellano clásico.
+DURANTE SUS ÚLTIMOS AÑOS, Lucas Caballero Calderón, Klim, tuvo que atravesar muchas horas de clínicas y exámenes. Uno de los escritos que mejor muestra su brillante condición de humorista es el que aparece en sus Memorias de un amnésico, libro póstumo publicado en 1982. Se refiere en él al percance que sufrió cuando tuvo que ingerir una sustancia con aspecto de yeso líquido para seguirle la pista radiográfica al estado de sus intestinos. Terminada la prueba, Klim sintió que el yeso se fraguaba en sus entrañas; se acostó en medio de sudores mortales, experimentó un dolor tremendo y perdió el sentido. Al despertar, estaba rodeado de médicos, enfermeras y periodistas. «El que parecía dirigir a los demás —dice Klim—, luego supe que era el jefe de obstetras, todavía con un fórceps en la mano, me comunicó el parte de victoria. «Le informo, don Lucas —me dijo todavía emocionado— que después de un alumbramiento extremadamente laborioso, usted ha sido madre de la primera cornisa de yeso que ha nacido en Myrla S. A., desde su fundación». «No me diga, doctor, le respondí. ¿Y puedo verla?». El médico, abochornado, me dijo entre balbuceos: «La cornisa nació muerta y se la llevó el camión de la basura».
+Este era el estilo de Klim. Un personaje —en este caso, él mismo convertido en víctima de su propia pluma— quedaba de repente colocado en una situación surrealista, que Lucas relataba apoyado por diálogos y alusiones a nombres reales o referencias cotidianas. La mínima alteración de letras no impide reconocer como escenario a la clínica de Marly. Justamente aquella donde Klim vino a morir, pero no de cornisa sino de demolición intestinal absoluta y falla cardiaca, el 15 de julio de 1981. En el momento de su muerte tenía 60 años. Desde hacía 45, con algunas caídas y resurrecciones, era uno de los más populares y el más incisivo de los columnistas colombianos.
+Hoy, a más de doce años de su desaparición, su influencia perdura. Apodos que él puso —como el del Fonsijet que llevaba por los cielos de Europa a parientes y amigos del entonces presidente Alfonso López Michelsen— son citados de nuevo a propósito de escándalos similares; muchas figuras que él caricaturizó con su estilo implacable e impecable siguen arrastrando ese estereotipo como un grillo de presidiario; sus libros no dejan de venderse y sus sketches de café concierto suben otra vez al escenario.
+Klim es ya un clásico. El clásico que imprimió un vuelco al género del humor en Colombia. No se contentó con las pirotecnias verbales, los epigramas intencionales y los juegos de palabras que habían caracterizado tradicionalmente a la sátira de prensa en nuestro país. Sino que dejó montado, y bien montado, el humor de situación. El lector ya no se regocijaba con el ingenio del escritor, sino que se sentaba a disfrutarlo a su lado. Era una especie de espectador del tinglado de personajes nacionales y peripecias de la política y las costumbres colombianas que montaba la picante fantasía de Klim. Para armar su carpa, Lucas disponía de varios talentos especiales que examinaré por separado.
+Primero que todo, Lucas era un formidable retratista. Tenía una finísima capacidad de observación para captar sus personajes, una imaginación alborotada para situarlos en el escenario propicio y un estilo compacto y lapidario para describir el personaje y la escena. Algunos de los que pintó Klim en su primera época —años treintas y cuarentas— fueron tipos y costumbres locales: el policía, el paseo, el tranvía, el embolador. Después prefirió los personajes con nombre propio. Veamos algunos de esos retratos:
+Carlos Lleras Restrepo: Hace años, los Lleras pasaban el mes de diciembre veraneando en una hacienda de la sabana: «El último día de la novena, entre unas pobres y humildes pajas, desnudo y con un pequeño lienzo en la cintura, aparecía Carlitos sostenido por el patriarca San José, que naturalmente era su pariente Sixto».
+Augusto Ramírez Moreno: «De la boca enjuta de Ramírez las metáforas salen en sucesión inagotable, como las palomas y las cinticas de colores del flamante cubilete de un prestidigitador. Dos cosas pavorosas recuerda Colombia: la imaginación de Augusto Moreno y el terremoto de Cúcuta, siendo, desde luego, muy inferior el terremoto».
+Juan Lozano y Lozano: «La situación ideal para Juan sería que lo hicieran a él presidente de la República, para salir clandestinamente de Palacio, por las noches, a colaborar con un pseudónimo en el órgano más enconado de la oposición. Y estallaría de la felicidad el día en que supiera que sus propios artículos lo habían tumbado del poder».
+Darío Echandía: «En Londres el doctor Echandía se fastidia más que una ostra entre tabasco. Echa de menos el clima seco y cálido de Chaparral, encuentra el whisky muy inferior a la mistela de brusca y no oculta su indignación cuando le habla de los cakes. En tales ocasiones parece que pierde su serenidad habitual y exclama: «¡Qué queques ni juanqueques… ¿Cómo se van a comparar esas vainas con las torticas de banano del Hotel Luistania de Ibagué, ahhh?!».
+Para aumentar la caracterización, Lucas solía bautizar a sus personajes con apodos. Era uno de sus trucos más exitosos. Algunos pasaron a la historia, como el Compañero Primo —López Michelsen—, el Telepadre —Rafael García-Herreros—, el general Von Holocaust —Luis Carlos Camacho Leyva—, Chepe Mijo —José María Bernal—, Pototó —Lucio Pabón Núñez—, la Sobrinita Pálida —Clara López—, Stay-free —Jorge Mario Eastman—, Pinina —Alberto Santofimio—. Muchos de sus lectores aún los citan y recuerdan, aunque no siempre saben la razón de ser de cada uno. También empleaba el mismo recurso para bautizar casos o situaciones, como el mencionado Fonsijet, el Noticiero Lambicolor y el célebre asunto del Bonitico de Luis Avelino, aquella exhibición de poder mingitorio que perpetró ante el sorprendido pueblo uruguayo un embajador colombiano.
+Los personajes que retrataba Klim no quedaban disecados y tiesos como en una galería. Sino que los colocaba en situaciones dinámicas donde tenían que actuar o interpretar un guión, según hizo con Carlos Lleras en el cuadro navideño. En ese delicioso libro que es el Epistolario de un joven pobre (1947) hay una de esas situaciones dignas de película o comedia de televisión, con desenlace y todo. Una señora boyacense que Lucas encuentra durante una travesía por Europa intentaba pedir huevos fritos en París. Como no hablaba francés, acudía a hacerlo de una manera muy gráfica: llamaba al camarero, «se acurrucaba solemnemente en el suelo, se esponjaba graciosamente las faldas imitando el revuelo de una gallina clueca y exclamaba: «¡Quiquiriquí! ¡Cocorocó!». Hasta que un criado, sin consideraciones de ninguna clase pero con la más generosa inquietud de acertar, la tomó en vilo y la sacó del comedor. ¿Y sabe usted a dónde la llevó? Es para morirse de la desesperación: a un pequeño cuarto en donde hay una especie de nido de porcelana y en cuya puerta, debajo de una bombilla, leí yo más tarde esta divertida palabra: ¡Cabinet!».
+En muchas ocasiones, la situación que había empezado a cocinarse como absurda terminaba en un ambiente rematada y deliciosamente grotesca. Es una maravilla en esta materia la historia de don Abelardo Rodríguez, un pobre señor que padecía problemas de flatulencias en Memorias de un amnésico. El mal era muy embarazoso para la familia, «porque cuando los Rodríguez sonaban, sonaban para ministros o para embajadores, no como lo hacía ahora don Abelardo». Después de que la ciencia fracasa en su propósito de curarlo, el médico gringo advierte al sobrino de don Abelardo: «Su tío, míster Rodríguez, escapa al control de la medicina. Entró ya a los dominios del sonido. Don Abelardo no es un hombre, sino un instrumento de viento. Orienten ustedes sus inquietudes por ese lado». Guiado por el consejo, el sobrino lleva a don Abelardo al representante de órganos Thomas en Colombia, y este sentencia, después de examinarlo de arriba a abajo: «Lo único que nuestra compañía puede hacer por él es ponerle pedales». Terminan disputándose el cadáver de don Abelardo la Academia Colombiana de Medicina y la Orquesta Filarmónica de Bogotá.
+Una vez creada la situación, Klim pone a sus personajes a relacionarse por medio de diálogos ficticios y amarra todo un relato de excelente factura literaria. En él es posible observar diversos recursos humorísticos:
+Hipérboles: «El viento era de tal naturaleza que logró despeinar a un argentino que iba en frente de mí…».
+Metáforas: «Dos amapolas le florecieron en las mejillas y durante el resto del viaje no volvió a beber Grenadines»… «—Don Esteban Jaramillo— le palmeaba los glúteos a la Hacienda Pública por debajo del corsé».
+Referencias frecuentes a elementos cotidianos de experiencia común: El apoyo en nombres de personas conocidas, programas de televisión e incluso en marcas comerciales está presente en el estilo de Klim por lo menos desde los años cuarenta. Por ejemplo, cuando dice que López Pumarejo hablaba un español fatigante, no le basta con señalarlo así, sino que expresa que «parecía traducido directamente del inglés por el señor Cortina». En 1978 describe un viaje del alcalde Hernando Durán Dussán en autoferro: «La trepidación del vehículo le sacudía graciosamente los abundantes cachetes, como dos moldes de Gelatina Royal». Klim explotaba a fondo uno de los secretos del humor: mientras más específicas, las cosas son más divertidas.
+Lenguaje coloquial: Los personajes de Klim procuraban ser fieles a la manera como hablaban. «No es por nada, alita, pero me parece un triunfononón», comenta el ultrarrolo Diego Uribe Vargas. «¿Lu’embolo, don Forfeliécer?», pregunta un lustrabotas a Jorge Eliécer Gaitán. «¡Lo mató, lo mató! ¡Uy, qué horror, qué horror, qué horror!», exclaman unas señoras. Parte del lenguaje coloquial en Klim fue el empleo de las llamadas «palabras vulgares», de uso corriente entre los ciudadanos pero vetadas hasta hace algunos años en las páginas de la prensa. Desde un principio Klim incorporó a sus notas palabras prohibidas; su aumento en frecuencia y calibre corrió parejas con la liberalidad de las costumbres.
+Repeticiones: En algunos casos, Lucas echaba mano a un viejo bastón retórico: la repetición. Casi siempre que habló de Carlos Lemos Simmonds, por ejemplo, se refirió a él con particular saña llamándolo «tan chisgarabís y tan carajo».
+Editorial El Áncora ha tenido el buen cuidado de recuperar, con la colaboración de Lucas Caballero Reyes, buena parte de la obra de Klim. Pero, para mi gusto, faltaría agregar a los cinco tomos ya publicados una especie de «Libro Rojo» de Klim, que recoja una antología de sus frases magistrales. Lucas tenía un impresionante talento para sintetizar en un concepto brillante una idea, una persona o una situación. Su imaginación, su inteligencia y su soberbio gobierno del idioma le permitían insertar en sus notas párrafos que aguantarían bien la categoría de «citas citables». He escogido apenas unas pocas de éstas, previa una mínima editada para poderlas separar de la madre:
+Lucas Caballero no se limitó a ser un gracioso de profesión. El humor fue en él un instrumento para ofrecer una visión crítica de su tiempo y de su medio, y para fiscalizar el ejercicio del poder. Recluido en su apartamento, permanecía el día entero en bata, piyama y pantuflas. Pero elegantísimo: eran la bata, la piyama y las pantuflas que habría usado David Niven si hubiese resuelto alejarse del bullicio callejero. Su contacto con la vida eran, en ese orden, la televisión, la prensa, el teléfono, los parientes y los amigos —apenas unos pocos— que iban a visitarlo. Desde la sala encargaba la comida a un restaurante vecino para atenderlos, pero él mismo hacía de barman desde la cocina. Lucas había convertido su madriguera en un terreno de vigilancia. Desde allí produjo las denuncias por corrupción que estuvieron a punto de tumbar al gobierno de López Michelsen, y allí recibió por lo menos dos anacrónicos desafíos a duelo.
+Muerto Calibán en septiembre de 1971, Klim se convirtió en el columnista más influyente de su época. Algunos de los rasgos de su estilo lo habrían colocado ahora como el Salman Rushdie de los extremistas que pretenden aplicar las normas de lo «políticamente correcto» (ver Credencial n.º 80, julio 1993) a los textos de humor, Klim hacía todo lo que escandaliza a los partidarios de que nada ofenda a nadie: resaltaba los defectos físicos —del periodista Alberto Acosta, que tenía problemas de dicción, decía que iba a fundar un Instituto para la Rehabilitación de Tartamudos—; aludía a la pigmentación de la piel, como en la frase de que «La televisión colombiana es en blanco y bula» —por los hermanos Bula Hoyos—; se metía con los inmigrantes —fueron reiteradas sus bromas sobre el origen libanés de Julio César Turbay: «Harmano Gulito, harmano divino, harmanito antucador, harmanito berfecto»—… Muchos de sus malquerientes le criticaron la propensión a esta clase de chistes. Pero los lectores se los perdonaban todos. Entre otras cosas porque no lo entendían como producto de una convicción perversa, sino de lo que realmente fue Klim: un espíritu travieso armado con una pluma genial.
+(1994)
+El apogeo vallenato que se ha apoderado del país en los últimos meses aún no le ha rendido el homenaje debido a uno de los más extraordinarios compositores del género: Leandro Díaz.
+CUANDO LEANDRO COMPONE, hasta sonríe la sabana. La sonrisa musical de Leandro Díaz ha iluminado el acápite de El amor en los tiempos del cólera, la novela de Gabriel García Márquez sobre amores otoñales, y forma parte de la explosión de discos y conciertos de Carlos Vives que ha iluminado con bengalas de paseos, puyas y merengues a toda Colombia y a medio Caribe. Es difícil encontrar un colombiano que no haya escuchado aquello de
+Un mediodía que estuve pensando
+en la mujer que me hace soñar
+las aguas claras del río Tocaimo
+me dieron fuerzas para cantar.
+Sin embargo, el maestro Leandro Díaz, que en un país más agradecido habría sido laureado, condecorado, paseado en hombros, homenajeado por la Academia y enviado como delegado a certámenes internacionales, permanece poco menos que en el anonimato en su pequeña casa de San Diego (Cesar). Este mismo hombre que es ya un mito y objeto de culto para los verdaderos aficionados al vallenato, carece de la fama de un Rafael Escalona o de un Diomedes Díaz. No existe un solo disco dedicado íntegramente a sus cantos —dicen que alguna vez se hizo uno en Barranquilla, pero, si existe, en ninguna parte dan razón de él— ni le pagan bien los que están grabados. Según sus propias quejas, por «La gordita», uno de sus paseos más populares, le dieron apenas 200 mil pesos en regalías.
+Eso no es lo peor. Lo peor es que la inmensa mayoría de sus 300 composiciones se conservan sólo en la memoria de su autor, y corren la contingencia de desvanecerse. Muchas veces las casas grabadoras se han negado a registrar las que constituyen obras maestras de la música vallenata:
+¿Qué hago yo con mis canciones?
+Ya no las quieren grabar;
+me las tengo que guardar
+igual que mis ilusiones.
+Así confiesa Leandro Díaz en el merengue Mi estilito (ver antología). De hecho, no más de unos 35 cantos suyos —una octava parte de los que ha compuesto— sobreviven en grabación. Dos de ellos, Matilde Lina y La diosa coronada, forman parte ya de los superclásicos vallenatos. Pero muchos otros que merecerían igual o mayor fama duermen sepultados bajo la avalancha de pseudopaseos llorones y lastimeros que se apoderó del país cuando surgió, hace unos tres lustros, el llamado vallenato comercial.
+Son, como declaraba Leandro Díaz a los periodistas Alberto Salcedo Ramos y Jorge García Usta, «canciones inventadas en las que las frases reemplazan las historias y al final de la cháchara aparece el vacío». Contra la trivialidad de esta clase de vallenatos almibarados y hueros, nada mejor que la solidez y la autenticidad de un paseo de Rafael Escalona o un merengue de Leandro Díaz. En la historia de la música vallenata, nadie ha contado historias como las cuenta Rafael Escalona ni nadie ha desplegado la riqueza melódica de Leandro Díaz. Sus merengues no tienen par.
+Parte de esa riqueza procede del hecho de que Leandro es ciego de nacimiento, como lo cuenta en un canto autobiográfico, «La historia de un niño». Es por eso que su obra está llena de sensaciones táctiles, auditivas, olfativas. «El mundo del ciego no es tan vacío como la gente piensa —ha dicho el maestro—. Mi oído es muy atento para buscar los sonidos agradables. Y he descubierto que el perfume es perfume por la piel que lo lleva, no por su olor. El mismo perfume no tiene un efecto igual en todas las mujeres, porque cada piel es un mundo. Todo esto lo sé por ciego, no por sabio».
+Por eso cuando en sus cantos se escuchan los pájaros —«el bello canto de los turpiales»— es fácil percibir que no se trata de una mera frase de poesía hipotecada, sino un dato concreto; el turpial simpático y corriente, no el ruiseñor melindroso y artificial. «La candela» (ver antología) es un excelente ejemplo de esta capacidad de Leandro para jugar con la realidad y la metáfora. En este campo Leandro mezcla en forma maravillosa la sensación física de aproximación a una mujer —«Al ratico sentí yo / un extraño calorcito». «Tengo una sofocación / siento que mi piel se quema»— y la imagen literaria del «jugar con fuego» en materias amorosas:
+Por pegarme tanto a ella
+encendido me dejó.
+Ahora estoy pidiendo yo
+agua para la candela.
+Lo mismo pasa con ciertos versos candorosos o picarescos en que la mano hace el trabajo de los ojos. En «La gordita», por ejemplo (ver antología), ha sufrido una decepción amorosa por cuenta de una muchacha algo pasada de kilos y queda escaldado; por eso se promete tocar primero y enamorarse después:
+Quiero matar la pena cantando
+con otra muchachita;
+pero primero pongo la mano,
+no vaya a ser gordita.
+Con frecuencia Leandro se lamenta en sus cantos de su condición de ciego. «A mí no me consuela nadie», que se cita como el primero que compuso en su vida (ver antología), ya es una queja: «Voy por la vida renegando de este mal / un mal terrible que me condena». En realidad, este canto es el segundo que le conocieron sus hermanos. Tenía 17 años cuando lo compuso. Anterior a este es uno que permanece inédito, y quién sabe si borracho de la memoria, cuyo título es «Quince de julio».
+Sin embargo, el maestro ha dejado atrás el pesimismo inicial que le produjo la ceguera. Ahora, aunque algunos de sus cantos digan lo contrario, es un hombre alegre y conforme. «Soy ciego y hablo poco: quizá sea por eso que algunos piensan que soy triste». Aunque tardó más que sus hermanos en caminar y en desarrollarse, acabó por convencerse de que «la falta de vista no es más que una forma de vida». Leandro es capaz de hilvanar agujas y desbrozar maleza con el machete sin tronchar una sola mata de café. «A veces hasta se me olvida que soy ciego».
+En cambio, dice en su paseo «Dios no me deja», que si bien le falta la vista, disfruta bien de «los ojos lindos del alma». En ese sentido, compadece a los que no los tienen:
+Hay muchos ojos que están en la cara;
+cuando no quieren mirar se hacen los ciegos.
+Hay mucha gente que lleva en el alma
+muy poca luz por gustarle lo negro.
+Así dice en otro paseo, «Historia sin nombre».
+A muchos sorprenderá saber que un hombre eternamente privado de la vista haya podido describir paisajes como él lo ha hecho en cantos como «La primavera». Para él la imaginación suple lo que la vista le niega. Lo explica en un homenaje que hace a su más leal compañera, la memoria:
+Oigo decir que en el mundo hay auroras
+claras y bellas sin comparación;
+Leandro Díaz por su imaginación
+sabe amar y querer su memoria.
+Leandro nació el 20 de febrero de 1928 en la finca Lagunita, vereda de Alto Pino, municipio de Barrancas, departamento de la Guajira. Su padre, Abel Duarte, se negó a darles el apellido a él y a sus hermanos, María Ignacia Díaz, su madre, fue su más próxima influencia. Desde niño Leandro escuchaba los cantos y relatos de los vaqueros y trovadores que eran ya la gran arcilla del mundo mítico del vallenato. Quinceañero, empezó a ensayar sus propias composiciones. Con sus primeros cantos le nació también la gana de marcharse de casa y rebuscarse la vida. Dotado de una enorme inteligencia natural, se dio cuenta de que el secreto de su supervivencia consistía en convertir en ventaja la ceguera que le impedía ganarse la vida como vaquero o agricultor.
+Fue entonces cuando hizo correr el rumor de que si bien no era vidente sí tenía dotes de clarividente. Su fama de adivino se extendió por los pueblos polvorientos de La Guajira y el Cesar y empezaron a solicitar su presencia en muchos de ellos. Leandro ha sido siempre enamoradizo, así que impuso sus condiciones: sólo estaba capacitado para adivinar la suerte de las mujeres. Varones abstenerse. Decenas de muchachas y no tan muchachas acudían al tenderete del ciego zahorí y le tendían la mano para que él, repasándola con los dedos, les predijera el futuro. En algunos casos no se limitaba a adivinar el porvenir, sino que pretendía formar parte de él.
+«En el fondo lo único que me interesaba era agarrarles la mano a las muchachas, porque de predicciones y cosas de esas no sabía ni pío», confiesa ahora ladinamente. Ni siquiera tenía tarifa fija, pero aceptaba regalo. Los maridos no tardaron en ponerse celosos, y a Leandro le tocó dejar primero la región y luego el oficio.
+Como recuerdo de su etapa de oráculo trashumante le quedaban los regalos de sus parroquianas: flores, lociones, camisas, pañuelitos… Pañuelitos como el que figura en uno de sus mejores cantos (ver antología):
+El pañuelito que vive conmigo
+conserva tu nombre para no olvidarte.
+De esa época data su afición a la dulzaina o armónica, un instrumento que no tiene secretos para él. Se la regaló en 1949 un amigo y le sirvió para entretener reuniones y ganarse unos pesos. Con ella llegó un día a la vereda de Tocaimo, a media hora de Valledupar, y allí se enamoró de una vecina. Se llamaba Josefa Castro y ni siquiera tenía la cortesía de responderle sus saludos; en cambio, todo era sonrisas y sancochos para el hermano de Leandro. La muchacha era pobre de espíritu y de bienes, pero se creía rica y admirada por todos. No pasaba de ser una campesina engreída con ínfulas de diosa coronada.
+«Una mañana me senté a orillas del río Tocaimo y me tocó inspirarme en mis desengaños; asi nació el canto que muchos conocen». Esto confesaba en 1986 Leandro a los enviados del programa de televisión Yuruparí, que realizó en una incansable labor de exploración folclórica por todos lo recovecos del país. La canción, como él mismo reconoce, es mucho más bonita que la historia. Está llena de sorprendentes ribetes míticos, como si fuera una fábula antigua o una leyenda del folclor medieval: reyes, diosas, jardines florecidos, celos cortesanos, banquetes…
+La historia de «Matilde Lina» —que fue originalmente «Matilde Elina»— está contada en el propio paseo, un curioso ejercicio de educación musical en el que describe las diferencias entre su «estilito» y el de Emiliano Zuleta. Este último suele tener «los versos muy chiquiticos», «bajiticos de melodía» y «la nota muy recogida». Fue compuesta a una cuñada de su gran amigo y compadre, el acordeonero Toño Salas, a la que conoció durante una parranda en El Plan.
+Leandro Díaz no se casó, por supuesto, con Josefa Castro ni con Matilde Elina. En una parranda conoció a Helena Clementina Ramos y se casó con ella en 1955. Poco después se enamoró también de Nelly Soto y desde entonces convive con ambas en San Diego. La una tiene casa en un extremo del pueblo y la otra en el otro. Leandro duerme siempre con Helena, pero todas las tardes visita a Nelly. Dicen que cuando se le está pasando la hora de ir hasta donde Nelly, Helena se lo recuerda. Ha tenido cinco hijos con una y tres con la otra. Uno de los ocho, Ivo, es un excelente intérprete de vallenatos.
+No sé si Leandro domina el alfabeto Braille. Posiblemente no, pues a Salcedo y Ramos dio a entender que sus lecturas dependían enteramente de sus hijos y por eso no había podido terminar El amor en los tiempos del cólera. De todos modos, es indudable que la cultura de Leandro es oral, como lo es la tradición general de los cantos de trovadores. Fue oral la de Homero, el poeta griego —de quien no se sabe a ciencia cierta si era un solo poeta o varios, y se duda de que fuese ciego— con el cual resulta bastante obvio comparar a Leandro.
+La tradición oral ha dejado en los cantos del maestro Díaz verdaderas joyas en materia de lenguaje. En sus composiciones aparecen palabras y giros que pertenecen al Siglo de Oro y dejaron de emplearse comúnmente hace 200 o 300 años. La procedencia antigua de la cultura verbal ha permitido que estas expresiones se conserven intactas; verlas brillar en los cantos de Leandro Díaz en un emocionante acercamiento a lo que Eduardo Carranza llamaría «la luz de las estrellas muertas».
+Recordar, por ejemplo, es un verbo que hace más de 500 años se significaba metafóricamente «despertar el que está dormido» (Diccionario de autoridades, 1737). En ese sentido aparece en las famosas coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre (1476): «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte». Idéntico es el significado que le concede Leandro Díaz en «El pañuelito».
+Hubo una noche que soñé contigo
+y recordé llorando con un gran dolor.
+Otro término que llega en los cantos de Leandro en glorioso estado de conservación desde hace siglos es «esquivarse», que significa «desdeñarse, retirarse y mostrar un género de despego y extrañeza» (Diccionario de autoridades). Así lo usaba Cervantes en / bast / El Quijote / norm /: «No huye ni se esquiva de la compañía de los pastores». Y así lo usa Leandro Díaz en «La descuidada» (ver antología).
+Pero si le hablan de amores se esquiva,
+se aleja, muy poco se deja ver.
+En otros giros, Díaz aporta verdaderas creaciones ingenuas que se aproximan mucho a palabras consignadas pero de poco uso; el caderaje de la diosa coronada, por ejemplo, es mucho más atractivo que el caderamen que registra el Diccionario de la Academia. Y el resquemón de «La candela» tiene mucha más lógica que esa resquemazón tan larga y traída de los cabellos o ese resquemo inútil por desconocido que autoriza el Diccionario.
+* * *
+A pesar de que la obra de Leandro Díaz merecería estudios musicales y lexicográficos, grabaciones especiales y vasta difusión como rico capítulo de la cultura popular colombiana, sigue siendo marginal. En el más popular de los cancioneros generales publicados en los últimos años (Canciones inolvidables) solamente figura «La diosa coronada»: una canción entre más de mil. En Ayer y hoy en mis canciones, que recoge 1.500 piezas, no hay ninguna del maestro Leandro Díaz. Lo peor es que en el volumen Canciones inolvidables, que sólo incluye cantos vallenatos, los de Leandro están completamente olvidados.
+Hay que confiar en que el maestro Leandro Díaz reciba una reparación y un reconocimiento similares a los que, al cabo de muchos años, consiguió por fin Rafael Escalona. Así tendrá que suceder, porque en adelanto van estos lugares.
+(1994)
+Juan Valdez es, posiblemente, el colombiano que más premios ha ganado en el exterior: sus campañas de publicidad se consideran entre las mejores del mundo.
+LA FOTOGRAFÍA AÉREA MUESTRA a un jardinero que está cortando un seto de arbustos. La figura que emerge de sus tijeras es fácilmente reconocible: se trata de un tipo con corrosca y bigote acompañado de una mula. Al fondo, dos picos de cordillera. La leyenda de la foto dice tan sólo: «Obsesionado al 100 %».
+El siguiente es el retrato de una vaca lechera que mira mansamente en dirección a la cámara. La vaca es blanca con pintas negras. No hay que observar demasiado las manchas oscuras para percatarse de que allí se esconden la cara de una mula y un campesino sobre el fondo de un paisaje montañero, como si se tratara de una pintura renacentista. Una frase advierte al pie de la vaca: «No es fácil encontrar una crema que sea lo suficientemente buena para el café colombiano».
+Ahora es la página de un periódico. En ella aparece un crucigrama de 75 palabras horizontales y 68 verticales. Lo que emerge de la suma de casillas blancas y negras es, otra vez, aquel personaje del bigote, la corrosca y la bestia. El crucigrama se titula —en inglés— «Juan en un millón» —o «Uno en un millón», pues one y Juan suenan muy parecido en inglés— y entre las incógnitas por resolver aparece esta: «Compañera y transportadora de Juan» —cuatro letras; «Apellido de Juan —seis letras—; «Juan escoge cada una con su propia mano» —cuatro letras—. Abajo, tres palabras: «El domingo perfecto».
+Escena naval. Sobre el mar tranquilo del atardecer, un buque se inclina peligrosamente hacia un costado. La explicación aparece al pie de la fotografía: «En estos momentos sirven café colombiano en estribor». Debajo, el pequeño triángulo que incluye a Juan Valdez, su mula y los dos picos andinos.
+Los anteriores son cuatro de los anuncios que han hecho famoso a Juan Valdez —y con él, al café colombiano—. Desde hace 35 años la campaña de la Federación Nacional de Cafeteros ha insistido, por medio de una publicidad llena de humor y de ingenio, en que el café colombiano es el mejor del planeta, y que la única garantía que tiene el comprador de que el paquete que le venden sea íntegramente colombiano es que la bolsa lleve la famosa figura como contramarca. El resultado es que la gente lo cree. Y no sólo lo cree, sino que Juan Valdez es ya una figura habitual para norteamericanos, europeos y japoneses.
+Una famosa encuesta adelantada en 1991 por la Roper Organization en Estados Unidos y Canadá demostró que los tres logotipos más famosos de los propuestos en la encuesta son los de la Avena Quaker —el 95 por ciento de los entrevistados asocian al hombrecito con la marca—, la Volkswagen —el 92 por ciento asocian la VW con el fabricante de carros— y el café colombiano —el 91 por ciento relacionan a Juan Valdez con el mejor café del mundo—. El bigotudo, a quienes muchos colombianos confunden con el ministro de Gobierno, Horacio Serpa, es más conocido que el símbolo de la programadora gringa CBS, que el muñeco adiposo de llantas Michelín, e incluso que el logotipo de la poderosa empresa de telecomunicaciones AT&T.
+En buena parte, la responsabilidad de este éxito se debe a un equipo que ha aportado sentido del humor y perspicacia publicitaria para crear la campaña constante que ya cuenta con tantos adictos como el propio café.
+La campaña empezó con Arturo Gómez Jaramillo hace 36 años y ha continuado durante la gerencia de Jorge Cárdenas Gutiérrez. Los padrinos de Valdez han sido sobretodo dos. Uno es el popayanejo Pedro Felipe Valencia, vinculado a las relaciones públicas de la Federación desde hace casi 30 años. El otro es el holandés Peter le Comte, de 44 años, quien desde hace casi tres lustros es el ejecutivo de la agencia DDB Needham, de Nueva York, en cuyas manos está la cuenta del café colombiano. En estos últimos quince años cuando se han conseguido los mayores impactos en los anuncios de radio, prensa y televisión de Juan Valdez. Desde hace ocho años el director de publicidad y relaciones públicas de la Federación es Andrés Lloreda, un cachaco santafereño cuyo humor está a tono con el de Valdez y compañía.
+En 1980 el café colombiano tenía una ventaja cualitativa respecto a los demás, pero se le veía como un café más —explica Le Comte—. Nuestro interés era cambiar este concepto, y convertir al café colombiano en una nota de excelencia, en un sello que pudiera concederse a las marcas que emplearan exclusivamente café colombiano.
+Juan Valdez iba a ser el vehículo para crear ese sello. En 1980 ya era una figura bastante famosa. Una encuesta de 1978 lo situaba entre los tres personajes latinoamericanos más reconocidos en el mundo, al lado de Fidel Castro y Pelé. Se trataba de forjar ahora un logotipo con la imagen de Valdez. El distintivo nació como factor de identificación y, al mismo tiempo, sello de calidad.
+Durante los tres primeros años —dice Valencia— se permitió usar la imagen de Juan Valdez a algunos cafés que contenían alto porcentaje de grano colombiano. Pero desde entonces sólo las marcas que lleven 100 por cien colombiano consiguen el visto bueno de nuestro logo.
+Entre 450 y 500 marcas del mundo entero han obtenido este derecho y llevan el dúo como contraseña de calidad. El sello ha sido clave para que muchas marcas que mezclaban de manera promiscua producto colombiano con centroamericano o africano hayan hecho votos de castidad cafetera y guarden fidelidad absoluta del grano de Colombia.
+La imagen de nuestro café es la ventaja que lo diferencia de los otros —señala Valencia, actual delegado de la Federación en Madrid—. Hay que reconocer que unos pocos países, como Costa Rica, tienen un café tan suave y tan bueno como el nuestro. Pero no tienen a Juan Valdez, un símbolo de estatus y prestigio que permite cobrar un mejor precio.
+Esta diferencia en el precio no es un detalle sin importancia. Un centavo más por libra significa para Colombia 15 millones de dólares más al año. Valdez ha logrado valorizar al café colombiano entre cuatro y trece centavos por libra sobre el precio de cafés similares. Esta prima se ajusta según las condiciones que tenga el mercado. En 1994 los ingresos cafeteros de Colombia fueron de 1.782 millones de dólares. En el año presente se calcula que sobrepasarán los 2 mil millones de dólares: una cuarta parte de los ingresos nacionales por exportaciones.
+De cada uno de estos dólares, dos centavos van a la publicidad que ha permitido crear este personaje que ya pertenece al folclor internacional, y a las promociones que se realizan en torno al grano más suave del mundo. Sobra decir que también a la imagen positiva del país.
+Estos gastos en publicidad han suscitado en Colombia algunas críticas a la Federación. Al respecto dice Pedro Felipe Valencia: «Hay que tener presente que sin considerar el nivel de precios del café, en cualquier momento el de Colombia se está vendiendo con una prima, que ha oscilado entre 5 y 15 centavos por libra y esto, en gran parte, se debe a la imagen desarrollada para este producto. Es una inversión productiva, por la imagen sofisticada y positiva que se le ha creado, tanto a nuestro café, como a Colombia».
+Pero, además de los beneficios que deja a los vendedores y consumidores de café colombiano, Juan Valdez ha pasado a convertirse en uno de los pesos pesados de la imagen publicitaria internacional. La lista de premios que ha ganado desde 1982 es más larga que una semana sin tinto. El anuncio del barco, por ejemplo, ganó medalla de plata en el Festival Internacional de Publicidad de Nueva York. El del crucigrama ha sido reconocido como medalla de oro en el mismo Festival y en el concurso Addy District, al paso que el éxito de la vaca hace mugir de alegría a sus inventores: nueve certificados de excelencia en igual número de certámenes, y medalla de oro en los premios Addy.
+La nota común de todos los videos es un toque de humor que en Valencia y en Le Comte resulta espontáneo. Uno de los primeros clásicos de Juan Valdez mostraba al amo y a la mula en una sesión de psicoanálisis. La alocada escena ganó hace 14 años varios premios. De allí en adelante las cuñas han estado en tierra, mar, aire y hasta en el espacio extraterrestre. No es exageración. Una de ellas, que se pasó en prensa y televisión, muestra un jet que se dirige hacia el occidente a 10.000 metros de altura. De pronto, la voz de una azafata dice al piloto: «Capitán, se nos olvidó el café de Colombia».
+Un segundo después, el avión gira bruscamente en dirección opuesta y se devuelve.
+La cuña espacial presenta una vista de la superficie lunar, donde se observa un rastro que no corresponde propiamente al de Neil Armstrong. Sí: allí están, en alto relieve, las huellas de don Juan y Lana, que es el nombre de su mula. Así la bautizó Pedro Felipe Valencia cuando empezó la campaña. Eran los tiempos en que Lana Turner cautivaba a las audiencias de cine; su nombre ha sido perpetuado por este animal que tiene un índice de reconocimiento mayor que el de la propia actriz.
+Ideas no han faltado a los creadores de la campaña del café colombiano. Juan Valdez no respeta nada. Ni a la Bolsa de Nueva York, cuya imagen desordenada, con papeles por el suelo, sacos colgados y pantallas encendidas pero sin una sola alma a bordo, constituyen tema de una de las cuñas: «Debe ser el momento de tomarse un café colombiano». Muchas veces lo difícil es llevar la idea a la práctica.
+Para conseguir la imagen de la vaca con pintas valdecianas fue preciso el trabajo de un ordenador. Primero, para seleccionar la vaca, pues hubo muchas candidatas que aspiraban a hacerse famosas. Después, para colocar en el lomo de la escogida un lienzo con la imagen de Juan y compañía. Y, por último, para borrar los bordes del lienzo y pintarle otras manchas convincentes al animal. El trabajo fue tan perfecto que cualquiera queda pensando si no se tratará de una raza de vacas que produce café con leche. Años después, el Banco Desdner hizo un anuncio parecido con el mapa europeo. También lo imitó una marca suiza de chocolates.
+En cuanto a la cuña del barco que se inclina a estribor, para grabarla fue preciso construir un pequeño vapor de metro y medio de eslora y 80 centímetros de alto que navegó durante varios días con las luces encendidas en una piscina armada en un estudio fotográfico de Sydney (Australia). El barco no llegó a naufragar, pero la piscina sí: la víspera de la primera sesión de fotos se rompió e inundó el estudio.
+Para la escena de la mula donde el psiquiatra, Juan Valdez y la mula no se vieron nunca. El actor que encarna a Valdez, un paisa de 58 años nacido en Fredonia y que responde al nombre de Carlos Sánchez Jaramillo, posó en un sofá en un estudio vacío. La mula no posó. Su imagen, procesada por computador, fue desmontada, recostada y montada a conveniencia, hasta que quedó convertida en el más insólito paciente que ha tenido la terapia freudiana.
+El eco de la presencia de Valdez en los escenarios juveniles y deportivos ya se hace sentir. En el reciente Abierto de Tenis de Estados Unidos, el ganador del campeonato, Peter Sampras, buscó al famoso paisa para tomarse una foto con él en el recinto del torneo, que contó con el patrocinio de la Federación. Hasta el diario The NewYork Times comentó la presencia de Valdez.
+El momento debió ser emocionante para el hombre del carriel y la mula. Pero no tanto como aquel cuando, durante el Torneo de Tenis «Villa de Madrid», en 1994, se le acercó una muchacha y le pidió a Valdez, con una sonrisa entre tímida y regocijada, que estampara su firma en una cachucha del café colombiano. A Carlos Sánchez se le aflojaron las piernas y escribió el nombre con mano temblorosa: esa chica simpática que estaba allí enfrente, entre una multitud de hinchas, era la Infanta Cristina, hija del Rey de España…
+Juan Valdez acababa —literalmente— de coronar. Y con él, una imagen amable de Colombia.
+(1995)
+Se cumplen 350 años de la muerte del más grande poeta de la lengua española, un personaje que fue, al mismo tiempo, talento genial para el humor, la espada, las lenguas y la maledicencia.
+VILLANUEVA DE LOS INFANTES es un viejo y polvoriento pueblo castellano. Por allí anduvo don Quijote de la Mancha persiguiendo molinos y enredándose en líos con labriegos a los que tomaba por caballeros. Hoy tiene un par de avenidas arboladas y algunos parques, pero hace tres siglos era mucho más seco y más triste que ahora. Allí murió hace 350 años, el 8 de septiembre de 1645, el más grande poeta que ha producido la lengua española: don Francisco de Quevedo y Villegas. Quevedo tenía 65 años, pero cuatro de los últimos cinco los había pasado como prisionero en una yerta celda de la cárcel-convento de San Marcos (León). En ella envejeció en lo moral y se derrumbó en lo físico, víctima de una injusta intriga palaciega del conde-duque de Olivares, el hombre más poderoso de la Corte de Felipe IV, quien lo acusó de «infiel» y «traidor» a la corona.
+El escritor madrileño —nacido en 1580 en un hogar de pequeños funcionarios de la realeza— fue uno de los hombres más cultos de su tiempo y una personalidad digna de una biografía mayor que aún no se ha escrito. De su pluma salieron varios de los más estremecedores sonetos metafísicos de nuestra lengua, algunos de los poemas de amor más delicados y versos satíricos de un atrevimiento genial.
+No es mucho lo que se sabe sobre su infancia, salvo que quedó huérfano de padre a los seis años, que estudió primaria con los jesuitas y que a los veinte años se graduó como bachiller en artes de la Universidad de Alcalá de Henares. Cuando tenía 19 años apareció publicado su primer poema. Y pocos meses después circulaban ya letrillas y cartas picantes que empezaron a crearle fama de autor ingenioso. Antes de cumplir 21 años lo encontramos estudiando teología en Valladolid, a la sazón efímera sede de la Corte. De esa época data uno de sus más conocidos poemas satíricos, aquella letrilla según la cual «poderoso caballero es don Dinero».
+El despertar del siglo XVII en España es una época irrepetible.
+Coinciden tantos talentos en el curso de tan pocos años que hace de estas décadas las más doradas del Siglo de Oro. Cervantes se prepara para publicar el Quijote (1605); los hermanos Argensola son centro de tertulias literarias; Lope de Vega es ya archifamoso autor teatral; el conde de Villamediana, Juan de Tasis, recorre las calles de Madrid galanteando, hasta que una mano anónima lo asesina en 1622; Góngora va a revolucionar la poesía con sus Soledades, Velázquez —nacido en 1599— es ya consumado pintor a los 18 años; Zurbarán —un año mayor que Velázquez— empieza a pintar los más extraordinarios óleos religiosos del arte español…
+Eran demasiados genios por metro cuadrado, y la densidad de envidias y odios reflejaba el choque de talentos y personalidades. Lope despreciaba a Cervantes; Góngora odiaba a Quevedo; Quevedo detestaba a Góngora, hasta el punto de comprar una casa que este habitaba para sacarlo a patadas de allí. Paradójicamente, la calle de Madrid donde yace Cervantes se llama Lope de Vega, aquella donde vivió y murió Lope de Vega se llama Cervantes y la diminuta callejuela que las une se llama Calle Quevedo.
+Hombre de enorme inteligencia y devoción por las lenguas, Quevedo escribió en español, italiano y latín, y dominaba el griego, el francés y el hebreo. Fue pródigo en obras de reflexión y ensayo, tanto como en poesía.
+Su novela La vida del buscón llamado don Pablos forma parte de lo mejor del género picaresco. Este libro fue conocido desde la primera década del siglo, y circuló manuscrito durante veinte años, hasta que se publicó por primera vez en 1626. Resulta curioso también que los poemas de Quevedo —875, según José Manuel Blecua, el máximo experto en este personaje— sólo se publicaron en recopilaciones propias después de su muerte. Antes habían aparecido en antologías o circulaban sueltos. Durante los últimos meses de su vida trabajó en una edición que no alcanzó a publicar. La mayoría de los títulos de sus poemas —algunos tan famosos como «Amor constante más allá de la muerte»— fueron obra de su sobrino Pedro Aldrete, encargado de la recopilación y publicación de las poesías del ya difunto tío.
+La vida de don Francisco estuvo marcada por la amistad con don Pedro Girón Téllez, duque de Osuna, una especie de turbina política y cultural de su época, desbordado en amistad, nobleza, valentía, amores y generosidad.
+Con él se marchó Quevedo a Nápoles, que era colonia española, y en más de una ocasión, cuando don Pedro estuvo a punto de caer en desgracia con la corona, Quevedo lo apuntaló, hasta que los dos cayeron. El duque de Osuna murió en prisión, e inspiró uno de los más bellos sonetos de Quevedo.
+La obra en prosa de Quevedo es menos interesante, aunque no menos abundante, que la obra poética. Esta ha sido clasificada en ocho capítulos: poemas metafísicos, religiosos, morales, amorosos, líricos, homenajes —elogios, epitafios, túmulos—, satíricos y de otras naturalezas —jácaras, bailes, poema heroico de «Orlando Enamorado»—. Lo extraordinario no es sólo la variedad de formas y temas que abordó Quevedo, pues en aquel tiempo los autores no se encasillaban en un solo tema o estilo —unidimensión que parece exigirse ahora—; sino que fuera excelente en todas. Como lo destacan Jorge Luis Borges y otros devotos suyos, la esencia de Quevedo es, antes que nada, la palabra. El lenguaje es su pasión. Así como se dice que Velázquez es el pintor favorito de los pintores, Quevedo es el literato de los literatos: «Nadie que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo», dice el crítico José Luis Calvo Carilla.
+Calvo, cegato —hay ciertos anteojos pequeños que llevan, por antonomasia, el nombre de quevedos—, cojitranco y algo regordete, Quevedo no era propiamente un Adonis. Pero le sobraban inteligencia, simpatía, maledicencia y gracia como para hacerlo atractivo. Fue, además, extraordinario espadachín. La leyenda dice que mató a un profesor de esgrima en un duelo y debió huir por ello de la Península. No es un hecho comprobado, pero seguramente refleja el prestigio de Quevedo como hombre de arma blanca. Tuvo varias novias, según consta en sus poemas amorosos, pero sólo se casó una vez, y mal. La víctima de este hombre que siempre proclamó su antifeminismo fue doña Esperanza de Aragón y de la Cabra, una viuda con varios hijos. Quevedo contrajo nupcias cuando tenía ya 54 años, y el asunto fue un fracaso. Tan sólo vivieron juntos tres meses. Tuvo amores más estables con una mujer del pueblo apodada la Ledesma, que le dio dos hijos.
+Quevedo era señor de La Torre de Juan Abad, un pueblo yerto a pocos kilómetros de Villanueva, señorío que le produjo pocos honores y muchos pleitos y disgustos. Allí fue a parar, tras unas semanas en Madrid, cuando salió de los cuatro años atroces de la prisión de San Marcos. Aunque su meta no era esta: Quevedo se proponía viajar a Andalucía, donde lo esperaba su amigo, el duque de Medinaceli. La Torre de Juan Abad iba a ser sólo un alto en el lento camino. Pero se convirtió, por las enfermedades que lo agobiaban —«No hay calamidad que no me ronde»— en la escala final. Ya muy enfermo, fue trasladado de Torre a Villanueva de los Infantes, donde los sacerdotes locales cuidaron de él hasta el día de su muerte. Quevedo quiso que sus restos reposaran en Madrid. Pero ya se cumplen 350 años de aquella última voluntad, y todavía yacen en una capilla de poca importancia y pobre estética. Posiblemente ni siquiera son sus despojos, sino los que rescataron, muchos años después de muerto, de una fosa común a la que fueron a parar todos, los huesos ilustres y los anónimos.
+No ha habido poeta más grande en español que este hombre de personalidad fascinante y de talento múltiple. Sin embargo, su nombre muchas veces está ausente de los censos de autores universales. Borges se quejaba de la «gloria parcial» que le adeudan a Quevedo.
+Pero el que lo leyó no puede olvidarlo.
+(1995)
+¿Quién fue don Rufino José Cuervo, aquel sabio parecido a un monje civil que escribió la más colosal obra lexicográfica de la lengua española?
+CUANDO DON RUFINO JOSÉ Cuervo estaba dedicado a la recopilación y análisis de palabras castellanas, contrataba los servicios de estudiantes a los que llamaba «escribanos». Estos se encargaban de transcribir en tarjetas las notas que Cuervo glosaba al margen de libros clásicos y obras famosas en español. Su propósito era consultar la manera como los grandes escritores del pasado habían empleado voces, expresiones y regímenes gramaticales, para extraer de allí una gran summa de nuestra lengua.
+Entre los escribanos que en una época prestaron su ayuda a Cuervo había un joven antioqueño llamado Marco Fidel Suárez. Ninguno de los dos soñaba que el aprendiz llegaría a ser famoso gramático y presidente.
+Recuerda Suárez que un día Cuervo le entregó un libro que había leído y anotado al margen. Sorprendido por el grosor del libro y la profusión de los escollos, el discípulo preguntó al maestro cuánto tiempo le había tomado leer y comentar la obra de marras.
+—Lo leí el año pasado, durante los minutos que aguardaba diariamente para cambiar el abrigo al entrar de la calle —respondió con toda naturalidad Cuervo.
+Es posible que no haya ninguna exageración en la respuesta. Sólo un tipo absorbido por el trabajo incluso mientras se cambiaba de ropa, como Cuervo, habría sido capaz de investigar lo que él investigó, estudiar las lenguas que él aprendió, escribir los libros que escribió e iniciar esa muralla china de la gramática, obra monumental y mítica, que es el «Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana —DCR—».
+Uno de los requisitos que se recomiendan a quien quiera consagrar la vida a la gramática es que sea bogotano. A los bogotanos les atrae la gramática como a los escoceses el whisky. Cuervo era bogotanísimo. Había nacido en la capital el 1 de septiembre de 1844. Los responsables de haberle inculcado la goma de la gramática fueron sus profesores de infancia y juventud: los jesuitas, que han sido viejos aficionados a la filología; y los escritores y educadores Lorenzo Lleras, Mariano Ortega, Ricardo Carrasquilla, Santiago Pérez. El padre de Rufino José no quería para él la vida urbana y, muchísimo menos, de gramática. Le habría gustado verlo en el campo, cabalgando, arando, cosechando. Pero sus gustos le reservaban otro tipo de vida monopolizada por la investigación académica, no el ordeño. Pese a todo, el chino Rufino no era propiamente un niño prodigio que soñara con gerundios e hipérboles, sino con cosas mucho más terrenales. En una de sus cartas recuerda: «Teniendo ocho o diez años, era mi ilusión suprema comerme entero un rostro de cordero; lo logré y quedé curado de esas ilusiones». Supongo que el hígado fue la mayor razón para curarse. Sin embargo, siguió bastante goloso durante su juventud. Sus recuerdos infantiles están casi todos relacionados con platos, hojaldres, masatos y buñuelos. «Cuando era muchacho —escribe—, siempre que me servían un huevo estrellado comenzaba a comer la clara y dejaba para lo último la yema».
+Su mejor amigo, y más tarde su mejor colaborador, fue su hermano Ángel, seis años mayor que él. Para hacer diccionarios, Rufino José era el hombre. Pero a la hora de las fiestas el Cuervo importante era Ángel. Más simpático, más despejado y mejor plantado que su hermano menor, Ángel era «tumbalocas» y bohemio. Las veladas en casa de los hermanos cambiaban de tono según quien las presidiera. «El temperamento de la conversación cambia desde que el filólogo se retira a hora temprana, —relata Eduardo Guzmán Esponda, simpático gramático hijo, a su vez, de gramático—, dejando a su hermano de dueño de casa, a sus anchas, suelta la lengua picaresca y mordicante».
+Después de algunas tribulaciones económicas, los Cuervo consolidaron suficientes bienes como para llevar una vida que les permitiera dedicarse a sus aficiones intelectuales. «Contaban con un buen caudal, adquirido honrosamente», señala uno de sus biógrafos, Manuel Antonio Bonilla. Su familia era propietaria de una empresa cervecera sin la cual no habrían podido consagrarse a las palabras sino a las letras de cambio. Gracias a la buena marcha de la cervecería los dos hermanos pudieron viajar a París entre 1878 y 1879, cuando Rufino José tenía ya 34 años, y quedaron fascinados con el ambiente intelectual francés. Allí regresarían en 1882 hasta su muerte: la del hermano mayor, en 1896, y la del menor en 1911.
+Su amigo Miguel Antonio Caro lo describe físicamente así: «Rufino José Cuervo es de regular estatura, bien proporcionados miembros, varonil y agradable aspecto. Muy cortés y complaciente, aunque algo encogido en sus maneras, y nada amigo de reuniones, huye de la ostentación, gózase en atender y servir a sus amigos». Antonio Gómez Restrepo, complementa el retrato: «De mediana estatura, endeble, algo cargado de espaldas, tez pálida, calva prematura, voz de poco volumen».
+Tenía un temperamento más bien tímido y retraído, que fue decisivo para que terminara convertido en un monje sin sotana cuyo convento era el estudio y cuya religión era la filología. Sobretodo tenía el complejo de fealdad que tanto ayuda a la hora de encerrarse a trabajar en casa. Alguna vez que un amigo suyo le pidió un retrato para su biblioteca, se negó a enviárselo «porque me estoy poniendo muy feo». Es lástima que semejante sabio ignorase aquello de que el hombre, como el oso, etcétera. El caso es que, a fuerza de sentirse feo, ni siquiera intentó una aproximación seria a las señoras, y murió sin pasar por el altar y probablemente sin compartir su lecho. No sólo fue solterón sino que era también misógino. Su amigo Ezequiel Uricoechea le recriminaba en una carta: «A ud. lo que le hace falta es confianza en sí mismo y roce con las mujeres». Rufino José rozó poco. Sin embargo, no se arrepentía. En otra carta que transcribe uno de sus más fieles estudiosos, monseñor Mario Germán Romero, comenta Cuervo a Rafael Pombo, otro solterón empedernido: «¿Qué sería del mundo si todos fueran como nosotros dos, árboles estériles? Pero, ¿quién nos asegura que, si nos hubiéramos casado, no estuviéramos como ahora, después de enviudar y no tener hijos?». Nadie lo asegura, por supuesto, pero aceptemos que el argumento es bastante rebuscado.
+A pesar de su timidez, Cuervo cargaba pulgas bastante malas. En un par de ocasiones estuvo a punto de dejar tirado su sillón de académico de la Lengua por controversias administrativas, y devolvió condecoraciones eximias a Francia y Venezuela cuando consideró que estos países cometieron algún gesto inamistoso contra Colombia. Sin embargo, no era vanidoso. Le resultaba fácil reconocer errores, y lo hizo muchas veces en sus trabajos.
+Por ejemplo, en sus «Apuntaciones sobre el lenguaje bogotano» censuró que se dijera «donde Juan» en vez de «en casa de Juan». Unos años después de haber consignado este pequeño regaño, descubrió, no obstante, en alguna obra de Cervantes el uso que consideraba erróneo, y rectificó. Lo mismo sucedió con «pararse», en el sentido de «ponerse de pie», que es una expresión americana transmitida desde Andalucía oriental. Primero la condenó y, al hallarla en autores respetables, cambió de opinión.
+Suárez dice que Cuervo estaba «dotado de sobresalientes facultades de análisis y observación, así como de portentosa memoria, finísima sagacidad y sin par constancia».
+Tenía, además, una biblioteca copiosa. En el año 1900 el catálogo dice que son 4.771 libros empastados; a su muerte eran ya 5.721, según el inventario que recogió, por legado de Cuervo, la Biblioteca Nacional de Colombia. Eran ellos la principal fuente de su trabajo académico, que cubría, de acuerdo, con una de sus cartas, cerca de 18 horas diarias: se levantaba a las cinco y media de la madrugada y se acostaba a la medianoche. Había menguado su voracidad infantil. Entre comidas se ajustaba tan sólo una copita de vino con una tajada de pan y unas onces modestas que no pasaban de una taza de leche.
+No descansaba el séptimo día, aunque cada año, especialmente a medida que envejecía, se tomaba unas semanas de vacaciones en algún balneario francés. Lo necesitaba, porque su salud se deterioraba poco a poco. Sufría de reumatismo, estaba cada vez más jorobado, le molestaban los ojos y se le había exacerbado la neurastenia. Creía en la homeopatía y no en la medicina tradicional, a la que llamaba «asesinopatía». Y seguía confiando también en Dios, la Virgen y los santos, y rezándoles con devoción.
+La vida de los hermanos en Europa era de ermitaños. Poco salían a la calle y sus compatriotas los tenían por locos, en lo cual no les faltaban argumentos: aunque sea admirable, no es completamente normal pasar una vida en París casi sin salir de casa por anotar tarjetas donde consta el uso del lenguaje en los grandes autores castellanos «Mi vida —explicaba Cuervo— es, como siempre, sacando de un libro para meter en otro».
+No solamente eso. También estudiaba otras lenguas. Llegó a ser ducho en latín, hebreo, vasco, árabe, gallego, catalán, mallorquín, quechua, chibcha, francés y dialecto gitano —caló—. Es posible que también dominara el inglés, aunque en esa época este idioma carecía de la importancia que hoy tiene. Fue también prolífico escritor de cartas a sus amigos, y corrector escrupuloso de pruebas de imprenta. Llegó a revisar algunos libros hasta doce veces.
+En París seguía siendo un fervoroso colombiano. Aunque conservador de partido, solamente votó una vez en la vida y observaba una actitud política moderada. Sus gustos no iban por el lado de la Regeneración nuñista sino un republicanismo anti-sectario.
+Cuervo es autor de varias obras famosas, incluidos una gramática latina y un tratado sobre español de América. Fue excelente lingüista pero mal profeta: predijo que el español se atomizaría en varias lenguas pero lo que ha ocurrido es que cada vez es más fuerte y unitario en medio de su diversidad. Es explicable. Mal podía imaginar el pobre don Rufino el surgimiento de la radio y la televisión y la función unificadora de la lengua que estos medios han tenido.
+Su gran obra, sin duda, es el DCR. Consta el día que comenzó su trabajo en él. Era en Bogotá el 29 de junio de 1872, fiesta de San Pedro y San Pablo.
+En una libreta que monseñor Romero describe como «larga y angosta» pergueña las primeras palabras del catedralicio trabajo. Se trata de una frase en latín, que Romero traduce de la siguiente manera: «Implorando la luz de la sabiduría eterna, y bajo los auspicios de los apóstoles Pedro y Pablo, comienzo esta obra. Si con la voluntad de Dios la llevare a feliz término, no sea para mí la gloria, Señor, no sea para mí, sino para tu nombre».
+Casi treinta años después el Diccionario quedaba suspendido por ausencia definitiva de su autor. Cuervo logró escribir y editar las cuatro primeras letras —ABCD—, recogidas en dos tomos. El 16 de julio de 1911 se sintió más enfermo que de costumbre y pensó que podía estarle llegando su última hora. Entonces preparó el altar de su casa de París con cirios y flores y se vistió de gala para recibir la muerte. La invitada no se hizo esperar: a las 6 a. m. del día golpeó a la puerta del señor Cuervo. En algunos círculos colombianos en París se escucharon rumores en el sentido de que no había muerto por enfermedad sino por su propia mano, pero no hay nada confirmado al respecto.
+Al morir dejaba don Rufino José cerca de 10.000 fichas y anotaciones correspondientes a las demás letras del alfabeto. También un cuaderno con apuntes cifrados, un poco al estilo de Leonardo Da Vinci, que los especialistas tardaron casi cuatro años en despejar. Allí descubrieron otras 15.000 fichas. ¿Se imaginan lo que habría logrado este monstruo con un computador?
+La continuación de la obra de Cuervo quedó en el limbo hasta 1942. Al crearse el Instituto Caro y Cuervo se planteó la posibilidad de proseguirla.
+Problemas teóricos y metodológicos aplazaron durante otros 44 años el proyecto. Pero en 1986 el nuevo director del Instituto, Ignacio Chaves, se propuso rematar la faena histórica que había iniciado Cuervo, y contrató a un sabio silencioso y persistente llamado Edilberto Cruz Espejo. Este, con el apoyo de Chaves y la ayuda de un equipo de veinte personas, recuperó el oficio agotador que habían empezado los dos hermanos Cuervo un siglo y pico antes. Contaron con un aporte económico para arrancar de nuevo, el de la Fundación Mario Santo Domingo, cuyo patrimonio, como el de Cuervo, procede de la fabricación de cerveza. Esta coincidencia permitió el empujón financiero necesario.
+Al cabo de ocho años de trabajo, el diccionario estuvo actualizado completo y listo para servir a la imprenta. Son ocho tomos empastados artesanalmente, que pesan 18 kilos y cuestan 480.000 pesos. —«Es más Caro que Cuervo», comenta sobre el precio Roberto Pombo, el último grutasimbolista de Bogotá—. En una primera etapa se editarán 3.000 series.
+Están agotadas todas las colecciones que ha dado a la luz la imprenta.
+Se trata, por supuesto, de una obra especializada, no de un diccionario escolar. Contiene las 9.500 palabras que, según explica Chaves, «desde la perspectiva de Cuervo y de los profesores del Instituto, funcionan como elementos estructurales sintácticos y gramaticales de nuestra lengua».
+Menos técnico, pero más emocionado, Gabriel García Márquez dice que se trata de uno de los trabajos sobre el idioma emprendidos jamás. «Es la gran novela de las palabras», dice. Y Alfonso López Michelsen agrega que «otros idiomas, propios de países muchas veces más ricos que el nuestro y que disponen de medios a la altura del siglo XX, no cuentan con nada semejante en cuanto al estudio de su estructura».
+No todo el mundo entiende que esa pirámide egipcia de la lengua es un tratado sobre las reglas de juego de las palabras, su interrelación y su significado, según las han usado los autores famosos. Por ejemplo, cuando se informó en la prensa que el Caro y Cuervo estaba publicando el «Diccionario de Construcción y Régimen», un conocido urbanizador llamó a Chaves y le dijo:
+—Estoy feliz con la noticia. Ya era hora de que la industria de la construcción tuviera un buen diccionario. Quiero comprar cincuenta ejemplares para repartirlos entre mis ingenieros.
+Si lo hubiera escuchado, Cuervo habría muerto en el acto. Pero lo que ocurrió fue lo contrario: don Rufino José resucitó en Bogotá el 3 de julio de 1995, cuando, 123 años después de haber escrito aquella inscripción latina en su libreta larga y angosta, se presentó al público el colosal Diccionario completamente terminado.
+(1995)
+Hace 50 años murió José Joaquín Jiménez, uno de los más famosos reporteros que ha tenido el periodismo colombiano. Era célebre por inventar baladas que ponía en el bolsillo de los suicidas del salto de Tequendama. Hasta que el salto acabó con él.
+HACE MUCHOS AÑOS, CUANDO el salto de Tequendama era todavía un lugar seguro para los suicidas —porque ahora, convertido en alcantarilla, mueren primero de tifoidea que de politraumatismo o ahogamiento—, muchos ciudadanos desencantados con la vida acudían a quitársela arrojándose a las aguas de la romántica y modesta catarata. Horas después era descubierto el cadáver, llegaban los reporteros —en aquellos tiempos un muerto era todavía noticia— y el suicidio se convertía en la chiva del día de todos los periódicos, sobretodo si llevaba el retrato de la víctima. Los lectores, sin embargo, preferían leerla en El Tiempo. Y era porque el reportero de El Tiempo solía tener acceso al bolsillo del difunto, donde descubría casi siempre un poema. Un poema lastimero de amor y desilusión firmado, invariablemente, por el vate Rodrigo de Arce.
+La verdadera historia es que Rodrigo de Arce no existía, el poema tampoco, y uno y otro eran invención de José Joaquín Jiménez, el reportero de El Tiempo. Ximénez —tal era su seudónimo— se daba mañas para agregar a la historia el detalle morboso y sentimental que faltaba en las demás versiones. El que fuera falso no le reprimía a Ximénez el pulso ni la inspiración —quizás le estimulaban ambos—, y tampoco escandalizaba a sus editores. Por el contrario, en aquellos tiempos bohemios del periodismo colombiano esta clase de ingenios eran bien recibidos y bien celebrados.
+A principios de 1946 un taxi rojo se precipitó al salto de Tequendama. En el accidente (?) perecieron el chofer y un pasajero. Ximénez voló al lugar, como de costumbre. Paramaba y hacía un frío soachuno, que era una manera extrema de hacer frío. La visita le costó un resfriado, el resfriado se complicó y, sin que pudiera evitarlo nadie, José Joaquín Jiménez falleció el 6 de febrero de pulmonía. Había sido una víctima más del salto de Tequendama.
+Su muerte causó consternación en el mundo de la prensa y en el país entero. Con él se iba también el melancólico poeta don Rodrigo de Arce.
+Este año se cumplió medio siglo de la desaparición del más famoso reportero de su época, y la fecha ha pasado prácticamente inadvertida.
+Sin embargo, no hace demasiado, apenas veinte o treinta años, Ximénez era todavía un mito en las redacciones capitalinas. En las tertulias de El Tiempo sus antiguos compañeros lo recordaban con frecuencia, y cada vez que la sección de crónicas acusaba flojera, alguna voz nostálgica advertía:
+—Aquí nos falta un Jiménez…
+La verdad es que Ximénez constituye un símbolo delicioso del periodismo de entonces, donde un suicida hacía parar las máquinas y un crimen como el de «Teresita la descuartizada» mantenía al país en vilo durante meses. Pero, revisado bajo las luces actuales del oficio, ni los falsos personajes serían tolerables, ni el estilo periodístico de J. J. J., empapado de literatura y reflexiones personales, encontraría aceptación entre los lectores.
+Sin embargo, Ximénez fue lo mejor de otro tiempo, y es justo, digno y necesario impedir que su nombre se pierda en la neblina de la historia, como si se tratara de otro salto de Tequendama.
+Jiménez había nacido en Bogotá en 1915. Al morir, pues, tenía apenas 31 años. Su padre, Rafael Jiménez Triana, había sido periodista. Y por la familia de su madre, descendía de un poeta de carne, hueso y mucha sangre patriótica: el bienaventurado don José Joaquín Ortiz, aquel del famoso verso sobre la santidad de la bandera nacional «flote en las manos que flotare».
+En tan sólo tres decenios J. J. J. desempeñó mil oficios y anduvo por caminos mucho más procelosos que el que conducía al salto.
+Después de estudiar primaria con los jesuitas en San Bartolomé, colgó los cuadernos en segundo de bachillerato y se marchó a trabajar como pinche de carpintero en un puerto del río Magdalena. El río lo llevó a Barranquilla, donde consiguió empleo como funcionario de las rentas departamentales en el municipio de Ponedera (Atlántico). Apenas le apuntaba el bigote.
+Después de volver a casa y permanecer allí una temporada devorando tomos clásicos de la biblioteca paterna, lo nombraron funcionario del Gobierno intendencial en San Andrés y Providencia. En los años 30 el archipiélago de San Andrés no era este emporio del contrabando legal y el turismo lunimielero en que se convertiría después. Nada quedaba más lejos de Colombia que San Andrés. No existían vuelos regulares ni comunicación fácil con la isla. Se hablaba un inglés emparentado con el patois, y no habían asomado por allí ni siquiera los hippies, para no hablar de comerciantes paisas en electrodomésticos. Es comprensible, pues, que a un cachaco de 16 años, que era la edad de Jiménez entonces, se le premiara con un pronto ascenso. Fue así como se posesionó, al cabo de unos meses, en pomposa calidad de secretario de la Intendencia —dato al oído de Simón González, quien seguramente podrá rebuscar ahora huellas de Ximénez por esos archivos de Dios—.
+Al cabo de unos meses en San Andrés, el joven excarpintero, excontralor de rentas y exsecretario intendencial regresó a Bogotá y publicó sus primeras crónicas en el semanario El Mundo al Día. Sin poder contenerse, el poeta que dormía en él —y que, luego de despertarse, se llamaría Rodrigo de Arce— se estrenó por la misma época: J. J. J. compuso unos versos que, con música de Alejandro Wills, se convirtieron en El voluntario, un joropo de enorme éxito.
+Pero, como era y es casi imposible vivir del joropo, Jiménez se colocó en El Tiempo como corrector de pruebas. Entonces, y durante muchos años, el departamento de corrección de pruebas de los peródicos era una especie de academia de sabios nocturnos, mucho más cultos que el resto del personal, que tomaban tinto en forma permanente, trabajaban con mangas negras para no ensuciarse la camisa, dominaban la gramática latina y se tenzaban en extenuantes controversias sobre el uso correcto de los incrementos personales átonos del verbo, por poner sólo un ejemplo sencillo.
+J. J. J. permaneció unos meses en este foso de sabios, hasta que un dedo superior —¿el del doctor Eduardo Santos?, ¿el de Calibán?, ¿el de Roberto García-Peña?, ¿el de los Santos Castillo?— lo llamó a trabajar en la sala de redacción. Allí debutó como relator de las sesiones de la Asamblea Departamental y al cabo de un tiempo fue ascendido a la página roja. Jiménez se despojó del nombre, cambió la J del apellido por una X, e inició esa relación con el salto de Tequendama que iba a terminar trágicamente.
+En efecto, desde que cubrió su primer suicidio empezaron a aparecer las baladas de Rodrigo de Arce, que, en su instante de mayor gloria, fueron reproducidas por una revista literaria de Buenos Aires.
+Suicidios y pequeños crímenes eran poca aventura para Ximénez. Sin embrago, pronto se retiró del periódico y volvió a lanzarse a recorrer el país. En esta segunda etapa fue empleado de la Contraloría, delegado de la Registraduría, inspector de Prisiones e intendente del Amazonas.
+Había empezado en San Andrés y descendió hasta el extremo sur del mapa. Ya estaba listo para volver a Bogotá.
+En 1938 se reintegró, definitivamente a El Tiempo, y fue por espacio de ocho años el cronista estrella de la prensa nacional. Contra lo que se cree, no sólo escribió sobre crímenes. Buena parte de sus crónicas son exploraciones sociales sobre los bajos fondos y la calle: prostitutas, hampones, gamines, vagabundos, o, simplemente, la gente miserable de la barriada.
+Lo hizo con un estilo de indudables aspiraciones académicas, así él se esmerara en negarlo.
+En la introducción a un libro que recogió algunas de sus crónicas dice que estas «fueron hechas sin ninguna pretensión literaria». Y en una interesante nota titulada «Tres días con los presos del panóptico de Tunja» reclama que se trata de «crónicas sin literatura ni adorno».
+Pero es innegable que los textos de Ximénez contienen numerosos volantines literarios. No son raras las exclamaciones retóricas del tipo «¡oh, ciudad de leyenda!». Tampoco ciertas frases afectadas: «¡María de Jesús! Con ochenta años y aún sonríes y gritas y bailas y haces bulla y bochinche». Es fácil pescarle diminutivos preciosistas. «El pobrecillo esqueleto se mueve solo». Y formas casi ridículas de corte arcaico: «¿Hanse acabado las chimeneas? —preguntáronse—».
+Sin embargo, bajo las enaguas de este estilo almidonado empezaba a despuntar el lenguaje cotidiano característico del periodismo moderno. Sin ir muy lejos, «bulla y bochinche» no son términos muy relamidos. Es interesante observar cómo mezcla los dos lenguajes: «Volaban las señoras cigüeñas con sus amplias alas de níveo plumaje, muy atortoladas y tristes». Las citas cultas son escasas: de pronto alguna frase de Kempis —que tampoco puede considerarse una fuente muy culta—, y poco más. Con disimulo, Ximénez filtra cada vez más expresiones de esquina: «Le dará una azotaina por bruto, por estúpido, por animal y por imbécil».
+El espíritu de sus crónicas también es de transición. Para empezar, Ximénez se unta de barro, busca los materiales en la realidad: visita las covachas, se encierra tres días en la prisión de Tunja, convive con maleantes, entrevista a prostitutas, conversa con las bandas de delincuentes, persigue la historia humana que flota detrás de cada prontuario.
+En sus escritos hay pocos diálogos, característica que corresponde a los recuentos viejos, pero ya aparecen las primeras muestras de ellos, como en el periodismo nuevo. En un relato sobre la vida del penado de la celda n.º 17 acude a un recurso que en ese momento parecía desusado, como es hacerlo en primera persona, con el preso como narrador y el periodista como instrumento de sus memorias; pero incurre en el error de modificar el lenguaje auténtico del personaje, y el resultado suena un poco falso. Las cifras son escasas: las hay, pero no con la precisión y abundancia que exige el reportaje contemporáneo.
+El tono recuerda a veces al de los costumbristas, hasta el punto de que algunos textos «presenciales» podrían haber sido escritos sin que el autor estuviese allí: apenas como un mero recuerdo, que no es propiamente la sensación que ha de dejar un buen reportaje. Figuran ocasionales citas, pero algunas de ellas destilan un sospechoso aroma a invención del autor. Con frecuencia Ximénez mete sus opiniones y editorializa con la mayor frescura: «Los presos sumariados no piden piedad, ni compasión. Piden únicamente que se les condene… Pero a tiempo, señores, antes de que se les acabe la vida y se les muera el alma, cansada de esperar».
+Veinte años después, muchos de los viejos tics de las crónicas de Ximénez habrán sido desterrados de las páginas de la prensa colombiana, pero es innegable que en sus crónicas crece ya la semilla del reportaje moderno que nos ha dado, entre otros, a Emilia Pardo Umaña, a Felipe González Toledo, a Álvaro Cepeda Samudio, a Gabriel García Márquez, a Germán Pinzón, a Germán Castro Caicedo, a Alegre Levy, a Juan José Hoyos, a Germán Santamaría, a Héctor Rincón…
+En cuanto a Rodrigo de Arce, nadie se preocupó nunca en Colombia por recoger sus baladas. En una crónica de Ximénez sobre la sórdida Calle de las Esmeraldas aparecen unos versos apócrifos que con seguridad proceden de la misma mano que escribía los poemas del vate favorito de los suicidas. No eran propiamente antológicos:
+Lágrima insomne, risa trunca,
+vamos danzando en el dolor,
+con esa música que nunca
+nos ha brindado un buen amor.
+Melancolía, melancolía,
+para la adorada nocturna:
+¿a qué cantarte, vida mía,
+esta tonada taciturna?
+Hace medio siglo, en el entierro de Ximénez, Roberto García-Peña lo definió como «modelo perfecto de reporteros y cronistas». Y, más allá de los elogios a sus condiciones profesionales, resaltó las que lo hicieron uno de los hombres más populares del medio bohemio, desenfadado y romántico que caracterizaba al periodismo de entonces. Era un elogio de su alegría: «Tu ardida alegría de hombre sin odios, que es condición de todos los que entregamos nuestra vida a esta tarea alucinante del periodismo».
+Treinta años después de la muerte de José Joaquín Jiménez, Alegre Levy volvió a visitar el salto de Tequendama, ya muy escaso de aguas y de prestigio, e hizo un recuento histórico de suicidas. No eran demasiados. Parecían más. Lo que pasaba era que la fama de Ximénez y su alter ego, el poeta Rodrigo de Arce, nos habían hecho tener la idea de que se trataba de toda una catarata de desesperados.
+(1996)
+En enero de 1895, dieciséis meses antes de morir, José Asunción Silva perdió su obra de varios años cuando encalló el buque en que volvía a Colombia.
+Fue una aventura en la que milagrosamente salvó la vida. Pero la frustación que le dejó es una de las posibles causas de su suicidio, ocurrido hace 100 años.
+CUANDO JOSÉ ASUNCIÓN Silva se embarcó en el vapor Amérique en La Guaira, Venezuela, resolvió llevar consigo toda la obra que había escrito en los últimos años. Era el 21 de enero de 1895. Silva ocupaba la secretaría de la legación de Colombia en Caracas y se marchaba de vacaciones a Bogotá. Había prometido a sus amigos venezolanos que a su vuelta llevaría, terminada, una novela titulada Amor, cuya redacción suspendiera tres semanas antes. El poeta debía desembarcar el 28 de enero en el puerto barranquillero de Sabanilla y desde allí emprender viaje hasta la capital por el río Magdalena.
+En el baúl de Silva iban, además de los manuscritos incompletos de Amor, dos colecciones de poemas: «Las almas muertas» y «Poemas de la carne»; dos recopilaciones de cuentos: Cuentos de la raza y Cuentos negros —que, según algunos amigos de Silva eran siete y, según otros, eran doce—; algunas novelas cortas, como las que se titulaban Un ensayo de perfumería y Del agua mansa —aunque algunos historiadores sostienen que estas novelas no eran más que relatos cortos pertenecientes a Cuentos negros—; varios ensayos; un número de libros de compañía; y un puñado de cartas.
+Revueltos con los poemas y las prosas, el joven diplomático de 30 años, que se preocupaba mucho por vestir bien aunque en forma algo exótica, metió también en el baúl seis vestidos negros; veinte pares de zapatos ingleses; una cartera con cincuenta pesos; un prendedor de corbata; un anillo de oro; un reloj de bolsillo, y otras prendas personales.
+Todo esto viajaba en su camarote el 28 de enero cuando, a las tres y media de la madrugada, un sacudón formidable despertó a los cincuenta pasajeros del Amérique.
+Varios cayeron de sus literas y otros se golpearon contra las paredes. No tardaron mucho en averiguar lo que había ocurrido: el transatlántico, de 6 mil toneladas y 8 mil caballos de fuerza en las calderas, acababa de golpear contra una roca en las aguas traicioneras de Bocas de Ceniza y estaba encallado en un banco de arena. Con la hélice destrozada, sin luz eléctrica y haciendo agua por las ventanas de babor, el Amérique, pese a ser una de las naves más lujosas de la línea francesa General Trasatlántica, no tenía salvación posible.
+La pregunta clave era si sus pasajeros y tripulantes la tendrían.
+Aún no se sabe a ciencia cierta qué causó el naufragio del Amérique en una zona de reputado peligro y salpicada de islotes y escollos, que reúne las aguas del río Magdalena con las del mar Caribe. El capitán William Holley alegó en un primer momento que estaba apagado el faro de Puerto Bellito, pero este pretexto fue desmentido por 27 testigos. Una hipótesis más probable es la ineptitud del propio capitán. De acuerdo con un despacho publicado el 5 de mayo de 1895 en el periódico Le Courrier des Etats Units, el vapor se mantenía demasiado cerca de la costa y su capitán «no quiso cambiar el rumbo»; este oficial había sufrido ya dos percances al frente del Amérique.
+Otra versión es la que ofreció Silva a sus amigos y familiares: el capitán estaba borracho y condujo el buque sin atenerse a las cartas de navegación.
+Inepto o borracho, o las dos cosas a la vez, el caso es que el capitán Holley iba a colocar a 110 personas al borde de la muerte. Al final, gracias a la buena suerte, a la solidaridad desplegada desde tierra y a la audacia y el valor de un capitán samario de 24 años, se salvaron casi todas las víctimas. Solamente un marino pereció en la aventura, y otro, un criado, resultó con graves heridas.
+Nadie habría pensado, aquella madrugada de lunes, que a los náufragos del Amérique les esperaba un final feliz. Desde muy pronto el buque empezó a inundarse: los comedores primero, los camarotes después y finalmente parte de la cubierta. El vapor, asentado, como estaba, en un fondo poco profundo, podía aguantar algunos días antes de que las olas lo destrozaran del todo. Pero las condiciones de los ocupantes hacían imposible que sobrevivieran mucho tiempo: con poca comida, poca agua potable, condenados a la intemperie y hacinados en un trozo de la cubierta, sólo podían soñar con salvarse si lograban llegar a tierra en los precarios botes salvavidas o si acudía alguna nave a rescatarlos desde la costa. Ninguna de las dos empresas era fácil, dado el feroz oleaje de Bocas de Ceniza.
+Lo primero que hicieron fue aguardar en vano la aparición de alguna ayuda. En la mañana del segundo día avistaron una nave que, atemorizada por la enésima guerra civil que acababa de estallar en Colombia, se alejó rápidamente al confundir al Amérique con un buque beligerante.
+Como la playa no parecía inclinada a caminar hacia Mahoma, Mahoma resolvió ir hacia la playa. Con esta filosofía, el capitán optó por mandar una de las lanchas salvavidas con siete marineros en dirección a tierra. Ante la vista aterrada de los pasajeros, el bote zozobró y los bináufragos quedaron a merced de las aguas. En un esfuerzo colosal, seis de ellos lograron llegar al islote conocido como Mallorquín. El otro murió en el intento. En el islote permanecieron los sobrevivientes dos días sin agua ni alimentos, mientras observaban, a 200 metros, la playa inalcanzable donde la compañía naviera y el Gobierno local habían montado un campamento de rescate.
+Al tercer día un marinero se jugó el todo por el todo y logró llegar nadando hasta tierra firme. De los 110 ocupantes del Amérique fue el primero en conseguirlo, y una multitud de curiosos lo recibió con ovaciones. Al día siguiente fueron rescatados sus compañeros del islote. Pero las ilusiones se agotaban para aquellos que permanecían en el buque, cada vez más amenazado por las olas. Esa noche, algunos pasajeros intentaron sobornar a un grupo de tripulantes para huir en los botes. Descubierta la maniobra, el capitán ordenó que a partir de ese instante las lanchas permanecieran vigiladas y sin aperos.
+Durante los seis largos días que permanecieron los náufragos al sol y al agua en la cubierta, Silva compartió angustias y esperanzas con varios de los viajeros que había conocido durante la travesía. La mayoría tenía como destino Europa.
+Entre los pasajeros había dos deportados por el Gobierno de Venezuela —uno de ellos un ladrón colombiano y el otro un cubano que se había metido en política en país ajeno—; dos médicos; tres sacerdotes; una pareja alemana de recién casados; varios comerciantes europeos establecidos en Colombia, Ecuador, Perú; una leprosa de Martinica; y dos paisas, Paulo Emilio Restrepo y Marco Aurelio Pabón. Estos son los autores de ocho fascinantes crónicas sobre el naufragio que fueron publicadas de manera anónima en el semanario antioqueño El Esfuerzo entre el 8 de marzo y el 23 de abril de 1895.
+Las personas que más tuvieron que ver con Silva fueron el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y una madre con su hija, ambas francesas, que habían vivido unos episodios de tocata y fuga realmente telenovelescos.
+Carrillo resultó ser un tipo insoportable y presumido, capaz de decir las frases más cursis en medio del drama. Una de ellas, que recuerda Fernando Vallejo en Chapolas negras, su reciente biografía sobre Silva, la pronunció el guatemalteco recostado blandamente en una silla al segundo día del accidente:
+—Mire, amigo, esas lejanías opalinas…
+En cuanto a las dos francesas, se dirigían a su tierra natal después de que la hija se volara con el saltimbanqui de una compañía de equitación que la sedujo en París y la abandonó más tarde en Venezuela. La madre había recuperado a la muchacha y ambas se embarcaron en el Amérique convencidas de que las esperaba un viaje marítimo plácido y recuperador.
+Según Enrique Santos Molano —sin duda el más meticuloso biógrafo de Silva— este «le dedicó el tiempo a la bella joven de ojos tristes, que le contó, con pudor pero con detalle, su aventura lastimosa». De noche, agrega Santos, Silva trabajaba en Amor.
+El 30 de enero una goleta se aproximó a varias leguas del Amérique y el capitán ordenó que partiera hacia allí un bote con tres tripulantes. A ellos se agregó, a fuerza de revólver, un médico salvadoreño. La lancha consiguió llegar a la goleta, pero nunca acudieron en socorro de los náufragos.
+La desesperación cundía y empezaban a aparecer soluciones alocadas. Se pensaba que si lograban conducir un cable hasta el islote, ese cable podría servir a manera de guía y apoyo para la travesía de los demás botes hasta Mallorquín, que ya estaba al alcance de las comisiones de rescate. Lo intentaron de varias maneras. La primera fue un cerdo, al que amarraron el lazo en la esperanza de que, nadando, lo llevara a tierra firme.
+Pero el cerdo murió ahogado por las olas y por el peso del lazo. No sólo era una mala noticia desde el punto de vista del rescate sino también desde el gastronómico, pues otros animales domésticos —patos, gallinas— habían sido arrastrados por las olas, lo que dejaba a los pasajeros sin posibilidad de comida.
+Después ensayaron con una cometa, que corrió la misma suerte del chancho.
+El siguiente intento fue una balsa improvisada con mesas y troncos del agónico vapor. Los cronistas de El Esfuerzo cuentan con alguna dureza gramatical lo que sucedió con la balsa: «Equipada con todo fue arrojada al mar; su navegación era imposible, no buscando más ruta que la de sepultarse bajo el casco del buque; todos los esfuerzos fueron inútiles para fondear en el mar y más, afortunada que el cerdo y la cometa, volvió al buque donde sirvió después para cama y almacén de seguridad de un ladrón desterrado de Venezuela y el cual sólo se ocupaba en recoger los vestidos de que los pasajeros se despojaban». Este ladrón debió ser efímero dueño de los vestidos y los zapatos de Silva.
+Ese mismo viernes, un criado se ofreció para llevar a nado el cable hasta el islote.
+Estuvo a punto de ahogarse y resultó gravemente herido en brazos y piernas; pero, cuando todos lo daban por muerto, apareció tirado en una playa «teniendo en las manos —según El Esfuerzo— uno de los patos que el mar había arrastrado del buque».
+Decididos a todo, el capitán y algunos de sus hombres se hicieron a la mar en una de las tres lanchas que quedaban y consiguieron llevar el cable al islote. Parecía que la hora de la salvación había llegado para todos. Pero el invento tampoco funcionó porque el pesado lazo tendía a hundirse en las aguas. Otro bote ensayó la misma hazaña, con un cable más liviano, y la cuerda se rompió.
+De fracaso en fracaso llegaron al 2 de febrero, día del sálvese quien pueda. Sólo quedaba una lancha, con capacidad para 25 personas. Pero había aún a bordo 36 tripulantes y 46 pasajeros, uno de ellos el autor del «Nocturno». En ese momento, un coronel del Ejército de apellido Escobar, a quien se había confiado la misión de rescate, envía a sus superiores un telegrama inhumano desde Sabanilla: «Opinión de capitán y oficiales es que perecerán los que se hallan en el Amérique. Habiendo cumplido comisión, paréceme infructuosa estadía aquí». La respuesta fue la de insistir en el rescate y agotar hasta el último recurso.
+Este fue el que pusieron en práctica los pasajeros a la mañana del sábado, cuando treparon los 46 en el bote con capacidad para la mitad y se lanzaron a ganar la playa o morir en el intento. Por alguna razón insólita consiguieron llegar a salvo a Puerto Camacho.
+Pero aún se calcinaban en la cubierta cada vez más escorada del buque náufrago los 36 tripulantes, que sin botes, agua ni comida se habían despedido de toda esperanza.
+Fue entonces cuando apareció un capitán nacido en Santa Marta y educado en Cádiz, Guillermo Egea Mier, quien reparó uno de los botes que habían llegado del Amérique y logró rescatar por su propia cuenta y con heroísmo digno del cinematográfico Harrison Ford, a los tripulantes abandonados.
+Pocos días después el Amérique se hundió con todos los enseres que llevaba, entre ellos el baúl de Silva.
+El José Asunción que desembarcó aquella mañana del 2 de febrero era un espectro.
+Vestía camisa de seda color crema sin botones, pantalones sucios de franela blanca y pantuflas desastradas. Estaba, según Ricardo Cano Gaviria, otro de sus mejores biógrafos, «demacrado y fantasmal» y protestó cuando, en honor de los náufragos y por presión del cónsul francés, una banda interpretó «La Marsellesa», himno de la bandera del buque que tan mal destino les había dado. Una vez conducidos los viajeros a Barranquilla en tren, el poeta se alojó en casa de unos amigos. Durmió unos días seguidos y se repuso a punta de caldo. Al cabo de seis días ya se sintió con fuerzas para seguir su camino. Pero se hallaba profundamente deprimido y triste por la pérdida de sus manuscritos y, en vez de continuar el viaje a Bogotá, prefirió regresar a Caracas.
+Al año siguiente, el 24 de mayo, agobiado por su mala estrella, por las deudas y por el pesimismo, él mismo dispuso de la vida que se había negado entregar a las olas gigantescas y los tiburones gordos de Bocas de Ceniza.
+(1996)
+El autor de Platero y yo protagonizó varios romances a la sombra del humor o la tragedia. Uno de ellos fue con una mujer inventada por unos poetas peruanos, y el otro un drama que se mantuvo en reserva hasta hace algunas semanas.
+HACE CIEN AÑOS, CUANDO Juan Ramón Jiménez publicó sus primeros versos, el gran poeta andaluz no sospechaba que le iban a deparar tan amargas aventuras de amor. Desde hace tiempos los historiadores conocían la «tragedia» de la muerte de una lejana novia peruana que resultó ser una patraña. Y ahora acaban de revelarse los pormenores de la relación del poeta con una muchacha que se suicidó por él.
+Ambas, sumadas a la pasión incombustible por su mujer, Zenobia Camprubí, construyen un mosaico donde encajan otros amores de menor cuantía, entre ellos los que profesó, y no fueron correspondidos, por las monjas que cuidaban de él en el manicomio cuando estuvo allí internado a la edad de veinte años.
+Juan Ramón Jiménez nació en 1881 en Moguer (España), no muy lejos del lugar en que embarcaron las carabelas hacia América cuatro siglos antes. En 1897 publicó sus primeros poemas y en 1900 empezó a acusar los síntomas de enfermedad mental que reapareció de vez en cuando a lo largo de su vida. Convertido desde comienzos del siglo en uno de los más grandes poetas del mundo, tuvo que abandonar España en 1936 por sus ideas democráticas, y no regresó nunca. Murió en Puerto Rico en 1958, dos años después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura.
+Enredadas en su larga vida de escritor, las historias del corazón compiten a veces con sus más desgarrados poemas. En las páginas siguientes contamos dos de ellas.
+Aunque no la había visto nunca, Juan Ramón Jiménez estaba profundamente enamorado de ella. Se trataba de una muchacha limeña de veinte años llamada Georgina Hübner que, deslumbrada por los primeros versos de este andaluz que iba a revolucionar la poesía en lengua española, le había escrito varias cartas cariñosas durante el primer semestre de 1904.
+Juan Ramón le mandó, primero, algunos libros, pero no tardó en entusiasmarse con esa lejana novia que, entre recatada y coqueta, le confesaba que creía haber actuado incorrectamente al escribirle lo que sentía «sin haberlo visto siquiera» y criticaba las cartas del poeta por «pequeñitas y ceremoniosas». En el verano, Jiménez no resistió más esa pasión ultramarina: estaba decidido a ir a visitar a Georgina y le pidió que se ahorrara nuevas cartas: «Me lo dirá usted personalmente, sentados los dos frente al mar, o entre el aroma de su jardín, con pájaros y luna», pero el viaje tropezó con un obstáculo inesperado: a vuelta de correo Georgina le reveló que padecía tisis y que debía recluirse en un sanatorio. Luego transcurrieron varios meses sin que el poeta recibiera noticias suyas.
+En octubre, finalmente, llegó al consulado del Perú en Sevilla un escueto telegrama que el cónsul transcribió al poeta: «Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame».
+El golpe feroz inspiró a Juan Ramón un poema destrozado que tituló «Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima», y que empieza con el mazazo del telegrama:
+El cónsul del Perú me lo dice: «Georgina
+Hübner ha muerto»…
+¡Has muerto! ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué día?
+El poema prosigue más adelante con sus angustiosas preguntas:
+… Yo no sé cómo eras
+¿Morena? ¿Casta? Sólo sé que mi pena
+parece una mujer, cual tú, que está sentada,
+llorando, sollozando, al lado de mi alma!
+Sé que mi pena tiene aquella letra suave
+que venía, en un vuelo, a través de los mares,
+para llamarme «amigo»… algo más… no sé… algo
+que sentía tu corazón de veinte años!
+El final era un canto al dolor:
+Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
+abriendo rosas blancas debajo de la tierra…
+Pues bien: mientras Juan Ramón lloraba su muerte en Andalucía, Georgina Hübner se reía de las lágrimas del poeta, porque no era más que una broma urdida por un par de escritores peruanos para cartearse con el ya famoso escritor escudados en una muchacha que nunca existió. El nombre correspondía al de la prima de uno de ellos, Carlos Rodríguez Hübner, y el contenido de sus cartas de amor era producto de la imaginación del otro, José Gálvez.
+Nueve años más tarde, aún sin haber descubierto la patraña, Juan Ramón incluyó en su libro Laberinto este poema que se convirtió en el famoso del tomo y merece varias referencias de Pablo Neruda. Todavía no había superado la «viudez» de esa pálida limeña que supuestamente había muerto amándolo. Pocos meses después conoció a Zenobia Camprubí, se enamoró de ella como cualquier poeta y se olvidó de otras penas. Los huesos de Zenobia y Juan Ramón duermen bajo una misma lápida en Moguer desde 1958.
+¿Cuándo se enteró el autor de Platero y yo de que Georgina Hübner no era más que la cruel mamadera de gallo de unos poetas peruanos? No se sabe a ciencia cierta. Pero está claro que en 1948 Juan Ramón estuvo en Argentina y ya para entonces no sólo había destapado la superchería sino que había tenido suficiente tiempo para asimilarla con buen humor. Tanto así, que manifestó intenciones de trasladarse al Perú para saludar a la mujer que había prestado su nombre a la trampa.
+En suma —escribió Juan Ramón— tuve una gran ilusión y escribí un poema que se hizo famoso… Nada me pesa el engaño, ya lo saben Georgina Hübner, los que participaron en la farsa y la exquisita escritora de las epístolas.
+El fantasma de Georgina ha seguido persiguiendo al del poeta. En el museo que Moguer levantó en su memoria, no es infrecuente que los visitantes conocedores del asunto formulen preguntas sobre la inexistente peruana.
+Mucho más trágica que la de Georgina Hübner es la historia de Margarita Gil Roësset, cuyos detalles han sido revelados apenas en febrero de 1997 gracias a los diarios inéditos de la muchacha y a unos poemas desconocidos de Juan Ramón sobre ella.
+Margarita, llamada Marga, era niña prodigio. A los doce ya ilustraba los cuentos que publicaba su hermana Consuelo, apenas un par de años años mayor que ella, y a los quince empezó a tallar esculturas en piedra. Juan Ramón y Zenobia conocían a las dos hermanas desde dos lustros antes, pero fue a comienzos de 1932 cuando la lejana relación se intensificó. Marga, que tenía 22 años, les propuso hacer sendos bustos del poeta y su esposa, que vivían desde 1912 en Madrid, y ambos accedieron. Juan Ramón tenía entonces 50 años.
+Se trataba, sin duda, de una joven muy intensa y de fuerte personalidad. Jiménez la describe así, con su peculiar ortografía: «Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérjico». Comía poco, dormía menos, tomaba mucho café y vivía en constante movimiento. Visitaba con frecuencia a Zenobia y Juan Ramón, y, a partir de esa asiduidad, Marga se enamoró del poeta.
+Lo que ocurrió sólo ha podido saberse ahora, 65 años después, gracias a la publicación de esos documentos que permanecían en poder de los herederos de Jiménez. Marga lo cuenta en una carta que deja a Zenobia el 28 de julio de 1932, salpicada de puntos suspensivos: «Zenobia… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! (…) En fin, me he enamorado de Juan Ramón… y sigo siendo tu amiga… aquí está mi culpa… le he dicho que le quiero… y le he pedido que se case conmigo… ¡estaré loca!… pero como él… te quiere, ¡te quiere!… pues me ha dicho que no, que nunca…».
+Marga, pues, le declara a Juan Ramón su pasión, y él, aunque hablaba todo el tiempo de Marga —según lo reconoció su secretario—, prefiere seguir con Zenobia. ¿Fue un rechazo total y desde el primer momento? ¿O acaso surgió al cabo de un tiempo de relaciones amorosas, cuando la joven le pidió casarse y el poeta resolvió que la aventura estaba saliéndose de madre? Los documentos no lo dicen de manera indiscutible, aunque en la hoja del 25 de julio Marga escribe que le gustaría que Juan Ramón «espontáneamente» le diera un beso, pero que «parece que tendré que morirme triste… sin beso… ni corazón…».
+Tres días después, Marga se acerca a la residencia de los Jiménez; los dueños de casa no están; la escultora, llorando, deja allí un sobre de manila con la carta a Zenobia y su diario, y desaparece. Al día siguiente se conoce la historia completa. Marga sale de casa de los Jiménez, toma un taxi, va al hotel suburbano propiedad de unos tíos, se encierra en un cuarto durante toda la noche y en la mañana del 29 se pega un tiro. Avisado, Juan Ramón acude al hospital y acompaña a la chica hasta que muere sin recobrar el conocimiento, hora y media después de la llegada del poeta y Zenobia.
+«Ha sido una cosa horrible, un disparate enorme», comentó Juan Ramón a su secretario. Jiménez escribió después varios poemas a Marga, ninguno de los cuales permite pensar en una relación que no fuera como la pintó la joven escultora. Todos estos documentos son los que han venido a revelarse ahora.
+La prensa, sin saber todo lo que se ocultaba en el trágico episodio, lo recogió como un desdeñable caso de sangre: «Una señorita se suicida en un hotelito de Las Rozas».
+Durante años Juan Ramón atesoró los papeles de Marga. Al salir apresuradamente de España, catorce años después del suicidio, tuvo que dejar sus libros y sus archivos. La casa fue asaltada por orden de la dictadura de Franco y robados sus papeles. Gracias a algunos poetas cercanos al regimen fue recuperada una parte de los documentos, entre ellos los diarios de Marga. Otros continúan extraviados.
+A lo mejor entre ellos hay otras claves sobre los amores sísmicos de Juan Ramón Jiménez.
+(1997)
+Después de su primer viaje, hace 505 años, el Almirante llevó a España diez aborígenes. En la parte inicial de este artículo se revela cómo algunos murieron antes de alcanzar su destino final, otros fueron personajes de la corte y los demás regresaron a su tierra.
+OCTUBRE 12 DE 1492: LOS INDIOS americanos descubren a Cristóbal Colón. Esa noticia es conocida y vieja: tan vieja que ya cumple 505 años. Todos sabemos que la aventura del almirante genovés y sus marineros europeos abrió un Nuevo Mundo y produjo un fenómeno de colonización del cual proceden los Estados Unidos —el país más poderoso del planeta— y una América mestiza, pobre y mágica que se extiende hacia el sur.
+En cambio, la historia que se conoce poco es la de los indios taínos que fueron los primeros en avistar a los europeos que se acercaban en chalupas a su playa. No todos saben que, meses después de este encuentro histórico, un grupo de indios marchó a España a bordo de las naves de Colón; que algunos de los primeros indígenas emigrantes llegaron a ser personajes en la corte de los Reyes Católicos, y que otros regresaron a su tierra natal en calidad de intérpretes.
+Menos aún se sabe de los primeros aborígenes americanos que murieron en Europa y la suerte que corrieron sus restos. Medio milenio después de aquella fecha, esta historia aún no tiene quién la escriba.
+Eran las 2 a. m. del famoso 12 de octubre cuando el marinero Juan Rodríguez Bermejo, uno más entre el centenar que acompañaba a Colón, divisó «una cabeza blanca de arena» que resultó ser la isla de Guanahaní o San Salvador, en el corazón del Caribe. La expedición encontró allí a unos isleños desnudos y lampiños a los que el Almirante llamó «indios» al creer que había alcanzado el continente asiático.
+En este primer viaje los españoles exploran las Bahamas, el oriente de Cuba y el norte de Haití, en la isla La Española. El 16 de enero del año siguiente, cuando se hallaban en la bahía de Samaná (República Dominicana), Colón resolvió que era hora de regresar a dar cuenta a los Reyes Católicos del éxito de su misión. Pero no quiso hacerlo sin antes embarcar algunos de los extraños productos y animales que habían hallado, y un grupo de sus nuevos «amigos».
+«Llevó el Almirante nueve o diez indios consigo, pa- ra que, como testigos de su buena ventura, besasen las ma- nos del Rey y la Reina, y viesen la tierra de los cristianos y aprendiesen la lengua, para que, cuando acá tornasen, fuesen lenguas e intérpretes», señala el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de Indias.
+Otro cronista, Pedro Mártir de Anglería, coincide en el número. Antes de regresar, el Almirante deja 38 de sus hombres a cargo del cacique Guanacaril o Guacanagari. Llegado el día de la separación, «después de abrazarse, Colón mandó darse a la vela, llevando consigo diez de los naturales, por medio de los cuales podría consignar por escrito sin dificultad la lengua de todas aquellas islas».
+El grupo estaba compuesto por indios taínos, que eran el principal núcleo racial de La Española, y cuya lengua enriqueció muy pronto el castellano con palabras como hamaca, tabaco, maíz, iguana, huracán, bohío y tiburón. «Canoa» fue la primera palabra americana que se escribió. Colón la incluye en su Diario el 26 de octubre.
+Originalmente el Almirante se había propuesto llevar consigo un grupo algo mayor. Para ello, según Hernando Colón, el 12 de noviembre «mandó que tomasen algún habitante de aquella isla, pues tenía el propósito de llevar de cada parte uno a Castilla». Ese día sus marineros recogen —«secuestran» sería un mejor término— a siete mujeres, cinco hombres y tres niños.
+Dos meses después, cinco de estos primeros americanos que iban a viajar a Europa ya no formaban parte del tour. Es posible que las bajas fuesen todas o casi todas de mujeres y los niños. Otros aborígenes, a cambio, habían sido tomados prisioneros para este primer viaje. El caso es que hacia el Viejo Continente parten a comienzos de 1493 más de una docena de indígenas. Colón lleva a bordo de La Niña a los diez taínos, cuarenta papagayos, numerosos conejos y gallipavos; también embarca abundantes cargas de ají, maíz, batata y otras plantas y frutos exóticos. El díscolo Martín Alonso Pinzón leva anclas en La Pinta con otra muestra botánica y zoológica americana y algunos indios, en número indeterminado. No debían de ser muchos: quizás cuatro o cinco, pues se trataba de una embarcación pequeña y destartalada tripulada por más de veinte hombres.
+Las dos carabelas supérstites —pues la nao Santa María había naufragado— emprenden juntas el camino de regreso, pero una tormenta las separa un mes después. Así, La Pinta es la primera en tocar tierra firme europea, cosa que ocurre el primero de marzo en Bayona La Real (Galicia), no en Bayona (Francia), como rezaba el texto escolar de Henao y Arrubla. La Niña llega a Lisboa tres días más tarde, después de haber hecho una escala técnica en las islas Azores el 16 de febrero.
+De los diez indios que hacían la travesía con Colón no quedaban más que nueve: uno había muerto días antes en altamar, y su cadáver había sido lanzado al océano.
+En Lisboa la llegada del genovés produjo sensación. En los días siguientes el navegante recibió a todo el carabela-set de Portugal, y el 9 de marzo fue a visitar al rey don Juan. La nave, mientras tanto, era el espectáculo de la ciudad, y los indios el mayor atractivo del cargamento. Anota el Diario de Colón en su entrada el 6 de marzo: «Hoy vino tanta gente a verlo —a Colón— y a ver a los indios, que era cosa de admiración».
+La Pinta, entretanto, había llegado maltrecha y haciendo agua con dos ilustres enfermos a bordo: uno de los indígenas americanos y el propio Martín Alonso Pinzón.
+Fue esta carabela la primera que dio noticia en Europa sobre el hallazgo de tierras desconocidas allende el Atlántico. Bayona recibió a los marineros con alborozo. El corregidor de la villa se entrevistó con Pinzón y envió una carta a los Reyes, que se hallaban en Barcelona, donde da cuenta de la buena nueva. Un cronista local, Pero Enríquez, relata que «este testigo vido los indios que traía de la isla de Guanahani».
+A los pocos días —quizás hacia el 7 u 8 de marzo— fallece uno de los aborígenes, que había enfermado durante el viaje. El funeral de este desventurado taíno, el primer americano que murió en Europa, fue bastante solemne. Los bayoneses acompañaron el cadáver hasta el cementerio que se hallaba al pie de la muralla de Monte Real (Monte Boi). El día 13, tras algunas reparaciones de urgencia, La Pinta zarpó hacia Palos de la Fontera, de donde había salido cinco meses antes, y llegó a sus muelles en la tarde del 15. Una ley obligaba a todo barco a retornar al puerto de su salida. Los indígenas sobrevivientes —no se sabe cuántos— marchaban a bordo.
+Horas antes había atracado La Niña en el puerto. Desde allí mandó Colón noticia a los Reyes y les pidió instrucciones acerca de lo que debía hacer. Su intención era la de viajar por mar a Barcelona, ya que, como buen almirante, poco le gustaba viajar por tierra, travesía que tomaba varias jornadas incómodas a caballo. Mientras llegaba la respuesta de los soberanos, tanto Colón como Martín Alonso se dirigieron a descansar en el cercano monasterio de La Rábida, aunque no se llevaban muy bien entre ellos.
+Para Martín Alonso este fue su último viaje. El 19 de marzo murió, presumiblemente a causa de alguna enfermedad contraída durante su expedición americana. Tenía a la sazón 53 años y era cabeza de una familia de navegantes, los famosos hermanos Pinzón, celebrados por la historia y el chachachá cuatro siglos y medio antes de que naciera la televisión en Colombia y se dieran a conocer unos queridos homónimos suyos.
+Durante dos semanas el Almirante —que tenía 42 años y ya pintaba canas en la capul— esperó la carta de los Reyes. Cuando esta llegó le ordenaba realizar el indeseable viaje por tierra. El recorrido era demasiado penoso para algunos de los nueve indígenas. De modo que Colón, según Fernández de Oviedo, dejó en Palos a «dos o tres que estaban dolientes y fuese a la corte de los Católicos».
+La corte, como queda dicho, se hallaba instalada temporalmente en Barcelona, donde el rey Fernando se reponía de un atentado: el 6 de diciembre de 1492 un lunático llamado Juan Cañamares, que deliraba con proclamarse rey, le había dado una puñalada en el cuello. El soberano estuvo a punto de morir y necesitó muchas semanas para recuperarse en la ciudad catalana.
+Fue, como era de esperarse, un largo periplo, que hoy recorre un automóvil en ocho horas pero que a Colón y su cohorte les tomó más de dos semanas. Las escalas fueron Sevilla —donde se alojaron en el Monasterio de las Cuevas—, Córdoba —ciudad en la que lo esperaba su amante Beatriz Enríquez de Arana—, Murcia, Valencia, Tarragona y, por fin, Barcelona.
+Los indios debieron de hacer el trayecto a pie, en todo o en parte. Eran pésimos jinetes, como es obvio, ya que en América no se conocía el caballo. La época del año tampoco era muy favorable. En primavera hace frío y llueve abundantemente en la península ibérica.
+La llegada del descubridor de América y de los descubridores de Colón fue un acontecimiento multitudinario e histórico. Colón ya era un superhéroe y su hazaña era el tema obligado de conversación en España y Europa.
+Así lo relata Fray Bartolomé de las Casas:
+El Almirante fue acogido con un solemne y muy hermoso recibimiento para el cual salió toda la gente y toda la ciudad… admirados todos de ver aquella veneranda persona de la que se decía haber descubierto otro mundo, de ver los indios y los papagayos y muchas piezas y joyas y cosas que llevaban descubiertas, de oro, y que jamás se habían visto ni oído…
+Al regresar de América, Colón se encontró con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en la actual plaza del Rey, barrio gótico de Barcelona, hacia el 17 de abril de 1493. Una multitud llenaba las calles de acceso y el marco de la plaza, como lo hace ahora durante los conciertos de verano. «El Almirante —dice el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo— fue muy benigna y graciosamente recibido por el Rey y la Reina». Ante ellos depositó las muestras de oro, los frutos de la tierra y los animales raros que traía de América. Pero les advirtió enseguida:
+—El más preciado tesoro que os traigo, Majestades, no es el oro sino la multitud y simplicidad, mansedumbre y desnudez de aquellas gentes.
+De «aquellas gentes» había logrado llegar hasta allí media docena de representantes: seis indígenas taínos que aguantaron bien el viaje de tres meses entre el Caribe y Barcelona. Los Reyes saludaron efusivamente a estos primeros inmigrantes latinoamericanos, que venían adornados con collares de perlas y brazaletes y narigueras de oro para que despertaran aún mayor entusiasmo en los anfitriones.
+Terminada la presentación, todos los presentes se arrodillaron para dar gracias a la Providencia. Un inevitable Te Deum interpretado por el coro de la Capilla Real cerró el histórico acto.
+Conocemos los nombres de por lo menos la mitad de los nuevos súbditos de Isabel y Fernando ya que, pocos días después de este encuentro, los seis aborígenes hicieron en Barcelona su solemne ingreso al cristianismo. No les fue mal en materia de padrinos, pues estuvieron a su lado en la pila bautismal don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla. También estuvo el príncipe don Juan de Castilla, primogénito de los Reyes Católicos, que les tomó especial cariño a esos curiosos especímenes humanos llegados del Nuevo Mundo.
+Los Reyes y su hijo no sólo le dieron el padrinazgo a los indios, sino que tres de ellos recibieron sus nombres. Uno de los taínos fue llamado Fernando de Aragón. No extraña en él la proximidad con la realeza, pues se trataba de un pariente del cacique Guacanagari. Otro recibió el nombre de Diego Colón, por el hijo del Almirante. Un tercero llevó como apelativo el de Juan de Castilla. Los demás también cambiaron su nombre original por alguno cristiano.
+El ahijado del príncipe llegó a ser un personaje popular en la Corte, donde fue consentido y mimado por todos. El aspirante a monarca lo tomó como mascota suya, lo alojó en sus habitaciones del Palacio Real, le confirió nivel de caballero principal y encomendó su educación a Patiño, su mayordomo personal. Este se encargó de adoctrinar al indígena —cuya edad no se conoce— en cuestiones de la fe católica y contrató maestros de castellano que le enseñasen la lengua.
+Pero la proximidad de la molicie y la lejanía de los suyos fueron demasiado para el pobre aborigen convertido en caballero. Escribe Fernández de Oviedo sobre el desenlace de su aventura española: «Al cual indio yo vi en estado que hablaba ya bien la lengua castellana, y después de dos años murió».
+Si el relato es correcto, Juan de Castilla debió fallecer en 1495 y seguramente ya en Madrid. Dos años después siguió su camino el amo —que lo era, por más cariño que le pusiera al asunto—, el príncipe Juan, candidato a heredar el imperio más grande del mundo. Ante la inesperada y calamitosa muerte de don Juan y la de otros de sus hermanos, acabó por subir al trono Juana la Loca.
+A propósito, la muerte del mayor de los hijos de Fernando e Isabel se atribuye a un exceso de pasión sexual. «Amaba tan profundamente a su mujer pelirroja —dice el historiador norteamericano Mark Williams— que los doctores sugirieron a los recién casados que durmieran por tiempo en habitaciones distintas».
+Isabel se opuso, aduciendo el argumento de que no le correspondía a ella separar lo que Dios había unido. Con lo cual le tocó a Dios hacerlo, y llamó a su lado al fogoso Juan cuando había cumplido pocos meses de matrimonio y menos 30 años.
+Se sabe que también permaneció en España y en la Corte el indio Fernando de Aragón, aunque no se conocen los detalles de la suerte que corrió.
+Los otros cuatro, en cambio, recibieron lecciones de castellano por espacio de cinco meses y regresaron a América con Colón en noviembre, al cabo de seis semanas de travesía. En esta segunda expedición viajaban otros individuos aún más infortunados que ellos: los primeros esclavos africanos que llegaban a América a bordo de naves españolas.
+El problema de la comunicación entre europeos y americanos era endiablado, como lo enseñan los estudios del historiador alemán Günther Haensch. En algunas regiones abundaban las lenguas y dialectos, y para entenderse era necesario establecer una cadena de traductores. El alemán Nicolás de Federmann, que conquistó parte del oriente colombiano, refiere en su Historia indiana que en algunos lugares necesitó hasta de cinco intérpretes distintos, circunstancia que se agravaba porque también requería una versión final del español al alemán.
+La Nueva Granada —actual Colombia— era particularmente abigarrada en materia de lenguas. Sebastián de Belalcázar recorrió media Suramérica —de Chile hasta Pasto— sin oír otra cosa que el quechua. Pero apenas entró a lo que hoy es el Cauca y se dirigió hacia Bogotá, topó con una docena de dialectos. Tuvo que acudir a muchos indios para que le ayudaran a traducir la palabra clave: «oro».
+Las cuentas de los primeros nativos americanos en Europa son hasta ese momento las siguientes: de los indios que llevó Pinzón, sólo se sabe que uno murió y fue enterrado en Bayona la Real. En cuanto a los de Colón, diez se embarcan; uno muere en altamar; tres más quedan enfermos en Palos de la Frontera; otros dos permanecen en la Corte con los Reyes Católicos. En teoría, son siete los de Colón que habrían regresado al Nuevo Continente.
+Es posible, sin embargo, que murieran también varios de los que nunca pudieron trasladarse a Barcelona desde Palos, o incluso uno o más de los que llegaron a saludar a Isabel y Fernando. Ello se deduce de un relato del cronista Hernán Pérez de Oliva según el cual, al retornar Colón al Caribe, lo acompañan unos pocos indígenas: «los otros eran ya muertos con la mudanza de aire y viandas».
+El más famoso de esos americanos repatriados tras de una temporada en España es Diego Colón, natural de la isla de Guanahaní —hoy Witlin—. Se ignora su edad, pero resulta evidente que era un individuo inteligente y vivo, pues en pocos meses no sólo aprendió a hablar español sino que era capaz de traducir conversaciones abstractas. Así consta en las memorias de fray Bartolomé de las Casas, quien señala de qué manera, durante este segundo viaje de exploración, Colón y un cacique caribe sostuvieron una compleja conversación teológico-filosófica. «Todo esto entendió el Almirante —dice De las Casas— según le pudieron interpretar los indios que desta isla llevaba, mayormente Diego Colón, que había llevado y tornado de Castilla».
+Pérez de Oliva menciona también a este primer traductor español-taíno, taíno-español. Por él sabemos que Diego era dicharachero y murió ya viejo. «Vivió en esta isla (La Española) muchos años conversando con nosotros».
+A pesar de las imprecisiones y la falta de datos más completos, es posible asegurar que muchos de los indígenas que fueron alejados de su comarca, generalmente contra su voluntad, para ser adiestrados en lenguas y devueltos a su tierra, huían tan pronto como regresaban y no se volvía a saber de ellos.
+Fue lo que ocurrió con un indio de Yucatán (México) llamado Melchor, a quien Hernán Cortés condujo a Cuba para que aprendiera español. Versado ya en lenguas, Melchor retornó a México, pero desapareció de la vista de los conquistadores no bien pisó de nuevo sus playas nativas. En la arena quedaron tiradas las asfixiantes prendas europeas que durante un tiempo habían reemplazado al cómodo taparrabos.
+En su tercer viaje (1498-1500), Colón reclutó otros seis indígenas para llevar a España. Esta vez se trataba de nativos venezolanos, pues fue al alborear el siglo XVI cuando por primera vez el Almirante alcanzó tierra firme americana. Lo mismo volvió a hacer en su cuarta y última expedición (1502).
+Francisco Pizarro y sus hombres intentaron montar su propia escuela forzosa de intérpretes cuando conquistaron el Perú. Cinco jóvenes incas de la región de Tumbes fueron conducidos a España para que aprendieran español, y permanecieron en Madrid una larga temporada que les permitió conocer los rudimentos de su nuevo oficio. Pero al volver escaparon casi todos: lo suyo no era la interpretación simultánea sino la agricultura y el pastoreo.
+Del primer indígena muerto en el Viejo Continente sólo se sabe que llegó enfermo en La Pinta y falleció en Bayona la Real.
+El tema sirvió para que, cinco siglos después, se hablara mucho en Galicia y en España acerca de la posibilidad de levantar un monumento al indígena desconocido.
+Las autoridades gallegas aseguraron en noviembre de 1990 que los huesos del taíno reposaban al pie de la muralla del Monte Boi. Sin embargo, la iniciativa del homenaje enfrentó la tajante oposición de la comisión regional que organizó los actos del Quinto Centenario. Según la comisión, era un despropósito montar un acto celebratorio en torno al conquistador Pinzón y el indio conquistado. Este último habría quedado convertido «en souvenir exótico», a manera de víctima de una reconciliación «entre el asesino y la víctima».
+Todo indica que las críticas al posible monumento desinflaron aquel homenaje doloroso. Si uno visita hoy la hermosa ciudad de Bayona, situada casi en la frontera entre el norte de España y Portugal, podrá conocer la fortaleza cuyas murallas, puertas, bastiones y atalayas se extienden a lo largo de tres kilómetros y abarcan 18 hectáreas sobre el Monte Boi. Pero no aparece memoria alguna sobre la tumba del indio americano. Tal vez el hecho se consideró demasiado fúnebre o peligrosamente simbólico.
+La única escultura visible está enjaulada tras una malla de gallinero. Son dos figuras construidas con chatarra que representan a un cazador y su perro. El cazador empuña una amenazante lanza y padece atroz y evidente ataque de priapismo. No se ve que este horror escultórico pueda evocar a un modesto aborigen del Caribe que sólo conoció a los perros cuando los conquistadores los llevaron para soltarlos contra los indígenas.
+En cuanto al cementerio de Bayona, nada hay allí que recuerde al difunto. La única placa advierte que las visitas están limitadas a sábados y festivos de 9 a 1 y de 3 a 6, y que se prohíbe la entrada de animales.
+Sin ir muy lejos, una prohibición parecida rige ahora en los puestos de inmigración españoles en relación con los descendientes de aquellos primeros americanos que fueron aplaudidos, tocados y mimados en la Corte. Mientras más semejanza física tengan con sus tatarabuelos, más problemas parecen afrontar en las aduanas.
+Es que ya los indios llegan sin brazaletes de oro, y así a los europeos les parecen mucho menos graciosos.
+(1997)
+A los 73 años, el brasileño Millór Fernandes es uno de los más brillantes y graciosos pensadores latinoamericanos. Sus verdades salen a la pista de baile en minifalda, pero no son menos poderosas que las de Sócrates.
+UNOS DICEN QUE ES UN FILÓSOFO. Otros, que un humorista. Algunos más acuden al truco de llamarlo «artista polifacético». Y no faltan los que lo tildan de resentido y hasta comunista.
+Digamos que Millôr Fernandes pertenece a una categoría indefinible: la del filósofo ligero, que deja caer grandes verdades como si fueran pompas de jabón. No es que sea light o insubstancial, sino ingrávido, que no es lo mismo. Sus verdades son tan sólidas como las de Sócrates o Kant; pero vienen vestidas de colores, para que resulten atractivas, y, en vez de ofrecer un aspecto circunspecto y solemne, son divertidas y simpáticas. Es un filósofo en tecnicolor.
+En esta sección lo estamos celebrando porque es una de las mentes más luminosas que tiene América Latina. Millôr Fernandes —que ha debido llamarse Milton, pero padece una deformación onomástica por culpa de la patoja caligrafía del párroco— nació en Río de Janeiro el 27 de mayo de 1924. Su primera línea apareció publicada antes de cumplir los catorce años en un vespertino local. Desde entonces no ha dejado de escribir columnas, ensayos, piezas de teatro y poemas. Trabajó 25 años en la célebre revista O Cruzeiro; cuando lo echaron por razones ideológicas, dijo en un famoso discurso: «Me sentí como un barco que abandonaba las ratas». De su copiosa producción han resultado dos recopilaciones: El libro rojo de Millôr (1971) y La Biblia del caos (1994). Este último volumen —del cual salen los dardos de la antología que acompaña esta nota— recoge 5.142 sentencias cromo-filosóficas.
+Millôr dice que «el humorismo es la quintaesencia de la seriedad» y lo define así en sus estatutos personales: «Es una visión total del mundo, que puede ejercerse en todo, a todas horas, de todas las maneras, sin excluir el crimen. Si le toca matar a alguien, hágalo con sentido del humor, y en algún lugar, en algún tiempo, aquí o allá, será absuelto por alguien».
+Fernandes desciende de italianos y portugueses. Tenía una abuela a la que adoraba, llamada Concetta di Napoli, y un nieto llamado Juan Gabriel a quien notificó en la cuna su obligación de ser feliz. Proveniendo la orden de un escéptico integral, como él, hay que aceptar que la condición de abuelo reblandece gratamente hasta los espíritus más rebeldes.
+Colombia, que sólo sabe mirar hacia el norte, bien podría buscar humoristas excelentes por el sur, como Millôr. Algunas cosas sabemos de él. Que es un pacifista y que fue incansable enemigo de la dictadura que azotó a Brasil, la cual censuró más de una vez sus escritos. Su mayor defecto es que, al parecer, no le gusta el fútbol. Y su mayor virtud, que, gracias a Dios, no lo dice mucho.
+Sabemos así mismo que es un carioca esencial. «Cuando hagan mi autopsia encontrarán a Río de Janeiro en mi corazón». Al día siguiente de que esta tragedia suceda será preciso enterrarlo cerca de su amado barrio Meyer. Ya tiene escrito el epitafio: «No cuenten más conmigo».
+Como no hay mejor manera de conocer al limonero que por los limones, estos son algunos de la cosecha de Millôr Fernandes, uno de mis pensadores de cabecera, si me permiten la confianza.
+AFINIDAD Cuando dos personas odian a una misma persona, tienen la impresión de que se estiman.
+ABOGADOS Los grandes abogados conocen mucha jurisprudencia. Los abogados geniales conocen muchos jueces.
+AJEDREZ El ajedrez es un juego que desarrolla la inteligencia para jugar ajedrez.
+AMISTAD Todos tenemos unos pocos amigos que detestamos y unos pocos enemigos que nos gustan.
+APACIGUADOR El apaciguador es un tipo que cree que si trata con cariño a un rinoceronte, un día logrará que dé leche de vaca.
+ÁRBOL El árbol es la cosa más civilizada del mundo.
+ASIDUIDAD Pese a ser sexagenaria, ella hacía el amor casi todos los días. Casi el domingo, casi el lunes, casi el martes…
+AUTOSUFICIENCIA El autosuficiente es una de esas personas que formulan una pregunta, responden ellas mismas antes de que usted pueda hacerlo, y luego le demuestran que usted estaba equivocado.
+BÍBLICO Cada vez que te den una patada, debes ofrecer la otra nalga.
+BOHEMIA El amanecer es el precio que paga el bohemio por vivir en el sistema solar.
+BORRACHOS Algo en favor del alcoholismo. Nunca vi a cien mil borrachos de un país que quisieran acabar con cien mil borrachos de otro país.
+BRASIL De todos los países del mundo, Brasil es el más rico en pobres.
+BURÓCRATA Es un tipo que cuando ve que un criminal asesina a un ciudadano con una navaja suiza, sólo se interesa por saber cómo obtuvo la licencia de importación de la navaja.
+CADÁVER El cadáver es el producto final. Nosotros sólo somos la materia prima.
+CERTEZA No hay certeza de nada en este mundo… excepto, de que el teléfono timbrará cuando Ud. está solo en casa y acaba de sentarse en el inodoro.
+CIRUJANOS Los cirujanos no usan máscara por razones de asepcia, sino para que no los identifiquen sus víctimas.
+COMPAÑÍA Dime con quién andas y te diré quién eres… Pues sí: Judas andaba con Cristo. Y Cristo andaba con Judas.
+CORRUPCIÓN Acabar con la corrupción es el objetivo supremo de quien aún no ha llegado al poder.
+CREENCIAS Una creencia no es verdadera por ser unánime, ni es menos verdadera por ser solitaria.
+CRIMEN No es que el crimen no pague. Es que, cuando paga, cambia de nombre.
+DESISTIMIENTO Si yo fuera el Papa, vendía todo y me largaba.
+DESTINO ¿Y si estuviésemos en el camino correcto, pero en contravía?
+DIOS Si Dios existiera, con seguridad que ya me habría convencido.
+DIFERENCIA La diferencia entre el hombre y la mujer es pequeña. Pero cuando los dos se aproximan, aumenta.
+DINERO El dinero es la tarjeta de crédito de los pobres.
+DUDA En caso de duda, haga lo contrario.
+ECONOMISTAS 1) Los economistas escépticos dicen que no hay luz al final del túnel. Lo que ignoran es que no hay túnel. 2) Lo peligroso de nuestros economistas no es lo que ignoran de la economía, sino lo que saben.
+ENVEJECER Lo peor no es envejecer, sino ver que envejecen los hijos.
+ERUDITO El erudito lo sabe todo. El sabio sabe lo esencial.
+ERROR Un acierto, una vez producido, raramente puede mejorarse. Un error, en cambio, siempre tiene posiblidades de errar todavía más.
+ESTADISTA Nacer estadista en un país subdesarrollado es como nacer con tremendo talento de violinista en una tribu que sólo conoce la percusión.
+FE Con una fe realmente profunda adquirimos el derecho a la irresponsabilidad.
+FELICIDAD Una nación feliz no tiene historia. A los medios de comunicación no les interesa la felicidad.
+FUTURO Si este es el país del futuro, denme uno del pasado.
+GENÉTICA La genética impide que, por lo general, el hijo del rico sea pobre.
+GORDO No existe la tendencia a engordar. Existe la tendencia a comer.
+GRANDES HOMBRES El primer requisito para ser un gran hombre es estar muerto.
+HEROÍSMO Héroe es el que no tuvo tiempo de huir.
+HOLOCAUSTO Todas las mañanas abro la ventana, miro al mundo con supremo desdén y empiezo a contar: «10-9-8-7-6-5-4…». Un día de estos acierto.
+HOMBRE 1) El hombre pone. El publicista cacarea. 2) No somos la imagen de Dios. Somos apenas su autocrítica.
+HUMOR No quiero vivir en un mundo en que no pueda hacerse una broma de mal gusto.
+IDEALISMO Desconfío siempre de todo idealista que se lucra con su ideal.
+IDIOTEZ El que dice que nadie es perfecto es porque nunca vio un perfecto idiota.
+IMPOTENCIA Lo peor no es morir. Lo peor es no poder espantar las moscas.
+INCOMPATIBLE Muchos de los que se separan por incompatibilidad después descubren que también son incompatibles solos.
+INCOMPETENCIA Es grave error de la naturaleza que la incompetencia no duela.
+INTELECTUAL El intelectual es un tipo capaz de designar a la gallina en media docena de idiomas, pero piensa que el que pone los huevos es el gallo.
+JUSTICIA La justicia puede ser ciega. ¡Pero tiene un olfato…!
+JUVENTUD Todo joven cree que acaba de inventar la juventud.
+LÍDERES Tanto líder que hay por ahí para guiar al pueblo, y ninguno para alimentarlo.
+LITERATURA Ciertos escritores se creen eternos y son apenas interminables.
+LUCHA Era joven cuando entendí que la vida es dura y tenía que agarrar el toro por los cuernos. Ganó el toro.
+MATEMÁTICAS HISTÓRICAS Repase algunos libros, y verá que la suma de las historias patrias no da como producto la historia universal.
+MEDICINA 1) Un médico lleva a otro. 2) La muerte del cliente no impide que el médico pase la factura.
+MEMORIA El criticado tiene siempre mejor memoria que su crítico.
+MENTIRA Jamás diga una mentira que no pueda probar.
+MODA Moda es todo lo que pasa de moda.
+MUERTE 1) El cadáver sí es un hombre realizado. 2) Hay moribundos de un solo día, y moribundos de una vida entera.
+NEOLÍTICOS Los neolíticos vivían de la caza. Pero la caza también vivía de los neolíticos.
+NOSTALGIA La nostalgia es querer volver a un lugar que nunca existió.
+OMNIPOTENCIA Si Dios fuera de veras Todopoderoso, habría hecho el Polo mitad agua y mitad whisky.
+ORGULLO Hay personas que hablan con tanto orgullo de su apellido, que hasta parece que hubieran sido ellas las que dieron a sus antepasados.
+PARAÍSO Si el Reino de los Cielos es de los pobres de espíritu, entonces, Dios mío, ya estamos en el paraíso.
+PELIGRO 1) Nunca te metas de intermediario entre el hambriento y la comida. 2) El hijo de dos viudos corre el riesgo de nacer muerto. 3) En caso de peligro, no grites: podrías atraer a la policía.
+PORNOGRAFÍA Es todo aquello que excita a los moralistas.
+PREBENDAS Las revoluciones pasan, las prebendas quedan.
+PSICOANALISTA 1) Es el profesional que en casa del ahorcado habla todo el tiempo de la soga. 2) El psicoanalista está siempre a favor de la enfermedad.
+QUESO Hay países donde los ratones logran echarle la culpa al queso.
+RABO Lo peor del rabo es tener que acompañar permanentemente al elefante.
+REFORMADORES El mundo sólo mejorará cuando los buenos tengan suficiente maldad para imponer su bondad.
+RESPONSABILIDAD Mucha gente se salvará de la muerte el día en que sea obligatorio incluir en los avisos funerarios el nombre del médico.
+RETÓRICA Lo máximo de la capacidad retórica es describir una espiral por el teléfono.
+REVOLUCIÓN Al cabo de un tiempo, toda revolución no es más que un cambio de capitalistas.
+RIQUEZA Toda la riqueza del mundo no da para comprar toda la pobreza del mundo.
+SABIDURÍA Ya estoy en edad de no saber muchas cosas.
+SALVADOR Salvador de la Patria: he ahí la profesión más antigua del mundo.
+SENECTUD En cierto momento de la vejez, empezamos a parecer antepasados de nosotros mismos.
+SENSUALIDAD Ella cruzaba las piernas con el cuidado de quien maneja un instrumento de precisión.
+SOBERBIA Un cura tan soberbio, que sólo tenía virtudes cardenales.
+SUBPRODUCTO El formidable desarrollo tecnológico trajo como consecuencia que ahora el idiota tiene un radio de acción jamás imaginado.
+TELEVISIÓN 1) La TV sólo derrotará a la prensa el día en que uno pueda matar una cucaracha con el televisor. 2) La diferencia entre la TV de los países democráticos y los totalitarios, es que en los primeros uno ve TV y en los segundos la TV te ve. 3) No se puede negar que la televisión jamás ha tenido miedo de insultar la inteligencia de los espectadores.
+TESTIGO OCULAR Es una persona que miente con sus propios ojos.
+UTOPÍA Para cada sufrimiento hay un placer correspondiente. Búsquelo.
+VANIDAD Es el excremento del talento.
+VERDAD El peligro de las medias verdades es que dicen exactamente lo mismo que las medias mentiras.
+VIDA 1) La vida nos da demasiados enredos y muy poco tiempo para desenredarlos. 2) La vida sería mucho mejor si no fuese diaria.
+(1997)
+Un recuerdo sobre la quinceañera que escribió un diario desde su escondite en un desván de Amsterdam durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial.
+SI ANA FRANK VIVIERA, ESTARÍA cumpliendo 69 años en este mes de junio de 1998. Uno menos que García Márquez y dos más que Mikhail Gorbachov. Tal vez se habría casado con Peter van Pels, el muchacho del que estaba enamorada, y tendría varios hijos e hijas. Alguno se llamaría Hermann, por el padre de Peter. Y alguna Edith, como la madre de Ana, o Margot, como su hermana.
+Pero Ana Frank murió. Murió de tifo a finales de marzo de 1945 en el campo de concentración de Bergen Belsen. No había cumplido aún los 16 años. Y Peter también murió. Murió el 5 de mayo de 1945 en el campo de concentración de Mauthausen tras una larga y penosa marcha, con miles de judíos más, desde el campo de Auschwitz. En este último, pocos meses antes, había muerto también Hermann van Pels en la cámara de gas. Separada de sus hijas, Edith Höllander de Frank falleció en Auschwitz a principios de 1945. Y Margot en Bergen Belsen en marzo del mismo año.
+La historia de los Frank y Van Pels habría sido una más entre las millones de familias judías y gitanas que fueron exterminadas durante la II Guerra Mundial por la Alemania nazi. Pero la tragedia colectiva, que tiende a deshumanizarse extraviada entre las cifras, adquirió rostro y corazón gracias a la pequeña Annelies Marie Frank, nacida el 12 de junio de 1929 en Francfurt del Meno, Alemania. Ella, su familia, los tres Van Pels y Fritz Pfeffer compartieron un escondite en Ámsterdam durante 25 meses. Fue allí, en la parte trasera de un viejo edificio, donde Ana escribió su famoso Diario.
+Se lo habían regalado el 12 de junio de 1942, cuando cumplió trece años. En un principio sólo pretendía escribir en él unas cartas a su muñeca Kitty con pequeños comentarios sobre la monotonía cotidiana. No sabía en ese momento que su vida y la de su familia estaban a punto de cambiar radicalmente. Tres semanas después, los Frank tuvieron que esconderse en la buhardilla con el propósito de escapar de las autoridades nazis, que para entonces buscaban a Margot con el fin de enviarla a un campo de concentración.
+Era el último quite que Otto Frank intentaba hacerle a las fuerzas de Hitler. Él, su mujer y sus hijas eran judíos alemanes. Otto y su hermano habían combatido bajo la bandera alemana durante la I Guerra Mundial. Sin embargo, al comenzar los años treinta Alemania empezaba a cambiar. El Partido Nacional Socialista había crecido peligrosamente. Hitler había sido nombrado canciller en enero de 1933 y muy poco después empezaron las medidas contra los judíos y la oposición política.
+Aunque su condición de alto empleado bancario le permitía a Otto Frank una vida muelle, en octubre de 1933 decidió que había llegado la hora de abandonar un país cada vez más hostil. Viajó con su familia a Amsterdam, y allí abrió una pequeña empresa que comerciaba con mermeladas. Los Frank se instalaron en un barrio nuevo de la ciudad, y la empresa compró un edificio viejo en la zona histórica.
+Entre 1933 y 1940 la vida de los inmigrantes fue normal y feliz, como lo atestiguan numerosas fotografías que muestran a Ana y su familia en la playa, en el parque, en la casa, en paseos. También aparecen Ana y Margot con sus amigas, y Ana con sus compañeros del Colegio Montessori en 1935. Tiene el pelo negro, la cara de almendra, los ojos con un aleteo de temor y los dientes que se asoman por entre los labios. Es una cara hermosa, pero levemente triste.
+En septiembre de 1939 comenzó a derrumbarse el mundo tranquilo. Alemania invade a Polonia y empieza la II Guerra Mundial. El 16 de mayo de 1940 la amenaza lejana se convierte en realidad: los ejércitos nazis ocupan a Ámsterdam, y la política antisemita no tarda en dictar sus reglas.
+Ana la recuerda en su Diario: «Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no tienen permiso para viajar en coche; sólo pueden hacer sus compras entre las tres y las cinco de la tarde; les está prohibido salir de sus casas entre las ocho de la noche y las seis de la mañana».
+Las hermanas Frank son ya alumnas del Liceo Judío. No les permitirían estudiar en otro plantel. Deben llevar la estrella amarilla que las distingue como judías.
+Cuando la situación se hace más difícil para los judíos, Otto Frank pone su empresa a nombre de uno de sus más cercanos colaboradores. Jan Gies, le cambia la razón social y designa a otro como gerente. Teme que en cualquier momento pueda verse obligado a buscar refugio, y procede a prepararlo. La parte trasera del edificio donde funciona su empresa es el sitio indicado: se trata de un depósito vacío que puede acondicionarse como vivienda. Velan con papel las ventanas, aíslan las escaleras y construyen una biblioteca giratoria para ocultar la puerta que conduce al desván.
+Por eso, cuando el 5 de julio llegó la citación a Margot, los Frank estaban listos para desaparecer de la vida pública. Veinticuatro horas después habían abandonado para siempre su casa de la moderna plaza de Merwedeplein. A ellos se sumaron muy pronto los Van Pels —a los que Ana llama en su Diario los Van Daan— y el dentista Pfeffer, a quien identifica como Albert Dussel. Todos figuraban en las listas de búsqueda nazi.
+Sólo unas pocas personas estaban al tanto del refugio. Cada día acudía a la oficina media docena de empleados a los que se les dijo que el señor Frank había viajado con su familia a otro país. Durante las horas de trabajo, los ocupantes del desván anexo guardaban profundo silencio. Estaba prohibido utilizar los baños, conversar o hacer ruido. Eran las horas en las que Ana estudiaba, leía o escribía su Diario. Su sitio predilecto era la mansarda, a la que también subía Peter, apenas un par de años mayor que ella.
+Durante la noche y los domingos, el ambiente era muy distinto. Bajaban a las oficinas, escuchaban allí la radio, charlaban en voz alta y marcaban en un mapa los avances de las tropas aliadas en Europa. Incluso, reñían y discutían, en ocasiones acaloradamente; la tensión psicológica que generan ocho personas perseguidas y escondidas en unos pocos metros cuadrados llegaba a ser a veces irresistible.
+Otto, Edith y Margot dormían en una habitación. En la siguiente lo hacían Ana y el dentista, un piso más arriba estaba la sala, que era también dormitorio de los Van Pels y cocina. Peter tenía un colchón en un pequeño cuarto que hacía las veces de pasadizo hacia la escalera que comunicaba con el zarzo.
+El edificio —«la casa de atrás» como la llamaba Ana— se conserva tal como estaba durante los dos años de refugio, con excepción de los muebles, que fueron confiscados. Hoy es un museo. Está levantado frente a un canal, con el número Prinsengracht 263. Desde allí se ve, como entonces, la torre de la iglesia del Oeste, que los despertaba con sus campanadas cada cuarto de hora. En las paredes del cuarto de Ana aún se amarillean los recortes de estrellas de cine que pegó en 1942 a manera de decoración.
+El Diario de Ana Frank consumió muy pronto el cuaderno que le habían regalado con ese propósito, y varios cuadernos más. En 1944 Ana escuchó por la radio un discurso del exministro holandés de Educación, quien, desde su exilio, anunció que cuando terminara la guerra el Gobierno publicaría los testimonios de los ciudadanos holandeses sobre la vida bajo la ocupación. La muchacha decidió que su diario podría servir de base para un libro, y se dio entonces a la tarea de preparar una segunda versión.
+La primera anotación del diario corresponde al 12 de junio de 1942. Allí promete al cuaderno «confiártelo todo». Durante las 300 páginas siguientes Ana es fiel a su palabra. El diario no sólo contiene descripciones de la vida en el desván, con sus pequeños odios y sus crispaciones, sino también noticias sobre la situación política —que escucha comentar a los mayores—, la religión y otros asuntos.
+El más conmovedor asunto tiene que ver con su amor por Peter y la ilusión de que la guerra terminará y todo volverá a marchar bien. Otto Frank y quienes se ocuparon de la primera edición del diario suprimieron en ella muchos párrafos que revelaban la antipatía de la niña por su madre, la poca comprensión con su padre y muy francos comentarios sobre su sexualidad. El 24 de marzo de 1944, por ejemplo, posa desnuda frente a un espejo y describe minuciosamente todo cuanto ve allí de su propia anatomía de mujer en formación.
+Todos estos párrafos, inicialmente condenados al limbo, fueron recuperados en 1986 por el Instituto Holandés de Documentación de Guerra para una edición íntegra y anotada de los diarios de la quinceañera. Previamente, los manuscritos fueron sometidos a pruebas de autenticidad que desvirtuaron una campaña de la extrema derecha que pretendía negar la existencia de los diarios, y hasta la de Ana Frank.
+Los últimos apuntes de la muchacha corresponden al 1 de agosto de 1944. Son unos párrafos autocríticos en que la autora revela los problemas que tiene consigo misma, con su personalidad y con su lucha por ser «como de verdad me gustaría ser y como podría ser». Tres días después, un sargento del Servicio Secreto alemán, acompañado por tres holandeses, irrumpieron en «la casa de atrás»: alguien había denunciado a los refugiados a cambio de una pequeña recompensa.
+Los ocho judíos fueron repartidos en campos de concentración. Dos de los cuatro protectores que les suministraron comida, bienes y apoyo durante los dos años quedaron detenidos.
+Cuando terminó la guerra y el campo de Auschwitz fue liberado por las tropas rusas, Otto Frank regresó a Amsterdam. Allí supo que su mujer había muerto de inanición y que los Van Pels y Pfeffer habían corrido suerte parecida. Pero conservaba la esperanza de que Ana y Margot vivieran. En agosto de 1945 los nombres de las dos chicas aparecieron en una columna de periódico. Quienes supieran de ellas podían informar al teléfono 37059 de Amsterdam. Las noticias que llegaron eran malas, pues confirmaban la muerte de las niñas.
+Fue entonces cuando Miep Geis, la secretaria de Otto, entregó, sin leerlos, los cuadernos de Ana que había recogido en el desván sin que la policía se interesara por ellos. Dos años más tarde, Otto Frank quiso publicar las anotaciones de su hija, debidamente recortadas y censuradas. Pensaba que así cumplía los deseos de Ana. Aquella primera edición fue de apenas 1.500 ejemplares. Nadie creía que los cuadernos de una jovencita muerta durante la Guerra —una entre millones— pudieran tener mucho interés. La propia Ana lo pensaba así: «Más tarde, ni a mí ni a nadie le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años», escribió en sus páginas. El título de la primera edición ni siquiera llevaba su nombre. Decía, simplemente, Diario de una joven.
+El resultado probó hasta qué punto estaban equivocados. El libro ha sido traducido a más de 55 lenguas y han sido vendidos más de 20 millones de ejemplares. Otto Frank cuidó de su difusión hasta 1980, cuando murió en Suiza a los 90 años de edad. Sobre el Diario se han hecho obras de teatro y películas. Hay estatuas de Ana en Holanda y su nombre es famoso en el mundo entero. El presidente sudafricano, Nelson Mandela, dice que fue uno de sus libros de cabecera durante el largo período que pasó en prisión.
+Pero lo más importante es que mostró de manera dramática y conmovedora, a través de un caso de carne y hueso, un sufrimiento que tiende solamente a valorarse en números, a cuantificarse como si se tratara de mercancía desechada o estadística demográfica. Como decía el escritor Abel Herzberg: «No han asesinado a seis millones de judíos. Han asesinado a un judío, y eso lo han repetido seis millones de veces».
+Ahora, cuando vuelven a soplar vientos nazis en Europa, el Diario de Ana Frank permite asomarse a la realidad de la barbarie desde la ventana de un desván.
+(1998)
+Las Reminiscencias de Santafé y Bogotá hacen de José María Cordovez Moure, fallecido hace ochenta años, uno de los más deliciosos, minuciosos y descriptivos autores de historias colombianas.
+«CUSTODIA O LA EMPAREDADA» era una de las pavorosas historias que, hace un siglo, entretenían a los adultos, embobaban a los jóvenes y aterraban a los niños colombianos. Se trataba de un relato de odio y celos entre un ama de casa solterona y su agraciada muchacha del servicio. Un día de 1852 la empleada cumplió su día semanal de libranza, sin saber lo que le esperaba al regreso.
+«Entrada la noche volvió la sirvienta y, sin decirle nada, su señora le ató las manos y pies; púsole un pañuelo en la boca, después de introducirle en ella una piedra para que no pudiera gritar. En esa posición la dejó hasta el amanecer, en que principió a arrancarle el cabello, operación que duró casi todo el día, sin darle ningún alimento. Por la noche le puso un emplasto en la cabeza que le produjo ardor insoportable, y al fin le hizo una llaga de la nuca hasta los ojos, pues también le arrancó las cejas y pestañas… [Después] se puso a sacarle uno a uno todos los dientes y muelas, y para ello se sirvió de unas tenazas de las que usan los zapateros. No satisfecha, quemó a la infeliz con planchas calientes[…] y, como si no fuera aún suficiente, le cortó las orejas y le abrió la boca hasta los oídos».
+Sí señores: este fue el terrible trato que dispensó la celosa Trinidad Forero a la pobre Custodia N. N. El episodio constituye una de las piezas fuertes de las Reminiscencias de Santafé y Bogotá, de José María Cordovez Moure. El título de «la emparedada» se debe a que, luego de martirizarla, Trinidad Forero encerró a la desgraciada muchacha en una especie de fosa excavada en la pared. Sus quejidos, emitidos desde la cueva oscura y pestilente a la que la había reducido su ama, fueron escuchados por un soldado que se aprestaba a aliviar los riñones contra el exterior del muro de la casa.
+El hombre alertó a las autoridades, el crimen fue descubierto y Trinidad terminó encarcelada hasta su muerte. En cuanto a Custodia, se sostuvo desde entonces en una silla de ruedas de palo duro, a expensas de la caridad pública.
+Las Reminiscencias de Santafé y Bogotá representaron durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX una especie de memoria a veces atormentada y a veces devertida de la vida bogotana. Son recuerdos que albergan muchas pesadillas más, como lo demuestran otros capítulos: «Envenenamiento y robo de que fue víctima el presbítero doctor Rudesindo López»… «Fusilamiento de don Plácido Morales, del doctor Andrés Aguilar y del coronel Ambrosio Hernández»… «Sacrificio de prelados extranjeros»… «Asesinato del presbítero Barreto»… «Asalto al convento de San Agustín»… «Asalto y robo a la casa de don Andrés Caicedo Bastidas»…
+La bandeja más jugosa de esta galería de crímenes y criminales está dedicada al doctor José Raimundo Russi, quien sembró el pánico en la Bogotá de mitad de siglo con su banda de ladrones y asesinos, hasta que fueron detenidos y fusilados en la plaza de Bolívar en 1851. Pero en las páginas de don Pepe abundan las recreaciones para todos los gustos: los bailes de la Patria Boba, la sociedad bogotana en los primeros tiempos de la Independencia, los espectáculos que divertían a los santafereños de casaca y cubilete, la industria del pan hacia 1875, las partidas de cacería en la Sabana, las agrupaciones democráticas de albañiles y artesanos que acompañaron el cuartelazo del general José María Melo…
+Algunos episodios destilan un aroma romántico de opereta, como los duelos de honor en lo alto de los montes andinos. Otros revelan las condiciones miserables en que vivía la inmensa mayoría de la población. Y no faltan las anécdotas tenebro-graciosas, como aquel ungüento para evitar la caída del cabello que los estudiantes de medicina capitalinos obtenían secretamente a partir de la grasa de los cadáveres del anfiteatro. El valioso pero escaso producto, «que consistía en una sustancia viscosa a manera de vaselina», no sirvió para sacar pelo a los usuarios, pero sí provocó náuseas a muchas de sus víctimas.
+El humor bogotano está presente en muchos de los lances, incluso de sangre, que revive Cordovez Moure. Don Sebastián Herrera, por ejemplo, era un anciano tan rico como tacaño a quien un ladrón asestó mortal puñalada en un atraco. Dos eminentes médicos que socorrieron a la víctima no se atrevían a extraerle el cuchillo temiendo que «moriría en el instante en que tal cosa se hiciere». Pero como era preciso desnudar al herido para atenderlo, los dos profesores empezaron a cortar con apresuradas tijeras la chaqueta mugrienta que llevaba puesta el avaro. Ante lo cual, relata Cordovez, «el enfermo les dijo con presteza y energía: “¡No, doctores: por las costuritas!”». Fueron, triste es reseñarlo, sus últimas palabras.
+En los actuales tiempos de reivindicación de las libertades sexuales, algunos lectores encontrarán especialmente interesante el caso de uno de los primeros gays reconocidos en la sociedad bogotana. Se trata del criollo Jesús Azuola, que poseía «los ademanes de la más casta señorita, y hasta semejaba a una mujer vestida de hombre». Azuola fue modisto, peluquero, pianista y confidente de chicas. «En una palabra —resume Cordovez Moure— fue considerado como parte integrante del sexo femenino». Al menos hasta que resolvió profesar de jesuita y, desterrado en 1861 con los demás miembros de la Compañía de Jesús, viajó a Quito donde murió en olor de santidad.
+La escritora Elisa Mújica, que preparó la primera edición completa de la obra, dice que todos estos cuadros «alumbran como un fogonazo episodios quizás trasnochados pero que forman la trama de la historia nacional».
+A su turno, Germán Rodrigo Mejía Pavony, profesor de historia de la Universidad Javeriana, agrega que los mosaicos costumbristas de Cordovez Moure fueron un recurso «para detener el tiempo y fijar de manera fotográfica lo que de su sociedad ya comenzaba a ser pasado».
+Las Reminiscencias están cumpliendo diversos aniversarios. Por una parte, el 1.º de julio se contaron ochenta años de la muerte del peculiar autor de este libro tan gordo como fascinante. Por otra, el año pasado se cumplieron cuarenta de la primera edición completa del manuscrito, y en este se celebran —sin que nadie se acuerde— 105 de la aparición del texto inicial. En 1998 completamos, por último, dos décadas de la selección de capítulos que publicó en 1978 Colcultura.
+Los ocho tomos de memorias de Cordovez Moure, que se publicaron entre 1893 y 1922, fueron un respetable best seller en esa Colombia que ingresó al siglo XX con una mezcla de añoranza del pasado y fe en el nuevo siglo. De ninguno de los libros se hicieron menos de tres ediciones, y algunos alcanzaron hasta siete. Sumando unas y otras, y agregándoles las dos ediciones completas que publicó Editorial Aguilar en Madrid en 1957 y 1962, más la selección de Colcultura y la de Gerardo Rivas Editor que reprodujo hace un año la de Aguilar, la obra de Cordovez Moure debe de ser uno de los títulos documentales de autor colombiano más vendidos de la nuestra precaria historia bibliográfica.
+Y si no lo es, merecería serlo, pues sus páginas recogen semillas de la crónica periodística colombiana, relatos de la vida cotidiana y las costumbres de siglos pasados, narraciones de viajero —género floreciente antes de la revolución en las comunicaciones—, y reconstrucciones históricas de formidable realismo. Sus páginas sobre la nefanda noche septembrina que por poco cumple el propósito de asesinar a Bolívar y la conspiración del 23 de mayo de 1867 contra Tomás Cipriano de Mosquera son documentos claves en torno de dos de los grandes momentos de nuestro pasado republicano.
+En la obra de Cordovez Moure ven los críticos tres etapas. La del costumbrismo, que abarca sobretodo el primer libro o serie. Una segunda, que mezcla costumbrismo e historia política a lo largo de cuatro libros. Y la tercera, calificable como historia propiamente tal, que está dedicada a la conspiración del 23 de mayo. A estos seis primeros libros se agregan luego un viaje a Europa y la autobiografía de don Pepe, para cerrar el grueso consolidado de lo que se conoce como las Reminiscencias completas.
+El primer relato de esta summa de costumbres apareció publicado el 18 de julio de 1891 en el periódico El Telegrama. Era una memoria del fusilamiento de Russi y sus cómplices, que el adolescente Cordovez Moure había presenciado exactamente cuarenta años antes. Esta crónica, y otras que salieron en los meses siguientes, configuran el primer tomo de los escritos, aparecidos como libro en 1893. Los otros fueron publicados en 1894, 1895, 1897, 1900, 1910 y 1922. Este último, su autobiografía, salió a la venta cuatro años después de la muerte del autor.
+¿Quién era José María Cordovez Moure, autor de estas 1.500 páginas de chismes e historia de Bogotá y de Colombia? Hijo de un emigrado chileno y de una popayaneja, don Pepe fue único varón en una familia de once hermanas, una de ellas ciega. Nacido en Popayán un martes 13 —el martes 13 de mayo de 1835—, no es de extrañar que el parto se anticipara y hubiese obligado a suspender una función de ópera que dirigía su padre tras meses de esfuerzo y dedicación en el montaje.
+Los Cordovez se trasladaron a Bogotá cuando José tenía apenas tres años y montaron un almacén de comercio que fracasó al cabo de algún tiempo. Eran la típica familia de ingresos tibios en una sociedad semirrural donde apenas empezaba a consolidarse una pequeña clase media. Cordovez se recibió como abogado del Rosario, y desde muy pronto ingresó a la burocracia. Allí desarrolló una carrera que se prolongó durante más de medio siglo y lo condujo desde la administración de las solitarias salinas de Chita hasta la titularidad de la cartera del Tesoro. En el interín, fue inspector de ferrocarriles, visitador de consulados, síndico de hospital y subsecretario de inisterio.
+Las memorias que lo han hecho famoso fueron una obra tardía. Cuando empezó a dictarlas —ya que no escribía con mano propia— era ya un hombre de 56 años. Durante 27 más siguió haciéndolo con la dedicación propia de su disciplina de funcionario. Dos días antes de morir, el 29 de junio de 1918, apareció en la revista Cromos su última crónica, donde elaboraba un perfil de los más famosos locos callejeros de Bogotá. Allí aparecen, en hermosa y patética doble página con fotografías de estudio, Manrique, Gonzalón, Lasso de la Vega, Surisunaga y Chepecillo. Eran, como lo dice el título, «Personajes de antaño, sin reemplazo». En esto último se equivocaba Cordovez Moure. En el curso de los años iban a circular por las calles de la ciudad los pintorescos herederos de estos famosos chiflados. Se llamaban la Loca Margarita, Pomponio, el Artista Colombiano, el doctor Goyeneche…
+Rafael Pombo regaló a Cordovez Moure un epitafio anticipado que este copia al final de su quinta serie de recuerdos «para asegurarnos contra un epitafio que nos asesine eternamente». Los colombianos le adeudamos al memorioso cronista una tumba florida y una lápida decente con los versos que le escribiera su cuate:
+Sobre este negro FIN descansa PEPE.
+Y Colombia estampada llora y ríe,
+pues —salvo error— no hay rasgo en que discrepe
+de su retrato, mientras no varíe;
+y en vez de darle al gárrulo un julepe,
+quiere que, de ultra lápida, le envíe
+mil más Reminiscencias postrimeras,
+abriendo a todo alcance ojo y tijeras.
+(1998)
+Esta es la insólita historia del cadáver del fundador del comunismo soviético, que, embalsamado hace 75 años, ha logrado «sobrevivir» al auge y derrumbe de su proyecto.
+LA IDEA FUE DE IOSIF STALIN. El 19 de octubre de 1923, tres meses antes de que muriera Lenin, Stalin comentó en una reunión secreta del politburó la enfermedad terminal que afectaba al fundador de la Unión Soviética y lanzó una propuesta sorprendente: «Las masas no quieren que el camarada Lenin sea cremado. Su cuerpo debe ser preservado y expuesto al cariño de los pueblos del mundo».
+La reacción de sus compañeros, especialmente León Trotsky y Nikolai Bukharin, fue de absoluto rechazo. La guerra por la sucesión del enfermo en la secretaría general del Partido Comunista —epicentro de la dictadura soviética— ya había empezado, y el postmortem del patriarca fue una batalla más.
+«El camarada Stalin —replicó Trotsky con ironía— lo que quiere es reemplazar las reliquias de San Sergio y San Serafín por los restos de Vladimir Ilich Ulianov». Bujarin lo apoyó: «Convertir a Lenin en una reliquia es profanar su memoria», también la futura viuda, Nadezhda Paskaya, era enemiga de la idea. Opinaba que no deberían construirse monumentos en su honor, sino escuelas, hospitales y viviendas.
+Mientras tanto, el futuro cadáver de Lenin seguía en condiciones extremas de salud. Tenía a la sazón 53 años, pero una foto de agosto de 1923 lo muestra como un anciano octogenario. En 1918 había sufrido un atentado que le quebró los huesos del hombro. En 1922 le sobrevino un primer derrame cerebral. En 1923 un nuevo derrame lo dejó sin habla y reducido a una silla de ruedas. Atendido por su familia y sus médicos personales, vivía —si eso era vivir— en el pueblo de Gorki, no lejos de Moscú. En octubre de 1923 los facultativos informaron a Stalin que la muerte de uno de los hombres más poderosos pero más impedidos de la tierra era cuestión de semanas.
+El 21 de enero, hace 75 años, una nueva hemorragia cerebral acabó de liquidar a Lenin. En ese momento, ya estaban en marcha los planes de Stalin para convertirlo en una momia venerable. Un escuadrón de soldados excavó de inmediato la plaza Roja de Moscú para montar un templete que alojara la primera reliquia del comunismo internacional, y un grupo de hombres de ciencia fue llamado para embalsamar el cadáver.
+Ese primer equipo científico casi mata por segunda vez a Lenin. Empleando métodos errados —congelación y una sopa química de lamentables efectos a mediano plazo— los profesores lograron que, en apenas cuatro días, aparecieran manchas y arrugas en el cadáver, que se hundieran los ojos en sus cuencas y que fuera imposible cerrarle los labios. El tratamiento frenaba la descomposición, pero no la había detenido.
+El cerebro, mientras tanto, extraído y enviado a un laboratorio de Moscú, fue rebanado en 20.000 pequeños trozos y pasó a ser objeto de minuciosas pesquisas microscópicas. Pocas semanas más tarde, al leer en la prensa que Lenin había sido congelado, un profesor de anatomía de la Universidad de Karkov (Ucrania), alertó sobre el error. A esas alturas, el cadáver estaba en tan deplorable estado que se pensó en abandonar la idea de preservarlo y proceder más bien a darle sepultura, lo cual habría significado un severo golpe para el prestigio soviético.
+Moscú decidió entonces llamar al profesor ucraniano para que salvara la situación. Fue así como Vladimir Vorobiov, su colega Ilya Zbarsky y dos asistentes se convirtieron en «padres» de la momia. La receta que aplicaron fue sumergir el cadáver en una bañera llena de agua, glicerina, acetato de potasio, clorhidrato de quinina y otras sustancias. Los baños paralizaron el proceso de descomposición del fallecido y permitieron que, en los siguientes tres cuartos de siglo, se convirtiera en uno de los principales atractivos turísticos de la URSS y en unas de las tres grandes momias del siglo XX, al lado de Evita Perón y Mao Tse-Tung.
+Un hijo de Zbarsky que formó parte del equipo preservador vive aún en Moscú y, a los 86 años, ha escrito un libro donde relata los avatares del cadáver a lo largo del triste tránsito de la URSS por el modelo de socialismo soviético. Junto con Santa Evita, novela de semificción del argentino Tomás Eloy Martínez, el libro de Zbarsky, aún no traducido al castellano, merece figurar en la biblioteca de cabecera de todo embalsamador que se respete y de todo lector interesado en buscar la inmortalidad en el formol.
+El 26 de marzo, dos meses después del deceso, Vorobiov y sus colegas se hicieron cargo del ilustre y deteriorado paciente. El cuerpecito de Lenin —que era un hombre genial pero de empaque mínimo— fue bañado en el jacuzzi químico, envuelto después en un vendaje de caucho y sometido a inyecciones del bálsamo secreto del profesor de anatomía.
+El trabajo de restauración del cuerpo se llevó a cabo en un sótano oscuro y frío del mausoleo, que apestaba a alcoholes. El exangüe patriarca pasaba largas horas en la tina. «Inmerso en el líquido viscoso —relata Ilya Zbarsky hijo—, Lenin parecía una extraña criatura marina».
+A los baños que lo preservaban por dentro seguían sesiones de embellecimiento por fuera. Minúsculas puntadas disimuladas en el bigote permitieron cerrar de nuevo los labios entreabiertos; para combatir el hundimiento de los ojos, unas prótesis de vidrio reemplazaron a los originales; los masajes con glicerina devolvieron al cutis la lozanía perdida, como diría un anuncio de cosméticos; una intrincada labor de limpieza restauró, mancha por mancha, la uniformidad cerúlea de la piel.
+Hubo hasta muda de ropa. La viuda aportó una especie de túnica militar de color caqui que el enfermo había llevado durante sus últimos días.
+Finalmente, cuatro meses después del fallecimiento, un pequeño grupo de deudos y jefes políticos fue invitado a conocer los resultados de la restauración. Todos quedaron maravillados. «Está mejor que cuando murió», dijo su hermano. Así era. Vorobiov y su equipo habían logrado perpetuar y rejuvenecer al padre de la URSS.
+Catorce años después, cuando la viuda se acomidió a visitarlo, no pudo reprimir un comentario nostálgico. «Mientras yo envejezco sin remedio —suspiró Nadezhda Krupskaya ante el féretro de cristal donde reposa el difunto—, Vladimir Ilich Ulianov parece dotado de eterna juventud». No sólo ella lo creía. Un científico norteamericano que examinó el cadáver en 1934 exclamó: «Se trata de una obra de arte, mejor, incluso, que la momia egipcia de Tutankamon».
+Desde entonces, el cadáver recibe vigilancia científica durante las 24 horas del día. Cada semana es sometido a dos sesiones de mantenimiento, y una vez cada 18 meses los especialistas lo revisan y bañan de arriba a abajo en un overhaul completo.
+El éxito del embalsamamiento de Lenin trajo la gloria pasajera a sus autores. En tiempos en que el salario mensual de un obrero ruso no pasaba de 200 rublos, a Vorobiov lo bendijo el Kremlin con 25.000. Dicen que se los gastó en buena comida, buen vino y mujeres bonitas, porque, una vez desprovisto del delantal blanco, el cejijunto sabio se volvía un rumbero travieso. Por su parte, Zbarsky padre pasó a ganar el equivalente a unos diez salarios obreros.
+Pero no sólo dinero cayó sobre los salvadores del cadáver y del orgullo de la ciencia soviética. También poder. Los dos jefes ascendieron en la escala de la nomenklatura y fueron recompensados con amplios apartamentos, dachas —fincas de recreo—, acceso a comisariatos, automóviles e influencia política. La momia había creado su propio clientelismo…
+Más tarde, cuando los primeros científicos transmitieron sus secretos a la treintena de discípulos que habían hinchado la burocracia del mausoleo, sufrieron las inevitables purgas. Vorobiov y Zbarzky padre fueron separados de sus cargos y terminaron su vida en anónima y menesterosa condición.
+Stalin sabía lo que estaba haciendo al entronizar a Lenin. El naciente comunismo internacional necesitaba crear su propia religión, y Lenin iba a ser el Cristo de ese nuevo credo. A la lista se sumaron luego las momias del propio Stalin, del jefe comunista búlgaro Georgi Dimitrov, del dictador mongol Horloogiyn Choybalsan, del secretario del PC checo Klement Gottwald, del presidente de la República Popular de Angola Agostinho Neto, del presidente guyanés Forbes Burnham, del dictador coreano Kim II Sung, del patriarca vietnamita Ho Chi Minh y del Gran Timonel chino Mao Tse-Tung.
+Varios de ellos fueron desconectados más tarde de las mangueras, y enterrados o incinerados. Unos pocos, como Mao y Ho Chi Minh, permanecen en sus altares.
+El cadáver de Ulianov fue venerado como reliquia sagrada. Entre 1924 y 1940 desfilaron más de 16 millones de personas ante su nicho transparente.
+Se calcula que la cifra pasa ya de los 50 millones. No todos han sido beatos leninistas. En los últimos 40 años se han producido seis atentados contra el cadáver, uno de los cuales le dejó cortes en el rostro y las manos.
+Desde su silencioso lecho, el padre de la URSS ha asistido al nacimiento, auge, corrupción y caída del régimen soviético. Presenció los fracasos de su propia política económica, la represión feroz del gulag, la consolidación del poder internacional soviético, la llegada de la democracia y los traumáticos años de disolución del antiguo imperio. Sólo se ausentó de su puesto durante la II Guerra Mundial, cuando el cadáver y sus cuidadores fueron trasladados en forma secreta a 1.500 kilómetros de Moscú. En Siberia, los científicos no tuvieron otra cosa que hacer entre 1941 y 1945 que mimarlo. Cuando pudieron regresar con él, dice Zbarsky hijo que «la condición del cuerpo había mejorado notablemente merced a este segundo embalsamamiento». Lenin fue, pues, uno de los pocos soviéticos que salieron de la II Guerra mejor de lo que estaban al comienzo. Más de 20 millones de sus compatriotas murieron luchando contra el nazismo.
+A partir de 1940, la URSS decidió exportar sus avanzados conocimientos sobre momificación, y el mausoleo se convirtió en un laboratorio donde 35 expertos prestaban asesoría internacional y disecaban jefes de Gobiernos amigos.
+La suerte de Lenin empezó a cambiar en 1989, cuando se desplomaron los regímenes comunistas de Europa oriental. Para empezar, Leningrado recuperó su antiguo nombre de San Petersburgo, y muchas estatuas del fundador fueron derribadas por los bisnietos de las famosas masas que se negaron a enterrarlo.
+En la nueva Rusia, la silenciosa y anacrónica presencia del hombrecito de la chivera pasó a ser factor de inquietud. El exmarxista y exleninista Boris Yeltsin planteó en octubre de 1997 la posibilidad de un plebiscito para decidir la suerte del cadáver, pero halló oposición mayoritaria en el parlamento. Con todo, el mito se ha desmoronado y algunos ciudadanos hasta se regocijan profanando el ilustre fiambre. En enero pasado, un pastelero horneó un ponqué con el tamaño y la forma de la momia, y procedió a partirlo en tajadas y comerlo con sus amigos ante las cámaras de la televisión internacional
+Más cosas han cambiado. El Estado ya sólo paga el 20 por ciento de los gastos del mausoleo. Los demás proceden de los trabajos del laboratorio y de una fundación particular creada para sostenerlo.
+Mientras tanto, a falta de jefes para disecar, los taxidermistas han puesto su ciencia a disposición de los nuevos ricos y mafiosos rusos. Muchos de ellos pagan más de 1.500 dólares diarios a los embalsamadores por amojamar a sus queridos capos, muertos por lo general en balaceras y atentados.
+Aunque millones de ciudadanos aún recuerdan a Lenin como una respetable figura histórica, otros le atribuyen la responsabilidad original de los años de escasez y represión que atravesó el país. Aquellos apoyan la continuación del mausoleo. Estos piden cremación inmediata o, al menos, un entierro sumario. Una encuesta de 1996 muestra que el 38 por ciento de los rusos estaba a favor de preservar la momia y el 48 por ciento en pro de enterrarla. Entre estos se encuentra Ilya Zbarsky hijo.
+En abril del año entrante cumplirá 130 el cadáver de uno de los hombres más influyentes del siglo. Podría ser el momento adecuado para darle caritativa sepultura y poner fin a un morboso culto a la personalidad que seguramente habría odiado el propio Vladimir Ilich Ulianov.
+(1999)
+Eduardo Talero, un abogado, escritor y aventurero bogotano que murió hace 80 años, es el colombiano más conocido en el sur de la Argentina, donde su casa es monumento regional y atracción turística.
+NI GARCÍA MÁRQUEZ, NI JOSÉ Asunción Silva, ni Fernando Botero, ni Margarita Rosa de Francisco, ni el Chicho Serna, ni Shakira: el colombiano a quien realmente conocen y quieren en la Patagonia es a Eduardo Talero.
+¿Eduardo Talero? ¿Y quién es Eduardo Talero?, se preguntarán García Márquez, José Asunción Silva, Fernando Botero, Margarita Rosa de Francisco, el Chicho Serna, Shakira y 38 millones de colombianos más.
+Por esas paradojas de la vida, el colombiano más famoso del sur del continente americano, cuyo nombre figura en páginas históricas de la región y cuya mansión es uno de los símbolos de la ciudad argentina de Neuquén, es desconocido en su propia patria. El útil libro de Rogelio Echavarría Quién es quién en la poesía colombiana dedica un tercio de página, de las 556 que componen el volumen, a alguien que lleva este mismo nombre y que en 1914 vivía en Argentina. No parece probable, sin embargo, que sea el Eduardo Talero que se hizo célebre en la Patagonia pues, según el libro de Echavarría, nació en El Colegio (Cundinamarca) en 1886 y murió en Fontibón en 1952, fechas que no coinciden en absoluto con la biografía de Talero que circula en Argentina. ¿Se trata acaso de otro Eduardo Talero? ¿O existe alguna confusión entre dos personas distintas y homónimas? Dos preguntas más sobre el caso.
+Eduardo Talero, el patagónico, fue abogado, poeta, cuentista, activista político y hasta jefe de Policía. Su padre era Marco Antonio Talero, y el padre de su padre había sido general. Nacido en Bogotá en 1869, Eduardo Talero era sobrino de Rafael Núñez por parte de madre, pero —dicen sus precarias biografías— adversario de sus ideas. ¿De qué ideas? ¿De las que tuvo Núñez cuando era liberal? ¿De las que lo contagiaron cuando se volvió conservador? Lo que se sabe sobre Talero no absuelve estos interrogantes. Las referencias que hay sobre él en Argentina sólo dicen que huyó de Colombia poco después de cumplir los 20 años «para evitar el pelotón de fusilamiento que su propio tío, Rafael Núñez, había ordenado para él, convertido tempranamente en su opositor político».
+La afirmación es altamente dudosa. A Núñez se le ha acusado de muchas cosas, y es culpable de haber escrito la letra del Himno Nacional, pero nadie lo ha llamado dictador sangriento, ni se conocen listas de ejecutados por cuenta suya. ¿Núñez fusilánime? En la Patagonia lo creen así —un libro y un informe de prensa coinciden en afirmarlo—, pero se equivocan.
+El caso es que luego de salir de Colombia, Talero deambuló por varios países. En su libro de cuentos Ecos de ausencia, publicado en España a comienzos de siglo, aparecen relatos que tienen como escenario a Colombia, París, Chile y Argentina. Los datos que reposan en Neuquén agregan que «sin rumbo fijo recorrió Norte y Centroamérica», y conoció en su periplo a otros poetas, como José Martí, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y a su compatriota Jorge Isaacs, el autor de María.
+Hacia 1900 llega Talero a Chile. En un principio ejerce como abogado —un cuento suyo menciona este efímero ejercicio de su profesión—, pero después, al parecer, se dedica a la agricultura. Conoce a una profesora de inglés, Ruth Reed, y se casan. Tienen un hijo que más tarde quedará inválido por un disparo accidental.
+Tras un par de años en Chile, Talero y su familia resuelven cruzar la cordillera andina. Recorren a pie y a caballo los altos picos, ganan la Patagonia y se instalan en el incipiente caserío de Neuquén, que hoy es una de las más importantes ciudades de la desértica zona.
+Ya entonces la Patagonia era una vasta región sembrada de leyendas, desiertos y viento. Por allí habían trasegado indios de doce tribus, aventureros de veinte nacionalidades, piratas de cien banderas, bandidos de mil orígenes. Trastornados por la crueldad de la naturaleza, muchos colonizadores perdieron la razón y se declararon reyes, o promovieron guerras imposibles.
+Aventureros y escritores registraban la presencia de seres espantosos, como los supuestos gigantes de pies enormes que dieron su nombre a esta punta inhóspita del continente.
+Por la época en que Talero arriba a Neuquén, fueron a parar a la Patagonia los asaltantes norteamericanos Buth Cassidy, Etta Place y The Sundance Kid, de cinematográfica fama, y los detectives legendarios de la Agencia Pinkerton que les seguían las huellas. Nunca lograron atraparlos. Después de camuflarse durante cuatro años como hacendados, los tres vaqueros asaltaron en 1905 un banco y huyeron. Los dos varones fueron a parar a Bolivia, donde se pierde su rastro cierto. Etta Place termina sus días en Estados Unidos trastocada en una pacífica y anónima ama de casa.
+Talero no necesita mucho tiempo para adquirir la estatura de personaje local. Entabla buena amistad con el gobernador y es bien considerado por los vecinos. Pasados unos años, su espíritu romántico lo induce a emprender la construcción de una mansión con cara de castillo en medio de un soto de altos árboles. Esta casona iría a convertirse en emblema de la ciudad y es hoy uno de sus atractivos turísticos. Tardó varios años en levantarla, con planos de dos arquitectos españoles, pero en 1911 estuvo ya terminada.
+En esas piedras —escribió— medita nuestro yo misterioso y profundo.
+Tal vez por ese misterio florecen en torno al palacete apasionadas leyendas. Se dice, sobretodo, que el exótico edificio de sabor castellano era un homenaje a una española casada a la que amó con clandestinidad y locura. ¿Cómo terminó el romance? A juzgar por las consejas, de manera trágica. Prueba de ello es el fantasma blanco que, según testigos, se pasea resplandeciente y triste por la arboleda nocturna.
+Es posible que haya existido algún impulso creativo muy emocional para Talero, porque en pocos años publica varios libros. En Voz del desierto (Buenos Aires, 1907) incluye una mezcla rara de ensayos en prosa poética sobre temas locales: «¡Fuerza y Belleza! Esto es lo que proclama en todas sus crispaduras ese Capitolio del Viento». Así se refiere a un vecino volcán. Otros dos libros suyos contienen poemarios, como intensamente lo sugieren los títulos: Cascadas y remansos y Troqueles de fuego.
+Todero ilustre, el colombiano hace las veces de granjero, polígrafo, consejero y secretario del gobernador. Hasta que a fines de 1914 acepta el cargo de jefe de la Policía Territorial. Es un puesto poco adecuado para un espíritu sensible, pero en Talero se reunían en partes iguales el jurista, el aventurero, el escritor y el funcionario. Curiosamente, lo impulsa a aceptar tan curioso destino su formación civilista. «Del militarismo —dice en su posesión— no debe quedar a la policía sino el régimen interno, que asegure la rigurosa disciplina; pero, en cuanto a sus relaciones con el pueblo, debe [sic] ser esencialmente civil, civilizada, culta, respetuosa y gentil».
+El cargo de jefe de Policía iba a depararle en mayo de 1916 un papel histórico en los duros anales de la Patagonia. El 23 de ese mes un numeroso grupo de presos de la cárcel local —entre 60 y 113, según distintos informes— escapa del edificio a sangre y fuego, e inicia una aventura que recogen todos los libros sobre la región. La mayoría cae, se entrega o muere en las primeras horas. Pero 17 ganan el campo abierto y se refugian en el rancho de una hacienda. El 26 de mayo llegan hasta allí las tropas del Ejército y, tras rápida escaramuza, ejecutan a sangre fría a los evadidos.
+Abel Chaneton, director del diario local, denuncia la matanza e insta a Talero a hacer lo mismo: «Exija la investigación —le dice— y, en el caso de que no se acceda a su pedido, rompa abiertamente con toda solidaridad, salvando su triple fuero de hombre, ciudadano y eminente literato».
+Es lo que hace Talero. Sostiene un enfrentamiento con el gobernador encargado, que por poco termina en trompadas. Entonces demanda una investigación y, al negarse su jefe a ella, presenta renuncia. «Talero era hombre de reputación literaria bien ganada y difundida por todo el país —escribe el historiador Juan Carlos Chaneton en su libro Zainuco: los precursores de la Patagonia trágica (1993)—. Esto motivó que los intelectuales de la Capital Federal (Buenos Aires) se reunieran a fin de cambiar ideas acerca de la mejor forma de desagraviar al hombre de letras».
+Como testimonio del episodio, Talero dejó un poema, «La evasión», en el que revela abiertamente su simpatía por los presos:
+Tras las brumas blancas de la lejanía
+y rasgando el velo de melancolía,
+cada preso evoca su distante hogar.
+Nada nos detiene, nada nos agobia,
+porque divisamos la esposa, la novia,
+absortas de vernos al mundo tornar.
+Más que en los méritos estéticos de la obra, es justo reparar en el coraje de haberla publicado apenas un mes después de la tragedia, cuando las cosas estaban muy calientes. El director del periódico, que acogió estos versos e instigó a que fuese castigada la matanza, resultó asesinado seis meses más tarde.
+De Talero quedan en Neuquén sus versos, el recuerdo de su recta, de su actitud y su fantasmagórica casa. El palacete fue cárcel, escuela y habitación de un fabricante alemán de armas —su último propietario—, hasta que, en mayo de 1998, el municipio resolvió adquirirlo.
+El castillo de Talero —escribió el diario Río Negro en la ocasión— es un viaje a otros tiempos, a pesar de que sólo la mitad del edificio está habilitada.
+La Zagala es ya un monumento de la región, y pronto será un centro cultural y comercial.
+En cuanto al poeta, dejó Neuquén pocos años después del famoso incidente y se instaló en Buenos Aires. Allí falleció el 22 de noviembre de 1920 a los 51 años. En la capital argentina vive actualmente su única nieta.
+Dicen que Eduardo Talero murió pobre, pero sigue siendo cariñosamente recordado en la Patagonia donde se desempeñó como personaje importante durante dos décadas de su vida. En cambio, es desconocido hasta ahora en la tierra donde nació.
+(1999)
+La imprenta de Johannes Gutenberg cambió para siempre la historia del mundo y allanó el camino a la difusión de la cultura y a los grandes descubrimientos posteriores.
+LA NOTICIA ENCANTARÁ A LOS lingüistas y decepcionará a los religiosos: el primer escrito que salió de una imprenta no fue la famosa Biblia de Johannes Gutenberg, sino un texto escolar de gramática latina. En efecto, contra lo que comúnmente se cree, El Donatus, famosísimo manual de colegiales del Medioevo, fue el primer fruto de uno de los más revolucionarios inventos del milenio. Este texto, best seller indiscutible del siglo XV, era como La alegría de leer para los niños europeos de la época, y lo había sido de los niños romanos a partir del siglo IV.
+La Biblia sólo vino a ser publicada cuando ya Gutenberg había realizado muchos experimentos con el tipo móvil de imprenta y la prensa por él inventados. El Donatus, en el cual el joven Johannes había aprendido latín, fue el conejillo de Indias que le permitió perfeccionar su invento hasta que estuvo listo para provocar uno de los más grandes acontecimientos de la historia.
+Desde el momento en que su taller de Mainz (Alemania) imprimió los primeros ejemplares de la Biblia, el libro alcanzó un formidable éxito y acabó de abrir las ventanas del Renacimiento. Sólo en el siglo XX, con la llegada de la radio, la televisión, el teléfono, los computadores e internet, un artificio mecánico consigue tan honda transformación en las comunicaciones de la sociedad.
+Todo esto ocurría hacia 1450, y el protagonista de la hazaña era un personaje del que poco se sabe con certeza. El tipógrafo aparece mencionado apenas en unos treinta documentos manuscritos de su tiempo, y sólo dos de ellos contienen la palabra imprenta.
+Para descubrir un texto impreso en el que se hable de él hay que esperar hasta 1471, cuando un libro francés ofrece el primer dato contundente sobre su aporte: «Vivía cerca de Maguncia un tal Johannes, apellidado Gutenberg, primer hombre en inventar el arte de la imprenta, gracias al cual los libros no se escriben a mano con pluma sino con caracteres metálicos».
+Se cree que Johannes Gensfleisch zum Gutenberg —su nombre completo— nació hacia 1400 en la citada ciudad, que fue importante y activo burgo a orillas del Rin entre Frankfurt y Colonia. Tras recibir esmerada educación, hacia 1430 se marcha de Mainz. Aparece en Estrasburgo cuatro años más tarde, y desde allí exige a su ciudad natal el pago de un dinero que le adeuda el municipio. Trabaja luego como joyero y artesano de pequeños espejos. Un documento cuenta de su pleito con los herederos de quien había sido maestro suyo en estos dos oficios. En Estrasburgo empeña palabra matrimonial a una dama sonoramente llamada Ennelin zu der Yserin Thare, pero no le cumple, y fue demandado por ella.
+Otra vez lo encontramos en Mainz a partir de marzo de 1444, aunque se ignora cuáles eran sus actividades. Pero en 1450 ya está dedicado a sus trabajos de impresor, pues solicita un préstamo para el taller. Allí conseguirá, finalmente, desarrollar ese invento cuya influencia no cesa.
+La mayoría de las menciones contemporáneas que hay de Gutenberg tienen que ver con dinero. Es una historia triste y prosaica que revela su lucha con el fisco, sus esfuerzos para financiar el costoso trabajo tipográfico, su rompimiento comercial con quien había sido su socio, y su quiebra final. El hombre que creó la industria editorial, una de las más prósperas de todos los tiempos, murió arruinado y solterón el 3 de febrero de 1468.
+Desde siglos antes de Gutenberg se conocían algunas labores con piezas armables destinadas a imprimir. Un chino, Bi Sheng, había tallado en madera bloques móviles en el siglo XI. Y algunas técnicas de grabado desarrollaban este mismo principio del rompecabezas. Pero semejantes antecedentes se parecen tanto a los libros de Gutenberg como un loro a una grabadora.
+El taller de impresor de Maguncia consumió unos ocho años a los experimentos del alemán. Se conservan fragmentos de más de veinte ediciones diferentes de El Donatus, anteriores a la Biblia. Este célebre texto latino había sido escrito hacia el año 350 por Aelius Donatus, profesor romano de gramática, que pergeñó dos libros distintos y una sola obra verdadera. El primero, llamado Aix Maior, era la versión completa y más docta de sus enseñanzas sobre lenguaje y retórica. El segundo, el Aix Minor, era aquel texto escolar abreviado que vio antes que ningún otro la luz en la imprenta de Maguncia.
+La prelación es explicable, toda vez que la amplia demanda de este compendio en tiempos medievales garantizaba al impresor un rápido alivio a sus penurias financieras.
+El caso es que, como dice Martin Davies en su historia del tipógrafo alemán, «la perfección de la Biblia fue lograda sólo merced a largos experimentos y no surgió completamente formada de la cabeza del inventor».
+Se cree que, además de El Donatus pionero, la imprenta de Gutenberg produce entre 1450 y 1455 algunos cuantos libros escolares en alemán e incluso una primera Biblia de ensayo. Antes de que pudiera imprimir en pliegos, el alemán tuvo que inventar todo lo demás, incluyendo las máquinas para fabricar los instrumentos que le permitían repetir muchas veces la impresión de una hoja con sólo presionarla contra una página armada letra a letra.
+En realidad, debemos a Gutenberg cuatro inventos que, sumados y coordinados, constituyen la imprenta. Uno fue el troquel para fundir palabras en metal. Antes de Gutenberg ya existían caracteres relevados en madera, pero tenían poca duración y ninguno era igual al otro. La fundición en molde permitió obtener letras idénticas, armables y resistentes.
+El segundo invento fue la mezcla química de plomo, zinc y antimonio en la que se fundieron las letras de su imprenta, y que se empleó en el arte tipográfico hasta hace algunas décadas.
+En tercer lugar, Gutenberg procesó una tinta oleosa coloreable que garantizaba limpieza y persistencia.
+Por último, perfeccionó las ya existentes máquinas impresoras hechas de madera, que tenían como principio la presión ejercida por medio de un tornillo sobre un papel encima de un plano entintado. La dureza de los tipos inventados por Gutenberg, las prensas de alta presión y la finura de las tintas facilitaron la producción de originales nítidos.
+La Biblia tardó unos dos años en salir del taller de Mainz. El proceso consumía mucho tiempo, pues Gutenberg tenía que montar a mano cada página —en realidad, cada pliego de cuatro páginas—, imprimir y desarmar las letras que luego iban a formar otras palabras del pliego siguiente. Además, el impresor quiso que fuese un trabajo impecable. Y lo fue. Aún hoy se le cita no sólo por tratarse del primer libro tipográfico, sino por su belleza y perfección.
+La Biblia de Mainz estaba armada en páginas de 42 líneas, característica técnica por la que se la identifica entre entendidos. Como el cardenal Jules Mazarino llegó a ser dueño de un ejemplar en el siglo XVII, también se le conoce como Biblia de Mazarino. La edición empezó con páginas de 40 renglones. Para ampliar otros dos, Gutenberg disminuyó en un principio los espacios entre líneas, y después optó por fabricar letras un poco más pequeñas. Más tarde, el taller imprimió Biblias de 36 renglones.
+El tipo de letra empleado imitaba el de los calígrafos en boga y, por haber sido utilizado antes con los textos de El Donatus, se le identifica como fuente Donatus-Kalneder, o D-K.
+Cualquier lector de hoy que hubiera tenido la ocasión de visitar el taller de Gutenberg en 1455, cuando terminaba los primeros ejemplares del histórico libro, habría sentido comprensible desilusión. No habría visto el tomo completo, con colores deslumbrantes y encuadernación de lujo, sino un montón de pliegos destripados. En ocasiones, ni siquiera coincidía exactamente el tamaño de los papeles. Cuadernillos impresos. Eso era lo que compraban los clientes. Después, ellos mismos debían contratar con un artista el ornato de ciertas páginas, y acudir, por último, al maestro encuadernador. Esto explica que no haya dos ejemplares iguales de esta edición.
+El lanzamiento de la Biblia tuvo lugar en Frankfurt en octubre de 1454, con el trabajo aún incompleto. Fue el recurso que se les ocurrió a Gutenberg y su socio Johan Fust para promover un proyecto que los tenía financieramente acogotados. Funcionó. Muchos de los compradores empezaron a adquirir la Biblia «sobre planos».
+Todo hace pensar que en enero de 1455 ya estaba terminado el legendario libro. El tiraje fue de 135 ejemplares en papel italiano de alta resistencia y 45 en vitela, un delicado pergamino sumamente costoso.
+Algunos hablan de 200 en total. Según Alberto Manguel, autor de una fascinante historia de la lectura, cada ejemplar de la Biblia impreso en piel exigió el sacrificio de más de 200 ovejas.
+El tomo consta de 1.300 páginas con dos columnas de texto. Por su grosor, los ejemplares impresos en pergamino están encuadernados en tres o cuatro tomos. Las de papel, en dos.
+Los clientes de estas Biblias fueron, en su mayoría, bibliotecas y monasterios. Sólo unos pocos ejemplares fueron a parar a manos particulares.
+Hoy se conservan aún 48 muestras de aquella Biblia, pero sólo veinte están completas. Una cuarta parte corresponde a la tirada en vitela. Hay ejemplares en Tokio, Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España…
+El invento de Gutenberg no fue importante porque produjera libros sino, sobretodo, porque produjo imprentas. Él creó un sistema de fabricación revolucionario y eficiente. Tras el éxito del taller de Mainz, las imprentas se multiplicaron. En 1465 las había en Italia; en 1470, en Francia, en 1472, en España; en 1475, en Inglaterra y los Países Bajos; en 1489, en Dinamarca. La primera imprenta americana fue montada en México en 1533.
+A Colombia tardó una eternidad en llegar: los jesuitas realizaron la primera publicación en 1738, casi tres siglos después de las ediciones de Gutenberg.
+La invención de la imprenta de tipo móvil fue mucho más que una posibilidad de producir más y mejores libros, revistas y folletos. Marcó todo un giro en la historia del mundo. Sin ella, el prodigioso impulso del Renacimiento habría tenido que confiarse a la memoria frágil y lenta de la tradición oral y los manuscritos. Limitada o frenada la información que han acarreado los libros, quizás habrían sido imposibles muchos de los grandes descubrimientos e inventos que sobrevinieron en los siglos posteriores.
+La imprenta permitió consolidar y divulgar el legado cultural de la humanidad. Antes de que terminara el siglo XV —periodo durante el cual se imprimen los llamados incunables— habían pasado por las prensas europeas buena parte de los clásicos griegos y romanos y los poetas italianos que sacudieron las letras occidentales en el XIV.
+Gracias a Gutenberg, además, la cultura escrita se colocó al alcance del ciudadano de la calle. Hasta entonces sólo los reyes, la Iglesia y los ricos estaban en condiciones de acumular libros cuya copia consumía semanas y hasta meses de trabajo a un calígrafo o a un monje. A partir de 1455, el libro dejó de ser un lujo. Durante los primeros 50 años de la imprenta se publicaron unos 5 mil títulos. Se calcula que en el año 2000 aparecerán un millón de títulos.
+Muchas veces se ha augurado el requiescat in pace de este medio de difusión. Pero las nuevas tecnologías no sólo no lo han herido, sino que lo refuerzan.
+Internet, la última muerte anunciada del libro, ha sido cuna, entre otras, de Amazon Books, una librería que ha multiplicado la venta de la letra impresa.
+Tal vez lo más elocuente es que los profetas que pronostican la agonía del invento de Gutenberg, como Marshall McLuhan, no han encontrado un medio más versátil para escribir el acta de defunción que un libro, ese cadáver que, cinco y medio siglos después, goza de salud cada vez mejor.
+(1999)
+Se cumple el centenario del nacimiento de María Moliner, el ama de casa que creó uno de los más famosos diccionarios de español de todos los tiempos.
+LA GENTE QUE SE DEDICA A hacer diccionarios suele ser muy peculiar. Don Rufino José Cuervo no se casó, disfrutó poco de la vida y pasó casi toda su existencia entre cuatro paredes preparando fichas para su monumental Diccionario de construcción y régimen. No es difícil tener pesadillas en las que don Rufino se convierte en una especie de criatura verdosa y vegetal encerrada en una húmeda habitación parisina. En cuanto a los autores del flamante Diccionario del español actual —los españoles Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos— envejecieron juntos acumulando palabras. Empezaron a hacerlo cuando Seco tenía 40 años, Olimpia terminaba estudios universitarios y Ramos no alcanzaba la edad de Cristo. Hoy son todos abuelos, suman entre los tres 182 años y en septiembre pasado dieron a luz los dos tomos del diccionario que les tomó media vida.
+Todos los datos parecen indicar, sin embargo, que la autora de uno de los más famosos diccionarios españoles de todos los tiempos, cuyo centenario de nacimiento —el de ella— se celebra este año, logró ejercer al mismo tiempo sus labores de ama de casa y formidable lingüista. Con la misma devoción regaba sus matas y sus palabras, cocinaba pucheros y sinónimos y remendaba medias y gerundios. Doña María Moliner necesitó catorce años de trabajo doméstico para producir su famoso diccionario, sobre el cual se han publicado varios estudios e incluso un libro de 335 páginas.
+El Diccionario de uso del español es todo un mito que no han podido opacar ni siquiera las muy cuidadosas y actualizadas ediciones informáticas del de la Real Academia Española. Se trata de un clásico, y ha sido tratado como tal. Según Gabriel García Márquez, es «el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana». El ensayista español José Antonio Millán sostiene que «sus definiciones mejoran sensiblemente las que venían siendo habituales en nuestros diccionarios». Y el novelista José María Guelbenzu, habitualmente avaro en elogios, sostiene que «el tieso y antipático diccionario de la Academia no ha conseguido una pizca del amor que tantos amantes de la lengua española tenemos por el diccionario de doña María».
+La legendaria autora fue estudiante de filosofía, bibliotecaria, esposa de un profesor de física —Fernando Ramón y Ferrando—, republicana convencida y madre de cuatro hijos. Nacida el 20 de marzo de 1900 en un pueblo insignificante de Aragón (España), era hija de un médico de barco al cual veía pocas veces al año. Su familia se trasladó a Madrid cuando era niña, lo cual le permitió estudiar en una escuela modelo: la Institución Libre de Enseñanza, motor de cambio de la sociedad española, donde aprendió acerca de la libertad, la disciplina y el trabajo metódico.
+En 1952, cuando ya había educado a sus hijos y alcanzaba una edad —la cincuentena— en que muchos claman por la jubilación, doña María tomó tijeras y asiento y comenzó su diccionario. Empezar un diccionario es como poner la primera piedra de una catedral medieval: se sabe cuándo arranca la obra, pero no cuándo termina. Durante catorce años, la antigua empleada de archivo prácticamente no salió del salón de su casa, donde ella misma llenaba las fichas, clasificaba las palabras, manejaba miles de recortes y consultaba una copiosa biblioteca sobre temas de lingüística.
+Finalmente, en 1966 apareció el primer tomo de los dos que componen su diccionario. Un año después estaba en las vitrinas el segundo. En total sumaban tres mil páginas destinadas a ilustrar sobre el uso del español. La palabra clave es uso: a diferencia del diccionario de la Real Academia, que acoge términos con intención normativa —cómo deben emplearse—, el de doña María los dispone, además, con interés demostrativo —cómo se utilizan y cómo deben utilizarse—.
+Una vez lanzada la obra, que desde un primer momento revolucionó el mundo de las letras, regresó doña María a su casa y se dedicó a preparar una nueva edición más completa. Pero ya la vida no le prestó más tiempo. Primero tuvo que dedicarse a cuidar a su marido enfermo; más tarde ella misma empezó a padecer una arteriosclerosis que limitó sus capacidades, y el 22 de enero de 1981 falleció víctima de un mal respiratorio.
+Sus colegas no fueron generosos con ella. En 1972 surgió su candidatura para la Academia de la Lengua. Era la primera vez que una mujer tenía la posibilidad de sentarse en un sillón de la hermética, ceñuda y bicentenaria institución. Pero fue derrotada por el candidato rival en una votación impregnada de tufillo machista.
+La leyenda de María Moliner, autora de diccionarios, es abundante en detalles multicolores. Dicen que escribía sobre la mesa del comedor, que empleaba lápiz y borrador, que su marido medía con una cinta métrica el arrume de fichas bibliográficas, que se decidió a emprender el monumental trabajo para ayudar a financiar una clínica para que ejerciera la medicina su hijo mayor. Pero el segundo de la familia, Fernando Ramón Moliner, afirma que nada de eso es verdad: trabajó en un escritorio cómodo, utilizó una máquina de escribir y no se lanzó a la hercúlea empresa por conseguir dinero para su hijo sino por convicción profesional. Por lo demás, y como era de esperarse, doña María no estuvo sola, sino que contó con tres colaboradoras para sortear la vorágine de datos que debía consultar y producir.
+Con todo el cariño que despierta, con lo admirable del trabajo y con la utilidad que ofrece el María Moliner, hay que decir que el diccionario adolece de tres faltas graves.
+En primer lugar, la autora no optó por disponer los vocablos dentro de un criterio estrictamente alfabético, sino por familias de palabras. Así, por ejemplo, el término matrona no aparece después de matraca, sino antes de él, pues se supone que es hoja del árbol de palabras derivadas de mater (‘madre’). Es decir, que la pobre víctima que consulta la lista ha de tener nociones importantes de etimología para encontrar ciertas referencias.
+La segunda debilidad es que se trata de un diccionario muy zanahorio —palabra esta última que no figura, es obvio, en su diccionario—. Doña María, aquejada por pudores que resultan inaceptables en una científica, se negó a incluir palabras malsonantes. De este modo, términos de tan rancia estirpe castellana como coño, carajo y joder no aparecen en sus páginas. Muchas palabras que figuran en las obras de Cervantes y Quevedo quedaron proscritas por doña María. Su castidad mueve a admiración, pero no cuando se traduce en una censura al léxico.
+La tercera falla es que resulta poco pródigo en palabras americanas. Y las que figuran, como arepa o arracacha, son víctimas de graves agravios tipográficos: aparecen en letra más pequeña y casi ocultas en la maleza de términos. (El ajiaco tipográfico de las primeras ediciones es otra de las críticas que se elevan contra el libro). Desconocer a quienes representan el 90 por ciento de los hispanohablantes y han hecho importantes aportes a una lengua que no es menos suya que de los peninsulares es anacrónico, ofrece la espalda a la realidad.
+El primero de estos males —la ordenación etimológica— fue corregida en la última edición del diccionario, que data de 1998. La enmienda suscitó la ira de algunos fundamentalistas, pero existía criterio casi unánime entre los expertos en el sentido de que semejante disposición le complicaba la vida al lector y ensombrecía el impecable trabajo de doña María en materia de definiciones, explicaciones gramaticales, sinónimos, modismos y demás elementos que se preocupó por recoger.
+Los otros dos son aún reparables. Pero quizás se necesitaría otra doña María —otros Cuervo, Seco, Andrés y Ramos— para emprender la exhaustiva revisión. Es posible que esa clase de cartujos ya no crezcan en los tiempos de los computadores e Internet.
+(2000)
+La crisis nacional ha provocado un revolcón en las advocaciones de santos. Según el paisa que convirtió a las estampitas en producto de masas, ahora la gente busca una cara nueva.
+ES POSIBLE QUE ALGUIEN desde el cielo hubiera iluminado a Germán Hurtado Botero cuando decidió que la crisis colombiana era demasiado dura para los santos conocidos, e importó de Europa a San Pancracio. En ese momento —hace cinco años— Pancracio era un santo prácticamente desconocido en Colombia. Su minifalda, sus sandalias tobilleras, su manto morado, su camisa verde, su mano izquierda en alto, su mano derecha en trance de exhibir un libro y sostener al mismo tiempo una pluma dorada: todo esto sugiere a un personaje de Gladiador, no a un santo. Sin embargo, el simpático sardino, degollado por sus creencias en el año 287, cuenta desde hace tiempos con una abundante cauda entre los comerciantes españoles, y Hurtado pensó que él podría ser el llamado a defender a los colombianos frente a la difícil situación económica.
+Pancracio ha sido un éxito monumental. Hoy ocupa el primer lugar en la tabla clasificatoria de los santos más vendidos y, aunque la crisis se ahonda, en cientos de miles de hogares y billeteras hay una imagen del mártir en insomne y pedestre vela.
+No es extraño, pues, que el primer fanático de Pancracio sea el propio Germán Hurtado Botero, el paisa de 40 años que obró en Colombia una revolución milagrosa en la venta de estampas sagradas. Antes de que él entrara en el mercadeo hagiográfico con San Pancracio en un hombro y el Señor de los Milagros de Buga en el otro, las ventas de estampitas eran un humilde asunto parroquial. El expendio de las pequeñas imágenes de Vírgenes, Cristos y santos se realizaban en almacenes antiguos y oscuros cuyos vendedores, a fuerza de atender durante años la exigua clientela de beatas, curas y monjas, despedían un penetrante olor a incienso. Lo más audaz en materia de promociones de estampas eran algunos pequeños puestos ubicados en las afueras de las iglesias: mesas portátiles atiborradas de rosarios, crucifijos, santos laminados en plástico y unas cuantas efigies que alguna vez fueron de cerámica y ahora se fabrican en resina.
+Hasta 1966 Germán Hurtado era un economista más que, después de trabajar en bancos y empresas ajenas, tenía ganas de encontrar un desvare propio. No se le conocían devociones —«Nunca fui santero, pero creía en Dios y lo santos», aclara—. Sin embargo, por tratarse de un javeriano, es posible que, puesto a escoger, se inclinara por Ignacio de Loyola. En ese año visitó una feria del hogar en Ciudad de México y resultó que su vecino de pabellón era un empresario distribuidor de estampitas.
+Allí empezamos a notar la influencia de Pancracio. Porque, conversando con el vecino en los ratos libres, Hurtado empezó a sentir un llamado que lo vinculaba a personajes bíblicos y religiosos, destino que parece inevitable en alguien nacido en Palestina (Caldas).
+Sin hacerse de rogar, Hurtado atendió el llamado y, al cabo de pocas semanas, se encontraba de cuerpo presente en Milán, donde la empresa de Bonelli Hermanos imprime y despacha las imágenes sacras más vendidas del mundo. Al hermano Bonelli que habló con Botero no le interesó la propuesta de enviar unos pocos miles de estampitas a un país llamado Colombia. «Si quiere que hagamos negocio —le dijo— vamos a empezar por un millón de impresos correspondientes a una lista de cien santos que usted me suministrará». El catálogo de Bonelli tiene una cuerda de cientos de personajes; en Colombia cada uno lleva la imagen por un lado y una oración por el otro. Era cuestión de escoger nombres.
+El desafío significaba endeudarse hasta el cogote y adquirir el compromiso de importar y colocar una estampita por cada 30 colombianos, incluyendo protestantes, judíos, budistas ateos y agnósticos. Pero Hurtado hizo lo que los obispos: creyó en la religiosidad del noble pueblo colombiano, y dijo sí. Para elaborar la lista acudió a los almacenes de sacristía del barrio 20 de Julio y repartió propinas entre las vendedoras para que le confeccionaran una lista de los santos con mayor pedido.
+Estos datos le permitieron plantear la alineación del primer pedido. Con una importantísima novedad: a su paso por España, Hurtado había notado la devoción por Pancracio, cuyo recuerdo preside bares, tiendas y negocios. Así que agregó al mártir por su propia intuición, decidido a convertirlo en un best seller pío.
+PRIMERAS 30 IMÁGENES EN LA LISTA DE ESTAMPITAS SUPERVENTAS:
+El primer mes fue un desastre. «Los almacenes de las iglesias, manejados por sacerdotes, fueron los más difíciles de entrar —recuerda—. Siempre me decían que estas imágenes importadas eran demasiado caras para sus clientes». Lo que debía ser una venta de miles no pasó de cientos. Hurtado recuerda que el almacén Cafam del barrio La Floresta, de Bogotá, donde lo aceptaron excepcionalmente y pensó que iba a hacer la mejor colocación, sólo vendió 70 estampas.
+Fue entonces cuando entendió que a punta de beatas y sacristanes no iba a llegar a ninguna parte. Convencido de que casi todo ciudadano tiene un patrono celestial al que se encomienda, Hurtado resolvió que su ejército de santos debía salir en busca de los devotos, ya que los devotos no acudían en busca suya. Ingenió entonces una estrategia puramente comercial para captar almas. Decidió que no iba a competir en precio con los cromos de precaria calidad que circulan por ahí, y que cobraría hasta tres veces lo que se pagaba por una imagen de fabricación doméstica —las de Hurtado se venden hoy a 1.500 pesos y las otras a un máximo de 500— pero, a cambio, ofrecería una imagen moderna del santoral.
+Fue así como golpeó en supermercados y cadenas de almacenes populares. Le costó trabajo convencer a los jefes de compras de que un producto parroquial, arcaico y kitsch podía volverse fenómeno de ventas masivas. Pero alguna palanca ayudó desde Bien Arriba y le dieron una oportunidad a Dirandina, la compañía que creó para distribuir esperanzas. El resultado fue espectacular. Hurtado ha vendido millones de imágenes y ahora tiene 1.200 puestos de ventas en más de 500 lugares. Sus muebles de exhibición —que incluyen una guía donde se indica la utilidad de cada santo— compiten con los de pilas, dulces y chocolates.
+Hace cinco años era un loco que quería vender santos con el mercado de la semana —dice Hurtado—. Creo que dentro de poco el DANE tendrá que incluirlos dentro de los productos de la canasta familiar.
+Como buen economista, Hurtado lleva cuidadosas estadísticas de sus artículos. Esto le permite afirmar que «las imágenes se venden en todas las clases sociales» y que el norte de Bogotá compra tanto como el sur. En el distinguido Unicentro funcionan a todo tren cuatro exhibidores.
+El rey en la clasificación es San Pancracio, a quien se atribuyen poderes para conseguir trabajo y estabilidad laboral. No se sabe a derechas de dónde puede salirle al santo esa capacidad de conseguir chanfaina, pues murió huérfano de padre y madre, mártir por defender sus creencias ante el cruel César Diocleciano y virgen de empleo. Ni siquiera su nombre justifica la leyenda, pues el pan que allí aparece no tiene nada que ver con comida: Pancracio significa en latín «totalmente agradable desde temprana edad». Pero la gente le reza y él parece ayudar, que es lo importante. Otro que ha subido muchos renglones es San Expedito, especialista en conseguir dinero.
+«La presencia de estos dos santos entre los más vendidos demuestra palpablemente la crisis del país», dice el empresario caldense.
+Así como el mártir fue importado para que ayudara a sus devotos, Colombia ha exportado algunas figuras que no aparecían en las listas de Bonelli. Hurtado contrató con pintores locales dibujos especiales de la Virgen de Bojacá, San Isidro, San Alejo y San Marcos evangelista. Este último atiende quejas de señoras que quieren dominar al marido. Pero ocurre que cuando la estampita muestra a San Marcos al lado de un león altivo y erguido, se vende poco —51 en la tabla de clasificaciones—. En cambio, la segunda versión, en la que el león aparece echado y cabecigacho, envía un delicioso mensaje subliminal a la esposa dominante y ha llevado a este San Marcos al pelotón puntero, donde ocupa el octavo lugar.
+Pancracio es el líder del santoral, pero cada región tiene sus advocaciones propias. En la Costa, que es la que más estampitas compra, la Virgen del Carmen derrota ampliamente al campeón. La Milagrosa manda en el Valle, María Auxiliadora en Antioquia y el Niño Jesús de Praga reina en el Viejo Caldas. San Cristóbal es el patrono del estrato 6 y su puesto en taxis y camiones lo ocupa ahora la Virgen del Carmen.
+La lista de ventas reserva algunas sorpresas. El Sagrado Corazón, que por ley de la República nos tiene de su mano —aunque parece que más bien nos dejó caer—, ocupa un honroso puesto 19; en cambio hay que rodar hasta el 72 para hallar la Virgen de Chiquiquirá, patrona nacional. El Señor de Monserrate está bastante caído: anda en el puesto 90. Y José Gregorio Hernández, sin ser santo ni cosa por el estilo, ocupa el 39.
+San Martín de Porres ha sido barrido por el tiempo; fue favorito hace años, y ahora sostiene su escoba en el 63. El espectral San Miguel Arcángel es sólido subcampeón y el Ángel de la Guarda, en varias versiones, aparece en los puestos 5, 7 y 12. En total, hay cinco criaturas angelicales en los veinte primeros. La Virgen de Fátima (43) derrota por poco a la de Bojacá, abogada de la salud. Con el amor libre y el debilitamiento de la institución matrimonial, San Antonio ha descendido al puesto 48, y algunos patronos que gozaron de prestigio, como Santa Rita, San Luis Gonzaga, San Juan Bosco y San Pedro Claver, nacionalizado como santo, ni siquiera figuran.
+Simplemente Jesucristo ocupa una humilde septuagésimacuarta plaza; y Juan Pablo II —el único vivo de la lista— desborda a la otrora popular dupleta de San Pedro y San Pablo. Bien ubicadas aparecen devociones curiosas e impersonales como el Justo Juez (13), la Oración de una Madre (14) y la Mano Poderosa (16).
+Hurtado predice que la advocación de Pancracio se ha consolidado. Es posible que permanezca muchos años a la cabeza de nuestro firmamento nacional. Pero también podría tratarse de una moda efímera. No se sabe. Son cosas que no dependen de Dios sino de la reforma fiscal, los precios del crudo, la estabilidad del dólar, el control del desempleo, el avance de la inflación y los cupos bancarios de redescuento.
+(2000)
+La vida breve de uno de los más famosos periódicos de la historia de Colombia y de sus pintorescos autores.
+EL 28 DE ENERO DE 1849 fue un domingo de bochinche en la provinciana Bogotá, que celebraba apenas treinta años de vida republicana. Pegado en algunos muros de la ciudad amaneció el siguiente cartel:
+Hoy sale El Alacrán, reptil rabioso, / que hiere sin piedad, sin compasión; /
+animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón. /
+Estaba entre los tipos escondido, / emponzoñando su punzón fatal, /
+mas, ¡ay!, que de la imprenta se ha salido /
+y lo da Pancho Pardo por un real.
+Muchos no resistieron la curiosidad y acudieron a la tienda de mercancías de don Francisco Pardo para comprar un ejemplar del nuevo periódico. No tardaron en saber que, efectivamente, era un alacrán impreso que clavaba febrilmente su aguijón sobre las plácidas cabezas de los aristócratas locales. Allí, en picante verso, se sugería que Patricio Armero es tuerto y está enamorado de su propia hija; que Manuelita Maza «se está poniendo fea»; que el doctor Baraya habla como un loro; que el samario Luis Mac Orlan tiene «cara de antropófago»; que «doña Mariana Montoya chochea»; que Teodoro —¿Valenzuela?— es un tacaño; que «apesta como un vasín la nariz de Carbonell»…
+Además se deseaba la muerte al arzobispo —«Viera yo en la Catedral / al Arzobispo tendido»—, se revelaba que un tal Restrepo pretende a la hija de Joaquín Escovar por su dinero y se tildaba a una dama de apellido Posada de ser «grande como una ladilla».
+Fue una bomba. Una bomba anónima, porque no figuraba el nombre del autor del pasquín.
+Al día siguiente, uno de los agraviados preguntó a su amigo Joaquín Pablo Posada, joven costeño afincado desde muchos años atrás en la capital, si conocía al responsable de los insultos. Posada le dijo que sí sabía quién era, pero que se trataba de un secreto. El amigo insistió.
+—Vamos a tu casa, almorcemos y después te lo revelo —le dijo entonces Posada, según cita Cordovez Moure en sus Reminiscencias—. Por supuesto que con mucha reserva.
+Así fue. Se dirigieron a la casa del ofendido —cuyo nombre no consta en la historia—, almorzaron de manera opípara y, al terminar la comida, el anfitrión pidió al huésped que descubriera al autor.
+—Con mucho gusto —replicó Posada—: soy yo, tu muy atento y seguro servidor.
+Incrédulo en un principio, e iracundo después, el anfitrión agarró un cuchillo de la mesa y se dispuso a apuñalar al autor de los agravios rimados que tenían conmovida a la ciudad. Pero no logró su cometido. Ante la crispación que reinaba en la flor de la cachaquería, Posada se había apercibido también de un puñal por lo que pudiera ocurrir. Pero no ocurrió nada. Otros comensales evitaron el duelo, digno de compadritos de la Boca.
+De esta manera se supo quién era el autor de los textos de El Alacrán.
+Siglo y medio después del incidente, El Alacrán sigue siendo uno de los más famosos periódicos de la historia nacional y de él se han hecho más reproducciones facsimilares que de muchos otros que tuvieron vida larga y sosegada.
+En efecto, El Alacrán vivió poco. Salió apenas siete veces: circuló entre el 28 de enero y el 22 de febrero de 1849, y en total publicó 56 páginas, ocho en cada entrega. Pasaron ocho días entre el primero y el segundo número; los siguientes salieron a razón de dos por semana.
+Tan breve trayectoria le bastó para adquirir fama imperecedera y convertirse en foco de polémicas que se prolongan hasta ahora. Algunos historiadores, como Daniel Samper Ortega, lo han tenido por pasquín irresponsable, así como consideran a Posada un periodista «temible por su falta de escrúpulos» y un chantajista menor dedicado a «propinar sablazos a sus amigos». Otros, como Enrique Santos Molano, piensan que estamos ante «un ser humano excepcional» víctima de conceptos equivocados, y lo matriculan en «un sitial de relieve en la estirpe de los Prometeos».
+Entre la opinión de Samper Ortega y la de Santos Molano transcurrió cerca de medio siglo —que va de 1935 a 1985—, plazo suficiente para reivindicar la imagen de Posada. Ninguno de los dos, por supuesto, lo conoció en persona. Pero un contemporáneo suyo, poco afín a sus ideas, nos dejó una imagen bastante amable del personaje. «Posada es un joven a quien es preciso amar por generoso, por entendido y por valiente», escribió en 1852 don Juan Francisco Ortiz. Y aunque lo elogia por «el chiste y la pureza» de sus versos, se abstiene de mencionar siquiera aquel Alacrán que tantas ampollas levantó en la sociedad bogotana y tantos males trajo a sus autores.
+Autores, y no autor, porque Posada no fue el único redactor de las hojas. Si bien el primer número fue obra enteramente suya, y en los restantes produjo tres cuartos del texto, lo acompañó en la aventura, y sufrió con él las represalias, su amigo Germán Gutiérrez de Piñeres.
+Cartagenero como su cuate, Gutiérrez era algo mayor que él. Había nacido en 1816 y Joaquín Pablo en 1825. Pertenecían los dos a la burguesía de la ciudad amurallada, pero desde niños viajaron con sus padres a Bogotá, donde se educaron. Podría pensarse, pues, que fundaron la estirpe de los cartacachacos, a la que han pertenecido después ilustres mestizos geográficos situados a medio camino entre el castillo de San Felipe de Barajas y el Mono de la Pila, como Rafael Núñez, Ernesto Carlos Martelo, Tito de Zubiría, Enrique Grau, Pepino Mogollón y Orlando Cabrales.
+Los dos amigos eran liberales, progresistas y rumberos; tocaban la guitarra, cantaban, y disfrutaban peleando con los conservadores. Una de esas riñas partidistas empezó con insultos y terminó con un duelo en las faldas de Monserrate. Gutiérrez llevó a Posada de padrino contra José María Torres Caicedo, un joven beligerante y godo. Se batieron a pistola en medio de solemnidades mohosas y frases dignas del teatro de Lope deVega, y el pleito se liquidó con un tiro que le ajustó Gutiérrez a su rival bajo el omoplato derecho. Corolarios del desafío fueron un delicioso relato que dejó Posada del episodio y un viaje a Europa que debió hacer Torres Caicedo para que le extrajeran la bala. Al final, el plomo le trajo suerte al herido, que se quedó a vivir en París y llegó a ser el colombiano más famoso, respetado y bailado de Europa.
+En cuanto al vencedor y a su padrino, varias veces más se vieron envueltos en duelos. Pero nunca se celebró el que habría sido el más sensacional de todos, pelo contra pelo, entre Posada y José Eusebio Caro —fundador del Partido Conservador y padre del romanticismo colombiano—, porque Caro se negó a batirse con el escritor de sátiras y dicterios.
+La idea de El Alacrán fue de Posada, y Gutiérrez lo respaldó por amistad y convicción. El propósito era triple: mamarle gallo a la sociedad bogotana de la cual formaban parte como hijos adoptivos, disparar contra sus enemigos políticos, y divulgar ideas del comunismo utópico que estaba en boga en Europa.
+El propósito primario se logró de inmediato. Cuando aparece el segundo número, los dos autores ya han sido denunciados por los insultos del primero: el Tuerto Armero emprende contra ellos algo parecido a una tutela. Y cuando ve la luz el tercero, Posada y Gutiérrez ya están presos.
+Ellos responden a la denuncia con un memorial en verso:
+Germán Piñeres y Joaquín Posada, / ante Usía, seño juez, representamos / que hoy hace
+quince días nos hallamos /
+detenidos en cárcel y hospital /
+porque se sigue contra nos el juicio / por presuntivo abuso de la imprenta, /
+que el señor don Patricio Armero intenta, / coadyuvado también por el fiscal.
+Más adelante, como lo haría un siglo después Rafael Escalona en su famoso paseo sobre Sabita y el jerre jerre, solicitan pruebas científicas que pretenden justificar el haber llamado «tuerto» a su víctima:
+Los médicos dirán si en su concepto, / según los que les dicten su conciencia / y las leyes
+eternas de su ciencia, / el mencionado Armero es tuerto o no.
+Al rechazar el juez el picaresco recurso, los dos compañeros se ven obligados a escribir desde la cárcel los cuatro números siguientes de El Alacrán. En sus páginas se defienden, proclaman su inocencia, denuncian a sus jueces, vociferan contra la oligarquía y culpan de su estado a los ricos. Pero no dan la cola a torcer. Por el contrario, el penúltimo número dice en su primera página:
+Por más que quieran el rabo / cortar al fiero Alacrán / conseguirlo no podrán, / porque oprimido es más bravo.
+Después de que el periódico circula por última vez, a fines de febrero, ellos siguen presos. Al parecer, Posada resuelve sumar a su cautiverio temporal el permanente y contrae matrimonio, estando en la cárcel, con Inés Morales Montenegro, a quien los historiadores coinciden en describir como una preciosa jovencita de sociedad con la que llevaba dos años de noviazgo.
+Los dos «alacranes», como los apodaban ya, permanecerán en la guandoca cinco meses más, hasta cuando una amnistía a los delitos de imprenta que dicta el nuevo presidente, José Hilario López, les permite salir en libertad.
+A partir de ese momento, desdeñados por el poder capitalino, regresan a Cartagena. Pero no por demasiado tiempo. En 1854 ya están de nuevo en Bogotá. Se han unido a los artesanos y gentes del común que, en una gesta que el país todavía no ha sabido valorar en toda su importancia, quieren mayor poder para el pueblo. El movimiento, impregnado de un intenso pero ingenuo aroma socialista, llega al poder el 17 de abril de ese año de manera inusitada: con un espadón al frente. Es el general José María Melo, que ni estaba comprometido a fondo con la causa popular, ni a la postre resultó ser el astuto estratega que se esperaba de él.
+Posada fue el periodista del efímero régimen. En 1852 y 1853 había sido editor de El Orden, un periódico que fundará Melo para encomiar al Ejército. Ahora, con el general en el solio, Joaquín Pablo defendía al militar a capa y guitarra. Literalmente. Empuñando la suya, llegó una noche a Palacio con otros amigos y le soltó al general una serenata en la que, entre otras estrofas, le decía:
+Nuestra canción escucha / desde tu lecho; /
+es justo que respire / tu noble pecho; /
+que Dios bendiga / tu sueño y que repare / tanta fatiga.
+La llamada dictadura de Melo fue en realidad un cuartelazo a regañadientes —se le ofreció primero el poder omnímodo al presidente José María Obando, y este lo rechazó— que reveló las desordenadas reivindicaciones sociales ya latentes en nuestra sociedad. Contra ella se unieron los generales liberales y conservadores que hasta entonces guerreaban entre sí, y acabaron derrocándola a principios de diciembre del mismo 54. Muchos de los artesanos de sociedades democráticas que la defendieron quedaron tendidos en las calles. Joaquín Pablo Posada, herido en combate, fue desterrado junto con Melo y 800 artesanos.
+Del destierro regresó el cartagenero más de un año después. En ese punto, ya se habían separado las vidas de los amigos y ambas entraban en una tortuosa e irreparable ladera de adversidades.
+Gutiérrez de Piñeres se convirtió primero en tabernero de mala muerte y después en una mezcla de mendigo y protohippie. En noviembre de 1872 una creciente del río San Agustín, en el sitio que es hoy la cara sur del Palacio de Nariño, arrasó los colchones de varios pordioseros que dormían en tugurios a la vera de la quebrada. Uno de ellos era Germán Gutiérrez de Piñeres. Estaba gravemente enfermo, y la remojada acabó de debilitar su precaria salud. Acudieron a auxiliarlo Posada y otros amigos, lo llevaron a casa de su hermano y en ella murió pocos días después.
+En cuanto a Posada, volvemos a encontrarlo apoyando en 1856 la candidatura de Tomás Cipriano de Mosquera y publicando algunos versos en 1857. Pero Bogotá no le perdona el irrespeto de años atrás, ni siquiera cuando declara, en carta a José Eusebio Caro, que lo de El Alacrán fue una ligereza de juventud: «He probado —dice— que conocí mi error y que me arrepentí sinceramente de haberlo cometido».
+Por fin, a fuerza de préstamos y colectas, Posada logra viajar con su familia a La Habana en enero de 1858. Allí, y en Centroamérica, llegó a ser un celebrado poeta menor. Pero siempre quiso volver a Colombia, y volvió en 1969. Permaneció varios años en Bogotá saltando matones, y en 1878 viajó a Barranquilla, en procura de mejores climas.
+El 4 de abril de 1879, estando en el lecho de enfermo y sin un peso, supo que pasaba por la ciudad, camino a Nueva York, su amigo Ismael Ocampo. Pidió entonces papel y pluma y escribió un poema de ocho estrofas al viajero. Uno de ellos decía:
+Yo no me lanzo a mayores: / me limito a ínfima cuota; /a una yanqui morrocota, / que implica veinte favores, /quiero decir: dos cóndores, / que son cien francos franceses, /cuatro libras entre ingleses, / en el Perú veinte soles, /veinte duros españoles, / veinte mil reis portugueses.
+Era su sablazo postrero. Cuatro horas más tarde, cuando Ocampo llegó con el dinero a la habitación de Posada, este agonizaba. Falleció minutos después. Tenía 54 años, pero dicen que ofrecía el aspecto de un octogenario.
+Con el tiempo, el nombre de Posada como crítico social y poeta jocoso se consolidó. Hoy figura a la cabeza de una línea de humoristas satíricos que incluye, entre los fallecidos, al dibujante Ricardo Rendón, a Klim y a Ricardo Arbeláez, ingenioso, izquierdista, pendenciero, desbordado, desperdiciado, apodado el Loco y descendiente del inolvidable alacrán Joaquín Pablo Posada.
+(2000)
+Brillante, pequeño, perezoso, escéptico, desaprovechado entonces y olvidado hoy, los contemporáneos de este pensador y político liberal lo consideraban el más notable cerebro del país.
+UNA NOCHE DE 1874 LOS embajadores de decenas de países del mundo acreditados en Inglaterra hacían cola en el palacio real para el besamanos de la pomposa, rotunda, pacata e interminable reina Victoria. Poco dada a las sonrisas, la reina no pudo sin embargo evitar una carcajada cuando aparecieron ante ella, en cómico contraste, un embajador nórdico de casi un metro con noventa seguido de un embajador tropical que apenas levantaba metro y medio. La ofuscación de este último por la real risa fue tan notoria que misiá Victoria, «muerta de la pena, ala», lo invitó a tomar el té un par de días después y acabó convertida en su amiga y admiradora.
+El embajador de metro y medio era Felipe Zapata Vargas, una de las inteligencias más prodigiosas y escépticas que ha producido la historia de Colombia, y de su paso por Inglaterra quedaron huellas más perdurables que el molesto incidente de protocolo.
+En efecto, unos meses después Zapata fue invitado a conocer la pujante industria de Manchester. El diplomático se interesó en los procesos fabriles y la maquinaria productiva mucho más allá de lo que los empresarios estaban acostumbrados a ver en un embajador, y dejó caer varios comentarios acerca del trabajo mecanizado, agotador y rutinario de algunos trabajadores de textiles. Pasadas unas semanas, Zapata invitó a los empresarios a conocer un invento que había diseñado para sustituir por una máquina ese trabajo arduo y monótono.
+Los ingenieros se mostraron admirados. Una vez aplicado el invento a los telares, la producción no sólo aumentó sino que alivió a los obreros, de modo que los empresarios, reunidos, enviaron una notable suma de libras esterlinas al embajador Zapata a cambio de su aporte. Pero el representante colombiano, que no era ingeniero sino abogado y profesaba profundo desdén por las cosas materiales, devolvió el cheque diciendo que su contribución estaba suficientemente pagada por el mero hecho de saber que había beneficiado a los trabajadores.
+Así era Zapata, un personaje excepcional por su inteligencia y por su condición física. Una cabeza de larga melena y ojos azules «de acero» coronaba su cuerpo pequeño. Cultivaba bigotes nitzcheanos y una pequeña perilla bajo el labio inferior. Aunque de raíces santandereanas —su padre había sido el general Ramón Zapata, prócer de la Independencia— nació en Bogotá el 24 de mayo de 1838 y estudió en Zapatoca, tierra de sus mayores. Su hermano Dámaso fue educador de enorme dinamismo que sentó las bases de la instrucción en Colombia.
+Zapatica se distinguió en Zapatoca por su talento igualmente grande para las matemáticas, las ciencias y las humanidades. Pero también por su pereza, tan descomunal como su talento. Fue una pereza que se hizo famosa en la Colombia del último medio siglo XIX y condujo a Rafael Núñez a pronunciar una frase memorable: «Muerto Murillo, no le temo como adversario sino a Felipe Zapata. Por ventura es perezoso. Si Felipe tuviera la actividad de su hermano Dámaso, tendríamos en Colombia un Napoleón».
+En realidad, Núñez dijo mucho más sobre Felipe Zapata. «Escribe poco, habla menos y piensa mucho —escribió el jefe conservador—. En su cerebro hay una constante elaboración de ideas… Si no fuera por su escéptica pereza, Felipe Zapata no tendría en este país quien lo sobrepujase».
+El texto de Núñez tiene más mérito en cuanto se refiere a quien fue eterno adversario político suyo. Sin embargo, la clave de la posición intelectual de Zapata no se encierra tanto en la palabra pereza como en la palabra escepticismo. Bien visto, Zapata fue un tipo diligente, que desplegó numerosas actividades y culminó con éxito casi todos los proyectos en que metió su enorme cabeza. Fue abogado notable, educador, inventor, académico, periodista, comerciante, representante, senador, gobernador, ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores y diletante sabroso. También ejerció como guerrero, único aspecto en que tuvo poca suerte. En 1860 combatió con las tropas liberales para defender la legalidad y fue derrotado y hecho prisionero. Su ideología correspondía al radicalismo liberal, pero se mostró enemigo de la fórmula federalista. Pensaba que el mejor sistema para Colombia era un régimen parlamentario semejante al inglés, en torno a una organización central.
+Escéptico sí era. Rechazó decenas de postulaciones, honores, cargos y encargos. Ninguno de sus contemporáneos duda de que, si lo hubiese querido, habría sido candidato liberal y presidente de la República. Pero nada de eso le interesaba. En el fondo, tenía todo ello en poca estima.
+Una anécdota del escritor popayanejo José María Quijano Wallis, contemporáneo de Zapata, muestra hasta qué punto había pulido su escepticismo en los último años de su vida, cuando los dos coincidieron en Bruselas (Bélgica). Enterado por Quijano de que el gobierno de Miguel Antonio Caro había cerrado el periódico El Relator y confiscado la imprenta de su viejo colega y camarada Santiago Pérez, comentó Felipe sin la menor irritación:
+—El país se ha dado las instituciones autocráticas que hoy tiene —la Constitución del 86—. ¿Por qué sorprenderse de lo que han hecho con Pérez? Él tiene la culpa por meterse a escribir en un país donde no hay libertad de imprenta.
+Quijano estaba indignado.
+—¡Pero si el doctor Pérez trabajaba por la paz!
+—Mejor se trabaja por la paz no haciendo oposición —contestó Zapata «con sonrisa volteriana».
+Molesto por la frialdad de su amigo, Quijano se retiró enfadado y no volvió a verlo durante un tiempo.
+Había que entenderlo. Zapata carecía de las ambiciones habituales que despierta la política. Prefería quedarse en casa leyendo o armando máquinas de la tipografía donde aparecía alguno de sus periódicos, que asistiendo a reuniones de partido. Fue fundador de la Academia de la Lengua —él y Santiago Pérez eran los únicos liberales en una docena de pioneros— y cuando tuvo que hacerlo presentó un trabajo de excepcional profundidad sobre etimologías árabes, latinas y griegas en el español.
+Eran igualmente antológicas sus notas diplomáticas dirigidas a otros Gobiernos durante su gestión como canciller. Don Carlos Holguín, que fue también adversario suyo, comentó alguna vez: «No hay nada más preciso, más sobrio ni más pleno de ciencia que las notas de Zapatica. Yo las ofrezco a mis discípulos como los mejores modelos para imitar y aprender».
+Decía un discípulo de Santiago Pérez: «No he conocido un colombiano de más fósforo en el cerebro que Felipe Zapata». García Ortiz agrega: «Era la más luminosa de las cabezas liberales, poderoso intelecto aplicado siempre a algo trascendental». El profesor Luis López de Mesa afirmó: «Encerró en un cuerpo pequeño una de las almas más bien templadas y rectas que haya producido la patria». Quijano Wallis señaló: «Felipe Zapata ha sido, en mi opinión, la más poderosa mentalidad que ha producido la República». Salvador Camacho Roldán refirió de él que «carecía de voluntad por carencia de ambiciones». Cuando Marco Fidel Suárez viajó de Medellín a Bogotá lo hizo atraído por algunas personas que quería conocer: «Entre ellas estaban el señor Caro, el señor Cuervo y el doctor Felipe Zapata, por lo chiquito y por lo grande».
+Su fama de hombre inteligente seguramente era comparable a la que hoy tiene el expresidente Alfonso López Michelsen entre sus contemporáneos.
+¿Por qué Colombia no aprovechó mejor las luces de Felipe Zapata? Es indudable que él mismo no estaba dispuesto a luchar por una carrera política. Ni creía que valiera la pena, ni le producía entusiasmo conseguirla. Pero, además, al mismo tiempo que reconocía su inteligencia, el país lo sometía a oprobiosas pruebas, como vetarlo en el Congreso como ministro de Relaciones Exteriores de Francisco Javier Zaldúa como desquite por sus ataques a Núñez. Es tristemente elocuente que uno de los colombianos más capaces y rectos de la historia hubiera tenido que vivir sus últimos 17 años en el exterior.
+De él, al fin de cuentas, quedó poco, si se excluyen una reforma educativa y unas cuantas páginas maestras. Porque es verdad que Zapata escribió poco. Pero cada vez que publicaba uno de sus artículos de fondo temblaba el país.
+En 1863, durante la Convención de Rionegro, redactó una pieza contra Tomás Cipriano de Mosquera. Mosquera cabalgaba en ese momento en lo más alto de su carrera como caudillo y los argumentos del artículo provocaron la ira del fogoso general y de sus amigos. Todos sospechaban que el autor debía de ser uno de los asistentes al Congreso, pero estaban seguros de que jamás lograrían identificarlo. Se equivocaban en lo segundo, no en lo primero. Después de un discurso incendiario de Mosquera contra el panfleto, Zapata se irguió y con voz tranquila advirtió al belicoso caudillo y al exaltado auditorio:
+—No averigüe más por el autor del artículo, general, porque está frente a usted. Soy yo.
+La pelea con Mosquera estaba apenas en el primer round. En 1866, durante un nuevo gobierno del tempestuoso Mascachochas, volvió a enfrentarse contra él. Escribe al respecto el historiador Laureano García Ortiz: «Tres mosqueteros de pluma y del más genuino liberalismo, Felipe Zapata, Santiago Pérez y Tomás Cuenca, fundaron El Mensajero para combatir la dictadura y dieron en tierra con ella. Quedó desde entonces establecido que en Colombia la pluma es arma más fuerte y eficaz que la espada».
+Como buen escéptico, Zapata era también mamagallista consumado. El tercero de sus grandes escritos, «La responsabilidad del partido conservador», apareció publicado en 1880 y fue un terremoto entre los copartidarios de Núñez. Nadie sabía quién era el autor de una pieza tan demoledora, pero todos lo atribuían a algún jefe conservador, quizás Mariano Ospina Rodríguez. Hasta ese punto había logrado camuflar su pluma Zapata, quien los dejó especular durante un tiempo y acabó al final confesando su travesura: una pequeña picardía que por poco acaba con Nuñez.
+Después de ayudar a derrocar a Mosquera, Zapata había colgado la pluma y ocupado varios altos cargos. El liberalismo perdió el poder en 1884 y volvió a subir Núñez, uno de esos personajes que él disfrutaba atacando. Se despachó entonces Felipe con una serie de denuncias contra un empréstito internacional que negociaba en representación del Gobierno su delegado, Salomón Koppel. Tal parece que sus denuncias malograron al final el empréstito, cosa que no le perdonó Núñez. Los artículos, además, desprestigiaron al régimen, y significaron para Zapata un pasaporte hacia el destierro voluntario, esa forma tan colombiana de extrañamiento que no obedece a leyes sino a presiones. En 1885 viajó a Londres dispuesto a empezar una nueva vida. Tres años después logró llevar a su familia, y ya no regresó a Colombia.
+Alternaba su residencia y sus negocios entre Londres y Bruselas, pero sus ojos azules estaban siempre puestos en su tierra. Prueba de ello fue el último mensaje de su vida, que escribió a manera de carta a Miguel Camacho Roldán el 18 de junio de 1902 en Bruselas, y fue publicado en El Nuevo Tiempo de Bogotá el 1 de agosto. Algunos románticos lo bautizaron «El canto del cisne», pero en realidad se titulaba «La responsabilidad del directorio liberal» y estaba enderezado a exigir al Partido Liberal un acuerdo digno para poner fin a la guerra de los Mil Días. «Un tratado de paz entre un Gobierno y una revolución que depone las armas —decía— es una obligación moral que no puede tener otra garantía que la del honor».
+El documento provocó, como los anteriores, profunda impresión en el país y en el liberalismo, vapuleado y vuelto hilachas por una guerra que perdía.
+Pocos supieron que su autor había muerto en Bruselas tres días antes, a los 64 años, víctima de una pulmonía. Allí está enterrado en compañía de su esposa, Soledad Cuenca. Ni vivo ni muerto hubo un lugar digno en Colombia para el cerebro más notable que produjo nuestro siglo XIX.
+(2001)
+En Santiago de Cuba, cuna y casa de la trova, hubo una vez un personaje que cortaba telas y melodías, que fue espía revolucionario y que dejó un género musical que tiene ya 116 años.
+LA VIEJA FOTOGRAFÍA LO muestra como un personaje algo tieso y ridículo: se trata de un mulato de ojos asustados; pelo quieto y escaso; bigote tupido; cuello almidonado con abotonadura de fantasía, y —Dios nos tenga de su mano— corbatín negro de smoking. Si le cuentan a uno que era compositor genial de boleros, no se lo cree. Si le revelan que era un agente revolucionario, mucho menos. Si le dicen que era un sastre, eso sí, caballeros: sastre sí.
+Y, sin embargo, José Pepe Sánchez fue las tres cosas. Inventó el bolero, participó en la red urbana de patriotas cubanos que luchaban contra el imperio español y fue elegante cortador de trajes.
+En el patio principal de la Casa de la Trova, en Santiago de Cuba, que es como quien dice el Belén del bolero y el son, aparece el busto de Pepe Sánchez en semirrelieve. No hay que extrañarse, pues la casa lleva su nombre. Sería un exceso decir que este nuevo y meritorio intento por perpetuar visualmente al músico, revolucionario y sastre lo favorece. Por el contrario. Compite de desventajosa manera con la foto. Pero lo interesante es eso: que no se trata de estrellitas de la balada fabricadas con artificios técnicos en estudios multimillonarios, sino de cantores populares, auténticos, de los cuales no queda más retrato que el de la cédula ni otro busto que el que amasó de él un compadre artesano.
+Esa imagen rústica preside el altar principal del bolero en la Casa de la Trova, y ante ella hay que llegar con emoción y recogimiento: ¿qué sería de nosotros, pobres mortales, sin la música caribeña? ¿Qué sería de la música caribeña sin el bolero? ¿Qué sería del bolero sin José Sánchez?
+Nada, nada y nada. Eso lo saben bien en Santiago de Cuba, provincia definida por igual como indómita y como lírica, y por eso la Casa se conserva como en los tiempos de los trovadores. No nació el bolero en esta edificación situada en la calle Heredia entre San Pedro y San Félix, evidentemente. Pero desde hace medio siglo, cuando la pequeña cantina de Virgilio Palais —muerto en 1968— empezó a volverse centro de trovadores, este es el Vaticano del bolero. «La olla de Santiago», como dice un son de Julio Rodríguez.
+Todos los días, desde la mañana caliente hasta la alta noche, toca en el patio interior de La bodeguita o en alguno de sus salones un desfile de solistas, dúos, tríos, quintetos, septetos, octetos, estudiantinas y cuanto en la región, en Cuba y en el mundo del son y el bolero vale la pena. El más humilde de los soneros que entona un bolero de Rosendo Ruiz bajo los balcones de la Casa de la Trova tiene más ritmo en sus venas que ciertas figuras de relumbrón de la fábrica Estefan en Miami. Por este patio han trasegado músicos legendarios —y en ocasiones analfabetas— como Miguel Matamoros, el de «Lágrimas negras»; Ñico Saquito, el de «María Cristina me quiere gobernar», Sindo Garay, el de «La tarde»; Compay Segundo —Francisco Repilado— e Ibrahim Ferrer, los de Buenavista Social Club… Ante las mesitas redondas se han sentado noches enteras a tomar mojito y oír trovadores maravillosos algunos individuos relativamente conocidos como Víctor Jara, Joan Manuel Serrat y un tal George Harrison, aprendiz de sonero de Los Beatles.
+El artista principal de la Casa de la Trova es ahora Elíades Ochoa, considerado el más grande guitarrista vivo de salsa: millón y medio de discos vendidos, dos premios Grammy, cerca de 30 giras internacionales. En cualquier momento puede aparecer Elíades con su aspecto de Hoppalong Cassidy, su vestido oscuro, su sombrero negro, su perilla de chivo, su famoso Cuarteto Patria, y arrancar a tocar montunos y guarachas.
+Pero también puede ocurrir que se reúnan los jóvenes del Septeto Santiaguero y estrenen alguno de los números nuevos que prolongan el viejo espíritu de la música cubana, como «Son para una chinita», de Osnel Odit. Será famoso.
+Ahora bien: Pepe Sánchez nunca tocó en la Casa de la Trova. Él murió en 1918, y la bodeguita de Virgilio sólo se volvió repercutidero de trovadores 35 años después. Y apenas en marzo de 1968 se convirtió formalmente en hogar de la música cubana. Pero Cristo tampoco estuvo nunca en Roma, y sin embargo desde allá despacha el Papa.
+En tiempos de Sánchez, las reuniones de cantantes y guitarristas tenían lugar en su propia casa, lugar de cita de poetas y de artistas. Hacia 1880, el morocho Pepe formaba parte de la llamada «burguesía de color» de Santiago de Cuba. Tenía menos de 30 años —había nacido en 1856— y, sin ser rico, llevaba una vida económica desahogada. Su tijera era la preferida de la oligarquía santiaguera y había invertido y preservado sus modestos ahorros en minas de cobre. Pero su pasión era la música regional, que había aprendido sin saber cómo en el hogar paterno y pulido merced a su afición por la ópera italiana y la zarzuela.
+En casa de Sánchez, pues, los fines de semana eran de música. En esa sala, una tarde de 1885, los asistentes oyeron por primera vez una melodía desconocida. Se trataba de una mezcla de habanera y danzón que tenía como característica un motivo rítmico al que se identifica como cinquillo. El musicólogo José Loyola Fernández describe el cinquillo como «una figuración en compás de dos por cuatro integrada por valores de corchea, semicorchea y corchea que se repite simétricamente como ritmo estable y constante». Esto, en cristiano, significa que, en un sofá de cuatro notas, Sánchez acomodaba cinco. De este modo lograba un ritmo sincopado que se diferenciaba esencialmente de otras expresiones musicales cubanas.
+La pieza que interpretó entonces el sastre tenía como título «Tristezas» —también conocido como «Me entristeces, mujer»— y la letra hacía honor al título:
+Tristezas me dan tus quejas, mujer,
+profundo dolor que dudes de mí;
+no hay prueba de amor que deje entrever
+cuánto sufro y padezco por ti.
+El bolero había nacido de los dedos, el corazón y la garganta de José Sánchez. En dos estrofas y una manotada de palabras estaba ya el genoma total de esta patria musical latinoamericana que sigue más firme que nunca: tristísimos lamentos de amor expresados al ritmo lento de una canción.
+Que un sastre tocara guitarra y compusiera es explicable: en Santiago de Cuba hasta el ruido de las puertas invita al canto y al baile. Que se expresara con palabras tan adoloridas, también: el romanticismo americano estaba en pleno auge, y la poesía y la prosa lloraban copiosamente en todas las latitudes. Y también lo era que Sánchez estuviera comprometido en la causa independentista, cuyo gran capitán fue uno de los grandes poetas románticos de su tiempo, José Martí.
+Cuba empezó a liberarse del Imperio español con retraso de casi medio siglo respecto a las demás naciones latinoamericanas. El epicentro de las más importantes revueltas fue la región de oriente, donde está situada Santiago. En 1869 surgió la primera República de Cuba, que proclamó su autonomía frente a la corona española; este fermento sirvió de caldo de cultivo a otros levantamientos y ejércitos rebeldes que tuvieron, entre otros jefes destacados, a los hermanos Antonio y José Maceo.
+Justamente al servicio de ellos estuvo el inventor del bolero. Desde su sastrería, y gracias a los contactos que le proporcionaban la aguja y la guitarra, José Sánchez hizo las veces de distribuidor de documentos secretos. Así lo reveló uno de sus más famosos discípulos, el longevo Gumersindo Sindo Garay —que nace en 1867 y muere de 101 años en 1968—, Garay recuerda en Memorias de un trovador que, cuando era apenas un niño de ocho años, notó cierta vez que el sastre y su padre hablaban en voz baja en la casa paterna. Poco después lo llamaron los dos compadres y le preguntaron si estaba dispuesto a llevar unos papeles del general José Maceo.
+—Claro que me atrevo a llevarlos, respondió Sindo.
+Le advirtieron entonces que se trataba de documentos muy importantes y que «si me los cogían, habría muchos muertos». El precoz espía cumplió su misión, y entregó a un grupo rebelde urbano las órdenes de guerra que enviaba José Maceo a través de Pepe Sánchez. Unos meses más tarde, el niño Sindo empezaba a tocar en la guitarra preferida de Pepe, y años después los dos formaron un famoso dúo.
+Sánchez no sólo creó el primer bolero, sino que sentó las pautas primigenias del género, descritas así por el profesor colombiano Jaime Rico Salazar: «Dos períodos musicales de 16 compases separados por un pasaje instrumental al que llamaban pasacalle». Con el tiempo, este esquema se reformó y, en los años 40 y 50, la escuela habanera del feeling dinamitó del todo el modelo, incorporó ecos jazzísticos y dio nueva y más compleja vida al género.
+El bolero es, hoy por hoy, con la lengua española y las telenovelas, la mayor prenda de identidad global de América Latina. A principios del siglo XX Cuba lo exportó a México y Puerto Rico, y surgieron nuevos puntales de composición e interpretación. Su auge es mayor que nunca. Luis Miguel lo ha convertido en un éxito de ventas entre los jóvenes, y España, que le dio el nombre pero no el ritmo, es posiblemente el país donde más boleros se componen. Son pocos los cantautores que se interesan por él y no contribuyen a su repertorio: Serrat, Víctor Manuel, Joquín Sabina, Pau Donés, Carlos Cano, Roxana, José María Cano, Augusto Algueró, los hermanos Segura y Antonio Carmona son algunos de los músicos pop que componen boleros. Y los cantan. Y los venden como si de rock se tratara.
+Todo esto empezó hace 116 años con un sastre llamado José Sánchez, que miraba con ojos asustados y usaba cuello almidonado con abotonadura de fantasía. Como si fuera un personaje de bolero, precisamente.
+(2001)
+La dulzada, viejo poema épico-gastronómico colombiano, relata la lucha de los dulces criollos por la supervivencia. Rescate de una aventura no apta para cardiacos… ni diabéticos.
+UNA NOTICIA DULCE: LOS «postreros» ya tenemos libro. Aquellos a quienes nos encantan los postres, los dulces, las golosinas, el azúcar, los caramelos y hasta la sacarina con almíbar podemos exhibir ya una biblia de cabecera. Se titula La dulzada y su autor es don Ángel Cuervo, hermano mayor del lingüista Rufino José, y filólogo él también.
+Filólogo él también, sólo que a don Ángel (Bogotá: 1838; París: 1896) la lengua le servía para más cosas que a su hermano, pues aprovechaba las papilas gustativas para catar y dejarse seducir por los más variados postres. Gracias a ello nos dejó este largo poema que merece mayor gloria aun que la Iliada, la Odisea o La orestiada. Es también una epopeya, pero en vez de cantar en ella la frágil condición humana, don Ángel celebra la vocación perdurable de los postres. Tiene razón el ya desaparecido académico Eduardo Guzmán Esponda cuando la define como «Iliada de alfeñique».
+Repartida en ocho cantos y un epílogo «por el postre santafereño», La dulzada cumple hasta el empalago aquella misión que se propone en su primera estrofa:
+Yo, vate que pegado estoy al suelo,
+tan sólo quiero que la musa mía
+mi tierno canto de dulzura inspire
+y sólo dulce por doquier respire.
+Pues sí: 161 páginas después, el poema no ha dejado de alabar los dulces y rebullir el mundo del almíbar, como lo hacían con la paila del ariquipe las cocineras de antes. (A propósito: Cuervo y Guzmán Esponda coinciden en afirmar que el flamante dulce de leche bogotano no lleva el nombre esnob de «arequipe», con e, sino el muy santafereño y viejo de «ariquipe», con i).
+La noticia de la existencia de este tratado de repostería épica es nueva para muchos dulceros como yo. Mas La dulzada es vieja. Fue escrita en 1867 y reeditada en 1973. Pero podría decirse que permanece anónima, pues de aquella edición príncipe impresa hace casi siglo y medio sólo queda un ejemplar en la Biblioteca Nacional; y de la que se realizó en 1973 se tiraron tan pocos que hay que tener suerte o librero amigo para echarle mano a uno.
+No existe obra en español que compararse pueda con esta al hacer el encomio de las maravillas del azúcar. En lo que concierne a la literatura colombiana, conviene reconocer que sus anales registran poemas o trozos líricos dedicados a otros protagonistas del arte gastronómico —gracias sean dadas a Guzmán Esponda por varios que aporta en el prólogo a La dulzada—.
+Los hay al envuelto y la hayaca, como el famoso poema de Juan José Botero
+¡Esponjado tamal, yo te saludo!
+¡Salve mil veces, oloroso envuelto
+bienvenido si traes en tu vientre
+dos grandes presas y un carnudo hueso!
+También a las frutas, como lo hace Hernando Domínguez Camargo en su barroca biografía de San Ignacio de Loyola:
+Pelícano de frutas, la granada,
+herida en sus purpúreos corazones
+su leche les propina colorada,
+en muchos que el rubí rompió pezones.
+No traten de entenderlo a la primera leída. Es gongorismo, el gran predecesor del crucigrama. También en este poema florece el canto a los frutos secos:
+En su cáscara cerrada el avellana,
+sordo ya cascabel, rodó a la mesa…
+Luis Carlos El Tuerto López hace la apología del humilde menú popular:
+¡Que aquí —la Nueva Arcadia del Caribe—
+nadie pinta y esculpe y nadie escribe!
+¡Pero se come arroz, carne y arroz!
+Ignacio Gutiérrez Vergara y Andrés Marroquín perpetraron sendas odas al mecato, de donde salen versos como estos:
+Sobre el plato ya brilla
+la arepa, el pan tostado, el bizcochuelo,
+el queso y mantequilla
+y el hermoso espejuelo.
+(…) Que en la sonora cítara de Apolo
+el chocolate cante Ignacio solo.
+Rafael Pombo se inspiró en tubérculos:
+¿Cena patriótica? Ajiaco a la moderna,
+de papas de año, que con papas criollas
+(…) se espesa al fin; y bien cebadas pollas…
+Aunque también hizo constar lo que devoraba la «pobre viejecita, sin nadita que comer»…
+… sino carnes, frutas, dulces,
+tortas, huevos, pan y pez.
+Bebía caldo, chocolate,
+leche, vino, té y café…
+Y Fray Lejón consignó por escrito sus emociones de colesterol:
+Dizque con huevos se zanja
+la falta de carne hoy en día;
+mas ya nadie los ansia
+porque son huevos de granja.
+Pero nos fuimos por los huevos y por las ramas, y en realidad se trata de dar noticia aquí de La dulzada, por lo que abandono la alimentación de sal y me concentro en los postres.
+El poema relata de don Ángel Cuervo la lucha entre el noble Alfajor de Trapiche y el pérfido Monsieur Pastel por el amor de la nívea Oblea, habitante de una comarca que le hace a uno agua la boca:
+Un limpio lago de Ariquipe brilla
+que, al impulso del viento sonoroso,
+sus ondas mueve hasta la verde orilla,
+almendras mil con garbo majestuoso
+hermosean su faz a maravilla (…)
+La fuente que, saliendo alabastrina,
+Guarrúz a borbotones sólo ofrece;
+por un torrente que furioso crece
+nadan troncos de Clavo y de Canela.
+La historia es más o menos así: el buen Alfajor conquista el corazón de la dama y casa con ella, pero el villano Pastel la rapta y arrastra a sus oscuras cuevas. Viene una larga guerra en la cual Alfajor cuenta con el apoyo de los más tradicionales dulces, desde don Merengue el Mofletudo y el leal Maní Garapiñado hasta el anciano Bizcochuelo, que ofrece sus consejos, y el capitán Tomate de Árbol, al paso que secundan a Pastel los platos de sal y algunos monstruos como el odioso Matapiojos.
+Durante la confrontación ocurren batallas inmortales en las que se destacan las más apetitosas figuras de la bandeja dulcera:
+Mil Panuchas vestidas de Amazonas
+en yeguas cabalgaban de alfandoque…
+Las Cocadas, cubiertas de coronas…
+Los ancianos Buñuelos, lentamente,
+vestidos de barbudos zapadores…
+Los Bocadillos, con chaqueta roja
+y pantalones de amarillos claro
+en una capa se embozaban de hoja
+para hallar contra el clima algún amparo.
+A ellos se suman muchos más que todavía hacen presencia en el cuartel general de las onces contemporáneas, del algo o de la merienda: espejuelos, mojicones, barquillos, roscones, pandeyucas, cuajadas, turrones, caramelos de Zipaquirá, masatos…
+Detrás de las batallas de La dulzada se esconde una realidad bastante amarga. A mediados del siglo pasado habían empezado a entrar a Colombia las delicias sofisticadas y complejas de la pastelería francesa, y don Ángel Cuervo pretende ofrecerles resistencia poética en nombre de la tradición y la repostería de elaboración casera:
+Nos tratan de matar a indigestiones:
+por eso manda Napoleón III
+a tanto ruin y puerco pastelero.
+En el poema, la guerra acaba mal para los buenos. El intruso francés, Monsieur Pastel, da muerte a Alfajor y a Oblea y ordena a sus huestes «que aniquilen sin tregua La dulzada». La derrota de los héroes locales denuncia hasta qué punto era pesimista don Ángel acerca de la supervivencia de las recetas de los dulces hispánicos y criollos frente a la avalancha de los patissiers franceses.
+En la vida real, el resultado del combate no ha sido tan calamitoso. Es verdad que desde 1867 hasta hoy han quedado tendidos en el campo de la cocina colombiana muchos dulces que menciona el poema: entre ellos, palacinos, pestiños, tortetes, horchatas, melindres, guarrúz, yemas, miriñaques, tortas hobachonas, grajeas, orejas de fraile, rosquillas, pestiños, hojuelos, cajetas y guargüeros.
+Pero hay que decir que sobreviven muchos y, sobretodo, se mantienen firmes y sólidas ciertas pailas de antigua tradición almibarada, como la de Petronita en Bogotá y la del Portal de los Dulces en Cartagena.
+(2001)
+UN SIGLO ANTES DE QUE nacieran García Márquez, Fernando Botero, César Rincón, Shakira y Carlos Vives, hubo un colombiano que fue tan famoso y ganó tanto dinero como ellos. Se llamaba José María Vargas Vila, era escritor y panfletario, y llevó una vida exótica y curiosa que en su momento provocó toda suerte de cuchicheos. Hoy sólo lo recuerdan unos pocos, y se piensa de manera casi unánime que su popularidad superó con creces a sus méritos y su prestigio resultó muchísimo mayor que su talento.
+Releer hoy a este novelista que a comienzos del siglo pasado vendía miles de ejemplares exige un esfuerzo de tolerancia gramatical y narrativa que pocos están dispuestos a realizar. Sus páginas, alguna vez innovadoras y salpicadas de erotismo y rebeldía, hoy suenan acartonadas, postizas, almibaradas, vacuas, farragosas:
+Un joven patricio romano, [sic] dijo versos de ella, [sic] con una voz cálida y varonil, que temblaba [sic] sin embargo, con las palpitaciones de un pájaro herido entre el follaje; las estrofas, saliendo [sic] de aquellos labios fuertes, hechos melodiosos por la emoción, adquirían una apariencia sinfónica, cuasi real, como si viese volar un enjambre, hecho lírico en el silencio de la tarde.
+Así escribía sus novelas Vargas Vila. Y se vendían como arroz. Es verdad que sus panfletos resultaban algo más tragables, y que fue valiente al levantar con meritoria rebeldía banderas ideológicas en pro de la libertad y en contra del clero y el imperialismo norteamericano, que en esa época ya azotaba la hoya del Caribe. Como dice la filóloga Consuelo Triviño Anzola, la persona que más ha estudiado su obra, «a Vargas Vila le sobró pasión, lo cual no quiere decir que faltara a la verdad».
+En su momento no sólo cautivó a miles de lectores, sino a más de un intelectual respetable. El escritor italiano Gabriel D’Annunzio dijo de él que si hubiera nacido en Francia estaría sentado a la diestra de Victor Hugo. Amigos suyos fueron Rubén Darío, José Martí, Pompeyo Gener y otras figuras literarias de su tiempo. Muchos años después lo cita Jorge Luis Borges, aunque sólo toma de su vasta obra un insulto proferido contra el poeta peruano José Santos Chocano, muy odiado por ambos: «Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo muriendo en él».
+Pasados cien años, esos 84 volúmenes que él recoge en su inventario resultan prácticamente infumables. «Las novelas de Vargas Vila —dice el historiador británico Malcom Deas, autor de tres ensayos sobre el excéntrico colombiano— nunca fueron buenas y hoy son ilegibles; gran parte de su prosa política es fatigante por el estilo, además vacía y mentirosa, pomposa y canfinflesca, adolescente con todo lo malo de la adolescencia».
+Algunos críticos como Juan Carlos González Espitia, en un sudoroso esfuerzo de imparcialidad, reconocen en Vargas Vila a un «precursor de la vanguardia», a un «interesante intelectual» y a un «escritor completo» a pesar de sus flaquezas. Consuelo Triviño le rinde un homenaje que habría satisfecho el ego astronómico de Vargas Vila al decir que era maestro en «el arte de injuriar». Es tristemente cierto; como indica Malcolm Deas, don José María tenía un enorme talento «para acuñar frases que hicieron carrera». Del poeta guatemalteco Enrique Gómez Carrillo dijo: «Anda siempre detrás de una mujer o una patria para vivir de ellas». Del español Eugenio d’ors: «Nunca la trivialidad, unida a la pedantería, había provocado algo semejante, es conmovedor el esfuerzo que hace para pensar, sin lograrlo». Y sobre Chocano: «Tiene la inmunidad del excremento. Nombrarlo en una mesa es una inconveniencia».
+Quizá corresponde anotar a su favor que en sus melodramas está el huevo del moderno género de las telenovelas, con la diferencia de que hay excelentes telenovelas y en cambio los melodramas de VV ya no hacen reír, sino que aburren. No faltarán, por último, algunos sonrientes y nostálgicos latinoamericanos o españoles de la Cuarta Edad que atribuyan a las escenas eróticas de Vargas Vila sus primeros ejercicios pentadáctilos.
+Pero, digámoslo con franqueza, a la luz del 2002 la obra de quien fue llamado «el Divino» es un bodrio absoluto para los lectores sin ánimo de arqueólogos literarios.
+Aun así, o, mejor, precisamente por eso, hay que preguntarse cómo pudo el autor de semejantes esperpentos haber sido uno de los más leídos en nuestra lengua, hasta el punto de que llegó a ser figura celebérrima y multimillonaria en el mundo español y latinoamericano. En parte se debe a la estética decadente de la época, acongojada por reinos perdidos, enamorada de antiguas opulencias, proclive al sentimentalismo y a la excentricidad. Por otra parte, sin duda, es producto del mito que se formó en torno a la vida del autor. Él mismo se complace en hablar de su «leyenda negra», y González Espitia señala que sobre Vargas Vila ha caído una losa de lugares comunes. Se decía, por ejemplo, que era homosexual, cuando posiblemente no era más que misógino. Corrían rumores exagerados, primero sobre su riqueza y luego sobre su miseria. También se murmuraba sobre borracheras, fiestas desenfrenadas, apuestas multimillonarias en casinos y otros vicios de la época. Vargas Vila lo negó todo en su diario: «Yo no fumo, no bebo licores, no me he acercado nunca a ninguna mesa de juego y, sin embargo, se habla de mis orgías».
+Lo indudable es que llevó una existencia complicada, extraña, a veces un poco sospechosa. Contribuía a ello su particular atuendo: en el nudo de la corbata un camafeo; en la mano derecha un anillo platinado en forma de serpiente con cabeza de brillante; polainas; chalecos de fantasía —Ramón Sopeña, el editor español que hizo millones con sus libros, aseguraba que Vargas Vila dilapidaba fortunas en chalecos—; y, cuando tuvo suficiente pelo, alto copete engominado.
+Fue intérprete fiel del papel que escribió para sí mismo, donde se pinta como hombre solitario, adolorido, atormentado y genial. La realidad es que no era tan solitario como lo proclamaba, ni el dolor le ponía tanta atención como él pretende, ni era ese genio incomprendido que creía.
+Tan enigmático especímen había nacido en Bogotá el 23 de junio de 1860 en la cuna del general radical José María Vargas Vila —de quien toma los dos apellidos— y Elvira Bonilla. Dos de sus hermanas fueron monjas. Quedó pobre y huérfano de padre a los cuatro años y, después de estudiar un tiempo en Funza, se alistó en las filas liberales contra el Gobierno conservador en 1876. Más tarde fue maestro —donde tuvo líos con el clero por denunciar a un sacerdote pederasta—, fue opositor del régimen de Rafael Núñez y se marchó al exilio en 1886. Permaneció cuatro años escribiendo panfletos en Venezuela y uno más en Nueva York. En 1894 se instaló en Europa: París, Roma, Barcelona y Madrid fueron las ciudades donde sentó reales. En algunas de ellas cumplió funciones consulares a nombre de Ecuador y Nicaragua, tal como lo hizo el nicaragüense Rubén Darío como cónsul de Colombia en Buenos Aires.
+A partir de 1882 empezó a derivar su oficio de escritor político hacia otras áreas. Publicó sus primeros poemas —ya olvidados, merced a la amnesia colectiva— y en 1887, cuando residía en Venezuela, imprimió en Cúcuta su más famosa novela, Aura o las violetas, que ha sido llevada al cine varias veces con resultados parecidos al de la obra original. La primera versión apareció en Colombia cuando Vargas Vila se hallaba en plena gloria y cobraba al amparo de ella jugosos derechos. En 1895 circuló Flor de fango, considerada la mejorcita de sus obras. A la sazón, el público ya leía sus páginas con entusiasmo, multiplicado en 1899 al aparecer Ibis, que ganó enorme popularidad.
+En 1902 ya era multimillonario y famoso. «Vargas Vila —dice Consuelo Triviño— llegó a ser uno de los pocos escritores que hizo una fortuna insultando y escandalizando a sus contemporáneos». Aunque la leyenda le atribuye más dinero del que alcanzó a ganar, sí tuvo varias casas en Europa y viajó con asiduidad y lujo.
+Tanta fortuna no lo acompañó durante mucho tiempo. Si bien estuvo en su cenit hace cien años, dos o tres lustros más tarde había pasado la fiebre vargasvílica. En 1915 publicó la que llamó «mi gran tragedia lírica», El huerto del silencio y Sobre las viñas muertas, novela a la que corresponden los párrafos del joven patricio romano citados atrás. En 1916 se vio obligado a publicar diez novelas para echar más leña al horno de sus derechos de autor, que seguía permitiéndole una vida cómoda, aunque ya no de lujo.
+Su visita a Colombia en 1923, tras 27 años de ausencia, fue todo un acontecimiento. Solamente pisó Barranquilla, pero allí fue objeto de homenajes y delirios públicos como los que hoy se reservan a los ídolos del rock, el vallenato o el fútbol. Vargas Vila antecedió a Fernando Vallejo —a diferencia de aquel, un gran escritor— en las diatribas contra la tierra natal. «¿Por qué el destino, que me dio la más noble y santa de las madres, me dio la más pequeña y la más ruin de las patrias?», se pregunta en 1917. «Fuera de Colombia la mediocridad es un accidente; en Colombia es una virtud necesaria a la victoria», comenta en otra ocasión.
+En 1926 ya sufría estrecheces económicas, a las que se agregó la congoja que le produjo la muerte en París de su hermano Antonio. Ambas circunstancias lo sumieron en largo lloriqueo que se prolongó hasta su muerte, ocurrida el 23 de mayo de 1933 en Barcelona a los 73 años de edad. El escritor aseguraba que sus últimos tiempos habían sido de ruina absoluta. No tanto. «Vargas Vila —asegura Triviño— no murió en la pobreza», pero sí con dificultades económicas.
+Toda su vida está teñida por esa leyenda doble —la que él sostiene y la que circula entre la gente— cuyos avatares aparecen resumidos, de ser verdad lo que dice, en una de sus confesiones: «Yo tuve dinero a raudales… El oro corrió por mis manos como un torrente… Nada de lo que es la comodidad y aun el lujo más exótico me fue extraño; comí los más ricos manjares y entré en los más grandes restaurantes y me sacié hasta los caprichos de las primeras cumbres del mundo; bebí los más ricos vinos y me embriagué de ellos; vi desnudos los más bellos cuerpos que ninguno deseó…».
+Uno de los episodios más interesantes relacionados con Vargas Vila se produjo después de su muerte. Tiene que ver con el Diario secreto que llevó desde marzo de 1899 hasta el 31 de diciembre de 1932. En esas páginas, que ocupan varios volúmenes, Vargas Vila escribe un impúdico canto a sí mismo que, por el tono de Yo Mayor y el constante pregón de su soledad, su dolor, su genialidad y sus tribulaciones, se vuelve bastante aburrido. Empalaga el altísimo concepto que de sí mismo tenía. Se describe como «ese hombre que poseyó el don de la palabra en dosis verdaderamente maravillosas».
+Sin embargo, es posible encontrar entretanto lamento y autobombo algunas cosas interesantes. Allí se pesca el ambiente de rivalidad vigente entre los intelectuales de habla hispana a comienzos de siglo, y hay muchos datos sobre la estética modernista. También es posible hacerse una idea sobre ciertas circunstancias políticas y recorrer lugares de la Europa decadente. Aparecen anécdotas curiosas, como una importadora de automóviles que quiso montar Vargas Vila en Cuba con desastrosos resultados.
+Lo más interesante tiene que ver con el aprecio entrañable —sospechoso, según algunos— que el escritor colombiano profesó por su secretario y acompañante Ramón Palacio Viso, 17 años menor que él. Este venezolano, cuyo metro ochenta y cinco contrastaba con el modesto empaque de Vargas Vila, fue su mejor, casi su único amigo, y el panfletario tremendista lo llamaba «hijo adoptivo». El diario expresa su cariño emocionado y todo lo que sufrió al enterarse de que Palacio Viso estaba irremediablemente condenado a la ceguera.
+Fue Palacio quien heredó los derechos de autor, las cartas y el diario secreto del divino. Todavía en vida de Vargas Vila, Palacio se había casado con la cubana Mercedes Guigou, su enfermera, y había tenido con ella una niña, Georgina. Al morir su mentor, los tres viajaron a La Habana. Con ellos iba el famoso Diario, que hasta ese momento nadie conocía y que era pasto de las contradicciones habituales en Vargas Vila. Por una parte, señalaba que su Tagebuch —así lo llamaba, en alemán— «no interesa al mundo» —agosto de 1926—, pero por otra toma toda suerte de precauciones para que pueda publicarlo Palacio Viso.
+Este no logró hacerlo, a pesar de que el famoso Diario flotaba como un fantasma sobre el mundo literario de la época. Palacio murió en la década del 50 y por un tiempo se perdió la pista del manuscrito. Había sobrevivido durante sus últimos años de lo que le producía la venta de cartas autógrafas de Martí a Vargas Vila. En 1985 Fidel Castro reveló que el mamotreto estaba en poder del Gobierno cubano: lo había decomisado a un ciudadano que intentó sacarlo de la isla para ponerlo en venta.
+En 1986 Consuelo Triviño se propuso rescatarlo del olvido. Después de muchas aventuras —pues el gobierno Cubano lo guarda con celo digno de mejor causa, y Fidel Castro parece ser aficionado a Vargas Vila—, consiguió hacerse a una inesperada copia del mismo que estaba en manos de un descendiente del primer matrimonio de Mercedes Gigou, y publicó lo más destacado de su contenido.
+Así se conoció, de carambola y medio siglo después de su muerte, el legendario testamento íntimo de Vargas Vila, que resultó ser como su vida y como su obra: mucho ruido y pocas nueces.
+(2002)
+Cuarenta años después, su biógrafo oficial revela su secreto, que no es más que talento + trabajo.
+¿QUÉ TIENE DANIEL RABINOVICH que no tenga Marcos Mundstock? Respuesta: nietos.
+¿Qué le falta a Marcos Mundstock que le sobre a Carlos López Puccio? Respuesta: pelo.
+¿Qué le resulta indiferente a Carlos López Puccio que tampoco le interese a Jorge Maronna? Respuesta: el fútbol.
+¿Qué es lo que Jorge Maronna se come à la bourguignonne y Carlos Núñez Cortés colecciona en vitrinas? Respuesta: caracoles.
+¿Y qué es lo que tienen en común Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich? Respuesta: que son integrantes de Les Luthiers, el grupo de humor musical más famoso del mundo.
+Les Luthiers celebraron sus primeros 40 años con ferias y fiestas en Buenos Aires. Durante los meses de agosto y septiembre se realizaron exposiciones —una de ellas continuará hasta el 15 de octubre—, mesas redondas, conferencias, lanzamientos de libros y otros certámenes luthieranos. La coronación iba a ser un concierto gratuito, masivo y al aire libre, pero el mal tiempo conspiró contra el público y fue preciso aplazarlo para noviembre.
+El quinteto que más hace reír en lengua española no es sólo un conjunto artístico capaz de producir cada dos años un espectáculo original y desopilante —término que usan los argentinos como sinónimo de morirse de la risa—, sino que también se trata de una sólida empresa comercial. Sus giras por España agotan taquillas con meses de anticipación y sus temporadas en Buenos Aires llenan el Gran Teatro Rex durante semanas. Si hubieran querido vender muñequitos parecidos a ellos, montar una industria de camisetas, alquilar su marca a una fábrica de chocolates o formar subgrupos de imitadores y repartirlos por el mundo con su sello, habrían podido hacerlo.
+Pero no les interesa. Están chapados a la antigua. Aún miran con sospecha los discos y sólo acceden a grabar devedés porque piensan que algún día sus nietos podrán observar en una pantalla las gracias que hacían sus abuelos en el escenario. Lo suyo son las presentaciones en vivo, las tablas, la música en directo, el calor de los reflectores, el intercambio de guiños con el público. A lo más que han accedido, por ruego de su representante Lino Patalano, es a ofrecer funciones en estadios y gimnasios cubiertos. Antes preferían las salas acogedoras de baja capacidad y los teatros pequeños.
+En el fondo, siguen siendo unos estudiantes mamagallistas, como hace 40 años, cuando nacieron como grupo musical el 20 de septiembre de 1967. La gestación se había producido tres años antes —el embarazo de esta clase de criaturas tarda a veces mucho más que el de un elefante—. Ocurrió en el Festival Universitario de Coros celebrado en La Plata (Argentina). Aparte de conformar orfeones muy serios que competían entre sí con interpretaciones de Schumann, Haendel, Bach y otros muchachos de siglos anteriores, los estudiantes aprovechaban las horas libres para compartir un par de cervezas, un par de empanadas, un par de guitarras y medio par de pianos.
+Uno de esos alumnos, el pichón de arquitecto Gerardo Masana, resolvió ir un poco más allá y montar una ópera en broma con sus compañeros del respetado coro de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. Il figlio del pirata, partitura que descubrió en el baúl de un abuelo aficionado al teatro, tuvo un éxito extraordinario como cierre informal del certamen del 64. Pasaron tres festivales más, durante los cuales se hicieron cada vez más fascinantes los montajes en chacota. Los estudiantes se esmeraban en hacer reír a sus compañeros después de las difíciles actuaciones serias. El público respondía encantado y hasta la prensa empezó a ocuparse de las obras en chiste.
+Como resultado, algunos universitarios de Buenos Aires acabaron por ensamblar un grupo para tocar en la capital. Fue bautizado I Musicisti, y lo conformaban diez estudiantes de diversas disciplinas que interpretaban unos extraños instrumentos inventados por el infatigable Masana. Los desmelenados años 60 eran propicios para esta clase de novedades, y el Instituto Di Tella, un reputado centro cultural porteño, no tuvo reatos en acoger a I Musicisti.
+Muy pronto, lo que había surgido como una broma estaba atravesando una curiosa adolescencia: se había convertido en un oficio interesante, aunque aún distaba de ser una profesión lucrativa. Como en toda adolescencia, no tardaron en aparecer los dolores del crecimiento. Surgieron las distintas opiniones, los roces, los enfrentamientos, la codicia —sí, ese feo pecado— y una noche, la del 4 de septiembre de 1967. Masana resolvió montar toldo aparte. Le había molestado —«hinchado las bolas», fue su expresión exacta— la idea de recompensar con puntos a quienes, según determinados criterios, trabajaran más; él siempre imaginó que, primero que todo, eran unos cuates en trance de divertirse y de repartir ganancias por igual, si las había; no concebía que le aplicaran técnicas de gerencia capitalista a una pandilla de amigotes.
+Al disidente Masana se unieron esa misma noche tres más de los nueve restantes miembros de I Musicisti: el estudiante de derecho Rabinovich —23 años—, el estudiante de matemáticas Mundstock (24) y el estudiante de medicina Maronna (19). Antes de disolverse para siempre, el grupo mayoritario se quedó con el nombre y con la temporada en el Di Tella.
+Tres semanas después, una humilde nota de prensa recogía lo que revestía simpático aspecto de travesura juvenil destinada a morir en poco tiempo: «Acaba de constituirse en Buenos Aires el conjunto de instrumentos informales Les Luthiers. Se trata de una agrupación de música-humor formada por cuatro exintegrantes de I Musicisti». A continuación aparecían los nombres de los fundadores y una explicación adicional: «Les Luthiers tocan instrumentos inventados y construidos por sus propios integrantes». Terminaba con una referencia pomposa a su «taller de San Telmo», que no se la creían ni ellos mismos.
+En el curso de los siguientes días los cuatro rebeldes sedujeron e incorporaron al equipo a otro musicisti, el estudiante de química Carlos Núñez Cortés, experto en fabricar ácido acetilsalicílico, aporrear teclados y coleccionar caracoles. Ya eran cinco. Más tarde se sumó otro arquitecto, Ernesto Acher, que se retiró en 1986; también un músico profesional, Carlos López Puccio —el del pelo blanco—, que entró en 1970 y se quedó para siempre. Pero en noviembre de 1973 falleció el alma del conjunto, Gerardo Masana. Fue una prueba durísima para el grupo, que la supo sortear pero aún evoca a Masana y le rinde tributo como padre del invento.
+Para entonces la broma había pasado a ser un oficio, y el oficio, una profesión. Algunos integrantes de Les Luthiers se retiraron definitivamente de sus actividades habituales, como carreras universitarias —el fracasado aspirante a médico Maronna—, bufetes —el notario Rabinovich— o empleos estables —el laboratorista Núñez—. Otros, como el locutor Mundstock y el músico López Puccio mantuvieron algunos vínculos marginales con la locución radial y la dirección de coros.
+Con el tiempo, algunos ensayaron otras líneas: han escrito libros Maronna, Rabinovich y Núñez, ha compuesto música Maronna, ha actuado en cine y en campañas publicitarias Mundstock, ha actuado en televisión y fracasado como ganadero Rabinovich.
+Pero todos son antes que todo luthiers.
+Como si fuera poco, en 1977 contrataron los servicios como asesor creativo de Roberto Fontanarrosa, mejor conocido en los bajos fondos de la ciudad de Rosario como El Negro. Dibujante, escritor y humorista genial, Fontanarrosa aportó desde entonces y hasta su reciente fallecimiento chistes, situaciones y personajes a los espectáculos de Les Luthiers. El grupo tuvo el buen tino de nunca pedirle música. En las celebraciones del cuadragésimo año, habrá un lugar especial reservado para la memoria de este personaje que fue amigo entrañable de todos ellos y originalísimo colaborador.
+¿Se imaginan que el compañero de colegio encargado de organizar la becerrada de fin de año terminara convertido en Manolete? ¿Han llegado a pensar que el empleado de contabilidad que escribe poemas para la fiesta empresarial del Día de la Madre pudiera ganar el Nobel de Literatura? ¿Se les ha ocurrido que la comedia familiar que montaba con sus primos para el cumpleaños de la abuela fuera llevada al cine y obtuviera un Oscar?
+Bueno, pues eso es lo que les ha ocurrido a Les Luthiers. Cuando montaron la bromita esa del violín fabricado con una lata de sardinas, la zampoña elaborada con probetas y la cantata en que se proclaman las ventajas de Laxatón para el tránsito intestinal no se imaginaban que casi medio siglo después, con más kilos y muchas más canas, iban a ser ídolos en todos los países de habla hispana. Es más: si alguien les hubiera augurado que el Gobierno de España los iba a condecorar con su más alta orden —la medalla Isabel la Católica— por las cualidades aglutinantes y pacifistas de su humor, se habrían partido de la risa y habrían compuesto un pasodoble para burlarse del pronóstico.
+Pero la historia demuestra que estaban equivocados. En las cuatro décadas transcurridas desde que iniciaron su improbable aventura mamagallista han estrenado 32 espectáculos, construido e interpretado 38 instrumentos informales, compuesto cientos de canciones, recorrido tres continentes —España es meca anual de varias giras y una vez actuaron en Israel—, creado decenas de personajes entre los que sobresale el compositor Johann Sebastián Mastropiero y provocado carcajadas en vivo a más de 7 millones de personas.
+El secreto de su éxito es muy sencillo: T + T. Talento más trabajo. A su innato ingenio agregan muchas horas de ensayos, dedicación, perfeccionismo y rigor profesional.
+El hecho de que Les Luthiers escogieran como su historiador oficial al firmante de este artículo —honor que confiere «gloria inmarcesible», como dice el himno nacional de Colombia— me ha permitido escribir un libro sobre ellos cuya segunda edición, corregida, aumentada y madurada, se lanzará en Buenos Aires: Les Luthiers de la L a la S.
+Las indagaciones realizadas para esta magna obra exigieron un conocimiento íntimo —pero casto y decente— de los luthiers y de quienes los siguen apasionadamente en muchos países del mundo. Gracias a ello he podido determinar los temas que más curiosidad pública despiertan y las preguntas que con más frecuencia les formulan.
+Aquí van, resumidas, unas y otras:
+¿Son amigos entre sí?
+—Lo son. Pero es una camaradería muy bien administrada, que no atosiga, perturba, acosa ni incomoda. Rara vez acuden los cinco a comer, pasear o bailar. Cada uno lleva su vida independiente. Incluso, cada uno tiene su propia mujer y sus propios hijos. El que quiera verlos juntos tiene que buscarlos en el escenario.
+¿Son en la vida real tan graciosos como parecen en el espectáculo?
+—Lo estereotípico sería que se tratara de gente muy animada en las tablas pero tristona fuera de ellas, como el famoso poema sobre Garrick. Ya se sabe: el payaso triste. Pero no, todos tienen mucho sentido del humor, se divierten juntos y uno se divierte con ellos.
+¿Es verdad que necesitan la ayuda de un psiquiatra?
+—Sí y no. Para empezar, los argentinos se dividen en dos: los siquiatras y los que van al siquiatra. Durante más de veinte años, a partir de 1973, contaron colectivamente con la ayuda del doctor Fernando Ulloa. Gracias a él establecieron mecanismos para dirimir diferencias, manejar situaciones difíciles y buscar salidas a los problemas. El éxito de Ulloa no sólo se refleja en que mantuvieron la unidad pese a las dificultades, sino en que ya ni siquiera requieren sesiones psiquiátricas.
+Dice usted que «mantuvieron la unidad pese a las dificultades». ¿Acaso han tenido dificultades?
+—Pues claro. Todo matrimonio encuentra tropiezos y, si es un matrimonio de cinco cónyuges, encuentra cinco veces más tropiezos. Hasta la Virgen Santísima y San José tuvieron dificultades (Mateo 1:18-24).
+¿Oh, sí? ¿Y qué grado de dificultades?
+—Las de Les Luthiers, muy severas, porque su método de trabajo es perfeccionista, muy autocrítico y de descarnada sinceridad. Todo esto se convierte en caldo de tensiones, y más entre artistas de éxito —que tienen un ego bastante gordo— y aún más si son artistas argentinos. El psiquiatra ayudó a que no se dieran cuchilladas, como los compadritos arrabaleros que pinta Borges en sus tangos y milongas. Dice Carlos López Puccio: «Las peleas eran brutales en el 73, terribles en el 79 y tolerables en el 89».
+¿Siguen las peleas?
+—Aún aparecen ocasionales diferencias, por supuesto. Pero ya no sólo son unos artistas geniales que se necesitan mutuamente sino, además, unos protoviejitos que se quieren. Y que cada vez más se necesitan mutuamente. La lección que Les Luthiers nos da a todos es que lo importante no es huir de los problemas, sino saberlos solucionar. Por eso llevan cuarenta años juntos.
+¿Han pensado alguna vez en disolver el grupo?
+—Que yo sepa, no. Con decirle que ya están planeando los festejos con que celebrarán las Bodas de Oro de Les Luthiers en 2017. Allá estaremos.
+(2007)
+EL 24 DE ENERO PASADO CANTABA en Buenos Aires Joan Manuel Serrat. Minutos antes de que se iniciara el concierto del cantautor español, algunos de los espectadores vieron que entraba a la sala, por una puerta lateral, un tipo de barba y aspecto risueño en su silla de ruedas. Lo reconocieron de inmediato y empezaron a aplaudirlo. Pocos segundos después, todo el público que atiborraba el gigantesco Teatro Rex se había puesto de pie y ovacionaba al hombre de la silla de ruedas. Era Roberto Fontanarrosa, el Negro, que recibía una nueva prueba del cariño que le tienen los argentinos.
+La ovación se prolongó durante tres o cuatro minutos. El Negro, impedido de todo movimiento del cuello para abajo, no pudo responder más que con sonrisas y agradecimientos entrecortados.
+Si algún efecto positivo ha tenido la enfermedad que lentamente paraliza los músculos de Fontanarrosa es el de haber convertido en un cariño desbordado la admiración general por este humorista de 62 años. Hace cinco, seis años, cuando aún podía caminar por las calles y sentarse en los cafés a conversar de fútbol y seguir con los ojos a las chicas transeúntes, andar con él por Buenos Aires o Rosario, su tierra natal, era como hacerlo con el Pato Donald. Cada diez metros alguien lo detenía para saludarlo o pedirle un autógrafo.
+Otro le gritaba desde la acera opuesta «¡Sos grande!» o «¡Vamos Central todavía!», en alusión al equipo de fútbol de sus entretelas.
+Desde que está impedido es mucho peor, a la gente no le basta con saludar a Fontanarrosa, sino que besarlo se ha convertido en deporte nacional. Digo mal: internacional, porque pude comprobar que en Guadalajara (México) y Cartagena y Barranquilla (Colombia), adonde lo acompañé a participar en charlas sobre el fútbol y el humor, los circunstantes sentían la tentación de acercarse, tomarse fotos con él y dejarle un beso o una caricia como recuerdo. Vale para todos: hombres, mujeres y niños.
+—Negro —le comenté una noche en el vestíbulo del hotel de Barranquilla, luego de que un desfile de parroquianos se acercó a saludarlo y a depositar el consabido ósculo en la mejilla o en la calva—: me perdonará que no lo bese, pero mi admiración por usted es puramente espiritual.
+—No se preocupe, Samper —replicó—. Sé que usted es un varón tímido, pero también sé que acabará besándome.
+* * *
+Desde que nos conocimos, hace ya más de treinta años, nos tratamos con el curioso «usted» familiar que caracteriza a Bogotá. Alguna vez, cierto forastero extrañado me preguntó el porqué de semejante tratamiento, e intenté explicarle que en ciertos lugares de Colombia uno no se tutea con los hermanos, con el cónyuge ni con los amigos que quiere. No entendió.
+Más tarde, el Negro se fingió desilusionado.
+—Pensé que usted me trataba de usted por respeto, Samper, no por afecto; que éramos como Borges y Bioy Casares…
+Dentro de esa falsa solemnidad zumbona se ha desarrollado una relación cuyo más firme terreno son la risa, el fútbol, los autores predilectos, las anécdotas y las ocurrencias repentinas. Que en el Negro no son escasas. Aunque él afirma que su condición de humorista no lo convierte en animador de saraos, y agrega que suele ser un invitado aburrido, eso no es verdad. A diferencia de otros cuya timidez les moja la chispa, Fontanarrosa es muy divertido en plan de cuates.
+Era difícil que fuera de otro modo porque el Negro ha demostrado un extraordinario talento para hacer reír, tanto si se injerta de dibujante como de escritor o conferencista. En su oficio de dibujante lleva tres decenios publicando caricaturas de lunes a viernes en el prestigioso diario Clarín, y es padre de dos protagonistas legendarios de historieta: el mortífero Boogie el Aceitoso y el gaucho Inodoro Pereyra. Además de Argentina, Boogie se ha publicado en México, Colombia y otros países de habla española. Dejó de dibujarlo hace años, pero muchos hinchas aún le piden que trace los rasgos del sicario pecoso cuando firma un libro. De Boogie se publicaron doce tomos y de Inodoro han salido treinta y dos. Otra docena más recoge sus diversos chistes gráficos y las aventuras de un personaje llamado Sperman, el superespermatozoide, cuya infatigable capacidad de reproducirse se marchitó pronto.
+Vestido de narrador, Fontanarrosa ha escrito tres novelas y doce libros de cuentos. Uno de ellos, «19 de diciembre de 1971» fue elegido por la revista colombiana SoHo como «el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos». Yo podría haber votado por él, o por muchos otros, porque considero que el Negro es, simplemente, uno de los mejores cuentistas de América Latina. Para probarlo, me remito a «El sordo», una maravilla de historia que circula sucesivamente por la camaradería, el engaño, la cobardía, el orgullo y la ingenuidad, en una trama curva que no cesa de subir, como un tirabuzón. Este cuento se lo juego a cualquiera de los autores del boom.
+Faceta menos conocida de Roberto Alfredo es la de conferencista bufo. Digo menos conocida, pero no menos celebrada. Quienes la hemos presenciado gozamos tanto con ella como con su obra gráfica o sus historias. Sentado ante un auditorio, el Negro expone ideas, elabora teorías loquísimas, relata experiencias o zahiere a sus compañeros de mesa con la entusiasta tolerancia de estos. En el proceso, se convierte en inalterable actor que conserva una actitud casi profesoral durante su exposición, mientras el auditorio revienta a las carcajadas.
+Yo lo padecí en Quito en el 2003, cuando acudimos ambos a una mesa redonda moderada por Francisco El Pájaro Febres Cordero, durante la cual hizo reír a costillas mías al público que, para oírlo, había ocupado hasta las escaleras y los retretes del local. Lo peor es que quien más se divirtió con sus tiros fui yo, que era la víctima. Tres años más tarde, en Cartagena, los escritores que participaban en el Hay Festival le concedieron el premio que se otorga a un compañero: desde una silla, ya casi inmóvil, había mantenido en vilo los presentes en el Teatro Heredia durante una hora explicando con humor lo que era el humor. Cuando terminó, lo aplaudieron de pie y cerraron una larga cola para que les firmara sus libros. Y lo besaron.
+Era la época en que el Negro aún podía escribir su autógrafo. Exactamente un año después, el 14 de enero del 2007, anunció a sus lectores que se veía obligado a despedirse del dibujo. «Finalmente, la mano derecha claudicó —explicó en una carta que publicó la revista Viva—. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente. Por lo tanto, e independientemente de que yo siga intentando reanimarla, me veo en la necesidad de recurrir a algunos de los muchos excelentes dibujantes y amigos que tengo para que pongan en imágenes mis textos».
+La esclerosis lateral amiotrófica que padece desde hace algo más de cuatro años había alcanzado el punto en que le impedía seguir cumpliendo el oficio de toda su vida. Desde ese día, él describe el chiste cotidiano a su amigo y tocayo, el Negro Crist, y el Negro Crist plasma en rasgos y líneas la idea de Fontanarrosa. En cuanto a Inodoro, dicta a otro dibujante los globitos e imparte instrucciones sobre las escenas. De esta manera, Fontanarrosa sigue presente en las historietas de Clarín.
+Por esas cosas que pasan, uno de los últimos dibujos que pudo terminar antes de que la mano derecha claudicara es el que más podría complacer a su férrea vocación de fanático futbolero. Cuando los directivos del Rosario Central resolvieron adoptar un nuevo escudo para el club, acudieron a la pluma más ilustre del mundo «canalla», que es como los rivales llamaban a los de Central, y como ellos acabaron motejándose a sí mismos. Fontanarrosa diseñó un icono digno del siglo 21: nada de torreones medievales, adargas nobles ni lanzas guerreras: lo que vemos es la caricatura de un aficionado en trance de celebrar un gol y un letrero que anuncia, con ortografía fonética, «SOY CANAYA». Fue, quizás, el último dibujo que pudo hacer antes de que se le paralizara definitivamente la mano derecha.
+* * *
+Como muchas ciudades del mundo, Rosario está celosamente dividida entre hinchas del Central y del Newell’s Old Boys —el «Ñuls»—. La mejor prueba de que Fontanarrosa se halla por encima de los partidos, es que hasta los odiados hinchas del Ñuls, los «leprosos», lo felicitan y saludan, y el Negro se deja querer de ellos y de todos, a veces con risueña resignación.
+Hace algo más de un año el Hay Festival le concedió su premio, como relaté atrás, y hace seis meses la Feria del Libro de Guadalajara lo bendijo con el Caterina, reservado a los grandes caricaturistas. Desde que los argentinos descubrieron que era un ídolo internacional, no han parado de rendirle homenajes. Al regesar del Hay cartagenero a su Rosario natal lo esperaba una multitud, con carro de bomberos a la cabeza de la muchedumbre, mariachi a la cabeza del carro de bomberos y la mamá del Negro a la cabeza de los mariachis. La Alcaldía lo condecoró entonces con su más reluciente medallón. Después el Senado le confirió la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento y, al carecer de grados en fútbol o en humor, la Universidad de Córdoba (Argentina) le impuso el honoris causa en ciencias químicas. Lo anterior parece un chiste, pero es más cierto que obtener agua amasando un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno.
+Si el Negro se descuida, acabará siendo el sucesor de Evita Perón y será llevado a los altares en vez de la Difunta Correa, una mujer que amamantó a su hijo después de muerta, o Ceferino Namuncurá, un mestizo con vocación celestial que resultó condiscípulo de Gardel. Pero Ceferino no ha llegado ni a beato, y el halo de la Difunta es obsequio del pueblo, no del Vaticano. Fracasados ambos intentos, Argentina, bicampeón mundial de fútbol, sigue sin colar una sola figura en el santoral. De proseguir su carismática carrera entre las fieles hordas, Fontanarrosa corre el peligro de convertirse en émulo de los pastorcitos de Fátima.
+—Todos esos premios, esos homenajes populares, esas condecoraciones, esos viajes, esos aplausos —le pregunto un día en Cartagena, mientras tomamos jugo de níspero debajo de un ceibo—, ¿son acaso la gloria?
+—Déjeme contarle una anécdota, Samper —me contesta—. A mediados de enero se inauguró en Victoria, pueblo situado a una hora de Rosario, un restaurante de tenedor libre. Allí va el cliente, paga una suma y come los indescriptibles frutos del asado argentino: churrasco, chorizo, asado de tira, matahambre, colita de cuadril, pollo a la brasa, vacío, bife de chorizo, provolone al orégano… El lugar fue bautizado Parrilla Fontanarrosa, y está adornado con enormes dibujos de Boogie, Inodoro Pereyra, su mujer, Eulogia, el perro Mendieta… Cuando acudo con mis amigos no me cobran nada, además pido repetición cuantas veces me da la gana. Eso, Samper, es la gloria. Lo demás son efímeras vanidades.
+El Negro tiene razón. Acabaré besándolo.
+(2007)
+Una excursión de amigos en busca del recuerdo de José Alfredo Jiménez en el pueblo mexicano de Dolores Hidalgo.
+UNA SALA DEL MUSEO DE LA ciudad de Dolores Hidalgo, cuna de la independencia mexicana, muestra la fotografía de un niño güero —rubio— y ojizarco levemente atemorizado. Lleva en la mano derecha un sombrero ancho de color blanco, pantalones de charro con el consabido revólver, un sarape en el hombro izquierdo y un moño desproporcionado en el cuello, como si en vez de un niño se tratara de un regalo de Navidad.
+Cuando uno sale del museo y camina hacia la derecha, se topa con la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, donde se dio en 1810 el grito de libertad. Son famosas sus campanas, como pueden comprobarlo sobresaltados los pocos turistas cuando oyen los golpazos del badajo a las seis de la mañana. Dos letreros advierten en la puerta principal del templo: «No entrar comiendo alimentos» y «No entrar comiendo golosinas». (Pero, bueno, ¿no nos han dicho siempre las mamás que las golosinas no son alimento?).
+Frente a la iglesia se extiende el parque municipal y, en una de sus esquinas, ofrece servicio de habitaciones y restaurante la Posada Cocomacán —antiguo nombre del pueblo—. Cuando el viajero entra al comedor, se encuentra con el cuadro enorme de un hombre de bigote y traje de charro, con sombrero ancho y un sarape con la iglesia de Dolores Hidalgo estampada. También lleva un moño en el cuello. Pero un moño tan discreto que pasa casi inadvertido.
+El niño del museo y el hombre del cuadro que preside el comedor del hotel son la misma persona: José Alfredo Jiménez, el más grande compositor popular mexicano, quizás el más grande de América Latina. El retrato infantil fue tomado en 1934, cuando José Alfredo tenía nueve años. Había nacido el 19 de enero de 1926 en una casa situada en el número 7 de la Avenida Escuela Real, a una cuadra del parque; poco después —o acaso un poco antes— la familia emigró a México D. F. Allí fue mesero, jugador de fútbol y compositor anónimo. Hasta que un día sus canciones saltaron a la radio y adquirieron inmediata popularidad. Un lustro después, ya no era un autor anónimo. En 1950 le grabaron su primer disco, Yo, y a partir de entonces la emisora XEW y las disqueras no dejaron de producir y vender rancheras, corridos, huapangos, boleros y otros ritmos suyos que, con el tiempo, han llegado a configurar el repertorio más rico, admirado y cantado de América Latina.
+Son pocas las grandes canciones mexicanas que no compuso José Alfredo Jiménez.¿«El rey»? Suya. ¿«La media vuelta»? Suya. ¿«El jinete»? Suya. ¿«Amanecí en tus brazos»? Suya. ¿«Que te vaya bonito», «Paloma querida», «La mano de Dios», «Cuatro caminos», «Tu recuerdo y yo», «Pa todo el año», «Llegó borracho el borracho», «Para morir iguales», «Un mundo raro», «Si nos dejan», «No me amenaces», «La araña», «Guitarras de media noche», «La noche de mi mal», «La retirada», «Sonaron cuatro balazos»? Sí: todas suyas.
+Entre las 248 canciones registradas de José Alfredo, hay dos que ofrecen disculpa inmejorable a los viajeros que quieran recorrer un pedazo de México oyendo su música. Una es el «Corrido del caballo blanco» —¿Lo recuerdan?… «Que en un día domingo feliz arrancara; iba con la mira de llegar al norte, habiendo salido de Guadalajara»— y la otra es «Camino de Guanajuato». Cuando el viajero averigua, se entera de que la primera abarca un tramo tan largo que no hay caballo que lo recorra en menos de un mes —el caballo blanco en realidad era un carro de José Alfredo— y atraviesa desiertos y zonas peligrosas por sus ventarrones, como la Rumorosa.
+En cambio, el camino de Guanajuato es un bizcocho. Aunque la canción empieza filosofando —«No vale nada la vida, la vida no vale nada»—, a partir de la segunda estrofa se encarrila por el lado de la geografía descriptiva:
+Bonito León, Guanajuato,
+su feria con su jugada;
+allí se apuesta la vida
+y se respeta al que gana.
+Allá en mi León, Guanajuato,
+la vida no vale nada.
+Ignoro si cuando José Alfredo compuso esta ranchera valía poco la vida en León, una ciudad grande situada casi a dos horas de Dolores Hidalgo. Pero ahora lo que no vale nada son los zapatos, pues la región los produce por millones. La feria en que se jugaban gallos pasó a segundo plano; León es hoy una gigantesca zapatería a la que se llega desde Guadalajara remontando los altos de Jalisco, tan mentados por Jorge Negrete, Jalostotitlán, famosa por sus mujeres bonitas, y los campos azulados de agave que producen buena parte del tequila que consume este mundo cruel.
+José Alfredo lo sabe, porque se aburrió de consumirlo: a los 45 años le diagnosticaron una cirrosis y el médico le prohibió el trago. ¿Pero quién le prohíbe beber al hombre que mejores canciones de cantina ha compuesto en el mundo? Jiménez siguió beneficiándose del jugo del agave y murió a los 47 en 1973.
+Si hubiera acatado los consejos del médico, este mes estaría cumpliendo los 81 años. Pero habría traicionado su mundo musical, que gira en torno al tequila, los amores que parten o remiendan el corazón, las parrandas, las cantinas oscuras, los cuates, las borracheras despiadadas —con llorona y todo—, las venganzas, los olvidos, los mariachis, las serenatas y algo que no puede faltar en un mexicano de a de veras: los balazos.
+Camino de Guanajuato
+que pasas por tanto pueblo:
+no pases por Salamanca,
+que allí me hiere el recuerdo.
+Vete rodeando veredas,
+no pases porque me muero.
+José Alfredo recomendaba no pasar por Salamanca porque allí falleció un hermano suyo. El viajero hace bien en atender la sugerencia, porque Salamanca es un hoy un horripilante depósito de combustibles. Mejor resulta irse rodeando veredas, como aconseja Jiménez y como hicimos, en efecto, los amigos que, un día de diciembre, resolvimos recoger los pasos del compositor e imitar lo que su canción proclama:
+El Cristo de tu montaña
+del Cerro del Cubilete,
+consuelo de los que sufren,
+adoración de la gente.
+Para coronar el Cerro del Cubilete, cuyo nombre resulta obvio cuando se le ve a la distancia, el camino de Guanajuato toma un desvío en Silao y empieza a trepar por una ladera erizada de cactos y pedruzcos. Son trece y medio kilómetros de pavé, parecido al que torturaba a los ciclistas colombianos en la vuelta a Francia. Aquí las únicas vueltas son las que damos al cerro, porque la carretera sube en espiral; pasa el pueblo de Aguas Buenas; deja atrás la feroz iglesia azul de San Joaquín, que parece la caricatura de una mezquita; atisba las cabras que arrancan al erial duros racimos de paja; las mujeres con niños que piden plata a los peregrinos y, finalmente, en la cumbre, una larga fila de comederos populares donde reinan el taco y la tortilla: La Panza Feliz, se llama uno de ellos.
+Sobre la cima del Cubilete surge una iglesia redonda en cuya cúpula se posa el famoso Cristo. Es una estatua negra, tan alta como un edificio de cuatro pisos, que muestra a Jesús con los brazos extendidos sobre el paisaje. Prevalece en el cerro la pizarra, lo que explica el color del coloso. Un angelito del mismo color y el tamaño de un Volkswagen le quita al Cristo la corona de espinas y otro le arrima la corona de gloria. Hay un seminario al pie del santuario y, en el interior del templo, pequeños exvotos y la omnipresente Virgen de Guadalupe. En la taquilla venden un cómic donde se informa al personal acerca de los mártires venerados en esa iglesia. Es un asunto feo, de persecuciones, armas de fuego y hombres malos.
+Continuamos. Hay que deshacer rápidamente el camino antes de que parta una procesión que se dirige a Guanajuato, patria chica de Jorge Negrete, que podría demorar interminablemente nuestra ruta hacia Dolores Hidalgo. La carretera amplia avanza cerca de veinte kilómetros, llega a Guanajuato, una de las más bellas ciudades de este país repleto de extraña belleza, y de pronto vuelve a subir y atraviesa un pueblo llamado Santa Rosa.
+Camino de Santa Rosa,
+la sierra de Guanajuato…
+Se está poniendo el sol. Rodeamos aldeas fantasmas, subimos y bajamos cerros, no vemos a ningún viviente: apenas unas pocas cabras. Una vez más estamos atentos a lo que dice la canción:
+Allá no más, tras lomita,
+se ve Dolores Hidalgo.
+Yo allí me quedo, paisano,
+allí es mi pueblo adorado.
+De pronto, contra los últimos rayos del crepúsculo, aparece una estatua solitaria en medio de un potrero salvaje. Es la de José Alfredo que, con una mano alzada, mira hacia su pueblo. La figura hace equilibrio en un insólito pedestal romano y la rodea una valla de alambre. Es la anunciada lomita. Vemos las primeras luces de Dolores Hidalgo, que titilan a lo lejos. Allá es su pueblo adorado.
+En noviembre de 1973, cientos de personas recorrieron el camino que describe la canción para enterrar a José Alfredo Jiménez en el panteón de Dolores Hidalgo. Había muerto en Ciudad de México, pero fue su voluntad que condujeran sus restos a la tierra donde nació y donde le tomaron aquella fotografía precoz vestido de charro. Jiménez regresó muchas veces al pueblo de sus mayores. Una de ellas, en diciembre de 1972, para un homenaje multitudinario con motivo de sus 25 años como compositor.
+Era una excusa caritativa. Había corrido la voz de que le quedaban pocos meses en este mundo, y los dolorenses querían despedirlo en vida. Una edición del diario La Jornada correspondiente al trigésimo aniversario de su muerte (20 de febrero de 2003) transcribe las palabras de un ciudadano anónimo: «La vez que vino en 1973, antes de morirse, yo lo saludé y me dijo que de esta tierra no se iría. Al poco tiempo lo trajeron ya fallecido al pobrecito».
+Así fue. Once meses después de aquel homenaje del que aún es posible comprar carteles en las tiendas del pueblo, los dolorenses acudieron a recibirlo en el kilómetro cuatro de la carretera que lleva a Guanajuato por la vía de Santa Rosa, donde se levanta la loma y se ve Dolores Hidalgo. Esta vez venía en un ataúd que una doble fila de llorosos admiradores cubrió de flores a lo largo del camino. De la iglesia salió hacia el cementerio, y allí recibió modesta pero señalada sepultura.
+Unos años después, su yerno diseñó y construyó el mausoleo multicolor que contrasta con la sencillez del camposanto rural y se ha convertido en atracción turística. Los restos del compositor yacen bajo un gigantesco sombrero ancho fabricado en cemento. Encima de la cripta nunca falta un vasito de tequila, rito impuesto por el pueblo. El epitafio es, naturalmente, «La vida no vale nada». Al sombrerote conduce, y de él sale, una especie de enorme serpiente en technicolor. Es un sarape de concreto recubierto de lozas policromas que recuerdan algunas de sus más famosas canciones.
+Aquel domingo de diciembre que los viajeros acuden a poner unas flores en la tumba de José Alfredo, se ven pocos visitantes. Una semana antes, los fanáticos del compositor y cantante, agrupados en la Comunidad de Amigos de José Alfredo Jiménez —CASA—, habían brindado por el finado en este mismo punto del panteón. Hay quien dice que el recuerdo de José Alfredo se desvanece poco a poco. Pero la prensa de Guanajuato da detallada cuenta de la visita a Dolores Hidalgo de Roberto Cantoral y otras figuras de la música popular mexicana con motivo de «un nuevo aniversario luctuoso del cantautor». En aquella ocasión, el actor Ignacio López Tarso estrenó la obra Réquiem para José Alfredo Jiménez, en la que se evocan algunas de sus canciones y no pocas de sus anécdotas.
+Dos semanas después, sin embargo, los visitantes ven poca gente en el panteón. En la capilla, tres músicos desdentados interpretan polkas y valses ante un féretro blanco e infantil. El «ataúd chiquito de juguete», como dijo el poeta, se encuentra solitario en medio del recinto porque los familiares que lo acompañan —la abuela y una hermana— están ayudando a excavar la tierra que acogerá al angelito de pocos meses. Los músicos no saben de qué murió el niño, ni qué edad tenía exactamente. Sólo saben que les han pagado unos pocos pesos para que toquen y no lo dejen solo. Ahora el violín arranca con el vals «Sobre las olas» acompañado por la guitarra y el contrabajo. La abuela aún no regresa.
+En otro lugar del cementerio, un joven con la camiseta suplente del Barcelona acude a arreglar la tumba de su padre.
+Es el único toque de globalización en este cementerio campesino que acoge los restos de un compositor que adoran, entre otros, Chavela Vargas, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.
+Cuando los visitantes están a punto de emprender el camino de regreso, descubren otra estatua del músico. Esta vez lleva el sombrero en la mano y el lazo guarda un tamaño equidistante entre el del retrato del niño del museo y el cuadro que ameniza el comedor del hotel. Eso sí, está bastante despelucado el mechón de bronce, quizás por el hecho de que la figura se halla clavada en medio de una glorieta donde circulan velozmente automóviles y vientos.
+Si hubiera justicia, esta desubicada estatua debería reposar en el rincón de una cantina, de cualquier cantina donde los parroquianos lloren sus amores y pidan otro tequila. Porque José Alfredo sigue siendo el rey.
+(2008)
+Historia verídica de Ernesto Samper Mendoza, el hombre que piloteaba el avión en cuyo accidente pereció el «Zorzal criollo».
+CADA VEZ QUE ME PRESENTAN a un seguidor fanático del difunto Carlos Gardel y el necrófilo oye mi nombre, abre tamaños ojos y pregunta:
+—¿Samper? ¿Sos pariente del piloto que mató a Gardel?
+Yo quisiera responderle:
+—Un momentico, señor, ¿cómo así que el piloto que «mató» a Gardel? A Gardel lo mató una racha de viento fuerte e inesperada en el aeropuerto de Medellín: una ráfaga contra la cual nada pudo hacer la reconocida habilidad del comandante del avión en el que viajaban el cantante y compañía, razón por la cual terminó estrellándose contra otro aeroplano. Y me permito recordarle, además, que en el accidente no sólo murió Gardel, sino varias personas más, una de las cuales era el piloto al que usted maltrata. Y sí, señor: ese piloto era, para mi perpetuo honor, tío abuelo segundo mío. Así que jálele al respetico.
+Pero, claro, en vez de soltarle el párrafo anterior, como debería, aprieto la boca, pongo cara triste y digo:
+—Sí. Ernesto Samper Mendoza era mi pariente.
+En junio de 1935 Carlos Gardel, el «Zorzal criollo», el príncipe de los tangueros, visitó Colombia acompañado de sus músicos. Era la mayor estrella musical del continente, con 770 discos grabados, 120 canciones compuestas y once películas o video-clips rodados en París y Nueva York. Colombia formaba parte de una gira que había comenzado en Puerto Rico y Venezuela y debía culminar en Buenos Aires luego de recorrer varios países sudamericanos.
+El «Zorzal» tenía 45 años y arañaba la cumbre de su fama. Viajaban con él Alfredo Le Pera, el letrista brasileño de sus canciones; los guitarristas José María Aguilar Porrás, Guillermo Barbieri y Domingo Riverol; su profesor de inglés, José Plaja, y su masajista personal, Alfonso Azaff.
+La gira había sido un suceso en el Caribe. Después el grupo había entrado a Colombia por Barranquilla y Cartagena y, en medio de un éxito que sorprendió al propio cantante, Medellín lo había recibido como hijo propio durante cinco días y cuatro noches de tango y llanto. Es bien sabido que, descontado Buenos Aires, la ciudad más tanguera del mundo es Medellín. Allí le rindieron homenajes inolvidables y lo escucharon con la devoción que sólo despierta el Hijo de Dios. O el mismísimo Dios, si vamos a ser sinceros.
+Cuando se despidió de Medellín, los antioqueños se consolaban pensando que pocos días después Carlitos volvería a pasar por allí, aunque sólo fuera para cumplir una fugaz escala de aeropuerto en su viaje de Bogotá a Cali.
+A la capital llegó el 14 de junio a bordo de un avión de la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo, Scadta, empresa que más tarde se convirtió en Avianca. Lo recibió una multitud en el viejo aeropuerto de Techo, donde hoy se levanta Ciudad Kennedy. Durante una semana Gardel realizó presentaciones multitudinarias en Bogotá, tanto por radio como en teatros, y concedió numerosas entrevistas.
+El legendario intérprete de origen ¿francés?, ¿uruguayo?, ¿argentino?, se despidió del público bogotano el domingo 23 a través de los micrófonos de la Voz de la Víctor, emisora que tenía sus estudios en el zócalo de la ciudad. Cerca de quince mil personas apostadas en la plaza de Bolívar lo oyeron a través de altavoces. Para terminar, entonó «Tomo y obligo». Ni él ni nadie lo sabía en ese momento, pero había sido la última vez que cantaba en público por compromiso profesional.
+Se despidió con las siguientes palabras: «La emoción no me deja hablar… Gracias, gracias, no les digo adiós sino hasta siempre…».
+Al día siguiente concedió su última entrevista y por la noche asistió a una cena privada en el Restaurante Francés, donde reciprocó las atenciones de sus amigos y representantes interpretando un par de tangos. Uno de los asistentes era Henry Schwartz, empresario de la presentación en Bogotá, a quien el cantante invitó a sumarse al tramo de gira colombiana que aún faltaba.
+El lunes 24 la caravana salió hacia el aeropuerto desde el Hotel Granada, destruido en 1948 por las llamas de la revuelta del 9 de abril. El viaje a Cali, con parada en Medellín, no iba a hacerse por Scadta sino a bordo de un trimotor de la compañía SACO —Sociedad Aeronáutica de Colombia—, atendida directamente por su encantador propietario, el piloto Ernesto Samper Mendoza.
+Ernesto Samper Mendoza era primo hermano del abuelo de quien firma esta nota. Es decir, yo. El padre de Samper Mendoza, Manuel Samper Brush, era hermano de Tomás, bisabuelo del que firma esta nota. Es decir, otra vez yo. Su madre, Manuela Mendoza, descendía de un caballero que ocupó de manera efímera la Presidencia de Colombia en 1831.
+Samper Mendoza había nacido en Bogotá en 1902. Luego de estudiar administración de empresas en Boston, se dejó picar por el virus de Ícaro y, en vez de vestir el chaleco de gerente, se puso el pasamontañas de piloto, que en los años veinte del siglo pasado equivalía al astronauta de nuestro tiempo. En 1932 realizó su primera hazaña, un vuelo Nueva York-Bogotá, y poco después fundó una escuela de pilotos en las afueras de la capital. Volar entrañaba un alto y constante riesgo, como lo pudo comprobar pronto, cuando dos de sus alumnos perecieron al venirse a tierra el biplano en que practicaban.
+Respaldado por la fortuna de su familia materna, Samper Mendoza fundó SACO en 1933 y en noviembre de 1934 adquirió tres trimotores Ford F-31, llamados «Gansos de hojalata» por su cabina metálica. Con ellos, él y sus pilotos cubrían rutas diarias a Cali, Medellín y, más tarde, Cartago y Bucaramanga.
+Samper Mendoza —tío Ernesto, si me lo permiten— era el hombre orquesta de la compañía: presidente, comandante, jefe de mantenimiento, director de relaciones públicas, gerente comercial. Decidido a obtener un golpe publicitario a favor de su empresa, se propuso atraer el grupo de Gardel con unas tarifas mucho más económicas que las de Scadta. Sabía que el empresario local corría con el gasto y que Schwartz era hombre codicioso.
+Además del precio de promoción, contaba con un arma adicional: la proverbial simpatía del gen familiar. Quienes lo conocieron lo describen con adjetivos pasados de moda, tales como «gallardo», «bizarro», «apuesto», «garboso». Incluso «visionario», «pionero» y «quimérico». En las fotografías luce siempre sonriente e impecablemente trajeado. Un dandi, un gentleman, poco imitado en materia sartorial por sus sobrinos.
+El empresario Schwartz estudió la propuesta y, según el periodista argentino Eliseo Álvarez, «una hábil maniobra comercial de SACO hizo que la comitiva cambiara de compañía».
+El vuelo que llevaba a Gardel debería haber salido de Bogotá a las 8 y 30 a. m., pero el mal tiempo obligó a aplazar el despegue hasta pasado el mediodía. Fue uno de los detalles fatales. Versiones un poco menos meteorológicas afirman que el vuelo se retrasó porque tío Ernesto había trasnochado la víspera «jugando al póquer y departiendo con amigos». Lamento decirlo, pero este chisme no encaja bien en la conocida vocación calvinista, casta y abstemia de la familia paterna, aunque acepto que tan arraigada tradición ha sufrido algunos hiatos.
+Viajaban a bordo del F-31 el piloto Samper, de 33 años; el copiloto William B. Foster, de 18; el jefe de tránsito de SACO, Grant Flynn, y trece pasajeros —siete en la banca lateral derecha y seis en la izquierda—. Entre la carga, que no podía pasar de 2.100 kilos, se hallaban instrumentos musicales, telones y maletas. Los argentinos querían llevar doce tambores de películas. Inicialmente, en su condición de comandante, Samper se negó a acarrearlos por el riesgo que implicaban; pero al final prevaleció su condición de relacionista y, previo el visto bueno que impartió en su condición de propietario, aceptó sumarlos al equipaje.
+Según el guitarrista José María Aguilar, minutos antes de aterrizar en Medellín el aeroplano sufrió una leve desestabilización por culpa de los vientos, pero «gracias a la pericia del piloto no perecimos entonces». Los vientos. Otro elemento fatal.
+El F-31 aterrizó en Medellín a las 2 y 45 p. m. y, luego de que los pasajeros consumieran un breve refrigerio, se dispuso a continuar su viaje a Cali. Durante la escala se vio conversar a Gardel y Schwartz con tío Ernesto.
+Con 450 litros de combustible en las alas, el F-13 pidió permiso para despegar.
+Unos segundos después, hizo la misma solicitud de salida el avión de Scadta, un F-11 llamado Manizales al frente de cuyos controles se hallaban dos alemanes, antiguos pilotos militares: Hans Ulrich Thomas, de 26 años, y William Fuerts, de 29. De Thomas se cuenta que unos días antes, en el aeropuerto de Techo, había realizado un sobrevuelo rasante pocos metros por encima de un avión de SACO, lo cual se consideraba de mal gusto, hostil y, sobretodo, francamente peligroso.
+Que dos aviones hagan cola para la operación de despegue es hoy en día asunto de cada minuto. Pero, con las poquísimas aeronaves que volaban en Colombia hace 73 años, era una coincidencia extraordinaria que partieran casi simultáneamente dos naves del aeropuerto Olaya Herrera. Extraordinaria y, a la postre, terrible.
+El guitarrista uruguayo Aguilar Porrás (1891-1951) describe cómo fueron los momentos del despegue:
+«Flynn se dio a la tarea de colocar a todos la correa de seguridad. Yo fui el único que me resistí a ello; por eso logré salir del aparato. Las últimas palabras que pronunció Gardel fueron para pedirme un caramelo y un poco de algodón para los oídos.
+«—¿Qué estás comiendo, Indio? —me dijo al advertir que yo estaba masticando.
+«—Chicle —le contesté.
+«—Bueno, dame. ¿Tenés algodón?
+«Apenas tuvo tiempo de colocárselo. El avión, que había comenzado su marcha, no conseguía despegarse del suelo».
+Esas fueron, pues, las últimas palabras de quien había acariciado cientos de poéticas frases a lo largo de su vida profesional: «¿Tenés algodón?».
+El problema fue, según parece, una súbita y severa racha de viento cruzado que en los últimos 100 metros del recorrido de pista desvió el F-31 hacia la izquierda: exactamente hacia el punto donde el Manizales se aprestaba a iniciar el carreteo tan pronto como levantara vuelo el avión de SACO.
+Esto último nunca llegó a ocurrir. En lo que un periodista describió como «un accidente de tránsito», la nave de Samper Mendoza se estrelló contra la de Thomas. Unos pocos pasajeros salieron despedidos o lograron escapar por una ventana; otros murieron de inmediato; casi todos los demás ardieron en la formidable pira de 700 galones de combustible. Sólo sobrevivieron para contarlo el músico Aguilar, el profesor Plaja y Flint, el funcionario de SACO. Los otros perecieron.
+La tragedia produjo tan formidable impacto histórico que todos los años, al llegar el 24 de junio, se publican nuevos reportajes y nuevas hipótesis descabelladas sobre lo que ocurrió aquella tarde. Entre las teorías que se han aclimatado a lo largo de tres cuartos de siglo aparecen algunas que hablan de una mortífera zancadilla del Manizales al F-13; de una torpe maniobra del F-13 de Samper para humillar el Manizales; de disparos en la cabina del F-13; de tiros contra el F-13 desde el avión de Scadta y hasta del suicidio del piloto.
+De haber sido verdad esta última versión, tío Ernesto no sólo habría descollado como capitán gallardo y bizarro, sino como prestidigitador, pues con sólo dos manos habría iniciado el despegue del avión y disparado un arma contra su cabeza.
+Un hermano menor de quien esto escribe —economista dedicado a la política— fue agraciado con el nombre del piloto. Años más tarde, el segundo Ernesto Samper me contó que, cuando lo bautizaron, en 1950, acudió a visitarlo a casa la tía Manuelita, mamá del primer Ernesto.
+—Me trajo de regalo una jarrita de plata que había pertenecido al capitán cuando aún era el único tripulante de su cuna. Llevaba grabado el nombre de pila. Se la robaron un tiempo después, con otras cosas que guardaba mi mamá.
+—Pues a mí a veces me preguntan si soy pariente del piloto que «mató» a Gardel— le confesé.
+—Eso no es nada —dijo con resignación—. A mí me pasa algo peor: cuando participo en alguna reunión en Argentina, no falta el que cree que yo estaba al mando del avión en que murió Gardel en 1935 y me pregunta cómo hago para conservarme tan joven…
+(2008)
+Un libro de reciente aparición descubre el talento de prosista del gran poeta antioqueño.
+«DURANTE SIETE AÑOS ESTUVE trabajando en México y logré crearme una buena posición; pero vino después la guerra y yo, metido en el torbellino de la política, tuve que correr la suerte del país y salir huyendo a Guatemala… En la fuga perdí todo lo que tenía, es decir, mis libros, que eran más de cinco mil, que me habían costado tantísimo dinero y que representaban mi tesoro». Así escribía el poeta Ricardo Arenales a su hermana en 1916.
+«En Nicaragua, una noche, un tal Ricardo Arenales, su homónimo, cometió un asesinato. El poeta fue llevado a la cárcel y escarnecido. Al día siguiente, con la intervención del cónsul de Colombia y sus amigos escritores y periodistas fue aclarado el grave error y capturado el verdadero asesino. Ricardo, enfurecido con el suceso, renegó de su nombre y se bautizó con otro inconfundible: Porfirio Barba Jacob». Así recordaba J. B. Jaramillo Meza en 1960 el episodio que motivó el nacimiento de Porfirio Barba Jacob.
+«Se encierra bajo llave. Ha pedido una escalera. Nadie entra a la habitación. No se le ha podido hacer la cama, cambiar la ropa, mudar el agua de beber. Todo el día con la luz eléctrica encendida… Parece espiritista. Cuando está en la habitación se oye la escalera trasladarse de un punto a otro apoyada aquí y allá en las paredes». Así describía Miguel Ángel Asturias la vida de Barba Jacob en Guatemala hace 103 años.
+«A las siete de la mañana estaba en pie, borroneaba algunas cuartillas para el periódico y así que se había preparado hojas en infusión, tequila y miel, una pócima rara, se volvió al lecho a dormir cuatro horas más». Así narraba Rafael Heliodoro Valle lo que era la vida de Emigdio Paniagua en México hacia 1911.
+«He sido agente de publicidad de una compañía de seguros, secretario de un gobernador, autor de monografías y hasta de poemas mercenarios». Así se definía Main Ximénez en carta al director de El Espectador, Gabriel Cano, en 1941.
+«Sea casto. Luche, sangre, fatíguese, pero no se entregue jamás en brazos de la concupiscencia. Nada hay peor, nada hay más feo, nada hay más indigno de un alma. Sólo en la castidad están la inteligencia y la fuerza». Así aconsejaba el bohemio Juan Azteca desde Monterrey a su amigo Alfonso Mora Naranjo en 1916.
+«Puesto de pie, tosió repetidamente varias veces y de manera estudiada y declamó solemnemente poniendo énfasis a su palabra en una corta estrofa, intrascendente desde el punto de vista poético, que constaba de dos renglones mínimos en su extensión y vacuos en su contenido. En su mefistofélico rostro una sarcástica sonrisa acompañó la acción. Y salió majestuoso, altivo, agitando acompasadamente sus largas y descarnadas manos». Así recordaba Antonio Osorio Isaza un recital remunerado de Almafuerte en un club social de Cali en 1928 ante una audiencia expectante que quedó en profundo silencio tras el desplante del poeta.
+Siete escenas diferentes, siete momentos curiosos, siete personas distintas y un solo hombre verdadero: Miguel Ángel Osorio Benítez, nacido en Santa Rosa de Osos (Antioquia) en 1883 y fallecido en México D. F., en 1942.
+Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob, Emigdio Paniagua, Main Ximénez, Juan Azteca, Almafuerte… Todos ellos son seudónimos —o, más precisamente, heterónimos— del poeta, ensayista, columnista, bohemio, provocador y andariego antioqueño. Su más célebre firma fue la de Porfirio Barba Jacob, inspirada en un hereje italiano del siglo XVI que se consideraba igual a Cristo. El primer Barba Jacob «fue un pastor sin ninguna cultura, nacido en Cremona —escribió en 1982 Pedro Gómez Valderrama, experto en brujas, herejes y yerbamalas parecidas—, y fue también pastor de almas, según significaba el apelativo de Barba».
+Este autor extraño y genial que utilizó numerosos nombres para firmar sus artículos forma parte de la curiosa legión de grandes escritores colombianos que han vivido y desarrollado su obra en México. La pasada Feria del Libro de Bogotá, en la que México fue país invitado, olvidó reservar una agenda especial para estudiar y destacar el fenómeno de que Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y Barba Jacob hubieran escrito lo mejor de su obra en tierras de Emiliano Zapata y Jorge Negrete. A ellos se suman otros autores colombianos que allí vivieron: Germán Pardo García, Antonio Montaña, Octavio Amórtegui, Laura Victoria, Laura Restrepo, Hugo Chaparro, Hugo Latorre Cabal…
+El más famoso, por supuesto, Gabo. Pero el más extravagante y enigmático, Barba Jacob. Han sido pocos y tardíos los homenajes bibliográficos a quien sigue siendo uno de los grandes poetas colombianos, pese a que el paso del tiempo ha pelado en muchos de sus versos un oropel cursi.
+En 1962, un libro editado por Rafael Montoya y Montoya en 1962 —del que tomo algunas de las citas que encabezan esta nota— fue una primera venia importante a Osorio. Veinte años después, Fernando Vallejo publicó su espléndida biografía Barba Jacob o el Mensajero. Y ahora acaba de aparecer una jugosa y juiciosa recopilación de artículos, cartas, crónicas y reportajes del autor de «Canción de la vida profunda». Se trata de Porfirio Barba Jacob: escritos mexicanos, fruto del trabajo investigativo, clasificatorio y analítico del manizalita Eduardo García Aguilar. Menos sucinta que el título es la denominación del prólogo del mismo García Álvarez: «Orientaciones para violar el sarcófago periodístico de Porfirio Barba Jacob en México».
+Noventa años después del arribo de Barba a Ciudad de México, y 25 desde la publicación de la biografía de Vallejo, tenemos ahora nueva información sobre este compatriota que padeció varios exilios, conoció la fama, rozó la riqueza y se hundió en la miseria.
+Se trata de uno de los libros más interesantes que ofreció la Feria, producto de años de husmear en hemerotecas y bibliotecas, perseguir pistas perdidas, buscar recortes amarillentos y registros microfilmados, descifrar nombres supuestos y deducir autorías, acopiar trabajos publicados a lo largo de más de tres décadas, clasificarlos y ofrecerlos en una edición mexicana del Fondo de Cultura Económica, donde se echa de menos una bibliografía final.
+García Álvarez, nacido en Manizales en 1953, autor de varias novelas, poemas y ensayos, realizó la investigación y escribió el prólogo hace un cuarto de siglo, con motivo del centenario del nacimiento de Barba Jacob, pero su trabajo había permanecido inexplicablemente inédito.
+Además del estudio previo, el tomo de casi 600 páginas abarca una recopilación de 148 piezas periodísticas de Osorio. Hay entre ellas una inmensa mayoría de columnas políticas, algo que sorprende a quienes conocen el Barba Jacob lírico, el de las canciones y las baladas. Pero también es posible encontrar notas ligeras, crónicas y reportajes. En suma, un acopio de prosas de Barba Jacob escritas durante sus muchos años de vida y trabajo en México.
+La opinión del prologuista sobre el autor no resulta muy positiva. «Pocas prosas literarias de Barba Jacob valen verdaderamente la pena —dice—: son acartonadas como la mayoría de sus poemas». Pero considera que las que forman parte de la antología son algo diferente. «Estos textos que hemos rescatado del sarcófago adonde fueron condenados por los hinchas que los consideraban basura dan otra imagen de nuestro poeta. Es casi como descubrir el otro lado de la luna. Es rescatar a un gran hombre colombiano: ponerle otra estrella a nuestra nacionalidad».
+El juicio resulta un poco contradictorio. Pero parece serlo aún más si nos atenemos a otro párrafo de García Aguilar donde dice que «Porfirio Barba Jacob hacía de su prosa tal vez un reino más importante y trascendental que su propia poesía, convirtiéndose en uno de los más lúcidos, modernos y divertidos prosistas colombianos de todos los tiempos». Cuesta trabajo estar de acuerdo con ambas afirmaciones. Por una parte, que Barba Jacob hubiese sido mejor prosista que poeta y, por otra, que haya sido uno de los mejores prosistas colombianos de todos los tiempos.
+Lo importante, sin embargo, es leer las notas y reportajes de Barba Jacob. Sólo así podrá formarse cada uno su propia idea sobre la obra.
+García Aguilar tuvo el buen cuidado de señalar las épocas que atravesó Miguel Ángel Osorio y cómo se reflejaron estas en sus escritos. En tal sentido, el aspecto biográfico del prólogo adquiere un interés especial. Allí nos cuenta cómo en 1922 el Gobierno mexicano lo expulsó del país a Guatemala, donde inició un penoso periplo centroamericano del que regresa diez años después tuberculoso, sifilítico y en la miseria. Tras un rosario de hospitales, consigue que le contraten un artículo diario en el periódico derechista Últimas noticias. En México, Barba Jacob era conservador y en Colombia, liberal. Cuando escribe en México, muy rara vez se ocupa de temas colombianos.
+Serán años difíciles —dice García Aguilar—, pues lo que gana apenas le alcanza para vivir al ritmo de su bohemia. Fuma marihuana por las calles, se declara públicamente homosexual y es llevado por eso a la comisaría, escandaliza, viste mal, se emborracha en las cantinas, insulta, hiere, humilla, se hunde en una amargura incontenible provocada por el terrible fracaso de su vida.
+El 11 de enero de 1942 Barba Jacob entró en agonía. Uno de los últimos amigos que lo vio con vida fue otro poeta colombiano, Germán Pardo García, quien describió en El Tiempo de febrero de ese año la muerte de su colega y compatriota. «A las nueve de la noche lo vimos por última vez. Salimos de su cuarto para darle aviso al maestro mexicano Enrique González Martínez de la muerte inminente de Porfirio, cuyo rostro, al alejarnos de su alcoba y mientras en el umbral dudábamos, presa como lo éramos de una pena extraordinaria, se volvió para mirarnos fijamente, cubiertos ya los ojos por una fría neblina y el pecho en trágica agitación, incapaz de resistir los golpes finales de una larga enfermedad que le arrasó los pulmones».
+Falleció tres días después. Tenía 59 años. Pasó fuera de Colombia más de la mitad de ellos.
+Fue tan copiosa su producción que aún siguen saliendo versos y prosas que permanecían sepultados en otros países, como lo demuestra el libro de sus escritos mexicanos. ¿Cuántos más habrá?
+(2009)
+En 1966, el autor de esta nota envió un cuestionario al gran escritor cuyo centenario natal se celebra este mes. Caballero lo respondió, pero había permanecido engavetado hasta ahora. Aquí se publica por primera vez y se cuenta la curiosa historia del asunto.
+EN AQUEL TIEMPO —MEDIADOS de los años sesenta— quien esto escribe —QEE— era consagrado lector y admirador de la obra de Eduardo Caballero Calderón —ECC—. Aún lo soy, pero ocurre que aquel tiempo era la década dorada de ECC y ahora, en cambio, estamos celebrando el centenario de su nacimiento el 6 de marzo. En 1962 había publicado Manuel Pacho, un relato que contó con el definitivo aval de la censura del rector del colegio donde yo estudiaba y donde había estudiado ECC medio siglo antes —el rector era tío del novelista, por si acaso—; en 1964 habían salido a la luz sus deliciosas Memorias infantiles; y en 1965 había ganado el Premio Nadal con El Buen salvaje, una historia de picaresca posmoderna escrita en primera persona —como corresponde al género— que recoge las tribulaciones parisinas de un estudiante colombiano siempre a punto de convertirse en escritor.
+Estos tres libros publicados en aquel tiempo se sumaban a algunas de las mejores prosas escritas en Colombia, mezcla de ensayo, crónica y memorias —Ancha es Castilla, Tipacoque y Diario de Tipacoque— y a dos obras fundamentales en el género nacional de la Novela de Violencia Partidista y Germen del Conflicto Social: El Cristo de espaldas (1952) y Siervo sin tierra (1954).
+QEE empezaba en aquel tiempo a trabajar como reportero de El Tiempo y se empecinó en buscar una entrevista con Caballero Calderón. A raíz del éxito de El buen salvaje a ECC lo habían entrevistado repetidamente en los últimos meses, pero QEE estaba interesado en una entrevista distinta, mezcla de preguntas ligeras e inesperadas que exploraran el reconocido ingenio del personaje, preguntas que propusieran un tema para explayarse y preguntas de mayor calado que explotaran su vena de ensayista. Eso, al menos, era lo que pretendía QEE, dispuesto a revolucionar el periodismo. Imbuido del espíritu tenaz y ambicioso del pichón de reportero, conseguí la dirección de ECC, que en aquel tiempo era diplomático colombiano ante una agencia internacional, y le envié a la dirección pertinente —49, Rue de Courcelles, París, VIII, Francia— un cuestionario cincelado con primor de relojero suizo.
+Corría marzo de 1966, y por fin, al cabo de un mes y pico, llegó el sobre de París cuyo origen postal era la Delegación de Colombia ante la Unesco. Tardé menos en desilusionarme que en abrirlo. En apenas una página y 326 palabras —cinco Padrenuestros y medio—, ECC salía de mi cuestionario con una mezcla de desdén, soberbia y mala leche que fueron para QEE su primer nocáut como periodista. Con el curso de los años, uno aprende en esta profesión a desencantarse, a perseverar, a besar la lona, a levantarse y a calzar los guantes de nuevo. Pero aquella entrevista era el primer costalazo y dolió mucho.
+Releída después de 44 años, la cosa no parece tan grave, el cuestionario no parece tan malo, las respuestas no parecen tan groseras —algunas eran francamente interesantes— y la entrevista merece publicarse por lo que revelaba sin proponérselo, más que por lo que ECC contestaba. Pero el espejo se había roto y QEE decidió, erguido en su orgullo de los veinte años, que si el personaje que tanto admiraba lo trataba a patadas en sus respuestas, él aún podía ejercer el pequeño poder de no publicarlas nunca. Que se jodiera ECC.
+Así fue como guardé durante casi medio siglo mis veintiuna preguntas a ECC y sus veintiuna respuestas. Pero al cumplirse el centenario de su nacimiento, QEE quiso hacer un homenaje a uno de los autores que mejores ratos le ha ofrecido con sus libros y entonces rebuscó la entrevista entre sus archivos y la ofrece aquí, tal como la respondió ECC el 18 de abril de 1966 antes de firmarla con el autógrafo que aparece transcrito. Y sin la mínima cortesía de despedirse.
+QEE— ¿Cuál es el libro que más ha influido en usted?
+ECC— Los libros que han influido en mí de acuerdo con las distintas épocas: de niño, el Pinocchio de Collodi, que fue el primero que leí de un tirón; poco más tarde, los cuentos de Perrault; de adolescente, Julio Verne; en los años finales del colegio, el Quijote; en mi primera juventud, A la recherche du temps perdus, de Proust. Después, otros muchos han tenido influencia sobre mí, a veces una influencia perdurable, como Tolstoy y Dostoyevsky, las hermanas Brönte, etcétera.
+QEE— ¿Cuál es el libro suyo que más le gusta?
+ECC— Manuel Pacho.
+QEE— ¿Qué opina sobre El buen salvaje?
+ECC— Me parece, con su perdón, inoportuna la pregunta sobre un libro que acabo de escribir.
+QEE— Si fuera presidente de Colombia, ¿qué cargo le daría a Gonzalo Arango —con quien en aquel tiempo sostenía una polémica—?
+ECC— No me interesa la pregunta.
+QEE— ¿Cree que existe una Novela colombiana?
+ECC— ¿Usted no cree? Yo me limito a escribirlas, como muchos compatriotas míos.
+QEE— El día que se decrete destruir todas las obras musicales del mundo excepto una, ¿cuál salvaría usted?
+ECC— Es una pregunta para revista de modas.
+QEE— ¿Qué prefiere entre un libro de Rafael Pombo y una corrida de toros?
+ECC— Es una pregunta para revista de peluquería.
+QEE— Entre el ensayo y la novela, ¿cuál es su favorito?
+ECC— El ensayo.
+QEE— ¿Por qué no ha escrito poesía?
+ECC— Porque no soy poeta.
+QEE— ¿Cuál era su actividad preferida cuando niño?
+ECC— Leer; ahora, escribir.
+QEE— ¿Qué fue de Siervo Joya?
+ECC— Ahora anda caminando en ruso por tierras comunistas, y a fin de este año comenzará a caminar en Francia y en francés.
+QEE— ¿Qué país prefiere para vivir?
+ECC— El mío; y, dentro del mío, Boyacá; y, dentro de Boyacá, Tipacoque.
+QEE— ¿Cuál es, a su juicio, el personaje más importante en la historia del mundo?
+ECC– Jesucristo.
+QEE— ¿Y el que más admira en la historia de Colombia?
+ECC—Bolívar.
+QEE— ¿Cuál es el gremio que estima menos?
+ECC— Nunca me he detenido a pensarlo.
+QEE— ¿Cuál es el escritor que detesta con mayor cordialidad?
+ECC— Hay escritores a quienes leo, otros a quienes todavía no he leído y otros a quienes ni leo, ni he leído, ni me interesaría leer. Eso es todo.
+QEE— ¿Sobre qué le gustaría escribir?
+ECC— Sobre la mística, que es una tercera forma de conocimiento: un conocimiento que no se basa en el raciocinio, como las matemáticas, ni tampoco en la experiencia, como las ciencias naturales. Me gustaría escribir la autobiografía, no la biografía de Santa Teresa de Jesús, pero no me atrevo.
+QEE— ¿Qué está escribiendo actualmente?
+ECC— Nada. En los últimos cuatro años he escrito tres libros (Manuel Pacho, Memorias infantiles y El buen salvaje) y ahora necesito descansar.
+QEE— ¿Qué fue del movimiento revolucionario que fundó hace muchos años con Eduardo Carranza?
+ECC— Se acabó por falta de adherentes y no de ideas. En cambio, al exdictador Rojas Pinilla le sobran los primeros y le faltan las últimas.
+QEE— ¿Le gustaría ser el primer terrícola que llegue a la Luna?
+ECC— La Luna dejó de interesarme aun como poesía.
+QEE— ¿Qué opina de la Academia de la Lengua?
+ECC— A mí me eligieron académico hace 20 años y me sentí muy honrado. ¿A usted le gustaría que lo eligieran?
+Unos años después de esta entrevista frustrada, que yo siempre recordé como una piedra en el zapato y a ECC seguramente se le olvidó cinco minutos después de meter el papel en el sobre, conocí personalmente al personaje. Había regresado de París y se vinculaba de nuevo como columnista de El Tiempo bajo el seudónimo de Swann. QEE había sido promovido al cargo de asistente del director y, como tal, disponía de una pequeña oficina al lado del despacho del inolvidable Roberto García-Peña.
+Muchos de los colaboradores del périódico que pasaban a saludar a García-Peña hacían una pequeña escala en mi oficina. Entre ellos estaba ECC. Resultó ser distinto a lo que había mostrado en la entrevista: mucho más cordial, mucho más ocurrente, mucho más gracioso. García-Peña le tenía franco aprecio y lo llamaba irónicamente «el Rápido», porque cojeaba. Nunca QEE le mencionó la famosa —sólo para mí— entrevista. Muchas veces charlé con ECC. Me tomaba el pelo aludiendo a tíos míos que habían sido sus condiscípulos y proveía noticias de su hijo Antonio, mi amigo desde los tiempos escolares. Conservo algunos libros de ECC que me regaló y dedicó. Acudí varias veces a las tardes de salón abierto en su apartamento de Residencias El Nogal, donde se hablaba de literatura y política. Y en 1969, cuando lo nombraron primer alcalde de Tipacoque, me invitó especialmente a la gran ceremonia que iba a celebrarse en aquella hacienda matriculada en los mitos literarios de QEE. Allí compartí cuarto y desvelos con mi maestro, Lucas Caballero Calderón, Klim. Cubrí la noticia para El Tiempo y le hice una larga entrevista a ECC.
+Ocho años después él y su primo Enrique Caballero Escovar, un estupendo escritor y un cachaco adorable, se retiraron de El Tiempo cuando de sus páginas salió Klim, censurado. Lo vi menos entonces.
+Al morir ECC, en 1993, QEE ya vivía en una tierra que aprendió a querer, antes que todo, en sus libros. «Porque —decía ECC— lo mejor del mundo es España, y España es Castilla, y ancha es Castilla».
+(2010)
+Tras la muerte del legendario maestro, un balance del vallenato clásico y de cinco grandes autores vivos.
+RAFAEL ESCALONA —QUÉ duda cabe, como dice un amigo mío— ha sido la más grande figura de la música vallenata. Él fue el creador de un mundo que reunió en forma inolvidable ritmos, historias, personajes, colores, paisajes, ambientes, lenguajes y texturas. Los cantos de Escalona dieron la vuelta al mundo, impulsaron el vallenato y lo condujeron al sitio de símbolo musical colombiano que hoy ocupa. Su imagen de compositor popular desbordó las parrandas, los discos y las casetas; fue materia de cientos de artículos de prensa, libros, tesis de grado y una serie de televisión.
+Escalona se hizo verbo y el verbo se hizo mito cuando pasó a formar parte del elenco de personajes de Cien años de soledad.
+El 13 de mayo del año pasado, a los 82 años, el maestro Escalona falleció en Bogotá. Muchos piensan que ese día terminó la historia del vallenato.
+Pero no es así. Después de concederle toda la gloria que le cabe y que merece, es preciso decir que hay vida después de Escalona. Parecería que no es así si uno se limita a oír los horripilantes paseos comerciales que inundan las ondas de radio: llorosos, quejumbrosos, rancherosos, bolerosos, tangosos, baladosos, predecibles, gastados, escritos con veinte palabras y ayunos de todo sentimiento auténtico.
+Por fortuna, detrás del resplandor de Escalona perviven no pocos compositores grandes, autores de memorables cantos y firmes herederos de la tradición creativa que nació con Francisco el Hombre y engrandecieron —¡almas benditas!— Juan Muñoz, Chico Bolaños, José Antonio Serna, Samuelito Martínez, Francisco Rada, Freddy Molina, Adriano Salas, Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Emiliano Zuleta, Carlos Huertas…
+Voy a mencionar en este espacio solamente a cinco de ellos, aprovechando que dos recibieron homenajes recientes en el Festival de las Artes de Barranquilla y el Hay Festival de Cartagena. Existen más figuras vivas, algunas legendarias, como Lorenzo Morales, Gustavo Gutiérrez y Pablo Flórez. Pero estas cinco forman una mano poderosa.
+Mientras haya compositores capaces de inspirarse de manera genuina en el amor, la muerte, la naturaleza, las historias divertidas y tristes del prójimo y sus propias alegrías y dolores, el vallenato seguirá tan vivo como lo dejó Rafael Escalona.
+Rafael Campo Miranda recibió por fin el homenaje que le adeudaba el país. Fue en enero pasado, durante el Festival de las Artes, de Barranquilla, cuando el público del Teatro Amira de la Rosa ovacionó a este compositor de 91 años nacido en Soledad (Atlántico), al que los colombianos debemos muchas horas de bailoteo y regocijo.
+Campo Miranda es el último supérstite de los grandes autores de porros de orquesta, tradición a la que pertenecen figuras legendarias como Luis Carlos Meyer —«Micaela»—, Crescencio Salcedo —«Mi cafetal», «La múcura»—, José María Peñaloza —«Se va el caimán»—, Pacho Galán —«Boquita sala»— y Lucho Bermúdez —«Carmen de Bolívar», «San Fernando»—.
+Son muchos años de música caribe. Uno de sus porros más conocidos, «Playa, brisa y mar», ya casi cumple 70 años. Otro clásico suyo, «Lamento náufrago», pasa del medio siglo. «Espérame entre palmeras» cumplirá sus Bodas de Oro en el 2014. Aparte de un buen número de porros, Campo Miranda ha compuesto boleros, fandangos, cumbias, paseos vallenatos y una interesante mezcla de merengue y joropo que se hizo famosa con «El pájaro amarillo», pero también le sirvió para marcar el ritmo a «Nube viajera» y «La cometa».
+Músico de conservatorio y de parranda, ha sido profesor de varias generaciones de barranquilleros a través de su academia y maestro de sus hijos, todos ellos dedicados a la profesión de su padre. Pero, sobretodo, ha dado de bailar a mucha gente durante mucho tiempo, pues su obra ha sido difundida por varias de las principales orquestas latinas. Entre ellas la Billo’s Caracas Boys, los Melódicos y la Sonora Matancera.
+Leandro Díaz nació en 1928 en Barrancas (La Guajira),y desde la cuna perdió la vista. Tras una infancia que sus cantos evocan como triste y solitaria, se dedicó a componer y cantar. Para ello fue clave un encuentro con Chico Bolaños, autor de «Santa Marta tiene tren», que marcó su vida para siempre. La conoció en 1937 en casa de su abuela, en Hatonuevo, y el niño quedó maravillado con la posibilidad de expresarse a través de la música.
+Así lo dice en uno de sus cantos autobiográficos, «La historia de un niño»:
+Y cuando fue adolescente
+vivía cantando canciones
+llevando sus emociones
+al corazón de la gente.
+Convertido en juglar ciego —lo que hace inevitable la comparación con Homero—, recorrió muchos caminos y se volvió enamoradizo. Sus cantos reflejan los hechos de esos amores, tanto los que idealizó —«La diosa coronada»— como los que fueron felices —«Matilde Lina»— y los que terminaron mal: «Carmencita».
+A pesar de que sus ojos nunca pudieron enseñarle el mundo que lo rodea, tiene de él una idea tan clara que a veces parece que puede ver. Así, ha descrito la primavera y el verano como pocos pudieron hacerlo. Es, además, un compositor profundamente original. Su paseo «Dónde» recorre los principales pueblos de la región vallenato-guajira y en el merengue «Los tocaimeros» pasa revista a todos y cada uno de los habitantes de la aldea de Tocaimo. En ambos casos aparece la mano del poeta enamorado: en el primero justifica el recorrido en la búsqueda de una muchachita y en el segundo acaba confesando que en el pueblo vive una viuda «que Leandro se muere por ella».
+Padre, hermano, abuelo y tío de músicos, los Díaz son una familia que vive en función de los cantos y los acordeones. Ivo, hijo de Leandro, es quizás la mejor voz del vallenato; y su hermano Urbano, ciego como él, ha dejado varios paseos llenos de sentimientos o de humor.
+Leandro y los suyos fueron objeto de un gran homenaje en el Hay Festival de Cartagena hace algunas semanas. Ya García Márquez le había hecho el suyo cuando incluyó como epígrafe de El amor en los tiempos del cólera dos versos de Leandro: «En adelanto van estos lugares / ya tienen su diosa coronada».
+Aquí hay una gran injusticia. Son mucho más famosas sus canciones que él. Pero en el mejor repertorio vallenato no pueden faltar varios paseos y merengues de Julio Herazo Cuevas, como «Rosalbita», «Hace un mes», «El caballo pechichón» y, sobretodo, «Compae Chemo», esa joya que enlaza cuatro melodías distintas y dos ritmos diferentes:
+Tengo pena con compadre Chemo,
+tengo pena porque yo no fui
+a su fiesta de ese 2 de enero
+y con tanto que le prometí…
+(Paseo)
+Me perdona, pero fue que yo
+el día 1.º, pa’ sacá el guayabo,
+fui ‘onde Alirio y me tomé unos tragos
+y el guayabo no se me pasó:
+vino un trago y vino el otro trago,
+y ahí quedé, sacándome el guayabo…
+(Son)
+También ha compuesto boleros, fandangos, como «La pata pela», tangos —«Lejos de ti»— y bambucos —«El pañuelito»—.
+Herazo, nacido en Barranquilla en 1929, se considera a sí mismo oriundo de Guamal, Magdalena, donde se crió. Fue miembro del trío Caribe, los Corraleros de Majagual y la orquesta de Pacho Galán.
+Aunque muchas de sus obras son interpretadas internacionalmente, ha sido un tipo discreto, de pocas entrevistas y escaso protagonismo. Por eso su nombre suena menos que sus canciones. Pero en el mundo de la música popular colombiana no hay quien ignore quién ha sido Julio Herazo.
+Mama, ¿qué será lo que quiere el negro? Posiblemente hay pocos fragmentos de la música popular colombiana tan recordados, citados, cantados y aludidos como esta picardía de El africano. Pero ¿cuántos saben que su autor, Calixto Ochoa Ocampo, capaz de divertimentos como este, es uno de los grandes compositores del vallenato canónico?
+Algunas de sus obras son clásicas, más que canónicas. Por ejemplo: Lirio rojo, compuesto en 1952, es tan sólida en la historia del paseo vallenato como la Quinta sinfonía de Beethoven en la historia de la música culta. Por eso le ha dado la vuelta al mundo en los discos de Carlos Vives y de otros intérpretes:
+Yo tenía mi lirio rojo bien adornado
+con una rosita blanca muy aparente,
+pero se metió el verano y lo ha marchitado:
+por eso vivo llorando mi mala suerte.
+Calixto Ochoa nació en Valencia de Jesús, Cesar, en 1934 en pobres condiciones —«Yo recuerdo que mi madre, cuando yo estaba pequeño / con sus trajecitos viejos me hacía mis pantaloncitos»—. Desde niño se aficionó a la música y aprendió el arte de los botones tocando el acordeón de sus hermanos. A los 19 años se fue de la casa paterna, llegó a la región del Gran Bolívar y se quedó a vivir en Sincelejo. Luego de trashumar por varias agrupaciones, formó parte de los famosos Corraleros de Majagual. En 1980 el Festival Vallenato le coronó como Rey del Acordeón.
+Hombre de mucha música y, como queda dicho, de muchos recorridos —«Después salí a rodar tierra sin fin / dejando sola mi tierra natal»—, ha incorporado a sus notas tonos y ritmos recogidos en otras latitudes de la costa colombiana. «Los sabanales» es un paseíto de sonidos típicos de la música sabanera y «El humanitario» sorprende por sus largas notas de acordeón, extrañas a las que caracterizan a los intérpretes del Cesar.
+Su especialidad han sido los retratos femeninos. Son famosos sus paseos «Diana» y «Martha», pero la lista de mujeres que le han inspirado cantos es más larga: «La China», «Irene», «Norma», «La llanerita», «Muñeca Linda», «La ombligona», «Norfidia»… El merengue «Ay, Marily» está dedicado a una muchacha que conoció cierto sábado y a la que envía un mensaje de amor. Poco después de grabarlo se entera de que la joven murió, y entonces le dedica el sentidísimo paseo «Marily»:
+Le hice un disco a Marily
+con aprecio y con cariño.
+Pero esta noticia recibí:
+que hace pocos días
+había fallecido.
+Para mí no existe la alegría
+desde que supe la muerte de ella.
+Adolfo Pacheco tiene tres canciones donde cuenta su niñez en San Jacinto (Bolívar), su juventud de estudiante en Cartagena y su efímero paso como universitario en Bogotá. En ellas nos enteramos de que lo bautizaron en la iglesia de su pueblo y que «dice en sellado papel»:
+Yo, reverendo Trujillo,
+bauticé a un Pacheco Anillo
+de nombre Adolfo Rafael.
+Como párroco doy fe,
+número y folio dan cuenta;
+renglón seguido comenta
+que nació en hogar cristiano:
+ocho de agosto del año
+mil novecientos cuarenta.
+También sabemos que fue alumno de primaria de Pepe Rodríguez —«donde mejor se consigue ser un niño aprovechado»— y más tarde «bachiller orgulloso» del colegio Fernández Baena, de Cartagena. Trabajó luego como profesor de matemáticas, aprendió formalmente las normas de la rima y la poesía —«no las recogí del suelo»—, hizo breve carrera política y se graduó de abogado a los 43 años.
+Nada de esto es especialmente importante, sin embargo, la grandeza de Adolfo Pacheco nace de su música. Aunque es buen guitarrista y ha grabado varios discos con su voz, el talento que en él sobresale es el de compositor. Un compositor talla XL, digno de ocupar lugar preferente en ese altar al que sólo ascienden Escalona, Leandro, Emiliano Zuleta, Alejo y unos pocos más.
+Pacheco lo hace con su música de acento bolivarense, muy distinto a las pautas establecidas en Valledupar, donde se le ha visto dispuesto a defender los sonidos de acordeón de su región, tan próxima a los melancólicos tonos menores de la cumbia.
+Su posición rebelde le costó más de un disgusto con los organizadores del Festival Vallenato. Pero el éxito de sus cantos superó trabas y polémicas. Con «La hamaca grande» conquistó el Festival y con una veintena de merengues, paseos, cumbias y sones logró la gloria nacional y la fama internacional.
+De «El viejo Miguel» se ha dicho que es el mejor merengue vallenato jamás compuesto. Pacheco, modestamente, sólo acepta que «ese me quedó bien». Pero también le «quedaron bien» «El mochuelo», «El tropezón», «El cordobés» —convertido en himno de los galleros—, «Mercedes», «El bautizo», «La diabetes de Carmelo», «El mensaje», «Cuando lo negro sea bello», «Me rindo, majestad», «La consulta» y un puñado de vallenatos narrativos entre los que se destacan las historias de «Gallo bueno» y «La babilla de Altamira».
+Con Adolfo Pacheco en plena inspiración, como lo demuestra una de sus últimas composiciones —«El machismo del abuelo»—, hay vallenato para rato.
+(2010)
+La muerte del autor de El testamento del paisa obliga a pensar si queda algo de la famosa gracia antioqueña.
+EL HUMOR ANTIOQUEÑO SE encuentra gravemente enfermo, y todo examen médico que se le practique necesita tener en cuenta sus tres características principales.
+1) El humor paisa es exagerado: «Tiene más carne un pensamiento de San Luis Gonzaga»… «Acosa más que un purgante»… «Más peinado que Mandrake»… «Más peligroso que una aguja en un sancocho»…
+2) El humor paisa es basto, brocha. El chiste verde antioqueño no es sexual sino escatológico, como el siguiente de Cosiaca, un personaje popular que recorría las fiestas departamentales:
+«Vieron a Cosiaca en cuclillas ensuciando en la calle. Se le acerca el policía y le grita:
+—¡Cosiaca! ¡Aguarde y verá! ¡Le voy a dar parte al señor alcalde!
+—… em puede dársela toda —respondió Cosiaca».
+3) El humor paisa, finalmente, celebra la viveza como máximo valor.
+«Un paisa llevaba todo el día cazando en un monte y no había matado sino el ojo. Ya casi de noche mandó la promesa de que lo que cazara era en compañía con San Antonio. Ahí mismo salieron dos conejos. El paisa disparó y mató uno. Mientras iba a recogerlo, decía:
+—¡Vea cómo corre el de San Antonio!».
+La viveza del paisa suele llevarlo a competir con especímenes de otras regiones y, por supuesto, siempre aparece como más inteligente, más astuto y más vivo que todos ellos.
+Exageración, bastedad, celebración de la viveza. Esos, tres de los rasgos principales del tradicional humor antioqueño. Nadie los estudió más ni recopiló sus ejemplos con más paciencia que Agustín Jaramillo Londoño, historiador, escritor, folclorista y publicista nacido en Medellín. Su libro El testamento del paisa —de donde salen los ejemplos de exageraciones y apuntes citados arriba— es uno de los volúmenes esenciales de la cultura antioqueña, y referencia importante de la narración popular y el humor colombianos. Allí recoge Jaramillo Londoño cuentos, chistes, dichos, anécdotas, exageraciones, leyendas, mitos, bailes, refranes, versos populares, sainetes, juegos y costumbres de «Antioquia la Grande».
+Fragmentos de El testamento del paisa, cuya primera edición data de 1961, flotan libre y frecuentemente por internet. En un alarde de viveza, los piratas ofrecen a menudo la fuente de la que tomaron los cuentos e historias, pero rara vez piden permiso y jamás pagan por reproducirlos. Hace un tiempo el abogado José León Jaramillo Jaramillo colgó en la red una advertencia donde se identificaba como apoderado de Jaramillo Londoño y amenazaba con demandar a quien copiara sin permiso trozos de su obra.
+No, hombre, don José León —le habría dicho Cosiaca—: ¡Más fácil es llenar un excusao de tren!
+Tristemente, este historiador y folclorista que publicó el más importante compendio folclórico de la paisolatría mereció apenas unas pocas líneas en la prensa de su ciudad cuando falleció el pasado 30 de diciembre. Víctima de un infarto, Jaramillo Londoño murió a los 87 años en El Poblado.
+Lo que conviene preguntarse es si, antes que él, ya había muerto el llamado «humor paisa».
+En un artículo de 1989, me atreví a afirmar que el de Antioquia es, con el de Bogotá y el de la Costa, uno de los tres prototipos regionales del país. En contraste con el primero, que tiene el chiste como meta principal, el bogotano es un humor verbal basado en el ingenio y el costeño se refugia en el relato. Pero ya se hablaba del humor antioqueño hace más de 60 años.
+En mayo de 1946 Hernando Téllez escribió en El Tiempo una nota donde señalaba la particularidad de «la gracia y el humor antioqueños que no se parecen a los de ninguna otra región del país». En esa nota destacaba que sus características primordiales eran la comparación y la exageración. Según Téllez, la «contraposición más insólita» crea una «risueña lógica del absurdo» y la exageración constituye «una amable desfiguración por exceso». También señalaba, de manera elegante, que en todo paisa hay un calentano esencial: «En todo hijo de Antioquia (…) perdura intacta la dura y fuerte almendra provinciana, y ella se evidencia, sin ninguna dificultad y precisamente a propósito del humor y la gracia».
+Después de declararse admirador de ese humor y esa gracia, Téllez se queja, sin embargo, de que «a Antioquia le han faltado más humoristas que lleven al papel lo que abunda dichosamente en los labios de todos sus hijos». En suma, han faltado «humoristas antioqueños con talento literario».
+No debió de caer muy bien la afirmación de Téllez en una región que todavía lloraba a don Tomás Carrasquilla, fallecido seis años atrás —diciembre de 1940—, a quien, además de gran narrador costumbrista, sus coterráneos atribuyen un humor y una gracia especiales.
+Es posible que las características de la tradición oral paisa, patria cultural de personajes como el culebrero, el bobo vivo y el decidor de frases rotundas, no se hayan reflejado en la literatura. Pero unos años después marcaron el tipo de humor del que se alimentaron durante mucho tiempo la radio y la televisión: un esquema con mucho juego de tipos regionales, numerosos personajes y el chiste como meta final de la historia. Fueron los años dorados de Guillermo Zuluaga, Montecristo, y los de sus imitadores —unos peores que otros y casi todos paisas—, que divirtieron a dos generaciones de colombianos, no sólo a los antioqueños.
+En los últimos cuatro o cinco lustros el humor antioqueño ha dejado de brillar como antes. Quedan algunos discípulos del estilo de Zuluaga, pero hay poca renovación, casi ninguna. Como bien observó Téllez, el chiste antioqueño es por esencia provinciano, rural, campesino, y el proceso de urbanización del último tercio de siglo condujo a otra clase de sociedad y otra clase de narración. Uno de los trabajos más interesantes de Jaramillo Londoño se tituló El folclor secreto del pícaro paisa y Antioquia, publicado en 1976. Habrá quien se interese en averiguar hasta qué punto el culto al pícaro, heredado directamente de España, sirvió de estímulo a los delincuentes de ciudad que a partir de los años ochenta escogieron el atajo ilegal para hacer dinero y mostrar su audacia. Algo de esa admiración por el astuto, sin consideraciones éticas, acompañó a Pablo Escobar durante su malhadado paso por este mundo.
+La recreación artística que surgió de la tergiversación de valores fue muy distinta al folclor que el pueblo había creado en tiempos anteriores. No hay narco-bambucos ni pro-narco-chistes, como ha habido narco-corridos en México. La recreación de lo ocurrido quedó directamente en manos de la literatura. Así nacieron la novela sobre la narcoviolencia antioqueña, de la mano de Fernando Vallejo y Jorge Franco, y el cine de sicarios, del cual es pionero Víctor Gaviria.
+No se ha demostrado que el surrealismo paisa haya logrado desprenderse de su herencia rural. Ahora mismo los antioqueños que pretenden exhibir alguna gracia se remiten, por urbanos que ellos sean, a las viejas cosas del campo. No hay mejor ejemplo que los dichos del expresidente Álvaro Uribe con su elenco de mulas, burros, caballos y huevos.
+Puede pensarse que, al empezar el siglo XXI, el modelo que recogió El testamento del paisa ha pasado de moda. Quien primero diagnosticó la grave enfermedad que aquejaba a la celebrada chispa antioqueña fue, curiosamente, una antioqueña, la psicoanalista Clarita Gómez de Melo, en una página memorable titulada Lo feo del paisa, que escribió a instancias de la revista medellinense La Hoja.
+«Los chistes antioqueños son burdos, simples, sin ingenio —señala Gómez en la versión que publicó Lecturas Dominicales el 21 de abril de 2002—. Buscan hacer reír con la vulgaridad, la palabra fea, la ordinariez. Fuera de eso, el humor local se distingue por la vitalidad de frases hechas y refranes. No se espera de un paisa que haga un buen chiste en la conversación, que sea ingenioso. Lo que se espera es que repita con oportunidad los chistes y refranes que ha oído y, sobretodo, las exageraciones».
+Seguramente no estuvo de acuerdo con ella Agustín Jaramillo Londoño y tampoco del todo quienes muchas veces nos hemos entretenido con las salidas y excesos paisas. Pero la psicoanalista, prematuramente desaparecida, anunció con acierto la decadencia de una época en la que el humor tal como lo dictaban los antioqueños prevaleció en los medios.
+Hoy muchos se apresuran a ponerle la lápida, algo que parece precipitado si tenemos en cuenta, por ejemplo, la vigencia de los diálogos de Tola y Maruja y los monólogos de Teódulo, el tendero pueblerino parlanchín, de carriel y geranio en bacinilla, que nos dejó en la rutina El pan de queso uno de los momentos más divertidos y típicos de la gracia paisa. En ella se relata la historia de don Emel Rodríguez, un antioqueño a quien le estalla la II Guerra Mundial cuando vendía quesitos en Berlín y se inscribe en una licitación de Hitler para dar con la fórmula que evite el endurecimiento del pan de queso.
+Jaramillo Londoño dedicó el más largo tramo de su vida a buscar y recoger «de primera mano» la cultura popular de su tierra. Fue profesor universitario y creó un Museo del Folclor. Hace medio siglo ya se quejaba de que los juglares paisas eran una especie en vía de extinción. «Van desapareciendo y quedando sin reemplazo los viejos contadores de cuentos que dejaban a chicos y grandes embelesados hasta el amanecer», escribió.
+Dicen sus amigos que él mismo era un narrador ameno, autor de apuntes y salidas chuscas. Si el bueno de don Agustín hubiera tenido que escoger epitafio, quizás lo habría extraído de su «arrume de versos» recogidos de pueblo en pueblo:
+Todo el tiempo que he vivido
+aquí y en otro lugar,
+no me pueden sindicar
+pues hombre de bien he sido.
+A todos les he cumplido
+y amigo de hacer favores,
+así los conversadores
+contentos deben de estar
+que hoy desocupo el lugar:
+Yo me voy de aquí señores…
+Que ambos descansen en paz.
+(2011)
+Emocionado recuerdo de cuatro actrices que, con sus sensuales apariciones en la pantalla, nos mostraron que había un mundo más atractivo que jugar gambetas con las primas.
+LA ESCENA ES INOLVIDABLE, a pesar de que ocurrió hace ya más de medio siglo, cuando tenía yo doce o trece años. Asisto con dos condiscípulos de mi edad —Rueda y Perry— a la función de matiné del Teatro Chile, justamente el que hoy es el Teatro Nacional, en la calle 71 entre Novena y Once. La película es para mayores de 21, pero sucede que Álvaro, el portero del teatro, le arrastra el ala a Martha Chaves, la niñera de mi casa, y gracias a estos amores entramos de balde y sin censuras a las funciones del Chile. Nada sabemos en ese momento sobre la cinta programada. Sólo que se titula La mujer del río. Tampoco sobre la protagonista, una tal Sophia Loren. Italiana, según parece. Simplemente, es un buen plan para distraer el ocio de las vacaciones.
+La pantalla cuenta que todo sucede en un arrozal. Sophia trabaja entre las aguas del pantano, cortando los tallos, con las faldas a la altura de los muslos —interesante—, una camisa abierta —muy interesante— y se ve obligada a agacharse, hoz en mano, a recoger las espigas —sumamente interesante—. Mario, su novio, tiene varias escenas de amor con ella; hacia el final, el romance se acaba, el cobarde de Mario le da una bofetada y Sophia rueda por el suelo, en un volantín infame que expone ante los ojos maravillados del respetable público unos blanquísimos calzones.
+Yo sabía que existían, pero nunca los había visto. En ese momento éramos en casa tres hermanos en edad de colegio y una hermana en edad de pañales. Prendas como esta, que en una casa de hermanos y hermanas es tan normal como un par de medias o de calzoncillos, en la mía eran una idea abstracta —la madre no cuenta: la madre es de otro mundo—. Por eso quedamos atontados y boquiabiertos, mientras un calorcito picante nos recorría el espinazo. No lo sabíamos en ese momento, pero acabábamos de asistir al estreno de las hormonas.
+Ahora me doy cuenta de que Rueda y Perry también pertenecían a familias de hijos varones. Los calzones de Sophia Loren iniciaban una nueva vida para nosotros. De allí que hubiéramos permanecido en la sala para repetir la película en función de vespertina, que nos confirmó como admiradores de Sophia Loren, la mujer del río, sus panorámicos escotes y su prometedora ropa interior.
+No puedo ser ingrato: tengo que aceptar que en muchas cosas soy un tipo afortunado. Una de ellas es que todas las mujeres que despertaron mis primeros pensamientos lúbricos desde la pantalla de cine viven aún y, aunque no lo crean, al menos una de ellas todavía es capaz de poner nervioso a un varón de calidad. Hablo, claro, de ella, de Sophia, la que se remanga las faldas a la altura de los muslos en el arrozal y revela unos sencillos calzones blancos al rodar por el suelo.
+Hurgando en YouTube pude encontrar algunas escenas de La mujer del río, pero no aquella de los albos cucos. Mejor: podría haber sido un exceso de emociones para alguien de mi edad. Sale acompañada por el atarván de Mario, lamentablemente. Pero tendrán una idea de la alta dosis de «arrecherol» que era capaz de inyectar esta dama.
+Las mujeres que dieron el campanazo de largada a nuestras glándulas fueron cuatro. La ya mentada Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Brigitte Bardot e Isabel Sarli. Dos italianas, una francesa y una argentina.
+La mayor de ellas es la Lolo, que nació en 1927 y, por tanto, festejará este año su octogésimo cuarto cumpleaños —84, para los que se enredan en estas zarzas—. Sophia y Brigitte son casi gemelas: la Loren nació el 20 de septiembre de 1934 y BB ocho días después. En cuanto a Isabel Sarli, la muchacha acaba de cumplir los 75.
+Déjenme consagrar un emocionado recuerdo de Brigitte Bardot, el gran símbolo sexual de los años cincuenta, que entre 1955 y 1957 rodó tres películas que nos quitaron la respiración: Deshojando la margarita, La luz de enfrente y la gloriosa La parisiense, con esa escena sublime en que se le cae la bata. ¿Era azul la bata, o me confundo con la de Marilyn Monroe al pie de la piscina en Something’s Got to Give? Resulta innoble que, a estas alturas de la vida, me acuerde del teorema de Pitágoras y no del color de la bata de BB en La parisiense. De todos modos, ella fue parte clave de nuestra adolescencia. Tanto la quisimos, tanto la deseamos, que procuramos olvidarnos de la BB de ahora, una ultraderechista entregada a la protección de los animales y la persecución de los inmigrantes. Se le perdonan las arrugas de la piel, que nos esperan a todos, pero no las del espíritu ni las de la política.
+El 7 de noviembre pasado, la redactora de El Tiempo y Citytv Juanita Agudelo Bernal publicó un informe sobre «Los desnudos más recordados de la historia del cine». Debo reconocer que se trataba de un aceptable recuento acompañado por un emocionante video. Allí desfilaban, entre otras, Audrey Munson, la primera actriz que se desnudó ante una cámara, en 1915; Hedy Lamarr y su famosa escena en Éxtasis, filmada hace más de 70 años; Marilyn Monroe, Sophia Loren, Sharon Stone —con su peliaguda aparición en Instinto básico— y una larga lista de actrices de los últimos años.
+Figuran varias colombianas —Amparo Grisales, Margarita Rosa De Francisco, Angie Cepeda en su insuperable Pantaleón y las visitadoras, Martina García, Verónica Orozco, Vicky Hernández, Angélica Blandón…—. Pero se omite una de las más excitantes protagonistas de escenas sin ropa, la estupenda Flora Martínez. Hay otras ausencias importantes y recientes, como Audrey Tautou (Amélie) y Maribel Verdú (Y tu mamá también), y errores de poca monta: por ejemplo, Anna Bancroft no posó in púribus en El graduado, sino que lo hizo una doble suya.
+Pero resulta inevitable decir que ya no es gracia encontrar desnudos cinematográficos, ni femeninos ni masculinos. El destape fácil y ecuménico es heredero de aquellas valientes pioneras. Ahora se encueran hasta el director, la de los tintos y el jefe de transportes. En cambio, tenía un mérito enorme salir sin taparrabo antes de los años sesenta, como lo hizo Maureen O’Sullivan —con ayuda de la nadadora Josephine McKim— en las bellísimas escenas subacuáticas de Tarzán y su compañera (1934).
+Por eso echo de menos en aquella lista a Isabel Sarli y, definitivamente, a la Lolo. Entre Gina Lollobrigida y Sophia Loren hubo irreconciliable rivalidad: los hinchas de Gina no querían saber nada de Sophia y los de Sophia denostaban de Gina. Perry, Rueda y yo optamos por la paz. Éramos eclécticos. Nos gustaban ambas. Hace unos años compartí sala con la Lollobrigida en el aeropuerto de Buenos Aires. Solamente les diré que habría preferido conservar la imagen suya que me transmitió la pantalla del Teatro Chile.
+La Lolo tuvo mejores películas que Nuestra Señora de París (1957), donde hacía el papel de la gitana Esmeralda; pero nosotros quedamos mesmerizados cuando vimos el baile cuasi español de la Lolo, con esa cintura que un reloj de pulsera podría haber rodeado y todo lo demás digno de la catedral parisina. Semejante gitana era mucha gitana y entró directamente a nuestros íconos eróticos de los tiempos del acné juvenil.
+En ese lugar se hallaba ya Sofía, por supuesto, desde aquella película entre los arrozales. Pero también la cuarta, la que nos falta aquí: Isabel Sarli. Ella fue la rotunda respuesta de Suramérica a las diosas europeas del sexo. Su promotor, director, guionista, productor, coprotagonista y, sin embargo, amante esposo era Armando Bo. Bajo la guía de Bo, Isabel Sarli se convirtió en el símbolo erótico latino, con adorables calidades de abundancia de carnes, cursilería visual y dialéctica y mensajes poco subliminales hacia su querido y excitado público. La Coca Sarli creó toda una imaginería sexual, popular y ecológica: un arroyo transparente era invitación irrenunciable a despojarse de la ropa y lanzarse al agua; una playa ardiente le creaba la obligación de asolearse en medio de apasionados caracoleos; llegó al punto de percibir deliciosas sensaciones al observar el apareamiento de un caballo y una yegua. Esta escena no es especialmente sutil, pero nadie puede negar su originalidad y encanto.
+Tenía lo suyo, la Sarli. La escena del baño en El trueno entre las hojas (1958), con arpegios de cuerdas paraguayas, fue el primer desnudo integral taquillero del cine en español. Vinieron más, siempre con títulos que eran ya un pasporte hacia la sicalipsis: Carne sobre carne, Fiebre, Días calientes, La diosa impura, Lujuria tropical…
+La única diferencia entre las películas suyas y las de las divas europeas es que estas se exibían en los mejores teatros, y las de la Coca teníamos que buscarlas en salas de segunda. Pero semejante discriminación no habla mal de ella sino de Colombia y, de todos modos, se justificaba el viaje al teatro pulgoso y el sorbono al portero. Pues no en todas partes había un Álvaro dispuesto a franquearnos las puertas por amor a Martha Chaves.
+Muchos años después, frente al pelotón de los recuerdos nostálgicos, he querido rendir tributo a esas mujeres, gracias a las cuales se abrieron a mi generación las puertas secretas del gusto por el sexo femenino que, parece increíble, hasta ese momento sólo se alimentaba de las gambetas con las primas.
+(2011)
+Se cumplen 110 años del nacimiento de quien, aparte de representar la mejor herencia del art decó nacional, sedujo con sus poemas y su gallardía a muchas damas bogotanas y de las otras. Algunos le atribuyen la paternidad de Camilo Torres Restrepo.
+HACE 80 AÑOS CUMPLIDOS, EN 1931, se realizó en Bogotá el primer Concurso Nacional de Belleza. Acudían al certamen representantes de una docena de regiones. El acto de coronación estaba planeado como un gran espectáculo de elegancia santafereña organizado por la Marquesa de Bonneval, una señora cachaca nacida a fines del siglo XIX cuyo verdadero nombre era María Josefina Suárez Borrero. Había adquirido en el altar el marquesado, el apellido y un cónyuge francés llamado Charles de Bonneval. Escenario: el Teatro de Colón. Presidente de la velada: el jefe del Estado, Enrique Olaya Herrera. Atuendo: caballeros, riguroso frac; damas, traje largo.
+La marquesa había previsto un final doblemente emocionante. Cada candidata debía hacer su última presentación en el escenario del teatro acompañada por un poeta que le dedicaría un soneto. Los aplausos y un jurado flexible escogerían a la candidata más bella y al poeta vencedor.
+Desfilaron por orden alfabético las candidatas de Antioquia, Bolívar, Bogotá y demás procedencias con sus respectivos poetas. Entre ellos se hallaban nada menos que Arturo Camacho Ramírez y Jorge Padilla. Llovían los aplausos, los suspiros y los estremecimientos estéticos.
+Y llegó el turno a la última, la representante del Valle del Cauca. La escogida, Elvira Rengifo Romero, era una morena de ojos profundos, tez trigueña y cuerpo esbelto, que parecía salida de un óleo de Julio Romero de Torres. Entró con ella Alberto Ángel, de 29 años, prototipo del dandy bogotano, alto, elegante, ídolo de las muchachas de sociedad, autor de poemas eróticos que derrochaban sedas y penumbras. Era un átomo de la cultura francesa extraviado en los riscos andinos.
+La reina vallecaucana se dispuso a escuchar el soneto del poeta que le había tocado en suerte, y este desgranó, con voz pausada y santafereño acento, los siguientes versos:
+Doña Elvira Rengifo: tú llegas de la leve
+página de un idilio que nunca morirá.
+Si al virginal mandato tu juventud se mueve,
+la sombra de María por donde pasas va.
+Sobre tu frente cándida, qué bien está la nieve
+y en tu mirar sereno, la luz qué bien está.
+Bajo un clamor unánime, para tu planta breve,
+como un tapiz magnífico se tiende Bogotá.
+Doña Elvira Rengifo, la del Valle risueño,
+parece que llegaras aquí como de un sueño;
+eres flor en el rostro y en el cuerpo, bambú.
+Si en el Valle del Cauca se agostaron un día
+los lirios impolutos cuando murió María,
+las rosas florecieron cuando naciste tú.
+El teatro se vino abajo, el público aplaudió de pie, las señoras sacaron pañuelo y la propia doña Elvira Rengifo, transida de emoción, no pudo evitar unas lagrimitas, mientras el poeta, impávido y resplandeciente como una roca blanca, recibía el homenaje. La heredera de María fue elegida reina y Olaya Herrera extendió a Ángel Montoya el premio debido al mejor poeta de la denominada soirée.
+El próximo 29 de marzo se cumplen ciento diez años del nacimiento de aquel sonetista que provocó un espasmo lírico en el Teatro Colón hace ocho décadas. Lamentablemente, la clásica desmemoria colombiana parece haberlo triturado. De su centenario, en 2002, se acordaron unos pocos miembros de su escasa familia, y hoy apenas lo salvan del olvido el poema a Elvira Rengifo y aquel célebre Soneto al amor que en 1927 recitaban todos los bogotanos pero ya sólo murmuran Álvaro Castaño Castillo y una manotada de cachacos de pro:
+Cuántas veces, amor, por retenerte
+puse a tus pies mi juventud rendida.
+Y cuántas, a pesar de estar herida,
+te la volví a entregar, por no perderte.
+Cuántas veces también, altivo y fuerte,
+por alcanzar la gracia prometida,
+me batí frente a frente con la vida
+o me hallé cara a cara con la muerte.
+Y hoy, cuando mi ilusión vuelve a tu lado
+trayéndole al misterio de tu hechizo
+la pluma azul del pájaro encantado,
+torna otra vez a mi pupila el lloro
+al mirar desde el puente levadizo
+que está cerrado tu castillo de oro.
+Habría, sin embargo, muchas razones para recordarlo. Dentro de su especial circunstancia, Ángel Montoya fue un señor poeta, un sutil recreador de atmósferas íntimas y un pintor en verso de estampas memorables. Jorge Padilla, autor de algunas de las mejores páginas publicadas sobre él, señala que es diferente a todos los poetas colombianos: «Es sólo Ángel Montoya. Lo que le falta en variedad le sobra en maestría. La elegancia de su estilo no ha sido superada».
+Escribió hace años Bernardo Arias Trujillo: «Juan Lozano, José Umaña y Ángel Montoya son los únicos poetas legibles que hoy habitan en Colombia». Agrega Guillermo Valencia: «Es el poeta del madrigal perfumado y versallesco». Según Alejandro Vallejo, «un excelente poeta. Para algunos, el primer poeta de Colombia».
+AAM —como él mismo se firmaba—, fue uno de los más exquisitos representantes del spleen finisecular, del sutil desencanto de la vida, del desdén y el desprecio por las cosas del mundo, partidario, en cambio, de cultivar las pasiones y vivir peligrosamente. «Con voz llovida de cenizas ha cantado como muy pocos el color del hastío», indica Eduardo Carranza. «Su orgullo es un acantilado contra el que las olas se estrellan», expresa Luis Eduardo Nieto Caballero.
+Era la versión linajuda y galante del ranchero mexicano Juan Charrasqueado, pues si este, según el corrido, era «borracho, parrandero y jugador», el poeta bogotano nos confiesa con mayor finura que «amaba el vino, la mujer y el juego». Disfrutó de riqueza; heredadas y las dilapidó; fue ganadero en su hacienda El Corzo, no lejos de Bogotá, pero estaba más interesado en los atardeceres de meditación y en los paseos a caballo por el bosque con femenina compañía que en las vacas lecheras. Acabó viviendo con resignada modestia y agradeciendo «esta pobreza, la tan bien habida / esta pobreza, la tan bien llevada».
+Formó parte de la primera promoción de bachilleres del Gimnasio Moderno y se entregó en cuerpo y alma a los autores franceses de la época, como Barbey d’Aurevilly y Stendhal, hasta hacer de su rincón en la sabana una república poética independiente. Se dice que, atraídas por la gallardía del anfitrión y por la atmósfera de la vieja mansión colonial, con su chimenea y sus copas de vino tinto, muchas mujeres pasaron por «la casa que asustaba por fuera». Afirma quien lo vio que AAM guardaba en un armario alguna peluca femenina que permitió esconder más de una infidelidad de celebradas damas.
+Quedan como testimonio numerosos versos cuyo delicado erotismo perdió juego ante el sexo explícito que trajeron y dejaron los años sesenta. Ángel Montoya menciona a algunas señoras en clave, a otras por su mero nombre y a una, en particular, por su nombre y apellidos completos. Se trata de Cecilia Iregui Borda, una joven de la alta sociedad bogotana —fallecida hace un tiempo, después de añadir un Holguín como apellido de casada—, que, en competencia con la inglesa Gladys B***, fue el mayor amor de la vida del poeta en sus años de luz.
+Años de luz que no fueron demasiados, pues una enfermedad empezó a apagarle la vista cuando aún no había cumplido 40 años. Sobre su ceguera se extendieron varias leyendas. Una dice que fue castigo del cielo por haberle dado a beber agua bendita a su caballo en la iglesia de Bojacá al cabo de prolongado baile en una hacienda vecina. Otra asegura que el incidente ocurrió en Sogamoso, cuando, jinete en brioso corcel, persiguió a una joven gitana hasta la sacristía. Seguramente no hubo sacrilegio, gitana, caballo ni maldición, sino un triste problema de máculas y retinas.
+El caso es que Ángel pasó los últimos treinta años de su vida entre las sombras. Terminadas las noches de rumba y las tardes de vino y diván, se refugió primero en El Corzo y más tarde en un apartamento en la calle 83 con carrera 13. El teléfono y la radio se convirtieron en su contacto con el mundo. Ya ciego, le bastaron la voz y el teléfono para conquistar a la joven sobrina de uno de sus amigos, María Junguito, con la que contrajo matrimonio en 1946.
+(Por peculiares circunstancias, disfruté la ocasión de hablar repetidas veces con el poeta a través de la línea telefónica. Me dictó varios sonetos que se publicaron en Lecturas Dominicales de El Tiempo y un día de 1968 tuvo la deferencia de invitarme a El Corzo, que yo conocía por sus poemas. Él no estuvo presente, naturalmente, pues se había confinado a su apartamento, pero me acompañaron María y una amiga suya. Siguiendo instrucciones del amo de casa, me esperaban allí un ajiaco caliente, un vino tinto y unos caballos enjaezados en los que recorrí lo que quedaba de aquella hacienda tan familiar a sus lectores).
+A los once meses de la boda con la sobrina de su amigo, nació Antonio Ángel Junguito, quien ha procurado mantener la hacienda como sede de eventos y celebraciones.
+¿Fue Antonio el único hijo de Alberto Ángel Montoya? Posiblemente no. Se trata de un asunto que se ha abordado con frecuencia, pero siempre en medio del misterio, la timidez, los pequeños conciliábulos y las conversaciones en voz baja. En las charlas se menciona el nombre del que puede haber sido hijo natural del poeta.
+Muertos ambos, Jorge Padilla escribió, de manera enigmática, que Ángel «tuvo un hijo secreto, de ojos claros, que será célebre y morirá violentamente». Padilla no se atrevió a escribir el nombre de aquel a quien, como íntimo conocedor de la biografía del poeta, considera su «hijo secreto».
+Alguna vez su hijo Antonio estuvo a punto de revelar el misterio en un texto sobre su padre que publicó El Tiempo, pero se detuvo y suprimió a última hora los párrafos pertinentes al no tener prueba contundente de la comunidad de sangre con quien el propio Antonio admiró mucho y consideraba orgullosamente su hermano. Un avezado estudioso de la vida y obra de Alberto Ángel Montoya me dijo que encontraría la clave en un poema llamado «Bajo las flores de la higuera». Consulto el poema y la dedicatoria menciona a Camilo Torres Restrepo, el famoso sacerdote que se vinculó a la guerrilla y murió en combate en 1965, cuando el poeta aún vivía.
+Consulté con un sociólogo cercano a Camilo la posibilidad de que este fuera hijo de Alberto Ángel y me dijo que jamás había oído de boca del «cura guerrillero» una sola palabra al respecto, pero que, evidentemente, la madre del conocido y respetado revolucionario y esposa del médico Calixto Torres Umaña había sido una de las primeras mujeres liberadas de Colombia.
+* * *
+Alberto Ángel Montoya murió el 20 de noviembre de 1970. Durante sus últimos lustros, en medio de la soledad interior, las tinieblas y el silencio, hizo un giro hacia la poesía existencial y metafísica. El terceto final de su poema «La eterna fuente» es una especie de resumen filosófico de su vida:
+En mi torre que mira hacia el poniente
+hallé que era el dolor la única fuente,
+y hoy soy feliz porque aprendí a ser triste.
+(2012)
+Uno de los capítulos más infames de nuestra historia es la ejecución, traslado y exhibición de restos de los revolucionarios comuneros de 1871.
+DE VEZ EN CUANDO OCURREN en Colombia —y en otras partes del mundo, por supuesto— cierto tipo de crímenes que espantan de manera especial a la opinión pública: los descuartizamientos. En octubre pasado sucedió una vez más en Bogotá con un miembro de la comunidad gay. Tres meses antes, en Fontibón, la víctima de un asesinato parecido había sido una barranquillera. Y en agosto del 2010 aparecieron restos dispersos de otra mujer en Ciudad Bolívar, un populoso barrio de la capital.
+Uno de los crímenes más famosos de la historia policial de Bogotá ocurrió en octubre de 1949, cuando un italiano asesinó y desmembró a su amante. La prensa lo bautizó, por antonomasia, como el de «Teresita, la Descuartizada».
+Sin embargo, ha sido poco divulgado el más atroz de los descuartizamientos perpetrados en Colombia. Este mes se cumple un nuevo aniversario de la muerte de cuatro próceres nacionales que no han recibido de sus compatriotas el homenaje que merecen. El primero de febrero de 1782 fueron ahorcados en Santa Fe, por órdenes de las autoridades españolas, José Antonio Galán, Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz. Los cuatro habían tomado parte —el primero de ellos como caudillo— en la gran protesta masiva de los campesinos de Nueva Granada, que sigue siendo el más extraordinario movimiento de rebeldía popular que registre nuestra historia.
+Lo que aconteció después con sus cadáveres constituye, paralelamente, el más macabro expediente burocrático de nuestros anales.
+Conocida como Revolución de los Comuneros, la cruzada popular de los labriegos surgió como reacción contra los altos impuestos virreinales. ¿Quiénes eran los comuneros y por qué los llamaban así? Según Enrique Caballero Escovar (Incienso y pólvora: comuneros y precursores, 1980), recibían esa denominación porque pertenecían a las gentes del común. Es lo que hoy se conoce simplemente como ciudadanos. Con ellos, dice Caballero, «aparece la ciudadanía, ni más ni menos, el ciudadano, la masa actuante».
+El 16 de marzo de 1781 la aldeana Manuela Beltrán rompió en la populosa y dinámica villa del Socorro (Santander) el edicto mural que imponía nuevas contribuciones, y a los gritos de «¡Viva el rey y muera el mal gobierno!» alebrestó a los campesinos que acudían al mercado. Tal como había ocurrido en Castilla en 1520, en Paraguay en 1730 y en el Perú en 1780, el pueblo llano se levantó, empuñó las armas y se puso en marcha.
+Menos de 4.000 iniciaron el recorrido a pie en dirección a Santa Fe. Querían plantear al virrey sus reivindicaciones económicas, cívicas y políticas. Unas semanas después eran ya 20.000 comuneros, hombres y mujeres, que dormían en descampado y comían lo que lograban recoger en los campos o lo que buenamente les daban en las aldeas. Habían elegido un jefe, el líder cívico socorrano Juan Francisco Berbeo, hombre de clase media, algo tahúr, pero hasta entonces respetado en el pueblo. También habían escogido un grupo de capitanes entre los que se encontraba Galán, un jornalero sin tierra, analfabeto y valiente.
+Los insurrectos no alcanzaron a llegar a Santa Fe. Si lo hubieran hecho, otra habría sido la historia de Colombia. Los atajaron y embolataron hábilmente cerca de Zipaquirá los delegados españoles, encabezados por el entonces arzobispo y más tarde virrey Antonio Caballero y Góngora. Allí los levantiscos firmaron unas capitulaciones que el virrey Manuel Antonio Flórez, a la sazón en Cartagena, desconoció más tarde. La traición se consumó con la entrega de Berbeo, que vendió a sus compañeros de manera miserable a cambio de un puesto en su provincia.
+El incumplimiento indignó a un grupo de capitanes comuneros que volvieron a rebelarse. Esta vez el jefe era Galán. Pero ya había pasado el momento de «efervescencia y calor»: la masa alzada en palos y piedras se había disuelto, los labradores habían regresado a su tierra y el ejército español estaba decidido a ahogar en sangre toda insurrección.
+Así lo había hecho en Paraguay y el Perú, donde el jefe de la protesta, el indígena José Gabriel Túpac Amaru, fue capturado y ejecutado el 18 de mayo de 1781. En la historia universal de la infamia constará que ese día las autoridades españolas dieron muerte pública en la plaza de Cuzco a la mujer, los hijos y otros familiares del reo, y procedieron después a cortarle la lengua y amarrar cada una de sus extremidades a una soga y las sogas, a cuatro caballos. A una voz del jefe militar, los animales y sus jinetes arrancaron simultáneamente en direcciones opuestas y destazaron vivo a Túpac Amaru. Sus miembros fueron enviados a diversas poblaciones y exhibidos en lugares de concentración ciudadana a modo de advertencia.
+El virreinato de Santa Fe decidió imitar los procedimientos contundentes del limeño. En octubre de 1782 fueron capturados Galán y sus compañeros. Según señala Germán Arciniegas en su libro 20.000 mil comuneros hacia Santa Fe (1981), «Galán no fue orador; no llegó a hacer discurso alguno antes de que le cercenaran la cabeza». No está totalmente claro, pues, si pronunció, y en qué circunstancias lo hizo, aquellas palabras que se le atribuyen y que luego fueron lema de su heredero moderno, Luis Carlos Galán: «Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuere menester, que sea». Lo evidente es que ambos —José Antonio y Luis Carlos— las cumplieron al pie de la letra.
+Juzgados por la Real Audiencia, en la capital, a los hermanos de Galán y otros comuneros se los condenó el 30 de enero de 1782 a azotes y confiscación de sus escasísimos bienes. En cuanto al caudillo y sus tres más cercanos compañeros, la sentencia ordenó aplicarles la pena capital.
+En el caso de Galán fue particularmente despiadada:
+Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta cuando naturalmente muera; que, bajado, se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado por la llamas —para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo—; su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro; la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento; y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes. Declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al real fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta manera se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspira la fealdad del delito.
+Molina, Alcantuz y Ortiz recibieron pena parecida —horca y descuartizamiento—, pero menos detallada que la del jefe. En cuanto a la imperiosa orden de que se olvide su nombre, hay que aceptar que se cumplió en parte. Es verdad que Galán forma parte importante de nuestro pasado. Pero la gesta de los comuneros permaneció en la sombra durante más de un siglo. El primer texto importante sobre tan trascendental suceso —Los comuneros, de Manuel Briceño— se publicó en Bogotá en 1880. El propio Briceño señala en la introducción que «la heroica insurrección de los Comuneros [sic] en 1781 no ha sido bien estudiada hasta hoy», pues los historiadores «se han reducido a narrar ligeramente algo de lo sucedido, sin dar a aquellos acontecimientos la importancia política y social que tuvieron».
+Ni siquiera lo valora debidamente la Academia de Historia 80 años después del libro de Briceño. Según Arciniegas, «en la Historia extensa de Colombia, editada por la propia Academia, se ha incurrido en error grave reduciendo a sólo un artículo casi incidental la revolución desatada en el Socorro: poco más de 30 páginas dentro de los 33 tomos publicados».
+Dos días después de proclamada, se cumplió la atroz sentencia dispuesta por el tribunal que encabezaba el virrey. Enseguida empezó el viaje de las cabezas y extremidades desprendidas. No se sabe qué produce mayor horror y repulsión: si el periplo de los miembros o el expediente burocrático que recoge su llegada a diversos municipios como si se tratara de bultos de sal o butacas para el despacho.
+El traslado de la cabeza de Galán a Guaduas aparece minuciosamente registrado. El 2 de febrero llega a Facatativá, donde un secretario local informa a la Real Audiencia: «Hoy en día, como a la una de la tarde, recibí un cajón clavado, que me entregó [sic] el cabo Juan Pérez y dos soldados, el que habiéndolo abierto, como se me previno, hallé la cabeza de José Antonio Galán, y volviéndole a clavar inmediatamente, le remití a la Justicia de Villeta».
+De Villeta sigue rodando hasta llegar a su destino. Allí, el 4 de febrero, un oficio firmado por «Vr. Mr., afectísimo servidor» que «besa su mano», hace constar que, recibida la cabeza, «quedó fijada en una jaula de madera a la entrada de esta Villa, en un madero de considerable altura y en la parte más pública, mirando para Charalá, lugar del que era nativo».
+Otros trozos de los pobres ahorcados salen en distintas direcciones. El 3 de febrero una autoridad zipaquireña comunica que llegaron «las piezas de cuerpo humano que condujo hasta esta parroquia el cabo Lorenzo Fernández». Dos días después reporta desde Ubaté el teniente de corregidor Francisco González Manrique: «El día tres del corriente me entregaron cuatro cajones que contenían las truncadas cabezas y partes de los ajusticiados en la capital». De inmediato Ubaté las despacha a Chiquinquirá. Adjunto al oficio principal, González envía un memorial donde alude a «los facinerosos ajusticiados» y detalla que los cuatro cajones llegaron en lomos de una bestia y contenían «dos cabezas, dos brazos y dos pies».
+Tal es la carga que declara haber recibido en Tunja el 7 de febrero un funcionario local. Los guacales provenían de Chiquinquirá, y siguieron su camino hacia Santander, cuna de la rebelión. El teniente de corregidor del municipio de Mogotes acusa recibo del cargamento, se queda con pie izquierdo de Galán —al que exhiben en una viga en la plaza— y despacha «el resto de las piezas a la Villa de San Gil».
+El 23 el corregidor del Socorro oficia con esmero que llegaron a su despacho una mano de Galán y la cabeza de Ortiz. Aquella «se hizo colocar de uno vil —un preso condenado— la mano o cuarto en esta plaza» clavada en una vara, «y la cabeza a la entrada de esta Villa».
+Los papeles y memoriales que recogen en ampuloso lenguaje jurídico el tráfico de los restos se acumulan con escalofriante asepsia. Charalá informa del paso de «la pierna y pie derecho» de Galán; San Gil reporta que el alcalde de Mogotes les ha enviado «los cajones en los cuales se recibieron una pierna y brazos de José Antonio Galán y las cabezas de Manuel Ortiz y Lorenzo Alcantuz».
+Agrega que «en el mismo día se remitieron al Socorro los cuartos que se habían de poner allí y el pie derecho a Charalá; y por lo que respecta a la ejecución de la sentencia en esta Villa, fue colocada la cabeza de Lorenzo Alcantuz en una esquina de una calle de los lugares más públicos».
+Y así, ad nauseam… literalmente.
+El último reporte sobre el destino final de los huesos de José Antonio Galán data de 1946. Es un famoso poema de Carlos Castro Saavedra, cuyo párrafo final ofrezco a modo de epílogo como antídoto ante tanto horror oficializado en legajos.
+Oíd bien, comuneros
+de Colombia, de México, de Perú y Venezuela;
+comuneros de todos los rincones del mundo,
+escuchad mis palabras:
+la cabeza arrancada del caudillo parece
+un planeta que sangra en el cielo de América.
+(2013)
+LOS NIÑOS QUE EN 1954 vimos la primera transmisión de televisión en Colombia tuvimos en el Tío Alejandro a nuestro primer personaje inolvidable de la farándula nacional. Este tipo flaco y pecoso era un señor simpático que hacía muecas, cantaba canciones infantiles y contaba historias en un programa llamado El Club del Tío Alejandro.
+Él y Hebert Castro, dos cómicos llegados del sur del continente, se convirtieron en sombras risueñas de la niñez de quienes hoy soplan más de sesenta velitas en el ponqué y manejan los asuntos del Estado, administran las empresas y avanzan inexorablemente hacia la jubilación y el retiro.
+Los niños sabíamos que el verdadero nombre de este tío era el de Alejandro Michel Talento y percibíamos en su manera de hablar un curioso acento que —según descubrimos ya de mayores— era el dejo típico de los chilenos. En aquellos tiempos el Tío Alejandro tenía apenas un poco más de treinta años y había llegado a Colombia a dirigir la programación de la emisora Nueva Granada. Cuando se estrenó la TV en medio de una exitosa maratón de improvisaciones, a alguien se le ocurrió que Michel Talento podía aportar una parte de la franja infantil que entonces se despachaba con películas de dibujos animados que se repetían a menudo y unas pocas series como Paladín, Boston Blackie y Cisco Kid.
+Una buena tarde vimos en la precaria pantalla Raytheon, comprada a plazos en el Banco Popular, a un señor que sacaba la lengua, ponía los ojos bizcos, inflaba los cachetes y se estiraba la boca con los dedos de una mano mientras alzaba la punta de la nariz con los de la otra. Su aparición venía acompañada de un estribillo que aprendimos a cantar a gritos frente al televisor:
+Hola,
+zapatín con cola,
+¿cómo estás tú?
+Bien de salú.
+Era el Tío Alejandro. Casi siempre sus primeras palabras se referían a una de las grandes preocupaciones existenciales de quienes teníamos menos de diez años.
+—Queridos sobrinos —preguntaba—: ¿pasaron el río?
+Era la sección que menos me gustaba, porque yo mojé la cama hasta los nueve años. No me lo creerán ustedes, pero el día que hice la Primera Comunión y tuve que escoger los tres deseos de rigor que Dios nos concedería como bonificación por la hostia, de acuerdo con lo que afirmaba la profesora Carmencita Casas, mi primera petición fue la salvación eterna de mis progenitores; la segunda, mi propia salvación; y reemplacé la tercera, que debería haber sido la salvación de mis hermanos, por la de no volver a hacerme pipí en la cama. Que mis hermanos se arreglaran como pudieran… La petición se cumplió, pero con más de un año de retraso, como si hubiera sido gestionada por la justicia colombiana.
+Durante su programa el Tío Alejandro interpretaba varias canciones, que eran casi siempre las mismas. Nosotros las recibíamos con el entusiasmo con que los niños repiten, repiten y repiten.
+Pobrecito el albañil,
+de un andamio se ha caído
+y una pierna se ha rompido…
+pobrecito el albañil…
+En el único estudio de la televisora nacional se reunía una pequeña audiencia de sardinos en edad escolar que tenía el privilegio de conocer de cerca al Tío Alejandro y cantar con sus conocidas y reiteradas melodías:
+Oh, señor Colón, oh, señor Colón
+fíjese cómo está el mundo…
+Oh, señor Colón…
+Molíamos también una canción a un pollo llamado Carlitos y otras más que esperábamos cada sesión y que se han borrado desde que el disco duro empezó a ablandarse. Yo sólo volví a ver un grupo de espectadores infantiles tan entregados a la música y al músico hace un par de años, cuando asistí a un concierto del argentino Luis Pescetti, verdadero genio de la comunicación con los niños.
+Era frecuente que, poco antes de despedir el programa, el Tío Alejandro ofreciera consejos morales y les recomendara a los minitelevidentes que no se comieran las uñas, que hicieran las tareas y que obedecieran a papá y mamá.
+Un poco antes o un poco después de aquel inolvidable Club del Tío Alejandro, Michel Talento llevó o trajo su programa a la radio chilena. Todos los domingos presentaba un programa con radioteatro en Radio Minería al que acudían cientos de niños dispuestos a cantar las mismas canciones que antes o luego cantamos los de Colombia.
+Muchas innovaciones más aportó a la televisión nacional el artista chileno. Fue el creador del Telecirco y reprodujo entre nosotros el formato de los llamados programas ómnibus, de múltiples contenidos, que animó con gran éxito en Chile: Gran Sábado Gran.
+Alejandro Michel Talento falleció en enero de 1980, hace ya más de treinta años. Tenía 58 al morir, y con él se fue una parte entrañable de nuestra niñez.
+El Club del Tío Alejandro fue el primer esfuerzo de la televisión por arrebatarle a la radio un sector de espectadores que hasta entonces pegábamos la oreja al parlante para oír todas las tardes las aventuras de Tanané, el hijo de Tangaré, una serie escrita por Luis Serranos Reyes con ambiente en la Guajira. También se emitían las aventuras de Supermán, con efectos sonoros que nos trasladaban al espacio interplanetario y respondían a las ya famosas preguntas: «¿Es un pájaro? ¿Es un avión?». Lo que no recuerdo es si estos programas se transmitían antes o después de las radionovelas como El derecho de nacer, que forzaban la salida inmediata de los niños del recinto y tenían a las mamás y a las empleadas del servicio agarradas de la mano, llorosas y expectantes.
+Florecieron en la radio y luego se trasplantaron a la tele otros espacios de alta audiencia, como los conciertos de música colombiana de Oriol Rangel, las interpretaciones folclóricas de Emeterio y Felipe —Los Tolimenses— y las caricaturas parlantes de Guillermo Zuluaga, «Montecristo». En mi casa nos autorizaban a sintonizar las emisoras donde salían al aire La escuelita de doña Rita y Los Chaparrines. Pero estaba vedado el Programa Simpatía, porque su animador, el «Tocayo» Ceballos, echaba muchos cuentos verdes. Esa prohibición hizo que mis hermanos y yo inventáramos diversos sistemas para tratar de captar los chistes del animador bajo las cobijas, entre ellos un radio de marmaja que encontramos en casa de mis abuelos.
+En la adolescencia nos esperaba otro programa radial que está vinculado hondamente a la biografía de la generación que hoy ve crecer a sus hijos y sus nietos.
+Hebert Castro llegó a Colombia en 1962 contratado por la cadena radial Caracol y heredó a aquellos niños ya volantones que habían «pasado el río» en tiempos del Tío Alejandro. Estoy casi seguro de que El show de Hebert Castro era un espacio cotidiano, y maravilla saber que el derroche de humor e ingenio que deparaba cada noche era producto del trabajo casi exclusivo de este uruguayo nacido en 1926, que escribía todos los libretos, interpretaba todos los personajes, componía todas las canciones y también las cantaba.
+El programa se presentaba en vivo, en directo y con espectadores de verdad —no con engañosos aplausos pregrabados— y contaba, además, con el acompañamiento de una pequeña orquesta. Su presentación era una canción emblemática que todavía recuerdan miles de personas aunque no la hayan oído desde hace más de veinte años:
+Prepárense a reír,
+prepárense a gozar
+porque Hebert Castro
+ya está listo para actuar
+trayendo canciones,
+gracia y buen humor,
+brindando alegría
+a todo vapor.
+En la universidad conocí un grupo de amigos que tenía a mucho honor iniciar toda parranda bailable con un disco de estudio del «Prepárense a reír» que habían conseguido no sé por medio de qué artes.
+Castro se hacía llamar «el coloso del humorismo», y no le faltaba razón. Fue sobretodo un cómico de radio, aun cuando hizo apariciones en televisión y proyectaba una imagen graciosa y elegante. Para entonces, la televisión había ofrecido las caras de otras voces que primero conocimos en la radio. Emeterio y Felipe —por quienes confieso una especial debilidad— cantaron en la primera emisión de la televisión nacional el 13 de junio de 1954 y volvieron a cantar y a echar chistes durante muchos años. En cuanto a Montecristo (1924-1997), conquistó también las cámaras de televisión sin abandonar los micrófonos de la radio y allí desplegó sus canciones paródicas y su recua de personajes inolvidables: el bobo Montoño, el amanerado Montecristote, el marihuanero Montecrispucho y una mujer paisa —¿Margaritoña?— a la que se le veía el bigote de Zuluaga con sólo oírla.
+Él se encargo de definir los estereotipos regionales del humor colombiano —el paisa avivato, el bogotano recostado, el opita perezoso, el pastuso ingenuo, el costeño despreocupado— y son pocos los cómicos que han tenido tanta influencia en el terreno del humor no político.
+Hebert Castro montó primero carpa en Caracol y luego lo hizo en RCN, pero siempre lo siguió una audiencia fiel. Había venido en prueba por una temporada, y se quedó 30 años. Cuando regresó al Cono Sur, casado con una dama de Cali, intentó repetir los éxitos de Colombia en Uruguay y Chile. Tuvo reconocimiento, pero nunca tanto como en nuestro país.
+En febrero de 1992 las agencias informaron sobre su supuesta muerte en un accidente de carretera en la frontera entre Argentina y Uruguay, y, como se trataba de una falsa noticia, el «difunto» tuvo la dicha de leer las necrologías en que se le echaba de menos como uno de los grandes humoristas que conocimos los colombianos. La noticia se repitió el pasado 18 de septiembre, pero esta vez, ay, sí era verdad. Hebert Castro acababa de morir en su cama durante el sueño a los 87 años, en Montevideo, donde pasó los últimos años de su vida.
+Su desaparición fue una puñalada para los que crecimos con él, con el Tío Alejandro y con un elenco de humoristas colombianos anteriores a los de Sábados felices de los que he nombrado sólo a unos pocos.
+Días después de que se informó sobre su muerte, algunos de sus descendientes escribieron mensajes a la página web de El Colombiano:
+Como hija de Hebert Castro quisiera agradecerle a Colombia por acoger a mi padre con tanto amor a través de los años. Él nos hizo reír a todos «de un modo diferente».
+VIVIANE CASTRO
+Soy Jacqueline, hija menor de Hebert Castro. Quisiera agradecerle a Colombia y su público por brindarle tanto amor a mi padre. Como dijo mi hermana Viviane, ahora los muñequitos van a descansar.
+Hola todos. Soy Florencia, nieta de Hebert, hija de Viviane. Quiero agradecerles de todo corazón las bellas palabras y lindos recuerdos de mi tata.
+He hablado de los tiempos en que los radios funcionaban con tubos y tardaban varios minutos en calentarse y los televisores llevaban encima de la caja del aparato antenas parecidas a las de los grillos. La franja de transmisión se extendía entonces por pocas horas al día y las imágenes, en un blanco y negro verdoso, solían desfigurarse y subir o bajar por la pantalla como si viajaran en montacargas.
+Ha pasado apenas medio siglo, tres generaciones. Algunos políticos de entonces aún están vivos y a otros los han reemplazado sus hijos. Sin embargo, la tecnología parece haber corrido milenios. Entre aquellas máquinas imprecisas que nosotros veíamos o escuchábamos y las tabletas que hoy llevan los colegiales hay un agujero negro. Yo estoy seguro, sin embargo, de que las monerías y cancioncitas del Tío Alejandro habrían hecho felices a mis nietas más pequeñas y de que las más grandes se divertirán cuando bajen de internet alguno de los programas de Herbert Castro que flotan por ahí.
+El problema es que no me ponen bolas. Cuando les hago esta clase de propuestas me dicen: «Tú sí que eres chistoso, ¿no?». Y se ponen a chatear con sus amigas.
+(2013)
+Este mes se celebran cien años del nacimiento de Eduardo Carranza, cuyos versos partieron en dos la poesía colombiana.
+EDUARDO CARRANZA CUMPLÍA una ineluctuable y esmerada ceremonia todos los años. El 24 de septiembre invitaba a su hija María Mercedes y algunas amigas de ella que llevaban el mismo nombre a celebrar el día de la Virgen de las Mercedes. Empezaban el rito en su casa, con unos aperitivos de estirpe española rociados con vino verde gallego o amontillado de jerez. El primer brindis era por Mercedes Fernández de Carranza, la madre del poeta, que está sepultada en el mismo cementerio de Sopó al que finalmente fueron a parar también sus propios restos y los de María Mercedes. Luego venían varios brindis más. Cuando ya los espíritus estaban dispuestos y Carranza había empezado a desgranar sonetos, el grupo se trasladaba a un restaurante alemán, donde el poeta ordenaba codillo de cerdo para la concurrencia.
+Toda comida era para él una ocasión especial, que, en lo posible, debía festejarse con amigos y poesía. Al terminar el condumio, repetía siempre en forma solemne y melancólica: «Un almuerzo menos». Entonces doblaba la servilleta sobre la mesa y se incorporaba para salir.
+Exactamente cien años después de su nacimiento y veintiocho de su muerte, Colombia revive la memoria de Eduardo Carranza por medio de una serie de actos, recitales, ediciones especiales de sus obras y diversos homenajes. En este país gobernado por la mezquindad y la violencia, donde las clases de español y literatura han ido desapareciendo del pénsum y los hampones llenan las pantallas de televisión y las portadas de revistas, son más lo que ignoran que Carranza ha sido uno de los grandes poetas colombianos —el mayor, en mi franciscana opinión— que quienes lo saben.
+Resulta peligroso preguntar por él a un menor de 50 años citando sólo el apellido, porque podría confundirlo con otro Carranza que es mucho más célebre en estos días: don Víctor, un esmeraldero vulgar que caminó siempre por las líneas blancas de Código Penal, y a veces, incluso, resbalaba. Una consulta en Google, por mera curiosidad, arroja las siguientes cifras tristes: Víctor Carranza: 13.100.000 resultados y Eduardo Carranza: 3.750.000. ¿Habrá una radiografía más elocuente y trágica de nuestro pobre país?
+El hijo de Januario Carranza y Mercedes Fernández nació en una hacienda de Apiay, llanos orientales, rodeada de grandes ríos y sabanas ilímites y calientes. A los cinco años murió su padre y cambió todo. La mamá y Eduardo y sus dos hermanos terminaron viviendo entre montañas y neblina en Chipaque, Cáqueza y Bogotá, «2.600 metros más cerca de las estrellas», como dice un eslogan de Avianca que Carranza habría firmado.
+En 1946, el poeta recordó sus años infantiles de cordillera y quietud en «El sol de los venados», uno de sus más bellos poemas:
+Recuerdo el sol de los venados
+desde un balcón crepuscular.
+Allí fui niño, ojos inmensos,
+rodeado de soledad…
+La viuda de Carranza y sus tres hijos peregrinaron por múltiples refugios familiares y cuando Eduardo tenía 18 años, se instalaron en la campiña de Ubaté. Allí se enamoró Carranza por primera vez y por primera vez sintió la necesidad de expresar lo que sentía a través de un poema. Como había sido buen estudiante de preceptiva literaria, confiesa que ensayó «toda clase de formas métricas» y produjo unos versos encorsetados «que tuve el acierto de nunca publicar».
+Dos años después llegó a Bogotá, dispuesto a ser profesor de literatura, y se zambulló en la poesía simbolista francesa, la generación española del 27 —García Lorca, Alberti, Gerardo Diego— y los nuevos poetas latinoamericanos, como César Vallejo, Pablo Neruda y Nicanor Parra. El catalizador fueron los poetas del Siglo de Oro, principalmente Quevedo. Es en ese momento cuando nace la poesía de Carranza, que iba a dar un volantín a la estética reinante.
+Resulta imposible seguir adelante sin mencionar que en aquellos tiempos —hace setenta, sesenta, cincuenta años— los periódicos publicaban suplementos culturales de alto nivel donde se libraban batallas literarias y en las páginas editoriales aparecían poemas inéditos a modo de valiosas primicias. La gente estaba familiarizada con los nombres de los mayores bardos. En los cafés se hablaba de libros, de poesía y de literatura. Algunos vates escribían versos para echarles cuchufletas a otros: León de Greiff llamó a Carranza y sus amigos «narcisos de hojalata» y «Juan Ramonetes de algodón y cera». Los recitales de poesía de Víctor Mallarino agotaban las localidades del teatro. Las señoras llevaban libros a los cocteles para que algún poeta invitado les escribiera una dedicatoria entre pasaboca y pasaboca.
+En 1936, cuando el poeta de Apiay surge con su carita de diablo burlón en la poesía colombiana dispuesto a iniciar una fiesta, nuestras letras permanecían momificadas en el museo perfecto y yerto del parnasianismo. Guillermo Valencia apacentaba en Popayán unos poemas donde cohabitaban camellos, cigüeñas blancas, califas, estilitas, emperadores romanos y otros seres extraños. Los cantos de amor adolescente que lanza al aire Carranza, como quien tira serpentinas, cayeron en el museo con el impacto de una bomba. Eran versos de inesperadas metáforas que recordaban la sencilla hermosura de los españoles clásicos y hablaban de guaduales y gualandayes, rosas, ruiseñores, muchachas de cintura «como el humo que sale de la botella», soles, nubes y besos.
+Un año antes, Carranza había visitado al maestro en compañía de otros jóvenes poetas. Carranza tenía 22 años y Valencia 62. En la amena conversación se atrevió a comentar el recién llegado, «con juvenil audacia», que la poesía del maestro estaba agobiada por «un exceso de elementos culturales, de cautela y de contención que la tornaban fría e impávida».
+Carranza escribió años después la reacción de Valencia: «Amigo mío —me dijo levantándose rápido y leonado—: en las más altas cumbres hace frío».
+Al poeta de las muchachas le impresionó la personalidad imperial del cantor de camellos y centauros, pero no cambió su opinión sobre aquella poesía enciclopédica. En 1941 publicó Carranza en El Tiempo un ensayo que hizo tambalear la torre de marfil. Se titulaba «Bardolatría» y en él criticaba a los poetas que precedían a su generación: «el yerto academismo malhumorado» de Luis María Mora; la verbosidad lacrimosa» de Julio Flórez; el modernismo almidonado de Valencia, «que tantas jaquecas literarias ha producido al país con su preocupación oratoria, con su luz y su olor de taller».
+Frente a la poesía para declamar, Carranza proponía como ejemplo la de Eduardo Castillo, «bañada de una tierna luz cordial, que queda temblando sobre nuestro espíritu».
+El artículo abrió una acalorada polémica, que Carranza zanjó en su respuesta con dos golpes que remataron la llorosa herencia romántica y la plastilina ultramodernista. Primero: a la obra de los poetas reinantes le falta «trascendencia vital, palpitación sanguínea, pulsos humanos» y le sobra «elocuencia ideológico-verbal». Segunda: «toda gran poesía ha de tener, fatalmente, una tercera dimensión de profundidad y una cuarta dimensión de misterio».
+Con Carranza a la cabeza, surgió un tropel de poetas nuevos —Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Aurelio Arturo, Darío Samper, Gerardo Valencia, Carlos Martín, Tomás Vargas Osorio— que arrasó con la poesía helada de alusiones cultas y sembró una nueva lírica con arraigo en la mejor poesía española y la francesa más sugerente y le soltó las riendas a las metáforas y la imaginación. Se llamó Piedra y Cielo, nombre tomado de Juan Ramón Jiménez, y se divulgó en esmerados cuadernos que financiaba Jorge Rojas. Fue una revolución que cambió los parámetros poéticos colombianos, influyó en los poetas posteriores como Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus y dejó una obra rica, variada y perdurable. «Los poetas colombianos, liberados por “Piedra y cielo” de anteriores sumisiones y mirando, luego, más allá de lo hispánico, pudieron dar el salto hacia la poesía contemporánea», señaló Fernando Charry Lara.
+El temblor de tierra que produjo Carranza en Colombia se sintió aun en España. Dámaso Alonso, el gran crítico literario, escribió sobre una de sus antologías: «Este libro de Eduardo Carranza no se parece a nada. Se parece a la poesía. La poesía vibra con la voz de Eduardo Carranza». El poeta Pedro Laín Entralgo dijo: «Entre las varias voces que nos vienen de América ocupa lugar eminente la de este alegre renovador».
+Algunos versos de Carranza se incrustan en la memoria popular colombiana, que recuerda aquello de «Teresa, en cuya frente el cielo empieza» como recuerda a «El hijo de rana, Rin Rin Renacuajo», «Ya del oriente en el confín profundo», «Hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres» y «Esta rosa fue testigo».
+La obra de Carranza evoluciona con sus años y, al evolucionar, gana en riqueza y en hondura. A los entusiastas versos luminosos de los primeros tiempos —muchos de sus sonetos y canciones— siguen unos poemas de madurez donde se adivina la angustia del tiempo que avanza y la urgencia de memorar el que pasó. Son poemas apenumbrados, donde el amor sigue siendo el protagonista, pero contienen ahora una dosis de olvido y soledad. A esta época corresponden obras como «El olvidado», «El extranjero», «Es melancolía», «Galope súbito», «Galerón», el bellísmo «Interior» y «Tema de sueño y vida», que contiene —en mi franciscana opinión— los mejores versos de amor de la poesía colombiana:
+Ya sé que existo porque tú me sueñas.
+Moriré de repente si me olvidas.
+Tal vez me vean vivir en apariencia,
+como la luz de las estrellas muertas.
+Treinta años después, el gran poeta español Ángel González publica un poema sospechosamente parecido al de Carranza: «Yo sé que existo porque tú me imaginas»… «Si tú me olvidas / quedaré muerto sin que nadie lo sepa»… «Verán viva mi carne / pero será otro hombre (…) el que la habita…».
+En la última etapa enfrenta directamente la muerte empuñando las armas del recuerdo y el amor. Un soneto lleno de misterio abre esta etapa: «El insomne» (1974). Y lo corona «Epístola mortal y otras soledades» (1975), un libro desengañado y pre-post-mórtem cuyo poema central empieza con dos versos contundentes:
+Miro un retrato: todos están muertos:
+poetas que adoró mi adolescencia.
+Como dice su hija María Mercedes, en esta última etapa el poeta «se despide, ahora sí de verdad, de las muchachas, de sus ilusiones políticas y de sus sueños, incluso de él mismo».
+Todo cae, se esfuma, se despide
+y yo mismo me estoy diciendo adiós
+y me vuelvo a mirar, me dejo solo,
+abandonado en este cementerio.
+Allá mi corazón está enterrado
+como una hazaña luminosa y pura.
+Hallándose en Segovia, en octubre de 1984, Eduardo Carranza sufrió un derrame cerebral. España fue uno de sus grandes amores, y llegó a compartir las ideas de derecha de José Antonio Primo de Rivera. Por deferencias de los hijos del poeta tengo en mi biblioteca un ejemplar de su antología Los pasos cantados, que estaba revisando en su último viaje. En el libro, medio descuadernado, aparecen pequeños papeles con anotaciones, recibos escritos por el revés y una hojita en blanco timbrada con el nombre del Parador Nacional de Turismo de Segovia, que no alcanzó a utilizar.
+Gravemente enfermo, fue conducido a Bogotá, donde murió el 13 de febrero de 1985. En su poema «El poeta canta desde lo alto de un caballo», dedicado a sus hermanos, pidió que sobre su tumba se pusiera este letrero:
+AQUÍ ESPERA EDUARDO CARRANZA.
+(2013)
+El papá de Samper Ospina cuenta cómo un niño bueno se convirtió en columnista de oposición y director de una revista que escandaliza al Procurador.
+AL DÍA SIGUIENTE DEL NACIMIENTO de Daniel se acercó una funcionaría notarial a su cuna de la Clínica del Country y nos preguntó con qué nombre queríamos registrarlo. Le dijimos, como era verdad, que aún estábamos indecisos. Dudábamos entre Santiago, Jorge y José María para nuestro hijo varón. Le pedimos unos minutos de plazo, pero la funcionaria estaba de prisa.
+—¿Por qué no le ponen el nombre del papá? Es lo más bonito y lo más práctico.
+No. No era lo más bonito. Nunca me ha gustado mi nombre, tan neutral, incoloro e insaboro que es igual en todos los idiomas. Tampoco era lo más práctico. Siempre tuvimos claro que los nombres deben servir para diferenciar a las personas, no para confundirlas.
+Lamentablemente, la alegría de que las dos niñas tuvieran ahora un hermano, el bolígrafo de la funcionaria, que no cesaba de golpear con impaciencia el documento de registro en blanco, y una enfermera impertinente que dijo «¡tan bonitos los ojos y tan lindo el nombre!» nos tendieron la emboscada.
+Le pusimos Daniel.
+Siempre me arrepentí de ese momento de debilidad. Muchos años después, cuando lo invitaron a escribir una columna en Cromos, hablé con él seriamente.
+—Vamos a ser dos columnistas en la misma ciudad del mismo país que firmamos con el mismo nombre. Aún estás a tiempo de ir a una notaría y solucionar el enredo antes de que sea tarde.
+Mi fórmula era que antepusiera un Juan al Daniel y firmara Juan Daniel. De este modo, sin tener que acudir a un Jefferson o un Wilmer, establecía una diferencia nominal entre los dos. Supuse que los amigos acabarían por llamarlo Juandé, y él podría reducir su segundo nombre a una inicial: Juan D. Samper.
+Pero el chino hizo algunas reflexiones bonitas, me emocionó, y se negó a modificar la cédula.
+—Ya verás que no nos confunden —advirtió.
+Desde entonces, a menudo me llegan a mí los insultos dirigidos a él, y a él los denuestos dirigidos a mí. En cambio, ni una sola muchacha decidida a desnudarse en SoHo me ha buscado por error. De aquella propuesta de nombre compuesto, que sigo considerando sabia, sólo queda una lejana huella, y es que Claudia, la mujer de Daniel, lo llama Juandé cuando se pone brava.
+De chiquito, mi tierno heredero era lo que las señoras califican de «divinodivinodivino». Tenía ojos claros y el pelo más que rubio, como una llamarada blanca. Es triste ver que de ese admirable bosque capilar no quedan más que unos pocos pelos «de color indeciso» y que una sensibilidad especial a la luz lo obliga a tapar con lentes oscuros el iris verde que enamoró a una enfermera a las pocas horas de nacer.
+Daniel odiaba los estudios pero adoraba el fútbol, cosa que habla bien de él. Dormía con el balón, cobraba penaltis en la sala y le encantaba vestirse con el uniforme de Santa Fe. Su padre —es decir, yo— era miembro de la junta directiva del club y solía llevarlo a los entrenamientos de los sábados, donde jugaba dichoso con los hijos pequeños de los jugadores. Sus amigos más cercanos eran los de Min Camacho, el portero, y de Pandolfi, el centro delantero. Los domingos saltaban los tres a la cancha como mascotas del equipo, aunque el show se lo robaba Monaguillo, el mítico león de Santa Fe, que, aún cachorro, salía atado por una cadena.
+La mamá de Daniel temía que un día el león se comiera a los niños en El Campín en una escena dantesca de rugidos y sangre. No ocurrió, por supuesto, pero habría sido apenas un anticipo de lo que se ha convertido la tribuna.
+Dije que el niño odiaba los jardines infantiles. Era peor: con esa capacidad de chantaje que desarrolla el instinto infantil, recurría a cualquier truco con tal de quedarse jugando en casa o en el parque: la crisis de llanto, la pataleta, el vómito… Decidimos no forzarlo mientras se tratara de esos preescolares donde uno paga para que el nene arme cubitos y duerma. Pero meses antes de que empezara el colegio le advertimos que ese día tendría que ir y quedarse, sin remedio, en el salón de clases. A Daniel le encantaba correr por los campos del Gimnasio Moderno, donde su progenitor —es decir, yo— fue inolvidable estrella de los Invencibles Rojos en los torneos de fútbol de fin de semana. Él me acompañaba siempre. Por eso imaginé que aceptaría de buen grado convertirse en alumno del plantel que había sido también de su abuelo, su taita y sus tíos.
+Otra vez me equivoqué. La mañana inaugural se encerró en el baño de casa y amenazó con lanzarse al inodoro de cabeza si insistíamos en llevarlo a clase. Tuve que cargarlo al hombro mientras berreaba y pateaba y abandonarlo en manos de la profesora y otros veinte guámbitos llorosos. Me partía el corazón con sus gritos. Pero, como lo había pronosticado la maestra, a los pocos minutos dejó de llorar y en los trece años siguientes fue uno de los alumnos más felices que haya tenido el instituto. Tanto así, que al graduarse, escogió como profesión la de maestro, dictó clases de literatura en el Gimnasio durante varias temporadas y llegó a ser miembro del Consejo Superior.
+Ejercía tan noble oficio cuando lo tentó perversamente el periodismo.
+Parece mentira si uno lee hoy sus columnas, pero a Daniel, cuando chiquito, le encantaban los militares. Su abuelo —es decir, mi taita— era profesor de la Escuela Superior de Guerra, y el chino vivía deslumbrado con los uniformes, los alamares, las charreteras, los sables y las bayonetas: En aquellos tiempos la música que lo emocionaba no era la de Canticuento, sino las marchas militares. Mi papá, orgulloso, le fomentaba el amor a lo que llaman «el estamento militar», y le enseñó a ponerse firmes, a deees-cansar, maaar-char, preee-sentar armas y saludar la bandera. No olvidaré aquel domingo cuando, al salir con Santa Fe a la cancha de El Campín, saludó con marcial solemnidad la banderola del tiro de esquina.
+Nunca me había conmovido tanto. O, bueno, sí, una vez, cuando se le perdió Bicoca. Como toda mi familia, Daniel ha sido proclive a la crianza de animales. Aunque no despreciamos pájaro ni felino —de hecho, yo alojé tres meses en mi casa a Monaguillo—, nuestro mayor amor son los perros. Daniel tuvo una hembra a la que adoró —hablo de la hembra del perro de raza pug o carlina—. Bicoca era traviesa y desobediente y nos dio más de un susto cuando echaba a correr como loca por el parque. Pero siempre volvía.
+Ese día, sin embargo, no volvió. La buscamos durante horas por los alrededores, siempre con el susto de hallarla convertida en una víctima más del tráfico bogotano, pero no apareció. Daniel entró en picada. Decidí entonces llamar a un noticiero de televisión y averiguar si era posible pagar un pequeño aviso, como el que iba a salir en El Tiempo, donde propietario desesperado ofrecía jugosa recompensa por mascota perdida.
+Los del noticiero olieron que allí había noticia. Esa tarde localizaron a Daniel y un famoso periodista entrevistó al sardino, quien confesó, llorando, que para él Bicoca «era más que una hermana». La nota produjo resultados. La persona que había encontrado a la perra se conmovió, llamó al noticiero y al día siguiente Daniel abrazó emocionado a Bicoca, mientras las cámaras transmitían el segmento noticioso más sintonizado de la noche.
+Las aficiones le daban por épocas. La pasión por el mundo militar se le fue como llegó. Por contagio, le gustó luego la política y alcanzó a elaborar su propio eslogan: «Con Samper Ospina el pueblo opina». Afortunadamente se le pasó prontico. Después lo acometió la fiebre de la percusión. Tenía once o doce años cuando descubrió en su interior al tamborilero que llevamos dentro todos los originarios de la zona aragonesa de Calanda, que azotan el redoblante como en Valledupar el acordeón.
+Compró entonces una batería con los ahorros de sus domingos y acompañaba música rock y tropical con bombo, platillos, paila y cencerros. Era la maldición del edificio. Por acuerdo con los vecinos se fijaron horas de práctica. Pero aún esas horas parecían demasiadas a los damnificados. Hoy, transcurridos tantos años, no puedo negar, como lo hice entonces en una asamblea extraordinaria de propietarios, que el golpe sordo del bombo y el tintineo del cencerro calaban hasta la terraza. Fue confinado con sus ruidosos bártulos al garaje, donde enloquecía a quienes subían o bajaban de los carros.
+El remedio fue muy colombiano. Poco a poco, y con la miserable complicidad del portero, empezaron a desaparecer los instrumentos. Se evaporaron primero las baquetas; después el pedal de los hi-hats; enseguida los hi-hats; luego el trípode de la caja y más tarde la caja, el tom base y los timbales. Al final se perdió el asiento. Desde entonces reina delicioso silencio en el barrio.
+Daniel fue militar en ciernes, renacuajo de político, músico ruidoso y mendigo internacional. Al terminar el bachillerato, y aprovechando que familiares suyos estudiaban en Boston, viajó allí a tomar cursos de literatura. No sé bien qué influencia lo marcó en aquella época: quizá la vida y obra de Jack Kerouac, el desastrado padre de la generación beatnik. Lo cierto es que se dejó crecer una barba silvestre, enarboló melena parecida a la del Rey León, dio en vestirse con lo peor de su escaso armario y acudía a comer hamburguesas horribles en un metedero de pordioseros.
+Allí intentaba buscar «las verdaderas raíces de la existencia», para trasladarlas luego a los poemas que escribía. Hizo buenos amigos entre los melenudos y vagabundos y yo lo atribuyo, sobretodo, a que él pagaba las cervezas. Duró así algún tiempo, hasta cuando una de sus hermanas decidió que si no buscaba «las verdaderas raíces del jabón» tendría que marcharse a otra casa. Ahí empezó el camino que lo apartó del feliz submundo que le abría sus puertas y lo depositó en brazos de Arturo Calle.
+También dije que era poeta. En efecto. Antes de que lo hubiera asaltado la picazón del Twitter, Daniel fue sonetista eximio. Gracias a la influencia de un profesor de literatura que volvió escritores a Daniel, Ricardo Silva y otros sujetos que habrían podido prestar servicios decentes al país como farmaceutas u ortodoncistas, el adolescente Juandé consagró a Quevedo, Lope de Vega, Garcilaso y Hernández las horas que le pedían Lavoisier y Pitágoras. Cuando estudiaba Literatura en la Javeriana, y antes de que lo absorbiera la perversidad del periodismo, llegó a ser un meritorio crítico, e incluso ofreció en la Casa de Poesía Silva una conferencia aplaudida y estupenda —me toca reconocerlo— sobre la obra de Eduardo Carranza.
+Como corresponde, su mayor inspiración eran las mujeres. En particular, las que lo rechazaban. Toda jovencita esquiva desataba una hemorragia de sonetos adoloridos. Con ellos, el poeta acababa por fin conquistándola. Y en ese instante la musa perdía todo interés para él, porque está escrito que el desamor es fuente de poesía, pero el amor sólo lo es de mensajitos acaramelados. Menos mal llegó Claudia y mandó a parar.
+No voy a citar ninguno de sus versos, porque ni Dios ni sus antiguas novias me lo perdonarían. Quien quiera consultar su obra completa bien puede buscarla en los archivos de El Aguilucho, la revista estudiantil más antigua de Colombia. Tampoco mencionaré nombres. Pero no puedo dejar de recordar que, cuando Daniel tenía siete u ocho años, vivía enamorado de una joven mayor que él, muy mona, muy linda y muy blanca, inquilina del mismo edificio, a quien le divertía mucho la fascinación con que la miraba el chino desde su bicicleta. Le decían Tutina, y me cuentan que ahora tiene algo que ver con el Gobierno.
+Su vena de periodista negativista se reveló y empezó a hincharse en Madrid y, con los años, lo condujo a dirigir una revista que escandaliza al señor procurador y a escribir columnas satíricas contra ínclitos próceres de la patria.
+Cuando viajaba a Madrid durante sus vacaciones escolares, no perdía el tiempo acudiendo a museos ni galerías, sino escribiendo a mano un panfleto ilustrado por él mismo al que bautizó La Expresión. Se trataba de una habilidosa operación comercial: enchufaba avisos a los allegados, fotocopiaba el original y luego vendía carísimos los ejemplares a quienes ponían los avisos. Ahí adiviné que combinaba el talento de informador y de gerente de Felipe López y acabaría trabajando con él.
+Tenía una nómina de columnistas de lujo: Fontanarrosa, Antonio Caballero, Jorge Maronna, Carlos Castillo… en fin, cuanto amigo pasaba por los alrededores. Aunque La Expresión tenía diversas secciones, desde deportes hasta vida social, sus mayores esfuerzos estaban dirigidos a atacar al Dictador. El dictador era su papá —es decir, yo— que imponía normas de disciplina doméstica, mandaba recoger la ropa sucia, prohibía dejar comida en el plato y restringía el uso del televisor. El editorial más benévolo empezaba así: «El resultado de un cruce entre Hitler y Mussolini o entre Ceaucescu [sic] y Franco da algo así como Daniel Samper Pizano». Terminaba con un mensaje a Caballero: «Antonio: hay que derrocarlo… ¡Ayúdenos!».
+Leo la fecha de aquella edición: enero de 1990. Daniel tenía quince años y ya había pelado el cobre. Ese que ahora lo sumerge en la perversidad del periodismo.
+(2013)
+Álvaro Cepeda Samudio y su familia tendieron un puente colombiano hacia la cara más admirable de los Estados Unidos.
+PATRICIA, LA HIJA DEL FALLECIDO escritor Álvaro Cepeda Samudio y de Teresa Manotas —Tita—, llevaba varios meses enferma al cuidado de sus hijas. El 22 de julio pasado, dado que nada sabía de ella desde mediados del mes, escribí un correo a la Tita para preguntarle por la salud de su hija.
+Me respondió casi de inmediato.
+Patricia se fue esta madrugada para el cielo. Se durmió y no se despertó, me dicen Gabriela y Alejandra, que estaban con ella.
+Patricia había muerto en Washington, donde vivió los últimos doce años de su vida. Tita la había acompañado hasta unas pocas semanas antes, pero había tenido que regresar a Barranquilla. Ahora intentaba llegar cuanto antes al lugar donde ya no estaba su hija.
+En los días siguientes se celebraron los funerales de Patricia en Estados Unidos. Había dispuesto que la mitad de sus cenizas se dispersaran en el mar de Maine, en el noreste de Estados Unidos, donde tuvo una casa en la que vivió muchos años. Exigió que la despidieran con una fiesta alegre donde se hablara poco de la muerte y mucho de la vida. También quería una misa en Barranquilla a la que asistieran su familia y sus amigas, coronada por un paseo a las islas del Rosario para arrojar en las aguas del Caribe la otra mitad de sus cenizas. Así se hizo.
+«Ahora está nadando en ambos océanos», me dice la Tita en un mensaje.
+No es una casualidad que Patricia se sintiera al mismo tiempo colombiana y gringa. Porque la familia de Álvaro Cepeda, empezando por él mismo, es un vehículo que ha permitido conocer en Colombia la parte más admirable de los Estados Unidos: su espíritu libertario, democrático, progresista, abiertamente creativo, de elevado nivel académico y científico. Es, tristemente, un espíritu opacado por los ademanes imperiales, militaristas, codiciosos y sectarios que trastean por el mundo en sus maletines los vicefuncionarios, ejecutivos capitalistas y asesores bélicos norteamericanos.
+Muchos no lo saben, pero hay una cara de Estados Unidos que no se parece en nada a la del magnate capitalista Donald Trump, el belicoso reaccionario Donald Rumsfeld o el turístico Pato Donald. Es una cara espléndida y culta, generosa y solidaria, crítica y autocrítica, que ha producido grandes obras literarias, grandes hazañas científicas, grandes universidades, grandes bibliotecas, grandes intelectuales, grandes periódicos, grandes artistas, grandes músicos, grandes directores de cine…
+No confundamos, pues. Hemos padecido al Ugly American; lo opuesto es el Nice American. Ese ha sido el gran mérito de los Cepeda: no confundir: diferenciar entre ambos y difundir al Nice.
+Álvaro Cepeda fue en Colombia el heraldo de este rostro amable de Estados Unidos y más tarde su familia cimentó aquel puente que había tendido el escritor barranquillero. Cepeda fue parte de la almendra del famoso Grupo de Barranquilla, el cuarteto que aparece en Cien años de soledad, al lado de Gabriel García Márquez, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor. Cuenta García Márquez en sus memorias que Cepeda era «un chofer alucinado», un «cuentista de los buenos», un «promotor de polémicas atrevidas» y un «crítico magistral de cine, sin duda el más culto».
+Entre 1949 y 1950 el «Nene», el «Cabellón» o el «Maestro», como lo apodaban, estudió inglés en la Universidad de Michigan y Periodismo en la de Columbia (Nueva York) y regresó a Barranquilla con una maleta repleta de novelas gringas y revistas de toda clase. «Trajo más alborotado que antes el sarampión del periodismo, el cine y la literatura», dice GGM.
+Era el medio siglo colombiano, oscurantista y represor. La literatura nacional emitía historias de violencia explícita. La mayoría de los escritores y lectores colombianos sólo se interesaban en autores franceses y españoles. El equipaje que aportó Cepeda removió la plataforma cultural de sus compañeros, que descubrieron la vitalidad de los autores angloamericanos. Muchos oyeron mentar por primera vez a Faulkner, Hemingway, Hersey, Mailer, Fitzgerald, Saroyan cuando Cepeda pronunció sus nombres.
+Él fue el primero que planteó en Colombia la dualidad entre la literatura y la crónica —hermanas gemelas pero distintas— y se propuso hacer un periodismo afincado en la reportería, no en la filosofía, el comentario o la retórica. Al invertir el escalafón de importancia, Cepeda sembró en nuestro país la semilla de un periodismo diferente.
+Fue también uno de los colombianos que vio en el cine mucho más que un pasatimpo: un arte nuevo y mayor. «Antes de conocerlo a él yo no sabía que lo más importante era el nombre del director, que es el último que aparece en los créditos», confiesa García Márquez.
+Al mismo tiempo que producía esforzados cortos argumentales como La langosta azul, que aún se exhibe «gracias a la tenacidad y la buena audacia de Tita Manotas» —GGM—, Álvaro escribía desordenadamente en los ratos que robaba a las parrandas, a las lecturas, al cine y al periodismo. En 1954 maravilló a lectores y críticos con Todos estábamos a la espera, «el mejor libro de cuentos que se había publicado en Colombia» según su compadre Gabo. Era una obra impregnada de la atmósfera marginal que él había vivido en Estados Unidos. Ocho años después publicó La casa grande, una espléndida novela que asumía por primera vez en el ambiente y los espíritus la violencia que la generación exterior sólo pudo expresar con retratos sangrientos.
+Cepeda murió en 1972 en un hospital de Nueva York al que lo llevaron cuando se enfermó, tres meses antes, filmando un documental sobre el río Magdalena. Pidió que lo sepultaran en Barranquilla, lo que hicieron sus amigos mientras evocaban, tomando ron y llorando vallenatos, sus carcajadas estrepitosas y sus afirmaciones contundentes. Tenía 46 años.
+Durante el entierro, un espontáneo anónimo leyó una insólita y decimonónica despedida. La ceremonia por Patricia en Barranquilla no se quedó atrás. El cura que habló no la conocía —hasta el punto de que confundió su nombre— y terminó perorando sobre literatura. Fue en la tardecita del 5 de agosto y estaba prohibido llevar luto o llorar. Órdenes de Patricia.
+El Cabellón dejó encendido circuito cultural entre Colombia y Estados Unidos. Tita, su hija y sus nietas se encargarían luego de intensificarlo.
+Su muerte prematura marca otra extraña característica de los Cepeda: el sino trágico que acecha al dinamismo de sus actividades y su afán de vivir. El Nene muere a una edad en que hasta los toreros están ocupados trabajando. Patricia tenía en ese momento 17 años y Álvaro Pablo, su hijo, apenas 13. Había nacido en el amanecer de 1959, mientras los barbudos de Fidel Castro entraban a La Habana. Era una divertida fotocopia de su progenitor: lápiz inquieto, pelo negro revuelto, sonriente cara de gitano, simpatía a toda prueba y piel color majagua. Como su padre, falleció víctima del cáncer en un hospital gringo. Iba a cumplir 27 años.
+El primer esposo de Patricia, John O’Leary, un abogado nacido en Portland (Estados Unidos) en 1947, fue alcalde de su ciudad y embajador en Chile. Condiscípulo de Bill Clinton, era el tipo de políticos que contrastan con la siniestra estirpe de un Nixon, un Kissinger o un Bush. Aquello que en Estados Unidos denominan «liberal demócrata»: alguien que cree sinceramente en la igualdad y la libertad. Un Nice American. En los años setenta, Nixon y Kissinger apoyaron las matanzas de Augusto Pinochet. Casi dos décadas después, siendo embajador en Santiago, O’Leary luchó por destaparlas y castigarlas. Falleció en 2005 a los 58 años víctima de esclerosis lateral amiotrófica, ELA, una infrecuente enfermedad sobre la que poco se sabe. Extrañamente, fue el mismo mal que, casi a la misma edad, causó la muerte a su mujer, Patricia, el pasado 22 de julio.
+Hay en la saga feliz y trágica de los Cepeda un reflejo lejano y en pequeña escala de la familia Kennedy que es imposible no observar.
+John y Patricia se habían conocido en una pizzería famosa de Ann Arbor y se casaron en 1977 en Maine, célebre por sus incendios, su langosta y su paisaje marino. Allí nacieron Alejandra, en 1981, y Gabriela, en 1984, bautizadas en homenaje a Alejandro Obregón y García Márquez. Barranquilla y Cartagena fueron desde entonces sus más frecuentes destinos de vacaciones.
+Mientras O’Leary probaba suerte en la política, Patricia se convirtió en una intérprete hábil y meticulosa. Igual actuaba como traductora de inmigrantes latinos en cárceles y juzgados y como intermediaria lingüística entre su padrino García Márquez y los amigos gringos del nobel. Así conoció al director Woody Allen, a la escritora Toni Morrison —ganadora del premio Nobel de Literatura 1993—, John Kerry —actual Secretario de Estado de Estados Unidos— y Bill y Hillary Clinton.
+En 2001, al regresar de Chile —donde la recuerdan como una embajadora sumamente guapa, sumamente latina y sumamente activa— se instaló en Washington. Entre 2007 y 2012 fue jefe de intérpretes de la OEA.
+Hasta el final, superando las limitaciones de su enfermedad, fue «un ejemplo de dignidad y elegancia, que enfrentaba todos los días con amor y humor», dice su hija Gabriela. Se hacía leer The New York Times de cabo a rabo, recibía visitas a las que hacía reír con sus ocurrencias y todas las noches programaba películas para ver en compañía de sus hijas. Hace dos años se había casado con otro abogado de Maine, Kenneth N. Frankel.
+La Tita acudía a visitarla con frecuencia. Los suscriptores de un boletín personal de noticias culturales que ella ocasionalmente reparte por internet sabíamos que de cada viaje a Washington regresaba llena de noticias. Volverá a hacerlo, seguramente. Ella es tierra firme, Úrsula Manotas, piedra fundamental, pedernal de cuarzo, centro-sólido-de-las-cosas.
+Sus nietas heredaron la bipolaridad cultural que sembraron la madre y los abuelos. Alejandra, de 32 años, estudió Literatura en la Universidad de Yale, pero prefirió dedicarse al rock. Tiene una banda llamada Alejandra O’Leary and The Champions of the West que es posible ver en acción en https://alejandraoleary.com/. Esta casada con otro abogado, Jack Dafoe, especializado en casos ambientales.
+Gabriela, de 29, graduada en Literatura, es profesora de inglés para adultos y defensora de los derechos de los inmigrantes en Nueva York. Escribe con el raro talento que lleva la familia en el ADN para ese oficio. Su compañero, Ben Gottlieb, es periodista de The Washington Post.
+Las dos se sienten tan colombianas como gringas. Tienen la doble naturaleza de barranquilleras chéveres y Nice Americans.
+Cuando Álvaro Cepeda Samudio volvió de Estados Unidos en 1950 con un baúl de libros en inglés, no sospechaba que había abierto un camino entre dos culturas que su familia se encargaría de fortalecer en el siguiente medio siglo.
+(2013)
+Rufino José Cuervo, uno de los colombianos más ilustres, vivió, trabajó y murió en París; pero ninguna placa lo recuerda y su tumba está abandonada.
+EL 17 DE JULIO DE 1911, recibió el siguiente telegrama Carlos E. Restrepo, presidente de Colombia:
+París, julio 17 de 1911
+Presidente-Bogotá
+Patria duelo. Murió Cuervo.
+MANRIQUE
+Con esas cuatro palabras se enteró el país de la muerte de uno de los más grandes hombres de su historia. El gramático Rufino José Cuervo Urisarri acababa de fallecer en Francia. Tenía 67 años y había vivido los últimos 29 lejos de su patria.
+Pocos sabios tan ilustres ha echado Colombia al mundo. Cuervo, uno de los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua, dejó numerosos estudios y cientos de cartas sobre filología. Sus dos grandes obras son las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1872) y, sobretodo, la estructura general, un nutrido archivo de tarjetas con notas lingüísticas y los primeros tomos —de la A a la D— de esa epopeya gramatical de 8.000 páginas llamada Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, que sólo se completó en 1994, cuando ya el autor llevaba ocho décadas muerto.
+En su biografía sobre Cuervo (2006), afirma Enrique Santos Molano que si se tratara de señalar a los cinco colombianos «más importantes de todos los tiempos», uno de ellos sería don Rufino. Fernando Vallejo lo llama «el más grande de los filólogos del idioma español y el más noble de los colombianos». El hispanista francés Alfred Morel-Fatio asegura: «Es muy honroso para Colombia que uno de sus hijos sea el encargado de volver a enseñar a la antigua madre patria la historia de su lengua».
+La firma del telegrama que proclama duelo nacional por el fallecimiento de Cuervo corresponde a Juan Evangelista Manrique, médico bogotano graduado en París, una de las pocas personas que se reunía y conversaba con el filólogo, varón asaz misógino, ermitaño, estudioso y beato. Manrique y un puñado de compatriotas acudieron al entierro de don Rufino el día 20 en el cementerio de Père Lachaise. Manrique también había estado cerca al lecho de muerte de José Asunción Silva: le dibujó en el pecho la ubicación del corazón, donde el poeta se pegó un tiro horas más tarde.
+Hasta el famoso camposanto parisino, que también vela los restos de Balzac, Wilde, Chopin, Molière y Proust, llegó Fernando Vallejo hace pocos años cuando averiguaba pistas para su provocador libro sobre el ilustre bogotano, El cuervo blanco (2012). Buscaba la tumba donde reposan don Rufino y don Ángel, su hermano mayor, compañero de techo, labores y manteles. «Era una pobre tumba cubierta de musgo», cuenta Vallejo.
+Y sigue siéndolo. Quizás más borrosa y enmontada que antes, porque ha pasado más tiempo. Empeñado en recorrer los lugares donde vivieron en París los hermanos Cuervo y el destino final de sus huesos, visité el Père Lachaise a fines del pasado mes de mayo.
+Después de pedir a la administración indicaciones sobre la tumba de don Rufino, pues su nombre no figura en el mapa de huéspedes ilustres, pude llegar a la undécima tumba a partir del callejón Avenue Aguado y cuadragésimo séptima desde el columbario que alberga las cenizas de los cremados.
+Las ramas de un castaño le dan sombra. Por los alrededores picotean palomas y vuelan unos pocos cuervos, de los que guiaron a Vallejo en su búsqueda. Es menos que una tumba pobre; es una tumba abandonada. Resulta difícil leer las letras cinceladas en la piedra con las fechas de nacimiento y muerte de don Ángel (Bogotá, 1838-París, 1896). Más claras son las que informan sobre la última morada de su hermano, que nació seis años más tarde y murió quince después. Una cruz pétrea en relieve separa los dos alojamientos. Don Ángel, a la izquierda. Don Rufino, a la derecha.
+Alguien puso encima de la laja un cursi letrerito de plástico. Dice «Le temps qui efface tout n’efface pas le souvenir. A notre ami» —«El tiempo, que todo lo borra, no borra el recuerdo. A nuestro amigo»—. No lleva nombre alguno. No indica quién es el amigo difunto, ni quién le rinde homenaje; tal cual lo venden por pocos euros en las funerarias del sector. Seguramente este lo sustrajeron manos criollas de otra tumba, pues abundan en todo el camposanto. Muy cerca del letrerito, sobre el Inri de la cruz, callan dos rosas falsas y varias hojas verdes artificiales en un tiesto de plástico.
+Para contrarrestar tanto polímero, dejo sobre la cripta unas humildes flores amarillas arrancadas en el camino.
+La lápida carece de epitafio, pero tiene un mérito singular: en el más francés de los cementerios, las referencias de estos dos muertos están escritas en español, la lengua que los apasionó y a la que dedicaron su vida. La zona en que se levanta el túmulo de los Cuervo no parece un cementerio de París sino de Chapinero. Es como si los cachacos bogotanos fallecidos en la Ciudad Luz se hubieran propuesto formar un conjunto cerrado en el Père Lachaise para mantener sus tertulias en el más allá.
+Colindando con la sepultura de los Cuervo se encuentra la tumba de Ercilia de Posada, «Decedée le 25 de septembre 1912», es decir, catorce meses después que el gramático. No informa de su nacimiento, pero apuesto un brazo a que debe de tratarse de una dama bogotana: una Ercilita cuya hija falleció el 30 de enero de ese mismo año y está enterrada en el mismo hueco.
+A pocos metros se encuentra la bóveda de Josué Gómez, nacido el 21 de junio de 1852 y fallecido el 8 de febrero de 1907. Sus datos también figuran en español. Duerme a su lado un José María Sáenz Pinzón (1861-1933) que con seguridad procede también de Bogotá. Su sobrino Germán Vanegas Sáenz (1882-1911) comparte sepultura con él. A espaldas de los Cuervos yace Luis Montaña, «né à Bogotá, 1896» y fallecido en París en 1915. Ha de ser timbre de distinción familiar tener difunto en el célebre Père Lachaise, ahora cuando toca buscar posada en cementerios con nombres al estilo de Moradas Eternas, El Último Ocaso y Vergeles del Dolor.
+Entre los vecinos de segunda línea de estos cachacos agrupados bajo el paraguas de la Parca se encuentran, a 60 criptas, el escritor modernista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, y a menos de 50 don Oscar Wilde, con su mausoleo desportillado por homófobos.
+El día que acudo en pos de los Cuervo visito las empresas de pompas fúnebres de las calles Gambetta y Ménilmontant, aledañas al cementerio, donde venden mapas del monumento con datos sobre los principales fiambres. Busco alguno donde aparezca registrado don Rufino. Nada. No hay un solo mapa en París que lo recuerde.
+Almuerzo frente al restaurante Le Purgatoire, sobre la calle del Reposo —eterno, se supone—, en el bistró Obodobó, onomatopeya en francés de El Bello Sueño. Lindo nombre para un cementerio de la Colombia que progresa.
+Hace 103 años don Rufino Jota arribó al Père Lachaise procedente de su última casa, el número 18 de la calle de Siam, en el distrito XVI de la ciudad. No murió allí: falleció en un hospital, víctima de malestar de riñones. En su velorio, el escultor Marco Tobón Mejía practicó al cadáver una mascarilla, ese molde de yeso que se vacía del rostro del finado y que constituye un escalofriante fantasma de despedida. Tobón Mejía dibujó también al sabio en su lecho de muerte. Las exequias se celebraron en la parroquia de San Francisco Javier, no lejos de la torre Eiffel, que tenía entonces 22 años de edad.
+La calle de Siam se encuentra en Passy, un suburbio elegante al que no habían llegado los ascensores hace un siglo. Don Rufino debía subir y bajar a pie las escaleras del quinto piso —cuarto, en Francia—. Lo hacía a diario. Empezaba a las cinco de la mañana, para oír misa a la vuelta de la esquina, en la iglesia del Corazón Inmaculado de María. Los padres claretianos dictan allí clases en español en el colegio Federico García Lorca. Luego salía, varias veces por semana, a la Biblioteca Nacional —de cuyo pésimo servicio se quejó reiteradamente— en procura de libros clásicos en castellano. De sus páginas tomaba apuntes y ejemplos sobre el uso de gerundios, preposiciones, conjunciones, sentidos léxicos, conjugaciones, locuciones adverbiales, etimologías… Millones de estas notas, analizadas, clasificadas y trasladadas a tarjetas, constituyen el contenido de su diccionario gramatical.
+En 1907 Cuervo escribe a Enrique Wenceslao Fernández que en su barrio «se están construyendo casas lujosísimas, todo a causa de que linda con el Bois de Boulogne», y le informa que «la alimentación no es barata y los precios en muchos artículos son superiores a los del centro». Hoy un metro cuadrado en la zona cuesta alrededor de 10.000 euros —cerca de 25 millones de pesos—. Estaba obligado a fijarse en los precios, porque durante toda su vida se sostuvo con giros que le enviaban desde Bogotá, donde tuvo propiedades y una fábrica de cerveza. A decir de Fernando Vallejo, sobrellevaba una existencia austera, casi pobre.
+Un siglo después, en las calles que recorrió hasta su muerte hay dos placas. Pero ninguna lo menciona a él. Una nombra al cuentista Guy de Maupassant (1850-1893), pues la rue de Siam pasa a llevar su nombre a partir del cruce con la de Edmund About, novelista y periodista (1828-1885), que también tiene su placa.
+La de Siam fue la cuarta y última casa de don Rufino en París. La primera que ocupó está situada en la calle Meissonier número 3, a un kilómetro del apartamento que alquiló lustros después el expresidente Eduardo Santos en la avenue Foch. Entre junio de 1882 y abril de 1891 vivieron allí los hermanos. En el piso de Meissonier culminaron el primer tomo de su Diccionario de construcción y régimen (1886) y recibieron, calienticos, los primeros ejemplares.
+De esta calle salieron a la Frédéric Bastiart, a siete minutos de peatón de los Campos Elíseos. En su Estudio de 1954 sobre los dos filólogos, Fernando Antonio Martínez señala que en este apartamento tenían «comodidad suficiente para hombres que no perseguían el boato sino una vida sobria… Allí estaba una gran mesa de la que emergían, como pirámides sui generis, libros sobre libros». Los seis años en esta vivienda fueron muy fructíferos. Ángel publicó una novela y terminó un libro de historia (Cómo se evapora un ejército), Rufino revisó la quinta edición de sus Apuntaciones críticas; ambos dieron a luz una biografía de su padre y el tomo segundo del Diccionario.
+Inesperadamente, Ángel contrajo un resfrío que se convirtió en pulmonía mortal y falleció el 24 de abril de 1896. Acosado por la nostalgia del hermano desaparecido y el recargo de trabajo, don Rufino tardó apenas once meses en mudarse al número 2 de la calle del pintor Largillère.
+Resulta difícil creer que en este edificio de Passy vivió el sabio, asomado quizá con una mesita y un asiento al pequeño balcón en las tardes estivales. Ahora el lugar alberga en los bajos una peluquería con pocos clientes y nombre de asadero —Capon—, un almacén desolado de artículos para sordos y una tienda polvorienta de decoración de interiores.
+En Largillère don Rufino vio nacer el nuevo siglo, le diagnosticaron que padecía neurastenia, sostuvo una prolongada polémica con Juan Valera sobre el futuro del castellano e incluso anunció que regresaría a Colombia para establecerse en Medellín. Promesa que, por supuesto, no cumplió. Cuervo vivió allí seis años, hasta que se marchó a tres cuadras de distancia. El último trasteo que presidió su fiel empleada doméstica, Leocadia María José Bonté, condujo los cinco mil libros y múltiples enseres del sabio a la calle Siam. Era abril de 1903 y este iba a cumplir los sesenta años.
+En junio de 1911 el doctor Manrique lo encontró tan enfermo que lo mandó al hospital de la Ville Marie Thèrese. Iba a ser el último techo que acogiera a don Rufino antes del viaje postrero al Père Lachaise.
+Ni en las casas que habitaron los hermanos Cuervo, ni en los edificios donde murieron, ni en la sepultura que comparten hay una sola placa que les rinda homenaje. Apenas el letrerito de plástico que alguien debió de robar de una tumba cercana: A notre ami.
+(2013)
+Se cumple el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, el escritor latinoamericano que mejor ha interpretado su propio tiempo y aún permanece en el corazón de sus lectores.
+LA DÉCADA DE LOS AÑOS cuarenta fue en el siglo XIX la del París de Eugène Sue. Muchos lectores de Los misterios de París, la telenovelesca serie del escritor socialista, acudían a la capital francesa en busca de los melodramáticos personajes de su obra. Veinte años después, París atraía a miles de lectores de Victor Hugo empeñados en descubrir en sus calles y alcantarillas a los protagonistas de Los miserables.
+Uno de los sueños de los latinoamericanos que rozaban la mayoría de edad hace medio siglo era visitar el París de Julio Cortázar. Su libro Rayuela había salido en 1963 y tuvo éxito inmediato en todo el continente. Cortázar creyó que había escrito una novela o, a lo mejor, una antinovela o una contranovela; en realidad acababa de publicar lo que menos habría deseado: una biblia. Sí: Rayuela fue y sigue siendo una biblia, un modelo, un mundo portátil. ¿Biblia de qué, modelo de qué, mundo de qué? Se cumple ahora un siglo de su nacimiento y treinta años de su muerte, y aún intentamos responderlo.
+Se ha dicho que Rayuela, la mayor obra de Cortázar, fue la expresión rebelde de la generación de los años sesenta, la de los jipis, la revolución musical, la libertad sexual y el boom literario. Pero si uno acude hoy al cementerio de Montparnasse, donde fue enterrado en febrero de 1984 a los 69 años de edad, verá que quienes visitan su tumba no son sólo los sesentones nostálgicos que crecieron leyéndolo, sino jóvenes de arete y tatuajes, hijos o quizás nietos de los lectores coetáneos del gigante argentino. Nunca pensó el creador de los cronopios —locos, imaginativos, idealistas— y los famas —circunspectos, aburridos, sosos— que manos juveniles formarían un día sobre su lápida pequeñas golosas con piedritas, dejarían mensajes nostálgicos y pondrían ejemplares de Rayuela cuyas hojas se encargan de esparcir por los senderos pétreos del camposanto el viento y la lluvia.
+¿Qué latinoamericano que haya leído a Cortázar no soñó con recorrer las calles de París guiado por Rayuela y sus personajes? ¿Quién no visitó el puente donde Horacio encontraba a La Maga sin buscarla? ¿Quién no se empeñó en conocer la calle donde no volvió a despertar Rocamadour? ¿Quién se negó a tomar un vaso de vino en alguno de los cafés donde lo hacían los personajes de la pandilla de Cortázar? ¿Quién no pretendió ver a Morelli en una librería de viejo, a Perico y Ronald en un recoveco del barrio Latino, a Gregerovius en la calle de Saint-Germain-des-Prés donde se formó el club de la Serpiente?
+El año pasado la editorial Alfaguara se ocupó de esa ciudad mitad literaria y mitad real al publicar un detallado mapa del París de La Maga y sus amigos como parte de una edición especial de Rayuela. También el Instituto Cervantes celebró en junio los 50 años de la novela con una exposición, unas publicaciones, unas conferencias y unas rutas sobre el París de Cortázar. La exposición no era mayor cosa, las publicaciones y las charlas resultaban interesantes y las rutas imitaban de manera organizada los caminos que muchos recorrimos en pos del fantasma de los personajes del escritor y de su propio fantasma.
+Yo lo hice en 1968, la primera vez que puse el pie en París, esa ciudad que había conocido en las películas de la Nueva Ola y los libros de diversos autores. Rincón por rincón, calle por calle, puente por puente, casa por casa, repasé cada página de la novela-acertijo ya casi descuadernada que me fascinó desde cuando la leí en Bogotá. Un tiempo antes había soñado con estudiar cine en París, pero la realidad me bajó de las nubes y me situó en un pupitre de estudiante de Derecho y un escritorio de aprendiz de redactor en El Tiempo. Por eso cuando llegué al París lluvioso de noviembre mi intención no era imitar a Francois Truffaut sino entrevistar a Cortázar, que a la sazón trabajaba como traductor en la Unesco.
+Había conseguido el teléfono de su despacho y llamé desde mi hotel convencido de que me contestaría una secretaria. Pero respondió una voz honda de varón. Me quedé aterrado. ¿Acaso era Julio Cortázar el que respondía al teléfono?
+—Sí, soy yo —dijo.
+Tragué saliva y, en vez de convencerlo con algún buen argumento de que me recibiera para formularle unas cuantas preguntas, le disparé una de las mayores imbecilidades que he dicho en toda mi vida.
+—¿No es verdad —le pregunté— que usted no concede entrevistas?
+Le fue muy fácil salir del problema.
+—Es verdad. No doy entrevistas.
+Ante lo cual redondeé la idiotez inicial diciendo:
+—Ah, bueno, muchas gracias. Hasta luego.
+—Hasta luego —dijo Cortázar y colgó, seguramente convencido de que había hablado con el Rey de los Pendejos.
+Ese día aprendí una norma periodística que he vuelto a violar descaradamente: no entrevistar a quien se admira demasiado.
+Han pasado más de cuatro décadas de aquel instante bochornoso. La vergüenza me habría impedido confesar la historia aquí si no hubiera sido porque, años después, García Márquez confesó haber sufrido una parálisis parecida cuando vio a Cortázar por vez primera. En octubre de 1993, Gabo y Carlos Fuentes inauguraron en la Universidad de Guadalajara la Cátedra Julio Cortázar. García Márquez recordó entonces que en 1956 vivía en París, leía con fascinación los textos del argentino y habría dado cualquier cosa por sentarse a tomar café con él. No sin timidez averiguó dónde solía escribir Cortázar y cuando le dijeron que se instalaba algunas tardes en el café Old Navy, de Sant-Germain, se dejó caer por allí. El colombiano estaba aún lejos de Cien años de soledad y de la gloria. Era, a la sazón, otro corresponsal varado de América Latina en el revuelto mundo de París.
+Gabo acudió varias veces al Old Navy, pero no llegó Cortázar. Hasta que una tarde de otoño lo vio entrar. «Era el hombre más alto que se podía imaginar —dijo en su discurso inaugural de la cátedra mexicana, nueve años después de la muerte del autor de Rayuela—, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón».
+Durante un rato lo espió desde su mesa. Lo vio escribir sin pausa y beber medio vaso de agua mineral. Al cabo de una hora larga, Cortázar guardó el bolígrafo y se marchó con su cuaderno de notas bajo el brazo. Pero ni cuando llegó, ni cuando permaneció en su mesa, ni cuando se fue, García Márquez osó dirigirle la palabra. Siendo ya grandes amigos, tampoco se animó a revelarle que unos años había querido acercarse y hablarle pero no se atrevió a hacerlo.
+Yo padecí una intimidación reverencial semejante a la de GGM. Pero él al menos no balbuceó una pregunta tan estúpida como la mía.
+Cuando cogió el teléfono en su oficina de la Unesco aquella mañana de 1968, Cortázar llevaba 17 años viviendo en París. Había nacido en Bruselas, donde su padre era diplomático argentino, en 1914, bajo la ocupación alemana durante la I Guerra Mundial. A los cuatro años la familia regresó a Buenos Aires. Aunque recreó como pocos el lenguaje argentino, Cortázar nunca logró desterrar la erre gutural propia del francés que había aprendido en su infancia. Empezó a escribir a los nueve años, se graduó en pedagogía y ejerció como profesor de literatura en Buenos Aires, Bolívar —un pequeño pueblo no lejos de la capital—, Chivilcoy y Cuyo, frontera con Chile. Más tarde obtuvo el cartón de traductor, oficio que le permitió sostenerse como escritor.
+Cortázar fue primero poeta, después ensayista y por último cuentista y novelista. En 1938 publicó sus primeros sonetos, en 1941 un estudio sobre el poeta francés Arturo Rimbaud y en 1944 su primer cuento («Bruja»). En los siguientes siete años aparecieron varios ensayos literarios suyos en revistas especializadas y algunos de sus cuentos más famosos, como «Casa tomada» y «Bestiario». Sólo que los lectores los miraron con indiferencia y tuvieron que pasar varios lustros antes de que recibieran reconocimiento internacional. No logró publicar una novela (El examen), pues la rechazó Editorial Losada, y en 1951 salió su libro de cuentos Bestiario, que vendió apenas unos pocos cientos de ejemplares.
+Frustrado por su escaso suceso como escritor y agobiado por el avance del peronismo, que combatió desde que enseñaba en la Universidad de Cuyo, solicitó una beca al Gobierno francés. La consiguió, viajó a París en 1951, inició su trabajo en la Unesco y poco después cambió su vida. La ola del boom lo arrastró: sus libros, incluso los olvidados, se volvieron indispensables. Rayuela pasó a ser mucho más que una novela. La han llamado manifiesto generacional, revolución literaria, epítome del juego, ruptura experimental, acta latinoamericana, bofetada metafísica… Sus trabajos adquirieron el contradictorio carácter de obra de culto y creación popular.
+La vida personal del argentino también dio un vuelco. Se fue a pique la «pareja perfecta» que formaba con la traductora argentina Aurora Bernárdez desde 1953. A partir de 1967 su compañera fue la lituana Ugné Karvelis. Pero tampoco por mucho tiempo, ya que en 1970 se casó con Carol Dunlop, fotógrafa estadounidense 32 años más joven que él, con la que escribió uno de sus últimos libros, Los autonautas de la cosmopista. El fallecimiento de Carol a los 36 años, en 1982, significó una primera muerte para Cortázar, que se sintió solo y desvalido. Aurora regresó para cuidarlo. Asediado por la tristeza y la leucemia, el escritor murió en París dos años después. Él y Carol reposan en tumbas adyacentes adornadas con esculturas de ella.
+¿Cómo era Julio Cortázar? Sus libros lo desnudan como un tipo culto, imaginativo, sorprendente, lleno de humor, capaz de trasmutar la lengua oral en lenguaje escrito, muy argentino y al mismo tiempo muy universal. Quienes lo conocieron dicen que estas características coinciden con su modo de ser: muy leído, muy inteligente, genial, muy divertido, aficionado a la poesía y a la música, coleccionista de noticias curiosas y, en sus últimos años, comprometido a fondo con causas políticas de izquierda. Alguno dijo que era fácil y grato ser su amigo, aunque guardaba celosamente una parcela de intimidad.
+En cuanto a su aspecto personal, las descripciones de sus amigos coinciden en pintarlo como un niño enorme. Mario Vargas Llosa recuerda que lo conoció en una reunión en París a fines de 1958. «Aquella noche me sentaron junto a un muchacho muy alto y delgado, lampiño, de grandes manos que movía al hablar. Parecía mi contemporáneo y, en realidad, era veintidós años mayor que yo». Le costó trabajo creer que se trataba del autor de Bestiario y otros libros que admiraba el futuro Nobel peruano. Luego el cronopio porteño se convirtió en uno de sus mejores amigos y «en algo así como mi modelo y mi mentor».
+A su turno, el mexicano Carlos Fuentes revela que acudió a conocer a Cortázar en 1960 en el apartamento parisino que este ocupaba, pero que, al llegar, salió a recibirlo el hijo del argentino. Se trataba de «un joven desmelenado, pecoso, lampiño, desgarbado, con pantalones de dril y camisa de manga corta, abierta en el cuello; un rostro, entonces, de no más de veinte años, animado por una carcajada honda, una mirada verde, inocente, de ojos infinitamente largos, separados y dos cejas sagaces, tejidas entre sí, dispuestas a lanzarle una maldición cervantina a todo el que se atreviese a violar la pureza de su mirada».
+—Pibe —le dijo Fuentes—: quiero ver a tu papá.
+—Soy yo —le respondió Cortázar.
+Empezó así una cercana amistad que duró más de veinte años, hasta que ocurrió lo que nadie había calculado, porque todos habíamos supuesto que Cortázar era inmortal o por lo menos merecía serlo.
+Fuentes, cuyos restos y los de sus dos hijos reposan en el mismo cementerio de Montparnasse, a tiro de piedra de Cortázar y Dunlop, sintetizó en una frase el sentimiento que cayó sobre los amigos y lectores del escritor argentino al conocer la noticia imposible: «Cuando Julio murió, una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche boca arriba».
+(2014)
+Se cumplen 160 años de la fascinante historia del golpe de artesanos, militares e intelectuales socialistas que duró poco y acabó mal.
+UNA DE LAS PRINCIPALES efemérides que se cumplirán en 2014 serán los 160 años del golpe militar del general José María Melo, el efímero ascenso al poder de una alianza de artesanos e intelectuales, y la reacción que unió a los viejos generales conservadores y liberales, enemigos entre sí, gracias a la cual los partidos tradicionales y el establecimiento pudieron recuperar el mando que habían perdido.
+Todo esto ocurrió en el transcurso de pocos meses. El 17 de abril de 1854 asumió el poder Melo y el 4 de diciembre capituló ante los ejércitos constitucionalistas que se tomaron a Bogotá. En los libros de historia patria la dictadura de Melo, como se la llama comúnmente, ocupa unas pocas páginas. La de Henao y Arrubla le dedica cuatro en un total de 986; apenas dos le reserva el tratado de casi 500 de David Bushnell («Nuestra historia desde los tiempos precolombinos hasta hoy»); y menos de una ocupa en la Historia de Colombia: todo lo que hay que saber, resumen de 366 páginas de Editorial Taurus.
+Otros historiadores le confieren, por fortuna, mucha más importancia. El jurista Enrique Gaviria Liévano le dedica buena parte de su excelente estudio El liberalismo y la insurrección de los artesanos contra el librecambio (2002, 2012). Según Gaviria, «después de la fallida revolución de los comuneros, por primera vez una clase distinta a la burguesía asumía la dirección política del Estado. El gobierno del general Melo tuvo en el fondo un contenido social innegable».
+No sólo social: la llegada al poder, casi por casualidad, de este militar poco ilustrado fue producto de la lucha económica entre artesanos y draconianos —facción moderada del Partido Liberal— contra gólgotas —liberales manchesterianos— y conservadores. Los primeros eran enemigos de la libertad total de comercio, y aducían que abrir las aduanas a los productos extranjeros equivalía a sacrificar la naciente industria colombiana. Los gólgotas, partidarios a ultranza del libre intercambio de productos, afirmaban que al derribar toda protección a los bienes nacionales se activaría la economía en beneficio de todos.
+Al posesionarse en 1845, el general Mosquera entregó el control económico de su gobierno al economista manchesteriano Florentino González, tatarabuelo de los neoliberales de hoy. González, nacido en Cincelada (Santander) en 1805, levantó las trabas aduaneras en 1847 y con ello, dice Gaviria, «decretó la guerra a las manufacturas colombianas».
+La tesis de González cuando era secretario de Hacienda sostenía que «en un país rico en minas y en productos agrícolas, que pueden alimentar un comercio de exportación considerable y provechoso, no deben las leyes fomentar industrias que distraigan a los habitantes de las ocupaciones de la agricultura y la minería… Debemos, pues, ofrecer a Europa las materias primas y abrir la puerta a sus manufacturas».
+El resultado fue calamitoso. Lejos de abaratarse, los precios se dispararon. «Se puede asegurar que todas las materias alimenticias han duplicado su valor», escribió en abril de 1854 el historiador José Manuel Restrepo. La invasión de productos extranjeros no sólo trajo carestía, sino también la quiebra a cientos de talleres y pequeños negocios artesanales. Mientras los importadores y comerciantes reventaban de prósperos, el desempleo se apoderó de los pequeños productores colombianos.
+El librecambio de don Florentino —señala Gaviria— nos colocó en la condición de país exclusivamente agrícola, cuyo destino era convertirnos en proveedores de materias primas para los países industrializados y receptor de sus productos manufacturados.
+Ante la invasión de artículos extranjeros y la pobreza de los artesanos, estos se defendieron fortaleciendo sus entidades gremiales, que ya existían en el siglo XVIII. En 1838, un viejo político y profesor partidario de Francisco de Paula Santander y enemigo de Bolívar, Lorenzo María Lleras, fundó la primera entidad de artesanos moderna de Colombia: la Sociedad Democrática-Republicana de Artesanos y Labradores Progresistas. En 1847 retomó la idea el panadero Ambrosio López, al crear la Sociedad Democrática de Artesanos. Los dos líderes obreros fueron raíces de familias de políticos que produjeron cuatro presidentes en el siglo XX: Carlos Lleras y Alberto Lleras y Alfonso López Pumarejo y su hijo Alfonso López Michelsen.
+Apoyaban a los artesanos grupos de intelectuales inflidos por el Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels (1848) y las aventuras socialistas europeas del mismo año. Uno de los más destacados era Joaquín Pablo Posada, quien agitaba el cotarro desde una publicación satírico-política llamada El Alacrán.
+Los Gobiernos posteriores a la Independencia, tanto los conservadores como los liberales, fueron una desilusión para los artesanos. Gobernaban entonces los generales. Terminado el de Tomás Cipriano Mosquera —a la sazón, conservador— siguió en 1849 el del liberal radical José Hilario López, que prometió mucho a los populares y cumplió poco. A López sucedió en 1853 el draconiano José María Obando, con quien simpatizaban los artesanos.
+Acababa de aprobarse una Constitución ultraliberal y correspondió a Obando sancionarla. Pero el propio jefe de Estado se hallaba en desacuerdo con algunas de las libertades extremas que concedía la Carta. Bogotá se volvió un hervidero de tensiones. Por principio, se enfrentaban liberales contra conservadores, y además, gólgotas contra draconianos y jóvenes de la burguesía —«cachacos»— contra muchachos del pueblo —«guaches»—. Por si faltara algo, el Congreso se declaró enemigo de los militares y de Obando.
+Eran pan de cada día las condenas del parlamento al presidente, las garroteras, crímenes y riñas. A Florentino González los artesanos le dieron una paliza cierta noche en que lo toparon por la calle, un artesano murió a cuchillo pocos días después y una puñalada acabó con la vida del cachaco Antonio París.
+En ese momento los artesanos piden a Obando que se declare dictador y pase por encima de la Constitución. Al negarse Obando, los coroneles, artesanos e intelectuales socialistas optan por dar un cuartelazo. Empleando como ariete a Melo —que no ocultaba su descontento por el maltrato de los legisladores al Ejército—, ocupan la Presidencia y disuelven el Congreso.
+El general tolimense —nacido en Chaparral, como otros dos presidentes, Manuel Murillo Toro y Darío Echandía, en 1800— había servido banderas con Bolívar, ocupado cargos diplomáticos en Bremen y era avezado jinete. Carlos Lozano y Lozano lo describe como «engreído y arrogante, muy cuidadoso de su persona y del esplendor de sus uniformes e insignias» y dotado de un poderoso don de mando que hacía que sus subordinados lo amaran y temieran al mismo tiempo.
+Melo fue un torpe administrador y fracasó aun como militar. Una revolución social como la que se proponían los comprometidos en el golpe necesitaba una organización popular menos precaria y líderes mucho más capaces que el antiguo soldado bolivariano. «En siete meses Melo no hizo nada cuando tuvo a la mano todos los elementos», señala Alirio Gómez Picón en su libro sobre el histórico golpe. «Ni siquiera en el corto y triste reparto de los actos oficiales de Melo se encuentran disposiciones que los favorezcan —a los artesanos—», dice Luis Ospina Vásquez en su historia económica de Colombia.
+Muy pronto los enemigos comunes empezaron a atacar política y militarmente al Gobierno. La embajada de Estados Unidos fue sede de los opositores de la dictadura. Desde allí, aunque parezca increíble, el vicepresidente de Obando, José de Obaldía, se declaró en ejercicio del poder ejecutivo, mientras que en Ibagué se instalaba el Congreso y surgían focos armados en diversos departamentos.
+El Gobierno militar duró poco: de abril a diciembre. El entusiasmo de sus partidarios, gente de pata al suelo y proletarios de escasa influencia, no pudo compensar el avance de las tropas que encabezaban los generales Mosquera, López y el expresidente y militar Pedro Alcántara Herrán. Para completar, cuando Melo consiguió empujar a los soldados constitucionalistas hasta el borde de la sabana de Bogotá, en vez de perseguirlos y rematarlos regresó a Bogotá atemorizado. Este error seguramente le costó la guerra, que dejó cientos de muertos.
+Estaba escrito que Melo no celebraría la Navidad en Palacio. El asedio a Bogotá se produjo desde el sur, por donde venía con sus tropas López, y el norte, con Mosquera a la cabeza. «El ataque comenzó el 3 de diciembre desde muy temprano, tomando casa por casa y avanzando manzana por manzana —testimonia el político José María Samper—, hasta que a las cuatro de la tarde del día siguiente se rindió Melo». En ese momento sólo le quedaban mil soldados y 49 oficiales, una doceava parte de los que acaudillaban ocho generales y 879 oficiales constitucionalistas.
+El dictador fue condenado a muerte, pero después le permutaron el castigo por el destierro, que constituyó una pena capital aplazada. En efecto, el general destituido viajó a Centroamérica, donde le contrataron sus servicios de estratega los Gobiernos de Costa Rica, El Salvador y Guatemala. En 1860 cruzó la frontera e ingresó al estado mexicano de Chiapas, donde se unió al ejército del prócer Benito Juárez. Lo encargaron de organizar un cuerpo de caballería de más de cien jinetes para combatir al general conservador Juan A. Ortega.
+El primero de julio de ese año Ortega le tiende una emboscada. En cuestión de horas lo atrapa y lo manda al paredón. Los restos de José María Melo Ortiz, expresidente de Colombia muerto por descarga de fusilería a los 59 años, reposan hasta hoy en la hacienda mexicana de Juancaná.
+En cuanto a los artesanos conspiradores, decenas de ellos murieron en la batalla de Bogotá, muchos quedaron heridos —entre ellos El Alacrán Posada— y mil fueron presos. El conservador Manuel María Mallarino, suceso de Melo, los envió al inhóspito clima de Panamá —entonces aún parte de Colombia— para que trabajaran en la construcción del ferrocarril interoceánico. El cronista José María Cordovez Moure critíca este «acto de crueldad» y señala que «los más de ellos murieron en aquellas playas inhospitalarias, dejando a sus familias en el mayor abandono».
+De tan melancólica forma terminó el único Gobierno popular y revolucionario que ha tenido Colombia. La voz popular dice que el golpe militar de Melo en 1854 y el de Gustavo Rojas Pinilla en 1953 son los únicos cuartelazos que registran los anales de nuestro país. La historia nacional ha tendido sobre aquel una cortina de desdén y escarnio que ahora, 160 años después, merece desapasionada revisión.
+(2014)