Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Uribe, Joaquín Antonio, 1858-1935, autor
Cuadros de la naturaleza / Joaquín Antonio Uribe ; presentación, Óscar Hincapié. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2017.
1 recurso en línea : archivo de texto ePUB (2,3 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Ciencias Naturales / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN 978-958-5419-50-6
1. Historia natural – Colombia - Ensayos, conferencias, etc. 2. Libro digital I. Hincapié, Óscar, autor de introducción II. Título III. Serie
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ISBN: 978-958-5419-50-6
Bogotá D. C., diciembre de 2017
© 1936, Editorial Minerva – Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana
© 2017, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© 2017, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Óscar Hincapié
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+El hombre no tiene alas; no puede volar como lo haré yo un día.
+Me da lástima verle tan pesado y adherido al suelo como una piedra.
+JOAQUÍN ANTONIO URIBE
+EL LIBRO CUADROS DE LA NATURALEZA de Joaquín Antonio Uribe presenta un mundo que ya no existe. Cierto tipo de lector dirá que ese mundo nunca existió, que fue sólo una bella utopía que ocurrió una vez en la imaginación de su autor. Sea cierto o no, quienes se acerquen de manera desprevenida a esta obra no negarán que en lugar de la ruidosa vida moderna, don Joaquín prefirió poner el soplo de la brisa perezosa, los ecos del rumoroso torrente, el canto de los pájaros enamorados, el zumbido de los insectos y el suave revoloteo de las mariposas. En vez de la polución citadina, Cuadros de la naturaleza optó por revelar detalles acerca de los perfumados limoneros, los fragantes jazmines, las albahacas olorosas, el aromático efluvio del chirimoyo y las emanaciones de los árboles nativos de los Andes colombianos.
+Más que una disertación sobre el progreso, Joaquín Antonio Uribe quiso explicar cómo viven las hormigas arrieras, cuál es la estructura social de las abejas y por qué las bacterias son floras semifantásticas que, vistas a través de un microscopio, parecen los engendros de una ilusión (1916, pág. 18). En lugar de exponer un manual de agricultura, nuestro autor optó por revelar su amor hacia las llamadas «flores tristes». ¿Por qué? Porque estas «son como manantiales de aromas que, sólo en la sombra, cuando la naturaleza duerme, los vierten, silenciosas y castas, como un río de afectos» (pág. 34). Así que ni el ruido de la vida moderna, ni la contaminación, ni el progreso, ni el desarrollo están presentes en Cuadros de la naturaleza. Esta es una obra para saborear con tiempo, pues el mundo que revela parece sacado de otro tiempo.
+Un detalle que los lectores del libro observarán es la confluencia de, por lo menos, tres géneros de escritura. En primer lugar está la prosa científica. Joaquín Antonio Uribe, al respecto, asume la clasificación en latín para indicar que, por ejemplo, la familia de las palmeras colombianas se divide en: Ocnocarpus iriarteoides, propia de las selvas caucanas; Alfonsia oleifera, ubicada en las riberas del río Sinú; y Mauritia flexuosa, de los Llanos Orientales. Lo propio hace con los animales, para lo cual recurre a Linné (1707-1778) a quien, por cierto, llama «pontífice supremo de la ciencia» (1912, pág. 51). Apoyándose en él, nuestro autor anota con autoridad que la pulga es Pulex irritans; la nigua, Pulex penetrans; la hormiga arriera, Oecodoma cephalotes; la abeja, Apis mellifica; el pájaro azulejo, Tanagra cyanaea; y el turpial, Icterus melanopterus. Además de estas nominaciones, Cuadros de la naturaleza enriquece la prosa científica exponiendo los hechos como si se tratara de una visita emprendida por un científico viajero a algún sitio lejano. He aquí un ejemplo:
+Si de América avanzamos al Oriente, se acrecientan las maravillas, que por todas partes hallaremos; las de Persia, de Arabia y de las Indias, son muy pobres al compararlas con las de aquel extenso y casi ignoto mundo [Australia] que se despliega rodeado de archipiélagos de madréporas y coral, y arrullado por brisas saturadas de las esencias embriagadoras de los árboles de especias: la canela, la pimienta, el clavo, la nuez moscada, que excitan, adormecen y alucinan (1912, pág. 136).
+El segundo género de escritura utilizado en esta obra corresponde a la prosa narrativa. Para lograrlo, el escritor hace que la prosa científica sea interrumpida de forma constante por una voz en tercera persona cuya función es la de relatar en tiempo presente un cuento corto, ya macabro, ya aterrador. En estos pasajes de Cuadros de la naturaleza, el lector notará que el científico se calla para darle paso al cuentista y viceversa. Esta estrategia literaria ha sido utilizada desde la Odisea. Por eso llama la atención que, pese a su antigüedad, este recurso no haya tenido el protagonismo que se merece en los estudios sobre la obra escrita de Joaquín Antonio Uribe. Para saldar un poco esta deuda, he aquí un par de relatos breves extraídos de Cuadros de la naturaleza. El primero hace parte de un cuadro titulado «El murciélago», el segundo de uno llamado «Las plantas carnívoras».
+I
+Según una leyenda, popular en Hungría y Grecia, es vampiro un muerto que abandona a media noche el cementerio y, silencioso y voraz, va en busca de los vivos, que duermen a esa hora, les abre las venas y sorbe su sangre hasta quedar saciado; luego regresa a su lecho de tierra y permanece en su condición de cadáver hasta la noche siguiente.(1912, pág. 132).
+II
+Oíd ahora lo que sucedió una mañana transparente de primavera. El sol era brillante, el césped estaba húmedo, los pájaros cantaban.
+Un insectillo —quizás un turista soñador de esas praderas pantanosas— llega volando; contempla absorto aquellas flores blancas como la inocencia y, enamorado, se posa sobre una hoja abierta y perfumada de la desconocida hierbecilla. Lo que sigue es espantoso. Repentinamente los lóbulos de la hoja se cierran con sorprendente rapidez y el pobre viajero queda aprisionado vigorosamente; en vano forcejea y se debate colérico en medio de aquellos puñales que se encajan como una trampa; la muerte no se deja esperar.
+Mas no creáis que todo está terminado. La [planta carnívora] Dionaea empieza a embeber tranquila la sangre del difunto insecto; a digerirle lentamente, como un boa, y a poco tiempo, satisfecha y ya vigorosa, abre de nuevo la hoja insecticida, deja escapar el esqueleto descarnado del infeliz amante, y sigue sonriente esperando nuevas víctimas, con toda la perfidia del crimen.
+¿No es esta la locura del delito?
+Los comentarios me aterrarían. Las magnolias y azaleas se estremecieron de pena y hubo un largo rumor de espanto en la pradera (1912, págs. 20-21).
+El tercer género de escritura corresponde a la prosa poética. Cuando el científico y el cuentista callan, aparece el poeta. No el versificador, ¡que quede claro!, sino el constructor de imágenes y ritmos. Para demostrarlo van dos ejemplos: «mi alma divagaba y se perdía en la noche de lo desconocido: estrella errante, cocuyo solitario en lo sombrío de las tinieblas» (1920, pág. 1). «Hoy encuentro, de repente, un ser superior, cuerpo de mujer y alma de serafín; flor que no es de nuestros jardines, insecto ignoto, ave escapada del cielo» (1916, pág. 135). ¿Qué tipo de texto es, entonces, Cuadros de la naturaleza? ¿Un libro de ciencias naturales? ¿Una colección de cuentos breves? ¿Un poemario? Esta obra, al parecer, es todo aquello; no se inscribe en un solo género. Quizá por esto los bibliotecarios encuentran problemática su ubicación. ¿Botánica? ¿Cuentos? ¿Poesías? ¿Ciencia? ¿Literatura? El lector, no obstante, podrá sacar sus propias conclusiones. Por ahora conviene formular otra pregunta: ¿cuál es el origen de este curioso libro?
+En la segunda década del siglo XX, un grupo de editores decidió publicar un libro con las notas que el naturalista Joaquín Antonio Uribe (Sonsón, 1858-Medellín, 1935) venía escribendo para varios periódicos y revistas de Antioquia como La Miscelánea, Capiro y Sábado. La sección en que aquellas aparecían solía titularse «Cuadros de la naturaleza», nominación esta que don Joaquín utilizó desde un principio para encabezar sus apuntes y que los citados editores tomaron al pie de la letra para nombrar el libro que, a la postre, se imprimió en tres volúmenes. El primero apareció en 1912, el segundo en 1916 y el tercero en 1920. ¿De dónde obtuvo Joaquín Antonio Uribe este título? Posiblemente lo tomó prestado de una obra de Alexander von Humboldt (1769-1859) que Bernardo Giner de los Ríos tradujo al idioma español en 1876 como Cuadros de la naturaleza.
+Tal vez nuestro autor sabía de la existencia de esta y de otras obras de Humboldt mucho antes de que apareciera la traducción española de Cuadros de la naturaleza. He aquí algunas pistas sobre este punto. En febrero de 1876, Joaquín Antonio Uribe comenzó a ejercer su carrera como docente en un colegio público de El Retiro, Antioquia, después de haber recibido el «diploma de maestro de escuela superior el 20 de noviembre de 1875» (Robledo, 1935, pág. 10). Este título fue otorgado por la Escuela Normal de Medellín, la cual fundaron y dirigieron Christian Siegert y Gustav Bothe, dos profesores alemanes que, probablemente, le enseñaron las obras de su compatriota Humboldt, uno de los botánicos más famosos del mundo.
+Cabe anotar que en los tres años que duró su formación, y por disposición del director Siegert, el aprendiz de maestro tuvo que tomar dos clases semanales de Ciencias Naturales, además de Aritmética, Matemática, Geografía, Física, Química y Dibujo, entre otras materias (Siegert, 1872). Este plan de estudios y la presencia de los dos profesores alemanes sugieren que Joaquín Antonio Uribe pudo haber recibido por «interpuesta persona» el influjo de Humboldt. Quizá por este camino también obtuvo la metodología y los conceptos adecuados para emprender la escritura, veinticinco años después, de Cuadros de la naturaleza.
+Volviendo a la primera década del siglo XX, la tarea de los editores consistió en reunir todo el material disperso que Joaquín Antonio Uribe ya había publicado. El objetivo era componer un libro que resultara agradable a los lectores, especialmente a los jóvenes y los niños. El primer fruto de esta labor apareció el 20 de marzo de 1912. Gracias al trabajo de edición e impresión de Antonio José Cano, el público pudo disponer de un pequeño libro, casi de bolsillo, protegido por una cubierta rústica en la que aparece escrito, en letras grandes de color rojo, Cuadros de la naturaleza y, en letras más pequeñas de color verde, Primera serie.
+Si bien no hay un sólo comentario dentro del texto que justifique tal diseño, al leer el contenido de este primer volumen se deduce que el rojo simboliza la vida que, como el mismo autor señala, «se agita sin cesar en nuestro planeta, embelleciendo y transformando el mundo con incansable actividad» (1912, pág. 5). El verde, por su parte, alude al prado, a los vegetales, a las plantas y a las hojas de los árboles. Estos, según su poético y científico parecer, constituyen un inmenso banquete en el que «el hombre encuentra manjares y licores, preparados por manos invisibles y dadivosas, tan ricos y fragantes...» (1912, pág. 11).
+La primera entrega de Cuadros de la naturaleza consta de 26 textos breves. En ellos, don Joaquín no sólo manifiesta palabras de amor hacia la capa vegetal que cubre toda la superficie de la Tierra; también construye un alegato ideológico contra los botánicos que, como Philippe van Tieghem (1839-1914), no aceptan que las plantas y los árboles sientan dolor. Además confronta a los filósofos como Descartes (1596-1650). Estos, a su juicio, ven «en los animales sólo máquinas o autómatas con cuerda» (1912, pág. 8). Su alegato no termina aquí. En algunos cuadros presenta con enojo a los carnívoros. Por eso cuando señala que el Homo sapiens es el más carnicero de todos los animales, se torna irónico y pesimista: «el hombre […] en su múltiple faz de civilizado, cazador o caníbal, juró la guerra a cuanto tiene carne» (pág. 17). Al mismo tiempo pone a sus congéneres a la cabeza de una lista que denomina «animales malvados de la naturaleza» (pág. 18).
+Editada por Lázaro Gómez y aparecida en 1916, la segunda serie de Cuadros de la naturaleza consta de 32 textos breves. La tercera serie, editada por la imprenta de «Civismo», vio la luz pública en 1920. Su tabla de contenido señala 33 cuadros, los cuales fueron escritos con la misma prosa científica y literaria de las dos series anteriores. No queda más que desear un feliz viaje a través de uno de los libros más interesantes de la cultura colombiana. Dejemos que sea Joaquín Antonio Uribe quien diga las últimas palabras, pues a ellas me suscribo.
+Antes de dejar la pluma, me pregunto desconsolado: ¿qué es lo que sabemos? ¿Cada día no nos salen al camino más misterios? ¿Cómo será la vida en Marte, en Júpiter, en los planetas más distantes, si aquí cerca, bajo nuestros pies, en los antípodas, se observa ese cambio de formas que no podemos explicar, esa tendencia a una variedad infinita…? (1912, pág. 140)
+ÓSCAR HINCAPIÉ GRISALES
+Robledo, E. (1935). «Don Joaquín Antonio Uribe». En J. A. Uribe y D. S. Ortega (ed.), Cuadros de la naturaleza (3.ª ed.). Bogotá, Colombia: Minerva.
+Siegert, C. (1872). «Plan de la Escuela Normal que propongo al Gobierno del Estado soberano de Antioquia». En El monitor (pág. 222).
+Uribe, J. A. (1912). Cuadros de la naturaleza. Primera serie (1.ª ed., vol. I). (A. J. Cano, ed.) Medellín: Imprenta editorial.
+Uribe, J. A. (1916). Cuadros de la naturaleza. Segunda serie. (1.ª ed., vol. 2). (L. Gómez, ed.) Medellín, Colombia: Imprenta de «La Patria».
+Uribe, J. A. (1920). Cuadros de la naturaleza. Tercera serie. (1.ª ed., vol. 3). Medellín, Colombia: Imprenta «Civismo».
+LA VIDA SE AGITA SIN CESAR EN nuestro planeta, embelleciendo y transformando el mundo orgánico con incansable actividad. La circulación, la respiración, las secreciones diversas de las plantas —así como de los animales— son hechos conocidos de todos, ya aceptados e indiscutibles.
+Pero, ¿sentirán los vegetales?
+Al solo enunciado de esta pregunta, se presenta ante nosotros —ante el hombre— el fantasma del misterio; nos hallamos atónitos y sobrecogidos en presencia de las oscuridades de lo ignoto y postrados ante la grandeza de la sabiduría creadora.
+Los antiguos filósofos, que disertaban al frescor de los bosquecillos de olivos, tan gratos a Minerva, o a la sombra del plátano sagrado, dádiva del piadoso Brahma; que estaban en intimidad con la naturaleza, como que aún pendían de su seno caluroso y palpitante; que no habían vislumbrado siquiera las maravillas de nuestra prosaica civilización materialista, no sólo creían que son sensibles los vegetales, sino que les concedían un alma capaz de pasiones y de afectos: alma que ama y odia, que se alegra o entristece. Anaxágoras y Empédocles —genios de la vieja Grecia— consideraban las plantas como animales imperfectos, impotentes para trasladarse de un lugar a otro, pero provistos de voluntad y sensaciones.
+Hoy todavía, el tuareg habitador del Sahara, respeta con religioso instinto las palmeras de sus oasis, y asegura que cuando el hacha del extranjero abate uno de esos árboles venerables y desgarra sus tejidos ricos en savia, delicados e intactos, el tronco lanza gritos como un niño que llora de dolor; lamentos que conmueven al verdugo y espantan al hijo del desierto.
+El ilustre Laplace escribió: «Aunque exista una gran analogía entre la organización de las plantas y de los animales, no parece suficiente para considerar a las plantas como dotadas de la facultad de sentir, pero nada autoriza a negarles esta cualidad».
+Los botánicos del día —me complazco en citar como excepción de estos a M. Louis Crié— con taimada seriedad niegan que el sueño de algunas plantas y los movimientos especiales de sus hojas o de ciertos órganos florales, sean muestra de verdadera sensibilidad. Mas ¿cómo saben ellos experimentalmente eso que nos enseñan tan orondos y tan graves? ¿Han interrogado eficazmente al trébol que engalana los prados, al espino de oro de las cordilleras, a las batatillas de los campos? ¿Qué han contestado ellos?
+¿Cómo saben que la oruga, que vegeta inmóvil en una roca, siente, y no siente la Mimosa pudica?
+Van Tieghem explica todos esos movimientos como resultados mecánicos de un trabajo físico de los órganos. Me satisface tanto esta como la peregrina idea de Descartes quien veía en los animales sólo máquinas o autómatas con cuerda, fabricados por el Artífice Supremo. Para más era Linné que, con humildad científica, consideraba estos fenómenos como una maravilla de la naturaleza, miraculum naturæ.
+Francamente, los señores sabios suelen obsequiarnos con excelentes tonterías.
+Consideremos la dormidera de nuestros campos, de la familia de las mimosáseas. Es una tarde serena de verano; ya se hundió el sol en el ocaso; los céfiros retozan en los matorrales; reina el silencio propio de esa hora melancólica de recogimiento y meditación. De repente, crujen las hojas secas en el suelo al paso de los lagartos que buscan los agujeros de las peñas; zumban las abejas que vuelven a su casa después de la ruda lucha en las colinas; se estremecen a intervalos los ramajes con la llegada de los pájaros al nido; la dormidera cierra castamente sus hojas, que se inclinan en silencio sobre el tallo. Y todos, insectos, reptiles, aves, mimosas, se duermen hasta que luce la aurora del siguiente día.
+¿Por qué se entregan esos seres al sueño reparador, espontáneamente? Yo lo interpreto con toda claridad. Porque sintieron la aproximación de la noche con sus sombras negras y sus vientos fríos; el apagamiento del sol; el cansancio por el enérgico trabajo de sus órganos. ¿Quién lo duda?
+Pero hay más: si durante el día, algún animal pisa o sacude nuestra primorosa dormidera; si un insecto o un volátil cualquiera que ronda entre las malezas roza contra su follaje delicado; si pasa una nube y se oscurece transitoriamente el cielo, entonces «la hermana mimosa» se conmueve, se resiente del ultraje de los agentes exteriores, deja caer sus hojas ruborizada, se entristece, se marchita, parece que se muere. ¿Quién no la ha visto? ¿Y qué hombre pudiera explicarnos el fenómeno y dejarnos satisfechos?
+¡El Homo sapiens! Parece que Linné hubiera querido burlarse de sus pobres semejantes; de la inmensa muchedumbre humana. Mejor se expresó el autor del Eclesiastés cuando escribía: Stultorum infinitus est numerus.
+El hombre sabe muy poco, y eso que sabe no lo sabe bien.
+LOS ANIMALES CARNÍVOROS… ¡qué horror!
+Ora es el hombre que, en su múltiple faz de civilizado, cazador o caníbal, juró la guerra a cuanto tiene carne.
+Ya es el león, monarca autócrata del ardiente Sahara, quien olfatea de lejos su víctima y luego se lanza sobre ella con sin igual ferocidad.
+O el jaguar que, a la claridad temerosa de la luna, discurre silencioso por el bosque virgen del inmenso llano y apresa y devora la indefensa res que pacía soñolienta.
+O el oso blanco, que aparece gigantesco y fantástico entre los icebergs de las árticas regiones y extermina los seres vivientes que olfatea en la vasta soledad helada.
+O el cocodrilo, de acerada armadura, que en los playones del salvaje Magdalena calienta sus escamas al sol de fuego de nuestra zona y se apercibe a la lucha y la matanza.
+O el boa corpulento que dormita perezoso en un recodo del majestuoso Yapurá mientras digiere espaciosamente al robusto ciervo que ahogó entre sus elásticos anillos.
+O los tiburones y los buitres, las arañas y los pulpos…
+¿Y las plantas?… No son los animales los únicos malvados de la naturaleza. También entre las plantas —pacíficos ciudadanos de la feliz república de las flores— hay algunas verdaderamente criminales. ¡Cómo se contrista el ánimo y se abate la esperanza, al considerar que en los alcores risueños que bordan arroyuelos cristalinos; en las campiñas perfumadas donde retozan auras primaverales, en compañía quizá de pudorosas violetas y encendidas amapolas, viven hierbas asesinas que matan a mansalva!
+Causa profunda pena contemplar esas delicadas criaturas, que cada mañana se coronan de rocío y todas las primaveras de sonrientes florecillas, y saber que su ideal es el crimen, el crimen a sangre fría.
+Ahí están, miradlas. Llámanse Drosera, Nepenthes, Pinguicula, Utricularia, y entre todas descuella Dionaea, la traidora. Los archivos de la ciencia guardan sus aterradores procesos, la historia detallada de sus aventuras que espeluznan. ¡Tan niñas y tan malas!
+La Dionaea muscipula es una guapa y lucida especie americana, cuyo nombre mundano es atrapamoscas, una Venus agreste, despiadada, que vive en las praderas deliciosas de la Carolina del Norte, al pie de las magnolias y azaleas; una linda hierba que inspira deseo de besarla, con sus gracias infantiles. Es pequeña; sus hojas que son bilobuladas, se abren y cierran como las folíolas de la sensitiva y están provistas de pelos cortos, purpurinos y erizados, que segregan un líquido pegajoso y de olor aromático excitante; las flores están dispuestas en corimbos y son blancas como lirios; el tallo es erguido, con la esbeltez que suelen infundir la juventud y la nobleza.
+Ya la conocéis. Oíd ahora lo que sucedió una mañana trasparente de primavera. El sol era brillante, el césped estaba húmedo, los pájaros cantaban.
+Un insectillo —quizá un turista soñador de esas praderas pantanosas— llega volando; contempla absorto aquellas flores blancas como la inocencia y, enamorado, se posa sobre una hoja abierta y perfumada de la desconocida hierbecilla. Lo que sigue es espantoso. Repentinamente los lóbulos de la hoja se cierran con sorprendente rapidez y el pobre viajero queda aprisionado vigorosamente; en vano forcejea y se debate colérico en medio de aquellos puñales que se encajan como una trampa: la muerte no se deja esperar.
+Mas no creáis que está todo terminado. La Dionaea empieza a embeber tranquila la sangre del difunto insecto; a digerirle lentamente, como un boa, y a poco tiempo, satisfecha y ya vigorosa, abre de nuevo la hoja insecticida, deja escapar el esqueleto descarnado del infeliz amante, y sigue sonriente esperando nuevas víctimas, con toda la perfidia que puede sugerir el crimen.
+¿No es esta la locura del delito?
+Los comentarios me aterrarían. Las magnolias y azaleas se estremecieron de pena y hubo un largo rumor de espanto en la pradera.
+NO SIEMPRE RESIDEN EN UNA misma flor los estambres y carpelos; hasta sucede que viven en plantas más o menos distantes. La naturaleza se vale, en este caso, de agentes extraños que, instintivamente, la sirven y que salvan de la muerte a especies que parecen destinadas a perecer, y algunas, en efecto, sucumben con el trascurso del tiempo.
+El viento, los insectos, algunas avecillas como el pájaro-mosca, aún el hombre mismo, son los encargados de la transmisión del polen misterioso desde las flores estaminadas a las pistiladas.
+Los trabajos del naturalista alemán Konrad Sprengel y del inglés Charles Darwin corroboran las observaciones de los antiguos y esclarecen del todo esa maravillosa operación, rara y útil, propia tan sólo de las plantas.
+De estas, son llamadas dioicas aquellas en que un individuo lleva sólo flores masculinas y otro, semejante a él, femeninas solamente. Tales son —entre las de todos conocidas— las siguientes: el datilero, la pereira, el sauce, el yarumo, la zarzaparrilla, la raíz de China, el muelle, el diomato, el olivo de cera y mil más. De estas, el sauce y la palma de dátil son dos plantas que llevan consigo a todas partes, con su romántica historia, la poesía de lejanas y clásicas comarcas. A nuestra tierra la han traído. Acerquémonos.
+El sauce llorón (Salix babylonica) es planta hembra y de patria desconocida; el individuo macho desapareció. Por eso se le multiplica por estacas solamente.
+Sauce, virgen desposada apenas y ya viuda, vaga inconsolable por todos los continentes y las islas, por todos los climas de la tierra. Perdió a su esposo, no sabe dónde, y le busca desesperada y anhelante. Frecuenta los cementerios; bajo su follaje, en las noches oscuras, se ven arder los fuegos fatuos; su ropaje está desgarrado y largos jirones cuelgan hasta el suelo; de sus ramos se ve destilar, gota a gota, su savia ardiente que cae atropellada sobre los sepulcros fríos. Busca entre estos inútilmente, el de su amado, desaparecido en ignoto lugar, quizá a orillas del Éufrates, allá lejos, muy lejos.
+En las orillas de los ríos, llora inconsolable y mezcla sus lágrimas con el cristal de la corriente; se mira en ella y se horroriza; su hermosura palideció ya; quiere arrojarse al fondo, sus vestidos se empapan… Pero ¿y su esposo?
+Entra en los jardines: allí están sólo el apio, la caléndula, la siempreviva y el ciprés; se doblega temblorosa sobre las hojas secas; las humedece con su llanto, y se va…
+Va a los caminos; a su sombra juegan y ríen los niños: nada encuentra y, desengañada, se vuelve al cementerio.
+La palmera de dátil (Phoenix dactylifera) tiene los individuos macho y hembra entremezclados y vive indígena en el norte de África y el suroeste de Asia.
+Los datileros son, relativamente, felices. Los esposos viven separados, es verdad; los divide una porción del desierto calcinado y solitario, pero la naturaleza les dio medios de comunicación eficacísimos.
+Aquí está dekar —es su nombre árabe—. Alto y airoso; su penacho de frondes soberbios se agita suavemente, y se escuchan suspiros de amor al borde de la fuente del oasis. Está agobiado de flores que van a producir una explosión de estambres.
+Allá se ve a Nahrla. Esbelta y melancólica, mira el Nilo y se retrata en sus ondas; de su copa se escapan lánguidos rumores que el viento lleva hasta la soledad del oasis. Súbitamente aparece un paje aéreo: es un insecto que trae un mensaje de amor del lejano amante; ella le contesta con la brisa de la tarde.
+Un día, se abren sus flores con voluptuoso estremecimiento; la alegría la enajena, espera ansiosa y palpitante. A la mañana siguiente, llega el jaí primaveral: viene cargado de nubes de polvo de oro; es el polen…
+Aún no ha pasado el otoño. Una caravana cansada se detiene enhambrecida en la playa reseca; la palmera derrama entonces sobre ella una lluvia de frutos perfumados, fortificantes, de carne azucarada. Y huye el hambre de la tienda, del aduar y del desierto.
+LAS FLORAS DE LAS DIVERSAS regiones de la tierra son variadísimas: la del océano se distingue notablemente de las de los continentes y las islas; y en estos, las plantas caracterizan los paisajes y dan aspecto especial a unos y otras. Este polimorfismo vegetal es debido al calor, al fluido eléctrico, a la luz y a la humedad, principalmente; agentes que no se manifiestan de un modo igual en todas las comarcas. Especies cosmopolitas hay pocas, y las más deben el serlo al esfuerzo o concurso del hombre; no a la espontaneidad de la naturaleza.
+Es propio de la especie humana estimar lo que sobresale en su clase: en lo intelectual, los grandes hombres; en lo material, los cerros excelsos, los ríos anchurosos, los animales corpulentos, las plantas gigantescas. Admiramos lo que se deshace de las medianías, desdeñamos lo vulgar. Esto me recuerda ciertas plantas.
+La flora de los mares es riquísima en especies propias y hay algunas sorprendentes por su desarrollo vigoroso. Tal es una alga de las regiones australes, la Macrocystis pyrifera, que adquiere una longitud de más de 530 metros y forma alrededor del continente antártico, entretegiéndose aquí y allá, una trenza de esmeralda que le ciñe y adorna meciéndose sobre las ondas.
+El coloso de la vegetación en el antiguo continente es el baobab (Adansonia digitata) que crece en el África ecuatorial y que, aunque de moderada altura, es el más grueso de los árboles. Su tronco tiene de circunferencia hasta 30 metros y sus brazos se extienden horizontalmente, proyectando una sombra que puede cubrir a centenares de personas. M. Adansen, botánico francés, que lo conoció y estudió en el Senegal, les atribuyó a algunos individuos de esta especie más de 4.000 años de vida. Sobre el tronco de un baobab, cortado poco arriba del suelo, pudieron celebrar un banquete los oficiales de un batallón que recorría aquellas maravillosas comarcas.
+En el continente americano, la mayor y más admirable de las plantas, por su tamaño, es el árbol-mamut de la América del Norte (Sequoia gigantea) que levanta su copa majestuosa a tal altura, que las nubes ocultan su cima soberbia mientras jirones de niebla envuelven su follaje y brazos desmayados. Se eleva hasta 150 metros y su grosor es tanto que, en San Francisco de California, se exhibió hace algún tiempo la corteza desprendida de la parte inferior de uno de estos pinos, con asombro de todos: formaba una especie de retrete cilíndrico donde cabían, fuera de un piano, cuarenta niños con sus correspondientes asientos. El piso y las paredes estaban decorados artísticamente y se paseó el palacio cortical, en tren por varias ciudades de la Unión.
+Pero, si no el más sorprendente, sí el más útil de la imponente legión de los árboles gigantes es el gomero-azul de Tasmania, llamado también eucalipto (Eucalyptus globulus) que suele cultivarse en Medellín. Los árboles de ese género abundan en Australia e islas vecinas, donde forman, ellos solos, inmensas selvas. El cultivo en grande de estas plantas en nuestro país sería de grande utilidad.La madera es durísima y propia para toda clase de construcciones, especialmente navales, pues no se pudre con el agua del mar; y no es extraño ver eucaliptos de más de 100 metros de altura, con un tronco de algo más de 8 de diámetro.
+Como este árbol absorbe la humedad de una manera extraordinaria, tiene la propiedad de secar los terrenos húmedos o pantanosos, como lo han logrado los franceses en Argelia.
+Además, sus emanaciones constantes son aromáticas y medicinales: en regiones donde las fiebres y epizootias eran frecuentes y aún endémicas, las plantaciones del gomero-azul han saneado el aire, hasta el punto de convertir esos lugares en comarcas altamente salubres y colonizables.
+Finalmente, las hojas son un poderoso febrífugo, como también antirreumáticas, digestivas, cicatrizantes y no sé qué más, en concepto de los médicos ingleses residentes en Australia.
+En las avenidas de nuestras ciudades, en las orillas de las vías públicas, en las huertas de las casas, en los potreros de las haciendas, deben sembrarse el Eucalyptus globulus y otras especies, pues hay más de ciento.
+Son excelentes inmigrantes, dignos de que se les mime y aclimate.
+DESCRIBIENDO LINNÉ LAS gramíneas, las calificó de «plebeyas campesinas, pobres, enclenques, vulgarísimas», y muchos más adjetivos denigrantes que, con injusticia científica, les prodigó muy seriamente. De seguro el insigne naturalista no tuvo noticia de la cañabrava esbelta, el popo montaraz, el chusque dominante, la guadua majestuosa. Sin embargo, estas plantas son verdaderas gramíneas, soberbias, magníficas, de airoso tallo y riquísimo follaje.
+Las guaduas —Guadua angustifolia, de los sabios— son, en efecto, un prodigio de belleza, y el botánico turista sabrá apreciarlas debidamente si las ve crecer espontáneas en su propia patria, ya sea en los flancos inferiores de los Andes, en forma de inmensas agrupaciones —a modo de repúblicas vegetales— en los cuales lucen su pompa tropical y resisten victoriosas a los vientos desencadenados de la cordillera; ora en las llanadas amenas de los valles ardientes, a orilla de las aguas caudalosas, donde se levantan altivas compitiendo en imponente gallardía con el circunvecino bosque, o se inclinan y mojan su cabellera de esmeralda en los remansos cristalinos.
+A veces en el bosque derribado por el hacha del montañés, si cunde el incendio preparador de la roza, se las oye detonar con retumbos que semejan descargas de cañón entre el fragor de una batalla.
+Frecuentemente, de ambas riberas de un riachuelo se alzan guaduas que se inclinan, acercan sus cabezas y se topan; las enredaderas silvestres trepan por las robustas cañas y se forman graciosos arcos de donde cuelgan oscilantes racimos de flores.
+Allí se instalan colonias de variadas mariposas; revolotean las libélulas de alas de gasa, rojas y azules; fabrican su nido millares de pájaros cantores, y corretean las ardillas de color de fuego, que transitan audaces por aquel puente fantástico de arquitectura inimitable.
+Las emanaciones del guadual saturan el aire de perfumes cálidos y excitantes, apreciados apenas en lugares como aquel y que sólo logran aspirar los hijos fieles de la naturaleza, ya el minero intrépido que persigue el oro en las arenas, o el cazador audaz que corre tras las nutrias y los lanchos hasta sus cuevas de piedra. Los que aborrecen el sol y el aire libre, que olvidan nuestro albergue primitivo —el bosque— se embriagan, entre tanto, en retretes asfixiantes, con el aroma afeminado de la rosa coqueta y del soporífero jazmín.
+Siempre suspiro por las selvas vírgenes de mis montañas. Sea este recuerdo el testimonio de que no las olvido.
+La guadua es de los vegetales más útiles que ofrece al habitante de estas comarcas la exuberante flora que nos rodea, tan pródiga como opulenta. Imaginad un hombre solo, aislado en medio de los bosques donde quiere fijar su morada. Sus miradas y su esperanza se fijarán instintivamente en el vasto guadual, donde rumores misteriosos le embelesan e incitan al trabajo.
+Ante todo, necesita habitación. Allí está el material para la casa, para los postes, las paredes, el piso, el techo, las tejas, las puertas, las ventanas, los cercos, los zarzos y mucho más.
+Le faltan el moblaje y muchos utensilios caseros de que no puede prescindir. Pues fabricará armarios, camas, asientos, mesas, bancos, escaleras, y luego, según su habilidad y gusto, tarros, platos, vasos, ollas, cuchillos, tenedores, pipas, canastos, cajas, etcétera.
+¿Con qué adornará su casita rústica? Tiene material a propósito para construir jaulas para aves, macetas para plantar las hierbas preferidas y un hermoso surtidor en el patio del jardín; y ¡qué floreros tan artísticos ejecutaría su hija, con dibujos de colores extraídos de la selva!
+Todo es de guadua. Con ella construirá también arcos, flechas y lanzas, que utilizará en sus frecuentes cacerías; puentes comunes y arqueados, para salvar arroyos y precipicios; balsas para recorrer el río; canoas para conducir el agua a través de las colinas. ¿Puede pedir más?
+Con tarros de esta caña fabrican los negros de nuestra costa del Pacífico un instrumento músico, la marimba, a que arrancan, en sus noches de jaleo, ayes tristísimos de salvaje melancolía; quizá reminiscencias de sus chozas africanas.
+Los turiones o yemas que se desarrollan del rizoma de la guadua, son alimenticios y se les come en encurtido; su cubierta aterciopelada suele emplearse como pantalla entre gentes campesinas. Los cañutos contienen, con frecuencia, agua potable y suave al gusto: único refrigerio, a veces, del sediento viajero en las vargas ardientes de nuestros valles.
+El labrador inteligente debe ver en el guadual de su cortijo un vasto taller donde se forjan los artefactos de primera necesidad, y como un depósito inagotable del cual puede extraer cuanto es preciso para vivir, si no con lujo, al menos con la modesta holganza y la tranquilidad del patriarca primitivo.
+COETÁNEAS DEL PECADO ORIGINAL y del pudor —que fue consecuencia precisa de aquel— son las pulgas. Debieron de hacer su estreno en el teatro de la sociedad humana en compañía de las tentaciones, sonrosadas y malignas, resguardándose juntas en las túnicas de pieles de nuestros primeros padres.
+Desde el edén sostienen las pulgas guerra sin tregua ni cuartel contra el hombre. En ambos beligerantes abundan las condiciones que requieren los pueblos guerreros: constancia, estrategia, intrepidez. Conozcamos nuestros enemigos.
+El nombre de pila que le impuso a la pulga Linné, pontífice supremo de la ciencia, es Pulex irritans.
+Consta en maravillosos pergaminos, sacados a luz del misterioso archivo de la naturaleza por Fabricio, de Bainville, Van Beneden, P. Gervais y algunos otros, que el cuadro genealógico de la pulga es como sigue: tipo de los artrópodos, clase de los insectos, orden de los dípteros, familia de los pulícidos.
+Entre los secretos del códice de su raza, que conocemos, gracias a la indiscreción de los zoólogos citados, llama la atención el ser tan singular insecto díptero áptero; paradoja anatómica, sin duda, porque tal expresión equivale a esta: es un animal provisto de dos alas y que carece de ellas. Lenguaje apocalíptico pero propio de la ciencia.
+Cuatro transformaciones o estados diversos constituyen la metamorfosis del Pulex irritans, a saber:
+1.º El de huevo. La madre pulga pone diez o doce huevos, que oculta cuidadosamente en el polvo, la ropa sucia, las hendeduras de los pisos, los nidos de las aves domésticas, etcétera.
+2.º El de larva. Los huevos se empollan en pocos días y nacen unos gusanillos blanquizcos, escuálidos, cilíndricos, con sus anillos adornados de pelos. Las hembras cuidan de estas larvas con solicitud y cariño maternales, que recuerdan el esmero de las palomas con sus pichones.
+3.º El de ninfa. Las larvas hilan y tejen sendas envolturas sedosas o capullos en que se encierran y permanecen cierto tiempo, no adormecidas propiamente sino como muertas.
+4.º El último estado es el de imago. Rompe la pulga su féretro de seda y aparece trasfigurada, altiva y triunfante; viste luciente y metálica armadura, y su aspecto osado y agresivo. Llena de coraje e impulsada por atávico rencor, empieza desde luego su ruda y arriesgada campaña contra el hombre. A esta guerra, sostenida ya por sus mayores, consagra la pulga sus energías y tesón característicos.
+La evolución orgánica a que me refiero dura en nuestros climas como una quincena.
+La pulga es, en razón con su tamaño, el animal conocido que tiene más fuerza; es también prodigiosa su aptitud para saltar, y parece que vuela cuando recorre de un salto algo más de un metro en un plano horizontal. Un caballo, en la misma proporción, tendría que saltar como un kilómetro: como del atrio de San Ignacio al de San Juan de Dios en Medellín, próximamente.
+Como inteligentes y educables, las pulgas sobrepasan lo que nuestro orgullo se digna conceder a los animales que llamamos con desdén irracionales. Se les enseña, con provecho ejercicios complicados que se prestan para interesantes espectáculos en el viejo mundo; porque, dicho sea de paso, tales exhibiciones sólo se conocen en países civilizados, como Francia, Alemania, Inglaterra, donde hay ingenio, riqueza y gusto por lo extraordinario; en esta tierra que nos tocó en suerte, las pulgas sólo nos escuecen, nos muerden y nos sangran; aunque sabias, no nos enseñan.
+Una pulga educada, saca agua de un pozo en una vasija pequeñísima, suspendida de un hilo, mediante un juego de poleítas, artísticamente dispuestas; una partida de varias decenas, armadas con lanzas de madera apenas perceptibles, se dispersan en guerrilla y hacen variadas evoluciones militares; dos o más de ellas arrastran con destreza y gallardía una diminuta carroza en que viaja de recreo alguna señorita pulga con su séquito de amigas, todas presumidas, pomposas y contentas.
+A pesar de su soberbio árbol genealógico y de sus humos de aristócrata, emparienta la pulga con un insectillo de ruines antojos y de hábitos plebeyos: la nigua, a la que denominó Linné Pulex penetrans. Mientras la pulga se pasea por los hombros condecorados de los sabios y de los príncipes, o se adormece ebria de sangre sobre el tibio y albo seno de las reinas, la nigua se establece en los talones o los dedos de los ociosos, los vagabundos y los pillos.
+Mas no seré yo quien la desprecie. Debémosle, los patriotas, un recuerdo de cariño, y la historia una línea siquiera en sus páginas de oro. Sabido de todos es la inquina de aquel animal por los extranjeros de raza blanca no aclimatados, y la situación miserable a que estos llegan invadidos por tan importunos parásitos.
+Cuando la causa de la independencia colombiana se vio, en 1818 y 1819, casi perdida en los Llanos que riegan el Orinoco y sus caudalosos afluentes, las niguas se declararon contra el rey e incapacitaron totalmente gran parte del ejército de este para batirse con los bravos insurgentes en la pampa desierta, áspera y caldeada por el sol de nuestra zona.
+Aquellos pequeños enemigos de la tiranía merecen, pues, nuestra gratitud y un saludo de quien lea estas líneas.
+¡Hurra por el Pulex penetrans!
+EN EL ORDEN MARAVILLOSO de los himenópteros, se clasifica cierto insecto, muy común en las tierras calientes y templadas, llamado comúnmente hormiga arriera. Pertenece al género Oecodoma, de los zoólogos, y se hace notar por sus devastaciones, ruinosas a veces para el agricultor.
+En ellos hay, como en otros artrópodos de la misma familia, cuatro suertes de individuos: los machos, provistos de alas, encargados solamente de la fecundación de las hembras, y que, terminada la época de los amores, perecen todos; las hembras, también aladas, cuya misión es poner los huevos, concluida la cual se despojan de sus arreos de insectos voladores y mueren pronto; gran número de obreras, ápteras y sin sexo, que son la inmensa mayoría de esas hermosas agrupaciones de animales pequeñísimos que dan ejemplo al hombre, de actividad, constancia y armonía social, y un verdadero ejército de soldados prontos a sacrificarse por el bien de la colonia. Las neutras son las que trabajan incansables, las esforzadas y tenaces; las que mantienen muy alto el honor nacional en el gran rol de los insectos; son, en fin, los inteligentes y probos ciudadanos de esa prodigiosa república que se agita silenciosa bajo las hierbas perfumadas de los campos, entre las ramas de los árboles floridos y en la sombra de sus oscuras y subterráneas mansiones.
+Elevados y pintorescos montecillos de tierra arcillosa denuncian, bajo los árboles, la morada artística e imponente donde la Oecodoma cephalotes reside de ordinario, y que es una vasta ciudad escondida bajo el suelo y defendida por poderosas fortalezas que, con esfuerzo heroico, construyeron los titanes de ese pequeño pueblo diligente y valeroso.
+El Homo sapiens —así se ha llamado presuntuosamente el hombre— ha excavado los laberintos antiguos, las catacumbas de Roma, las profundas galerías de las minas de carbón en Inglaterra, los túneles de los Alpes, y otras obras de esta clase que son la admiración de la historia; pero es preciso que sepa que esas construcciones de que tanto se envanece, al lado de las de los ingenieros himenópteros, son bagatelas o juegos de niños, si se atiende al tamaño y la fuerza relativos.
+Si abandonamos ahora los encantados palacios de esa nación viril y enérgica, veremos al través de la pradera herbosa y húmeda, sus caminos bien trazados, cómodos y limpios, que conducen al lejano bosque, a la plantación de algún colono o al jardín de fértil granja.
+Por esa senda transitan, ordenadas, las arrieras en busca de las hojas que constituyen su alimento. ¡Qué disciplina, qué silencio! Unas mandan, y las demás trabajan con ardiente afán, porque obedecen a la ley de su raza: el cumplimiento del deber. A su paso, apenas se estremecen las florecillas de los lados del camino; unas vienen con la carga, otras van en su solicitud, y, al encontrarse, se saludan obsequiosas; si una no puede con el fardo que conduce, otra más fuerte le presta su ayuda con espontánea y generosa intervención. Mientras tanto, el rey de la creación —verdadera bestia hominiana— asesina a su amigo por arrebatarle una nonada o hacer alarde de valor.
+Pasado aquel día, ¿qué habrá sido del frondoso naranjo o del oloroso limonero, orgullo del huerto y de la arboleda, donde las hormigas encontraron abundantes provisiones? El labrador, a la oración, de vuelta a su cabaña, mira su árbol favorito con despecho y con tristeza: sólo quedaron el tronco y las ramas, pero ni hojas ni yemas; su silueta esqueletuda se dibuja melancólica en la semiclaridad del cielo.
+El hombre declara entonces guerra a muerte al hormiguero, lo arruina, lo destruye. Sin embargo, ese pueblo modelo, virtuoso y abnegado, sólo ha cumplido con su deber: la lucha por la vida.
+Y en esa lucha batallan, como las hormigas, las abejas, los buitres, los leones; los seres de la creación, desde la célula al cetáceo. Todos trabajan armónicamente para llevar a cabo las altas miras de la naturaleza. Sólo el hombre es una nota discordante en el sublime concierto, una mancha en el inmenso cuadro de la vida universal: el rencor, la soberbia, la pereza, le apagan en sus sienes los resplandores de la razón y le hacen odioso ante todos sus hermanos de la gran familia edénica.
+LA REPÚBLICA DE LAS HORMIGAS es la más perfecta y maravillosa agrupación de seres animados conocida, como también la democracia más bien consolidada. En ella debieran ejercitar sus ojeos los que viven a caza de ideales políticos con que calentar los cerebros de los patriotas crédulos de ogaño.
+Son las hormigas un pueblo de titanes liliputienses que construyen edificios ciclópeos de la noche a la mañana; de guerreros que tienen alta idea del honor militar, conocen la estrategia y libran batallas en que no se sabe qué admirar más, si la disciplina o el valor; de exploradores audaces que invaden la arboleda y la selva, y vuelven a sus ciudades cargados con el botín de su fructífera campaña con que hinchen sus almacenes y depósitos.
+Mas sus costumbres sedentarias y pacíficas sorprenden y embelesan a sus amantes de la naturaleza. Sus industrias hacen de esa nación, enérgica y laboriosa, el más acabado modelo de una asociación democrática y altruista.
+No desconocen, en efecto, lo que llamamos industria pecuaria. En sus correrías por los prados, sorprenden debajo de las hojas, donde se resguardan de los ardores del sol, rebaños enteros de pulgones, insectos que secretan un líquido alimenticio que las hormigas chupan con deleite; los conducen a las galerías de sus palacios y ahí los guardan y cuidan en establos apropiados. Este es el motivo por el cual Linné designaba a los pulgones con la denominación de Aphis formicarum vacca. También en sus guerras con los hormigueros vecinos, tras la alegría de la victoria y la humillación de los vencidos, arrebatan a estos los ganados de sus pesebres, los cuales van a enriquecer sus opulentas greyes.
+Pero hay más aún. Las hormigas excavan amplias mansiones subterráneas; preparan convenientemente el terreno, que debe ser húmedo y suficientemente desmenuzado, y luego siembran extensas sementeras de una especie particular de hongos que, abrigados de la luz que los molesta, pues carecen de clorofila, y suavemente templada la atmósfera por un calor vivificante, a los pocos días ofrecen el cuadro seductor de un hermoso campo cubierto de blancos y sedosos filamentos que llevarán la alegría y la abundancia a los hogares de los laboriosos himenópteros.
+La naturaleza dotó a la hormiga de los instrumentos necesarios para las labores del campo, los que lleva consigo, adheridos a su cuerpo, y consisten en una provisión suficiente de azadones, horquillas, tenazas, pinzas, tijeras y algo más. Con estos recursos a la mano, la vida agrícola es para esos insectos —que jamás conocieron la pereza— una sucesión de goces, incomprensibles para los que, como el hombre, han congeniado más o menos con aquel vicio capital.
+Serios y escrupulosos entomólogos han escrito la historia del pueblo labrador que ya conocemos. Pedro Huber, «el Homero de las hormigas», describió con estilo sencillo sus hazañas guerreras; Dupont de Nemours relató sus novelescas aventuras; Carlos Bonnet dio precisos detalles sobre su astucia y habilidad en la caza de pulgones, y últimamente, en 1908, G. Bonnier llamó la atención del mundo sabio sobre sus faenas agrícolas e hizo notar con especialidad que las plantaciones de hongos no fructifican debido a que el ácido fórmico que dejan escapar las hormigas impide el desarrollo del micelio o aparato vegetativo de aquellas criptógamas.
+Todo lo que nos cuentan de las hormigas confirma el elogio que de ellas hizo Salomón cuando escribió: «Anda, perezoso, ve la hormiga y aprende a ser sabio».
+«¡VIVA LA REPÚBLICA!». ESTE es mi grito y el de mis hermanos de la manada, del aire y de las aguas; mamíferos, aves, insectos, peces y zoófitos.
+En la naturaleza —obra perfectísima de sabiduría y de amor— no hay reyes. Monarquías sin soberanos ¿no es un contrasentido? Más que anticuadas, son inexactas, y empíricas las denominaciones de reinos animal, o vegetal, o mineral que se leen en libros viejos o se oyen en boca de profesores rezagados. ¿Será el hombre rey del primero de esos grupos, el hombre que palidece ante el escorpión y la serpiente, y ha deificado al buey y al cocodrilo? ¿Quién será el rey del pueblo poderoso y pacífico que produce las flores, encanto de la naturaleza? Y del mundo inorgánico ¿será dueño y señor acaso el oro, el corruptor, que se oculta en los filones de oprimidas rocas?
+En las abejas —que constituyen la más civilizada de esas pequeñas nacionalidades que un niño con el pie pudiera destruir— el mando corresponde a la más sabia y más valiente. Observaciones rutinarias hicieron creer a los entomólogos que estos insectos tienen reina: es un error.
+Son, no lo dudéis, republicanos ginecócratas, y es fácil demostrarlo.
+¿Veis aquellos montículos que se engastan en las tortuosidades del viejo árbol del jardín, en medio de los cardos y los líquenes? Son, nada menos, que una Suiza en miniatura: agrupación de ciudades habitadas por un pueblo viril y enérgico, esteta y laborioso, cuyas costumbres han preocupado seriamente, en todo tiempo, a los amantes del saber. Los ciudadanos de esa maravillosa república son las abejas, que Linné denominó Apis mellifica.
+En una colmena —como si dijéramos, en un estado soberano de la vastísima nación de los himenópteros melíferos— hay tres suertes de individuos, según consta de aseveraciones fidedignas que han inmortalizado a centenares de observadores sagaces, desde el poeta de Mantua hasta Réaumur, Rendu, Hubert y Bonnet.
+Las abejas neutras forman la clase trabajadora, industriosa o, propiamente, el pueblo. Ellas son las que recorren los campos y extraen de las florecillas aromáticas, néctar, polen y perfumes; las que cuidan y educan las larvas, estudiantina dormilona pero de grandes esperanzas; las que edifican, vigilan y pelean. Todas a cual más, son sobrias, diligentes, valerosas; ostentosas de su valer, van y vienen armadas siempre de dardos matadores.
+Las abejas machos son la clase ociosa; útil sólo para la fecundación; son glotones, inermes, bulliciosos. Incapaces de conseguir el afecto de las neutras, sólo aspiran a una mirada de amor de la augusta presidenta a quien todos solicitan, pero que no concede sus favores sino a un predilecto que, con sus compañeros morirá en poder de la gran muchedumbre que les odia y desprecia.
+La abeja madre es el alma de la nación y la que ejerce el poder ejecutivo; es la única que pone huevos, fecundada apenas una vez y productora durante mucho tiempo —por partenogénesis— sin el concurso de los machos maridillos desamorados y fríos. Esta abeja también llamada maesa, es respetada por todo el enjambre e incondicionalmente obedecida, como que es la esperanza y orgullo de la colonia, que se desarrollará precozmente en el jardín, merced a los vientos tibios, a las auroras esplendorosas, al calor vivificante.
+¿Cómo llegó al poder supremo esa afortunada señora de los aires? ¿Sería que lo heredó, como ciertos chiquillos que en las escalas de los tronos juegan con la suerte de los pueblos como con burbujas de jabón? No lo creáis.
+Pasados los funerales de la maesa muerta, las nodrizas que han dirigido y enseñado a las larvas, escogen algunas de estas, que sobresalen por sus dotes físicas y quizá intelectuales; les dan una alimentación apropiada y exclusiva y, probablemente, lecciones de moral, virtud y patriotismo.
+Estas larvas se desarrollan, no como neutras estériles, sino como verdaderas hembras, fecundas, hermosas, dominantes. La primera que se presenta ante sus conciudadanos quiere asumir el mando del estado; pero otras —condiscípulas y amigas— tienen la misma aspiración y se declaran como verdaderos candidatos a la presidencia, haciendo uso de legítimos derechos consignados en incógnito pero tradicional pacto de unión de la nación apiana.
+Nobles; generosas y justas, las rivales no provocan la guerra civil en un pueblo que ama la paz y lo espera todo del trabajo. Ellas solas entrarán en la liza, y decidirá del éxito una lucha a muerte.
+Prepárense a la lid, previenen los acerados aguijones y empieza el combate.
+Al fin, una queda victoriosa; alrededor están tendidas en el campo sus competidoras; el pueblo hasta entonces espectador silencioso prorrumpe en aclamaciones entusiastas, y la vencedora toma posesión del mando.
+Esta es la verdadera república, sin imposiciones, sin fraudes, sin promesas vanas: en la lucha de las aspirantes deciden el valor y el mérito personal —¿quién les negará el derecho de ser personas?— y nunca la astucia ni la mala fe.
+Si las sociedades de abejas fueran monarquías, la larva procedente del primer huevo de la madre común, sería la heredera, la presunta reina, u otra quizá pretendiente a la corona por su sangre real o —como dicen los aristócratas— azul.
+Este pueblo demócrata que, prescindiendo de la lucha caballeresca y épica de las hembras que aspiran al poder, jamás tiene guerras civiles; que en las internacionales, de colmena a colmena, se muestra fiero, incontenible, heroico; que respeta y apoya el gobierno maternal y suave de una hembra valerosa; que desconoce la ociosidad y tiene por letra de su escudo este mote: laboremus; este pueblo, digo, es, francamente, más civilizado y cuerdo que las repúblicas humanas; más digno de admiración y de respeto.
+UN NIDO NO ES MÁS, SI SE LE considera bien, que la seductora mansión que construyen dos aves que se aman para vivir solas y más tarde cuidar, enamoradas, de sus polluelos. Ya sea en lo más escondido del rosal en flor, ora bajo las amplias hojas del sonoro plátano, o bien en la espesura del matorral perfumado, aquellas dichosas parejas fabrican sus casitas aéreas con tal arte, con gusto tan delicado, que el hombre se complace en admirarlas con estremecimientos de anhelo, pero es incapaz de ponderar su mérito. Esos palacios en miniatura, sin sujeción a las leyes del dibujo, de un orden arquitectónico, especial y fantástico, son la manifestación explícita de los festivos devaneos característicos de la naturaleza, que se enloquece con el amor, señor de lo creado.
+Verdad es que el sentimiento estético no es igualmente refinado en todas las aves: pero eso mismo hace que la variedad casi infinita de sus construcciones proporcione las más gratas sorpresas al hombre contemplativo.
+Cada especie de aquella maravillosa clase de animales tiene un estilo propio para fabricar su nido, y en ello se ocupa cuando llega la época de la excitación genésica, con todas las energías y constancia que tan seria tarea requiere.
+Desde el más humilde y primitivo asilo para su prole, hasta el más lujoso y complicado, el pueblo del aire exhibe todas las gradaciones progresivas tendientes a un ideal perfecto.
+Veámoslo.
+El avestruz —Struthio camelus, de los zoólogos— ave corredora del desierto, es el constructor menos artista. Grandullón y desgarbado, es también inhábil y tosco. Llegado el tiempo de la reproducción, cava con sus patas en la arena una cavidad donde deposita sus huevos, que el sol se encarga de incubar mediante una atmósfera caldeada, casi incandescente, pues la madre los abandona y casi siempre los olvida.
+El gorrión americano (Zonotrichia pileata) coloca su nido en medio de las ramas, a modo de una semiesfera de pajas entretejidas cuidadosamente con tallitos flexibles y hierbecillas menudas. El mayo (Turdus ignobilis) común en los alrededores de Medellín, hace el suyo de tierra húmeda entremezclada con briznas de hierba y raicillas fibrosas, el cual se endurece como un cacharro de arcilla. Ha dado el ave ya un paso de progreso en el arte de las construcciones caseras.
+Un pajarillo tenuirrostro, verdadera maravilla de la creación por su belleza, el colibrí (Amarilla piefferi) se distingue por el esmero, delicadeza y buen gusto con que edifica su retrete de amor en la extremidad de una hoja oscilante o en la penumbra misteriosa de un ramo florido. Es una copa realzada interiormente con la borra sedosa del balso o la nívea del algodonero y, que cuando duerme en ella la pareja de desposados, parece rebosante de piedras preciosas, rubíes, topacios, granates, esmeraldas.
+Hay pájaros que construyen sus nidos colgantes como hamacas, y se deleitan en dejarse mecer pausadamente durante las noches de luna, soñadores y tranquilos. Uno de ellos es el turpial de nuestras arboledas (Icterus melanopterus) el cual suspende su vivienda casi siempre bajo la umbrosa hoja del banano, entretejida de pajillas finísimas; desde ella deja escapar, en las mañanas serenas, melodías vehementes, de infinita ternura. Otros, son los gulungos (Cassicus cristatus) que forman en los climas cálidos verdaderas colonias, ciudades aerostáticas consistentes en centenares de nidos suspendidos de algún gigantesco carbonero: desde lejos se les mira en pintoresca agrupación como lámparas que cuelgan del techo de un palacio de hadas montañesas.
+Viven en los contornos del Cabo, en África, unas avecitas particulares de esa región, que los franceses denominan republicanos —científicamente Loxia socia— que fabrican sus casas de un modo excepcional. Se reúnen miles de parejas y, de común acuerdo, eligen un árbol y construyen alrededor de su tronco, con juncos entrelazados de hierbas y de pajas, una especie de parasol o techumbre en cuya periferia se muestran las puertas de los cuartitos donde mora aquella multitud de demócratas ciudadanos del aire.
+Finalmente, es un prodigio de belleza el grácil nido de un pajarillo del Asia, el Sylvia sutoria de los autores. Como le persiguen ordinariamente enemigos voraces y fuertes, le es preciso esconder su habitación a las miradas de aquellos, ávidas, feroces. Vuela a un algodonero, recoge cierta cantidad del vello textil, hila una parte valiéndose de las patas y del pico; con estos, cose con precisas bastas una hoja resistente con otra adherida a un árbol, y forma así una especie de cucurucho cuyo fondo rellena con los residuos de algodón. Es un eremo donde podrá entregarse con su amada a los goces íntimos de sus etéreas bodas.
+Paréceme que este artista volador ha llegado casi al límite del ideal a que aspirarán los arquitectos de la gran nación alada.
+Y ¿CONOCES EL PERICO-LIGERO?
+—Vaya si le conozco; le he observado con mucho interés por cierta afinidad que tiene…
+—Con los colombianos… ¿ibas a decir?
+—Cabalmente, con nosotros.
+Así discurríamos mi amigo, J. M. Mesa Jaramillo y yo, y tal fue el origen de este corto boceto biográfico del más peregrino, antisocial y digno de lástima de nuestros mamíferos indígenas.
+El perico-ligero es llamado también perezoso y, en las colonias francesas, unau. Científicamente se le denomina Bradypus, género en que hay dos especies, B. didactylus y B. tridactylus, nombres, en verdad, tan revesados como ridículo el bicho que designan. Pertenece al orden de los desdentados, agrupación de animales tan deslucidos y extravagantes, que nuestro perico es, entre ellos, un antinoo que los pasmará con sus gallardas formas. Figuran en tal grupo: el oso hormiguero, «el diablo» de los cuentos montañeses, que carece en absoluto de dientes; el armadillo o gurre, envuelto en una clámide inflada y córnea que le da el aire de un espectro, que sólo tiene molares, y nuestro perezoso austero monje de la selva, que está provisto de molares y caninos.
+En épocas anteriores a la actual —durante el periodo cuaternario de los geólogos— existieron en este continente varias especies de desdentados, entre los cuales sobresalió un gigante de ese monstruoso pueblo, el megaterio, del tamaño del elefante y verdadero armatoste de huesos raros, deformes e irregulares, ya que sólo su esqueleto nos exhibe la naturaleza.
+El perico-ligero es del tamaño de un gato y de color castaño pardo; la cabeza es arredondeada y pequeña; los miembros anteriores mucho más largos que los posteriores, y todos están terminados por dedos armados de uñas fuertes y ganchudas; las tetas son pectorales como la de los monos y murciélagos. Vive en nuestros bosques vírgenes, crónicamente atacado de basofobia y suspendido de las ramas de los árboles, donde puede moverse con algún desparpajo, pues cuando se halla en tierra, adonde suele caerse, por cansancio de los músculos flexores de las extremidades, casi no puede variar de posición, y presenta el aspecto más estúpido y grotesco imaginable.
+El desdentado héroe de esta humilde historia es nocturno o, más bien, amigo de la sombra y del misterio del boscaje; sencillo en sus costumbres y régimen alimenticio; inofensivo como los demás representantes de su familia; llorón como un niño, por lo cual lanza, repetidas veces, dolorosos ayes que turban la soledad y la entristecen; un buen sujeto sin duda alguna.
+Jamás falta al respeto —a sus compañeros y amigos— pero tampoco adula o lisonjea a nadie; agradece las muestras de deferencia y cariño, y corresponde con el desprecio, arma de los impotentes y de los apáticos, al que se atreve a ultrajarle. Lo que le interesa es no bajar de su rama venerada, de donde se colgaron sus mayores, y donde come y come hojas y más hojas que tienen, para él, sean cuales fueren, el sabor de las de laurel, el árbol sagrado de Apolo, emblema de la gloria. Nada le mortifica ni le inquieta, y, feliz en lo más hojoso del arbolado exuberante y opíparo, espera tranquilo.
+¿Espera qué?
+¿Será que aspira, en su sueño perdurable, a suplantar al cóndor en nuestro escudo épico, terrible?
+NATURAL REPUGNANCIA SIENTE uno por aquellos que son amigos de contradecir y exagerar. Los tales son bien enfadosos y bastante frecuentes en el trato humano. Y tenemos el prurito —cuanto a mí, Dios me lo perdone— de llevar las cosas a los extremos. No se escapan de ello los naturalistas. Linné no tuvo inconveniente en colocar en su orden de los primados o mamíferos superiores, a animales tan distintos como el hombre, el mono, el murciélago y el perezoso. Parece una paradoja de la ciencia: el perico-ligero no sólo es nuestro amigo, sino también pariente muy allegado.
+Viene luego Cuvier, y considera que aquel melancólico tardígrado es el ser más desgraciado de la naturaleza. ¿No es esto el otro extremo?
+Yo que le amo; que le dediqué una página de mi libro, y que tengo con él mis entronques por aquello de «un caimiento del ánimo en el bien obrar», no he podido olvidarle. Pienso que es un gran personaje y, francamente, soy en esto más linneano que cuvierista.
+Me afirma en mi opinión sobre la importancia de aquel mamífero, la hermosa carta que recibí de mi distinguido amigo el doctor Emilio Robledo, con la cual quiero cerrar esta serie de mis Cuadros.
+Perdóneme quien esto lea el atrevimiento de mezclar con mi humilde prosa los sabios conceptos, en galano estilo enunciados, del distinguido médico que, como yo, pero con más erudición, estudia la naturaleza.
+Prescindiré de algunos párrafos que me honran demasiado, y frases que no merezco.
+«Fernández de Oviedo —dice el doctor Robledo— que escribió la Natural Historia de las Indias, hace una muy curiosa descripción del perico-ligero y, entre otras cosas, dice lo siguiente: “Tienen de ancho poco menos que de largo, y tienen cuatro pies, y delgados, y en cada mano y pie cuatro uñas largas como de ave, y juntas; pero ni las uñas ni las manos no son de manera que se puedan sostener sobre ellas”.
+«Para terminar, dice: “Y se está en el árbol ocho y diez y veinte días y no se puede saber ni entender lo que come; yo lo he tenido en mi casa, y lo que supe comprender de este animal es que se debe mantener del aire, y de esta opinión mía hallé muchos en aquella tierra”.
+«Como usted ve, nuestro naturalista le da cuatro uñas para cada extremidad; pero supongo que no merece mucho crédito quien asegura que ese feliz mortal se alimenta de aire. Ya tendríamos para filosofar largamente si, en los tiempos que corren, tan agitados para conseguir el pan nuestro de cada día untado con manteca, se pudiese encontrar un cuadrumano que, con sólo inflar sus bofes de aire, le bastase para vivir y perdurar.
+«Mejor observador el padre Simón, el que escribió las Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme, dio del perezoso lo que, a continuación, me permito trascribirle: “Consideré en él mil cosas en estos días que me le trajeron a mi celda, aquí en Cartagena, porque acertó a ser hembra y venir preñada, y habiendo parido un solo hijuelo bien parecido a la madre, advertí no tenía tetas con qué criarlo, siguiendo en esto la naturaleza de los micos —de que hay también innumerables y de muchas suertes en estos países—; dábale de comer con la boca frutas y de lo que ella comía, a cuyo cuello estaba asido el melendrillo, ya por la parte del pecho, ya de las espaldas, con tanta fuerza que parecía exceder a su edad la que en esto ponía. Sube a los árboles frutales, donde es su ordinaria estancia, por ser de que se mantiene, y nunca baja por donde subió, sino se deja caer a peso para pasar a otro árbol, porque no es de su naturaleza bajar sino subir, que esto hace muy bien con su paso flemático y doce fuertes uñas que tiene, tres en cada pie y mano”.
+«En efecto, haciendo mejor recuerdo del que yo había visto, puedo asegurarle que tenía tres uñas largas en cada extremidad y una más pequeña que no le sirve para la prehensión».
+«Perrier, el director del muséum de París, hace la clasificación completa de los perezosos, y al hablar de los bradipodados, dice más o menos lo siguiente: B. tridactylus. Son los perezosos con tres uñas en todos los miembros. Las tres uñas amarillosas muy puntiagudas y arqueadas, no tienen otra función que la suspensión. La forma típica se encuentra en el río Uruguay y en el San Francisco. Existen variedades tales como las siguientes: B. torquatus, con un collar; B. cuculiger, con un hermoso capuchón; B. castaneiceps, o sea con cabeza de castaña, y B. infumatus. No hay B. didactylus.
+«Excuse usted que le haya molestado con esta larga epístola, pero tenga por cierto que todo esto no tiene otro objeto que el interés que tengo siempre por las cosas que se relacionan con la naturaleza».
+Hasta aquí el doctor Robledo.
+En mi colección sólo conservo —número 8— el cráneo del animal curiosísimo que tanto ha hecho divagar a antiguos y modernos, y además, una de sus extremidades, que tiene dos largas, ganchudas y fuertes uñas, y un malísimo croquis que dibujé al conocer el interesante desdentado y en él figura con dos uñas. ¿Tendrá razón Perrier?
+NO ES LA QUE DESCRIBE JUAN de Patmos «semejante a un leopardo, y sus pies como los del oso, y su boca como la del león»; pero, a pesar de ello, tiene algo de apocalíptico: el misterio ha velado también la historia de la gran bestia de los Andes.
+En un alto recuesto de la gigante cordillera, entre matorrales descaecidos y enanos, se percibe la huta escueta del cazador indio. Es de noche: el huracán de la montaña aúlla lastimero en las grietas del resquebrajado granito; alrededor se alzan los erguidos frailejones como espectros escapados de un monasterio de neblinas; la hoguera despide agudas llamas, cuyo resplandor centellea y se desvanece en el seno de la bruma; los cazadores, al amor del fuego, cuentan historias asombrosas, que hacen erizar el pelo, que hielan hasta la médula de los huesos.
+De repente, escuchan un extraño ruido entre las enlazadas malezas: todos palidecen y ni aún se atreven a mirarse; una sombra aparece entre los árboles, grande como la silueta de un caballo inmenso; y sigue, sigue lentamente hasta perderse allá muy lejos.
+«¡La gran bestia!», dicen con terror los montañeses, enmudecen y aguardan. Creen ver aún el hórrido vestiglo.
+Mas no es la primera vez que se muestra este fantasma en la soledad de los Andes: ya le vieron sus mayores desde tiempo inmemorial. El mismo: negro, intangible, formidable. Es, afirman, el alma de uno de sus antiguos jefes que vaga inconsolable por la fuga de sus dioses, de aquellos que habitaban en los lagos azules de las cimas excelsas y en las grutas ocultas de sus montes. Viene a anunciar las desgracias que han de acaecer sobre la ya casi extinguida raza india: las deidades de su nación, ofendidas, se recrean en la maldición y la venganza.
+Tal es la fantástica leyenda emanada del tapir o sea la danta. El resentimiento de un pueblo humillado; el miedo perturbador e ignaro, y la poesía salvaje, se aunaron para hacer de este tapirio un ser sobrenatural y dañoso, cuando, efectivamente, no es sino un cuadrúpedo del tamaño de un asno y de genio sosegado y manso.
+El Tapirus pinchaque —así le denominan los zoólogos— es el más corpulento de los mamíferos colombianos, pues tiene, próximamente, 1,50 metros de longitud, desde el hocico hasta la extremidad de la cola, que es casi nula, y 0,80 metros de altura; el color es negro uniforme; tiene 6 incisivos y 2 caninos en cada mandíbula; 14 molares en la de arriba y 12 en la inferior; los pies delanteros están provistos de 4 cascos o «uñas», y los posteriores, de 3; pero el carácter dominante es la trompa, de aire borbónico, en que termina la nariz, que le da cierto parecido con un lejano pariente, el elefante. Habita la danta en las grandes alturas sobre el océano. El cráneo que conservo en mi colección procede del páramo de San Félix, no lejos del de Herveo. Entre otras tres especies conocidas —dos de América y una de la India— es notable el Tapirus americanus, de mayor tamaño y propio de nuestras llanuras ardientes.
+Sabido es que el león, Felis leo, es el señor del pueblo mamífero africano, por su valor y fuerza. Me parece que el tapir, que carece de la ferocidad del jaguar, Felis onza; de la testarudez del saíno, Dicotyles labiatus; de la grosera mímica del mono, Mycetes seniculus: de la timidez del venado, Cervus rufus y posee, por otra parte, humos de grandeza e indiscutible seriedad, es el llamado a asumir el mando como jefe de las vastas punas de los Andes; y, probablemente, sería un presidente bonachón y honrado, muy simpático a los ciudadanos peludos de aquella nebulosa y frígida república, quienes, casi por unanimidad, le honrarían con sus sufragios.
+También yo le daría mi voto, si no fuera por ciertos escrupulillos que me asaltan, en mi calidad solariega de Homo sapiens, que, decididamente, me lo impiden.
+Pero el tapir es la gran personalidad de los páramos andinos.
+Lo que sí confiaré a mis lectores —pues soy enemigo de misterios— pero con la debida reserva, es que la «uña de la gran bestia» es un específico médico sin igual: cura de todos los achaques, aún de la muerte misma.
+Así me lo aseguraron unos cazadores indios, en su huta salvaje, al amor del fuego.
+LA CIVILIZACIÓN DEL SIGLO XX es problemática, a mi ver. Si es cierto que los salvajes se dan a conocer, a naturalistas y viajeros, en que viven desnudos, se pintan o tatúan la piel, se adornan con pieles y plumas e imitan cuanto ven hacer a los demás, no sé por qué rehuimos aquella denominación que, francamente, caracteriza nuestra época y costumbres.
+Que entre nosotros —los civilizados— en estos tiempos de megalomanía e intransigencia, hay personas que tienden a andar en cueros, a pintarrajearse el rostro y que parece gustan del estado primitivo en cuanto a toilette y otras cosillas, no entraré a demostrarlo, porque no quiero, pero ello es una verdad zoológica axiomática.
+Y así también, los monos u hombrecitos de nuestras montañas.
+Los primados de la tribu de los cebinos —que son nuestros compatriotas— no merecieron entrar, en la clasificación de Linné, en el género Homo por varias razones, en que son principales: tener cuatro molares más que los antropoformos del antiguo continente y estar provistos aquellos de cola muy larga y prensil. Sin embargo sobresalen en inteligencia, malicia y vivacidad; son, nada menos, que unos pequeños salvajes, refractarios casi siempre a la vida civilizada, pero amigos de imitar cuanto llama su atención.
+Mencionaré unos pocos.
+El mico (Cebus tariegatus) es el más inquieto y travieso de nuestros cuadrumanos; es en extremo petulante y remeda con gracia las acciones ridículas del hombre, del cual se burla con sin igual descaro; es, además, bullicioso y chillón.
+El marimondo (Ateles belzebuth) es de color azambado o negro sucio; sus brazos son muy largos, el cuerpo delgado y ágil, y carece de pulgar en las manos anteriores.
+El mono colorado o aullador (Mycetes seniculus) es de aspecto seriote y respetable, barbado y con ciertos rasgos que lo asemejan a un anciano de nuestra especie; su grito, fuerte y retumbante, ha sido comparado al de cierto célebre griego que asistió al sitio de Troya, cuya voz, dice Homero, equivalía a la de cincuenta hombres reunidos.
+El mono aullador goza de indiscutibles dotes oratorias: declamación dantonesca, modales arrebatados y dominantes a lo Mirabeau, verbosidad y afluencia castelarianas. Es el tribuno del pueblo cebino, espontáneo, fiero, incansable.
+Sus asambleas son altamente recreativas. Es en lo más agreste y tupido de un espeso guadual; el sol apenas deja medio penetrar sus rayos ardientes por entre las gigantes gramíneas; el bosque está silencioso y sólo los pájaros dejan oír suave canto y fuerte aleteo al despedirse de sus nidos para ir a sostener la lucha por la vida en las florestas. Los monos están reunidos y tranquilos; son varias decenas, y va a empezar la sesión.
+Uno de ellos, el decano de la tribu, avanza hacia el medio y ocupa el puesto de honor: es el presidente.
+Es tanta la seriedad de la manada y tal su aire de importancia, que nuestros hombres públicos se sentirían alelados y sobrecogidos en su presencia. La arenga presidencial es larga; parece que se trata de un asunto de mucho interés, algo como una ley sobre la libre emisión del pensamiento símico; su voz, sus gritos, sus aullidos, se oyen a cinco kilómetros de distancia. El bosque está en expectación.
+Los oyentes han permanecido callados, pero la elocuencia del orador les conmueve, exalta y electriza. De repente todos dan agudos y largos chillidos, se entusiasman, y luego… sin más ni más, se disuelven silenciosos, se pierden en la selva. No resolvieron nada.
+¿Imita el mono al hombre o, al contrario, este toma lecciones parlamentarias del vocinglero cuadrumano?
+LA NATURALEZA ES UNA DONCELLA de atractivos que embelesan, seducen y enloquecen al que la corteja con espíritu contemplativo y corazón ardiente. Pero, a la vez, es una maestra cuyas enseñanzas son altamente útiles, pues llevan a la mente las ideas más nobles y despiertan o excitan en nosotros sentimientos que dormían o estaban aletargados.
+El amor a Dios y a sus criaturas es consecuencia de las enseñanzas de la maestra naturaleza. Para convencernos de ello no es preciso sino abrir el corazón —sin rebeldías, eso sí— al ritmo cadencioso que se escapa del universo, el cual sentimos estremecerse, desde el centelleo de los astros hasta la agitación del polen de las flores. Todo está en movimiento, movimiento que engendra una explosión de aromas y de himnos que sólo caben en el templo infinito de la creación.
+El convencimiento de que nada hay muerto en la naturaleza, nos hace amar los campos desiertos, los paisajes agrestes, los animales, las plantas, los seres inorgánicos; de tal modo que no hay nadie, dotado de alguna cultura, que no guarde reminiscencias gratas de sitios —indiferentes para otros— donde ocurrieron sucesos más o menos dulces, tal vez dolorosos, de su propia existencia.
+¿Quién no recuerda el lugar de su nacimiento, sea una ciudad, una aldea, aún una barraca, abandonada o ruinosa?
+Yo, por mi parte —y perdonadme que de mí trate: es un corto desahogo— pienso cada día en el valle donde vi la luz por vez primera: frío, alegre, tallado como un nido de cóndores entre los riscos de una montaña andina; creo ver su río bordado de robles, dragos y sietecueros, y las vacadas que pacen en prados perfumados que salpican violetas blancas, salvias azules y ranúnculos de oro; oigo el canto de las aves que escuché de niño: caseros gorriones, festivos cucaracheros, melancólicos chilcaguas…
+¿Quién ha olvidado esas noches estrelladas y serenas de los climas cálidos cuando, al compás de cantares montañeses, soñábamos u oíamos en el fondo del misterioso platanar rumores extraños que llenaban el corazón de sobresalto? La luz de la plena luna se refleja en las lustrosas hojas del gigantesco plátano, cuya silueta se perfila en el fondo azulino del firmamento y nos parece ver como un bosque de palmeras. En la playa cercana se destacan los totumos, de tronco retorcido, sinuoso y casi enano; semejan ancianos decrépitos y abatidos bajo el peso de un mundo de parásitas.
+Más lejos se ve una agrupación de carboneros en la orilla de un pequeño torrente que, después de descender como una cinta de espuma por breñas casi verticales, abandona su rapidez vertiginosa y se entretiene saltando y gritando en una playa.
+Los erguidos árboles parecen pabellones de verdura bajo los cuales se bañan a estas horas las ninfas que moran en las cuevas de los peñascos y en lo más oculto de las frondosidades de la selva. Hasta creemos escuchar, por entre los murmurios del torrente, su alegre canto y argentina risa que dejan escapar mientras descubren ante el misterio de la soledad y de la luna sus desnudeces de alabastro, medio veladas por sus cabelleras negras como las alas de los turpiales que ahora duermen en sus nidos.
+¡Y qué hermosas son las mañanas en los mismos climas! Soplan las brisas perezosas pero inquietas; escúchanse los ecos del rumoroso torrente en la quebrada de la montaña; revolotean las mariposas y libélulas; cantan bandadas de pájaros enamorados y artistas; calienta el sol y zumban los insectos. Esta es la fiesta de la naturaleza. Al lado de la casa se extiende el huerto; cerca al perfumado limonero, en medio de jazmines fragantes y olorosas albahacas, esparce en el ambiente el chirimoyo sus aromáticos efluvios que rivalizan y vencen, en suavidad de sus esencias, a todos los demás. Esa infinita variedad de embalsamadas emanaciones unidas a las que se desprenden, en el cercano rastrojo de los salvios y churimos, dan a la atmósfera que se aspira en los pliegues profundos de los Andes, un aroma especial, característico y deleitoso en sumo grado.
+Es el aliento casto y dulce de la naturaleza.
+¡EL MURCIÉLAGO! CAMILO ANTONIO Echeverri me perdone el desacato: un mismo nombre llevan su inmortal artículo —gloria de la literatura de la montaña— y estas pobres líneas que se deslizarán casi sin ruido, lentas e ignoradas hasta unirse con el torrente de las frases de aquel, cristalinas y sonoras, despeñadas ya en espumosa cascada desde las alturas de su genio.
+¿Conocéis el sombrío quiróptero? Es un pobre animalejo, especie de brujo cargado de hechizos y maldiciones que le han conducido a la picota del ridículo. Ha sido desde la Antigüedad, y continúa siendo, un problema indescifrable y, por añadidura, algo como una encarnación satánica.
+Moisés, que bebió la sabiduría primitiva en los templos egipcios, le consideraba como una ave, ave impura.
+Aristóteles le miraba como pájaro nocturno; raro, por no tener cola ni plumas y sí alas muy desarrolladas.
+Plinio se asombraba al considerarle como ave vivípira y mamífera.
+Spallanzani suponía que el animal de que trato tiene un sexto sentido que le guía en las tinieblas.
+Y mil delirios más que llevaron el misterio en pos del alado mamífero, ciudadano de la oscuridad, de las ruinas y el espanto.
+Con el trascurso del tiempo se desvanecieron las extravagancias de los filósofos, de suyo estrambóticos y supersticiosos. Carl von Linné vio el murciélago, le compadeció quizá y creyó conveniente encumbrarle, nada menos, hasta el grupo de los antropomorfos. Allá está el fantástico volador pilífero en la clasificación linneana, al lado de los hombres de la selva y del mismísimo animal implume bipes de Platón. A nuestro altísimo asiento le condujo con su pluma el gran naturalista. Allí se le vio tranquilo.
+Es, pues, el murciélago, un remedo de hombrecito enano, liliputiense; peludo y sin cola como los monos superiores; con manos perfectas con que pudiera manejar el lápiz y escribir su historia sombría y misteriosa. Su hembra es una mujercilla grotesca, de arredondeados senos con que amamanta su hijuelo, a quien abraza estrechamente como lo haría una nodriza; sus alas elásticas la cubren como amplia mantilla negra, de pliegues característicos y undosos.
+Mas no permaneció largo tiempo en su puesto de honor el extraño, semidiabólico avechucho. Jorge Cuvier, el primero, le degradó hasta el escalón de las fieras; pero hoy se le puede clasificar así: tipo de los vertebrados, clase de los mamíferos, orden de los quirópteros, familia de los vampiros.
+Se conocen más de trescientas especies de murciélagos esparcidos por toda la tierra. Se les halla hasta en regiones que, como la Nueva Zelandia, carecen en absoluto de otros mamíferos.
+Entre las muchas especies que enriquecen la fauna colombiana, es notable el Phyllostoma spectrum o vampiro cuyo distintivo especial es un apéndice en forma de hoja lanceolada que lleva sobre la nariz. Es frugívoro y abunda en nuestros valles ardientes. Una costumbre le ha hecho célebre: ataca de noche a otros animales y aún al hombre, y les chupa la sangre, líquido a que es en extremo aficionado. A esta circunstancia debe su nombre de vampiro.
+Según una leyenda, popular en Hungría y Grecia, es vampiro un muerto que abandona a media noche el cementerio y, silencioso y voraz, va en busca de los vivos que duermen a esa hora, les abre las venas y sorbe su sangre hasta quedar saciado; luego regresa a su lecho de tierra y permanece en su condición de cadáver hasta la noche siguiente.
+¿Será esta conseja sólo travesura de la imaginación de los antiguos pueblos? ¿Será, más bien, representación sutilísima del avaro, del agiotista que exprime al desdichado que apresan sus uñas y absorbe hasta la médula de sus huesos?
+No podré decirlo. Sólo sé que en nuestras oscuras tenduchas, en escondrijos tenebrosos, hay vampiros de dos géneros: unos que chupan la sangre y otros el trabajo de las víctimas que adormecen con su fúnebre aleteo.
+AUSTRALIA ES UNA COMARCA semifantástica sin duda; es una creación al revés.
+Si de América avanzamos al oriente, se acrecientan las maravillas, que por todas partes hallaremos; las de Persia, de Arabia y de las Indias, son muy pobres al compararlas con las de aquel extenso y casi ignoto mundo que se despliega rodeado de archipiélagos de madréporas y coral, y arrullado por brisas saturadas de las esencias embriagadoras de los árboles de especias: la canela, la pimienta, el clavo, la nuez moscada, que excitan, adormecen y alucinan.
+Hasta el descubrimiento mismo de la Australia lleva el sello de lo extraordinario. Se la vio por primera vez reflejada en la luna, a modo de ninfa novelera que se mira a hurtadillas al espejo y se esconde luego a las miradas investigadoras que la buscan; sólo muchos años después, los viajeros la encontraron, coquetamente recostada entre espumas en las soledades del Pacífico.
+Aquella tierra es un mundo de contradicciones. Cuenta S. Arago, que «cuando graniza, los granos no son redondos, cuadrados ni poligonales: son placas de hielo, a menudo anchas como la mano, que caen con la rapidez de una piedra tirada por robusta mano» («Viaje al rededor del mundo», pág. 466).
+Su vegetación es aún más extraña. En sus selvas se ven árboles en que el plano de las hojas es siempre vertical, no horizontal como es la regla que rige la vida de esos seres: abundan acacias sin hojas —figuráos un pisquín sin ellas— en que las innumerables folíolas se han reducido a un filodio o lámina sencilla, estrecha y larga; se hallan árboles cuya madera resiste a la acción poderosa del fuego y no se carboniza nunca; también se encuentran plantas cuyos frutos, parecidos a cerezas, tienen interiormente la carne, suave azucarada, y al exterior el hueso; las flores, generalmente, son bellísimas y cargadas de néctar delicioso, pero carecen de perfume ¿Quién explicaría tamaño desconcierto con la flora del resto de la tierra?
+De las plantas más interesantes, son los Eucalyptus, que pueblan casi todo el continente. Hay más de cien especies y de ellas citaré las que más me llaman la atención; el E. globulus, árbol de adorno, de madera excelente, reconocidamente medicinal; E. gunei, produce una especie de cerveza mediante la fermentación de su savia; el E. piperita, da un aceite esencial análogo al de la menta; el E. resinífera, es famoso por una gomo-resina que deja exudar su tronco; el E. robusta se distingue por la buena calidad de su madera y por una especie de maná que se escapa de su tallo.
+Si examinamos los animales, la sorpresa irá en aumento. Al contrario de lo que pasa con los nuestros, los perros australianos (Canis dingo) no ladran nunca y son de color rubio dorado; los demás mamíferos son o marsupiales, en número inmenso, mientras que en el antiguo mundo son desconocidos y sólo hay contadas especies en el nuevo, o monotremos, propios sólo de esa región excepcional; los pájaros tienen espléndido plumaje, pero no cantan; el cisne es muy común y, en contraposición a los de todo el mundo, negro; los cacatoes, semejantes a loros, son también negros, al paso que las aves de este género son siempre de brillantes colores en las demás comarcas donde habitan; las águilas son blancas. La naturaleza es antitética y refinadamente amiga de burlar nuestras previsiones y los procesos pseudocientíficos que inventamos tan campantes y sabihondos.
+Entre los animales indígenas de la patria de los eucaliptos y las acacias afilas, el más notable, por su originalidad anatómica, es el ornitorrinco (Ornithorhynchus paradoxus) llevado por primera vez a Europa por José Banks, compañero del capitán Cook. Es un mamífero, pequeño como un gato y de piel muy estimada; carece de dientes y está armado de un pico parecido al del pato; los pies son cortos y palmeados; el macho está provisto de un espolón que secreta veneno; la hembra es ovípara y dotada de glándulas mamarias bien desarrolladas. Vive este casi inverosímil animal a orilla de los ríos, donde es perseguido por los cazadores, que solicitan su piel.
+A estos deben los naturalistas la explicación de cómo maman los pequeños ornitorrincos. Las tetas de la madre carecen de pezón y, por tanto, el pequeñuelo no puede hacer el vacío, para absorber la leche, con su pico de palmípedo. La hembra se lanza a una corriente y en su superficie va dejando escurrir la leche, que es en extremo grasosa y no se mezcla con el agua; su hijo la sigue, nadando, y va tragando tranquilamente el líquido que le sirve de alimento.
+No os puedo decir más —por no alargarme— de aquella tierra encantada que inspeccionamos desde lejos, y cuya naturaleza es el reverso de la nuestra.
+Antes de dejar la pluma, me pregunto desconsolado: ¿qué es lo que sabemos? ¿Cada día no nos salen al camino más misterios? ¿Cómo será la vida en Marte, en Júpiter, en los planetas más distantes, si aquí cerca, bajo nuestros pies, en los antípodas, se observa ese cambio de formas que no podemos explicar, esa tendencia a una variedad infinita en los fenómenos biológicos?
+LAS HOJAS SON LA FISONOMÍA de las plantas; constituyen sus facciones características por las cuales las distinguimos unas de otras. Las flores son órganos más bellos, es verdad, más atractivos; pero su fin misterioso en la reproducción las rodea de pudorosos encantos, íntimos y secretos, que no siempre no es dado analizar.
+Las hojas, al contrario, son un conjunto de caracteres que nos hacen conocer los vegetales por su aire de familia. Por su follaje se conocen muchas veces las plantas útiles, las dañinas y hasta las solamente sospechosas. Hay hojas que engalanan y aderezan las plantas y les dan el aspecto de seres tiernos, alegres, bondadosos; otras que nos las hacen aparecer como crueles, hurañas y malignas.
+Las plantas medicinales, que curan las enfermedades, tienen siempre hojas finas, aromáticas y elegantes. Lo vemos en el naranjo, el limonero, el cidrón, la manzanilla.
+Las que matan, están cubiertas de hojas grandes, encubridoras, oscuras. Tal se ve en el manzanillo, el mismiá, el mil-pesos.
+Hay plantas alevosas y asesinas. Muestran con desenvoltura la belleza de sus flores y esconden en sus frutos espantosos venenos; su follaje es sombrío y deja escapar olores repugnantes. Así se denuncian, ellos mismos, el borrachero y el estramonio.
+Las palmas —vegetales majestuosos, altivos, sombríos, generosos— levantan al cielo sus enormes hojas que entonan con el viento el himno de la sinceridad y el amor. Así, la palma real ostenta con casta desnudez sus formas de diosa y se corona de hojas como inmensas plumas de incomparable gallardía. Sólo una, la de corozo grande, es de follaje vulgar y conserva los harapos de sus hojas viejas, con aire de gitana graciosa, pero desaliñada.
+El maíz, el trigo, la cebada, los cereales todos, visten el traje campesino propio de seres dadivosos y buenos, y gastan en frutos lo que habían de emplear en follaje; viven casi desnudos, y sus hojas son pobres, angostas, modestas y sólo alcanzan a medio cubrir su tallo enflaquecido.
+Hay plantas de hojas manchadas, de colores abigarrados y de estructura artística, como muchas aráceas y begonias. Son los arlequines de la comedia vegetal; las actrices de los jardines y los bosques.
+Los cardones y nopales, desprovistos de hojas, alzan, en los sitios áridos, sus tallos escuetos, como los cuellos de dromedarios echados en el desierto. La fisonomía de aquellas plantas es dura, áspera, seca, inspira como sed.
+Hay hojas que duermen. Cuando llega la noche, cierran sus hojas tímidamente, como entregadas a la oración, y sólo abren sus folíolos a la salida del sol. La zarza, que crece en los vallados; la dormidera o sensitiva, y muchas más, tienen esta propiedad. Se las conoce por su follaje delicado, su sensibilidad exquisita y sus flores en forma de borla o penacho.
+Tal, como las plantas, es el hombre. Aquellas en las hojas y este en el semblante, se dejan conocer, estudiar y clasificar.
+Nuestra fisonomía nos delata; los gestos, las sonrisas, las miradas, hablan más claramente que los labios. Llevamos nuestra historia escrita sobre la frente, y en ella lee quien quiere hacerlo.
+Con hojas cubrieron su desnudez nuestros primeros padres en el edén. Linné creyó que hubiera sido con las gigantescas y brillantes del plátano, y por eso llamó una de las especies —el hartón— musa paradisiaca.
+En las páginas satinadas y amplias de las hojas del chagualo —especie de Clusia— aprendían antaño a escribir las doncellas de estas montañas, y de tales se servían para grabar sus billetes amorosos, pues sus padres, escrupulosos y desconfiados, no les permitían el uso del papel.
+Una planta de nuestros bosques, la Besleria sanguinea, Pers. tiene las hojas manchadas como de gotas rojas. Los labriegos dicen que es sangre del Redentor que cae, como rocío, la noche del Viernes Santo.
+TODOS CONOCÉIS LOS LÍQUENES. Son una familia de plantas del tipo de las talofitas, semejantes a pedazos irregulares de papel, arrugados y sucios, o a manojos de fibras con aspecto de barbas largas y canosas. Generalmente se adhieren a los barrancos, las rocas y los troncos de árboles.
+En 1731, Nadir-Shah, general persa, sitiaba a Herat, ciudad del Afganistán. Las fortalezas parecían inexpugnables y el asedio era cada día más penoso, pues los víveres, al principio escasos, faltaron al cabo. La situación para el jefe sitiador llegó a ser insostenible. Más allá de los campamentos se extendía el desierto arenoso, seco, inmenso, cruel; el cielo era blanquecino con nebulosidades polvorientas hacia el horizonte; la atmósfera, tranquila y calurosa con emanaciones de horno.
+Un día, de repente, sopló un viento vivísimo, una ráfaga prodigiosa. Venía cargado el aire, en cantidad incalculable, de globitos, como pequeñas rosas secas, que fueron amontonándose en el suelo. Esa lluvia singular, que duró varias horas, era de un liquen que los botánicos conocen con el nombre de Lecanora esculenta, Eversm., sustancia conocidamente nutritiva. Los guerreros hambreados dieron gritos de alegría: «Glorificado sea Alah, Señor del universo»; recogieron el misterioso maná y lo devoraron agradecidos como un manjar caído del cielo. Pudieron continuar el sitio, y pronto Herat cayó en poder de Nadir-Shah.
+El thallus de aquella prodigiosa planta no se adhiere al suelo, ni a las arenas, ni a las piedras; se desarrolla en el aire en forma de motas crustáceas, duras en el interior y foliáceas exteriormente.
+¿Cuándo cae este maravilloso pan en aquellas tierras calcinadas e infecundas? No lo sé: probablemente todos los días en las diferentes regiones del desierto. En 1828 cayó en varias comarcas de Persia como un verdadero diluvio; el suelo se cubrió de él hasta una altura de veinte centímetros; los hombres, los camellos, los caballos lo comieron con avidez, hasta saciarse.
+Y así seguirá cayendo, no sólo para nutrir a los habitantes de la parte yerma del planeta, sino para preparar en las comarcas occidentales de Asia el advenimiento de una futura flora que adornará magnífica algún día las riberas de los grandes lagos donde hoy se estrellan las olas contra arenales estériles, y los inmensos pedregales azotados actualmente por vientos inclementes y quemadores, donde la vida no ha hecho aún su estreno de opulenta dominadora.
+¿Cómo podría la naturaleza dejar perecer el tártaro desvalido de la estepa sedienta, o al kirghiz de los resecos arenales, o al persa, o al afgano, o al beluche? Aquella buena madre que le ofrece al pobre agua purísima en los ascidios del Nepenthes distillatoria, Linn.; que le guarda el vino, el azúcar y la sal en los astiles de las palmas; que le prepara leche en los vasos ubérrimos del Galactodendron utilo, Kunth.; que atesora drogas en la corteza o el fruto de mil plantas; la naturaleza, digo, generosa y rica, confía a los vientos del arenal inmenso la comisión de llevar por todos sus ámbitos el pan sustancioso, compañero de la alegría y del amor, para nutrir a todos sus hijos que vagan inciertos de oasis en oasis.
+Pero no creáis que la Lecanora esculenta es el único liquen comestible. La familia es dadivosa. La Cenomyce rangiferina, Ach., abunda en un parénquima feculento, que sirve para la nutrición de los renos en los inhospitalarios campos de Laponia; la Cetraria islandica, Ach., es empleada por los habitantes de los climas fríos del Norte para preparar una harina sustanciosa; la Sticta pulmonacea, Ach., reemplaza, en Siberia, al lúpulo en la fabricación de cerveza… El catálogo completo sería larguísimo.
+Es lamentable que nuestra ignorancia extienda sobre la flora indígena un velo espeso que nos impida conocer sus tesoros. ¡Cuántos dones con que Dios quiere favorecernos permanecen —y permanecerán— ignotos en el fondo oscuro de nuestras selvas, en la soledad tranquila de las montañas!
+Mientras no estudiemos, no nos será posible pasar de seres sin ideales, incipientes, desagradecidos e inútiles.
+¡QUÉ BIEN LO RECUERDO! Era un diminuto jardín de una alegre casita en que viví, hace muchos años. En medio de muros blancos, en cuyas grietas fabricaban redes las arañas, crecían con libertad casi montés, numerosos rosales de aspecto señoril, agobiados de voluptuosos botones, y de remilgadas rosas de coquetas formas y estudiada desnudez; un naranjo rendido por redondas pomas y racimos de albas flores de olor virginal, era como el señor del plantío; por ahí, veíanse claveles encendidos y apasionados; allá azucenas cabizbajas y devotas; bajo las hierbas, violetas simpáticas y humildes… En un rincón se erguía florido un arbusto, propio de nuestras altas montañas, el Berberis glauca, H. B. K.
+Mientras el sol penetraba en rayos tibios y vivificantes por entre el tupido ramaje, sorprendí una mañana tantos secretos, tan singulares historias, que no puedo resistir a la tentación de hacerlos conocer de los lectores de este librito.
+Cada ramo del Berberis —familiarmente, espino de oro— termina en elegantes panojas de flores doradas, verdaderos castillos habitados por seres que yo, hasta entonces, desconocía en absoluto. Por todas partes se alcanzaban a ver, detrás de las hojas, haces de espinas punzantes, que me parecían las lanzas de guerreros aéreos que se escondían en el follaje misterioso. Eran innumerables los aposentos aristocráticos, velados por cortinas de corolas de oro, tejidas por hadas invisibles.
+Esquivando poco su belleza a las miradas profanas —las mías solamente— se veían en las doradas salas hermosas damas guardadas por apuestos caballeros y por gentiles trovadores que dejaban oír, con el estremecimiento de los ramos, canciones aprendidas en lejanos mundos, quizá en las lunas llenas.
+Era de verse cómo los galantes mancebos —llamados estambres, según me lo reveló un insecto amigo, aquella mañana— defendían a las encantadoras doncellas, a quienes dan el nombre amoroso de carpillo. Cuando sienten algún peligro se levantan a un tiempo y, con sus escudos de esmeralda, las protegen y amparan.
+Ese día apareció de repente un gallardo lepidóptero con clámide bordada de rubíes y zafiros. Cometió la indiscreción de acercarse a besar a una hermosa castellana, y entonces los estambres se irguieron altivos, la cubrieron con sus armas, y el atrevido doncel voló corrido y silencioso. Lo mismo sucedió con un esforzado coléoptero, de armadura negra y luciente; parecía ebrio, y lo estaba seguramente; venía golpeándose contra los muros y murmuraba cantares obscenos, con zumbido asqueroso de taberna; era un cucarrón magnate, de los más encopetados de los alrededores. Se lanzó, descomedido y atontado, al salón de una carpillo, pero los caballerosos estambres supieron cumplir con su consigna. Siguió luego la tranquilidad en el castillo, donde sólo se oyeron ya los cantos de trovadores amantes.
+Entre las lecciones que nos dan las flores no son las menos interesantes las de cultura: nos enseñan a respetar y proteger a la mujer.
+Si creéis ahora que este peregrino relato es un sueño mío, os ruego que hagáis personalmente una experiencia muy sencilla. Escoged un espino de oro de flores sencillas y, con un alfiler, tocad delicadamente el pistilo de una de ellas, y veréis seis estambres que se agolpan, como movidos por un resorte, alrededor de aquel órgano floral, y si, más que curioso, sois amante de la naturaleza y os deleitan sus misterios, podréis también sorprender muchos secretos e historias singulares, como lo hice yo cierta mañana en el humilde jardín de mi casita alegre donde viví hace muchos años.
+HAY ANIMALES CIEGOS. ¡CÓMO compadezco a los desdichados que no ven! Amo a Milton, no tanto por su poesía que encanta, como por la densa oscuridad que velaba sus ojos. ¡Pobre bardo de la noche! Cantar al sol y no poderlo mirar; describir escenas primaverales, y no ver las flores y la luz, los pájaros y los nidos…
+Los ojos son la manifestación o exteriorización del alma, de la vida; los que carecen de vista no tienen fisonomía espiritual, parecen muertos.
+Muchísimos animales artrópodos están privados de órganos de la visión, como ciertos coleópteros que viven en lo más hondo de profundas cuevas, y los helmintos, que pasan su vida en las espesas tinieblas de los intestinos humanos. Hay otros animales que sólo tienen un ojo: tales son los monóculos, crustáceos de singular aspecto que moran en las aguas detenidas. Otros tienen dos, como son las especies más elevadas en la clasificación, el hombre entre ellas, si bien en este se descubre en la parte superior del encéfalo un apéndice, llamado glándula pineal, que es considerado por algunos fisiólogos como vestigio de un tercer ojo. Tienen tres de estos órganos la mayor parte de los insectos, y algunos miriápodos poseen veinticuatro.
+Fuera de los ojos ordinarios, tienen muchos exápodos otros compuestos o facetados, de forma hemisferoidal, que equivalen a densas aglomeraciones de ojos sencillos. Semejantes órganos permiten a esos animales la visión panorámica, siendo sorprendente el número de facetas. Se observan 50 en las hormigas, 4.000 en las moscas comunes, más de 12.000 en la libélula, 17.000 en varias mariposas, 25.000 en algunos escarabajos.
+Según el género de vida, es de variada la pupila de los animales; en el hombre es redonda; trasversalmente oval en el caballo y los rumiantes; larga de arriba abajo en el gato y sus congéneres.
+Son muy comunes los animales sin párpados, como la serpiente; el hombre y los mamíferos están provistos de dos; las aves tienen tres, uno de ellos a modo de una banda que se descorre y cierra como una cortina.
+El iris —y por tanto, el color dominante del ojo— es blanco en muchos reptiles; verdoso en el caimán; casi amarillo en la rana; manchado a veces en la serpiente.
+En el hombre varía de color según las razas, el clima y las disposiciones atávicas; es azul en los pueblos del norte y negro en los meridionales; los matices intermediarios, como garzos, verdes, castaños, se observan por todas partes y en sujetos muy diversos.
+Los ojos constituyen, propiamente, la fisonomía humana; en la pupila parece asomarse el alma y, por tanto, en la mirada es en donde podemos hallar caracteres decisivos para conocer moralmente a los hombres.
+Los ojos de los niños son limpios, húmedos y serenos; la pupila resalta sobre una esclerótica nívea, inmaculada, cándida. Cuando el muchacho no es ya inocente, las pupilas pierden su brillo prístino, la mirada es desconfiada, rodea los ojos una zona pálida y amoratada, que les presta una tristeza incierta y muda.
+Los de las mujeres son su principal adorno, y el estudio de ellos, el más difícil que el hombre pudiera emprender, reflejan la luz de infinitos modos y, en general, son brillantes, dominadores, ardientes y capaces de inspirar las pasiones más desastrosas.
+Los ojos del hombre benévolo, cualquiera que sea el color, son tranquilos, de mirada suave, inalterable, que no se deja dominar; los del iracundo son insolentes, extraviados e inquietos; parece que quisieran salirse de la órbita, impulsados por la hiperemia del cerebro.
+La mirada más fea, más odiosa es la del atormentado por la envidia; es indecisa, inquieta y árida; despide centelleos como dardos matadores y negros. Esa mirada es el destello luciferino de una alma oscura y calcinada.
+La más hermosa y dulce es la de la madre que se inclina sobre la cuna de su hijo. ¡Que diálogo más primitivo e ingenuo! Ella le grita o le canta palabras extrañas, que desconoce el diccionario, que ella inventa delirante; él agita las manecitas y los pies, ansioso de volar a los brazos que le llaman. Mientras tanto, la madre le baña con la luz de sus pupilas amorosas como en un torrente de cristalina ternura. Esa mirada tiene resplandores de divina.
+NO TEMÁIS —EN VISTA DEL TÍTULO— que os vaya a tirotear a mansalva con hipótesis o concepciones de filósofos abstraídos y soñadores. Trataré de un hecho biológico muy natural: de la vuelta a la vida después de muerte aparente; el hecho es curioso en demasía y digno de nuestra atención. Además, seré breve.
+Lázaro Spallanzani, naturalista italiano del siglo XVIII, tuvo el capricho, acompañado de buen éxito, de verificar una experiencia inaudita, inverosímil en su tiempo. Un día colocó en un receptáculo de cristal varios animalillos microscópicos, llamados rotíferos, que nadaban con vivacidad en una gota de agua.
+Tales seres son unos artrópodos crustáceos de organización muy sencilla, pero que, a pesar de esto, están provistos de músculos, nervios, glóbulos sanguíneos, etcétera. Su longitud es de 0,2 de milímetro aproximadamente, y viven en los musgos húmedos.
+Spallanzani, en seguida, hizo evaporar el agua en que estaban sumergidos los pequeños crustáceos, y quedaron, al fin, unos corpúsculos, semejantes a polvo finísimo, invisibles a la simple vista, que eran los cadáveres de aquellos animales. El sabio los cubrió cuidadoso y, por mucho tiempo, siguió observando pacientemente sus momias secas, inmóviles, iguales.
+Pasaron algunos años. Otro día, el sabio observador tomó el cristal y vertió sobre los difuntos rotíferos una gota de agua, y cuál sería su sorpresa al ver que aquellos seres muertos se estremecieron en su lecho de cristal, se animaron sensiblemente y empezaron nueva vida acuática en el fondo de la gota. Perplejo y sobresaltado los miraba el naturalista. La resurrección era patente: habían pasado de la muerte a la vida.
+Para descargo de mi conciencia, os aseguro que esto no fue un milagro, por más que Spallanzani se nos muestre con apariencias de un poderoso taumaturgo. El hecho no tiene la más leve afinidad con la vuelta a la vida de la hija de Jairo, o del mancebo de Naím, o de Lázaro el de Betania. En estos casos intervino intencionadamente el Creador con un prodigio sobrenatural para mostrar su poder a las multitudes ignaras e incrédulas; en el otro dejó obrar las fuerzas naturales a que están sometidas las cosas creadas. Ante su suprema voluntad la naturaleza se agita tímida y obedece humilde.
+Esa suspensión de las facultades vitales y luego su continuación más o menos tarde, es uno de los fenómenos más maravillosos e inexplicables de la existencia de los seres orgánicos. Fuera del rotífero experimentan semejante palingenesia varios animales, entre ellos, otro crustáceo llamado tartígrado, y un helminto conocido en la ciencia con la denominación de anguilula.
+Los tartígrados habitan entre el polvo y ciertas vegetaciones criptógamas que se ven sobre las tejas de los techos. Están vivos o muertos, según la humedad o sequedad de los lugares donde moran, y pueden volver a la vida después de una desecación producida a una temperatura de 100° del termómetro centígrado.
+¡Oh! ¡Si así fueran las ilusiones que secó el desengaño!… ¿Con qué pudiéramos empaparlas para que revivieran risueñas y alegres como jugueteaban en nuestros ensueños juveniles?
+Es en vano: las he regado con lágrimas y… permanecen muertas.
+UNA ORUGA LITERATA, ES DECIR, un insecto imperfecto, un gusano. ¡Qué noticia más maravillosa os pudiera yo dar! Hace días encontré en las hojas de un arbusto de mi jardín —el jardín diminuto del castillo de oro— una disertación pintoresca, a guisa de diario, escrita por una mariposa niña, no metamorfoseada aún, y quedé sorprendido ante trabajo tan hermoso pues aparte de su intelectualidad, la dicha oruga era una excelente calígrafa.
+Los caracteres estaban delineados con arte exquisito, pero su interpretación presentaba dificultades desconsoladoras. Nunca había hecho yo estudios de esta clase y, por otra parte, las letras que dibujan los jóvenes lepidópteros son más complicadas y misteriosas que los jeroglíficos egipcios y las inscripciones cuneiformes.
+Transcribo a continuación lo que pude leer, con la natural desconfianza del que pisa por primera vez una senda ignota y ardua; por eso temo que algún erudito del pueblo de los insectos tache de incorrecta mi traducción, que no es sino un ensayo: para hacer una versión correcta se necesitaría el genio atrevido de Champollion o Grotefend. A la simple vista, no se notan en esta clase de documentos sino líneas un poco gruesas, de aspecto serpentino, algo así como el desarrollo taquigráfico de una serie de frases.
+Para estudiarlas con provecho se hace uso de una lente poderosa. Un lepidóptero casero del género Pavonia, vulgarmente bruja, fue mi colaborador; para él mi expresión de gratitud.
+He aquí la versión a nuestra lengua de las enigmáticas memorias de la oruga, en que resaltan el espíritu de observación, una amable sinceridad y una graciosa franqueza.
+«Lunes. —Ayer no más vi la luz por la primera vez y ya me siento fuerte, libre y repleta de esperanzas. Empezaré esta relación con una palabra de gratitud al Creador de todas las cosas, que, así como hizo las estrellas, y dio vida al árbol que me alberga, me trasformará a mí en espléndida mariposa.
+«Martes. —Yo no nací para arrastrarme, como lo hago por necesidad, sobre la corteza de esta planta. Mi destino es volar y brillar con las joyas que me promete como obsequio la madre naturaleza. ¡Qué buena es! Presiento goces que ahora no puedo comprender, pero que llegarán, seguramente, alegres y puros.
+«Miércoles. —Hoy ha estado un animal extraño, uno de los más seriotes que conozco, examinándome con curiosa insistencia y tratando de leer indiscretamente, pero en vano, mis apuntes; también él hace los suyos en una hoja blanca. Me ha parecido muy presuntuoso y feo. Una mariposa, que vino a visitarme, me dijo, con cierto sobresalto, que tal animal es un hombre, y agregó que este nos estima porque nos considera tan versátiles como él. Entiendo que no tiene razón; dicen mis amigas que él es el tipo de la inconstancia y la veleidad.
+«El hombre no tiene alas; no puede volar como lo haré yo un día. Me da lástima verle tan pesado y adherido al suelo como una piedra.
+«Jueves. —No me gusta que me observen. Me he puesto muy seria y estoy un poco triste. No quiero que el hombre contemple con tanta detención este cuerpo mío, que no considero digno de mi alma altiva, libre y dotada de aspiraciones infinitas. Tengo ganas de llorar.
+«Viernes. —Mañana voy a empezar la fabricación de mi capullo. ¡Qué gusto! Pasarán pocas noches y una mañana despertaré como soberbia mariposa; viajaré mucho por los campos de esta linda comarca, olorosos a rosa y a jazmín; me prometo gozar cuanto más pueda en medio de las flores, los perfumes y la luz.
+«El señor hombre decía hoy a un amigo que le acompañaba; Como la oruga, somos nosotros: si al presente nos arrastramos por el suelo, al traspasar el sepulcro —aludía a la crisálida— nos transformaremos en seres superiores, perfectos y por siempre felices. Cómo me pareció hermoso ese pensamiento, pero probablemente no es original del dueño del jardín, a quien considero escaso de entendimiento y de corta imaginación; un coleóptero anciano y con fama de sabio, que suele venir por acá, me aseguró que eso es una imagen muy antigua y conocida. Así tiene que ser.
+«Sábado. —Son estas las últimas líneas que escribo. Mañana tendré la apariencia de un insecto muerto y envuelto en una mortaja de seda; pero dentro de pocos días seré muy bella, quizá el ser más hermoso de este jardín; beberé sol, mucho sol, y, ebria de vida, me lanzaré al cielo en busca de un ser a quien amar y que me ame…».
+Algo más había escrito, pero en caracteres que ya no pude descifrar. Las esperanzas enloquecían a la oruga y entorpecieron su habilidad para el dibujo. Las hojas, habiendo amarillecido, se cayeron en tropel y el viento las llevó muy lejos.
+LA CAMPIÑA SE ESTREMECÍA, sobresaltada y risueña, a los primeros rayos del sol; aromas de flores apenas medio despiertas saturaban el aire tibio; mariposas elegantes giraban al acaso sólo por ostentar su descoco y hermosura; toda la nación de los insectos vagaba rumorosa con apariencias de jolgorio.
+La quebrada saltaba límpida, velada en parte por iris vagos, indecisos en la sombra del boscaje, y en un remanso cristalino despedían reflejos metálicos los peces… no, uno solo, una sabaleta. Era la única linda con su uniforme de plata con franjas rojas sobre su mórbido talle de sirena.
+La naturaleza estaba —me parecía— ansiosa de más sol, excitada y voluptuosa. Quería que el hombre la viera tal como fue creada. Sin embargo, en él entretenía yo mi pensamiento y no en la admiración estudiosa y científica de aquel pequeño mundo que murmuraba por lo bajo preludios de un himno a la belleza eterna.
+Un recuerdo extraño y melancólico se había apoderado de mi cerebro: los peces —me decía— no aman.
+Y, entre tanto, todo es amor en la naturaleza.
+Las mariposas lucen su tenue vestidura, bordada de escamitas de topacio y de zafiro, con la intención de seducir a sus amantes fugaces y soñadores.
+Las flores se acicalan, se perfuman y visten sus indiscretos trajes corolinos, con el fin de atraer a los insectos —casamenteros y curiosos— que llevarán el polen genitor a otras que, no lejos, se agitan en la extremidad de los tallos hojosos y húmedos.
+Los cocuyos encienden en las noches serenas y oscuras sus antorchas animadas para anunciarse a sus hembras que, enamoradas, los esperan entre las cañas de las vegas.
+Las aves cantan, como el poeta, para llorar penas ocultas o decir a sus amadas estrofas de ardorosa ternura.
+El jaguar ruge en la floresta inmensa, porque quiere hacer llegar hasta las cavernas más lejanas su solicitud de macho poderoso.
+Y así todos los seres del mundo orgánico; pero los peces, no. La sabalera, Chalceus rodopterus, A. P. A., de la quebrada, no sentirá jamás las caricias de un dueño; sus encantos se perderán ante la apatía de una aglomeración innumerable de animales que se odian, que se hacen la guerra hambrientos y feroces.
+Un día la hembra abandona su yermo de algas y deja, entristecida, sobre la arena abandonados sus huevos. Poco después un macho, frío y callado, pasa al azar, los fecunda y sigue indiferente, receloso de sus hermanos del agua, que le espían voraces. Los huevos empollarán; nacerán pececillos desdichados, y se desarrollarán en su inclusa acuátil, pero jamás oirán de boca de un viejo pez la historia de sus padres, quienes jamás se conocieron entre sí.
+Sin duda estos vertebrados branquíferos son los entenados de la naturaleza. Por eso, aquella mañana olvidé mariposas y libélulas, eritrinas y eupatorios, me puse a contemplar la sabaleta de virgínea veste y sospeché que estaba triste. Mas no era verdad: se ocupaba en defenderse de unos y atacar a otros; no en asuntos de su imperfecto corazón venoso y frío.
+Estas reflexiones —que escribí enseguida— quisiera dedicarlas a la pobre sabaleta de mi historia. Pero la blanca doncella no se impresionará con ellas; si no la melancolía, la conturba el odio. Aborrece al pescado corpulento, que la persigue con anhelo de caribe; atisba ansiosa al pequeñuelo, también por razones de bucólica.
+Peces, asimismo, somos los hombres, habitantes de un océano de ázoe, oxígeno y argón. El más grande de nuestra especie sólo piensa en engullirse al que le sigue, este al de más allá, y, en indefinida cadena, todos nos odiamos y queremos devorar al más pequeño. Esa serie inmoral de verdugos y víctimas, es la gran vergüenza de la naturaleza.
+Pero amamos… Los peces son consecuentes.
+ES LA SABOYA UNA PEQUEÑA región incrustada entre los nevados de los Alpes, hermosa comarca de espléndidos paisajes y patria de los pobrecillos saboyanos y de las dormilonas marmotas.
+Va a llegar el invierno. Empieza a caer la nieve en copos de purísimos prismas cristalinos; los árboles se despojaron de sus hojas y se proyectan en el fondo blanco de la montaña como esqueletos negros; los vientos silban en las cañadas y en las hendiduras de las rocas; allí se divisa el Mont-Blanc, cobijado por el hielo como un gigante oculto bajo su manto de tristeza.
+Es tiempo de que la marmota prepare su albergue para pasar la estación helada. Dicho animal —Arctomys alpina, de los zoólogos— es un mamífero roedor del tamaño de un conejo pequeño; su color es gris amarillento; los miembros muy cortos, provistos de uñas fuertes y cortantes a propósito para cavar la tierra. Los muchachos saboyanos la domestican y educan por entretenimiento y para exhibirla en los lugares donde es desconocida, como animal curioso, de carácter dulce y tímido, de costumbres románticamente extrañas.
+Cuando empieza a lloviznar nieve, la marmota excava diligentemente una cueva apropiada, especie de sepulcro, donde determina enterrarse, a estilo de eremita hindú. Tapiza el interior con una capa de hierba seca; se encierra tranquila en su agujero y cierra herméticamente la entrada con tierra que había preparado con anticipación. A esa tumba no puede entrar el aire porque pronto la nieve forma una capa espesa. La marmota queda completamente separada del mundo de los vivos. Sigue durmiendo; los rigores del invierno convierten el campo en un vasto cementerio blanco; la muerte es dueña de aquellos valles desolados.
+Pasan meses. Un día se ven llegar de los climas meridionales bandadas de golondrinas y algunas cigüeñas que se detienen en los campanarios de las aldeas. Es la primavera. Vientos tibios soplan vivificantes y los rayos del sol derriten la enorme mortaja que cobijaba los campos. De repente se estremece la puerta que tapó la marmota, y esta aparece sobresaltada pero gloriosa: ha resucitado; abandona su sepulcro y corre a buscar alimento en las partes bajas de la montaña donde ya brotan las yemas nutritivas de los árboles; donde la vida se agita triunfante y generosa.
+No es sólo la marmota: los murciélagos, el topo, el erizo, el castor y muchos otros animales están sometidos a ese largo sueño, en el cual permanecen con los ojos cerrados y en casi completa suspensión de las funciones orgánicas.
+También ciertos santones de la India o pobres —esto significa la palabra árabe faquir— suelen enterrarse y pasar largo tiempo, semanas y aún meses, en un letargo completo, llevando vida de muertos en profundos hoyos, sólo comparables a verdaderas tumbas.
+El hombre y la marmota pertenecen a la misma clase zoológica, la de los mamíferos; y tienen la respiración, la circulación, la digestión análogas. ¿Por qué, pues todos creen en la existencia de los faquires que he llamado de la nieve y dudan de que haya faquires bimanos en la India?
+Aún hay una tercera clase de faquires: los de la ignorancia. Duermen bajo una densa y pesada capa de preocupaciones e insipiencia.
+¿Cuándo llegará la primavera que haga vivir sus almas, que yacen hoy en cubiles callados y negros adonde no penetran el aire y la luz de la verdad?
+SEGÚN LOS GEÓLOGOS, EN CIERTA época de la historia de nuestro planeta —que ellos denominan cuaternaria— el continente americano estuvo vestido de una maravillosa flora, que albergó bajo su espléndido follaje numerosas manadas de una especie de elefante que Jorge Cuvier bautizó con el nombre de mastodonte, Mastodon angustidens, G. Cuv. Ello hace ya buen número de años.
+Os advierto que, tratándose de las edades de la tierra, los señores sabios son derrochadores locos de los millones de años. Como nada les cuestan, los malbaratan con una prodigalidad aterradora. Así, no os alarméis si os dicen que el mastodonte existió hace algunos centenares de miles de siglos, y creedlo si os parece.
+Debió de ser un espectáculo magnífico la marcha lenta y estruendosa de los ejércitos de proboscidios que vagaban, como una tempestad viva, arrollando selvas y devastando praderas desde el cabo de Hornos hasta los confines de las tierras de los esquimales; sus paseos salvajes por las vastísimas pampas llevarían el terror hasta los rincones más agrestes, las cavernas y los nidos.
+Carecemos de noticias sobre las costumbres del mastodonte, porque en aquellos tiempos no existía el hombre actual; pero podemos formarnos una idea de aquel gigantesco cuadrúpedo por los caracteres que hoy exhibe su cercano pariente, el elefante, Elephas indicus, G. Cuv.
+Este simpático servidor del hombre está al presente recluido a las comarcas tropicales, húmedas y ardientes, de Asia y África. Allá tendremos que ir a conocerle y a estudiar su historia.
+Estamos en la India. En sus bosques desiertos moran esos interesantes cuadrúpedos en estado salvaje y libre, y en sus populosas ciudades gimen muchos en el más duro y humillante cautiverio a que el hombre puede someter a aquellos nobles animales en cuyos cuerpos dizque habitan las almas de los grandes príncipes indios.
+No hablaré de sus caracteres anatómicos, de todos conocidos; pero no dejaré de apuntar que hay algunos que no tienen sino un colmillo y se llaman gunesh, mientras que otros, denominados muchna, carecen de ese órgano de defensa.
+El elefante sobresale en el mundo de los animales por su innegable inteligencia, y es, generalmente de buena índole, abnegado y útil; pero suele haber algunos de instintos perversos, coléricos, malvados y de carácter impulsivo, los cuales son conocidos por los indios con el nombre de rogue, quienes les temen y les huyen.
+También es frecuente encontrar en los bosques y en la espesura de los matorrales, otro tipo de elefante de extraño aspecto y hábitos excéntricos: se le llama gundah y es un individuo que vive solitario y taciturno, aborrecido y despreciado, o porque desertó una vez de la manada libre o porque, habiendo sido esclavo del hombre, sintió nostalgia y volvió a los bosques; rechazado por los otros, siente vergüenza y rencor, y acaba su vida en la soledad y el abandono.
+Hay todavía otro personaje proboscidio que llama la atención, y es el mustof, que desempeña en algunos pueblos el oficio odioso de verdugo. El hombre —corruptor y sin escrúpulos— hace de un animal generoso y libre, un esclavo maligno y abyecto que se presta a ser, en las cárceles, el ejecutor de la pena de muerte, cuando aquel quiere asesinar a sus semejantes en nombre de lo que él llama la justicia.
+El elefante es inteligente, como dije arriba: él y su cornac o guía —que los indios llaman mahud— constituyen una sociedad reconocidamente intelectiva. Por eso mismo —por sus dotes de sabio— no simpatiza del todo con nuestras virtudes. Han dicho algunos que dicho cuadrúpedo es tan honesto que sólo en la oscuridad y retiro de los bosques más espesos acaricia a su casta consorte. Es un error, que hay que rectificar, porque la historia natural no se inventa: el pudor no existe en los animales irracionales.
+Si el elefante no se reproduce en el jardín zoológico —lo cual sucede raras veces— no es ciertamente por recato sino por verdadero despecho, como el del siervo que no quiere ser padre de hijos que han de crecer bajo el látigo del amo.
+Bien podéis creerlo: las bestias que viven en la selva o vinieron de ella, obedecen las leyes de la naturaleza con fidelidad y cariño, porque no conocen la malicia humana. En nuestra especie, el pudor procede de la coquetería y el cálculo: la primera mujer se mostró al mundo envuelta en su inocencia original y sin recelo, porque estaba convencida de su soberbia belleza y de sus irresistibles atractivos.
+Al doctor Alfonso Castro
+LA MAÑANA ESTABA HERMOSA. Sobre la ciudad y los campos se cernía como una polvareda de luz en la que nadaban los aromas de los jardines y de las arboledas. Me había desvelado y me levanté triste, meditabundo y turbado por doloroso desconsuelo.
+Mi alma divagaba y se perdía en la noche de lo desconocido: estrella errante, cocuyo solitario en lo sombrío de las tinieblas.
+La inmensidad del espacio me abrumaba; quise concretar mis pensamientos y miré al suelo.
+Sobre una hoja de achira, nítida y suave, brillaba una gota de rocío que, por una ley de la Naturaleza, era perfectamente esférica.
+¡Una gota de agua! Para los poetas podrá ser una lágrima de la bella Aurora; para las flores, preciosa joya o licor suavísimo que alargará sus días de amor; para el labrador, una esperanza; pero para el pensador, un mundo de misterios, un océano de incógnitas ideales.
+Una voz oculta y secreta —yo la oí— se escapó sonora de aquel globito líquido. Si no era la brisa que cuchicheaba entre las hojas y las flores, debió de ser una hada la que infundía voz a la gota de agua. Lo cierto es que esta, con despejo y claridad, hacía su autobiografía ante un auditorio compuesto de decrépitos coleópteros y de una estudiantina de larvas perezosas y dañinas.
+«Fui creada —decía— antes que la luz, y mi cuna se meció en lo más obscuro de caos espantoso. Pasada apenas mi ya olvidada infancia, fui, con millones de millones de compañeras mías, destinada por la gravedad de una guerra cruda y sin tregua contra el Fuego, que, como globo deslumbrador, se deslizaba por las inmensidades del cielo.
+«Horrible fue la lucha. Pasaron a millares los años y los siglos, y se contaban las batallas por las vueltas que daba sobre su eje el ardiente astro que más tarde había de ser la Tierra.
+«En forma de lluvias diluviales asaltábamos en todas direcciones al incandescente enemigo; pero, con una rapidez vertiginosa, éramos rechazadas y, en forma de vapor, volvíamos a nuestro etéreo campamento.
+«Mas, después de tanto combatir, llegó el día de nuestro triunfo. Extendimos nuestro líquido imperio sobre las ya solidificadas y cristalinas huestes, y el pabellón de la gota de agua ondeó sobre las cúspides de granito y de sienita, y quedó humillado el titánico enemigo bajo el peso enorme del Océano.
+«De entonces para acá, pocas veces ha pretendido el Fuego sacudir el yugo, y siempre en vano. Avergonzado y en el colmo del despecho, ha vuelto a su subterránea, plutónica guarida.
+«Los hombres ignoraron mucho tiempo mi composición química y me tuvieron por un elemento; pero Lavoisier, tan sabio como desgraciado, la dio a conocer en 1783. Me llamo Óxido de Hidrógeno y me firmo H20. Mis padres son el Oxígeno, el elemento más esparcido en la Naturaleza, y el Hidrógeno, el más ligero de los gases».
+Al llegar aquí, las larvas hicieron apuntes cuidadosos, quizá para sorprender a sus profesores de química.
+La gota de agua continuó: «La luz blanca del Sol llegó a nosotras, la reflejamos y la descompusimos en los siete colores del espectro, y el iris se mostró como un arco colosal, tiñó de suaves colores las arquerías de la montaña y pintó con dulces tintes los vaporosos tules de las cascadas.
+Vedme ahora desempeñar diversos y sucesivos oficios en el gran laboratorio del mundo. Por efecto del calor, a veces hice parte de un fugaz jirón de niebla; ya de la plateada cima del altísimo nevado, o bien me arrojé turbulenta entre las olas estruendosas del torrente.
+En la clepsidra del foro romano corrí tranquila mientras Cicerón conmovía las multitudes con sus inimitables oraciones. Mezclada con cal carbonatada, agregué una partícula más a la estalactita de la gruta; y después de disolver sal, fósforo, alúmina y cal corrí en forma de lágrima ardiente por las pálidas mejillas de Dido abandonada.
+En esto, un erudito coleóptero empezó a recitar, por lo bajo, aquello de la Eneida:
+Mene fugis? Per ego has lachrymas
+dextramquetuam te.
+(¿Huyes? Por estas lágrimas te ruego,
+Por esta mano tuya que me diste).
+«A veces me vi sofocada en la palpitante caldera de la locomotora y dejé escapar el grito varonil y agudo del progreso; y también, mensajera de desgracia hice parte del granizo que destruyó las ricas esperanzas del pobre labrador.
+«Tales de Mileto dijo que el agua era el principio de las cosas, en oposición…».
+Un estremecimiento repentino de la hoja causado por el inquieto airecillo que retozaba en el jardín, hizo rodar la gota y terminó la interesante conferencia.
+Yo estaba como fuera de este mundo: lelo, sin fuerzas y más turbado que al principio. Así se lo reirían los coleópteros y las larvas: viejos bromistas y estudiantes de la tuna.
+«TALES DE MILETO DIJO QUE el Agua era el principio de las cosas, en oposición…». Así decía una gota de agua, ¿recordáis?
+Y en efecto, en oposición a la creencia da aquel célebre sabio, otro —también insigne— Parménides de Elea, sostenía que el Fuego es el origen de la Tierra y el que la mueve.
+No he oído hablar al Fuego, como oí al Agua; desconozco, por tanto, su historia íntima. Lo que sí sospecho, o más bien creo, es que su voz debe ser terrible, amenazante, furibunda. No quiero oírla.
+La escuchó Ilión, la divina, en los antiguos tiempos; después Roma, mientras Nerón pulsaba su lira insolente; más tarde París y Chicago; últimamente, los campos devastados de Francia y Bélgica. Sólo os puedo decir: la hoguera no bromeaba.
+El Fuego, hijo del noble oxígeno y el etiópico carbono es, en pequeñas cantidades, un útil e inseparable compañero del hombre. Este ha llegado hasta adorarlo como a una divinidad. Testigos de esto son los persas, los griegos, los romanos y los incas.
+¿Dónde y cómo se apoderó el hombre del Fuego? Es difícil saberlo.
+¡Un náufrago! ¿No era esto el hombre cuando fue creado? Vedle que llega empujado por las olas y cobijado por la espuma a las playas de una comarca desierta. Un remo le ayuda a flotar cuando, cansado y triste, arrima a la ribera lamentando su desgracia al son de las ráfagas airadas y los estremecimientos de la resaca, aún más bravía.
+Ya le veis. No necesita, por ahora, de alimentos especiales, pues abundan los mariscos, las aves acuáticas y mil representantes más de una fauna y una flora ricas y generosas. Pero… carece de fuego: le falta lo que más necesita para instalarse debidamente.
+El rayo en las grandes borrascas incendia los árboles y así se proporcionaron Fuego los novelescos Robinson, el de Daniel Defoe, y Godfrey, de Julio Verne. Pero el rayo no se presenta cuando se le necesita o se llama.
+¿Esperará que la fuerte fricción de las ramas de los árboles, unas contra otras, desarrollen suficiente calor para producir una completa combustión? No siempre sucede esto, ni aún en las grandes tempestades.
+No tiene un lente, el cual le produciría Fuego casi instantáneamente. ¿Qué hará? El procedimiento de los salvajes de frotar un madero contra otro, es más que difícil. Se da a la empresa: toma dos trozos de madera, los estriega con fuerza, suda, se desespera: primero arderá él que los pedazos de leña.
+¡Qué situación la de un náufrago! Si tuviera un eslabón: hay tanto cuarzo en la playa arenosa. El pobre hombre, incompetente ante la Naturaleza esquiva, se duerme de cansancio.
+Dejémosle tranquilo: quizá la casualidad le ayude.
+Hay otros modos de encender fuego. Arquímedes quemaba, en Siracusa, las naves romanas con sus espejos ustorios; si en un tubo de vidrio cerrado por uno de sus extremos, se comprime fuertemente con un émbolo un poco de yesca, se incendia; las mercancías y el carbón suelen incendiarse en las bodegas de los buques a causa del calor producido por fermentaciones especiales; el aceite ha llegado a encenderse cuando se vierte en él un ácido muy concentrado. No lo he visto.
+Hay últimamente, una combustión muy discutida por los físicos. Es la que espontáneamente se verifica en los tejidos humanos, en personas ancianas dadas a los licores espirituosos, obesas y engrasadas. Se observa una llama azulosa muy tenue, que el Agua logra sólo excitar y el organismo se consume dejando un poco de carbón.
+¡Misterios caprichosos y propiedades los del Fuego!
+Al doctor Braulio Henao Mejía
+LO QUE VOY A REFERIR OCURRIÓ hace muchos años en un lugar solitario de mi valle nativo. Estaba yo una tarde de verano recostado sobre el suelo cubierto de hierba, bajo un cielo sin mancha y en medio de salvias azules, violetas silvestres y ranúnculos de oro.
+Miraba el ocaso del Sol, que tembloroso, se escondía tras las lejanas cumbres de los Farallones, que se perfilaban en caprichosas y quebradas curvas delante del inmenso y nítido horizonte como líneas trazadas por la mano indócil de un niño.
+El viento soplaba con suave cadencia en esa hora dulce y melancólica que dedica el alma a la contemplación y a los recuerdos.
+De repente —no sé si sería efecto de alguna afección nerviosa o algo parecido— escuché que quedo, muy quedo, una voz casi imperceptible me llamaba por mi nombre. Estremecíme y miré a un lado. Un ramo de ranúnculo, agitado por el céfiro, se mecía rítmicamente cerca de mí y pude percibir claramente la voz suavísima del aire, que se desprendía de entre las amarillas flores de la planta.
+Entretanto, las mariposas coqueteaban y lucían sus trajes variados y galanos, y las libélulas servían de cabalgaduras a las hadas vestidas de amazonas.
+«Soy hermano del Agua —decía el Aire— y nos queremos desde niños como lo exige nuestro parentesco. Siempre juntos nos han visto, ya jugando apacibles en los lagos tranquilos cuya superficie de cristal yo rizaba cariñoso; ora levantando poderosas y temibles olas, espanto de los marineros en nuestros accesos de locura y alegría.
+«Soy una mezcla de oxígeno y ázoe, como lo demostró el ilustre e infortunado Lavoisier; más tarde, las proporciones de tal unión fueron bien conocidas por los químicos Dumas y Boussingault. Mucho he dado qué hacer a los sabios. Hoy Raleigh y Ramsay han probado que soy muy rico en componentes, tales como argón, helio, neón y otros que me guardo de mencionar. No me gusta que me analicen: al fin resultaré una mala persona.
+«Mi papel en el desenvolvimiento sucesivo de la materia ha variado cada instante. Adormecido en el cáliz de los lirios sorprendí los castos amores de los estambres y carpillos, escuché sus misteriosas confidencias y presencié sus éxtasis de dicha que el hombre jamás conocerá.
+«Otras veces he llevado, conmovido, a la palma solitaria que vegeta en el oasis del arenal inmenso el polen fecundador que le enviaba su compañero distante manifestando su ternura con el rumoroso movimiento de las hojas. El árabe entonces me bendijo.
+«En ocasiones, airado y turbulento, llevé el exterminio y la desolación a los campos; destruí las sementeras de los labriegos; rompí los esquifes y las barcas de los pescadores y maté impasible los animales y los hombres. Yo estaba loco: era el huracán.
+«También en el Dahna rugí como una manada de leones vengativos y hambrientos, y levanté montañas de arena sepultando caravanas enteras. Los hijos del desierto exclamaban espantados: ¡es el simún! El árabe esta vez gritó de coraje a su ligero dromedario y me maldijo».
+Suspendió por un momento el aire y entretanto se oía el revoloteo de las mariposas coquetas y el rápido zumbido de las cabalgaduras de las hadas.
+Escuché de nuevo. Eran millones de millones de moléculas de aire que pasaban atropellando, empujándose y hablando todas a un tiempo. Yo dudaba: aquello era probablemente un sueño… ¡pero era verdad!
+El Aire continuó: «No es mi solo placer y el fin de mi existencia retozar en los jardines y arboledas o bramar iracundo en los mares, las selvas y las pampas. También soy útil al hombre.
+«Desde luego, las tres cuartas partes del alimento necesario para su vida animal, las proporciono yo, sin que él tenga más trabajo que aspirar el oxígeno que contengo; la parte restante le cuesta sudor, fatigas y dolores.
+«La mecánica ha empleado mi fuerza portentosa para mover los barcos de vela y los molinos de viento. Los alisios empujaron, por ignorados mares, las naves de ciento veinte aventureros capitaneados por un inspirado navegante, y la América apareció selvática y risueña como una nueva creación. Todavía recuerdo a un valiente caballero que riñó gallardamente con un corpulento molino que él tomaba por un gigante, donde yo soplaba ese día con anhelo furibundo: era de cierto lugar de la Mancha y estaba enamorado de una dama de Toboso.
+«Hasta hace poco no se me había visto sino en estado gaseoso, pero el Hombre me ha transformado en cuerpo líquido; este prodigio se debe a los físicos Cailletet y Pictet.
+«Anaxímenes de Mileto trató de probar en una escuela de la antigua Grecia, que todo nace del aire y vuelve a él; la diferencia entre los sólidos…».
+En eso anochecía y, sorprendido, volví en mí bajo un cielo salpicado de resplandecientes astros y en medio de salvias azules, violetas silvestres y ranúnculos de oro.
+A J. Tobón Quintero
+«ANAXÍMENES DE MILETO trató de probar que todo nace del aire y vuelve a él; la diferencia entre los sólidos…». Así decía el Aire cierta vez mientras mecía las arracachuelas de flores de oro una tarde de verano. Bien lo recuerdo.
+Creo que él pensaba continuar así: la diferencia entre los sólidos y los gases depende de la condensación y dilatación del Aire. Si la condensación es demasiada, se forman las piedras, los metales, etcétera, y así se formó la Tierra.
+Tanto al Agua como al Fuego, lo mismo al Aire que a la Tierra, atribuyeron los antiguos filósofos la portentosa génesis del Universo. Uno de ellos, Empédocles de Agrigento, que creía con los pitagóricos en la suprema perfección y carácter sagrado del número cuatro, dedujo, con «lógica» sorprendente, que los expresados elementos, que él divinizó, fueron la causa primera o el origen de todo lo que existe.
+La historia detallada de la Tierra nunca la oirá el hombre de boca de ella misma. Cuanto a mí, temo su voz asordadora del volcán y me horrorizo al pensar en su respiración entrecortada y estruendosa, presagio siniestro de erupciones y terremotos. Pero si jamás habló la Tierra, dejó al menos escritas las memorias de su infancia en las capas estratificadas de sus formaciones neptúnicas y en los granitos y los pórfidos de su primitiva edad plutónica. Los caracteres de esa escritura misteriosa son los físiles y los bloques erráticos, las lavas y los filones metalíferos. Allí han leído, inspirados por el genio, desde Bernardo Palissy hasta Cuvier, Lyell, Humboldt y Elías de Beaumont; allí pueden leer, cuando quieran, los geólogos.
+La Tierra hija del Sol, de cuyo ardiente seno se desprendió hace centenares de centurias, cae desde entonces y seguirá cayendo en los abismos sin fin del Universo. Primero nebulosa, luego astro de fuego en estado líquido, al presente globo fluído rodeado de una película sólida, y más tarde mundo sin vida, estrella muerta y olvidada, rueda sin descanso en el inmenso cielo.
+Viaje es este que la humana inteligencia apenas puede concebir. Los astros y los siglos se lanzan en vertiginoso vuelo a través de los dos grandes infinitos; el espacio y el tiempo; y, a su paso, las constelaciones se transforman; desaparecen unas en la noche que se queda atrás, nacen otras, como regueros de luz, en las lontananzas que se descubren adelante.
+Y mientras tanto, se escucha en la vibración de las esferas y en los estremecimientos del éter el himno divino de Pitágoras, la música de los mundos, ideal y sublime.
+En las estrellas de Hércules se acrecientan las distancias relativas y aparentes; el trapecio de la Osa Mayor será con el tiempo una gran cruz; el pentágono irregular de Orión tendrá el aspecto de un simple cuadrilátero, Arturo abandona hoy a Bootes, y, veloz como el pensamiento, se encamina a la constelación del sexto signo del zodíaco.
+Nuestro planeta —perdón por el tono didáctico y bruscamente numérico de este párrafo— tiene 12.756 kilómetros de diámetro ecuatorial; 40.070 kilómetros y 376 metros de periferia por la línea equinoccial; 510 millones de kilómetros cuadrados de superficie; 1 billón y 83 mil millones de kilómetros cúbicos de volumen; 5,5 de densidad específica, y pesa 5.875 trillones de toneladas métricas.
+Esa es la Tierra considerada desde el punto de vista matemático. Mirémosla ahora en otro aspecto. Separémonos de ella diez… ciento… mil… diez mil… cien mil leguas. ¿Qué veremos? Un astro luminoso como la Luna con un diámetro cuatro veces mayor que el de esta; con partes muy brillantes y otras obscuras, como manchas: estas son los mares y las primeras los continentes y grandes islas.
+Allá se muestra el Pacífico, salpicado de islas cubiertas de lujosa vegetación, adornadas con paisajes admirables y pobladas por caníbales en su última degradación.
+Aparece en seguida el Asia, extendida entre los hielos boreales y los mares del trópico; la caracterizan sus gigantescas cordilleras, sus estepas despobladas y frías, sus nacionalidades originales cuyo tipo son sus palmeras, elefantes y mezquitas.
+Ya se descubre Europa con sus costas artísticamente recortadas, sus ciudades populosas, sus grandiosos monumentos y sus anhelos de grandeza. Al sur el África, el continente de los negros, de los ríos y lagos misteriosos, de los desiertos de fuego, de los escorpiones, leones y serpientes.
+Por fin, se presenta América reclinada de sur a norte entre los dos océanos glaciales; el fuego se desprende de sus volcanes, de su heroica historia y del desborde de sus democracias inquietas y fogosas.
+Divisamos a Colombia, la hija de la Gloria y madre de la Libertad. ¡Cómo se agranda al acercarnos! Llegamos. Ahí está Medellín: se siente el zumbido del enjambre humano; se percibe el humo de los hogares y las fábricas; se oye el grito del vapor y el estruendo del trabajo que redime y consuela.
+A José Solís Moncada
+PLINIO EL VIEJO ESCRIBIÓ una hermosa frase, que la posteridad conserva con respeto, cuando se expresaba así: «El Sol rechaza la tristeza del cielo y disipa las nubes que obscurecen el corazón humano». Razón tuvieron los aborígenes americanos y otros pueblos primitivos para haber erigido templos más o menos suntuosos, en cuyas aras rendían culto a aquel astro magnífico que da vida a la Naturaleza y nos infunde bienestar y alegría. Tales pueblos desconocían el verdadero Dios.
+¿Qué es, pues, el Sol? Diré algo sobre él, en lenguaje sencillo y claro que pueda instruir algo a los lectores de esta obrita.
+El Sol es una estrella que hace parte del inmenso reguero de astros de fuego de aspecto nebuloso, que llamamos la Vía Láctea. Es el centro de una legión de cuerpos, grandes y pequeños, llamados planetas, a los cuales sostiene en el espacio infinito mediante las leyes de la gravitación; es como un enorme cerebro del cual —como del Zeus saltó Atenas— se han desprendido, en el transcurso de millares de siglos, numerosos astros hijos de la substancia solar. Se llaman: Mercurio, Venus, Tierra, Marte; los rapazuelos nombrados Asteroides cuyo número pasa de 700; Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y quizás otros hoy desconocidos.
+De la familia del Sol son también otros cuerpos celestes que pudiéramos llamar sus nietos. Tales son: la Luna, hija de la Tierra; Dimo y Fobo, que lo son de Marte; Io; Europa, Ganimedes, Calixto y cuatro más, de Júpiter; Mimas, Encélado, Tetis, Dione, Rea, Titán, Temis, Hiperión, Japet y Febe, de Saturno; Ariel, Umbriel, Titania y Oberón, de Urano, y uno sin bautizar, de Neptuno. Los planetas son los hijos del Sol y los satélites sus nietos. La familia constituye una verdadera tribu más de 734 astros.
+El Sol es el patriarca poderoso de esa numerosa familia de astros resplandecientes, opacos en sí pero que él hace brillar; que como una caravana misteriosa viaja por el desierto infinito del Cielo. ¿A dónde se dirige? En los tiempos actuales va en la dirección de una lejana agrupación de soles —tal nos parece— denominada Hércules y la Lira. De allí continuará su marcha por regiones que la imaginación no puede concebir.
+El vivificante astro, padre de nuestro globo, es hoy un poco conocido gracias al telescopio y al análisis espectral. Sabemos que dista de la Tierra 29.600.000 leguas, por término medio, pues tal distancia varía en las diferentes épocas del año a causa de que la órbita que ella recorre no es circular sino elíptica; un telegrama nos vendría desde una oficina solar en poco más de ocho minutos, pero téngase en cuenta que la chispa eléctrica daría ocho veces la vuelta al ecuador terrestre en un segundo.
+Su volumen es enorme, casi inconcebible para el hombre. Me valdré de una comparación: si en el plato de una balanza se pusiera el Sol, habría que colocar en el otro 1.250.000 Tierras para establecer el equilibrio.
+En el Sol hay hierro, níquel, cobre, calcio, sodio, potasio, nitrógeno, etcétera; pero no se encuentra plomo, estaño, mercurio, plata ni oro. Infeliz morada, por cierto, para usureros, avaros y demás adoradores del histórico becerro.
+Sin el Sol, los hombres y sus hermanos irracionales, las plantas, el mundo de lo infinitamente grande y el de lo indefinidamente pequeño, equivaldrían a un imposible; la familia solar —en caso de existir— sería una agrupación de cadáveres que parecerían fantasmas en una noche obscura y sepulcral.
+Con el Sol, el universo se alegra; la vida se enseñorea de los planetas y estos aparecen como hermosos mancebos que entonan el armonioso himno heleno que conmueve las estrellas; el Hombre se vigoriza, se levanta altivo, siente los anhelos supremos de la gloria y las ráfagas sublimes de la inspiración.
+Por eso Plinio, bañándose en los rayos de un sol primaveral, enunció este primoroso concepto: Cæli tristiliam discutit Sol, et humani nubila animi serenat.
+FEBRERO 3 DE 1916. EL CIELO ha estado, hace ya varios días, brumoso y melancólico; inmóviles y persistentes cirrus-estratus han encapotado la tierra y dado aspecto de tristeza a nuestras auroras tropicales; las lluvias han sido abundantes, incómodas, monótonas.
+Sin embargo, necesitamos hoy o, más bien, necesita Medellín, un día claro y brillante, lo más diáfano y azul que sea posible. El solemne acontecimiento celeste que aguardamos no volverá a repetirse en muchos años; cuando una generación futura contemple, desde este valle, un eclipse total de Sol, ya nuestros nombres serán desconocidos por los que nos sucedan en el ciego rodar de los siglos.
+El día ha empezado sonriente y sereno; parece que esperara algo grandioso; que presintiera escenas insólitas, terribles.
+Medellín se ha derramado por calles y caminos como una inundación, incontenible. Ahora cubre ya las lomas y colinas de los contornos, y se desborda por sobre las torres, las azoteas y las techumbres de las casas.
+De esa turba humana hago parte. Quiero también observar como uno de tantos; pero modestamente, sin prejuicios y ajeno a lo que digan libros y revistas. No son estas líneas un estudio científico —de tanto no soy capaz— sino una nota que me recuerde hechos e impresiones.
+Una franca alegría rebosa en los semblantes; la curiosidad preocupa a la multitud ávida de emociones fuertes.
+Son las 9 y 4 minutos de la mañana. El globo solar, esplendoroso y cálido, empieza a perder parte de su geométrica redondez por la interposición de la pequeña Selene, la bailarina pálida, venida de los hondos senos del espacio. La temperatura es de 22 °C a la sombra: eso acusa mi termómetro.
+El espectáculo se va desarrollando lenta, grave y silenciosamente. No hay manifestaciones aparatosas ni trastornos de las leyes de la mecánica celeste. Es el drama sencillo de la ocultación del abuelo Helios en el teatro inmenso de los cielos sin decoraciones ni tramoyas.
+Poco después de las 10, el paisaje comienza a experimentar alteraciones extrañas e imponentes. Los montes orientales se visten de sombras vagas que, poco a poco, se van ennegreciendo; el cielo y la tierra visibles, se cubren de una tristeza misteriosa que produce en mi ánimo no sé si temor o admiración; la luz, reflejada en los muros de las casas, en el follaje de los árboles, en la alfombra verde de los prados, es como la de una lámpara sepulcral. La hija, la Tierra, asiste a la desaparición momentánea de su radioso padre, conmovida, silenciosa y triste.
+Próximamente a las 10 y 30 minutos, un delgado arco de fuego —lo que llaman falce los astrónomos— es cuanto queda del esplendoroso astro del día.
+De repente, a las 10 y 31 minutos, el Sol deja de verse; en su lugar aparece un círculo obscuro que lo oculta; un resplandor maravilloso rodea instantáneamente aquella placa colosal. La obscuridad es la de una noche medianamente clara; no es completa, como se dice en descripciones fantásticas y engañosas relativas a otros eclipses totales.
+Siéntese un brusco cambio en la Naturaleza, tan rápido e intenso que las multitudes permanecen en obligado silencio, como abrumadas de estupor. La temperatura baja a 17 °C: sobre un pedazo de vidrio colocado en la hierba, se condensa abundantemente el rocío de esta noche excepcional. Los gallinazos abandonan la parte alta y se refugian, allá abajo, en las arboledas que les sirven de asilo nocturno. La Mimosa pudica cierra místicamente sus hojas delicadas, y la Mirabilis jalapa abre con modestia sus rosadas flores. Los gallos cantan, anunciando un próximo amanecer.
+No veo ni estrellas, ni planetas: tampoco la gloria y otros atavíos ópticos que describen, con lujo de erudición y galanura, los libros astronómicos. Nada pierde con ello mi entusiasmo: es tan sublime el espectáculo, la acción divina tan acabada, que no necesita de los pobres adornos de nuestra imaginación débil y pobre.
+Inesperadamente, salta un torrente de luz, un chorro de fuego como si se hubiera hecho un agujero en la placa negra que oculta el Sol. Vuelve el mundo a la vida ordinaria y normal. Son las diez y treinta y tres minutos.
+El eclipse continúa; las mismas peripecias del principio se desarrollan ahora en orden invertido, hasta terminarse a las doce y seis minutos.
+¡Cómo olvidar jamás este día memorable! ¡Me siento satisfecho, alegre y más amante que siempre de la gran Naturaleza! ¡Fue una lección de amor a Dios dada desde las alturas del Cielo!
+ESTE VIAJE ES, EN VERDAD, inverosímil y extravagante; pero tengo la debilidad de creer a los insectos y otros animalillos de la laya y desconfiar un poco de los animales de mi especie.
+Hace algunos días contraje relaciones muy cordiales con un taciturno lepidóptero, el Erebus strix, al que fui presentado por mi viejo amigo Pavonia a quien los rapaces irrespetuosos y las muchachuelas callejeras denominaban «Bruja».
+Erebus es considerado por la inmensa nación de los insectos como un prodigioso mago o sabio meditabundo y agorero, con sus ribetes de romántico, en mi concepto.
+Prueba de ello es que una tarde un poco obscura, en el último interlunio, se posó en mi escritorio sobre un viejo libraco de entomología, y muy quedito —sólo yo le oí— me dijo: «me voy para la Luna, a la que amo porque es amiga de mi raza taciturna y noctívaga; quiero conocerla de cerca». Yo, sorprendido, apenas pude contestarle: «Feliz viaje, recuerdos a los selenitas y que vuelvas pronto».
+Salió por la ventana produciendo un ruido sordo, casi imperceptible, con sus enormes alas. Se me olvidaba decir que Erebus es una mariposa seminocturna, la más corpulenta entre las de nuestra Fauna pues suele tener hasta 30 centímetros de anchura, con las alas abiertas; es el duende de los crepúsculos de Medellín. Las personas ignorantes y supersticiosas le aborrecen y le temen, sin fundamento alguno pues es un insecto inocente y bondadoso.
+No digo que me olvidé del aventurero lepidóptero, pero sospeché que hubiera muerto pues en varios días no me visitó, como de costumbre, y la vida de estos insectos es muy corta, según estadísticas fidedignas; por lo demás, nunca creí en aquel viaje de exploración lunar, aunque no dudaba de la intrepidez de mi amigo.
+Era una noche hermosa de verano. La Luna estaba en su primer cuarto y su luz bañaba el Valle del Aburrá, dándole al paisaje tonos de honda tristeza y suave melancolía. Inesperadamente, aleteó cerca de mí, casi en mi cara, un volátil que pensé fuera una lechuza El atrevido visitante a mi estudio era el heroico Erebus strix vuelto ya de su audaz y misteriosa correría. Así me lo hizo saber, sin rodeos, y tuve la debilidad de creerle pues estaba él tembloroso y emocionado.
+De la relación e impresiones de su viaje, un tanto largos para transcribirlos íntegros en estos apuntes, entresaco lo más interesante.
+«No puedes figurarte —me decía— la fría tristeza y el mortal desconsuelo que se siente al llegar a aquel pequeño mundo. Allá el silencio es eterno; aunque se derrumbase Tycho, que es una de las mayores montañas de aquel suelo volcánico y escarpado, nada se oiría porque no hay atmósfera. Le di varias vueltas al satélite y vi en el hemisferio opuesto al que es visible de la Tierra, cosas sorprendentes que jamás conocerán los astrónomos. Hay allí ciertas figurillas que me parecieron hombres o más bien monos. Hablan, pero no pude hacerme entender de ellos. La existencia de esos hombrecitos no es extraña porque en esa región quedan restos de la atmósfera que envolvió a la Luna.
+«Este astro no es esférico; se asemeja a un huevo cuyo diámetro mayor está dirigido hacia la Tierra. No hay agua, y por consiguiente el nombre de mares que se da a las manchas obscuras que se dibujan en su disco, es impropio y disparatado: son llanuras. Las montañas son tan elevadas que, relativamente al tamaño de los dos astros, son superiores a nuestro gigantesco Himalaya.
+«No me entendieron tu saludo. Quise tomar una copa a tu salud, pero no hallé flores que, como sabes, son las ánforas que guardan el dulce licor de nuestros festines, el nor nutritivo y excitante.
+«En fin, me entristecí hasta el aburrimiento y por las vastas soledades del éter, que un sabio cualquiera llama almo, me volví presuroso. La Luna es un cadáver cuya fosa es la inmensidad, cuyo corazón dejó de palpitar hace millones de años. No aseguro que este satélite esté inhabitado; puede que lo esté, pues, cuando se mira la Tierra de grandes alturas, parece un mundo muerto donde dominan el silencio y la inercia. Algún día los hombres tendrán mejores noticias de esa pequeña Tierra perdida en el espacio… ¡Adiós!».
+Calló. Poco después desaparecía como nadando en los rayos de la Luna que estaba, bien lo recuerdo, en su primera cuadratura. No he vuelto a ver el amable lepidóptero, descubridor de mundos.
+LAS ESTRELLAS SON ASTROS semejantes al Sol o, más bien, verdaderos soles situados a pasmosas distancias. Los cálculos matemáticos, sólo han podido apreciar la lejanía de unas pocas. Hoy se sabe que la luz —viajera que recorre 60.000 leguas colombianas en un segundo— gasta 3 años y 8 meses para llegar a la Tierra desde Alfa de Centauro que es la estrella más cercana, de Vega viene en 21 años próximamente; de Sirio en 22, de Arcturo, en 26, de la Polar en 50; de Capela en 72 años. Según cálculos novísimos del astrónomo inglés Walkey la luz de Canope no nos llega sino al cabo de 489 años; este astro es 2.420.000 veces más voluminoso que el Sol y es el centro del universo sideral.
+Las distancias estelares expresadas por la velocidad de la luz son tan poco comprensibles a nuestra escasa inteligencia como las indicadas por leguas. Sirio, la más hermosa y brillante estrella de nuestro cielo dista de la Tierra 41.739.000.000.000 de leguas.
+Da como miedo fijarnos en guarismos semejantes, casi ilegibles y que insinúan magnitudes que sorprenden e intranquilizan.
+Con frecuencia, observan los astrónomos estrellas nuevas, nunca vistas en el campo del telescopio. ¿Serán creaciones modernas, manifestaciones del eterno poder siempre fecundo de Dios? No: dicen los sabios. Esos astros eran invisibles porque su luz no había alcanzado —quizá en millones de años— a llegar a la Tierra. Esto es admirable. Pero ¡cómo empequeñece al hombre!
+No olvidemos otro prodigio de la luz. Es sabido de todos que este poderoso agente es el que nos hace ver los cuerpos al reflejarse en su superficie: una flor es invisible en un aposento obscuro, pero enciéndase una lámpara y se verá aquella con toda su belleza y frescura. Este fenómeno óptico ofrece un hermoso tema al estudio del nombre contemplativo.
+Como ya dije, los rayos luminosos que emite la soberana Sirio nos llegan en 22 años. Podría haberse apagado hace mucho tiempo aquel espléndido foco de luz y calor y, sin embargo, estar todavía centelleando en el firmamento.
+Si la estrella arroja luz, y por eso la vemos, la Tierra, luminosa también por reflejar la del Sol, envía sus rayos pálidos hacia los demás astros. Imaginemos un hombre prodigioso, de 22 años, dotado de un poder visual en grado supremo, casi infinito, y que se trasladase instantáneamente a Sirio. ¿Qué vería? Vería sus campos nativos como el día en que nació, las alegres escenas de familia, un niño que, acabado de nacer, era la alegría de sus padres. Y ese niño es él mismo. En el Universo nada se pierde, todos los acontecimientos y paisajes están fotografiados en el espacio y son perceptibles para siempre.
+Este pequeño mundo que nos tocó en suerte, para servirnos de posada algunos años, fue una estrellita que apagó el tiempo, pero de la misma alcurnia de las estrellas que hoy nos deslumbran.
+¿No son estas especulaciones astronómicas altamente interesantes y supremamente bellas? Lo son en tal grado que ellas solas dignifican al Hombre aunque pequeño, y lo elevan hasta no ver ya el Homo sapiens de la manada de mamíferos que se ha hecho notar por sus vulgaridades y por estar dominado por instintos de bestia.
+La imaginación de los hombres se ha preocupado con las Estrellas. Lo comprueban los fantásticos símiles populares. Para algunos, aquellos astros son claros de oro o juegos de pedrería preciosa que esmaltan la bóveda del firmamento; para otros, semejan antorchas suspendidas del palio celeste; los poetas las consideran como flores del jardín en un mundo ideal, o como hermosas mujeres que dirigen a la tierra sus miradas curiosas y ardientes desde las alturas del Empíreo.
+Me parece descubrir en esto un gran tesoro de poesía, de la poesía que aletea bajo los cráneos de los enamorados de lo bello.
+A Baltasar Uribe Ruiz
+LA FAMILIA SOLAR ME ES INTERESANTE, pues, jamás el hombre estudioso debe olvidar que nuestro cuerpo tiene origen cósmico; que el organismo humano debe su existencia a la Tierra, y esta buena madre procede del Sol.
+Las partículas que componen los tejidos de mi cuerpo —tejidos epitelial, conjuntivo, muscular, óseo, cartilaginoso y nervioso— estuvieron, hace unos cuantos millones de años, en la masa misma del astro poderoso que ahora nos vivifica y alumbra.
+La familia solar está constituida así; el Sol, buen viejo, generoso, consagrado con verdadero amor a sus deberes paternales; los planetas, en gran número, son propiamente los hijos del padre Sol, quien los mima, los columpia en los abismos del cielo y retoza con ellos; los Satélites, hijos de los planetas, rapazuelos luminosos y benignos, queridos del Sol, quien sabe —como Victor Hugo— «el arte de ser abuelo»; y los Cometas, hermanos de los planetas, solterones, rebeldes, amigos del jolgorio, la estética y la vida errabunda.
+¡Oh Cometas, calaveras del cielo, bohemios barbudos del infinito! ¡Cómo corréis, aventureros, por las calladas y obscuras avenidas del espacio, y deliráis estrafalarios y elocuentes en las tabernas y castillos de la ciudad gloriosa de lo Desconocido!
+Magos de ignoradas leyendas que sólo interpretan los astros que os encuentran en las vastas soledades etéreas, yo os envidio, porque me parecéis muy felices y yo no lo soy.
+Amigos, Cometas, que tenéis la dicha de no comer, ni beber y os nutrís del fulgor de vuestro padre y de la temblante luz de las Estrellas, os conozco un poco. No me miréis con desdén de bardos guedejudos. Porque os amo, quiero que sepáis que en esta mi patria terráquea no se os quiere bien: no se os teme como a insignes vagabundos que soléis traer acá desgracias sin número, tales como hambre, pestes y guerras; que sois unos agoreros, a modo de búhos fulgurantes y grandiosos. Yo os he defendido, pues la opinión de mis paisanos es hija de la ignorancia y la superstición; sois apuestos mancebos del mundo sideral que sabéis, en las sublimes noches, tañer la vihuela de Pitágoras y recitar versos en idiomas ignotos.
+Hay cometas que abandonan sus viviendas celestes, viajan atrevidos y reaparecen al cabo de un período de tiempo más o menos largo; otros se marchan lejos, se comprometen en aventuras increíbles y fantásticas, pero, al fin, como el famoso Hijo Pródigo, vuelven a sentarse cerca al hogar que abandonaron, es decir, al lado del Sol; pero muchos son caballeros andantes, que se van por los caminos de una Mancha celeste a «enderezar tuertos y desfacer agravios», y no vuelven, jamás volverán, porque están hechizados por princesas, magas o brujas, que los atraen y se los llevan lejos, muy lejos.
+Uno de estos astros bohemios vimos desde aquí hace pocos años (1910), y se llamaba de Halley. Era un arrogante mancebo de rostro luminoso como una estrella trasnochada y enfermiza; tenía barba de monje descuidado y holgazán, y llevaba sobre su frente un penacho luminoso de millones de leguas de longitud.
+Era y será aún, un viajero artista amigo de las emociones vertiginosas y horrendas; un turista original y caprichoso encariñado con lo inexplicable y bello. Halley, como el Judío Errante, ha pasado a la vista de la Tierra y dejado constancia científica de ello, en 1531, 1607, 1682, 1759, 1835 y 1910, es decir, cada 76 años próximamente. Aguardemos ansiosos y tranquilos, la próxima aparición: será en 1986.
+Dije arriba que no creo que los Cometas anuncien o traigan consigo desgracia alguna al pobre Planeta que habitamos. Pero me vuelvo atrás: el día de mi nacimiento brillaba fulgurante uno de esos hijos del Sol, el llamado de Donati, y quizá las vibraciones de su luz estremecieron mi cuna y envenenaron la corta herencia de felicidad que me correspondía como nieto del Sol.
+Mi tío, el cabelludo, me aojó siniestramente: no me queda duda.
+A Ricardo Zapata Álvarez
+EL VIEJO HADES, O PLUTÓN COMO le llamaban los romanos, hermano de Zeus, hacía millones de años que dormía en su encantada cripta subterránea en un lecho de ébano rodeado de cipreses, narcisos, adiantos y otras plantas cuyo recuerdo se va de mi memoria, porque esto me lo contó hace ya mucho tiempo una lechuza vieja amiga mía, que sobrevivió, como por milagro, después de terribles cataclismos ocurridos en épocas ya muy lejanas.
+Un día el airado hijo de Kronos sacudió su sueño soporoso y profundo, roncó soberbio, encorvó su dorso de piedra y se levantó potente. De su casco de hierro forjado por los Cíclopes se desprendía un penacho de humo negro, y por sus flancos corrían torrentes de lavas volcánicas.
+Esta tierra antioqueña —antes amena y surcada por arroyos de sereno curso— se arrugó entonces como el cobertor de un titán que se levanta de su lecho. Alzáronse el Paramillo, Romeral, San Miguel, los Parados, Las Palomas; abajáronse los valles e instaláronse los ríos, que siguieron corriendo limpios, algunos tranquilos, los más alborotados y ruidosos. El Nibitá —hoy Guadalupe— se lanzó desesperado a un abismo; le imitaron el Sonsón, el Aures y numerosos torrentes que corren por los breñales de los Andes.
+Quedó así formada Antioquia. El hermano de Zeus se sintió satisfecho: poco le importaban el suicidio de los ríos, las grietas de las rocas, que llenó con oro, y las convulsiones de las montañas.
+Hasta aquí la parte trágica que me refirió la lechuza, lenguaraz e hiperbólica.
+Estas montañas hoy son el asilo de un pueblo que labora intrépido a pesar de las inclemencias atmosféricas y de la esterilidad de casi toda la comarca; que arranca a los filones de su duro suelo el oro fortalecedor; que derriba las selvas y construye aldeas que mañana serán ciudades. Los antioqueños son descendientes de colonos vascos que trajeron a nuestras montañas la fe y la energía características de su raza.
+El hijo de la Montaña fue, y aún es, minero: hoy se da con más confianza a la agricultura. Pero más que en las entrañas de los montes plutónicos, el oro está en el carácter altivo y emprendedor de los hombres, en la virtud y belleza de las mujeres, en el valor de los ciudadanos, consciente e interesado; en el amor al trabajo que induce a los montañeses a llenar los valles y los montes de cortijos donde se enseñorea la esperanza de mejores días.
+Y si no, ved como sube al cielo el airón del humo de los hogares rústicos donde trabajan los hombres, sonríen las mujeres y juegan los niños. El alma de Antioquia es el hogar, caliente de afectos y perfumado con aromas de montaña. Un jardinillo, fresco y limpio, rodea todas las casas o las engalana en la parte fronteriza; allí hay rosas, azaleas, azucenas, claveles y todos los representantes de esa flora doméstica que alegra el ánimo y es antídoto de las pasiones vulgares o malsanas.
+En una casita de la Montaña es desconocida la tristeza: gritan la alegría y el amor a la vida; doman y labran el terreno los hombres; oran y trabajan las mujeres; aman y cantan las muchachas.
+No me ciega el amor al terruño nativo. Cuando veo esas cabañas montesinas como suspendidas de las rocas o enclavadas en las cornisas de las faldas y recuerdo que allí reinan la felicidad, el orden y el trabajo, no puedo menos de bendecir este gran pueblo y gloriarme de ser antioqueño. Angulus ridet.
+EL MAR ES HERMOSO, TERRIBLE, sublime… Mala serie ascendente de adjetivos, en verdad. Pero ¿qué podría decir yo, que no conozco ese hermoso espectáculo inspirador de poesía y admiración al Creador del Universo? El no haberlo visto será una de las mortificacioncillas que llevaré en mi cholla de viajero impotente, al despedirme de este amable Planeta, que tan mal ha recibido mi visita de huésped obligado.
+Y eso que no le quedo a deber nada: le he pagado con todos mis haberes del corazón, con todos los recursos de mi alma. El cambio de posada tiene atractivos infinitos para mí.
+El mar seduce, me parece. Atrae con sus corrientes, marejadas, resacas, fosforescencia, tempestades; con todo lo que los marinos apasionadamente aman. Pero como no he navegado ni aún en el «lago del Bosque de la Independencia» desconozco esos atractivos imponentes y fascinadores.
+Si estas líneas fueran un capítulo de un texto de geografía, me bastaría copiar algún erudito y disimulado autor que tampoco conoce el mar. Pero hoy estoy de mala gana para plagiar a plagiarios.
+Me voy a viajar con la fantasía por aquellas mansiones líquidas, donde habrá cuanto se quiera, pero no hombres. ¡Qué gusto! Si me mastica entre sus muelas un cocodrilo, aunque sea el mismísimo Behemot, siquiera podré decir: no lo hizo mi dentudo hermano el Hombre; si me traga el pez de Jonás, o algún pariente suyo, quedo muy contento porque no debo mi desgracia a algún usurero bimano, de garras envenenadas con inteligencia y libre albedrío los más letales de todos los tóxicos.
+Vamos, amigos, al mar en alas de la imaginación. ¿Por qué hallamos saladas sus aguas? Hay varias hipótesis. Piensan algunos que es debido a innumerables y ricas minas de sal que hay en su fondo; otros lo atribuyen a erupciones de volcanes que a tiempo en que se consolidaba la corteza terrestre, arrojaban, —como hay varios, entre ellos el Puracé— enormes cantidades de cloruros que al caer en el océano obraban física y químicamente sobre las aguas. Calculan que dicho volcán vierte diariamente en la atmósfera 30.000 kilogramos de ácido clorhídrico.
+La vida, tanto vegetal como animal, empezó a desarrollarse en el mar; este fue —y puede decirse que es— el gran laboratorio biológico de la Naturaleza. El plasma o parte líquida de la sangre, con la linfa, es poco menos que idéntico a la composición del agua marina en los tiempos antiguos, y hoy los vertebrados que han conservado este plasma, muestran un exceso sorprendente de vitalidad.
+Los secretos más interesantes de la fauna y flora marinas tienen en el día especial atractivo, y hasta se ha creado una nueva ciencia, la Oceanografía. En Mónaco existe hoy un hermoso palacio donde se están acumulando las antes desconocidas riquezas importantes que produce la conquista del océano.
+La flora, que se creía insignificante, forma hoy como un nuevo mundo de plantas maravillosas que constituyen inmensas selvas en los valles y montañas submarinos. Casi todos esos vegetales son del tipo de las tolofitas, que es muy pobre de especies en las islas y los continentes. El Colón de este mundo marítimo es el teniente Maury, de la marina americana, que fue quien presintió la riqueza biológica del mar.
+Cuando Jenofonte y sus «diez mil» compañeros divisaron el Ponto Euxino, después de su célebre retirada, exclamaron alegremente: «¡Talhassaa! ¡Talhassaa!». Así el montañés, que desciende de las crestas de sus cordilleras, gritará al percibir el océano, en el colmo del júbilo: «¡El Mar! ¡El Mar!».
+A mi hijo Lorenzo
+LAS AGUAS TRANQUILAS DEL RÍO empiezan a reflejar la primera luz de la mañana y su superficie, que se estremece ligeramente, se riza primero, se desenvuelve enseguida y luego se pule como un espejo. Al frente se ven los delineamientos caprichosos de los perfiles de altas sierras, y en la ribera opuesta palmares inmensos y bosques de árboles colosales, cobijado todo por una capa de nieblas sonrosadas y quietas. Los caimanes sacan a flor de agua sus enormes cabezas; los peces dejan percibir sus cuerpos brillantes a través de las ondas transparentes; las garzas, posadas en la playa, parecen centinelas mudos de la soledad.
+Acá, no lejos de una canoa atada a un tronco y recostado en el suelo bajo el follaje de un árbol, está el naturalista, abstraído en la contemplación del solemne paisaje.
+¿Qué es lo que alcanza a divisar arriba, muy arriba, en un recodo del río? Aunque está claro a su alrededor, los objetos lejanos parecen envueltos en una sombra vaga que los indetermina y confunde. ¿Será una embarcación? Es demasiado grande, pero se mueve, no hay duda. Va a salir el sol; las sombras se desvanecen; la superficie del agua parece incendiarse, los misterios del crepúsculo huyen.
+Es una isla, una verdadera isla flotante; una tierra nueva de hermosa vegetación que se acerca. El naturalista se dispone a tomar posesión del florido mundo que acaba de descubrir; sube a la canoa, suelta la amarra, navega algunos metros y, al pasar majestuosamente la acuátil tierra, salta a ella. Esta se mueve con tal lentitud que parece estacionaria. Viene de regiones ignoradas y va en busca del mar, que quizá la aniquile con su despiadado oleaje.
+La isla parece una gigantesca canasta de flores y follaje donde se alberga la alegría de la naturaleza. El sabio va a estudiarla. Acompañémosle. Las islas flotantes son un poco comunes en los lagos, los pantanos y los ríos. Las del Mississippi, están descritas poéticamente por Chateaubriand en el prólogo de Atala; de las del lago Taguatagua, en Chile, trata Carlos Darwin en el capítulo XII de Mi viaje alrededor del mundo; otros autores mencionan las del lago Chelco, en México y muchas más.
+La nuestra tiene la forma irregular de una hoja de begonia, con 200 metros de longitud y 75 de anchura. El colonizador naturalista le da el nombre pintoresco de La Peregrina, y se propone estudiarla científicamente, tal como J. J. Rousseau en la isla de Saint Pierre, en el lago de Bienne en Suiza.
+Empecemos por su estudio geológico. Se hace una excavación. La isla está formada por un bosque de robustos árboles cuyas raíces, entrelazadas fuertemente, aprisionan entre sus mallas piedras, arcilla, légamo y humus, los cuales han llegado a consolidarse suficientemente hasta poder resistir la acción de las aguas. Nuestro sabio queda satisfecho de esta explicación que él llama una «verdad científica».
+Y sigamos con la historia natural, no dando preferencia ni a la flora ni a la fauna, para evitar monotonía en esta relación. Sólo hay en la selva insular tres mamíferos, característicos de los climas cálidos: un cuadrumano que los montañeses apellidan zambo, o sea el Ateles paniscus de los zoólogos; es de color negro puro; un zorro o Canis azarae, algo parecido a un perro negro y el Dicotyles labiatus, cuadrúpedo con aspecto de cerdo, vulgarmente saíno o cafuche.
+Entre los árboles, llaman la atención unas Albizzia corpulentas y de ramas extendidas, de las cuales cuelgan sus nidos hábilmente tejidos, unos pájaros de la familia de los estúrnidos, que solemos llamar gulumgos, Cassicus cristatus. Otras especies vegetales son: el milpesos, Hura crepitans, de frutos artísticamente conformados y que estallan en su madurez; el coco de mono o Lecythis ollaria, modelo que dio la naturaleza para las ollas de barro de las chozas de las montañas; y algunos ejemplares de Peressia aculeata, de aspecto extraño y original, planta conocida con el nombre de rungumá.
+Pocas aves viven bajo el boscaje de la isla. Algunas guacamayas de vestido rojo (Ara militaris) como soldados de la selva; un carpintero o Campephilus malherbii, que taladra con su pico acerado los árboles añosos en busca de orugas y una pareja de pájaros que llaman soledad, Trogon virides, de plumaje espléndido una de las bellezas de la nación alada.
+Fuera de su pequeña agrupación de cocoteros y de las especies vegetales arriba mencionadas, el resto de la flora consiste en unas cuantas malváceas, arborescentes las más, a las cuales trepan numerosas enredaderas, que visten los troncos y los engalanan con sus flores blancas, amarillas, rosadas, rojas y azules, dando al conjunto un aspecto sorprendente. El naturalista toma nota de sus observaciones, especialmente botánicas, en un cuadernito que lleva consigo, y da por terminados sus estudios. Escribirá una obra sobre las plantas de la isla, la cual llevará el nombre de Flora peregrininsularis.
+Y allá va la isla, moviéndose con majestad y donaire entre las augustas selvas de las riberas. En ella va nuestro sabio, resuelto a seguir la suerte de su pequeño mundo, y su alma soñadora se recrea al recordar que la vio por primera vez esta mañana cuando contemplaba el soberbio paisaje del gran río, recostado en el suelo bajo el follaje de un árbol.
+A don J. M. Trespalacios
+LOS ZOÓLOGOS CLASIFICAN EL sapo de nuestras lagunas así: tipo de los vertebrados, clase de los batracios, orden de los anuros, familia de los ránidos, género y especie Bufo typhonius, de Linné.
+El sapo es un animal que no debemos desdeñar, como lo hacen los lechuginos y damiselas, que no saben sino hablar por hablar. Desgraciadamente, la naturaleza se portó un poco mal con él. Ella, que dio brillantes colores y figura esbelta a los pájaros y a las mariposas, que engalanó sin asomos de cicatería a las flores y las hizo amables y simpáticas, dotó de vil presencia al pobre anfibio, le hizo feo, —¡y lo decimos los hombres!—, atontado —¡y lo dicen las mujeres!— repugnante —¡y lo dice el género humano!— y hasta cierto punto despreciable. Hoy carga con el odio de los ignorantes y la malquerencia de todos. En esto se parece el batracio al hombre bueno.
+La historia natural del Bufo typhonius es muy interesante. Vamos a verla. No le describo porque de todos es conocido y nadie se confundirá con otra especie animal. Es amigo del agua, pero generalmente no vive en ella sino en la época de la reproducción. La aproximación de los sexos se verifica como en los peces. El macho no requiebra a su hembra sino para extraer —con delicadeza y cortesía batracias— los huevos que, en forma de rosario, pone la última en las lagunas y pantanos, entre juncos y algas, y los va fecundando exteriormente a medida que salen a la luz. Es, pues, un animal virgen y frío por excelencia; fríos son la piel, la sangre, el corazón. No tiene las pasiones que arden en el organismo de casi todos los representantes del mundo y que aún hacen estremecer de amor a las flores.
+Sin embargo, son tantas las preocupaciones del que solemos llamar vulgo y del que efectivamente lo es, que se le ha considerado como animal lúbrico, desprovisto de decencia y pudor. Me cae en gracia esto último: el pudor no existe en la naturaleza; en la especie humana es asunto convencional.
+Esos collares de huevos que habéis visto, probablemente, sobrenadar en las aguas de arroyos y lagunas, dan origen a unos animalillos semejantes a pescados, que luego nadan con asombrosa actividad, provistos de branquias y de costumbres idénticas a las de los vertebrados de esa clase.
+Pero el cambio es asombroso: la metamorfosis, dicen los zoólogos. A los pocos días, el joven batracio, por reabsorción de la cola y de las branquias y por la adquisición de pulmones y patas, se transforma notablemente. El sapo es ya un animal de respiración aérea que lleva una vida semejante a la de los reptiles, aunque se diferencia todavía de estos en que tiene la piel desnuda y no cubierta de escamas.
+Nuestro anuro anfibio se da entonces a la tarea de amedrentar a las gentes ignaras con sus saltos nerviosos e inesperados y a incomodarse seriamente cuando le faltan al respeto y da a conocer su descontento secretando un líquido lechoso, extremadamente tóxico, según la opinión de algunos campesinos y de muchos habitantes de las ciudades, aún de Europa.
+Creo que el líquido que secreta la piel del sapo —llamado bufina— no es un veneno muy activo, sino cuando por inoculación se pone en contacto inmediato con la sangre, como pasa con el de las serpientes. Pero creer que, en sus accesos de mal humor, arroja a lo lejos «la leche» y envenena a aquellos a quienes mira mal, es una simpleza, una candidez lastimosa.
+El batracio de que trato es objeto de horror para los niños, las mujeres y los hombres pusilánimes, pero en mi concepto es inocente y útil porque devora gran número de animalillos dañinos, como orugas, insectos, babosas, gusanos, etcétera.
+Las gentes del campo le atribuyen virtudes extraordinarias contra varias enfermedades —erisipela, entre otras— y sirve para ciertos filtros y específicos.
+Me parece que amo el sapo. Quizá porque todos le aborrecen, y soy un poco amigo de condolerme del desgraciado, y también porque sus gritos monótonos, que se oyen como eco de tamborcitos de guerra en las noches calurosas de verano, producen en mi alma una suave melancolía que me deleita.
+Al doctor Alfonso Castro
+CON ESTA RAZÓN SOCIAL GIRA en la zona intertropical una fuerte casa —de liliputienses y entecos bichos— patrocinada por el espectro siniestro llamado la muerte, hijo de Satán y la culpa, al decir de Milton.
+El gerente es el señor gusano, personaje odioso que se harta diariamente en el fondo de las tumbas; gastrónomo voraz que se alimenta de cerebros y de corazones humanos y se revienta de gordo en los antros oscuros donde su protectora prepara los manjares de un banquete abundante y suculento.
+El gusano es la larva de un díptero que Linné denominó Musca. Hay muchos representantes de este género que hoy está dividido en varios. Los más conocidos son:
+Musca domestica, que es la mosca más común, pues más del 95 % de las que se ven en nuestras casas y lugares cercanos son de esta especie; es animal inmundo y perjudicial, con la circunstancia agravante de que es muy amigo del hombre, a quien acompaña en sus exploraciones y coloniajes lejanos, y es trasmisor de toda clase de substancias dañinas, pues pasa de los estercoleros y otros lugares nada limpios a nuestras mesas y alimentos.
+Calliphora vomitoria, o mosca azul, insoportable en los lugares donde se expende carne: zumba en las habitaciones y se conoce en que tiene el tórax negro, el abdomen azul metálico y todo el cuerpo cubierto de pelos negros y tiesos.
+Lucilia coesar, o mosca dorada, es de color verde de oro en el vientre, y azul en la cabeza y el cosolete. La llaman algunos «mosca de los cadáveres».
+Las moscas son animales temibles, verdaderos enemigos de nuestra especie: pueden trasmitir muchas enfermedades graves, como la fiebre tifoidea, el crup, la disentería, la diarrea infantil, la tuberculosis y algunas otras. En ocasiones esos insectos se introducen en la nariz y ponen allí sus huevos que, a poco tiempo, se convierten en larvas, originando así accidentes muy peligrosos conocidos por los médicos con el nombre myiasis. Esta enfermedad es propia de la América Tropical.
+Por lo expuesto se comprende que el socio gusano cumple a contentamiento de sus consocios con sus compromisos de gerente de la casa patrocinada por la muerte. Cuanto a nosotros, aunque es verdad que las moscas y sus gusanos son destruidos en muchas partes por las aves y algunos arácnidos que se alimentan de ellas, debemos hacerles una guerra continua, so pena de ser vencidos por ellas.
+En la sociedad regular colectiva de Gusano & Cía., figuran con diversos empleos, otros dípteros, fuera de los mencionados, todos de mal agüero, con quienes no debemos tener negocios, de los cuales citaré los más conocidos sin determinar sus especiales ocupaciones, pues en la casa se guarda severa reserva convencional, invencible para los extraños.
+Dermatobia noxialis, llamado vulgarmente gusano de monte o nuche, el insecto perfecto es una mosca peluda, de color azul y alas negruzcas. Las larvas se introducen en la piel de los rumiantes que pacen en prados abundantes en malezas, especialmente en los climas cálidos y aún templados. No ataca al ganado caballar, pero sí a los perros y al mismísimo «Rey de la creación». El nuche es un anarquista o nihilista que considera el regicidio como acto natural y necesario.
+Stegomya calopus, por apodo «zancudo». Es más temible que el anterior, pues produce la fiebre amarilla. Está comprobado que tal insecto trasmite esta temible enfermedad que azota al hombre en los climas ardientes. Es un díptero pequeñísimo que vive, de preferencia, en las aguas estancadas; tiene las patas ridículamente largas y es de color mezclado de negro y blanco con anillos en el abdomen.
+Anopheles maculipennis, o zancudo de la fiebre palúdica. Este díptero al picar, inocula el hematozoario de Laverán, que produce el paludismo. Tiene las patas muy largas, las alas manchadas y vive en los pantanos y aguas estancadas. Este insecto y el anterior hacen que algunas comarcas de nuestro país sean inhabitables.
+Por ser este tema un poco árido para lectores no muy instruidos —y yo escribo de preferencia para esta clase de personas— prescindo de otros datos que he obtenido sobre la asociación industrial que gira bajo la razón social de Gusano & Cía.
+De los datos que me reservo, hay uno, sin embargo, que debo dar a conocer a mi amigo el doctor Castro. Sé, seguramente, que tanto el señor Gusano como sus detestables compañeros le guardan franco y audaz resentimiento y aspiran a vengarse con sus armas emponzoñadas.
+Ignoro la causa del odio insectil y miserable. Algo les habrá hecho el sabio profesor.
+Prevenirla contra el peligro es el motivo que me obliga a honrar por segunda vez esta obrita con su ilustre nombre.
+ESTE ERA UN LORO VIEJO, CACIQUE del pueblo de los Psitácidos. Se llamaba Caré. Nació y vivió muchos años en el Chocó, según él refería, porque habéis de saber que dicho volátil hablaba con precisión y gracia un poco de español y mucho de emberabede, su lengua nativa. Era medio polígloto, y hubiera aprendido muchos idiomas si la suerte hubiera sido más benigna con él.
+Leí, siendo niño, en un librejo que solía llevar a la escuela, esta frase: «Los loros hablan pero no saben lo que dicen». Disiento en absoluto de tan magistral concepto; error ridículo que se ha propagado entre pedantes ensimismados y jactanciosos. ¡Como si aquí no conociéramos los loros! El hombre, el tal Homo sapiens, tan insubstancial y enamorado de sí mismo, es quien habla, muchas veces, sin saber lo que articula apenas y mecánicamente su aparato vocal.
+Verdad. Hay muchos hombres que no piensan, pero hablan. Es un caso curioso el de un animal que habla y piensa un poco. Es verdad que el loro no compondría una obra como el Anarkos de Valencia, pero también lo es que, relativamente, son pocos los amigos de los versos que reciten ese poema y lo entienden. Cuántas personas de calidad profieren indecorosamente palabras y frases pornográficas sin saber su verdadero sentido.
+Caré vino a Medellín y fue huésped de la ventana de un ventorrillo, por frente del cual pasaba yo diariamente. Simpaticé prontamente con el bípedo alado; poco con la bípeda implume su dueña, mujerzuela de alarmante descote, regañona y zalamera. «La vieja no me dio de comer», repetía Caré un día cuando yo, transeúnte curioso, me detuve por oír algo del pico del cacique chocoano. ¿Quién le enseñó tales palabras? Nadie, o las oyó quizá a algún muchacho a quien la ventera trataba de un modo similar, o dijo lo que él ya «entendía» —¡filósofos, perdón!— como otros ni piensan ni dicen nada, a pesar de ser bautizados e ir a la escuela. El ama del mísero prehensor no era vieja, pero aquel supo que ese vocablo es un tanto despectivo.
+No os alarméis. Un loro es una personita alada, de pico corvo y más bien vestida que nuestros pisaverdes y damiselas. Y mucho más inteligente. Aquellos inútiles miembros de una sociedad atrasada, de corsé los primeros y enjalbegadas de blanquete las otras, debieran pedir inspiración al legendario loro de las montañas. Así serían originales, ingeniosos y cuerdos.
+Dije que Caré no gozó de los favores de la suerte: sufrió no poco durante su cautividad y murió muy viejo, de modo lamentable. En un rincón del jardín, duerme hoy al pie de una azalea milflora. Su dueña —que le amaba, valga la verdad— le olvidó una noche tempestuosa en la cornisa de la ventana, por oír los cortejos de un galán deslucido y tartamudo, y el hermoso locuaz psitácido apareció por la mañana muerto. Le escribí un epitafio en latín, quizá macarrónico: «Hic jacet Care, psittacus chocoensis…».
+¿Moriría el pobre Caré de frío, o más bien de nostalgia? No sabré decirlo; él fue en los frondosos sotos del Atrato un prodigio de sabiduría selvática; por acá, un mártir de nuestra informal y quimérica civilización. Quizá esta lo mató.
+John Locke, filósofo inglés, trató de probar que aves como el loro sí se dan cuenta de lo que dicen. ¡Vaya si se dan cuenta! El autor del «Ensayo sobre el entendimiento humano» cree que «la fuente de todas las ideas es la experiencia; en esta se halla el fundamento de todos nuestros conocimientos». Pues bien, la experiencia nos enseña que en muchos animales, llamados por el hombre irracionales, hay más que instinto, «¡nada más que instinto!», dirá un novel filosofador. Toléreme el lector que yo repita esta pregunta, ya consignada en esta obrita y que no he podido resolver. ¿Dónde acaba la inteligencia y empieza el instinto?
+Quisiera yo hacer un viaje con un escolástico. Iríamos al África Meridional, a la comarca de los Boschimans y Hotentotes, y le rogaría me probara con sus silogismos y sorites especiosos que aquellos degradados bimanos son más inteligentes que el perro, verbigracia.
+El coronel británico O’Kelly fue dueño de un loro maravilloso, que murió en Londres en 1802. Recitaba con mucha propiedad varias composiciones poéticas, y respondía a repetidas preguntas que le hacían; cantaba el «God save the King» y otros himnos patrióticos; cuando mudaba de pluma, permanecía callado y si le instaban que cantase, contestaba con despejo y claridad: «Lorito está enfermo». Esta no es anécdota de almanaque; varios periódicos ingleses dieron cuenta al público de las habilidades del tal loro (V. «El Instructor», revista londinense en español, número 2, de febrero de 1834).
+Los loros de la especie a que pertenecía Caré son conocidos en la ciencia con el nombre de Chrysotis ochrocephala, familia de los psitácidos, orden de los prehensores, y representan, entre las aves, el orden de los monos de la clase de los mamíferos.
+A Lázaro Gómez
+EL AMOR MATERNAL ES EL TIPO perfecto de esa gran pasión que hace estremecer toda la naturaleza viviente. Ningún otro amor es comparable a él en la tierra, porque «es el amor materno, amor del cielo»[1], como dijo el poeta. Los hombres creemos haber amado mucho: desde luego a los padres; más tarde a la mujer que nos entregó su corazón; a los hijos, verdadera bendición del cielo; a los hermanos y amigos de la infancia. Pero todos estos afectos nobilísimos palidecen ante el amor de madre, aunque este es una inclinación impuesta por la naturaleza, pues le comparten todas las hembras, desde la mujer hasta la alondra.
+El amor común es un reflejo del egoísmo: el hijo ama más o menos a sus padres según las atenciones y cariño que estos le prodiguen; el hombre exige a la mujer una reciprocidad de afectos franca y sin restricciones, sin lo cual puede colocarse entre los dos el odio o la indiferencia; solemos amar al prójimo pero —en contravención al precepto evangélico— sólo si el hermano nos paga con la misma moneda del corazón.
+El amor maternal es desinteresado, no exige recompensa: es un sol que calienta sin esperar retribución. Me parece que es el sentimiento que más ennoblece a la humanidad, bien que también eleva a nuestros hermanos inferiores: la gallina, símbolo de cobardía, es heroica cuando defiende sus pollos. Por una madre que quizá no haya amado a sus hijos, hay millares de hijos parricidas, de esposos infieles, de padres desnaturalizados.
+Desde tiempos muy antiguos fue el pelícano el emblema místico del amor a los hijos, como la paloma lo era del amor conyugal. Del primero se decía que se desgarraba el pecho con el pico para sustentar con su sangre sus polluelos. Esto es hermoso; se acerca mucho a lo excelso. Desgraciadamente, es un error. La observación desatenta unida a fantásticos prejuicios, y por otra parte la confianza candorosa de los hombres de ciencia, dieron origen a esta fábula.
+El pelícano, del que hay muchas especies —la nuestra es Pelecanus fuscus— tiene el pico muy largo provisto de una bolsa grande y dilatable, suspendida de la mandíbula inferior, que le sirve para depósito de víveres, especialmente pececillos, pues es un ave palmípeda que pesca en las lagunas y los ríos. Cuando el pelícano siente hambre, o quiere dar sustento a sus hijos, hace cierto esfuerzo y, apretando el pico contra el pecho, impele hacia afuera las provisiones almacenadas en su despensa portátil, para que caigan al suelo donde son devoradas o vayan a su propio aparato digestivo. La posición y aspecto del ave al verificar tal operación, hicieron creer a malos observadores, que se rompe el pecho. ¡Cuántos de ellos no habrán visto la sangre que mana de la herida!
+Hay que tener mucho cuidado con esas narraciones maravillosas para no ser engañados vergonzosamente. Por otra parte, la naturaleza no necesita de adornos mentirosos para ser supremamente bella.
+No es otro el origen del entretenido símbolo del pelícano, al que se ha tenido por emblema no sólo de la ternura de su madre, sino hasta de la Santa Eucaristía.
+Hay por acá un pequeño mamífero, muy común y poco apreciado, que pudiera simbolizar ese afecto misterioso de que trato en estas líneas, con lenguaje indigno, por lo tosco y prosaico. Para hablar del amor maternal se necesita del idioma de los ángeles. Tal animalejo se denomina científicamente Didelphis colombiana aunque hay más especies en nuestro país, como la D. azarae, D. nudicaudata, etcétera. Sus hijos nacen informes y pequeñísimos, y desde ese momento se adhieren a sendas mamas de la que le dio el ser, hasta haberse desarrollado un poco. La naturaleza dotó a esta hembra con una bolsa situada en el vientre y sostenida por dos huesos especiales articulados con la pelvis. Cuando ya pueden los chiquillos separarse del pezón materno, quieren lanzarse fuera, pero la madre les contiene y guarda en su saco providencial donde les entretiene con su calor y su ternura. Ya adolescentes, consiguen los pequeños marsupiales que se les deje abandonar su abrigada estancia, pero la madre no los abandona un momento y, al menor peligro, los deposita en su bolsa, y este tratamiento continúa hasta que ellos suficientemente educados en la caza, ya mayores de edad, pueden defenderse y alimentarse con su propio esfuerzo.
+Todos los animales del género Didelphis son feos, de mal olor y llevan nombres un tanto prosaicos, como chucha, runcho, fara, zarigüeya y otros. Pero ¿será preciso ser hermosa, perfumada y llevar un nombre poético, para ser buena madre? Creo que no. Si es mujer, siempre será bella, por lo menos idealmente: en el templo de los afectos es una diosa y merece la veneración de sus hijos y el aprecio de la sociedad. Esta, si es cristiana y civilizada, debe prodigar a las madres su respeto y rendirles culto, admiración y aprecio.
+Después de todo esto, ¿será, o no, digna de ser el emblema del «amor del cielo» la Didelphis colombiana?
+TRISTE ES EL LLANTO, PERO CON él comprobamos nuestra condición de seres humanos, pues, como la risa, es un carácter fisiológico de la personalidad bimana.
+Sin embargo, algunos animales quizá lloran. Eso ocurre con los monos, que pudiéramos considerar desprovistos de afectos que no sean instintivos. Cuando un cuadrumano ve que han herido a su consorte o a su hijo, da muestras tan claras de su dolor con gestos y ademanes, que seríamos unos insensatos si no interpretáramos como llanto aquel cambio repentino de acciones orgánicas. Causa mucha tristeza el espectáculo que presenta una hembra cuando le matan su hijo, y cazadores ha habido que se han enternecido hasta derramar lágrimas, sienten hondo remordimiento y no olvidan la desolación y amargura que mostraba en su semblante el pobre cuadrumano en presencia del cadáver del hijo o el compañero.
+Lloran ¡quién lo creyera! los hombres más serios, sabios y valientes. Salomón escribió en el Eclesiastés: Cor sapientium ubi tristitia est. Me parece muy bien, porque el llanto redime al hombre y es como una expiación de su loca e indiscreta risa. Al sabio bíblico le harían llorar más que las tristezas del alma, a que estamos sujetos todos, las consabidas setecientas más trescientas egipcias, moabitas, ammonitas, idumeas y heteas. Eran muchas cruces para un solo marido.
+El hombre debe reír o puede llorar. Pero frecuentemente abusa de las lágrimas. Llora desde que nace; al respirar el aire por primera vez, prorrumpe en gritos lastimeros; en eso se conoce el momento de su aparición o llegada a la vida, donde hay más dolor que placer, más cuidados que dichas, más que lamentar que glorificar. Llora más tarde al despedirse para siempre de los seres que ama y frecuentemente llora también al morir.
+El llanto se manifiesta por contracciones, un poco cómicas, de los músculos faciales y por las lágrimas. Estas son una solución alcalina que contiene cloruro de sodio y fosfatos de calcio, aluminio y sodio; son transparentes y límpidas como el agua, y tienen sabor más o menos amargo y salado.
+Todos lloramos, pero al decir de Byron, «las lágrimas de la mujer enternecen, las del hombre son fuego derretido que surca y mancha las mejillas; parece que han sido arrancadas del corazón con agudo hierro; porque, para decirlo de una vez, las lágrimas son para las mujeres un alivio, para nosotros un tormento».
+Aunque no he sido llorón, quisiera esta vez, como Jeremías, lamentarme y llorar por motivos que pesan torturantes sobre mi alma: la suerte inestable de la Patria que desde la niñez es mi deidad, y el derrumbamiento de mis esperanzas, ensueños e ideales. Me serenaré, sin embargo, porque no quiero aumentar mi tristeza viril y abnegada con desbordamientos mujeriles.
+Como dije antes, de la risa, conviene que no lloréis desesperadamente y sin tregua porque os puede ocurrir lo que a Heráclito, ternísimo filósofo de Éfeso, que, abrumado de contratiempos y de pesimismo maniáticos, lloró como un tonto inundando sus helénicas mejillas con lágrimas que no nos conmueven, y se dejó morir de pena, inconsolable en su dolor.
+Dicen los defensores del llanto —¿qué habrá que no pueda defenderse?— que Jesucristo lloró muchas veces y no rio nunca. Quisiera yo saber en qué evangelio o documento verdaderamente histórico habrán leído esta noticia tan entristecedora para los cristianos. Pero sí me parece muy natural el llanto del Salvador ante la tumba de Lázaro, su amigo —como debió al menos sonreír cuando acariciaba a los niños— pues conocía tan a fondo las miserias, las penas y las dudas de los hombres por cuyo amor iba a morir. Me lo figuro en el Sagrario siempre lloroso y triste, al ver las profanaciones, desprecios e infidelidades de los que redimió con su sangre. Somos una horda desatinada y terca que, con el desencanto de la vida y la soberbia más innoble, rehuimos la razón y seguimos tras los pasos de la bestia.
+Hay en nuestras selvas un mamífero, tímido y mal parecido —el Acheusai— que parece el emblema de la humanidad pesimista. Da grima oírle cuando en lo alto de los árboles da de continuo su lastimero «¡ay, ay!» y llena con tales clamores melancólicos las soledades de las montañas. Mientras tanto, el hombre ríe.
+Los montañeses le llaman perico-ligero, y le aborrecen por llorón.
+Pocas cosas desagradan tanto como ver u oír llorar. A un niño que hacía poco queríamos acabar a besos, cuando reía, ahora nos tienta el deseo de pegarle, porque llora.
+A Bernardo Jaramillo Vieira, cordialmente
+ME PARECE UN POCO DESACRETINADO el hombre. Oíd lo que se decía en un corro de animales, allá en los suburbios agrestes de una ciudad ignota, habitada por hombres de todas las razas.
+Se discutía el mérito de estos, y cada uno de aquellos dio libremente su opinión.
+Habló primero el elefante, el animal más sabio y discreto de la selva. «El Hombre —dijo— es el más perfecto de los seres de la Creación y sabe lo que nunca aprenderemos…». Una tempestad de gritos de desaprobación le impidió continuar.
+El gato maulló: «dicho personaje es de lo más buenecillo, crédulo y atontado. Finjo que le quiero; le agasajo con el rabo y con melindres hipócritas, y está creyendo que le amo». (Profundo y desdeñoso silencio).
+Un gorila, africano de origen y forastero en la comarca, dijo o chilló: «Me disgusta ese animal por su vanidad ridícula y sus humos de nobleza. La naturaleza no le ha dado título alguno nobiliario: somos de un mismo grupo zoológico. Yo soy Homo troglodytes y él Homo sapiens, como lo asegura un tal Linné; pero ni el hombre sabe gran cosa ni yo vivo en cuevas. El hombre es un ser anormal, extrañamente pelón y en extremo lenguaraz. Su hembra es coqueta y fría: esto lo digo, porque una vez me robé una —“¡es falso!”, dijo recio uno de los opinantes— y mucho me fastidió con su descoco». A pesar de su gesticulación amanerada, el gorila no oyó un aplauso.
+La pulga —también estos bichos chiquitines tenían voto en aquella singular junta, como en nuestros Congresos, al lado de eminencias políticas y científicas, pululan las nulidades— la pulga murmuró con voz apenas perceptible: «Yo soy quien mejor conoce al bimano de que se trata, hasta en sus reconditeces más íntimas, y os aseguro que es por demás engañador y desvergonzado. Ojalá me atreviera a decir lo que sé de sus mujeres; no creáis en sus atractivos…». La pulga tiene fama en el pueblo de los insectos, de cordura y rectitud de juicio.
+«El hombre es un ser dócil y razonable —clamó un búho que dizque fue consejero de Julio César— y acepta candorosamente el dictamen de los que sabemos más que él». Un pollo, que estaba presente y descendía de los que llamaban sagrados los romanos, se adhirió al concepto emitido por el ave amante de la noche y símbolo de la discreción.
+«No: es un ladrón vulgar e hipócrita; da con severidad leyes contra el robo; finge honradez inflexible y luego saquea con descaro nuestras colmenas y almacenes. Cela en esta materia a sus semejantes para poder hurtar a sus anchas». Esto zumbó, muy quedo una abeja; no quiso, aunque la invitaron con insistencia, permanecer en aquel lugar donde imperaban la ociosidad y la pereza, y fuese a fabricar más cera y miel.
+Iba a relinchar el caballo y a defender, noble como es, a su dueño ausente, cuando llegó el perro y ladró: «Lejos de aquí, canalla estúpida y calumniadora. El hombre es buen amo y amigo generoso. Me sacrificaría por él, como han hecho muchos de mi especie. ¡Guau, guau!». Y enseñó los dientes. Los del corro se dispersaron asustados, al son de los ladridos burlones y amenazantes del caballeroso can.
+Este episodio hace parte de las memorias de un Loro que viajó mucho y se ilustró notablemente. Sabía muchas lenguas y así pudo imponerse de todo lo que se dijo en aquella siniestra conferencia. Él mismo me lo refirió una tarde de invierno, en que llovía… llovía mucho.
+Los loros, cuando llueve, se vuelven charlatanes.
+A mi amigo D. Benigno A. Gutiérrez
+LA LINDA FLOR DEL SENDERO se moría, sin duda. ¿De qué? agonizaba, simplemente, de tristeza; de honda melancolía. Los pajarillos, pisaverdes de la selva, la galanteaban desde las ramas hojosas y flexibles con melodiosos gorjeos; las mariposas, sus camaradas mañaneras, la lisonjeaban, le sonreían y le contaban chismes y graciosas mentirillas de las otras flores, sus hermanas íntimas…
+Empeño vano. La hermosa padecía una pena sin igual. La noche anterior —contaba ella— una hada maligna, celosa de que los silfos del jardín le besaban mientras dormía y depositaban en su seno caricias y perfumes, extinguió en su casto organismo las células sagradas donde reside el amor. ¡Y para qué vivir sin amor!
+Tal decía Violeta, llorando. Pero yo, fiel narrador de aquella historia, sé que fue una oruga la matadora cruel, pues royó atrevida el santuario misterioso donde se elabora la vida.
+A poco llegó la tarde, una tarde nublada y fría. Los pétalos de la hechicera flor fueron cayendo marchitos, descoloridos, cadavéricos. Daba ganas de llorar.
+¡Oh, almas jóvenes, víctimas del desengaño y del dolor, no olvidéis a vuestra amiga, la amante y desdichada Violeta, que murió de tristeza!
+Pero tú florecilla humana, hembra de la especie a quien el misticismo corroe y envenena la neurastenia; tú Betsabé —o sea casa de abundancia— tú me pareces más desdichada que la otra que expiró aquella tarde luctuosa de invierno.
+Te ciega el deseo de exhibirte grande, estoica superhembra; sacrificas tus excelencias más castas y desoyes los mandatos supremos de la sabia Naturaleza.
+¿Monja Tú, de anhelos luminosos y risueños ayer; sola tú que naciste para semilla de la vida y del bien? ¡Dizque vas a luchar con enemigos fantásticos, o sea contra tus solos amigos!… ¡Da risa!
+Asesinan a la flor las orugas aleves; a la mujer, los embelecos de la imaginación enferma, las picadas del histerismo cruel. El sublime Crescite el multiplicamini que resuena por lo infinito de los mundos, tiene por enemigos a la sucia oruga en el gremio de las flores y la rebeldía loca en el de innúmeras mujeres. Sueñan estas acariciadas por un idealismo morboso que desconsuela por antinatural y extravagante.
+Debieran hacer lo que la flor de esta historia: ¡morirse!
+LOS QUE POSEEN ALGUNAS nociones de botánica, saben que las plantas expuestas algún tiempo en lugares obscuros, enferman de una especie de anemia, consistente en decoloración muy sensible de las hojas y demás partes verdes. Esta novedad patológica se llama ahilamiento.
+Los vegetales que se ahílan emiten tallos anormalmente alargados, débiles y pálidos, que terminan en hojas blanquecinas, desmedradas y flacas. Se explica esta afección por la carencia de clorofila en los tejidos de la planta.
+En los animales ocurre algo semejante. Los presos que han estado largo tiempo en calabozos obscuros sienten que sus órganos se debilitan y su piel descolorida denuncia que han carecido de la benéfica influencia del calor y la luz solares. Las odaliscas de los serrallos orientales, recluidas desde niñas, sin recibir un baño de sol, tienen una blancura mortecina y carnes blandujas y fofas.
+Pero existe en los seres vivientes otra afección mórbida, denominada albinismo, más extravagante aún. Entre los Elefantes, pardos de ordinario, hay algunos completamente blancos, sin manchas ni coloraciones secundarias. Lo mismo se observa en el conejo, el curí, el ratón, el canario, la mirla, el gorrión, la anguila, el cangrejo, etcétera. Ni aún los vegetales se sustraen a este trastorno orgánico; se observa el albinismo, por lo menos a manchas, en el Coleus variegatus, el Agave variegata, algunos Anthurium de nuestros jardines, etcétera.
+En el hombre es más intensamente curioso ese fenómeno, especialmente en la raza negra. Los individuos albinos de esa casta tienen la piel muy blanca; el pelo algodonoso; los brazos muy largos, medio címicos; las pupilas rojas; la coroide incolora y el iris blancuzco y amarillento, condiciones —las últimas— que hacen que el albino no soporte los rayos luminosos, que esté guiñando continuamente los ojos y que en estos se produzca un copioso lagrimeo casi continuo.
+Los negros-blancos tienen todos los caracteres dominantes de su raza: cabellos crespos y lanosos, barba escasa, nariz achatada, mandíbulas salientes, boca grande y prominente, dientes oblicuos, etcétera. Pero son de color blanco, muy blanco; parece que en vez de ébano, con el que suele compararse su color, fueran de marfil.
+Son un tanto comunes en África y aún en América. Santiago Arango vio en el Brasil una mujer de color pío, o sea blanca y negra por partes; las manchas eran todas irregulares y de gran tamaño; tenía dos hijos, uno albino y el otro completamente negro.
+Entre los indígenas de Colombia suelen observarse los albinos que, generalmente, no son bien mirados por sus compañeros de tribu. Refiere Lionel Wafer que en el Darién se les considera como monstruos despreciables.
+Al contrario, en el Continente Negro se les venera; pues según creencia popular, los albinos se comunican francamente con los dioses. Tal pasa en Siam con los elefantes blancos, que reciben en suntuosos templos un culto ceremonioso, lleno de novedad.
+¿Son los albinos una raza bien determinada de la especie humana? De ningún modo; tal anomalía no se transmite de padres a hijos; además los afectados de albinismo rara vez se reproducen.
+¿Será influencia del clima? Parece que no: se les observa en las regiones ardientes como en los climas más fríos.
+Los sabios atribuyen esa rara decoloración de la piel a la falta de pigmento, especie de tinta que ennegrece la piel, los ojos y los cabellos, y produce otras manchas caprichosas, como los lunares, que dan gracia a veces, al rostro de las mujeres.
+Los viajeros que recorren hoy las selvas africanas suelen sorprenderse ante la cómica aparición de un negro que parece blanqueado expresamente para una fiesta carnavalesca, o que acabara de salir de un baño de lechada de cal. El extranjero se lisonjea de su hallazgo y describe en su cartera los caracteres salientes del degenerado etíope; el natural del país tiembla al temor supersticioso y murmura por lo bajo una oración. Para el primero, el albino es una curiosidad digna de un museo; para el otro; es un santo que tiene coloquios con las deidades.
+Al insigne maestro D. Tomás Carrasquilla
+EL ODIOSO NIGROMÁNTICO BEELZEBUB o «Príncipe de las Moscas» tiene su trono en medio de un cañar agreste, rodeado de cortinas que tejieron las arañas más entendidas en labores femeniles, y adornado de velos y franjas primorosos, obra de las más hábiles orugas: orugas y arañas que se mecen sobre las aguas, suspendidas de hilos invisibles. Asisten al dosel real cuatro coleópteros, diminutos como granos de arroz, con élitros de oro y armaduras de acero, y algunas delicadas hembras dípteras, semejante a hadas soñolientas, que son las odaliscas de aquel harem aéreo. Cuando llega la noche, se escucha el canto de las chicharras y se presienten las danzas de los Anofeles.
+Jamás monarca alguno se creyó más poderoso. Sus ejércitos son tan numerosos como las arenas de la laguna, mucho más que las hojas de los árboles, matas y hierbas de las orillas.
+Una tarde había paz en el campo; las flores alegraban los prados y los llenaban de aromas deliciosos; el viento suspiraba voces de amor y de ternura. En el fondo del cañaveral no sucedía otro tanto.
+Beelzebub pasaba revista a sus tropas al son del croar de las ranas y la monótona algazara de las chicharras. Los sapos batían sus tambores bélicos tocando generala, y todo el mundo díptero se conmovía y se preparaba al combate. Eran moscas, mosquitos, zancudos, gusanos y muchos más cuerpos de guerra disciplinados u audaces.
+Varias divisiones, clasificadas por el género de arma que esgrimían, formaban el formidable ejército presididas por jefes de reconocidos táctica y valor; Stegomya calopus, Anopheles maculipennis, Lucilia caesar, etcétera.
+Dirigióse el Rey a la falange de los gusanos, su guardia de honor, y le arengó así, a la napoleónica; «¡Guerreros! Os aguardan gloria y botín. Tremolad mis banderas encima del corazón del Hombre y que las dianas de mi triunfo resuenen bajo la cúpula de su cráneo, donde hoy se albergan los ideales y la soberbia».
+Dijo, y lanzó por el mundo sus escuadrones famélicos.
+La niña, melancólicamente, se muere. Tendrá quince años. De su lecho caen, en suave abandono, sus brazos robustos, blancos, cubiertos de vello finísimo. ¡Brazos de diosa! ¡Parece que va a expirar, pero ahora duerme tranquila en apariencia!
+De repente, solloza, tiembla, se incorpora, y prorrumpe en llanto y gritos ahogados. Luego exclama, dirigiéndose a su madre:
+«Estoy muerta. Algo se ha deslizado por los contornos de mi cuerpo. Es un ser frío, muy frío, que se retuerce y muerde ¡ay! muy recio… ¿Estaré soñando? Ya son muchos. Los reconozco: son gusanos; los que han de alimentarse con mi carne. ¡Pobre madre mía!
+«Dios grande, libradme de estos gusanos… Ya vienen más; les veo que llegan arrastrándose, largos, flacos, iracundos. ¿Qué van a hacer de mí? Yo soy vuestra, Señor. ¿Por qué me entregáis a la hambrienta furia de estos miserables? Ya rompen mi piel y llegan al corazón… A mi corazón que es tuyo, madre mía.
+«Por fin los siento en el cerebro. ¡Cómo roen, despedazan y se tragan la sustancia blanda y nerviosa que promovía mis ideas bellas, mis sueños de amor!».
+Delira por última vez.
+Se oye un grito de angustia y de dolor. Sobre el lecho sólo hay ya un cadáver; una estatua de alabastro con venas azules y palidez de lirio.
+¡OH, QUÉ CIENTÍFICO ES REÍR! Es como saber que el corazón de los mamíferos y aves tiene cuatro cavidades, tres el de los reptiles y batracios, dos el de los peces, y es nulo en el anfioxo. La risa es uno de los caracteres humanos. Los naturalistas enumeran varios para establecer científicamente nuestra especie, muy bien. Yo me contento con reconocer que río, y con esto hago saber a los seriotes zoólogos que soy hombre, el mismísimo Homo sapiens de Linné.
+Los desdichados monos, nuestros buenos y zalameros parientes, aunque burlones y cómicos, no pueden reír, porque carecen de ciertos músculos faciales indispensables para ejercer esa importante función que tanto realza, honra y distingue a los payasos, los aduladores y los idiotas.
+El único animal que puede y sabe reír es el hombre. Salomón consideraba la risa como un desvarío: Rissum reputavi errorem. No comprendo: sólo el hombre puede reír, y yerra si lo hace. Me parece que hay un deseo antojadizo, de sabios, moralistas y otros de la laya, de contrariar o de invitar a que otros contraríen la Naturaleza. Vulgarizando, o poniendo al alcance de todos las máximas de aquellos doctos señores, se pudiera decir: «El aparato digestivo de Ud. le invita a comer, y para eso le formó Dios, pero no coma, ayune Ud.; la naturaleza orgánica de su cuerpo reclama que Ud. beba, pero no lo haga Ud., absténgase de todos los líquidos; Ud. siente dolor y tiene lágrimas, pero no llore, aunque haya nacido llorando; en este planeta, la especie humana es la sola que puede reír, pero no lo haga Ud. porque eso es un disparate». Y así de todo.
+Por mi parte deseo reírme, en primer lugar de los cuadrumanos, que viven muertos de gana por satisfacer función que también les cuadra, y luego de los hombres, que fingen seriedad por alarde vanidoso y antinatural. Hay otros motivos que me mueven a la hilaridad y quisiera reír como Demócrito —el más risueño de los filósofos— pero me guardo de ello por razones que callo: una de muchas, sería que ello podría proporcionarme molestias sin cuento, que desde ahora me imponen seriedad. Pero ¿qué sería del Arte sin la risa de Cervantes y de Rabelais?
+Consiste la risa en un movimiento especial de la boca acompañado, a menudo, de cierto ruido brusco; con ella manifestamos alegría. Sin embargo, puede ser producida por la burla, el desprecio y hasta la cólera; hay además gentes que se ríen sin motivo para ello.
+Los fisiólogos explican esta humana función diciendo que es producida por una serie de expiraciones, cortas, rápidas, entrecortadas y, a veces, convulsivas, asociadas a contracciones de los músculos faciales —maseteros, zigomáticos, etcétera— y de un sonido, más o menos estrepitoso, producido en la laringe y el velo del paladar.
+Conviene no reír inmoderadamente —y estas son palabras de un autor— para evitar la asfixia, que suele sobrevenir en ocasiones. No riamos, pues, con mucha fuerza y sonoridad porque esto pudiera acarrearnos la muerte, como le acaeció al infortunado Crisipo, filósofo griego, —también ríen los filósofos; en este CUADRO, ya figuran dos— un tanto estoico y charlatán. Dicen las historias que el espectáculo imprevisto de un burro que devoraba unos higos que había en una fuente de plata, le produjo tal ataque de risa que murió en seguida. ¡Funesto y desmañado asno que da la muerte a un colega por satisfacer un capricho tan simple! Pienso que hasta el autor del Eclesiastés se hubiera reído de este par de filósofos.
+Como traté a Crisipo de charlatán y no quiero que me tengan por uno de tales o se figuren que tengo inquina por los filósofos, voy a dar algunas muestras de las ideas de aquel sabio de Cilicia; creía que el mejor alimento para el hombre es la carne humana; que la comunidad de mujeres es la base del orden social; que el Sol bebe el agua del mar y la Luna la de los río… Hay un pájaro en nuestros campos que, de noche, cuando toda la Naturaleza duerme tranquila está él despierto y ríe a su modo con cortos intervalos. ¿De quién se burlará? Se llama Tammophilus multistriatus, pero los campesinos le denominan «Carcajada»; se ríe cuando los encargados de hacerlo duermen.
+La naturaleza es alegre y quiere que se ría a todas horas.