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Adán Farías
DISEÑO GRÁFICO Y EDITORIAL
ISBN:
978-958-8827-98-8 (e-book)
Bogotá D. C., diciembre de 2015
Primera edición: Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia, 2015
Presentación y compilación: © Jerónimo Pizarro
Licencia Creative Commons:
Atribución-NoComercial-Compartirigual,
2.5 Colombia. Se puede consultar en:
+«Dos tertulias literarias en Colombia han sido particularmente famosas», escribe Eduardo Carranza en el prólogo a la edición que sirvió a esta de base. «Una, El Mosaico», donde «… se charlaba, se improvisaba versos, se planeaban artículos de costumbres y se tomaba el refresco en compañía de las señoras»; otra, «La Gruta Simbólica», a donde los bohemios finiseculares iban «… entre rasgueos de tiple, bandola y guitarra, en busca de los manjares criollos y de dorados o diamantinos licores».
+Julio Flórez (1867-1923) fue uno de los fundadores de La Gruta Simbólica, un grupo de amigos y artistas que hoy suele ser recordado por uno de sus actos más rebeldes y decadentistas: continuar las tertulias en el Cementerio Central de Bogotá y recitar versos y cantar serenatas a los muertos. Pero Flórez, más allá de su leyenda y sus trajes, más allá de su romanticismo y su negro gabán, fue un gran poeta lírico que viajó por diversos países hispanoamericanos y que en su tiempo fue leidísimo y muy acarinhado, como se dice en portugués.
+La selección que se presenta en seguida y que invita a volver a leer a Julio Flórez —a quien a veces hemos leído sin saberlo, pues sus versos forman parte de nuestro acervo cultural—, presenta a un poeta muy recursivo, a un poeta que asimiló diversas formas e influencias, y que tanto podía ser tumultuoso como intimista, grotesco como delicado, morboso como sentimental. Flórez fue amigo de Candelario Obeso y José Asunción Silva, y los poetas que lo marcaron fueron realmente diversos: Rafael Pombo, como Guillermo Valencia; Victor Hugo, como Charles Baudelaire; Gustavo Adolfo Bécquer, como Rubén Darío.
+Hasta cierto punto, y esta selección lo revela, hubo en la vida de Flórez al menos dos vidas: la de la bohemia bogotana y la del retiro en Usiacurí, en la costa atlántica. Gotas de ajenjo (1909) —título evocativo de las Gotas amargas de Silva— traza una línea divisoria entre los poemas publicados de 1893 a 1908 y aquellos publicados de 1912 a 1923. El poeta boyacense en la capital de la República es algo truculento y casi nihilista; el mismo poeta, exiliado cerca del mar, entre pozos de aguas curativas, es más sereno e incluso «social»: en 1917 publica un poemario dedicado a la Primera Guerra Mundial.
+Flórez recuerda al protagonista de un cuento, «Un hombre célebre», de Joaquim Maria Machado de Assis. Como Pestana, el poeta colombiano no se vuelve célebre por sus composiciones más «eruditas», sino por las más «populares» y, con el paso del tiempo, se le va apartando de «… los núcleos verdaderamente cultos de la nación, para reducirlo a la categoría de trovero espontáneo, aunque glorioso», ya que, como explica Rafael Maya, «… las canciones demasiado fáciles, las coplas insignificantes o las estrofas falsamente sentimentales» eclipsaron una gran parte de su obra y, en particular, sus notables sonetos.
+Ahora bien, Flórez, como Pestana, no es sólo el autor de la letra de una canción famosa —véase el poema «Mis flores negras»—, ni de una serie de poemas reproducidos «… hasta la fatiga por periódicos, folletos y almanaques», como escribe Maya, sino un autor de una gran riqueza formal, que utilizó las formas métricas clásicas además de las modernas. Si se lo tildó de «trovero espontáneo» fue, en gran medida, porque nació en un país centralizado, cuyos gobernantes creían vivir en la Atenas suramericana, o en jerga bogotana, en el «curubito» de los Andes.
+El autor de «Apocalíptica» y «Boda negra» un día abandonó Bogotá y se trasladó a Usiacurí. En parte, porque el clero lo había acusado de blasfemo, pero también porque el ambiente aristocrático de algunos cenáculos lo había agobiado, porque políticamente se había vuelto incómodo y porque, como declara en un poema titulado «A Bogotá», la capital dejó de ser «alegre y tentadora» y se transformó, a sus ojos, en «un inmenso camposanto». En «El bogotano», un ciudadano desencantado mira, «entristecido», cómo vuelan «deshojadas y mustias sus ilusiones».
+Creo que a Julio Flórez —como al tuerto López y a otros poetas supuestamente menos «eruditos»— hay que volverlos a leer para reescribir nuestra historia literaria, no sólo por su excepcional valor, sino porque más allá de los poemas que los hicieron conocidos en su momento, dejaron una obra extensa que, en general, casi no hemos leído. Hoy, sin prejuicios y sin la presunción de vivir en una nueva Atenas, convendría que reencontremos la obra de aquel que optó, al final, por la «escondida senda», citando a Fray Luis de León.
+Esta antología presenta a Flórez en toda su amplitud y demuestra que el poeta que tanto caló en la sensibilidad hispánica hace un siglo, aún puede hacerlo. No sé si leyéndolo oiremos pasillos, bambucos, boleros y valses, o si ya lo leeremos en silencio y con otro arrobo. Creo haberlo leído de forma más callada, sin que por eso se me escapara su música, sin que por ello dejara de captar el hechizo que ejerce la sonoridad de sus versos. «Vedla: es ritmo / y es donaire. / Sus desnudos pies se agitan y parece / que también tuviesen alas / como el aire».
+JERÓNIMO PIZARRO
+Algo se muere en mí todos los días;
+del tiempo en la insonora catarata,
+la hora que se aleja, me arrebata
+salud, amor, ensueños y alegrías.
+Al evocar las ilusiones mías,
+pienso: «¡Yo, no soy yo!». ¿Por qué, insensata,
+la misma vida con su soplo mata
+mi antiguo ser, tras lentas agonías?
+Soy un extraño ante mis propios ojos,
+un nuevo soñador, un peregrino
+que ayer pisaba flores y hoy… abrojos.
+Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
+que ante mi muerte próxima, imagino
+que muchas veces en la vida… he muerto.
+Solo, como un espectro por el mundo
+iba, cuando me hallaste y me dijiste:
+«¡Refúgiate en mis brazos, hombre triste!
+Soy tuya, Soñador Meditabundo».
+Y fuiste mía; sin embargo hoy hundo
+la frente en la almohada en que pusiste
+tu cabecita núbil…, y en que oíste
+la serenata de mi amor profundo,
+Y ya no estás allí. La marejada
+del mal, con golpe aleve y tremebundo
+te arrojó al lupanar… ¡Desventurada!
+Y hoy, mientras haces tu comercio inmundo,
+yo prosigo como antes mi jornada,
+solo, como un espectro por el mundo.
+Dos puñales agudos
+templados al fuego,
+yo quisiera clavarte en los ojos,
+azules y grandes rincones de cielo;
+sacar los puñales
+después, los terribles puñales de acero,
+y ver en tus cuencas vacías y oscuras
+resbalar dos raudales sangrientos…
+Y ver los abismos
+helados y negros,
+que a través del cristal de esos ojos
+(extintos ha tiempo)
+volcaron desdenes y rayos de ira
+en estos los míos de lágrimas llenos.
+Ventanas obscuras en donde se asoma
+mi espíritu enfermo.
+Quiero castigarlos
+con castigo eterno,
+sólo por haberle negado a mi noche
+su luz, siendo limpios y ardientes luceros.
+Quiero ver tu alma
+entonces en esos
+rincones azules, de pronto trocados
+en dos agujeros.
+Pero más quisiera clavarte esos rojos
+puñales de fuego,
+por ver un eclipse,
+qué trágico eclipse…, eclipse de cielo.
+Celestial mariposa
+de alas tenues y grandes
+teñidas de oro y rosa:
+tú, que en el amplio cielo,
+tras del enorme boa de los Andes
+alzas el blando y luminoso vuelo.
+¿De qué jardín sublime
+vienes, divina mariposa? ¿Dime,
+en qué sidéreo broche
+libas la miel que te alimenta? ¿Acaso
+tus luengas alas de luciente raso,
+batiste en los jardines de la noche?
+¿En qué flores de luces infinitas
+saciaste tus anhelos?
+¿Tal vez en las radiantes margaritas
+que se abren en los surcos de los cielos?
+Ya que los horizontes
+llenas de luz y galas
+y derramas en mar, valles y montes
+todo el dorado polvo de tus alas…
+Celestial mariposa
+ven, y tus remos en mis sienes posa;
+desciende al pobre mundo
+de tu verjel profundo,
+antes de que en los giros de tus vuelos,
+te quemes en la antorcha de los cielos.
+Cuando yo expire, a la empinada sierra
+transportad mi cadáver y en la cumbre,
+no lo arrojéis debajo de la tierra,
+sino encima… del sol bajo la lumbre.
+Donde me cante el impetuoso viento
+sus largos deprofundis y mi caja
+mortuoria sea un risco, el firmamento
+mi capilla y la nieve mi mortaja.
+En donde para honrar el mustio rastro
+de lo que fui, cuando en la vida estuve,
+tenga por cirio funeral, un astro
+y por incienso místico, una nube.
+Donde para que rabien los humanos
+que arrastran sus envidias por el suelo,
+me devoren, en vez de los gusanos,
+los buitres y las águilas del cielo.
+Quisiera hacer estrofas,
+estrofas —perlas,
+que brotaran fulgores
+de luna llena,
+cantos de tordo,
+rumor de selvas
+y perfumes de flores
+recién abiertas,
+para encerrar esta alma
+triste y enferma,
+como en nevadas copas
+de llanto llenas,
+y ante tus plantas
+después romperlas,
+para que los abismos
+d’esta alma vieras.
+Todo nos llega tarde, —hasta la muerte.
+Nunca se satisface ni se alcanza
+la dulce posesión de una esperanza
+cuando el deseo acósanos más fuerte.
+Todo puede llegar; pero se advierte
+que todo llega tarde: la bonanza,
+después de la tragedia; la alabanza,
+cuando está ya la aspiración inerte.
+La Justicia nos muestra su balanza,
+cuando sus siglos en la Historia vierte
+el Tiempo mudo que en el orbe avanza;
+y la Gloria, esa ninfa de la suerte,
+sólo en las viejas sepulturas danza.
+Todo nos llega tarde: —hasta la muerte.
+Y me senté en el carro de la sombra,
+presa del más horrendo paroxismo,
+y comencé a rodar sobre una alfombra,
+formada por el cosmos del abismo.
+Y abarqué el infinito en una sola
+mirada, llena de fulgor intenso…,
+y vi del tiempo la gigante ola
+rodar al precipicio de lo inmenso.
+Y vi la eterna procesión de mundos,
+a través de mi loco desvarío,
+rodar por dos ignotos y profundos
+senos inescrutables del vacío.
+Y llamé a Dios, con penetrante acento,
+con un acento penetrante y hondo,
+que atravesó, rasgando el firmamento,
+sin encontrar del firmamento el fondo.
+Mas, nadie respondióme. En mi agonía,
+—¿En dónde estás…? —grité de nuevo—. ¿En dónde…?
+Pasó la pesadilla. Hoy todavía
+lo llamo y todo inútil: no responde.
+¡Ah!, yo como tú; también fui río;
+me deslicé por sobre blanda arena,
+bajo un cielo de bóveda serena,
+y recorrí la vega y el plantío.
+Más tarde, la fatiga y el hastío,
+y más que todo, la desdicha ajena,
+al repletar mi corazón de pena,
+me sentí desplomado en el vacío.
+Y estoy cayendo en el abismo obscuro
+de mi dolor letal, sordo, infinito…,
+como tú, del peñón inmoble y duro.
+Voy, como tú, tras negra lontananza,
+lanzando siempre, como tú, mi grito;
+¡ay!, pero sin un iris de esperanza.
+Me miran los hombres y exclaman: ¿qué tienes?,
+¿por qué taciturno refrenas el paso?,
+espectro o vampiro, ¿do vas?, ¿de do vienes
+así…, ensangrentado como sol de ocaso?
+¿Qué daño te han hecho?, respóndenos, dinos,
+¿por qué tu pie deja purpurinos rastros?,
+¿qué el ave te dice cuando alza sus trinos?,
+¿y tú, qué les cuentas de noche a los astros?
+¿Por qué vas sin rumbo como hoja que vuela?,
+¿como hoja marchita que vuela al acaso?,
+¿qué tedio te mata?, ¿qué frío te hiela?,
+¿qué buscas?, ¿las sombras como el sol de ocaso?
+¿Tal vez una ingrata mujer te ha vendido?,
+¿o ha muerto…, y la pena corona tus sienes?,
+¿tal vez te ha olvidado?, ¡qué infame ese olvido!
+Responde: ¿qué tienes?, ¿qué tienes?, ¿qué tienes?
+Yo miro a los hombres, los oigo, y sonrío,
+así…, ensangrentado como sol de ocaso;
+muriendo de angustia, muriendo de hastío…,
+y no les contesto, los saludo… y paso.
+Si en esta alma dolorida
+reina la desolación,
+si llevo en el corazón
+toda la hiel de la vida;
+si está en mi pecho escondida
+la medusa de los celos
+y sólo zarzas y hielos
+encuentro por donde voy…,
+si ante mis súplicas, hoy
+están cerrados los cielos…
+¿Por qué me pides que vierta,
+este espíritu sombrío,
+una gota de rocío?,
+¿no ves q’el alma está muerta?,
+¿cuándo la playa desierta
+pudo brotar una flor?,
+¿cuándo el pobre trovador,
+un canto podrá verter,
+de entusiasmo o de placer,
+bajo el yugo del dolor?
+¡Oh!, no me pidas cantares
+alegres, que mi canción,
+al salir del corazón
+tiene el sabor de los mares.
+Si te duelen mis pesares
+y es cierto que me amas tanto
+pide un ¡ay! a mi quebranto
+y reclama al pecho mío,
+no una gota de rocío…,
+sino una gota de llanto.
+Ya no puedo reír. Cuando en el pecho
+ladra el dolor y en llanto se deslíe
+el corazón en su recinto estrecho,
+puede el labio temblar…, ¡pero no ríe!
+Ya no puedo cantar. Cuando la pena
+roe la vida, sin cesar, en tanto
+que el Hastío el espíritu envenena,
+puede el grito brotar…, ¡pero no el canto!
+Ya no puedo luchar. Cuando los brazos
+al fin se cansan, cuando nadie escucha
+el sollozo de un alma hecha pedazos,
+puede el hombre morir…, ¡pero no lucha!
+En los nudosos brazos, de las encinas,
+largos y secos,
+antes d’entrar alegres, de las ruinas
+en los lúgubres huecos,
+se detienen y gimen las golondrinas.
+Yo me detengo apenas en esta hoja,
+frágil y blanca,
+y antes de ir donde el llanto la tierra moja,
+el ¡ay! de una congoja
+entre amargos sollozos de mí se arranca.
+Si el mundo me brindara, en este día
+todas sus flores como rica ofrenda,
+¿sabes tú lo que haría?
+—Deshojar esas flores en tu senda.
+Y si el cielo me diera, en este día,
+todos los astros de las noches bellas,
+¿sabes tú lo que haría?
+—Salpicar tu camino con estrellas.
+¡Pues mi deseo es hoy, alma inocente,
+en esta inmensa playa de dolores,
+mirarte eternamente,
+caminar entre estrellas… y entre flores!
+Cuando murió mi madre idolatrada,
+mi ardiente corazón tornóse en hielo:
+¡en un hielo tan duro, que ya nada
+derretirlo podrá…, ni el sol del cielo,
+ni el rayo abrasador de tu mirada!
+Mas, sin embargo, ¡mírame! ¿Quién sabe?
+Ya que tan sólo a ti mi fe consagro,
+ya que tu amor en mi tristeza cabe,
+¿no tendrás tú la misteriosa clave
+que haga llama ese hielo? ¡Haz el milagro!
+Se están poniendo tristes
+las tardes de verano;
+ya no se ve en los cielos
+siquiera un arrebol.
+Y está desierto el bosque
+y está marchito el llano…,
+¡qué triste va muriendo
+tras de la sierra el sol!
+Es que tras de la bruma,
+q’el horizonte cierra,
+el blanco viejo apoya
+la frente en su bordón.
+¿Mas, qué importa ese frío
+de cielo, mar y tierra,
+si fuego, amor y abrigo
+te da mi corazón?
+Oye, el cierzo rasguña la vidriera:
+llegó el invierno al fin…, pero el estío
+surge en mi amante corazón; afuera
+cae la lluvia, el cielo está sombrío.
+Mas, no importa, bien mío,
+porque en mi corazón hay una hoguera
+que te dará calor si sientes frío.
+¡Mientras que tú me inundas
+en la onda fragante de tu aliento,
+oye, el ala del viento
+arrebata las hojas moribundas.
+Pero ese viento helado
+no llegará hasta ti, ni la llovizna
+tu cuerpo mojará, ni ese nublado,
+que el triste cielo de la tarde tizna,
+te quitará la luz: corto es el trecho
+que nos separa. ¡Ven! La chimenea
+fría está…, ni una brasa.
+¡Ven!, la cabeza pon sobre mi pecho:
+así…, más cerca…, que tus ojos vea
+mientras el soplo del invierno pasa…
+¡Oh, q’este invierno interminable sea!
+Anoche, cuando huiste
+y me dejaste solo,
+desconfiado triste
+y yerto como un témpano del Polo,
+sentí cólera y celos
+y, para despreciarte, pedí bríos
+¡al Dios que está en los cielos!
+Mas…, volviste. Y tus ojos más sombríos
+me miraron… Entonces tu hechicera
+pupila parecióme más obscura
+que la siniestra hondura
+de un cielo por la sombra encapotado:
+¡ah…, como si la hubiera
+reteñido la tinta del pecado!
+Pero al hacerte un tímido reproche
+y saber la verdad desnuda y fría,
+de tu pupila entre la ardiente noche,
+la estrella del candor resplandecía.
+Yo vivo encadenado a tu hermosura,
+lo mismo que a su roca, Prometeo;
+sin poder quebrantar la ligadura
+que me une a ti…, por más que forcejeo.
+¿De qué delito bárbaro fui reo,
+para tener que seportar tan dura
+y a la vez dulce pena? Mi deseo
+es un placer que llega a la tortura.
+Me atraes como abismo luminoso;
+lucho, por arrancarme de tu lado,
+con las fuerzas terribles de un coloso.
+¡Inútil! A vivir siempre abrazado
+a tu cuerpo flexible y armonioso,
+parece q’estuviera condenado.
+Entre las hojas de laurel, marchitas,
+de la corona vieja,
+que en lo alto de mi lecho suspendida,
+un triunfo no alcanzado me recuerda,
+una araña ha formado
+su lóbrega vivienda
+con hilos tembladores
+más blandos que la seda,
+donde aguarda a las moscas
+haciendo centinela,
+a las moscas incautas
+que allí prisión encuentran,
+y que la araña chupa
+con ansiedad suprema.
+He querido matarla:
+mas…, ¡imposible! Al verla
+con sus patas peludas
+y su cabeza negra,
+la compasión invade
+mi corazón, y aquella
+criatura vil, entonces
+como si comprendiera
+mi pensamiento, avanza
+sin temor, se me acerca
+como queriendo darme
+las gracias, y se aleja
+después, a su escondite
+desde el cual me contempla.
+Bien sabe que la odio
+por lo horrible y perversa;
+y que me alegraría
+si la encontrase muerta;
+mas ya de mí no huye,
+ni ante mis ojos tiembla;
+un leal enemigo
+quizás me juzga, y piensa
+al ver que la ventaja
+es mía, por la fuerza,
+que no extinguiré nunca
+su mísera existencia.
+En los días amargos
+en que gimo, y las quejas
+de mis labios se escapan
+en forma de blasfemias,
+alzo los tristes ojos
+a mi corona vieja,
+y encuentro allí la araña,
+la misma araña fea
+con sus patas peludas
+y su cabeza negra,
+como oyendo las frases
+que en mi boca aletean.
+En las noches sombrías,
+cuando todas mis penas
+como negros vampiros
+sobre mi lecho vuelan,
+cuando el insomnio pinta
+las moradas ojeras
+y las rojizas manchas
+en mi faz macilenta,
+me parece que baja
+la araña de su celda
+y camina…, y camina…,
+y camina sin tregua
+por mi semblante mustio
+hasta que el alba llega.
+¿Es compasiva?, ¿es mala?,
+¿indiferente? Vela
+mi sueño, y, cuando escribo,
+silenciosa me observa.
+¿Me compadece acaso?
+¿De mi dolor se alegra?
+¡Dime quién eres! ¡Monstruo!
+¿En tu cuerpo se alberga
+un espíritu? Dime:
+¿es el alma de aquella
+mujer que me persigue
+todavía, aunque muerta?
+¿La que mató mi dicha
+y me inundó en tristezas?
+Dime: ¿acaso dejaste
+la vibradora selva,
+donde enredar solías
+tus plateadas hebras,
+en las oscuras ramas
+de las frondosas ceibas,
+por venir a mi alcoba,
+en el misterio envuelta,
+como una envidia muda,
+como una viva mueca?
+¡Te hablo y tú nada dices;
+te hablo y no me contestas!
+¡Aparta, monstruo, huye
+otra vez a tu celda!
+Quizás mañana mismo,
+cuando en mi lecho muera,
+cuando la ardiente sangre
+se cuaje entre mis venas
+y mis ojos se enturbien,
+tú, alimaña siniestra,
+bajarás silenciosa
+y en mi oscura melena
+formarás otro asilo,
+formarás otra tela,
+solo por perseguirme
+¡hasta en la misma huesa!
+¡Qué importa…!, nos odiamos,
+pero escucha: no temas,
+no temas por tu vida:
+es tuya toda, entera.
+Jamás romperé el hilo
+de tu muda existencia;
+sigue viviendo, sigue,
+pero… oculta en tu cueva.
+¡No salgas! ¡No me mires!
+¡No escuches más mis quejas,
+ni me muestres tus patas
+ni tu cabeza negra…!
+¡Sigue viviendo, sigue,
+inmunda compañera,
+entre las hojas del laurel marchitas
+de la corona vieja,
+que en lo alto de mi lecho suspendida,
+un triunfo no alcanzado me recuerda!
+Ruge el mar y se encrespa y se agiganta;
+la luna, ave de luz, prepara el vuelo,
+y en el momento en que la faz levanta,
+da un beso al mar y se remonta al cielo.
+Y aquel monstruo indomable que respira
+tempestades y sube y baja y crece,
+al sentir aquel ósculo, suspira…,
+y en su cárcel de rocas…, se estremece.
+Hace siglos de siglos que de lejos
+tiemblan de amor en noches estivales:
+ella le da sus límpidos reflejos,
+él le ofrece sus perlas y corales.
+Con orgullo se expresan sus amores
+estos viejos amantes afligidos;
+ella le dice: «¡te amo!», en sus fulgores,
+y él responde: «¡te adoro!», en sus rugidos.
+Ella lo aduerme con su lumbre pura,
+y el mar la arrulla con su eterno grito,
+y le cuenta su afán y su amargura
+con una voz que truena en lo infinito.
+Ella pálida y triste lo oye y sube
+por el espacio en que su luz desploma,
+y velando la faz tras de la nube,
+le oculta el duelo que a su frente asoma.
+Comprende que su amor es imposible,
+que el mar la copia en su convulso seno,
+y se contempla en el cristal movible
+del monstruo azul en que retumba el trueno.
+Y al descender tras de la sierra fría
+le grita el mar: «¡En tu fulgor me abraso!
+¡No desciendas tan pronto, estrella mía!
+¡Estrella de mi amor…, detén el paso…!
+¡Un instante mitiga mi amargura,
+ya que en tu lumbre sideral me bañas;
+¡No te alejes…!, ¿no ves tu imagen pura
+brillar en el azul de mis entrañas?».
+Y ella exclama en su loco desvarío:
+«por doquiera la muerte me circunda.
+¡Detenerme no puedo, monstruo mío!
+¡Compadece a tu pobre moribunda…!
+¡Mi último beso de pasión te envío;
+mi casto brillo a tu semblante junto…!».
+Y en las hondas tinieblas del vacío
+hecha cadáver se desploma al punto.
+Entonces el mar, de un polo al otro polo,
+al encrespar sus olas plañideras,
+inmenso, triste, desvalido y solo,
+cubre con sus sollozos las riberas.
+Y al contemplar los luminosos rastros
+del alba luna en el oscuro velo,
+tiemblan de envidia y de dolor los astros
+en la profunda soledad del cielo.
+Todo calla… El mar duerme y no importuna
+con sus gritos salvajes de reproche,
+y sueña que se besa con la luna
+en el tálamo negro de la noche.
+¡La campiña!
+Sobre el césped del cortijo va la niña
+tierna, rubia, frágil, blanca;
+—bajo el brazo la muñeca
+de cartón rosada y hueca—
+salta, corre, canta, grita,
+y sus fúlgidos ojazos copian toda
+la pureza de la bóveda infinita.
+Vedla: es ritmo
+y es donaire;
+sus desnudos pies se agitan y parece
+que también tuviesen alas
+como el aire.
+Dulcemente el aura toca
+el capullo de su boca
+que es esencia y es frescura
+y es panal, húmedo y tibio,
+de miel pura.
+Va contenta, retozona,
+va de prisa;
+y en sus labios aletea
+como un ave sobre el nido, la sonrisa.
+Primavera en los jardines,
+bosques, valles y barrancas,
+echa rosas, rosas, rosas,
+rosas blancas.
+Una crencha rubia miente
+un celaje sobre el campo de su frente;
+frente casta,
+perla enorme que en el oro de sus rizos
+arcangélicos se engasta;
+frente pura que humedece
+el sudor, y que parece,
+bajo el soplo sano y frío
+de los céfiros, camelia
+empapada de rocío.
+Va la niña; tal vez sueña
+con las hadas, y se cuenta
+ella misma, el cuentecillo
+de la pobre cenicienta.
+Y sus gritos melodiosos
+en las ráfagas deslíe,
+juguetona, parlanchina,
+mientras salta, corre y ríe.
+Nace el alba; vibra el orto
+sus espadas de reflejos,
+y el espacio se sonrosa, y un gran vaho
+de perfumes acres, llega
+de muy lejos.
+Primavera en los jardines,
+bosques, valles y barrancas,
+echa rosas, rosas, rosas,
+rosas blancas.
+Es rescoldo
+la ancha tierra; bajo un toldo
+de verdura, una joven campesina
+en el pecho de su amante
+se reclina;
+un arroyo serpentea, susurrante,
+salta en tumbos que retumban
+en las rocas del vibrante
+bosque espeso;
+los insectos giran, zumban
+como nube de ámbar y oro,
+y en el aire suena un beso
+y un «¡Te adoro!».
+Ni una nube
+mancha el cielo;
+un gran hálito de horno, sube, sube
+a las ramas silenciosas, desde el suelo.
+¡Cuán hermosa
+la muchacha! Su mejilla
+viva rosa;
+y su boca, almibarada,
+tiene muchos más rubíes
+muchos más que una granada.
+Olorosa como el heno,
+y brillante como el heno su cabeza
+se endereza
+como enorme flor de oro,
+sobre un tallo de esbeltez y vida lleno,
+mientras se alzan, con la espuma
+del encaje de su traje,
+medio ocultas,
+las dos ondas de su seno.
+El estío, por las ramas
+soñolientas, tembladoras,
+filtra llamas, llamas, llamas
+quemadoras.
+Un suspiro, moribundo
+de amor, pasa por el mundo;
+y la joven, suelto en rizos el cabello
+poderoso y ondulante,
+sus desnudos brazos finos,
+echa al cuello
+de su amante;
+y se ciñe toda, toda,
+al mancebo noble y fuerte:
+es el día de su boda.
+Con voz tierna,
+asegura que su dicha
+será eterna.
+Por un claro del gran bosque yo la veo
+que se agita, jadeante,
+bajo el ansia del deseo.
+El ambiente la sofoca;
+el placer la descoyunta;
+y, ebria y loca,
+a los labios del mancebo
+sus ardientes labios junta.
+Y las dos palpitaciones
+de sus buenos corazones
+anhelantes
+repercuten de la selva en los rincones
+más distantes…
+Medio día:
+al cenit el sol ya llega,
+y sus dardos ardorosos, deslumbrantes,
+a la madre tierra envía.
+El estío, por las ramas
+soñolientas, tembladoras,
+filtra llamas, llamas, llamas
+quemadoras.
+Luz de luna
+su mirada;
+su pupila
+noche bruna;
+sus ojeras
+guardan toda la ceniza
+que cayó, cuando sus ojos
+fueron vívidas hogueras;
+su pestaña engarza en oro
+un diamante de su lloro.
+En un bucle que sus sienes engalana
+como un hilo de alba seda, se desliza
+una cana.
+En el campo,
+del sol mira el postrer lampo,
+taciturna,
+del sol triste que se emboza, poco a poco,
+en la clámide nocturna.
+Desteñida, no provoca
+ya la adelfa de su boca:
+porque es flor que la sonrisa ya no mueve;
+hoy sus pétalos pegados y sinuosos
+no descubren el refugio
+de la nieve;
+boca triste, boca seca;
+en sus róseas comisuras,
+de fastidio hay una mueca.
+Sin embargo,
+a pesar de aquel constante
+dejo amargo…,
+en su rostro, todavía marfileño,
+hay un no sé qué de dulce…,
+de fantástico, de ensueño…
+El otoño en las orillas
+del camino, riega hojas,
+hojas y hojas
+amarillas.
+De su frente
+la tersura
+se deshace lentamente:
+la visión del blanco invierno,
+el blancor de aquel semblante
+pone en fuga…,
+y se alarga entre sus cejas, desdeñosas
+y enarcadas,
+honda arruga.
+En sus manos, bien cuidadas,
+todas llenas
+de sortijas, se insinúan
+las azules serpentinas de sus venas;
+y su barba, como lirio
+melancólico y maltrecho,
+agoniza en los encajes
+de la doble y blanda loma
+de su pecho.
+Solitaria, yo la veo
+en un banco
+del paseo;
+tal vez sueña con las flores
+de otros tiempos: ¡sus amores!
+Los recuerdos más hermosos
+y gratísimos,
+ahora,
+tal vez pasan por su mente,
+mientras llora…
+Es la tarde. Allá a lo lejos,
+su cabeza el sol sumerge
+en la sangre de los últimos reflejos…
+El otoño en las orillas
+del camino riega hojas,
+hojas y hojas
+amarillas.
+Tras la lóbrega ventana
+de una choza, hay una anciana;
+hila, hila,
+y enturbiando
+su pupila,
+de sus lágrimas dos gotas
+al salir de cuando en cuando,
+y al brillar, fingen dos gruesas
+perlas rotas.
+Sus mejillas,
+lacias, caen; se entrechocan
+sus rodillas.
+Viste luto,
+y una huella, casi extinta,
+hay apenas de su pobre seno enjuto.
+En su frente
+dejó el tiempo despiadado
+el ultraje
+de su arado.
+Y su boca,
+ya marchita,
+es un hueco de oraciones,
+de oraciones que musita
+ella, sola, en los rincones
+de la estancia: ¡Pobrecita!
+¿Qué se hicieron los encantos
+de su cuerpo?, ¿qué las épocas felices…?
+¡De sus manos sólo quedan…
+dos raíces!
+El invierno, sobre el techo
+de la choza, llueve, llueve,
+llueve copos, grandes copos
+de alba nieve.
+Sopla el cierzo…, y la cabeza
+de la triste anciana, eriza;
+la cabeza, que parece
+de ceniza.
+Cruje el tuero;
+de rescoldo hay un reguero
+en el fúnebre recinto de la estancia,
+y saturan los tizones
+el ambiente, de una exótica fragancia.
+Débil, mustia y alelada,
+¿en qué sueña aquella triste
+mujer sola?
+¿En qué sueña? ¡En nada, en nada!
+Sólo advierte
+que a sus plantas va formándose el vacío…,
+y que siente todo el frío
+espantoso de la muerte.
+En el cielo
+desolado, el rüido
+de su vuelo
+y el graznido
+de su canto, deja oír en las tinieblas
+un mochuelo.
+Es de noche; no hay un astro.
+Todo es sombra
+en el llano y en el bosque,
+y en la vega que parece de alabastro.
+A la puerta
+ladra un gozque.
+¡El invierno, sobre el techo
+de la choza, llueve, llueve,
+llueve copos, grandes copos
+de alba nieve!
+Hay una gruta, misteriosa y negra,
+donde resbala bajo mustias frondas,
+un raudal silencioso que ni alegra
+ni fecunda: ¡qué amargas son sus ondas!
+Con qué impudor bajo esa gruta helada
+mil flores abren su aterido broche…,
+¡nunca al beso de luz de la alborada!,
+¡siempre al ósculo negro de la noche!
+Esa gruta es mi alma; y esa fuente
+muda y letal, mi corrosivo llanto;
+y esas flores, los versos que en mi mente
+brotan al choque de fatal quebranto.
+Cierto es que hay ámbar y color y almíbar
+en muchas de esas flores…, mas te advierto,
+que estas esconden repugnante acíbar,
+¡olor de cirio, y palidez de muerto!
+Me gustan las ojeras
+en los semblantes tristes
+de los seres que luchan
+con el mal, y resisten
+los espantosos golpes
+que del pesar reciben,
+y que apenas se fruncen…,
+y sólo a solas gimen.
+Detesto las ojeras
+en los semblantes tristes,
+de aquellos que en las crápulas
+y en los burdeles viven;
+y enfermos de la carne
+y enfermos del espíritu,
+van en busca del vórtice
+del desprecio y del crimen.
+Por eso son tan bellas
+en las mártires vírgenes
+en las madres dolientes,
+y en los bardos sublimes;
+y al contrario, asquerosas,
+repugnantes y horribles,
+en los que se degradan,
+es decir: ¡en los viles!
+—¡Escuchas?
+—Sí.
+—¿Qué escuchas?
+—Un gorjeo
+que brota de los labios de mi amada.
+—¡Soñador! Es tu madre que murmura,
+puesta de hinojos, funeral plegaria.
+—¿Escuchas?
+—Sí.
+—¿Qué escuchas?
+—¡El crujido
+del vaporoso traje de mi amada!
+—¡Soñador! No te engañes, es que cosen
+un sudario de lienzo tus hermanas.
+—¿Ves?
+—¡Sí!
+—¿Qué ves?
+—¡El ardoroso brillo
+que despiden los ojos de mi amada!
+—¡Soñador! Es la aurora que despunta
+en el mundo intangible de las almas.
+—¿Sientes?
+—¡Oh, sí!
+—¿Qué sientes?
+—¡Ella! ¡Ella!
+En este instante, ¡mírala…!, ¡me abraza!
+—¡Soñador! ¡No te engañes…, no delires…,
+soy yo, soy yo…, contempla mi guadaña!
+Dijo esto con sardónica ironía
+la Muerte… Y alejóse de la estancia.
+El poeta exhaló su último aliento,
+y su espíritu huyó como una ráfaga.
+Después, madre y hermanas, todas juntas,
+al rededor de un féretro lloraban.
+En la calle reían…, y a lo lejos
+doblaban por un muerto las campanas.
+Una montaña de oro
+vi en horizonte lejano;
+corrí tras ella…; mi mano
+tendí, y era aquel tesoro
+un arrebol de verano.
+En una noche muy bella,
+brillar en la lejanía
+del espacio, vi una estrella;
+corrí afanoso tras ella
+y hallé sólo… una bujía.
+¡Vi arder en tu corazón,
+por mí, como roja pira
+la llama de la pasión!;
+mas, ¡ay!, todo fue ilusión:
+¡oro, estrella, amor…, mentira!
+De noche, cuando voy al camposanto,
+pongo el oído en las obscuras grietas
+que abre el tiempo en el duro calicanto
+de las tumbas, y en tanto
+que, agudas cual saetas,
+los buhos me prodigan indiscretas
+miradas llenas de profundo espanto,
+oigo vagos ruidos
+allá en el fondo de las negras cajas,
+donde duermen los muertos ateridos,
+envueltos en sus fúnebres mortajas.
+Y entonces, confundido,
+en busca de mi madre corro al punto,
+y después de contarle lo que he oído,
+ansioso le pregunto:
+—¿No crees que ese ruido
+de las tumbas indica
+que entran allí las auras y retozan?
+Y mi madre al instante me replica:
+—No es eso: son los muertos que sollozan.
+Dicen que entre las tumbas del camposanto
+suelen incorporarse los pobres muertos,
+y a través de las grietas del calicanto,
+ver con los ojos turbios, tristes y yertos,
+si alguien llega a sus tumbas vertiendo llanto.
+¡Ay!, cuántos esqueletos sus cuencas frías
+pondrán tras de las grietas que hay en sus fosas,
+y esperarán en vano, días…, y días…,
+que alguien llegue y mitigue sus espantosas,
+sus eternas y amargas melancolías.
+Tanto me odias, me aborreces tanto,
+que pienso que algún día
+irás al camposanto
+a hollar la hierba de la tumba mía.
+Ojalá…, nada importa que furiosa
+pises allí sobre mi cuerpo helado:
+con tu pie, diminuto y delicado,
+perfumarás la hierba de mi fosa.
+¿Sabes lo que me aterra
+de la muerte y me espanta?
+—No estar a flor de tierra,
+entonces, ¡ay!, para besar tu planta.
+Yo tengo como el mar horas serenas
+en que pierde mi espíritu su brío,
+y se aduerme en la carne como el río
+sobre su luengo tálamo de arenas.
+Horas en que la sangre de mis venas
+blandamente circula, en que el Hastío
+como siniestro cárabo sombrío,
+huye de la guarida de mis penas.
+¡Ah! Si entonces, acaso venturoso
+un instante me ves, y una sonrisa
+desarruga mi mudo labio inerte,
+es porque aquellas horas de reposo,
+que pasan para mi siempre de prisa,
+tienen algo del sueño de la muerte.
+Hermosa y sana, en el pasado estío,
+murmuraba, en mi oído, sin espanto:
+—Yo quisiera morirme, amado mío;
+más que el mundo me gusta el camposanto.
+Y de fiebre voraz bajo el imperio,
+moribunda, ayer tarde, me decía:
+—No me dejes llevar al cementerio…
+¡Yo no quiero morirme todavía!
+¡Oh, Señor…, y qué frágiles nacimos;
+y qué variables somos y seremos;
+si la tumba está lejos…, la pedimos,
+pero si cerca está…, no la queremos.
+Hoy que el mundo —la patria del poeta—
+todo sangriento y enlutado gira,
+debe exhalar sonidos de trompeta
+¡y sollozos de océano la Lira!
+Hoy del bardo la voz debe ser grito
+de conmiseración y de protesta,
+trueno que repercuta en lo infinito
+como el del Tequendama en la floresta.
+Hoy el poeta que ante el gran combate
+como asustado ruiseñor abate
+alas y arpegio en el blandor del nido,
+que no descarga a modo de piqueta
+su verso, y calla ante el mundial rugido
+de indignación, ¡ni es hombre… ni es poeta!
+El verdadero vate en esta hora
+negra, de excepcional desasosiego,
+debe pulsar la cuerda vengadora,
+¡que silba como un látigo de fuego!
+Debe entonar el canto que apostrofa
+y que la maldición lleva consigo,
+y convertir la orquesta de la estrofa
+en somatén, ¡y el númen en castigo!
+Debe azotar con cláusulas bravías
+a aquellos que, con ínfulas de guías
+excelsos, consumaron el desastre:
+monstruos a quien nada les importa
+que miseria y dolor el mundo arrastre,
+¡ya que el mundo los ama… o los soporta!
+En el mar de la atmósfera de un cetáceo
+descomunal, avanza, oscila, sube,
+y boga en el crepúsculo violáceo
+de la tiniebla en pos, como una nube.
+Es un enorme Zeppelín, —¿invento
+prodigioso del hombre?—. Aérea nave
+acreedora al azul del firmamento,
+asombro de aquilón, pasmo del ave.
+En su marcha espectral no deja rastros;
+¿a dónde va? ¿Tal vez a las inmensas
+y recónditas playas de los astros?
+¡Ay! Que respondan los humanos seres
+que habitan las ciudades indefensas:
+¿los ancianos?, ¿los niños?, ¡las mujeres!
+¿Qué hiciste de tus ígneos anatemas?,
+¿qué del sonante látigo que un día
+blandió el manso Jesús? ¿A dónde remas,
+oh, Pescador, en noche tan sombría?
+¡El Teutón y el Austriaco en pavoroso
+desbordamiento arruinan los santuarios
+donde se adora al Todopoderoso!
+¡Y tú… sigues rezando tus rosarios!
+Ni un grito aún de divinal coraje,
+¡ni un encendido apóstrofe siquiera
+que estigmatice el proceder salvaje!
+No una fugaz reprobación cualquiera
+es lo que aguarda, tras de tanto ultraje,
+la humanidad… ¡Tu fallo es lo que espera!
+Yacen mis venturas muertas,
+de mi alma en las rüinas,
+como las conchas marinas
+sobre las playas desiertas.
+Así, pues, si mis cantares
+te llegan con mis lamentos
+en las alas de los vientos
+y en el fragor de los mares,
+te cantarán al oído,
+con rumor trémulo y blando,
+que estoy llorando, llorando
+por tu ausencia y por tu olvido.
+Y te dirán que el exceso
+de mi profundo pesar
+no puede hacerme olvidar
+la miel de tu último beso.
+Que voy con mi pena a solas
+rodando por el vacío
+como esos troncos que el río
+arrastra sobre sus olas.
+¡Y que están mis dichas muertas
+de mi alma en las rüinas,
+como las conchas marinas
+sobre las playas desiertas!
+Manos que en el crespón de la tiniebla
+de la noche insonora
+pálidas flotan como airón de niebla.
+¡Oh, las manos difuntas
+de la triste señora,
+de la madre doliente
+que ha tiempo no responde a mis preguntas!
+¡Oh, manos que existieron solamente
+para elevarse a Dios y vivir juntas!
+Manos hechas de amor, adoloridas,
+sangradas sin cesar por los abrojos
+de las ajenas vidas…
+Que nunca hubieron de ocultar sonrojos,
+que en el mundo cerraron mis heridas
+y que se fueron sin cerrar mis ojos.
+¡Oh, manos aguzadas
+por el dolor y la piedad…, divinas
+manos que vi a menudo entrelazadas
+cual si una de otra, acaso por lo finas,
+siempre hubiesen estado enamoradas!
+Manos claras, radiosas,
+que siempre aleteantes y piadosas,
+esparciendo un frescor de esencias vagas,
+posábanse cual níveas mariposas
+en los rojos claveles de las llagas.
+Manos alabastrinas,
+frágiles y pequeñas,
+cuyos dedos de raso,
+en la noche del mal llena de espinas,
+me llamaron por señas
+y enderezaron mi torcido paso.
+Manos claras, serenas,
+azuladas apenas
+por la red de las venas,
+que parecían, al tocar las cosas,
+por encima, azucenas;
+y por debajo, rosas.
+Manos sabias, prolijas,
+que mi sudor secaron en la cuesta
+que me tocó subir… Manos de santa
+que nunca entorpecieron las sortijas,
+y en mi noche más lóbrega y funesta
+trizaron la blasfemia en mi garganta.
+Desde la eternidad donde cual una
+tenue gasa de luna
+flotáis, manos queridas
+que nunca hubisteis de ocultar sonrojos
+y en el mundo cerrasteis mis heridas…,
+volved, ¡oh, manos…!, y cerrad mis ojos.
+Y penetramos en el bosque, mudos,
+en un cálido colmo de demencia;
+nuestras manos en haz, como dos nudos
+hechos de amor, temblaban de impaciencia.
+Y caímos de súbito embriagados
+de voluptuosidad en las malezas;
+y con los ojos húmedos, cerrados,
+se confundieron nuestras dos cabezas.
+De un divino manjar mi boca hambrienta
+buscó el botón colmado de rocío
+de tu boca dulcísima y sangrienta.
+Se hundió en tu boca el seco labio mío,
+y el beso reventó como revienta
+la ola airada en el peñón bravío.
+Ya poco o nada de mis glorias queda;
+hoy, lejos de la lucha en que viví,
+mezo la cuna de mi niña y rueda
+como un susurro mi existencia aquí.
+En la brisa fugaz que blanda sopla,
+llega de las ciudades hasta mí,
+de cuando en cuando, el eco de una copla
+de amor, que en otros tiempos escribí.
+Y al recordar mi tormentosa vida
+y lo que entre los hombres padecí,
+bendigo en el silencio «la escondida
+senda» que al fin y al cabo preferí.
+Hoy todo, todo me parece un sueño,
+todo, hasta las miserias que sufrí;
+vivo como al influjo de un beleño,
+y así resbala mi existencia, así…
+Diéronme hiel en el falaz tumulto
+humano hasta las bocas de rubí:
+allá calumnia, allí grosero insulto,
+allá traición y falsedad allí.
+A mi patria, sumida en sus tristezas,
+mi lira de oro y ébano le di,
+ella a mí no me ha dado ni riquezas,
+ni honores, no, pero su llanto sí.
+Dejadme, pues, en paz; nada he pedido,
+mas hoy que vivo retirado aquí,
+mezo la cuna de mi niña y pido
+olvido, sólo olvido,
+olvido irrevocable para mí.
+Dilatada llanura, dilatada
+perspectiva campestre, amplio horizonte
+pleno de azul purísimo, cascada
+refundida en los ámbitos del monte;
+viejo trapiche, rústico bohío
+recostado en las frondas, solariega
+casa de campo, turbulento río,
+valle profundo, solitaria vega;
+tronco en que me senté con ella; acanto
+cuya sombra profunda amparó nuestro
+fugaz amor, tan vivo como santo.
+Vuestro soy con mi vida y con mi estro;
+vuestro, vuestro será mi mejor canto
+y mi último suspiro será vuestro.
+Lejanía del tiempo, lejanía
+de mi niñez y de mi adolescencia;
+oasis de mi virgen alegría,
+sagrario de mi cándida inocencia;
+terrores infantiles, sueños vagos
+de glorias y de númenes ignotos,
+paseos por la orilla de los lagos,
+pláticas a la sombra de los sotos;
+primero, único amor; ánfora llena
+de miel de rosas y de azul de cielo;
+horas de luz en que la vida es buena;
+acercamiento a Dios… La frente inclino;
+nacen las alas en mis hombros; vuelo…,
+y torno a recorrer todo el camino.
+¡Oh mi ciudad querida!, hoy tan lejana
+y tan inaccesible a mi deseo,
+que al evocarte en mi memoria creo
+que fuiste un sueño de mi edad temprana.
+Te evoco así, como a quimera vana,
+y al evocarte, sin cesar te veo
+resplandecer bajo el ardor febeo
+sobre la gran quietud de la sabana.
+Y al pensar que en ti van, hora tras hora,
+sucumbiendo los seres que amé tanto
+y que la tierra sin cesar devora,
+surges bajo la nube de mi llanto,
+no como ayer: alegre y tentadora,
+sino como un inmenso camposanto.
+¡Oh mi bella ciudad! Cómo en tu seno
+vibró mi ser y aleteó mi rima
+cuando en tu corazón hallé la cima
+que asalta el rayo y que apostrofa el trueno.
+Te poseí bajo tu azul sereno,
+entre el halago dulce de tu clima,
+y te ofrendé mi juventud opima
+con tanto ahínco y con amor tan pleno,
+que en las tinieblas de tus noches frías
+y hasta en tus más recónditos rincones
+deben sonar, cual ecos de otros días:
+los sollozos de todas mis canciones,
+los estruendos de todas mis orgías
+y los gritos de todas mis pasiones.
+¿Y los ojos? Son ánforas repletas
+de luz espiritual, ventanas puras
+de cuyo marco penden las violetas
+de las ojeras místicas y oscuras.
+Los ojos son los faros de la vida,
+son los cristales donde amor asoma
+su faz como una rama florecida
+hecha de lumbre y de celeste aroma.
+Los besos en los ojos… Todo beso
+que en los ojos se da, se da en el alma;
+beso dulce, castísimo… Por eso
+cuando tras de besar tus labios rojos
+quiero infundir a mis sentidos calma
+pongo a soñar mis labios en tus ojos.
+A mi hija Cielo
+¿Ves esa linfa que triscando rueda
+cómo dilata su cristal sonoro
+por la llanura, el valle y la arboleda,
+como una veta de zafiros y oro?
+Mira qué alegre va; nada le abruma,
+aquí levanta un coro de rumores,
+allí palpita en vértigos de espuma,
+allá se aduerme en tálamo de flores.
+Sea tu vida así: pise una alfombra
+de albas rosas tu pie; la espina advierte,
+con tu candor a la azucena asombra.
+Y arda tu luz espiritual, de suerte
+que al penetrar en la suprema sombra
+alumbres las tinieblas de la muerte.
+Sentado en una piedra del camino,
+y como presa de pesar tremendo,
+una tarde cantaba un peregrino
+una canción que me quedó doliendo.
+Una canción que el alma me penetra
+como un escalofrío, una balada
+rebosante de hiel: triste es su letra,
+pero es mucho más triste su tonada.
+El sol iba a morir. Un rojo lampo
+de su luz, como un luengo hilo de seda,
+se enredaba en los árboles del campo
+y sangraba en la frente del Aeda.
+Lleguéme al trovador desconocido,
+y emocionado preguntéle: —¿En dónde
+aprendiste ese canto tan sentido
+que a mi clamor parece que responde?
+Y él contestóme con acento blando,
+con un acento musical: —Os digo
+que lo aprendí no sé dónde ni cuándo
+porque, a decir verdad, nació conmigo.
+Ese canto en mi ruta es mi alegría:
+refresca mi fatiga y mi quebranto;
+cuando a hablar comencé…, ya lo sabía,
+y desde entonces sin cesar lo canto.
+De mi orquesta interior él es un eco
+que hago sonar en la tardina calma,
+y que al salir por el oscuro hueco
+de mi boca glacial, me alivia el alma.
+Con él recorro el mundo paso a paso,
+y siempre en los parajes campesinos,
+me gusta, cuando el sol baja a su ocaso,
+cantarlo en la quietud de los caminos—.
+—¿Quién eres?—, pregunté. Y él dijo: —El viejo
+camarada mejor del Desengaño,
+nunca a los hombres de acercarme dejo,
+y aunque ellos no me ven…, los acompaño.
+Yo soy el acicate, soy el grito
+que se escapa del labio moribundo,
+el ¡ay! que repercute en lo infinito,
+el verdadero emperador del mundo.
+Yo elevo los espíritus, yo arranco
+del humano fangal los corazones,
+y purifico en el incienso blanco
+que arde en mi pecho, todas las pasiones.
+Gloria soy de los mártires; sus nombres
+viven por mí; yo pongo los cilicios,
+yo atormento la carne de los hombres;
+soy el padre de todos los suplicios.
+Yo doy alas al genio, fuerza al justo,
+esperanzas a todos los anhelos;
+por mí, sólo por mí, subió el Augusto
+Redentor desde el Gólgota a los cielos—.
+El rapsoda calló. Yo lo miraba.
+Entre una nube de melancolía;
+su corazón como bullente lava
+a través de su pecho se encendía.
+Su frente era muy blanca, su mejilla
+honda, muy honda, sus cabellos canos;
+de ébano y oro —excelsa maravilla—
+columpiaba una cítara en sus manos.
+Como dos claros pozos de tranquilas
+aguas en cuencos de marmórea roca,
+se remansaba el llanto en sus pupilas
+sobre el rictus amargo de su boca.
+Aquel hombre…, ¿quién era? ¿Acaso un loco?
+—¿Te llamas?—, pregunté, y el peregrino:
+—Soy el Dolor—, me dijo, y poco a poco
+se alejó en las revueltas del camino.
+Marchó de cara al moribundo día,
+hacia el lejano resplandor postrero,
+y a manera de sol que se moría,
+su planta iba sangrando en el sendero.
+Abrió la noche su portal; los astros
+comenzaron a hervir y un gran lucero
+lloró su luz sobre los tibios rastros
+del muerto sol y del senil viajero.
+Pronto la luna apareció, serena,
+sobre un picacho de la curva andina,
+y una lechuza desgranó su pena
+desde el roto esqueleto de una encina.
+¡Allí quedéme estático y suspenso,
+sin saber de mí nada; al otro día
+pensé en el peregrino…, y en él pienso
+a través de los años todavía!
+¿Has visto, niña, a lo lejos,
+el sol, que paso entre paso,
+va descendiendo al ocaso,
+con su manto de reflejos?
+¿Cómo por lúgubres huellas
+deja en su triunfal descenso
+cubierto el espacio inmenso
+de crespones y de estrellas?
+Así, niña, es el amor:
+como el sol, paso entre paso,
+cuando desciende a su ocaso
+y no da luz ni calor,
+en el corazón herido
+nos deja en triste quebranto:
+por astros, gotas de llanto,
+y por tinieblas, olvido.
+Todos al verla pasar
+cabizbaja, sola y muda,
+camino del ancho mar,
+murmuraban: —Es “la viuda”
+que va a la playa a llorar.
+“La viuda”, así la llamaba
+el tumulto pescador
+que la servía y la mimaba
+y que siempre la alentaba
+con un «¡ten fe, ten valor!».
+Mas ella se fue agostando
+lentamente como una
+corola de invernadero:
+ya sólo de cuando en cuando,
+pálida como la luna,
+iba al desembarcadero.
+Iba a mirar compungida
+la melancólica danza
+del piélago mugidor;
+a dar aliento a su vida,
+dando vida a su esperanza
+y esperanza a su dolor.
+Iba a mirar de hito en hito,
+de los otros pescadores
+las otras barcas pasar;
+imploraba al infinito
+con dulcísimos clamores,
+y se sentaba a llorar…
+¡Más de tres años hacía
+que su novio, un pescador,
+modelo de bizarría,
+un día otoñal se había
+ido a empezar su labor;
+y a la rada no volvía…,
+no volvía el pescador!
+Cuando entre la mar y el cielo
+alguna vela lejana
+iba desflecando el velo
+brumoso de la mañana,
+trémula, absorta y ufana,
+sacudía su pañuelo…
+Y al desataviarse el día
+era de ver su reproche
+cuando aquella vela huía
+lentamente y se perdía
+como una garza… en la noche.
+Como la crónica cuenta
+que no sopla el vendaval
+ni el carro de la tormenta
+en relámpagos revienta
+nunca en aquel litoral,
+dijeron que una sirena
+al pescador aquel quizo
+hacer suyo en la mar plena,
+en aquel día otoñal,
+y lo arrastró de improviso
+a su tálamo de arena,
+de conchas y de coral.
+Que aún estaba allí, vivo,
+pero muriendo de pena,
+constante a su amor, y esquivo
+al amor de la sirena
+que lo guardaba cautivo.
+Que aunque la bella raptora
+era la más seductora
+ninfa de aquella región,
+sin dar colmo a sus anhelos,
+se retorcía de celos
+junto al rebelde garzón;
+que ricas sartas de perlas
+en azafates de oro
+le brindaba con afán,
+y que ni siquiera verlas
+—fiel a su innato decoro—
+nunca pretendió el galán;
+que de un raro caracol,
+repulido y tornasol,
+sacaba una melodía
+como destilada miel,
+con cuyas notas quería
+robarle el alma al doncel;
+que con su canto divino
+bajo el gran cristal marino
+lo arrullaba sin cesar,
+en medio de las legiones
+innúmeras de tritones
+que iban el canto a escuchar.
+Pero que todo era en vano
+porque el mancebo crüel
+lloraba y no se rendía:
+buen testigo el océano
+que ávidamente sorbía
+las lágrimas del doncel.
+Es lo cierto que “la viuda”
+una vez, pálida y muda,
+fuese a la playa a llorar:
+y no volvió…, nadie duda
+de que se arrojó a la mar.
+Pues aseguran que vio
+bajo el undoso cristal
+a su gentil compañero
+en los brazos prisionero
+de su atrevida rival…
+Que al piélago se lanzó
+y en la garganta le hundió
+a la sirena un puñal.
+Que la sangre coralina
+de la expirante raptora
+como un sonrosado tul
+corrió en la entraña marina
+como si hubiese la aurora
+nacido entre el agua azul.
+Y que a la tarde, en la arena
+de aquella playa desnuda
+vieron, con mudo estupor,
+junto a la muerta sirena,
+viva y triunfante, a “la viuda”;
+sano y libre, al pescador.
+Y agregan cuantos los vieron
+—como final maravilla—
+que de la noche al favor
+los dos amantes huyeron
+a esconder en otra orilla
+el tesoro de su amor.
+Soy un pájaro lírico. Yo estuve
+en una jaula —la ciudad—; hoy vuelo
+sin trabas, como el cóndor y la nube,
+por el mar, por la tierra y por el cielo.
+Ayer en mi prisión ruidosa y vasta
+hondamente canté mis propias penas,
+mis decepciones y mis iras, y hasta
+mis otras desventuras, las ajenas.
+¡Entonces fue mi canto un gran gemido;
+mas hoy que, libre, el firmamento sondo,
+lejos del fausto y del odioso ruido,
+a las miradas del burgués me escondo
+de un monte en lo más alto, y cuelgo el nido
+al aire, porque así canto más hondo!
+Job, el leproso formidable, hediondo
+hasta asfixiar, su acuosa podredumbre
+siente un día rodar bajo la lumbre
+de un sol de estío, refulgente y blondo.
+Y el ojo clava en el azul sin fondo
+de la impasible y colosal techumbre,
+y olvidando su antigua mansedumbre
+lanza un rugido lastimero y hondo.
+Es ya de noche: un charco nauseabundo
+de carnes desleídas y asquerosas
+se dilata a los pies del santo inmundo;
+y entre aquel charco, atónitas y bellas
+como enjambre de abejas luminosas,
+mira Job, cabizbajo, las estrellas.
+Ya descuelga la noche sus cortinas:
+en la sombra la tarde se desmaya,
+y a través de las pálidas neblinas,
+se ven las juguetonas golondrinas
+volar sobre la arena de la playa.
+En la comba turquí del firmamento
+las estrellas derraman sus fulgores;
+y las nubes con tardo movimiento
+taciturnas se cuentan sus amores
+sobre las alas del callado viento.
+En su lecho de perlas y corales
+sacude el mar sus encrespadas olas;
+y llegan, con las brisas estivales,
+envueltos en aromas tropicales,
+ecos de moribundas barcarolas.
+Soledad y silencio a un tiempo mismo
+se enlazan bajo el manto de las brumas,
+y el hondo mar, el proceloso abismo,
+con rudo y estentóreo paroxismo
+avienta en el espacio sus espumas.
+Y yo, tranquilo ante el fulgor del cielo,
+miro del mar los seculares rastros,
+y en las alas azules de mi anhelo
+se remonta mi espíritu a los astros
+con inaudito y poderoso vuelo.
+Y me complazco en contemplar a solas
+los gigantescos mundos que gravitan
+en ese mar espléndido, sin olas,
+y cuyos rayos al bajar palpitan
+y dan besos de amor a las corolas.
+………………………………………
+Ven, mi adorada, el astro reverbera;
+la blanca nube en el espacio gira;
+no vaciles: la noche nos espera;
+sacude la flotante cabellera
+y hacia el abismo de los cielos mira.
+Ven, contempla las límpidas estrellas,
+su tibia luz y sus eternas galas
+siempre imponentes, como siempre bellas.
+¡Mira las nebulosas: son las huellas
+que imprimen los querubes con sus alas!
+La blanca luna en el oriente asoma,
+y el mar va hinchando su convulso seno;
+ya su voz es arrullo de paloma
+y no fragor de formidable trueno
+que en las alas del aire se desploma.
+¡Ven y mitiga con tu dulce acento
+este pesar que al corazón devora!
+Está dormido en la montaña el viento,
+y está lleno de luz mi pensamiento
+como el espacio al despuntar la aurora.
+¡Ven y amemos a Dios cuya pupila
+todo el fulgor del universo absorbe;
+cuyo poder los astros aniquila,
+y a cuya planta se suspende el orbe,
+punto de luz que a su mandato oscila!
+¡Amémonos! La noche encantadora
+ostenta su lujoso panorama;
+el cielo brilla, el céfiro enamora…
+Brinda la flor su esencia embriagadora,
+el ave duerme… y el torrente brama.
+Oye; bajo las ruinas de mis pasiones,
+en el fondo de esta alma que ya no alegras,
+entre polvo de sueños y de ilusiones
+brotan entumecidas mis flores negras.
+Ellas son mis dolores, capullos hechos
+los intensos dolores que en mis entrañas
+sepultan sus raíces cual los helechos,
+en las húmedas grietas de las montañas,
+Ellas son tus desdenes y tus rigores;
+son tus pérfidas frases y tus desvíos;
+son tus besos vibrantes y abrasadores
+en pétalos tornados, negros y fríos.
+Ellas son el recuerdo de aquellas horas
+en que presa en mis brazos te adormecías,
+mientras yo suspiraba por las auroras
+de tus ojos…, auroras que no eran mías.
+Ellas son mis gemidos y mis reproches
+ocultos en esta alma que ya no alegras;
+son por eso tan negras como las noches
+de los gélidos polos… mis flores negras.
+Guarda, pues, este triste, débil manojo
+que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
+guárdalo; nada temas: es un despojo.
+del jardín de mis hondas melancolías.
+¿Ves ese roble que abatir no pudo
+ayer el huracán que asoló el monte,
+y que finge en el monte un alto y rudo
+centinela que mira el horizonte?
+El rayo apenas lo agrietó; sereno
+sobre su vieja alfombra de hojarasca
+se yergue aún como retando al trueno
+que la furia azuzó de la borrasca.
+Sé tú como ese roble: que la herida
+que abra en tu pecho el dardo de la suerte
+sin causarte escozor sane en seguida.
+Labora y triunfa como sano y fuerte
+para que el lauro que te dé la vida
+flote sobre el remanso de la muerte.
+A mi hija Cielo
+Las mariposas son flores que vuelan,
+las flores, mariposas perfumadas
+que en vano en el azul volar anhelan
+porque están en la tierra aprisionadas.
+Compasivas las libres mariposas
+a los jardines van por las mañanas
+a visitar a sus hermanas rosas
+que las más lindas son de sus hermanas.
+¿Las ves?, ámalas mucho, pero mira:
+como no quiero que el pesar te abrume
+tu mano de ellas al pasar retira
+pues la flor en la mano se consume,
+la mariposa que se coge, expira:
+esta pierde el matiz, la otra el perfume.
+Correcto en el vestido; por su semblante
+nunca pasa una sombra de duelo insano:
+así va por las calles el bogotano,
+siempre fino y alegre, siempre elegante.
+Entre amigos y damas luce el chispeante
+ingenio, que derrocha cortés y llano;
+y como es un modelo de cortesano,
+ama así…, a la ligera: por ser galante.
+Al hundirse en el lecho tras el quebranto
+de una noche de danzas y de emociones,
+se apodera de su alma cruel desencanto,
+y mira, entristecido, por los rincones
+del oscuro cerebro, vagar, en tanto,
+deshojadas y mustias sus ilusiones.
+Cuando el último acorde de mi lira
+resonó en la gran sala,
+—«¿Quién eres?» —preguntaron—, y yo dije:
+—«¡Soy el último bardo de mi Patria!».
+—«¿Y en dónde está tu Patria?» —prorrumpieron
+con ruidosa algaraza—.
+Orientándose entonces, con el dedo
+les indiqué tu posición exacta.
+—«Allá —les dije—, tras de aquellos montes
+y tras de aquellas nubecillas blancas,
+y tras de aquellos oros derretidos
+que el sol muriente en el azul estanca.
+Allá tras de esas brumas soñolientas
+de múltiple color está mi Patria».
+—«Un mar inmenso de rugientes olas
+la áurea cabeza sin cesar le baña,
+y el más ciclópeo de los ríos todos
+es escabel de sus preciosas plantas.
+El Pacífico azul, por occidente
+lame las curvas de su flanco y canta;
+el Magdalena turbio, caudaloso,
+conduce la riqueza a sus comarcas,
+y el océano Atlante, confidente,
+¡le anuncia la grandeza de sus aguas!».
+Todos me interrumpieron:
+—«Dinos cómo es tu Patria».
+Entonces les hablé de tus tesoros:
+del oro que dormita en tus entrañas,
+de tus cielos radiantes y profundos,
+de tus cumbres riscosas y nevadas,
+de tus lagos, tus huertos y tus flores
+y de tus frondosísimas montañas.
+Les hablé de tus aves y reptiles,
+de tus hórridas fieras y tus pampas,
+de tus muelles arroyos cristalinos,
+de tus ricos filones de esmeraldas,
+de la mole opulenta del Tolima
+y del ronco fragor del Tequendama.
+Les hablé de tus sabios y poetas.
+De las rojas batallas
+que por tu libertad ensangrentaron
+valles y riscos y llanuras y aguas.
+Les hablé de tus héroes: de Ricaurte,
+el sublime suicida que a las altas
+regiones de lo eterno en una nube
+de humo y en el estruendo de una salva
+gigantesca voló…, por darte vida
+y asegurar tu libertad…, ¡oh Patria!
+—«¿Y tú la quieres?» —me dijeron todos—.
+Y yo les respondí: —«¡Cómo no amarla!
+Si allí nací, si mi niñez tranquila
+rodó en su seno como fuente clara;
+si allí mi loca juventud fue viva
+y ardiente llamarada.
+Si allí los huesos de mis padres duermen
+en una eterna y silenciosa calma,
+si allí brilla mi gloria como brilla
+el rocío en las hierbas y en las ramas;
+si en su suelo están todas mis raíces;
+si allí dejé mi corazón…, ¡mi amada!».
+Entonces todos exclamaron: —«Dinos…,
+y esa tierra feliz…, ¿cómo se llama?».
+—«¡Colombia! —dije; y me contuve, ¡y luego
+sentí la quemadura de una lágrima…!
+Mas al pensar que han sido mis pasiones
+vena doliente de tu cuerpo, ¡oh Patria!,
+y que mi voz se acuna en tus caminos
+hecha canción y rebeldía de alas,
+sacudí cabizbajo mi pañuelo;
+sequé mi pobre lágrima;
+conformé mi agonía de la ausencia,
+¡les dije adiós! Y proseguí mi marcha…
+Si supiérais con qué piedad os miro
+y cómo os compadezco en esta hora.
+En medio de la paz de mi retiro
+mi lira es más fecunda y más sonora.
+Si con ello un pesar mayor os causo
+y el dedo pongo en vuestra llaga viva,
+sabed que nunca me importó el aplauso
+ni nunca me ha importado la diatriba.
+¿A qué dar tanto pábulo a la pena
+que os produce una lírica victoria?
+Ya la posteridad, grave y serena,
+al separar el oro de la escoria,
+dirá cuando termine la faena,
+quién mereció el olvido y quién la gloria.
+He quemado las naves de mi gloria.
+Hoy en un monte milenario vivo
+el resto de esta vida transitoria,
+a todo halago mundanal esquivo.
+En la gran soledad del bosque inmenso
+este resto de vida se consume,
+exhalando, lo mismo que el incienso
+en los altares, todo su perfume.
+El monte, prodigioso laberinto,
+es hoy mi patria, mi ciudad, mi centro:
+hállome en él hasta en mi mal distinto,
+pues me parece que la dicha encuentro
+mientras más solo estoy en su recinto,
+mientras más hondo en sus arcadas entro.
+–––––––––
+Huyendo de las míseras pasiones
+de los hombres, en pos de ambientes puros,
+con mi morral henchido de canciones
+abandoné los solariegos muros.
+La mentira social, el placer mismo
+cien veces apurado en una hora,
+me arrancaron del fondo del abismo
+lanzándome a la selva redentora.
+He entrado como el monje en «la escondida
+senda» a vivir las horas placenteras
+de aquella dulce y sosegada vida,
+convencido a la luz de otro horizonte,
+de que hay en la ciudad muchas más fieras,
+¡oh, sí!, muchas más fieras que en el monte.
+–––––––––
+Cerré todas las puertas a los vicios,
+abandoné las broncas bacanales
+y huí de los inmensos precipicios
+lanzándome a regiones inmortales.
+Ya no canto aquel canto atormentado
+que abrió en mi corazón surco tan hondo,
+tan hondo, que aunque a verle me he asomado,
+nunca le he visto al asomarme el fondo.
+Hoy mi canto es más puro, es más sereno
+porque es ahora mi pensar más sano.
+Canto en la soledad a pulmón pleno…
+Y aunque en el monte estoy no canto en vano:
+me aplaude arriba con su salva el trueno…,
+y abajo, con su trueno el océano.
+–––––––––
+Porque abajo está el mar con su llanura
+verde o azul, rojiza o cenicienta.
+El mar, mi único hermano en amargura,
+cómplice rugidor de la tormenta.
+Ora tranquilo y sin vigor, inerme
+se arrebuja en los velos de las brumas
+y en su gran lecho de coral se aduerme
+bajo su frágil edredón de espumas.
+Ora ronco y fatal cuando se enoja,
+aulla, brama, se retuerce, grita,
+y espumarajos de coraje arroja.
+Rompe sus anchas olas, y al romperlas
+finge bajo la bóveda infinita,
+enorme cofre azul lleno de perlas.
+–––––––––
+Ni falso amigo ni mujer liviana
+cerca de mí; la azul enredadera
+y el roble rico de vejez lozana
+son y serán mi amigo y compañera.
+Lejos del miasma, en vértigo inefable
+del monte aspiro el secular perfume
+y —águila enferma en jaula miserable—
+mi espíritu las alas desentume.
+Al fin bajo el magnífico frondaje
+de la selva sonora y afligida
+hallé la paz, aunque al rendir el viaje.
+¡Por qué por un sarcasmo de la suerte,
+hoy que por vez primera amo la vida
+es cuando está acercándose la muerte…!
+–––––––––
+¡Pero no importa! Mi ventura entera
+será dormir allí, tras la borrasca
+de mi pasado, en una primavera,
+oyendo el susurrar de la hojarasca.
+Sé que la enredadera cariñosa
+y el corpulento roble centenario
+hundirán sus raíces en mi fosa
+para estrechar mi cuerpo solitario.
+Cristalinas mañanas, tardes blondas,
+noches azules de luctuoso velo
+y albas estrellas de miradas hondas
+llorarán sobre mí. Y alzando el vuelo,
+desde las altas y tupidas frondas
+me cantarán los pájaros del cielo.
+Las perlas te dieron la cándida albura que esplende en tu frente y tus manos;
+los rojos rubíes te dieron la sangre que tiñe tu boca inviolada;
+Aurora, la rubia, la maga de oriente, robó a los celajes lejanos
+el tinte que baña tu fresca mejilla de oscuros hoyuelos sembrada.
+La noche y la sombra tejieron las redes que cubren tu altiva cabeza;
+invierno sus nieves cuajó entre las hojas de fuego que cierran tu boca;
+y el sol, ese heraldo y Señor de la vida, queriendo aumentar tu belleza,
+bañó en claridades eternas y vivas tus ojos quemantes de loca.
+Tu voz es murmullo de fuente, y es eco sonoro de música extraña;
+tu pie diminuto deslízase y roza cuando andas, apenas el suelo;
+tu talle flexible y esbelto se mece y se dobla cual trémula caña
+que empuja la brisa con soplo apacible, cuando alza en los campos el vuelo.
+¡Oh!, dime, ¿quién eres? ¿Acaso un ensueño? ¿Mis ojos no se han engañado?
+¿Te he visto? ¿Te veo? Me atraes y a veces también me intimidas;
+responde… ¿Eres sólo quimera o visión de mi loco cerebro ofuscado?
+Y si eres un ángel, ¿por qué, dime, llevas las alas por siempre escondidas?
+Un inmenso arenal; dunas desiertas
+álzanse allí, sinuosas, a millares;
+los árboles sin nidos, sin cantares
+con las hojas raquíticas y yertas.
+Sólo las golondrinas sus alertas
+dan al marcharse a sus antiguos lares,
+lejos del sitio aquel, donde los mares
+dejaron al azar sus conchas muertas.
+Las brisas al pasar, su soplo débil
+dan a una flor pequeña y delicada
+que al suelo inclina su corola débil
+y que suelo llamar “La flor del muerto”
+que se parece a ti, niña adorada,
+¡flor de mi triste corazón desierto!
+Y el amor también muere, —me decía
+contemplando las fosas con espanto,
+una tarde en que triste recorría
+asida de mi brazo el camposanto.
+El amor —respondíle— es un anhelo
+que en el fondo del alma está latente
+así como ella se remonta al cielo
+y, así como ella, vive eternamente.
+Es perfume suavísimo que embriaga;
+es néctar que se bebe en regio vaso,
+astro que alumbra y que jamás se apaga;
+el verdadero amor no tiene ocaso.
+Entre tanto, de un sauce en la enramada
+un ruido estrepitoso se sentía;
+era que con burlona carcajada,
+al oírme un espectro se reía.
+Oye la historia que contóme un día
+el viejo enterrador de la comarca:
+era un amante a quien por suerte impía
+su dulce bien le arrebató la parca.
+Todas las noches iba al cementerio
+a visitar la tumba de la hermosa;
+la gente murmuraba con misterio:
+es un muerto escapado de la fosa.
+En una horrenda noche hizo pedazos
+el mármol de la tumba abandonada,
+cavó la tierra…, y se llevó en los brazos
+el rígido esqueleto de la amada.
+Y allá en la oscura habitación sombría,
+de un cirio fúnebre a la llama incierta,
+dejó a su lado la osamenta fría
+y celebró sus bodas con la muerta.
+Ató con cintas los desnudos huesos,
+el yerto cráneo coronó de flores,
+la horrible boca le cubrió de besos
+y le contó sonriendo sus amores.
+Llevó a la novia al tálamo mullido,
+se acostó junto a ella enamorado,
+y para siempre se quedó dormido
+al esqueleto rígido abrazado.