Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Múnera, Jorge Mario, fotógrafo
Angulo, Guillermo, autor
Orquídeas selectas de Colombia / Guillermo Angulo, Jorge Mario Múnera. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2017.
1 recurso en línea : fotografías a color : archivo de texto ePUB (11,6 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Botánica / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN ISBN 978-958-5419-96-4
1. Orquídeas – Clasificación - Colombia 2. Orquídeas – Colombia - Fotografías 3. Libro digital I. Múnera, Jorge Mario, 1953-, fotógrafo II. Angulo, Guillermo, texto III. Título IV. Serie
CDD: 584.7209861 ed. 23 |
CO-BoBN– a1018330 |
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ISBN: 978-958-5419-96-4
Bogotá D. C., diciembre de 2017
© Jorge Mario Múnera (fotos)
© Guillermo Angulo (textos)
© 2017, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Alberto Abello
Material digital de acceso y descarga gratuitos con fines didácticos y culturales, principalmente dirigido a los usuarios de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia. Esta publicación no puede ser reproducida, total o parcialmente con ánimo de lucro, en ninguna forma ni por ningún medio, sin la autorización expresa para ello.
+Montañas habitadas
+por las flores que había en el paraíso
+(DE UNA CANCIÓN DE ÁNGEL PEÑA Y GUADALUPE GARCÍA CANTADA POR CELIA CRUZ)
+POR AZAR DE LA SUERTE —y gracias a mi gran amigo, Bernardo Ramírez, cercano a sus padres—, en 1981 conocí a Jorge Mario Múnera, recién desempacado de Europa, aún oliendo a Suiza, de donde venía después de estudiar en el Instituto de Fotografía de Ginebra.
+El libro que van a ver es de orquídeas nativas colombianas, y fotografiar flores es tan difícil que en el sitio preferencial donde se encuentran los mejores fotógrafos del género —al que, naturalmente, pertenece Múnera— hay lugar para muy pocos, empezando por Irving Penn, quien durante nueve años estuvo fotografiando rosas, peonias, orquídeas y tulipanes para la edición gringa de la sofisticada revista Vogue. Sus fotos —recogidas en un libro titulado simplemente Flowers— tienen la marca de la opulencia: hechas con película de 8”x10” y con la posibilidad de viajar hasta Londres, con todo su equipo y sus asistentes, sólo para fotografiar las rosas que una señora identificada nada más como «la viejita que vive calle abajo» le llevaba a su estudio todas las mañanas.
+En ese Olimpo también está el extravagante Robert Mapplethorpe, quien descaradamente usó para su libro el mismo título del de Penn: Flowers, en el que usa elementos distintos a las flores, como floreros, o las sombras de su iluminación, como parte importante de su composición. «Él vino a tiempo para abrazar la flor como la encarnación de todas las contradicciones que bullían dentro de él», dice Patti Smith en el prólogo del libro al que nos referimos.
+El más cercano a Múnera es David Douglas Duncan, porque su oficio principal —por el que se le recuerda— fue retratar la guerra, así como Jorge Mario lleva toda su vida reflejando —en impresionantes fotografías— la vida del país. Duncan —que en enero de 2016 cumplió cien años— fue también muy conocido por una serie de libros sobre Picasso, de quien se volvió amigo. Mientras vivía en Francia se desvió de su letal “especialidad” con su único libro de flores hecho en la campiña francesa, que tituló Girasoles para Van Gogh.
+Por encima de todos —pero de todos todos—, está en un nicho especial el alemán Karl Blossfeldt (1865-1932), que en su tiempo no tuvo fama de ser un gran fotógrafo —y tal vez ni él lo supo—, pues su trabajo era simplemente fotografiar flores, brotes, semillas, ramas, para ilustrar sus clases en la Escuela de Artes Aplicadas de Berlín, en la que estudiaban principalmente aquellos que querían trabajar en herrería, para hacer bellas verjas y portones. Nunca recibió clases de fotografía y las cámaras que usó las hizo él mismo en casa, pues no se conseguían aparatos capaces de fotografiar las plantas de cerca y con tantos detalles como él quería. Sólo hasta 1928 se hizo un libro con sus fotos, Las formas originales del arte, que le dio fama instantánea; y se empezó a valorar su enorme trabajo gracias también a que Walter Benjamin lo comparó con los grandes fotógrafos Eugène Atget y August Sander.
+Jorge Mario Múnera, al igual que Blossfeldt, tuvo que diseñar para este trabajo un equipo especial de iluminación, de luz suave, que le deja el dramatismo a la flor misma, no a los recursos de la luz —como es el caso en Mapplethorpe—, y al utilizar la misma iluminación para todas logra un equilibrio entre las flores de diferente forma y color, lo que tiene un gran valor desde el punto de vista botánico, pues permite apreciarlas con un criterio lumínico unificado. Tanto que cuando salió la obra impresa de Jorge Mario, el director de orquideología del centro de investigación más importante del mundo, Royal Botanic Gardens, Kew, el doctor Phillip Cribb, le mandó a Múnera, motu proprio, esta carta:
+La máxima gloria de esta obra [Orquídeas nativas de Colombia] son las magníficas fotografías que acompañan a cada uno de los géneros descritos. Pocas veces he visto tal uniformidad en la alta calidad de fotografía en un libro de orquídeas…
+Con sus fotos, Jorge Mario Múnera ha dejado un trabajo monumental —yo diría irrepetible—, publicado inicialmente en cuatro tomos, con el título de Orquídeas nativas de Colombia, del cual este libro es una antología selecta de ochenta de las novecientas fotos que se hicieron durante cuatro años, 1990-1994, para la publicación original.
+Para fotografiar orquídeas hay que tener, además de talento y oficio, una inagotable paciencia y aportar el enorme esfuerzo que requiere la búsqueda de las especies en los numerosos cultivos y en sus hábitats naturales. Y al rigor botánico se agrega el intento de retratar ese carácter único de cada especie, de mostrar la inteligencia y la sensual belleza de estas plantas que son la punta de lanza en la evolución de las especies.
+La mayoría de estas plantas sólo florece una vez al año, algunas duran, otras no. Por ejemplo, hay una especie cuya bellísima flor dura apenas ocho o diez horas. Los campesinos la llaman flor-de-un-día y su nombre científico es Sobralia.
+Pero Múnera no sale de la nada. Sus claros antecedentes están en los mejores pintores de nuestra Expedición Botánica, dirigida por José Celestino «el Sabio» Mutis, a los que les rinde homenaje por esa inmensa obra que nos deja extasiados ante la precisión y la belleza de iconos como el de la Aristolochia cordiflora, o la amorosa representación de las Passifloraceas. En ambos casos, en la foto y en las pinturas, está presente la necesidad de brindar precisión a taxonomistas y aficionados para identificar plantas similares y, al mismo tiempo, regalarnos unas imágenes de alto nivel estético. Pero detrás —además del oficio— están la cultura, el talento y la sensibilidad artística.
+Jorge Mario pertenece a una nueva camada de fotógrafos, iniciada con Hernán Díaz, que «saben leer y escribir». En el caso de Múnera este dicho es comprobable, porque no es un lector sino un vicioso de la lectura y, además, escribe muy bien y, para redondear, su cultura tiene precisos lineamientos políticos.
+Conozco dos fotógrafos que se resisten a abandonar la fotografía química: el otro es Rodrigo Moya —también nacido en Medellín, en 1934, pero que desde los dos años vive en México—. Es el mejor fotógrafo documental de ese país, y no tiene una sola foto hecha con pixeles, y mucho menos impresiones de tinta sublimada. Múnera lo acompaña en esa nostálgica actitud pero, por razones comerciales de fuerza mayor, ha adoptado en parte el formato digital, pues cada día es más difícil la consecución de materiales y laboratorios que procesen los trabajos analógicos. Sebastião Salgado, quien también se vio obligado a desertar de la foto húmeda, debido a dificultades en los aeropuertos al transportar cientos de rollos de película sin revelar, es caso ejemplar de esta conversión tecnológica.
+Como persona, Jorge Mario Múnera se ve taciturno, pero no distraído. Se debe a que es tan buen conversador que sabe estar callado y ha aprendido lo más difícil: escuchar. Siempre, trabajando o no, está ejerciendo su profesión básica que es mirar. Mirar y ver. Estar en constante observación de la luz, de su cambiante calidad, de cómo dibuja personas y objetos y de cómo fijar para la eternidad esos cambios, en el «momento decisivo» del que hablaba Cartier-Bresson.
+Múnera —Premio Nacional de Fotografía de 1998— ha hecho muchos libros, pero mi preferido es uno que llamó Vista suelta, y que ganó un premio como el mejor libro en el año de su aparición. Lo de «vista» no sólo tiene que ver con el arte de ver —su arte— sino con su cultura antioqueña, en la que a las fotos —y a los fotogramas de las películas, objeto de juvenil colección— se les llama «vistas».
+Si un extranjero quisiera ver el país y no tuviera la oportunidad de venir, lo más aproximado para conocer a Colombia sería ver los libros de Jorge Mario. Si lo que busca es orquídeas, no podría conocer tantas especies —ni tan bien fotografiadas— como en este libro.
+Dije antes que Múnera escribía muy bien, tan cierto que cuando salió un texto suyo sobre orquídeas, publicado inicialmente en 2005 en la Harvard Review of Latin America, lo guardé —yo, que no conservo casi nada—, y quiero aprovechar para que los posibles lectores lo conozcan.
+Aquí va:
+Casi nadie sabe que en la historia de las maravillosas orquídeas existe un capítulo fatal de terribles tragedias de carne y hueso. Desde un principio, en la mitología griega, Orchis se encuentra en el bosque con el cortejo de Dionisio y pierde la cabeza por una de las mujeres que lo acompañan, intenta poseerla por la fuerza y ella, para defenderse, les ordena a las fieras del monte que lo maten pero, al ver el hermoso cadáver, ella se arrepiente y les implora a los dioses que le devuelvan la vida. Estos, conmovidos con su súplica, lo reviven transformándolo en orquídea.
+Asimismo, en otras culturas la aparición de esta flor que es el símbolo del amor apasionado y de la perfección estética, está ligada a sucesos sangrientos y brutales: en el sur de Asia son sus pétalos el ajado vestido de una diosa vapuleada; en las pinturas de la antigua China, las orquídeas, junto a los ciruelos, los crisantemos y el bambú, contemplan, desde serenas pinceladas, el transcurrir de milenios de despiadadas guerras. En las culturas precolombinas, su preciado uso alimenticio, medicinal y mágico las convierten en acicate de la devastadora horda española. Pero es a partir del siglo XIX cuando su fatalidad se manifiesta con más feroz intensidad. La voracidad que se desata en la Europa victoriana por esta flor acarreará una interminable cadena de muertes, empezando por la de millones de ejemplares de orquídeas muy diversas que perecieron por las tétricas condiciones de los viajes rumbo al exilio. Es inimaginable la desaparición de tantas especies en medio de huracanes terribles y naufragios, en un drama paralelo al del comercio de los esclavos que surcaron las mismas aguas, todos presas de la cruel venta.
+Mientras tanto, en tierra, se saqueaban los bosques para saciar la fiebre de la exquisita afición, sin discernir si su propósito era científico, comercial o tan sólo un irrefrenable capricho. Se derribaron selvas enteras para apoderarse de las orquídeas que habitaban sus galerías y copas y, de remate, hubo quienes hicieron tabla rasa en grandes áreas de colecta para impedir que alguien más pudiera poseer las especies nativas.
+En una extraña venganza, muchos de esos hombres pagaron con su vida la osadía de ese rapto masivo. Casi todos ellos, caídos en las redes de la irresistible y letal atracción, terminaron siendo muertos entre orquídeas, en medio de estas exuberantes selvas que siguen siendo arrasadas por la tala, la ganadería, la minería, la fumigación química indiscriminada y el conflicto armado en el nicho de las especies endémicas.
+Colombia, país que tiene la fama de ser el más rico en especies de orquídeas en el mundo, abunda también en casos de muertes surgidas en la persecución de esta bella flor. Grandes personajes de la historia de la botánica y anónimos recolectores llegaron a estas selvas, como hipnotizados, dando los pasos de un fatídico ritual. Pasaron por aquí Aimé Bonpland, quien terminó su vida de buscador de orquídeas en los límites de Uruguay y Brasil, muriendo dos veces seguidas, la primera en forma natural, y la otra de varias puñaladas. William Arnold, comerciante victoriano, desaparecido en los estruendosos raudales del Orinoco. Falkenberg, consumido por las fiebres y el delirio en las selvas de Panamá. David Bowman, víctima de una imparable disentería en Bogotá. Friedrich Carl Lehmann, minero y orquideólogo, cónsul de Alemania en Popayán, donde vivió buena parte de su vida hasta cuando lo asesinaron mientras recorría el río Timbiquí. Albert Millican, recolector, pintor, fotógrafo y autor del libro Travels and Adventures of an Orchid Hunter, cuyos huesos reposan desde 1899 en el cementerio de Victoria, Caldas, después de una feroz cuchillada. El renombrado Gustavo Wallis pereció de fiebre amarilla y malaria entre las brumas de las cimas andinas. Enders, uno de los más grandes recolectores, murió tiroteado en una calle en Riohacha. Y no sólo fueron ellos las víctimas de este sino mortal; también muchos de los herbarios que con gran esfuerzo colectaron desaparecieron por la violencia de los conflictos locales y de las guerras europeas, empezando por el de José Celestino Mutis que fue sacado de afán de Bogotá, perdiéndose así parte de su material en los recovecos de la debacle virreinal. El fabuloso herbario de Reichenbach fue casi todo incinerado durante la Primera Guerra Mundial, lo mismo que el gran herbario de Rudolf Schlechter, consumido por los bombardeos de 1943 en Alemania. También se perdieron, por la misma causa, una gran serie de láminas que José Celestino Mutis le regaló a Humboldt y que este donó a la ciudad de Berlín. La misma suerte corrieron muchos de los jardines botánicos de la Europa de ese entonces, en donde previamente sus encargados habían cocinado a centenares de miles de orquídeas tratándolas de adaptar a invernaderos similares a los campos de concentración.
+Hacia mediados del siglo XX las difíciles condiciones de orden público alejaron a los investigadores extranjeros de nuestras selvas, por lo que a partir de esa fecha la búsqueda de orquídeas queda en manos de recolectores colombianos que, salvo contadas excepciones, han engrosado la lista de muertos en pos de la exótica flor: José María Guevara, José María Serna, Evelio Segura, Bernardo Tascón, son algunos nombres conocidos entre tantos desconocidos sacrificados en la trágica saga de la flor de Escorpión.