Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Tanco Armero, Nicolás, 1830-1890, autor
Recuerdos de mis últimos viajes [recurso electrónico] / Nicolás Tanco Armero; [presentación, Paola Caballero Daza]. – Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2016.
1 recurso en línea : archivo de texto Epub (2,2 MB). – (Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. Viajes / Biblioteca Nacional de Colombia)
ISBN 978-958-8959-28-3
1. Tanco Armero, Nicolás, 1830-1890 - Viajes 2. Japón - Descripción y viajes - Relatos personales 3. Libro digital I. Caballero Daza, Paola II. Título III. Serie
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ISBN: 978-958-8959-28-3
Bogotá D. C., diciembre de 2016
© 1888, Estudio tipográfico Sucesores de Rivadeneyra
© 2016, De esta edición: Ministerio de Cultura -
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: Paola Caballero Daza
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+LA LEY DE LIBERTAD DE VIENTRES de 1821, promulgada por Simón Bolívar para abolir la esclavitud, terminó prolongándola dieciocho años más debido a la presión de los esclavistas: los hijos de esclavos debían servir hasta cumplir dicha edad. En 1842 otra ley volvió a aplazar la libertad cinco años. Finalmente fue la Ley de Manumisión del 21 de julio de 1851, promulgada durante el gobierno liberal de José Hilario López (1849-1853), la que puso fin, a partir de enero de 1852, a la esclavitud en la Gran Colombia.
+Uno de los grandes opositores a las medidas adoptadas por el gobierno de López —las reformas agrarias, sociales y económicas, la supresión de la pena de muerte, la descentralización administrativa de las provincias, la separación entre la Iglesia y el Estado[1]— fue el joven conservador Nicolás Tanco Armero, hijo de Nicolás Manuel Tanco Bosmeniel, cubano casado con la tolimense Margarita Armero Conde, senador (1824-1825) que se opuso a la coronación de Bolívar y quien fuera su Ministro de Hacienda de 1828 a 1830.
+Debido a las fuertes críticas al Gobierno, Nicolás Tanco Armero (Bogotá, 24 de enero de 1830-Lima, 11 de noviembre de 1890), educado en Nueva York y París[2], fue encarcelado. Tres meses después logró salir y radicarse por un tiempo en La Habana, Cuba.
+De modo que Cervantes era manco;
+sordo, Beethoven; Villon, ladrón;
+Góngora de tan loco andaba en zanco.
+¿Y Proust? Desde luego, maricón.
+Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,
+y Virginia se suprimió de un zambullón,
+Lautrémont murió aterido en algún banco.
+Ay de mí, también Shakespeare era maricón.
+También Leonardo y Federico García,
+Whitman, Miguel Ángel y Petronio,
+Gide, Genet y Visconti, las fatales.
+Esta es, señores, la breve biografía
+(¡vaya, olvidé mencionar a San Antonio!)
+de quienes son del arte sólidos puntuales.
+En este poema de Reinaldo Arenas, «De modo que Cervantes era manco» (1971), como en la novela de la también cubana Marta Rojas, El equipaje amarillo (2009), traducida al mandarín, se destaca el oficio del primer colombiano en pisar tierras chinas y, más de diez años después, japonesas: agente comercial importador de chinos culíes.
+Contratado por la sacarocracia cubana[3], emprendió su primer viaje a China del cual tenemos noticias gracias a su libro Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia (1861), reeditado recientemente en la Colección Rescates del Fondo Editorial de la Universidad Eafit (2013). Tanco Armero, soltero, después de haber sido profesor de matemáticas e incluso de haber publicado un tratado de aritmética, acepta la empresa que, se calcula, llevó a Cuba entre 100.000 y 150.000 trabajadores[4] cantoneses. La cifra en Perú no es menor.
+En el capítulo «De Nueva York a San Franciso», el primero de este libro Recuerdos de mis últimos viajes: Japón (Madrid: Est. tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1888), se lee: «[…] me sorprendió encontrar muchos chinos, unos trabajando en la línea, otros de sirvientes en el hotel y algunos con sus establecimientos de comercio […]» (pág. 23), y quizá la sorpresa se deba a que en Estados Unidos y México, a diferencia de Cuba, los chinos tenían movilidad. La diáspora empezó en 1848 y la Rebelión Taiping la agudizó. La mayoría de los chinos se dirigieron a las minas de oro en California y a trabajar en los ferrocarriles; muchos se ganaban la vida lavando ropa, cocinando y realizando otras actividades domésticas, reservadas en ese entonces a las mujeres.
+Continúa Tanco Armero en el capítulo «De San Francisco al Japón»:
+A pesar del gran bien que han hecho y hacen a la población trabajando bien y barato, no obstante lo sumisos y respetuosos que son con la autoridad y todos los que los tratan, estos pobres hombres no han gozado de simpatías y han sido tratados con crueldad que ha rayado en sevicia de una manera indigna e infame […] la proscripción y la crueldad no se amalgaman con ninguna de las grandes verdades que forman el lema de la República, la garantía de los países libres y el saludable fruto de la civilización cristiana (pág. 28).
+Tanco Chino, apodo que se ganó tras haberse vestido a la usanza del imperio celeste, en una fiesta organizada por su hermano Mariano para darle la bienvenida después de años de ausencia[5], parece preocuparse por la fuente de una temprana sinofobia cuando en realidad revela grandes contradicciones basadas en la concepción de la raza, y con la superioridad otorgada por una muy joven pero ilustada y europea identidad nacional. Así es como también suelta frases como esta: «[…] nuestra suficiencia y pedantería occidental hace que nos burlemos de muchas cosas que mas bien deberíamos imitar […]» (pág. 86).
+La superioridad también se atribuye a la civilización cristiana y su misión de rescatar seres de la barbarie, como discurso de visos colonialistas; «una religión sin una verdadera moral y una educación viciosa, deben ser la causa de la relajación en las costumbres de este pueblo y de que vivan sus habitantes como los animales, con una falta absoluta de vergüenza y decoro» (pág. 74).
+Es cierto que muchos de sus viajes estuvieron relacionados con su oficio y probablemente sea el caso del viaje a Japón —para estudiar las posibilidades de nuevos negocios—, pero los periplos para llegar a sus destinos y la observación, como herramienta fundamental del viajero ilustrado para crear conocimiento, constituyen un importante legado que permite entender cómo se concebía la relación con el otro y, particularmente, el otro asiático. Luego de casarse con Dolores Argáez, con quien tuvo cuatro hijos, se trasladó a París en 1861. En 1866, tras un revés en los negocios por una estafa alemana, emprendió otro viaje a China y en 1869 regresó a Bogotá. Su viaje a Japón parace haber sido en 1871, aunque la crónica empieza así: «En el otoño de 187… después de un viaje rápido a Perú, regresé a Nueva York, en donde residía hacía algún tiempo, y a las pocas semanas volví a emprender por tercera vez el viaje para el Lejano Oriente […]» (pág. 20).
+En 1872 se vio envuelto en el incidente del barco peruano María Luz, forzado a atracar en el puerto de entrada a Japón: Yokohama. Al parecer 2 de los 229 —o 225— culíes de Tanco Armero que iban rumbo a Perú se lanzaron por la borda y pidieron ayuda a los japoneses. Estos, en defensa de los derechos humanos, juzgaron al capitán peruano obligándolo a partir en otro barco y devolvieron a los chinos a su país. Tres años después y a raíz de este incidente, fuertemente criticado por la comunidad internacional, Perú y Japón establecieron relaciones diplomáticas, las primeras de Japón con un país latinoamericano.
+En 1881 se estableció nuevamente en Colombia donde se dedicó a escribir en el Papel Periódico Ilustrado. Rafael Núñez lo designó como Superintendente de Obras del Canal de Panamá[6] y posteriormente fue nombrado, en 1888, Ministro Plenipotenciario en Lima, donde murió dos años más tarde.
+Su larga introducción a Recuerdos de mis viajes: Japón es una respuesta a la introducción que hiciera en 1861 en París, su amigo Pedro María Moure a Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia; una defensa al viaje como «necesidad imperiosa y fecunda del progreso» y no como un divertimento de turistas cuyos viajes «de nada sirven, ni en nada aumentan la suma de conocimientos de ninguna clase». Citando a Chateaubriand: «el hombre no necesita viajar para elevarse; él trae consigo la inmensidad», Moure se inclina a no escribir a favor de la pasión por los viajes y Tanco Armero se empeña en demostrar que son «el complemento reconocido de toda buena educación». «Aquellas livianas palabras de mi amigo tienen un sabor de egoísmo que me apresuro a repudiar […]». A dicha introducción le antecede la presentación de 1887 escrita por el propio Tanco Armero, con el siguiente epígrafe, en latín: «Nada es más placentero que la literatura por medio de la cual conocemos los países lejanos».
+Su crónica se divide en veinticuatro capítulos, diez de ellos dedicados a la descripción del viaje hasta Japón, en su interior y el regreso, siete a la geografía e historia, y otros siete a la cultura japonesa.
+No hace falta que Tanco Armero se defina a sí mismo, pues la ausencia devela lo no dicho: «el japonés, menos aún que el chino, no tiene nociones de decencia ni de recato, y carece del pudor natural de otras razas […]» (pág. 74).
+«El salvaje de América se tira en el suelo, y allí pasa la noche sin abrigo ni nada, lo mismo que el bárbaro africano o el indolente asiático […]» (pág. 75). Así, para nuestro escritor, africanos, americanos y asiáticos hacen parte de la misma categoría. En el siguiente aparte compara al japonés con los indígenas americanos: «El japonés es por naturaleza perezoso e indolente; esto se observa al momento y lo indica su modo de ser y sus costumbres. A la inversa del chino, es gastador, y con tal de ganar para la subsistencia está contento y satisfecho. Escéptico por naturaleza, es hipócrita y falso, siempre está con la sonrisa en los labios aún cuando esté enojado […] y como el indio, es astuto, malicioso y vengativo» (pág. 87).
+Por el contrario, la mujer japonesa es equiparable a la europea: «yo no conozco mujer más insinuante ni más espiritual; tiene el mismo atractivo, la misma gracia y coquetería de la refinada parisiense» (pág. 85).
+Según Edward W. Said:
+[…] el orientalismo se puede describir y analizar como una institución colectiva que se relaciona con el Oriente, relación que consiste en hacer declaraciones sobre él, adoptar posturas con respecto a él, describirlo, enseñarlo, colonizarlo y decidir sobre él; en resumen, el orientalismo es un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente (Orientalismo, pág. 21).
+Veamos un claro ejemplo de ese orientalismo heredado de Europa y asumido como propio, pues difícilmente podemos hablar de un orientalismo americano o colombiano:
+Los pueblos orientales han yacido por siglos sumidos en las más completa ignorancia, y ni las investigaciones de la ciencia, ni las lucubraciones filosóficas les han podido enseñar ese destello sublime que se llama verdad, esa luz divina que hace entrever por entre las nieblas del espíritu humano, la fuente de todo cuanto existe en el mundo y la potente mano que lo dirige desde el cielo (pág. 79).
+No fue Tanco Armero el primer latinoamericano en emprender ese osado viaje a Japón[7]; ya los mexicanos Francisco Díaz Covarrubias —en 1874 fue enviado por Porfirio Díaz para observar un eclipse de sol— y Carlos Glass —en 1890 arribó este médico miembro de la Armada Mexicana—, en misiones concretas, habían visitado el Imperio del Sol Naciente, que con la Restauración Meiji de 1868 se abría al mundo después de más de doscientos años de encierro[8].
+El interés por Japón y las “japonerías” permearon la escritura de franceses como Pierre Loti, quien inaugura el imaginario de la mujer japonesa con Madame Crisantemo (1887) y sirve de inspiración a Puccini para su famosa ópera Madama Butterfly. La influencia francesa, a su vez, se lee en el modernismo literario latinoamericano. El caso del grecoinglés Lafcadio Hearn es notorio. Nacionalizado japonés, inició una prolífica producción escrita sobre la cultura japonesa con Visiones del Japón menos conocido (1894). Vendrán después, entre otros latinoamericanos, el famoso Juan José Tablada con En el país del sol (1919); Jorge Tulio Royo, Del viejo Japón y del Japón moderno (1921); Jorge Max Rohde, Viaje al Japón (1932), y J. Montiel Olvera, Así es Japón (1932).
+Tanco Armero, consecuente con su discurso de viajero ilustrado, hace una minuciosa revisión de los datos más relevantes de la historia y la geografía para alimentar sus experiencias. Lee a geógrafos daneses, naturalistas alemanes, botánicos japoneses y menciona los textos del comodoro Perry. Nos narra —porque es consciente de un lector y una lectora— historias de samuráis, mitos y leyendas; nos cuenta los orígenes de la escritura y la porcelana, hace hincapié en la destreza de la imitación japonesa: «este pueblo […] está animado por el deseo de conocer todo lo de sus vecinos y se ha organizado en todos los ramos de una manera tal que ha logrado alcanzar una posición importante y un estado social relativamente adelantado […]» (pág. 43). Se permite cierto humor e ironía y deleita con pasajes como el elogio a la cama y al beso.
+Algunos apartes probablemente hayan sido introducidos después del viaje. A pesar de incluir un listado —incompleto— de los términos japoneses que menciona a lo largo de su crónica, no conoce el idioma y el sistema de romanización —transcripción de sonidos japoneses al alfabeto romano— varía de palabra en palabra como si algunos de ellos los hubiera tomado, de oídas, del francés o del alemán. Muy poco probable es que haya tenido acceso al primer diccionario japonés-inglés de 1867.
+Nicolás Tanco Armero fue un testigo ocular de los cambios en Asia, asumió la escritura como la única forma de conocimiento y quizo compartirla con sus compatriotas. Esta crónica de viaje revela no sólo la aproximación a ese curioso país que es Japón, como él mismo lo llama, sino que es un retrato de nuestro propio mundo.
+PAOLA CABALLERO DAZA
+Andrade, Gustavo (2002), «El primer colombiano en China y Japón», Revista Amerística. La ciencia del nuevo mundo, 5: 9, págs. 25-32.
+Barbosa, Fernando et al (2011), La inserción de Colombia en el Asia Pacífico: 2020 Colombia en el nuevo océano, Bogotá: Universidad Jorge Tadeo Lozano. Consultado en agosto de 2016: https://www.utadeo.edu.co/files/node/publication/field_attached_file/pdf-la_insercion_de_colombia-_pag.pdf.
+Barrera Parra, Jaime (1995), «Patrones de acercamiento: el viajero ilustrado», Revista Texto y Contexto, núm. 26, Bogotá: págs. 35-66.
+Hincapié, Luz Mercedes (2007), «Rutas del Pacífico: inmigrantes asiáticos a América Latina», Ponencia XII Congreso Internacional Aladaa. Consultado en agosto de 2016: https://ceaa.colmex.mx/aladaa/memoria_xiii_congreso_internacional/images/hincapie.pdf.
+— — — (2010), «Pacific Transactions: Nicolás Tanco Armero and the Chinese Coolie Trade to Cuba», Journal of Iberian and Latin American Research, 16:1, págs. 27-41. Consultado en agosto de 2016: https://dx.doi.org/10.1080/13260219.2010.48751
+Sanmiguel-Camargo, Inés (1999), «Japanese Immigration to Colombia: The Quest for El Dorado?», Durham Theses, Durham University. Consultado en agosto de 2016: https://etheses.dur.ac.uk/4357/1/4357_1877.pdf?UkUDh:CyT
+[1] Sus críticas a la República liberal se continúan leyendo años despúes cuando, a modo de comparación, quiere resaltar la barbarie, refiriéndose al trato recibido por las comunidades religiosas: «[…] Después de despojarlas el liberal Gobierno de todos sus bienes, les pasaba una pensión como un acto de compasión y generosidad […] los excesos de nuestras embrionarias repúblicas suramericanas son exactamente los mismos que se han cometido en los vetustos imperios orientales […]» (Recuerdos de mis últimos viajes: Japón, pág. 59).
+[2] «Al llegar a Bogotá, y no habiendo hecho en Europa educación profesional, nuestro joven compatriota siguió el ejemplo de los que regresan en el mismo caso: se dedicó a la política. En las repúblicas hispanoamericanas la política es la primera ocupación de los jóvenes, la última de los viejos y la constante de todos. Los precedentes de familia, sus simpatías, y más que todo sus convicciones, le hicieron alistar en el partido conservador, en la oposición, sabiendo que el partido liberal estaba encima», escribe Pedro María Moure, en 1861, en la introducción de Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia.
+[3] Entre las causas que llevaron a países como Cuba a contratar mano de obra china están: la compra de esclavos a muy alto precio en el mercado negro, a la cual se vieron obligados los dueños de los ingenios azucareros de Cuba tras la firma de los acuerdos de abolición del comercio de esclavos entre España e Inglaterra en 1817; el antecedente haitiano, riesgo no menospreciable, teniendo en cuenta los movimientos emancipatorios, y la mano de obra barata y abundante en China, gracias, entre otras, a la migración de campesinos a las ciudades costeras.
+[4] Trabajadores es un eufemismo. Además de las altas tasas de mortandad por enfermdedades tropicales, los culíes eran engañados, chantajeados o secuestrados, con supuestos contratos que se renovaban cada ocho años. En La casa del dolor ajeno, Julián Herbert narra el suicidio en masa en un grupo de chinos en Panamá, en 1854. Dedicados al trazo ferroviario en jornadas de hasta 15 horas, durmiendo hacinados, casi a la intemperie y adictos al opio, 415 chinos se suicidaron en una misma noche, ahogándose en el mar o colgándose de los árboles.
+[5] Estudiosos citan varios pasajes de las Reminiscencias de Santafé y Bogotá (1893) donde José María Cordovez Moure narra al detalle la fiesta de recibimiento ofrecida en 1860 en la Tercera Calle Real o del Comercio, o el ardiente discurso de 1848 que dio Tanco Armero a sus 18 años.
+[6] En 1887 se sanciona la Ley 62 del 24 de abril, cuyo artículo 4.º reza: «Prohíbase la importación de chinos para cualesquiera trabajos en el territorio colombiano, sin perjuicio de lo que se haya estipulado con determinadas Compañías».
+[7] El 24 de diciembre de 1871 el barco de vapor América, en el que viajó Tanco Armero meses antes, como lo menciona en el segundo capítulo (pág. 30), se incendió causando la muerte de todos sus ocupantes: 141 personas.
+[8] La Restauración también fomentó el éxodo de muchos japoneses a países como Estados Unidos, Canadá y Hawai. Los primeros japoneses en llegar a América lo hicieron por México en 1899. A Colombia llegaron por Barranquilla y se instalaron en Usiacurí hacia 1910. Abrieron una peluquería y una tienda de víveres y se casaron con mujeres del pueblo. En 1908 se firmó el primer Tratado de Amistad, Comercio y Navegación Colombia-Japón.
+CON EL ÁNIMO DE ENRIQUECER la experiencia de lectura de todos los públicos de la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, para la presente edición decidimos actualizar y normalizar algunos términos, palabras y nombres de origen japonés, tratando siempre de respetar el significado que Nicolás Tanco Armero pretendía expresar. En los casos en que no se encontraron las formas normalizadas de los vocablos o sus equivalentes, la grafía se mantuvo tal cual la escribió el autor y señalamos cada caso con un asterisco (*). Esta decisión se aplica tanto para el cuerpo de la obra como para el glosario al final de la misma.
+La actualización de las palabras corresponde al proceso de romanización de la grafía japonesa, que no estaba muy adelantado durante la época en que Tanco Armero escribía este libro. Muchos de los vocablos que él usa pueden ser una transcripción fonética de una lengua que le era muy ajena, como lo asegura en la obra, o pudo haberlos tomado de otros autores que ya habían tratado los mismos temas.
+Esta decisión puede resultar discutible para los propósitos de investigadores y especialistas a quienes interesa esta obra; sin embargo, nuestro propósito con esta normalización es ayudar a un público mucho más amplio y no especializado a esclarecer términos que difícilmente encontraría con la grafía en que están escritos originalmente.
+LOS EDITORES
+Agradecemos al profesor Jaime Barrera Parra, experto en lengua y cultura de Japón en Colombia, quien nos apoyó en la lectura y revisión de esta obra.
+TIEMPO HA QUE ESCRIBÍ ESTAS desaliñadas páginas con el ánimo de publicarlas, pero ya por un motivo, ya por otro, no he podido realizar mi propósito. Al fin, hoy me decido a hacerlo presentando a mis lectores la parte relativa al Japón, reservando la otra, no menos importante, de las Filipinas, India Oriental, Java, etcétera, para otra ocasión.
+Probable es que en estos últimos años haya variado algo el mencionado Imperio, ora sea en sus costumbres, ora en sus adelantos materiales, pero creo que todo lo principal existe lo mismo, y que este libro tendrá siempre algún mérito por ser el único que ha visto la luz pública en castellano sobre tan interesante pueblo del Extremo Oriente.
+Sale este libro, como mis Viajes a China, sin haberlo podido revisar ni darle la última mano al imprimirse, lo cual es una gran desventaja para un autor. Si la frase, por consiguiente, no fuese muy correcta, si el estilo no es tan castizo y atildado como sería de desear, suplico a mis lectores lo disimulen en gracia de las mencionadas circunstancias.
+Yo nunca he aspirado a sentar plaza de literato: toda mi ambición se ha reducido a consignar mis impresiones del modo más sencillo, dando a conocer a mis compatriotas los lejanos y curiosos países que he visitado.
+Si logro darles una idea, siquiera sea ligera, de ellos, o distraerlos un rato en sus horas de hastío, quedaré perfectamente compensado, y consideraré colmados todos mis deseos.
+NICOLÁS TANCO ARMERO
Julio de 1887
+Si haut que soit un homme dans notre respect, pouvons-nous cependant lui sacrifier ce que nous regardons comme la vérité? — N’avons-nous pas passé un Contrat avec notre conviction, et ne devons-nous pas témoigner pour elle en toute circonstance, méme contre l’amitié?
+E. PELLETAN
+LA FAVORABLE ACOGIDA QUE ha tenido del público indulgente mi obra titulada Viaje de Nueva Granada a China me anima a dar a la estampa estas páginas, que servirán de complemento a aquellas, pues contienen mis observaciones en el último viaje que emprendí al Lejano Oriente.
+Y, ante todo, aprovecho esta oportunidad para decir algo sobre la «Introducción» que con mano maestra puso mi buen amigo el señor don Pedro María Moure a mi citado libro. Muéveme a ello un doble deber: la gratitud a los inmerecidos elogios que me tributó y la lealtad que debo a mi propia conciencia al refutar las ideas que sirven de tesis a la brillante producción de aquel amigo. Repetiré aquí el texto que he puesto al presente escrito: «Por más que una persona merezca nuestro respeto, ¿podremos sacrificarle lo que consideramos como la verdad? ¿No debemos estar siempre por nuestras convicciones, aun cuando se aparten de las del amigo?».
+Censura el señor Moure, en general, la pasión que se advierte en nuestra época por viajar, y hay en ello, a mi entender, un error sustancial, porque no es un antojo del individuo, o un capricho de la vanidad o la moda, este intenso deseo que ahora sentimos de visitar países, de contemplarlos, estudiarlos y fraternizar con ellos, ni tampoco es achaque del tiempo en que vivimos, como fuelo en otros siglos la peregrinación a Jerusalén, sino un movimiento motivado, una necesidad imperiosa y fecunda del progreso que nos impele a buscar los adelantamientos de la ciencia, la industria y el comercio, y a mejorar la condición moral y material de los pueblos en instrucción, comodidad, regalo y lujo. De esa ley vino, en el siglo presente, la aplicación del vapor como fuerza motriz a la navegación y a los caminos de hierro, y la del fluido eléctrico a los telégrafos, que son los caminos acelerados del pensamiento, que lo transmiten instantáneamente a millares de leguas a través de bosques y desiertos, por entre las olas tempestuosas del océano y por sobre las cumbres más empinadas del globo. Ese espíritu inquieto y atrevido de locomoción en todas direcciones, de ver, de explorar, de remover obstáculos, de perforar montañas y unir mares, ese espíritu, digo, es el mismo del viajero que va a todas partes ansioso por conocer y examinar el planeta en que vive, para dominarlo y embellecerlo con las creaciones de su ingenio, contribuyendo así más o menos a hacer del género humano una sola familia. Pronto ya no habrá barreras ni distancias en el mundo: el gran ferrocarril transcontinental de Nueva York a San Francisco, el túnel del Mont Cenis, el de San Gotardo, el canal de Suez, y no muy tarde el de Panamá, habrán coronado esa obra magnífica, la más portentosa de los siglos, la más fecunda en bien y prosperidad para el humano linaje. Los pueblos se darán la mano, las naciones se abrazarán, digámoslo así, y la fraternidad universal, iniciada y predicada por el Cristianismo, no podrá ser ya un ensueño, ni una utopía de los pensadores y filósofos, sino una realidad feliz, el triunfo definitivo de la verdadera civilización.
+El aislamiento e incomunicación es un estado contrario a la naturaleza, es una situación violenta que impide el desarrollo del hombre, es el estado de las tribus salvajes, que no viajan, y viven y mueren en el punto donde nacieron, eternamente pegadas como las ostras a sus conchas. Tal es la suerte de la China, de ese colosal Imperio Celeste que he podido estudiar detenidamente en mis largas residencias entre sus moradores, confirmando, con la observación escrupulosa de los hechos, las tristes consecuencias de esa clausura extravagante de un pueblo relegado en un rincón del orbe y sustraído voluntariamente a todo roce con las naciones cultas, a quienes en su orgullosa ignorancia califica de salvajes. La civilización de la China, llegada a cierto punto fijo, se ha quedado cristalizada, según la gráfica expresión del célebre alemán Herder, sin ningún movimiento de variación, ni esperanza alguna de mejora política y social.
+Los viajes, dice Lamartine, son la filosofía que anda, pensamiento feliz que anuncia cuanto corrige la razón ilustrada del viajero que todo lo examina y estudia. Otro ilustre escritor ha dicho también, con suma propiedad: «Los viajes dilatan el horizonte del pensamiento».
+Nada hay, en efecto, que instruya más que los viajes, ni nada que procure más variados y útiles placeres. Si la vida es algo más que una vegetación, si en realidad es sentir, conocer, pensar, amar, perfeccionar el propio ser y contribuir a la perfección común de la especie, ensanchando así y elevando majestuosamente el gran destino moral del hombre, ¿no es evidente que los viajes lo ponen en aptitud de llenar esas hermosas condiciones del progreso humano? Los viajes dan profundo conocimiento de los hombres, de las costumbres, la civilización y el modo de ser de los pueblos, y son especialmente instructivos los que se hacen a países lejanos, diferentes en todo de los nuestros por la rareza de sus hábitos, de sus creencias y género de vida.
+Visitar las comarcas de un reino, o las villas y aldeas situadas en el corto radio del suelo natal, esto sólo puede hacerse por pura distracción, y no es realmente lo que se llama viajar, a lo menos en el sentido que damos hoy a la palabra. Entre el mero turista, como se le denomina en Europa, y el viajero hay una esencial diferencia, una distancia enorme. Viajes como los de algunos suramericanos en Europa, o como los de algunos europeos que han visitado nuestra América a vuelo de pájaro, para salir luego publicando sus “impresiones”, plagadas de inexactitudes, o refiriendo simples datos que se encuentran en todas las guías, tales viajes de nada sirven, ni en nada aumentan la suma de conocimientos de ninguna clase. Mas los viajes a remotas y desconocidas regiones donde habitan pueblos en todo distintos de los nuestros, de raza, ideas y civilización diversas, ofrecen un vasto campo de observación y estudio, pues la comparación con lo que ya conocemos derrama luz en abundancia y extiende los límites de la ciencia social. Las reliquias históricas y los monumentos de esos pueblos nos indican su pasado, los usos, las costumbres y las creencias; su presente, las instituciones, las fuerzas activas y los recursos naturales; su porvenir y su destino.
+Equivócase mi buen amigo el señor Moure cuando dice que «el humilde habitante del lejano pueblo aprenderá más leyendo tranquilamente en un rincón que dando la vuelta al mundo». El que viaja ve, palpa las cosas, y entre el criterio de la lectura y el de la observación hay la misma diferencia que entre la pintura y la fotografía: aquella es más atrevida, más difícil si se quiere; esta más viva, más exacta y verdadera. Y para probar la falsedad de la proposición, tomemos el hecho mismo que él propone. Supongamos que el humilde habitante es cualquier escolar de un pueblo de América, a quien se le enseña la geografía por el mejor tratado con una estera o mapa a la vista. ¿Conocerá mejor, por este medio puramente descriptivo, las diversas regiones del mundo que si las visitara y estudiara todas ellas, o cada una en particular? ¿No es claro, por el contrario, que las conocerá menos e imperfectamente del primer modo, y más y mejor del segundo? La población, el clima, la industria, los productos, el comercio, las riquezas, las costumbres, la religión, en una palabra, todo el movimiento moral y material de un país es muerto en las relaciones incompletas e inseguras de un libro de geografía. Los autores son menos exactos todavía, de manera que por simples lecturas es casi imposible formar cabal idea de los pueblos, como no se puede juzgar de su parte física por pinturas o litografías. Acontece también que cada escritor describe por lo general las cosas a su modo, prevenido acaso por la impresión primera, con los colores propios de su carácter o inclinación personal, y viéndolas siempre a través de un prisma que lo domina y engaña, de donde vienen tantas relaciones inexactas y tantas descripciones ridículas, tan fútiles como distantes de la realidad.
+¿Cómo conocer la China por lo que han escrito algunos europeos desde el fondo de sus gabinetes, a cuatro mil lenguas de distancia? ¿Qué idea podrá formar de España quien lea las impresiones de viaje del célebre romancista Alexandre Dumas? El que ve allí seriamente afirmado, que «África empieza en los Pirineos, y que España es la cocina de Europa, donde no hay sino toreros y manolas», ¿podrá formar concepto de tan interesante país? ¿Se imaginará siquiera que ha de encontrar allí palacios como los de Madrid, La Alhambra y El Escorial, catedrales como las de Burgos y Sevilla, y tantos otros monumentos y maravillas del arte como encierra nuestra madre patria? Si esto escriben altos ingenios literarios, ensalzados por la fama, talentos de primer orden, que por lo mismo debieran respetarse y ser verídicos, ¿qué no escribirán ese sinnúmero de autorzuelos, a tanto por línea, que pululan en todas partes? Yo pregunto: ¿se podrá formar la más ligera idea de Bogotá por los escritos de un vizconde de Gabriac, noble o ignoble francés, o de cualquier otro charlatán, que ha pagado con calumnias y vituperios las atenciones y mercedes que recibió de nuestra bondadosa y hospitalaria sociedad? De tales libros, en vez de provecho e instrucción, el lector sólo saca nociones falsas y absurdas.
+Además, el hecho ideológico que acabamos de presentar se demuestra a priori, acreditado por la experiencia de todos los tiempos y lugares en que se ha sentido siempre la necesidad de viajar para instruirse y prosperar. Viajaron los legisladores y filósofos para estudiar los gobiernos, las instituciones y las leyes de otros pueblos, y recoger en provecho de la patria las luces y los conocimientos esparcidos por el mundo. Fueron los griegos a Egipto y al Asia, fueron los romanos a Grecia en pos de instrucción y de luz, y otro tanto hizo Pedro el Grande, que viajó de incógnito en el siglo XVII, para llevar a sus bárbaros moscovitas los elementos de civilización que ya poseían otros Estados de Europa. El mundo se iba desdoblando, según la gráfica expresión del gran poeta Quintana, hasta el advenimiento del más célebre de los viajeros: el inmortal Colón. Descubierta América, quedó determinada la forma geográfica de nuestro planeta, y el espíritu por los viajes se ha hecho universal, produciendo inapreciables beneficios a las ciencias y a las artes, a la navegación y al comercio, a la historia, maestra del mundo, y al concierto general del humano linaje. Los nombres de Colón, Vespucio, Cooke, Magallanes, Vasco da Gama y otros insignes navegantes vivirán unidos a los de Speck, Humboldt, La Condamine, Bonpland, Chateaubriand, Stanley, Livingstone y Nordenskiöld, y toda esa pléyade de genios, sabios y héroes a la par que hoy recorren la tierra y la iluminan con sus estudios y descubrimientos. ¡Honra y prez a estos viajeros, cuya memoria quedará escrita en letras de oro en la historia, y pasarán a la posteridad coronados de lauro inmortal!
+Aun el Cristianismo, regenerador del mundo, debe en mucho su asombrosa propagación a los viajes apostólicos, y San Pablo, el grande apóstol de las gentes, fue un infatigable viajero que llevó a las naciones la luz redentora del Evangelio, esa doctrina sublime que penetra el alma y abrasa el corazón en el fuego inefable de la caridad para hacer de todos los hombres un solo rebaño y una sola familia. ¿Cómo hubiera alcanzado sus rápidas y milagrosas conquistas sin los obreros apostólicos que la predicaron, y la predican todavía, a los pueblos más remotos de la tierra? «Id, y enseñad a todas las gentes», dijo el divino Maestro; id, porque sin ir a lejanas tierras no podía ser anunciada a todas las gentes la verdad que ÉL trajo al mundo para salvarlo. Y de entonces a acá millares de misioneros y hermanas de la Caridad viajan constantemente por todo el globo, sin alforjas ni calzado, siembran la fecunda semilla en los terrenos más ingratos, enlazan con los dulces vínculos del amor cristiano a los pueblos más bravíos, y por todas partes abren caminos nuevos a las investigaciones de la ciencia, de la filosofía y de la industria universal.
+Negar, pues, la utilidad de los viajes es un capricho que, por muy hábilmente que se le defienda, no deja de ser excéntrico. Por el contrario, los viajes han venido a crear una verdadera necesidad y son el complemento reconocido de toda buena educación, pues que dan el conocimiento práctico y seguro de los países, de las cosas y de la humanidad. Júzganlo así los hombres ilustrados, y viajan cuantos pueden, principalmente los jóvenes de las familias más distinguidas de Europa, y casi todos los presuntos herederos de los tronos visitan los lugares más apartados de la tierra antes de entrar en la penosa faena de gobernantes que los arraiga en la patria. Me he cerciorado de esto, encontrándome en la India Oriental con el príncipe de Gales; en Manila con el duque d’Alençon; en China, con el gran duque Alexis y el duque de Edimburgo, y en el Japón, con el duque de Penthièvre, así como con muchísimos jóvenes nobles e ilustres, que viajaban por placer unos, y otros en comisiones científicas de sus respectivos Gobiernos. Y la moda ya está cundiendo también en los personajes que han regido los destinos de su patria y dejan las riendas del gobierno para ir a buscar en los viajes solaz y distracción, calma y tranquilidad después de los afanes de la vida pública. El célebre hombre de Estado norteamericano míster Seward dio la vuelta al mundo antes de bajar a la tumba, y lo mismo hizo el general Grant en medio de las ovaciones de los pueblos y habiendo sido obsequiado por todos los magnates de la tierra. Los viajes rectifican, ensanchan y elevan las ideas, aquilatan y maduran principalmente el juicio, suplen los estudios por la saludable experiencia de los años, y con sólo el variado trato de las diversas gentes comunican preciosas luces, que no dan los libros, ni se alcanzan en el retraído sosiego de la vida sedentaria.
+Si en las repúblicas hispanoamericanas los hombres de más representación, por una extraña anomalía, son los que el señor Moure llama opacos, y que en verdad son los más obscuros en todo sentido, pues hemos visto en ellas presidentes Morenos, Prietos y hasta Pardos como en el Perú, demos de ello gracias a la genuina democracia, que se complace en alzar el polvo vil, arrumbando insensata el mérito y el saber. Hemos tenido ciertamente hombres distinguidos en talento e ilustración, pero convenga el señor Moure en que esas mismas eminencias habrían sido mucho más fecundas y brillado con más gloria propia y de la patria si hubiesen enriquecido su alma y templado su carácter con las luces y fuerzas que se ganan en el comercio práctico del gran mundo. El genio mismo ha menester espacio para desenvolverse, y nuevos horizontes para alzar el vuelo a las regiones de la fama, y en particular los que son llamados a cambiar la suerte de las naciones necesitan extender la penetrante vista por toda la tierra y estudiar la humanidad en todas sus situaciones, para conocer mejor los caminos y descubrir los medios de llenar su importantísima misión. Miranda, Bolívar y Zea no hubieran sido lo que fueron para su nombre y para América sin los viajes que, dando cuerpo a sus ideas y extraordinario vigor a su genio, los pusieran en capacidad de cumplir hechos inmortales y de merecer las gloriosas bendiciones de la posteridad.
+Lo mismo habría pasado con otras capacidades naturales que han vivido ignoradas en nuestra América, y que, de haber tenido inclinación por los viajes, habrían brillado como aquellos próceres, no ya en la guerra y la política, cuanto en las ciencias, en las letras, en las artes y demás ramos del saber humano. Como prueba de ello, vemos que muchos de esos jóvenes arrojados del país por el huracán revolucionario hanse distinguido en el extranjero en todo aquello a que se han dedicado. «Nadie es profeta en su tierra», y acreditan la verdad del adagio los suramericanos, más estimados entre los extraños que entre los suyos. Lo cual se explica perfectamente, pues no existiendo fuera las envidias y pasiones mezquinas de los pueblos pequeños, las miserables rivalidades o emulaciones, júzgase de los hombres únicamente por sus dotes morales y por los quilates de su inteligencia.
+Moverse de un lugar a otro, recorrer pueblos y distancias sin fijar la atención en los hombres y las cosas, eso no es viajar, eso es transportarse como un fardo, como una mercancía cualquiera. Los viajes para ser provechosos se han de hacer con calma y meditación, leyendo atentamente la historia de los pueblos que se visitan, observando sus costumbres, estudiando sus monumentos, examinando sus establecimientos útiles y, en suma, todo aquello que constituye la vida y fisonomía peculiar del país.
+Un poeta francés ha dicho con mucha propiedad:
+ Pour voyager avec succès
+de l’habitude encore évitez les excès
+il ne faut aimer trop, ni trop peu sa patrie;
+l’un seroit saerilége, et l’autre idolatrie.
+ Les uns, obstinés citoyens,
+ne trouvent que chez eux le vrai goût, les vrais
+ [biens,
+ ne concoivent pas qu’on puisse être
+autrement que l’on est au lieu qui les vit naître:
+ qu’on soit Irlandais à Dublin,
+Perse dans Ispahan, Allemand à Berlin;
+ ivres de leur terre natale,
+sur le talent, la vertu, la beauté,
+ ils vont braquant de tout côté
+ la lunette nationale:
+et de tous les états, et de tous les pays,
+ils reviennent chagrins, haïssant et haïs.
+¡Cuántos tipos de esta clase existen en nuestra sociedad! Hombres que pasan por inteligentes, que visitan las grandes capitales de Europa y afectan no encontrar en ellas nada que admirar, nada que les llame la atención. Que van a París, por ejemplo, y se hospedan en algún hotel de segundo o tercer orden; dan sus vueltas por los bulevares y pasajes; asisten a las funciones del Circo, a los bailes públicos, y con esto ya creen que han visto todo lo notable en la gran Babilonia moderna, y regresan porque extrañan los suculentos alimentos de su infancia, los saludos de sus paisanos, o la mano de tresillo por la noche. Todos los encantos y atractivos que brinda esta hermosa capital para el hombre culto y estudioso les fastidian; no se fijan sino en frivolidades, en lo superficial, y se vuelven a su país, como dice el poeta, aburridos, aborreciendo todo y aborrecidos.
+Otros viajeros hay, por el contrario, que reniegan de todo lo de su país, y no encuentran bueno sino lo extranjero. A esta clase pertenecen, por lo general, los más pobres, los que no han gozado de comodidades, ni tienen idea de nada.
+ D’autres lassés du séjour de leurs pères,
+vont poursuivant de lointaines chimères,
+et se dépaysant pour devenir meilleurs,
+dénigrent tout chez eux, adorent tout ailleurs.
+Tan malo y vicioso es un extremo como otro: ni todo debe verse a través de las antiparras nacionales, ni tampoco del telescopio extranjero, y en esto se incurre, generalmente, cuando se viaja o muy joven, o viejo. Es preciso graduar el anteojo, ponerlo en el foco verdadero, para ver todo claro, exacto, como es en realidad, sin abultarlo ni disminuirlo, ni mucho menos desfigurarlo. Para ello hay que viajar joven, pero cuando ya se ha completado la educación y formado bien el juicio y la razón, cuando no se han arraigado todavía las costumbres ni las preocupaciones lugareñas, cuando, libre de todo esto, se tiene el espíritu investigador y un fondo intelectual que le habiliten para sacar fruto de cuanto se presente a su observación y estudio. En condiciones semejantes, el viajero inteligente viene a ser un obrero eficaz de cultura y progreso general. El comerciante instruido que visita aquellos portentosos emporios de riqueza, como Londres, Nueva York, Calcuta, Melbourne, San Francisco; que atraviesa esos admirables ferrocarriles aéreos y subterráneos; que observa aquel pasmoso movimiento mercantil, y estudia esas grandes instituciones de crédito que multiplican la riqueza y facilitan todas las transacciones mercantiles, adquiere en pocos días vastos y utilísimos conocimientos que años enteros de estudio sedentario no le darían por cierto.
+En Italia, patria de las bellas artes, cuna de todo lo hermoso como su despejado cielo y su brillante atmósfera, en esa encantadora tierra depositaria de las reliquias de la civilización antigua, el artista que conoce las leyes de la estética eleva por fuerza su espíritu y goza y se deleita con las creaciones de Miguel Ángel y Rafael, con las maravillas del Tiziano y Benvenuto Cellini, y toda aquella pléyade de genios que con los colores de sus paletas han estampado en el lienzo los sentimientos, y con la punta del buril han imitado las humanas formas y dado vida al mármol, a la vez que el filósofo, al contemplar con reverente admiración esos gigantescos monumentos del coloso romano, descubre nuevos horizontes de luz, donde su alma se enriquece con el más precioso de los tesoros humanos.
+El cristiano, en fin, al recorrer el pavoroso campo de la tiranía asiática, comprende mejor y bendice los inmensos beneficios del Cristianismo regenerador, y cuando se encamina a Jerusalén «con la fe en el corazón y la Biblia en la mano», según la expresión de Chateaubriand, oye resonando en los yermos campos de Palestina las lamentaciones del Profeta, ve con terror cumplida y cumpliéndose la maldición del pueblo ingrato, y va a postrarse compungido ante el Santo Sepulcro, para volver a la patria más firme en la fe y más feliz por su nueva confianza en las promesas infalibles del Salvador del mundo.
+Grato y muy grato es por cierto, como dice el señor Moure, galopar todos los días en su caballo hasta la frontera, y luego volver riendas camino del hogar para sentarse a la mesa y encontrarse entre los suyos. ¿Quién ha de negarlo? Mas si ese fuese el dictamen de todos en la vida, si no tuvieran otra inclinación, quedaría la sociedad condenada al marasmo, implacable enemigo de toda elevación y progreso: por no dejar la dulzura del reposo doméstico, el ciudadano no acudiría a la defensa del suelo patrio; el hombre de Estado a buen seguro que afrontara las inquietudes y peligros de la oleada política; el navegante jamás habría emprendido aquellas atrevidas excursiones que han surcado los mares y descubierto mundos; el genio, cortadas las raudas alas, hubiera desde luego abdicado la dominación de la tierra que le pertenece; el apóstol, roto el santo báculo, no daría a las generaciones el sublime ejemplo de renunciarse a sí propio para conquistar las almas a la caridad y a la luz, preciados vínculos de la hermandad y ventura del género humano. ¿Qué fuera entonces de la historia, de la ciencia, de las letras, de las artes, del comercio, de la fraternidad universal, en suma, qué fuera de la civilización? Aquellas livianas palabras de mi amigo tienen un sabor de egoísmo que me apresuro a repudiar en justa defensa de los derechos de la sociedad, derechos sacratísimos que imponen sacrificios, es cierto, pero sacrificios fecundos que alzan el corazón, ennoblecen al hombre y le elevan a la mayor altura de su regio destino en la creación. No en balde la sabia Providencia echó indisolubles lazos de unión entre la patria y la familia, que juntas se comunican y disfrutan los bienes del progreso, o juntas también padecen y ruedan en la común decadencia moral y material de la sociedad.
+Y no se diga que los viajes entibian o relajan, por la ausencia, los afectos de familia, fuente pura de felicidad individual y sólida base de la armonía y prosperidad social. No, muy al contrario: si queréis saber bien lo que amáis a la familia, alejaos de ella por algún tiempo, y sólo así podréis tomar la cabal medida de vuestro amor y ternura, y si queréis conocer o persuadiros cómo la familia forma el fondo y complemento de vuestra felicidad en la vida, ausentaos, y en todas partes y a todas horas sentiréis en vuestra alma un doloroso vacío que os desgarra el corazón y acibara la vida, el cual sólo se llena con los dulcísimos recuerdos de los seres amados, y sólo se soporta por la esperanza de abrazarlos un día feliz en el plácido recinto del hogar. ¿Quién que haya visitado la Palestina y orado sobre el Sepulcro del Señor no ha tenido presente al espíritu su familia y rogado por su felicidad? ¿Qué es el sentimiento religioso que allí domina el ánimo sino la encarnación del amor? ¿Y qué amor más sublime, después del amor de Dios, que el de esos pedazos del corazón y del alma? Por mí sé decir que ora postrado de hinojos en las primeras basílicas del orbe, ora al contemplar las misteriosas pirámides de Egipto, o bien, en el centro del Asia, allá en los templos de los mikados en Japón, o en las pagodas de los chinos, nunca mi idolatrada esposa ni mis hijos se apartaron un instante de mi memoria: sus lágrimas eran un rocío benéfico que me alcanzaba en todas partes, y sus suspiros repercutían en el fondo de mi alma. Hacíanme falta en mis goces porque no los compartían conmigo; los extrañaba en mis penas y los invocaba como bálsamo y consuelo.
+Y como el de la familia, el amor de la patria se aumenta cuando se ausenta uno de ella por muchos años. Entonces parece más hermosa y la quiere uno tanto más, cuanto es más pobre y desgraciada.
+Exclamaré como el malogrado poeta guatemalteco Batres:
+ El nombre de la patria me enardece,
+porque la adoro, estando persuadido
+de ser ella quien menos lo merece
+de cuantas patrias hay, habrá y ha habido:
+mas como otra no tengo, me parece
+que debo amarla como el ave al nido
+O como el gran poeta Arboleda:
+ Yo te amo, aunque tu mano me arrojara,
+madre, como a reptil, de tu regazo;
+si más me aborrecieras, más te amara,
+y bien por mal volviérate mi brazo.
+Los grandes espectáculos de la naturaleza tienen también poderosa influencia en la parte moral del hombre, en particular del hombre sensible a lo grande, a lo majestuoso, a lo imponente. Los volcanes parece que comunican al ánimo su fuego, el fragor de las tempestades lo amedrenta, el ímpetu de las olas irritadas lo consterna. Fuego, viento y agua, terrorífica trinidad de elementos que infunden pavor, pero que asimismo tienen su encanto y su poesía. Todo con ellos habla al alma y la anonada, y la llama a Dios, y la sume contrita en la adoración de su grandeza omnipotente. Y cuando vuelve la calma, y serenado el mar se convierte en apacible lago, ¡qué sublime contraste! ¿Cómo pintar las variadas emociones que siente el viajero en alta mar a la luz fascinadora de la plateada luna? Allí el hijo suspira dulcemente por los autores de sus días; embelésase el esposo en la memoria de su idolatrada compañera; la patria aparece a la imaginación con sus deliciosos atractivos, y el tierno amante en todo le parece descubrir a la dueña de su corazón. Lo presente, lo pasado y lo porvenir júntanse en un solo indefinible cuadro, y todo viene, cielo y tierra, hombres y afectos, a sublimar el espíritu e inundarlo de esperanza y de amor.
+Consideremos ahora los viajes bajo otro aspecto. ¿Qué dicha hay comparable a la de volver al hogar después de prolongada ausencia? ¿Podrá comprenderla el que no haya salido nunca de sus lares? Volver al lado de la anciana madre, echarse en brazos de la tierna esposa, recibir las caricias inocentes del hijo idolatrado, las dulces y asustadizas miradas de las criaturas, corresponder al saludo del antiguo servidor, contemplar el íntimo regocijo de tantos corazones que nos aman y gozan con nuestra felicidad… Hasta los pajarillos en el jardín lo saludan a uno con sus trinos y gorjeos, en tanto que el perro de la casa le da la bienvenida batiendo la cola y salta sobre uno en ademán de abrazarlo, manifestando a su modo su gozo y su alegría. ¡Oh!, ¿no es esta la dicha suprema de la vida, que compensa con usura las fatigas y amarguras de la más larga peregrinación? Un mundo entero recorrido se desdeña en tan venturoso día por ese mundito querido, ese regazo, ese home de los ingleses, que simboliza todos los encantos domésticos, y en donde reina solo y soberano el amor puro con todos sus perfumes y alegrías. El tierno abrazo de la esposa y la dulce y cariñosa sonrisa de los hijos han disipado para mí años enteros de penas y sufrimientos.
+Hasta los objetos inanimados se realzan y embellecen a los ojos del viajero que regresa al hogar, porque parece que cada cual le saluda con un delicioso recuerdo de otra edad apacible y dichosa. El techo bajo el cual se nació, los prados en donde jugaba cuando niño, la escuela en que aprendió las primeras letras, la iglesia donde hizo la primera comunión, el camposanto donde reposan las cenizas de sus mayores y tantos otros mudos testigos de su infancia feliz, ¿no se ven entonces por ventura con doble interés y cariño? ¿No es esto vivir en lo pasado y en lo presente, atesorar recuerdos para lo porvenir? ¿No es esto rejuvenecerse súbitamente? ¡Esperanzas y recuerdos! He aquí simbolizada la vida, los dos polos del mundo moral.
+Y luego, pasados los festivos días de la bienvenida, el viajero ofrece a sus hijos los productos y curiosidades de cada país; los deleita e instruye con la relación casera de sus viajes; los hace partícipes de sus impresiones; los lleva como de la mano a conocer las regiones visitadas; los inicia temprano en el conocimiento del corazón humano; los hace contemplar los portentosos monumentos del genio del hombre, y los asocia a su propia experiencia, para hacerlos más cautos y prudentes en el incierto camino de la vida. Ahora bien, yo pregunto: ¿será más útil y agradable que todo esto el monótono y estéril paseo en el caballito hasta la frontera?
+En apoyo de su tesis, mi ilustrado amigo el señor Moure me cita un hermoso trozo de Chateaubriand, y yo terminaré la mía trascribiendo aquí unos fragmentos no menos hermosos de una epístola del gran poeta Delille.
+Dicen así:
+Enfin, grâces aux mains dont la sage culture,
+dans toi, sans l’altérer, embellit la nature,
+nous voyons ton génie éclos avant le temps,
+et les dons de l’automne enrichir ton printemps!
+Ton goût s’est épuré, l’étude de l’histoire
+a mûri ta raison, en ornant ta mémoire.
+L’art des vers t’a prêté ses brillantes couleurs;
+la morale ses fruits, l’éloquence ses fleurs;
+a l’heureuse union de ces grandes avantages,
+que manque-t-il encore?… Le secour des voyages.
+«Qui? Moi! Que je m’arrache à mes amusements,
+pour des peuples grossiers, ou des vieux monuments!
+Que j’aille déterrer d’augustes antiquailles,
+user mes yeux savants sur d’obscures médailles;
+consulter des débris, admirer des lambeaux,
+et fuir loin des vivants, pour chercher des
+[tombeaux!»
+Ainsi s’exprimerait quelque marquis folâtre,
+de ses fades plaisirs amateur idolâtre,
+captif dans un salon de vingt glaces orné
+et dont l’esprit encore est cent fois plus borné.
+Loin de ce cercle étroit la nature t’appelle,
+va goûter des plaisirs aussi variés qu’elle
+pour toi sa main féconde, en mille êtres divers,
+nuança le tableau de ce vaste univers.
+Aux rives de Marseille, où le commerce
+ [assemble
+vingt peuples étonnés de se trouver ensemble,
+l’humble sujet des rois, le fier républicain,
+et le froid Moscovite, et le noir Africain,
+et le Batave actif sorti du sein de l’onde;
+tu vois avec plaisir cet abrégé du monde.
+Quels seront tes transports, quand des mœurs
+ [et des arts
+le spectacle agrandi va frapper tes regards;
+lorsqu’à tes yeux surpris tant de peuples vont
+[naître?
+Le premier des plaisirs, c’est celui de connaître:
+c’est pour lui qu’un mortel, noblement curieux,
+s’arrache au doux pays où vivaient ses ayeux,
+et loin d’un tendre ami, d’une épouse adorée,
+même loin des regards d’une mère éplorée,
+tantôt chez des humains plus cruels que les
+[ours,
+va chercher la nature au péril de ses jours;
+tantôt parmi des feux et des torrents de souffre,
+approchant de l’Etna le redoutable gouffre,
+pour sonder les éfiets de ses feux consumants,
+marche d’un pas hardi sur ces rochers fumants;
+tantôt courant chercher, dans les murs de
+[Palmyre,
+ces superbes débris que l’étranger admire,
+affronte et des brigands l’horrible avidité
+et d’un vaste désert la triste aridité,
+et d’un ciel dévorant la flame étincelante,
+que le sable embrasé réfléchit plus brûlante;
+et l’arène changée en des tombeaux mouvants,
+où mille malheureux sont engloutis vivants.
+De retour sous son toit, tel que l’airain sonore
+qu’on cesse de frapper et qui résonne encore,
+dans la tranquillité d’un loisir studieux,
+il revoit en esprit ce qu’il a oû des yeux;
+et dans cent lieux divers présent par la pensée,
+son plaisir dure encore quand sa peine est
+[passée.
+Souvent près d’une épouse à son foyer assis,
+il aime à la charmer par d’étonnants récits;
+et suspendant leurs jeux, dès lâge le plus tendre,
+ses enfants enchantés se pressent pour
+[l’entendre.
+Qu’il porte son tribut à la société;
+dans tous ces entretiens quelle variété!
+Savant observateur de ce globe où nous
+[sommes,
+connaissant tous les lieux, connaissant tous les
+[hommes.
+Par le charme piquant de mille traits divers,
+il semble, sous nos yeux, transporter l’univers,
+et toujours agréable, en même temps qu’utile,
+instruit sans être lourd, plaît sans être futile.
+«Mais quoi! Sans s’exiler, ne peut-on rien
+ [savoir?
+Moi dans mon cabinet j’apprend tout sans rien
+[voir»,
+dit de l’esprit d’autrui ce moissonneur avide,
+qui la mémoire pleine et l’esprit toujours vide,
+d’observer par ses yeux se croyant dispensé
+si l’on n’eût point écrit n’aurait jamais pensé.
+Oui tes livres sont bons, mais moins que la
+[nature;
+rarement on l’y voit peinte sans imposture,
+pourquoi donc la juger sur leur fausses
+[couleurs?
+A tes propres défauts pourquoi joindre les
+[leurs?
+Et quand ils m’offriraient une image fidèle,
+que me fait le tableau, lorsque j’ai le modèle?
+Celle dont je puis voir les véritables traits
+je ne la cherche point dans des vagues portraits:
+l’objet me frappe plus qu’une froide peinture,
+un coup d’œil quelquefois vaut un an de lecture.
+………………………………………
+………………………………………
+Baste lo dicho sobre la introducción del señor Moure: no parece sino que Delille la había tenido a la vista, pues rebate sus ideas hasta con sus mismas frases, sus mismas palabras. Yo no podía volver a dar a la estampa mis últimos viajes sin rectificar estas ideas, así como tampoco sin dejar de darle nuevamente las gracias por el esmero con que publicó mis primeros sobre la China, y las benévolas frases y conceptos que me tributa. Estas páginas hace años que debían haber visto la luz pública, pero deseando que contuvieran todos mis últimos viajes, es decir, las islas Filipinas, Java y las principales ciudades de la India Oriental, lo he ido demorando por circunstancias especiales, y no pudiendo dar la última mano a mi obra, al fin me he decidido a publicarla incompleta para satisfacer los deseos de algunos amigos.
+Allá van, pues, para dar a conocer a mis compatriotas el interesante país del Japón. Es probable que haya adelantado mucho en estos últimos años, y mis observaciones no sean del todo exactas, pero en lo sustancial no ha cambiado, y creo presentar a mis lectores americanos una descripción que les dará una cabal idea acerca de esta curiosísima nación.
+Es una minuciosa relación de cuanto he visto últimamente, y tengo el gusto de dedicar a mi esposa e hijos. El hombre casado no se pertenece: sus actos, como sus sentimientos y sus aspiraciones, pertenecen a la familia y deben concentrarse en ella.
+¡Ojalá que mi esposa halle en la lectura de este libro algo que le recuerde lo que vimos juntos en épocas felices, algo que la distraiga y consuele en la ausencia! ¡Ojalá que mis hijos reciban de él alguna lección que los haga virtuosos y previsores! Y si la muerte viniere a sorprenderme en remotas y solitarias playas; si el duro destino me obliga a hacer ese viaje, más largo aún que los otros, y tanto más triste cuanto no tiene regreso, sepan esposa e hijos que mi último pensamiento y mi postrer suspiro serán por ellos y para ellos. Que reciban desde ahora mi adiós y bendición, y ya que no les sea dado depositar una flor en mi tumba, que al menos al recorrer las hojas de este libro viertan una lágrima de dolor a mi memoria.
+Nueva York, 1881
+PARTIDA — CHICAGO — INCENDIO — LOS CAMPOS — LOS TRENES — INDUSTRIAS — LOS ALMACENES — STOCK YARDS — CHEYENNE — MONTAÑAS — INDIOS — EVANSTON — SALT LAKE CITY — MORMONES — UN CELOSO SACRISTÁN — DESIERTO — SIERRA NEVADA — SACRAMENTO.
+EN EL OTOÑO DE 187…, DESPUÉS de un viaje rápido al Perú, regresé a Nueva York, en donde residía hacía algún tiempo, y a las pocas semanas volví a emprender por tercera vez el viaje para el Lejano Oriente. Pocos días bastaron para prepararme, y en uno de esos días fríos y nebulosos del mes de noviembre, triste y desapacible como estaba mi espíritu, emprendí marcha para San Francisco por la gran vía férrea llamada transcontinental. Nada de lo que se diga respecto a este ferrocarril puede dar una idea exacta de la esplendidez, lujo y comodidades que ofrece al viajero. Los carros o vagones, llamados Palace Cars de Pullman, son una cosa admirable, y puede decirse, sin riesgo de exagerar, que nada hay en ningún otro país que pueda comparárseles. Fabricados para contener cincuenta personas desahogadamente en banquetas muy cómodas, cada carro tiene un pasaje por el centro para transitar y en las extremidades se encuentran lavatorios y tocadores para los pasajeros, un cuarto para fumar y el famoso salón state room, amueblado perfectamente con sillones giratorios de terciopelo, mesitas, espejos, etcétera, pudiendo contener unas doce personas. Hay también cuartitos separados para todo el que quiera ir independiente, por los cuales se paga algo más del precio del pasaje.
+Cualquiera que no haya viajado por estos carros, al ver la sencillez de la instalación, no podrá imaginarse el modo como se transforma por la noche en dormitorio. He aquí cómo se verifica la operación: al dar las nueve, el vigilante encargado del carro pone las lámparas a media luz, y empieza a sacar las camas, que se hallan dobladas en los costados laterales del carro, y se arreglan perfectamente por medio de goznes y resortes. Luego coloca unas tablitas de separación, las tiende con todo lo necesario y, por último, descorre unas cortinas para completar la instalación de cada lecho. De cada lado o sección hay dos hileras de camas con sus literas respectivas, unas encima de otras, exactamente como están dispuestas en los camarotes de los buques.
+No es posible una organización más perfecta, y parece increíble que se atraviesen desiertos y montañas, andando treinta millas por hora con tanta comodidad. Pero a pesar de eso ocurren incidentes curiosos que no se pueden evitar, y las pobres señoras tienen que pasar momentos muy penosos al llegar la hora de acostarse.
+A mí me tocó, por ejemplo, una alemana en la litera de arriba, y todas las noches era un martirio cuando llegaba la hora de la comprometedora ascensión.
+Hay también carros-comedores, donde varios sirvientes, vestidos como en el mejor restaurant de París, están siempre listos para traerle al pasajero lo que pida, perfectamente preparado. En una palabra, nada se extraña, nada falta, y hasta una hojita volante en forma de diario, impresa allí mismo, se reparte todas las mañanas para solaz y distracción del caminante. En la joven América el movimiento material no impide el intelectual: las ideas marchan al compás del vapor, y hasta en el fondo de los desiertos o en la cúspide de las montañas se saborea ese pan cotidiano que nutre los espíritus, sacia el hambre de noticias y se llama periódico.
+Después que se deja Nueva York, la primera ciudad importante que se encuentra es Chicago, la Reina del Prado, como la denominan, situada en el estado de Illinois, al sudoeste del lago Michigan. Es una gran población, una verdadera metrópoli comercial, que se ha levantado en medio de parajes antes desiertos y salvajes.
+Para juzgar del movimiento mercantil de esta ciudad, baste decir que en 1830 no existía allí sino una especie de caserío, donde había un pequeño fuerte y un solo establecimiento comercial, fundado por el célebre Astor, para comprar pieles a los indios. Diez años más tarde, en 1840, la población ascendía a cinco mil habitantes, y a la otra década ya alcanzó a treinta mil, y ahora, en 1871, cuenta más de treinta mil. Cuando yo pasaba por Chicago hacía apenas dos meses que había ocurrido un incendio horroroso, que redujo a cenizas la mayor parte de la ciudad: no se veían sino escombros, ruinas, paredes calcinadas, en una extensión de más de dos mil hectáreas, y todo presentaba a la vista un espectáculo de verdadera desolación. Hoy, en 1887, que ven la luz pública estos recuerdos, la ciudad está completamente reedificada y mucho más hermosa e importante que antes: es un emporio de comercio y riqueza, alcanzando su población la enorme cifra de 800.000 habitantes. Un desarrollo semejante, un progreso igual no se ha visto nunca en parte alguna: sólo en la América del Norte puede presentarse un fenómeno semejante, una cosa tan admirable y portentosa.
+Chicago es el centro del comercio de cereales en los Estados Unidos, cuya importancia es cada día más grande. En 1854 apenas producía cinco millones de hectolitros de trigo; hoy esta producción se calcula en más de 40 millones de hectolitros, es decir, una cantidad mayor a la de todo el resto de los estados juntos, aumentada con todo lo que produce la rica faja de terreno del mar Negro en Europa. Esto es realmente asombroso, y no se puede prever hasta dónde pueda llegar una prosperidad tan fabulosa.
+Y no es sólo en este ramo donde florece Chicago: el comercio en carnes saladas no es menos grande e importante, habiendo establecimientos de los llamados pig killing and packing manufacturies, en donde matan más de 30.000 cerdos diariamente, empleando miles de personas en su preparación, para enviar estas salazones al este, o exportarlas principalmente a Inglaterra.
+Entre estas «carnicerías manufacturas», la más notable es la que se halla en los Stock Yards, cerca de la ciudad, perteneciente a la gran casa de los señores Armour y Compañía. En este inmenso establecimiento, que parece un pueblo, se puede ver, solicitando un permiso, todo el procedimiento: desde los horribles preliminares o preparativos que preceden a la matanza de los cerdos hasta la última operación de reducirlos a pedazos mecánicamente, salarlos y empacarlos en sus respectivos barriles.
+Desde que se entra en el establecimiento se nota una atmósfera pesada, cargada de exhalaciones: un olor repugnante a sangre humeante, y a medida que se penetra en el interior del lugar del suplicio de estos pobres animales, el suelo está pegajoso: es un verdadero charco de sangre. Súbense unas gradas, y allí, en un inmenso corral o cercado, se hallan gruñendo las víctimas, como si comprendieran lo que les va a pasar. En la puerta del este se halla un hombre que va cogiendo cada cerdo por una pata, lo engarza en un garfio y lo levanta en el aire por medio de una cuerda hasta lanzarlo al lugar donde le aguarda el degollador con su cuchillo. Óyese un chillido horroroso, que se confunde con el ruido de las máquinas, arrojado por el pobre animal, y en el acto queda muerto, atravesada la garganta por el afilado cuchillo. Vese entonces brotar un torrente de sangre, y el animal resbala por una tabla inclinada hasta unirse con sus compañeros que le han precedido en el suplicio. Allí los lavan con agua hirviendo, los raspan, los parten, los hacen pedazos y pasan de mano en mano en una inmensa mesa. Preciso me es omitir otros detalles de la desagradable operación: cuando se ha presenciado por unos instantes, sale uno como asfixiado, compadecido con la automática matanza, y disgustado. Émile Zola encontraría en los Stock Yards un bonito tema para su pluma, y de seguro que lo describiría perfectamente.
+Luego se recorren los otros departamentos de la manufactura que no son tan repulsivos, como las inmensas galerías en donde preparan las salazones y cuelgan los jamones, las salchichas, etcétera, y por último los almacenes en donde se hacen los empaques y las ventas.
+Con un sentimiento de admiración por las colosales empresas de Chicago, continué mi viaje, llegando a las pocas horas a Burlington, situado a las márgenes del Mississipi, cuyas aguas se deslizan por entre los bancos de arena, presentando una vista muy pintoresca. Después de atravesar el enorme puente de hierro que se halla al entrar al pueblo, y andar unas pocas millas, pasamos por un lugar llamado Council Bluffs, sobre el Missouri, y a la mañana siguiente amanecimos en la gran ciudad de Omaha. Este punto es el límite de la parte civilizada, y entrábamos en el inmenso desierto conocido por el nombre del Prado, célebre por los recuerdos que hace de él en sus obras el afamado literato americano Fenimore Cooper.
+La campiña empieza del otro lado del Missouri, y se extiende hasta más allá de las Montañas Rocosas. A la verdad que no se comprende por qué se le ha dado el nombre de Prado, nombre que implica ideas de fertilidad, vegetación, etcétera, a una explanada árida, un arenal inmenso, un verdadero desierto. De cuando en cuando salen de debajo de la arena, por hoyos imperceptibles, multitud de conejos, y con frecuencia se ven a lo lejos manadas de búfalos cimarrones, que al oír el pito de la locomotora huyen despavoridos. Parece que en los primeros viajes, cuando empezó el ferrocarril a recorrer este trayecto, salían algunas partidas de indios salvajes y atacaban los trenes. Hoy no sucede nada de esto y se viaja con toda seguridad. La civilización ha ido desterrando la barbarie, y la locomotora no sólo ha ahuyentado los animales, sino a los indios de «piel colorada» que andaban vagando por esas comarcas y desiertos. Al llegar a las estaciones, todavía suelen verse algunos de ellos disfrazados con sombreros de copa alta y plumas, toda la cara pintada y las figuras más extravagantes. Los pobres no parecen darse cuenta de la transformación que se ha efectuado en su tierra, y lo que inspiran es lástima y verdadera compasión.
+A las pocas millas encontramos más adelante la ciudad de Cheyenne, que no tiene importancia ninguna. Allí se detuvo el tren unos veinte minutos, durante los cuales tomamos algún refrigerio, y proseguimos nuestro camino. A las pocas vueltas empezamos a ver las empalizadas, snow sheds, especie de túneles larguísimos hechos de vigas y tablas, construidos para impedir la aglomeración de la nieve en los rieles que suele obstruir el paso, deteniendo los trenes muchas veces días enteros, sin poder salir de un atolladero. Algunos de estos techos tienen una extensión de muchos kilómetros y han debido costar mucho dinero.
+A poco rato llegábamos a Evanston, en la cima de la montaña, y me sorprendió encontrar muchos chinos, unos trabajando en la línea, otros de sirvientes en el hotel y algunos con sus establecimientos de comercio.
+En el mismo tren venían varios japoneses que regresaban a su país, y unos cuantos negros del Sur, de modo que al bajar del tren se veía una muchedumbre heterogénea y una mezcla de todas las razas. En este trayecto las detenciones son muy cortas, no hay que alejarse del paradero, y es preciso estar pendiente del conductor, pues una vez que se despacha, y a la voz de all on board, el tren se pone en movimiento, sin aguardar a nadie. Tres minutos no más nos dieron de descanso, y continuamos el viaje por entre riscos y peñascos, penetrando en una especie de peñón o garganta de tierra que conserva aún su nombre español de cañón. Varias rocas de formas fantásticas sucédense unas a otras; de sus costados, color claro pálido, se desprenden de cuando en cuando algunas matitas de verdura, pequeñas muestras de vegetación, y en los grandes piedrones que hacen frente a la vía se ve escrito en grandes letras blancas esta palabra: SOZODONT —aviso o reclamo, como llaman los franceses, de un agua o aceite especial para la cabeza que se ha inventado en los Estados Unidos—. Es realmente ocurrencia venir a plantar esos avisos en estos parajes, que si bien llaman la atención, hacen contraste con la belleza del paisaje. Nada puede haber más prosaico en medio de lo grandioso de la naturaleza, de la magnificencia y exuberancia de estos poéticos sitios.
+Hacia el fondo se precipita un torrente de agua por entre dos rocas verticales; el terreno es todo greda colorada, y tan deleznable, que no parece sino que el tren va resbalando para precipitarse en el abismo.
+Serían las cuatro de la tarde cuando llegamos a Ogden, estación de bifurcación en donde se separan los trenes que van a Salt Lake City, la ciudad de los mormones, y los que van al este. Hállase esta ciudad a dos horas de distancia de la estación, y yo no pude resistir la tentación de visitar este lugar tan curioso y afamado por la dichosa secta. Tomé el tren para pasar allí la noche y parte del día siguiente, y antes de obscurecer ya estaba instalado en el hotel. Debo confesar que me encantó la belleza del lugar y, sobre todo, lo abundante, variado y barato de los alimentos. Hice una comida opípara, pasé una noche espléndida, y al día siguiente, después de un buen baño, salí a mis excursiones, fresco y rozagante y lleno de bríos para visitarlo todo.
+La situación de la ciudad es preciosa: en el fondo de un valle, rodeado de árboles frutales, y en medio de un vergel o jardín. No en balde la escogieron los mormones como el sitio más aparente para la tranquilidad y el goce de todos los placeres materiales.
+La primera parte adonde me dirigí fue al templo de los mormones; ansiaba por verlo, y deseaba conocer a Brigham Young, el jefe de la secta. Como sucede con frecuencia, la vista del tal templo fue un completo desengaño, una ilusión desvanecida, de tantas que nos formamos en la vida. Es un gran edificio, color de ceniza, de forma elíptica, y su parte exterior no tiene gracia ni arquitectura ninguna. El interior tampoco encierra nada notable: se compone de una serie de galerías escuetas, de hileras de banquetas y asientos; los dichosos escaños o pews, como en los templos protestantes. Por supuesto, nada de altares, ni santos, ni imágenes, ni pinturas, ni cuadros de ninguna especie; nada que hable al espíritu; nada que atraiga la imaginación; nada que eleve el alma a Dios y excite al recogimiento o a la devoción. Todo es lo más prosaico, y a la verdad que no se comprende por qué se le da el pomposo nombre de templo a un edificio semejante.
+Con el ferrocarril ya los mormones han perdido el aislamiento que buscaban, y ya no pueden sustraerse al contacto del mundo ni a los efectos de la civilización. Poco a poco se van internando y alejando de los centros; los prosélitos cada día van disminuyendo, y este absurdo sistema de poligamia se va extinguiendo insensiblemente.
+Tal es el efecto del vapor: por dondequiera que pasa va disipando los errores y acabando con el salvajismo y la barbarie. El humo de la locomotora es el mejor fumigador, el desinfectante más eficaz de la parte moral.
+Al salir, todo desencantado, del dichoso templo, pregunté al janitor, especie de conserje o portero o sacristán, cómo haría para conocer a Brigham Young, pues deseaba mucho tener una entrevista con él. Un hombre con 300 mujeres me inspiraba curiosidad. Se me figuraba que debía tener la cara diferente a los demás, si no por las huellas de los vicios, al menos por las arañazos de sus esposas queridas, pero se me contestó que se hallaba haciendo penitencia y no era posible verlo. Entonces volví a preguntar al portero si podría concedérseme ver a las esposas, aunque fuera una sola, y yo no sé lo que se figuraría el diablo del sacristán, el hecho es que me puso una cara de furia y me contestó el no más sonoro y redondo que se puede dar.
+Está visto: la curiosidad tiene sus límites, que no le es dado traspasar a nadie: «On ne doit jamais voir les femmes qui vivent en saintes». Es embarazoso e inconveniente. Perdóneseme este rasgo de filosofía experimental, y su citación en francés, para que no lo entiendan mis amables lectoras.
+Desconcertado y mohíno me dejó el hombre, y no me quedaron deseos de continuar mi interrogatorio, ni de visitar otra cosa en el lugar. Al poco rato regresé a Ogden, y después de aguardar unos pocos minutos se presentó el tren con toda puntualidad, y lo tomé inmediatamente.
+A partir de este punto varía completamente el aspecto del país: en vez de llanuras y desierto, no se ve sino una serie de colinas y montecitos; valles preciosos, encerrados entre montañas coronadas de nieve. Al día siguiente pasamos por la Sierra Nevada, y gozamos de una puesta del sol espléndida; ya en esta parte empiezan a verse árboles, y varía mucho el paisaje; nos acercábamos al punto llamado Alta, el más culminante, a una altura de más de 2.000 metros. A la mañana siguiente entrábamos en Sacramento, y por la tarde tomamos el vapor que nos condujo a la rada de San Francisco. En Oakland trasbordamos al vaporcito —ferry-boat—, y a los pocos minutos estábamos atracados en el muelle principal.
+En una semana habíamos atravesado la gran distancia que hay entre Nueva York y San Francisco, es decir, mucho más de mil leguas, terminando el penoso viaje de tierra con toda felicidad.
+HOTELES — LICK HOUSE — CHINOS — CLIFF HOUSE — LOS PASAJEROS DEL VAPOR AMÉRICA — EL GRADO 180 — LLEGADA A YOKOHAMA — PRIMERAS IMPRESIONES.
+HEME AQUÍ YA OTRA VEZ EN California, en la gran ciudad de San Francisco, que hacía pocos años había visitado y de la cual conservaba el más grato recuerdo.
+Esta moderna Golconde, que un tiempo llamó tanto la atención, atrayendo gente de todas partes del mundo cuando se descubrieron las minas; este nuevo jardín de las Hespérides, en donde todo el que pisaba su suelo no tenía más que agacharse para recoger el oro, según se creía, ha sido también funesta para muchos. La sed de oro fue la causa de innumerables crímenes; el que no podía conseguirlo por el trabajo, se lo quitaba por grado o por fuerza al vecino, y durante mucho tiempo fue San Francisco el teatro de los mayores escándalos. Al fin la autoridad se revistió de energía, y unos pocos castigos ejemplares contuvieron los crímenes y restablecieron el orden, la seguridad y la confianza.
+La ciudad de San Francisco tiene hoy más de 300.000 habitantes y es una de las más importantes de los Estados Unidos. Hállase situada entre el mar y la rada, en una posición muy pintoresca, y es tanto el desarrollo que ha tomado que su perímetro se extiende hasta las colinas y presenta una vista variada y original.
+Para el que conoce las poblaciones de la gran república americana, poco le sorprenderá San Francisco: es una mezcla de Nueva York, Boston o Baltimore; la misma magnificencia de edificios, un movimiento comercial parecido, el mismo estilo de casas, la misma esplendidez y comodidad en los hoteles. Yo me alojé en el más antiguo de todos, en el Lick House, situado en Montgomery Street, y que reúne a la ventaja de estar muy central toda clase de comodidades. Era míster Lick, su dueño, un pobre sastre cuando se descubrieron las minas, y tuvo la buena inspiración de comprar muy barato el terreno donde más tarde edificó su hotel. Con el tiempo tomó tanto valor su propiedad que hizo una fortuna inmensa. Para formarse una idea del capital que dejó, basta decir que al morir dispuso en su testamento que se dedicaran dos millones de pesos para obras de beneficencia. Sólo en este gran país se ven ejemplos de una munificencia semejante.
+Hay en San Francisco muchos chinos, una verdadera colonia que pasa de 40.000 súbditos del Imperio Celeste. Todos han sido emigrantes que han venido en busca de trabajo, y luego se han establecido en el comercio y dedicádose a ejercer toda clase de industrias. Hay un barrio entero habitado por ellos, y es una de las curiosidades que debe visitar el viajero.
+A pesar del gran bien que han hecho y hacen a la población trabajando bien y barato, no obstante lo sumisos y respetuosos que son con la autoridad y todos los que los tratan, estos pobres hombres no han gozado de simpatías y han sido tratados con una crueldad que ha rayado en sevicia de una manera indigna e infame. En California, los pobres chinos han sido unas verdaderas víctimas: la economía, el orden, la abnegación, todas sus cualidades tan recomendables han sido justamente sus faltas, y los motivos o pretextos para denigrarlos y perseguirlos.
+El gran crimen que se les achaca, la inculpación general que se les hace, es que no pueden competir con ellos los aventureros irlandeses y americanos que pululan en California, y desean ganar tanto como ellos trabajando menos. Esto es absurdo, y parece una ironía entre gente sensata. La animosidad y el odio contra el chino ha ido tomando tales proporciones que al fin la autoridad se ha decidido a expulsarlos, y ha dictado las medidas más restrictivas y vejatorias contra ellos. Y ha llegado a tal punto, que han sido víctimas de agresiones injustificables, hasta asesinarlos villana y cobardemente. No comprendemos las razones que haya tenido el Gobierno americano para dejarse imponer de las turbas y ceder a tan inicuas pretensiones, echando a un lado todos los principios tutelares que son la égida de la República y los derechos más sagrados de la humanidad. Enhorabuena que así le haya convenido proceder, no indagaremos las razones que haya tenido para tomar una medida tan arbitraria. Pero que no vengan ahora a hablarnos los señores americanos, después de semejante conducta, de igualdad, de tolerancia ni de libertad absoluta. La proscripción y la crueldad no se amalgaman con ninguna de las grandes verdades que forman el lema de la República, la garantía de los países libres y el saludable fruto de la civilización cristiana.
+Dos cosas desagradan mucho en San Francisco: el malísimo empedrado de las calles y la falta de buen alumbrado. Un paseo en coche es lo más desagradable que se puede imaginar, por las ondulaciones naturales del terreno. Los tranvías o ferrocarriles de sangre —cable cars— tienen que emplear cables para sujetar los carros en las subidas y bajadas. Los encargados de la edilidad de la ciudad no se preocupan mucho por ella, y sin la luz eléctrica que ponen algunos particulares a su costa en sus almacenes, casi no se podría transitar de noche. Parece que los fondos de la compañía de gas —Gaz Fund— se agotan con frecuencia, y cada vez que esto sucede, la ciudad queda sumida en las tinieblas. Por fortuna no hay mucho que incite a salir de noche, no habiendo casi diversiones, pues los teatros rara vez tienen buenas compañías y los dichosos minstrels, o negritos que tanto les gusta a los americanos, con una vez que se vean es suficiente para satisfacer la curiosidad.
+En cuanto a paseos y lugares de recreo tampoco abundan en esta ciudad; los únicos que son dignos de verse y merecen una visita son el jardín zoológico y el famoso restaurant de Cliff House a orillas del mar. Todo el que quiera pasar una tarde agradable y distraerse un poco, puede recurrir a estos lugares seguro de conseguir su objeto.
+En un momento pasaron los días que faltaban para la salida del vapor, y el primero de noviembre me embarqué a bordo del espléndido buque América en vía para el Japón.
+Poco habrá a la verdad que me sorprenda en materia de vapores, pues creo conocer casi todas las líneas principales del mundo. Me he embarcado, en efecto, en los famosos vapores de Vanderbilt, que eran los mejores en su tiempo; en los de Cunard, de la White Star, Inman, Anchor, Transatlantica, es decir, en los de las líneas principales que hacen la carrera de Norteamérica a Europa. He hecho muchos viajes en los vapores de la Mala Real Inglesa; en los franceses de la Transatlantica, que hacen la carrera de la América del Sur; en los de la Pacific Mail, entre Nueva York y Colón, Panamá y San Francisco; en los de López, entre Cádiz y las Antillas españolas; en la línea de Rubatino y el Austrian Lloyd que tocan en los diversos puertos del Mediterráneo; en los de la Compañía Peninsular y Oriental y las Mensajerías Marítimas, que hacen la carrera de Europa a la India, China, Australia, etcétera, pero debo declarar que nada he visto comparable a los de la Pacific Mail, que van de California al Japón, China, etcétera. Está el viajero tan bien, que hasta se olvidan los grandes peligros que se corren en esta dilatada navegación.
+Confieso francamente que siempre he tenido miedo al emprender esta atrevida travesía; en ninguna otra me he detenido a pensar en los riesgos a que se expone el navegante; en esta me he preocupado siempre desde el momento ven que estoy a bordo. Los vapores son magníficos y mandados por expertos capitanes, pero la tirada es tan grande —11.000 millas— que, a la verdad, asusta. ¿Qué se haría si ocurriese algún accidente, como, por ejemplo, una descomposición de máquina en la mitad del viaje, o en caso de un incendio u otra conflagración? ¿Adónde arribar, adónde recurrir, o dónde volver los ojos en busca de amparo o de socorro? Esta sola consideración basta para infundir recelo y aterrar a cualquiera, por valiente que sea. Suerte y mucha tuve en esta ocasión, pues al cabo de veintitrés días llegamos a Yokohama sin la menor novedad. Cuatro meses después, al viaje siguiente, se incendió el mismo vapor América, ¡pereciendo todos los pasajeros!…
+Yo no puedo menos de bendecir a la Providencia por haber protegido mis días en tanto viaje y librádome de naufragios y catástrofes. He experimentado temporales horribles, tornados, tifones, tempestades espantosas en el mar, pero jamás he sufrido ninguna desgracia, siquiera sea una arribada a puerto alguno. Sin embargo, tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe, como dice el refrán, y no será extraño que después de todo yo venga a encontrar mi tumba en el océano.
+Navegaciones de esta clase, viajes por el estilo, son especiales y difieren completamente de cualesquier otros que se hacen comúnmente. Cuando, por ejemplo, se hace el viaje de Europa a América, o viceversa, la travesía es tan corta que no hay tiempo de aburrirse; la tierra nunca está muy lejos y nunca falta adonde arribar en caso de un accidente. Además, son tantos los que hacen este viaje, ya sea por negocios o por placer, que siempre se encuentra a bordo a algún amigo o conocido con quien compartir las penalidades y distraerse durante la navegación. Muchas veces se encuentran no sólo personas de la misma raza, sino hasta compatriotas y amigos: en estos casos fórmanse grupos, y así se pasan en petit comité amena y agradablemente las monótonas y largas horas del viaje. Puede decirse que en medio del océano se está en tierra, pues hay momentos de solaz y distracción en que se olvida uno completamente que está metido dentro de un cajón, a merced de las olas y de los vientos, con el fuego ardiendo debajo, expuesto a todos los más temibles elementos. El contacto con los pasajeros, la conversación con los paisanos, refresca las ideas, aleja el hastío y mantiene vivos y latentes los sentimientos de sociabilidad y los recuerdos de la patria.
+Nada de esto sucede en los viajes a lejanas y desconocidas tierras; todo es diferente, todo cambia de aspecto, y el hombre se encuentra en una soledad y un aislamiento que abate y desconsuela. En lugar de la multitud de paseantes o turistas que se dirigen a Europa en pos de placeres y de goces, no se ven sino viajeros intrépidos, hombres de ciencia que van a hacer exploraciones en tierras desconocidas, o a tratar de hacer descubrimientos en algún ramo en beneficio de la humanidad. En vez de jóvenes alegres, de casquivanas y coquetas miss, o damiselas siempre dispuestas a divertirse y de buen humor, no se encuentran sino misioneros que van a predicar el Evangelio a lejanas regiones, y llevar la civilización a las tribus salvajes, o algunos asiáticos que regresan a su patria. Todo el mundo se halla preocupado, taciturno, embebido en sus cavilaciones y proyectos. Nótase esta impresión en las fisonomías; nadie comunica con el vecino, las horas se hacen eternas y se apodera de uno profunda melancolía.
+Durante todo el tiempo que dura la travesía, no sólo no se ve tierra, pero ni un buque ni una velita que interrumpa la línea circular del horizonte, ni un ave amiga siquiera en cuyas blancas alas reposar la vista. El espíritu se halla abrumado, abatido; resiéntese el cuerpo de constante fatiga, y reclinándolo sobre la popa del bajel, queda postrado, abandonando su suerte al Dios de las misericordias. Al cabo de unos días fastidia la vista de las mismas caras a todas horas; se cansa uno de los poco variados alimentos; se aburre de la monotonía de a bordo, y no ver más que esas líquidas masas llamadas olas, que se suceden unas a otras sin interrupción y van a perderse a lo lejos en el horizonte, como se disipan los recuerdos y se desvanecen las ilusiones y esperanzas.
+Lo único que vino a sacarnos de esta postración y animar un poco momentáneamente a los pasajeros fue la sorpresa que tuvimos al pasar por el grado 180. Todos los días infaliblemente después que la campana daba los cuatro golpes dobles que marcan a bordo las doce, cuando calculábamos que el capitán había tomado la altura y terminado sus observaciones, corríamos todos como niños a ver la tablita que se fija a la entrada del salón en donde ponían la distancia que habíamos recorrido en las veinticuatro horas, lo que llaman los marinos la singladura. En esta ocasión, y con asombro, notamos que del martes habíamos saltado al jueves, y no acertábamos a darnos cuenta de esto; nos habíamos comido un día entero y no podíamos digerir este manjar, hasta que el capitán nos explicó bondadosamente en qué consistía la eliminación susodicha. A la altura a que nos hallábamos ya se había recorrido la mitad de un paralelo; los relojes estaban puestos por el sol, aun cuando ya se habían atrasado doce horas. Al pasar el hemisferio oriental, habíamos, por el contrario, adelantado el mismo tiempo, otras doce horas, y era preciso, por consiguiente, saltar veinticuatro, suprimir un día, lo que hizo desaparecer el miércoles, y que no figurara en la tablilla[1].
+Muchos de los pasajeros no comprendieron bien la explicación, y así que acabó de hacerla el capitán. Un viejecito misionero exclamó alegremente: «¡Gracias a Dios, que nos hemos ahorrado un día de viaje!». Otro, un militar español, de ceño adusto y al parecer mareado, no se manifestó tan crédulo, pues se retiró desagradado, diciendo: «Lo que es esa pamema el gringo no me la mete a mí. ¡Que confiese que se ha equivocado, y santas pascuas!».
+Así continuamos sin más sensaciones hasta que al amanecer del 24 alcanzamos a divisar una línea negra en el horizonte: era la tierra, y poco a poco se iba aclarando hasta que distinguimos el faro; a las pocas horas fondeamos en el puerto de Yokohama.
+Todo el que ha viajado ha experimentado el placer de la llegada, pero pocos tendrán idea de la intensidad de este gusto después de una arriesgada travesía al llegar a un país desconocido. En esta ocasión yo olvidé todos mis sufrimientos al contemplar el hermoso panorama que tenía a la vista. A la derecha se levantaba majestuoso el Fujiyama, gran montaña de 3.800 metros de altura, coronada de nieve. Los rayos del sol naciente, al reflejar sobre su blanca cúspide, le daban el aspecto de una pirámide sembrada de brillantes, y parecía el centinela avanzado de este curioso pueblo.
+En pocos minutos rodearon al vapor infinidad de botes, sorprendiendo mucho el traje de los remeros, que sólo llevan una bata larga y usan moño sostenido por peinetas, exactamente como las mujeres. Los congos o las lanchas de carga los manejan hombres desnudos, parecidos a nuestros antiguos bogas, sólo que tienen todo el cuerpo cubierto de dibujos que se hacen con pólvora, picándose la piel con agujas como los marineros. Poco debe abrigarles esta capa artificial, y los hace aparecer como unas iguanas o lagartos humanos.
+Teníamos la ciudad al frente, extendiéndose desde la orilla del mar hasta la falda de la montaña. Tomé uno de los botes, hice poner mi equipaje en él, y a los pocos minutos estaba pisando tierra firme. Un policía me condujo a la Aduana, y después de una ligera inspección, me dieron un pase y quedé despachado. A los pocos minutos me hallaba en el Grand Hotel instalado, descansando de mis fatigas.
+Yokohama es la gran puerta por donde se entra y sale del Japón, el punto central del comercio y movimiento mercantil con el extranjero. La población se calcula en 70.000 japoneses y 4.000 extranjeros, de los cuales la mitad son chinos. La ciudad data apenas de ahora veinticinco años, no siendo antes sino un miserable pueblo de pescadores. No tiene nada de particular, y puede decirse que sólo consta de una gran calle que la atraviesa de un extremo a otro paralelamente al malecón. La parte mejor es lo que llaman El Bluff en la falda de los cerros, donde los ingleses han construido sus casas y hay quintas preciosas. Allí se encuentra toda la población extranjera, los consulados, las oficinas, etcétera, y todo lo que en realidad merece el nombre de ciudad.
+Teniendo intención de permanecer algún tiempo en el Japón y visitar las principales ciudades, antes de salir de Nueva York me proveí de cartas de introducción para las principales casas de comercio y de créditos para subvenir mis gastos. Sabido es que el dinero es el elemento indispensable para los viajes, el verdadero pasaporte, la llave de oro o de plata, es la única que abre todas las puertas en el extranjero. Mi primera salida la dediqué a presentar estas cartas, y particularmente la que llevaba para los señores Marshall y Compañía, quienes se me había asegurado me lo facilitarían todo.
+Recibiéronme efectivamente con mucha atención: diéronme todos los informes que necesitaba y negocié una letra con ellos para hacerme de fondos.
+El peso mexicano es la única moneda extranjera que circula en el Japón, el yen, siendo la legal en el país, y el yen se subdivide en varias fracciones o billetes, que llaman kin-satsu, y corren en todas partes del Imperio. No siendo posible ir cargado con pesos, puse una buena provisión de billetes en mi cartera; arreglé una maletita con lo más indispensable, y quedé listo para emprender mis excursiones.
+[1]«En el sitio opuesto al meridiano de París, el grado 180 de longitud, sea oriental, sea occidental, atraviesa el inmenso océano Pacífico, sin encontrar tierra alguna; apenas roza un extremo de la Siberia. En toda esa extensión el día cambia de nombre, y allí es donde el domingo se convierte en lunes.
+ «El subterfugio sería mucho más difícil de salvar si el meridiano 180 estuviese habitado, como, por ejemplo, los alrededores de París. A la izquierda de una línea convencional sería domingo, a derecha lunes. Al este de la línea sería 1.° de enero, y al oeste 31 de diciembre del año anterior. Y esto es precisamente lo que sucede en el grado 180 de longitud, sin que nadie lo note, pero los navegantes salvan la dificultad cuando atraviesan dicho meridiano, cambiando la fecha del diario de a bordo, operación que efectúan reglamentariamente. Sin este recurso, fondearían de nuevo en el puerto de partida, después de haber dado la vuelta al mundo, con un día entero de diferencia con respecto a la fecha de su país. Así pues se ha convenido en que hay un meridiano a uno de cuyos lados la humanidad tiene una fecha, y otra al lado opuesto» Flammarion.
+SITUACIÓN DE LAS ISLAS — NOMBRES — SUPERFICIE Y POBLACIÓN — VOLCANES — TOPOGRAFÍA — DIVISIONES ADMINISTRATIVAS — CAPITALES.
+EL JAPÓN SE HALLA SITUADO entre los 127° y 144° de longitud al este del meridiano de París, y entre los 31° y 47° de latitud norte, y es el país más retirado del Extremo Oriente. Casi todo se compone de una infinidad de islas de todos tamaños en número de más de 4.000, la mayor parte despobladas y sin importancia alguna. Las cuatro principales son: Hokkaidō, Honshū, Shikoku y Kyūshū; luego siguen otras, las de Ryūkyū, hacia el sur, cuya posesión iba siendo causa de guerra con la China, y por último, el archipiélago de las Kuriles, que confina con la isla de Tarakai o Saghalia.
+Antiguamente se le daba al Japón el nombre de Nihon, que significa «origen del sol», y para hacerlo más pomposo, le añadían el adjetivo dai, que quiere decir «grande».
+Fue descubierto en el siglo XIII por Marco Polo, célebre viajero veneciano, quien permaneció diecisiete años en la corte de Kublai, gran kan de los mongoles, entregado a operaciones comerciales. Habiéndose granjeado el cariño del príncipe, le encargó de varias misiones en la Tartaria, la China y el Japón, y de regreso a Europa en 1295, fue el que escribió sobre estos países y los dio a conocer en Occidente.
+La superficie total del Japón es de unos 3.600 miriámetros, y la población pasa hoy de 35 millones de habitantes, diseminados en toda la extensión, y contando más de 60.000 poblaciones entre ciudades, pueblos y villorrios.
+El país es montañoso, y por todas partes abundan los volcanes. En la isla de Honshū, llamada por algunos geógrafos Nippon, es donde se encuentran las ciudades más importantes.
+Por el norte confina con las regiones heladas; es sumamente fértil, y produce todo lo necesario para la vida.
+En Hokkaidō el termómetro baja a veces hasta 20 grados bajo cero, y otro tanto sucede en Hakodate. La temperatura, por lo general, es suave durante el día, pero por la noche refresca mucho.
+En Yokohama, particularmente, hay que tener mucho cuidado con estos cambios tan repentinos, pues son la causa de casi todas las enfermedades que sufren los extranjeros.
+En la parte occidental, el invierno es muy riguroso a causa de los vientos helados que vienen de la Siberia y Manchuria.
+El Imperio se divide en ocho grandes comarcas que toman su nombre de los ríos que las atraviesan, a saber: el Fukuoka, el Fozando, Hakurokudo, Nakasendō, Sangodo, Nankaidō, Saikado y, en fin, Hokkaidō.
+Antes de la revolución de 1867 el Imperio tenía dos capitales: Kioto, en donde residía el mikado, o emperador espiritual, y Edo, donde habitaba el shōgun, o emperador temporal, el poderoso y temible. El primero, sin embargo, echó abajo al segundo, quedando de jefe único del Imperio, y desde entonces data su traslación a Edo, en donde ha sentado sus reales y ocupado el palacio de su rival.
+Lo primero que dispuso fue cambiar el nombre de la ciudad, bautizándola con el de Tokio, que quiere decir «capital del este», y desde entonces así ha continuado llamándose. Algunos autores de geografía siguen considerando Edo como la capital, cuando en realidad nunca lo ha sido. Los escritores de viajes son los llamados a rectificar estos errores, excusables hasta cierto punto, tratándose de regiones tan desconocidas.
+Un viajero concienzudo e ilustrado puede propender de varios modos al adelanto de la geografía y de otros conocimientos importantes.
+ETNOLOGÍA — KOROPOKKURUS — ORIGEN DE LOS JAPONESES — LA EDAD DE PIEDRA — LAS CAVERNAS — INSTRUMENTOS Y ARMAS — JINMU TENNŌ — EL KOJIKI — ORGANIZACIÓN DEL GOBIERNO — EL MIKADO — LOS DAIMIOS — LOS SAMURÁIS.
+TAREA DIFÍCIL Y ASAZ ENOJOSA sería, por cierto, la de fijar el origen de la nación japonesa con toda la prolijidad que requieren los estudios históricos y aun la narración de un viaje que pretende dar nociones exactas en todo. El del Japón, como todos los demás pueblos, es fabuloso; hállase envuelto en ficciones, en misterios profundos, en verdaderas tinieblas, a través de las cuales no se sabe cómo penetrar para esclarecer los hechos y hallar la verdadera luz. No es posible conocer bien el punto de partida; es muy difícil saber dónde empieza el hilo de esa complicada madeja de acontecimientos, tan enredada y tupida, ni deshacer, sin romperlo, ese cúmulo de nudillos ciegos, que remontándose a las primitivas épocas de la historia, va a perderse en la lúgubre noche de los tiempos.
+¿Quiénes son los japoneses? ¿De dónde proceden? ¿Cuál es su origen? Las tradiciones los hacen descender de los dioses, otro tanto indican las leyendas mitológicas, pero la ciencia no puede contentarse con meras inducciones, particularmente cuando no se apoyan en fundamento alguno.
+Desde luego es evidente que los japoneses no pertenecen a una raza homogénea: descienden de diversas tribus que vinieron de los países limítrofes, mezcladas y confundidas unas con otras en diversas épocas.
+En las islas septentrionales del archipiélago se observan dos razas primitivas enteramente distintas: la llamada koropokkurus y los ainus, quedando ya muy pocos de la primera. Según todas las probabilidades, estos han sido los verdaderos aborígenes prehistóricos del Japón: así lo demuestran las huellas que dejaron durante la Edad de Piedra, y cuantas observaciones se han hecho posteriormente corroboran esta aserción. Es casi seguro que ellos son la verdadera raza autóctona del país.
+Los ainus, de los cuales existe todavía un número considerable en Hokkaidō, parece que fueron los primeros que invadieron el territorio, y han debido ser los dueños del país por mucho tiempo, pues arrojaron a los primeros moradores hasta el archipiélago del Norte; las huellas prehistóricas de su paso se confunden con las de los koropokkurus. El nombre de ainu deriva de inu, perro, pues sabido es que los japoneses pretenden ser el exótico injerto de una linda princesa y un perro. Este cuento, o creencia extravagante, no deja de tener algunos visos de verdad, pues lo que son las mujercitas japonesas, evidentemente tienen algo de perras, pero en el sentido de picaruelas, que damos a esta palabra en algunos países de América, y algunas hay muy monas, respetando las teorías de Darwin, en el sentido que se le da a esta palabra en España y todas sus colonias.
+El origen del japonés puede decirse que verdaderamente no se conoce: según unos, pertenecen a la raza de los mongoles, pero difieren completamente de los chinos. Según otros, y entre ellos Malte-Brun, son originarios de la Tartaria, pero la versión más válida es que descienden de las provincias situadas al norte del Celeste Imperio, cuyos numerosos habitantes se desbordaron y fueron a poblar las islas del océano Oriental.
+Kaempfer, el primer escritor europeo que ha tratado esta cuestión, difiere de esta opinión, y niega, con razón en nuestro concepto, el origen chino de los japoneses. Según él, descienden de los babilonios, quienes después de la confusión de las lenguas atravesaron la India, la China, y fueron a dar hasta la Corea, el país más cercano del Japón. Aunque esta opinión no se funda en dato alguno positivo, no nos parece improbable, y hay autores que la admiten. En las obras publicadas recientemente por el célebre filólogo míster León de Rosni, demuestra la analogía del kanji, primera escritura japonesa, con la usada en la Corea, y la de esta última con el sánscrito.
+Es de suponerse que andando el tiempo, con el transcurso de los años, se cruzasen con otras razas, principalmente con la malaya, oriunda de Oceanía. Cualquiera que se fije en los rasgos fisonómicos del japonés encontrará mucha semejanza con nuestros indios de la América Meridional, lo que confirma hasta cierto punto la opinión del historiador Robertson, de que los asiáticos de estas regiones fueron de los primeros que vinieron a América por el estrecho de Bering.
+Hay, además, otro medio para indagar la historia de los pueblos, y es el estudio de sus monumentos y las huellas que han dejado a su paso. Procediendo así, observaremos que la Edad de Piedra ha estampado en el Japón rastros que no ha podido borrar ni el transcurso del tiempo. Examinándolos bien, se viene en conocimiento de esta verdad: en Oriente, así como en las demás partes, las sociedades han tenido idéntico origen, y el hombre de las cavernas ha sido el primer morador de las soledades.
+Existen en el país muchas cavernas, particularmente en la provincia de Kawatai, y hasta ahora nadie ha podido averiguar con precisión el objeto que tenían. Todos los que se han puesto a estudiarlas se han perdido en conjeturas más o menos erróneas, en aventuradas hipótesis, ni más ni menos como les ha sucedido a los sabios en Europa con las pirámides de Egipto y otros monumentos. Al principio se creía que tenían por objeto guardar los sepulcros de los magnates, pero Kaibara Ekken, hombre de ciencia y profundos conocimientos, después de minuciosas indagaciones, probó que nunca habían servido para eso, y eran simplemente habitaciones de los primeros moradores. El hombre, como los animales, lo primero que hizo fue su cueva, o llámesele como se quiera, para albergarse y protegerse de la intemperie y los peligros. Y corrobora esta aserción las armas que fabricaban entonces, muy parecidas en todo a las que hacían de piedra en México, en Perú, Nueva Granada y en toda la América del Sur los primitivos indios de nuestras pampas y desiertos.
+Los japoneses veneraban sus armas como si fueran reliquias de los santos; los antiguos kami y los bonzos o shintoístas han inventado varias fábulas acerca de ellas para llamar la atención del vulgo y atraer peregrinos a las pagodas.
+Antes de la Edad de Piedra todo era en el Japón obscuridad, leyendas mitológicas, y, como ya hemos dicho, hacían remontar el origen del país a épocas fabulosas. Era cosa admitida que había reinado una dinastía, la primera de todas, centenares de miles de años, y que luego había venido la llamada Kamiyonanayo, es decir, de los siete grandes espíritus, los cuales fueron sucediéndose unos a otros, muchos miles de años antes de nuestra era.
+Las tradiciones más antiguas alcanzan al año 660 antes de nuestro Señor Jesucristo, época en que terminó la era mitológica, y empieza el reinado de Jinmu Tennō, sucesor de Amaterasu Ōmikami, último de los siete espíritus de la dinastía divina, y a quien los japoneses consideran como el verdadero padre de la nación.
+Todo induce a creer que hasta entonces no había existido Gobierno alguno, y que se vivía en el Japón como en el estado primitivo, patriarcalmente, es decir, que cada familia tenía su jefe, gobernándola de un modo absoluto, pero vino Jinmu Tennō, y ora sea que tuviese más habilidad, o bien guiado por el interés común, el hecho es que reunió todas las tribus y las sometió a su dominación. Desde entonces asumió el mando de lo que pudiera llamarse gobierno legítimo, titulándose mikado, y sus descendientes han ido sucediéndose en el poder hasta nuestros días a través de mil peripecias: unas veces ejerciendo una autoridad ilimitada, un verdadero despotismo; otras un poder puramente fantástico y nominal.
+El derecho al trono era, sin embargo, muy dudoso, pues tanto las esposas como los hijos podían pretenderlo. Una princesa soltera podía ser emperatriz, y una viuda suceder al marido. Algunas veces acontecía que los pretendientes se entendían entre sí, y cuando no había arreglo amistoso, el modo de zanjar la cuestión era exterminar a todos los miembros de la familia rival. Y aquí es preciso hacer una reflexión, por cierto muy triste y desconsoladora. En todo pueblo, en toda nación, siempre que se ha tratado de fundar el poder soberano, se han cometido los mismos crímenes, y la ambición ha sido la causa de todas las desgracias. Diríase que el árbol genealógico de las dinastías, así como el de la libertad, no pueden regarse sino con lágrimas, ni dar fruto sin el triste fertilizante de la humana sangre.
+Todo cuanto las crónicas antiguas contienen es incierto y dudoso, y lo único que se sabe es que desde el año de 681 después de nuestro Señor Jesucristo empezó el emperador Tenmu a recopilar datos, aprovechándose de la maravillosa memoria de su mujer, y formó el famoso libro titulado Kojiki, el documento más importante y que arroja más luz sobre la historia del Japón.
+Según este libro, han existido 123 príncipes o princesas que ocuparon el trono desde seiscientos sesenta años antes de nuestro Señor Jesucristo hasta nuestros días, durante un periodo de dos mil quinientos cuarenta años.
+La organización gubernamental remonta a los tiempos más lejanos, cuando el mikado era a la vez jefe espiritual y temporal, y se hallaba investido del poder supremo.
+Después del mikado seguían los daimios, personajes de alta categoría, verdaderos señores feudales, con pretensiones a origen divino, y, por último, los samuráis, con ínfulas aristocráticas, una especie de nobleza militar, siempre listos para la lucha y el combate.
+Si nos fijamos en todo esto, notaremos la analogía que existe con la jerarquía mitológica de los griegos, y además vendremos en conocimiento que los medios empleados en el Japón para dominar han sido los mismos de otros países, que si pueden variar los sucesos y las circunstancias, el corazón del hombre, sus pasiones, son siempre las mismas en todas partes y todas las edades.
+Tal es el sistema que ha prevalecido en el Japón, y bajo el cual han vivido sus habitantes durante muchos siglos, si no en completa paz y estabilidad, por lo menos relativamente felices y dichosos.
+Pasemos a examinar cómo lo fueron alterando insensiblemente, hasta perfeccionarlo y entrar de lleno en la corriente de la moderna civilización.
+PRIMERAS RELACIONES CON LA CHINA — EL MÉDICO JOFUKU — INTRODUCCIÓN DE LA DOCTRINA DE CONFUCIO — CARACTERES CHINOS — EL BUDISMO — RELACIONES CON LA COREA — EL WADŌ- NENGŌ — IMPRENTA.
+SI ARROJAMOS UNA OJEADA sobre la historia del Japón y estudiamos el desarrollo político, moral e intelectual de este curioso pueblo, al momento observamos que cada época marca un adelanto en algún sentido, cada movimiento una revolución en las ideas, y cada cambio ha sido una etapa verdadera hacia el progreso general del país.
+Las instituciones políticas, empero, no han experimentado modificaciones sustanciales, al paso que en las costumbres y en el orden social la transformación ha sido radical, completa.
+El Japón siempre ha cultivado relaciones comerciales con China y Corea, y puede decirse que casi todos los elementos de su civilización se los debe a estas naciones. La historia refiere que desde el año 219 antes de nuestro Señor Jesucristo había venido una colonia china a establecerse en su territorio, y esto consta no sólo de las crónicas y los documentos antiguos, sino que se puede observar por las inscripciones y monedas que dejaron.
+Y a propósito de esto, he aquí la leyenda o cuento ingenioso que circula en el país:
+Dícese que por esa época reinaba en China cierto emperador muy conocido por sus hazañas y afamado por sus crueldades, que tenía siempre la manía de estar buscando un remedio para prolongar la vida indefinidamente. Un día vínole la idea de enviar emisarios a todas partes con el fin de ver si encontraban la anhelada y maravillosa panacea. No tardó en presentársele un Hipócrates improvisado llamado Jofuku, quien le aseguró conocer el remedio, y le dijo que se hallaba en el Japón, añadiendo el astuto galeno que consistía en una hierba sumamente delicada, pues para cogerla era indispensable tener las manos muy puras y ser la persona de reconocida castidad. Desde luego, el procedimiento no dejaba de presentar dificultades en la ejecución. ¿Dónde encontrar una persona que reuniera tan raros requisitos? ¿Dónde hallar esas dichosas manos, ni una casta de gente tan casta, como pretendía el charlatán que se necesitaba?
+A la verdad que parecía muy difícil, pero no por esto se arredró el sabido Jofuku, y he aquí el ardid que empleó para engatusar al emperador y llevar a cabo sus aviesas miras.
+Valiéndose de tretas y artimañas, hizo reunir las jóvenes más bellas y lindas del lugar, y eligió entre ellas trescientas, las que más le gustaron; luego buscó un número igual de hombres, jóvenes también, de gallarda presencia, bien parecidos y de reconocidas virtudes, y con esta lucida comitiva emprendió viaje para el Japón, so pretexto de ir a traer la deseada panacea. Mas, ¡oh credulidad imperial! La burla fue completa, pues no bien llegó al Japón, cuando nuestro impertérrito médico se estableció en el punto que le convino con su serrallo colonial, y no pensó más en volver a la China, dejando al emperador con un palmo de narices. El artificio surtió el efecto que se propuso, pues no tenía más objeto sino salir del país para librarse del duro yugo imperial.
+Dos siglos más tarde se introdujo la fabricación de la porcelana, bajo el reinado del mikado Suinin —27 años antes de Jesucristo—, y se hicieron los primeros ensayos en cerámica. Fue por esta época igualmente cuando los japoneses entablaron relaciones con los coreanos, y por más de trescientos años estuvieron en la mejor armonía, hasta que al fin se disgustaron y rompieron completamente con sus vecinos.
+Esta situación, sin embargo, no podía durar mucho, pues en 284 el príncipe Atohi, hijo del rey de la Corea, se presentó en el Japón trayendo muchas obras de los mejores literatos chinos, y principalmente las del gran filósofo Confucio, cuyas doctrinas empezó a propagar por todo el país.
+No menos útiles fueron los chinos a los japoneses, pues les llevaron cuanto pudiera servirles, sobre todo en el ramo industrial. Fueron los chinos los que les enseñaron a trabajar la seda, a hacer esos bordados primorosos que no tienen rival y los que les dieron las primeras nociones de arquitectura.
+El budismo se conoció primero en la India, luego en la China —70 años antes de Jesucristo—, después pasó a la Corea y, por último, fue introducido en el Japón, durante el reinado de Kinmei Tennō, es decir, ciento ochenta años después.
+Ya por esta época existía en el Japón una colonia compuesta de cerca de ocho mil familias chinas y, por lo visto, las trescientas parejitas del doctorcito Jofuku no se portaron tan mal, pues se dedicaron con ahínco a la propagación de la especie. ¡Ojalá todos los ensayos en emigración dieran resultados tan fecundos!
+El budismo fue tomando cada día más incremento, y llegó a su apogeo bajo el reinado del mikado Bidatsu en 379. El príncipe imperial Shōtoku Taishi tomó a pechos fomentar esta religión, y construyó los principales templos que hoy existen. La introducción de esta religión no ejerció, sin embargo, la menor influencia moral en el pueblo, que, dotado de una gran indiferencia, no hace caso alguno de abstracciones sentimentales ni de ideas religiosas. El escepticismo es el carácter distintivo de la raza oriental.
+El japonés carece completamente de lo que se llama iniciativa, y de esa facultad creadora que es la verdadera manifestación del talento. Por esta causa, sin duda, todo, desde su religión hasta el último adelanto, lo ha importado del extranjero. No hay cosa que no se apropie o se asimile, pero nada inventa, nada crea, a nada le imprime el sello especial de su genio. En materia de ciencias, adopta todo principio ciegamente, sin discusión, ni darse cuenta de nada; en literatura y bellas artes, parodia, imita perfectamente; en industria, calca con artística y matemática escrupulosidad.
+Este pueblo ha vegetado siglos enteros sin dar signos de vitalidad; sus habitantes han vivido en el marasmo más completo, sin inquietarse por nada: el pasado poco les ha importado; el presente lo miran de cualquier modo; el porvenir no les afecta, ni se preocupan por él absolutamente. De aquí resulta que tanto épocas, como periodos, fechas, todo lo confunden, sin tener idea del tiempo ni de la misión de la humanidad, viviendo en la mayor indiferencia y en una anarquía completa moral e intelectual.
+Un coreano, Kuwan-Kin*, fue quien les enseñó la cronología, y otro, Tan-Tiching*, la fabricación de papel, pues durante mucho tiempo no escribían sino en retazos de género, por lo regular de seda.
+Poco a poco fue desarrollándose el gusto por los viajes, y varios japoneses notables salieron para varios países encargados por el Gobierno de algunas misiones. Entre ellas debemos citar a Ono no Imoko, nombrado embajador cerca del Imperio chino, cuyo país era para los japoneses la tierra de maravillas y portentos.
+Interesante sería saber la naturaleza de las relaciones que han existido entre esos países bajo el punto de vista internacional, y la verdadera misión que confiaba el Japón a su embajador. Desde luego, el objeto ostensible era estudiar el país, pero es muy probable que llevase otro de carácter político, muy difícil de adivinar, no constando nada de esas negociaciones en ningún escrito de esa época.
+La historia del Japón nos presenta un fenómeno muy singular: por una parte vemos que este pueblo carece de instrucción, de verdaderas dotes intelectuales y al mismo tiempo se observa que está animado del deseo de conocer todo lo de sus vecinos y que se ha organizado en todos los ramos de una manera tal, que ha logrado alcanzar una posición importante y un estado social relativamente adelantado.
+El espíritu literario tomó un gran vuelo bajo el reinado de los mikados Tenji y Tenmu. A pesar de esto, la poesía permaneció estacionaria, y sus afamados escritores no han dejado una sola obra que merezca siquiera mencionarse.
+No sucedió así en otros ramos: las mejoras materiales tomaron grande incremento y pusiéronle en planta reformas de mucha trascendencia. En 825 se fundaron las primeras escuelas, y poco tiempo después casas de beneficencia y hospitales.
+La regeneración del país fue consumándose paulatinamente, pero de una manera sólida, prudente y saludable: los pescadores y cazadores nómadas fijaron su domicilio y se dedicaron a la agricultura; las ciudades se edificaron y constituyeron bajo buenas bases; la moneda, hasta entonces desconocida, la introdujeron de China, lo que naturalmente facilitó todas las operaciones comerciales, pues el sistema antiguo de trocar productos era lento y entorpecía todo. Diósele a esta innovación el nombre de wadō-kaichin, y la historia registra el reinado de Genmei de 708 a 714, con el nombre de wadō-nengō, que significa «periodo de la moneda japonesa».
+A los pocos años descubrieron minas de oro y plata, y con estos metales ya pudieron perfeccionar el sistema monetario.
+Los sacerdotes budistas introdujeron el uso de la cremación de los cadáveres, de que tanto ruido se ha hecho últimamente en Europa y Estados Unidos como una novedad. Un bonzo llamado Jocho fue el primer incinerado, para dar el ejemplo, pero a pesar de esto no cundió la costumbre. Ahora, sólo adoptan este sistema en tiempo de epidemias, y a la verdad que es una buena medida.
+En 660 se introdujo la imprenta en el Japón, es decir, 800 años antes que la conocieran en Europa. Este servicio se lo deben también a los chinos, quienes les enseñaron a manejar los tipos y a imprimir libros, y ya en 713 habían publicado muchas obras clásicas, entre otras la llamada Fudo-ki, o Historia natural, y la titulada Nihonshoki, el documento más antiguo auténtico de la historia del Japón.
+Luego vino una especie de eclipse en el firmamento literario, allá desde fines del siglo XII al XIII, pero no duró mucho, pues a principios del XIV volvió el entusiasmo, y vieron la luz pública varias poesías, entre otras, el Shin Kokinshū, y el Shokukokin Wakashū, composiciones, según dicen, llenas de originalidad y bellezas.
+Después de este periodo de eflorescencia literaria vino otro de completa esterilidad: el horizonte intelectual se nubló y no volvió a brillar en él ni una sola estrellita que arrojara la menor luz a los espíritus. Diríase que las constantes disensiones civiles y las crisis políticas que han atravesado han embotado las facultades intelectuales de la raza y matado para siempre el germen civilizador.
+GUERRAS CIVILES — CREACIÓN DEL SHOGUNATO — LOS DOS EMPERADORES — EXPEDICIONES DE COREA Y CHINA — DINASTÍA DE LOS TOKUGAWA — LOS PORTUGUESES — ASESINATOS DE CRISTIANOS — LOS HOLANDESES — TRATADOS CON LOS EUROPEOS.
+POR TODO LO QUE ACABAMOS de narrar se ve que los japoneses no han tenido durante los nueve siglos, de 280 a 1186, verdaderos anales históricos. Haciendo abstracción de las calamidades debidas a la naturaleza, como terremotos, incendios, inundaciones, etcétera, dejando a un lado las guerras fomentadas por los príncipes, tenemos que en el dilatado curso de treinta generaciones no ha habido suceso notable, hecho ninguno trascendental que haya podido alterar, ni siquiera modificar el estado político y social de la nación.
+No era posible, empero, que continuara así, y no tardaron en cumplirse graves acontecimientos, pasando el país por toda clase de peripecias y convulsiones. Esto se verifica en todas partes; esta es la ley común a toda sociedad, y el Japón no podía sustraerse a ella. Empezaremos por hacer notar que el budismo dio margen a muchas cuestiones entre las diversas clases de la sociedad, sembrando la desconfianza y la discordia en todo el país. Lo primero que originó fue el antagonismo entre los shintoístas, primeros ocupantes del Japón, y los nuevos sacerdotes que pretendían despojarlos de sus prerrogativas. Sucedió entonces en este país algo parecido a lo que pasó en Alemania en tiempos de la Reforma, en donde, so pretexto de cuestiones religiosas, se agitaron todas las pasiones políticas y se pusieron en juego toda clase de intrigas para servir intereses particulares. Como era natural, las sectas degeneraron en facciones y formaron dos grandes partidos, enarbolando cada uno su bandera y agrupándose respectivamente en torno de las familias de Taira y Minamoto, los formidables rivales que se disputaban el poder.
+No tardó en estallar la guerra, y fue tan cruda y encarnizada que la sangre corrió a torrentes, y no concluyó sino con el exterminio de la familia Taira.
+Aprovechando Minamoto no Yoritomo, el vencedor, del prestigio que le daba su triunfo, se proclamó general en jefe de los ejércitos y asumió el título de shōgun o taikō, apoderándose del Gobierno y anulando completamente la autoridad del mikado.
+Combinóse el plan perfectamente, y lo llevó a cabo con sumo arrojo y verdadera maestría. Esta clase de golpes de Estado se llaman en el moderno vocabulario político evoluciones, suprimiendo la letra r que antes se ponía al principio, para darle otro carácter, suavizar el sentido, pero que en realidad no son sino golpes de mano, iniquidades que cometen los gobernantes cuando quieren traicionar los principios o al pueblo que los ha elevado, y al salir mal, son crímenes de lesa patria que suelen pagarse con la vida.
+Con este golpe, el shogunato vino a absorber todos los poderes, convirtiéndose en una verdadera dictadura militar, ejercida con todo rigor en Japón hasta el año de 1867, cuando otra evolución en sentido inverso echó por tierra todo esto, volviendo a restablecer a los mikados en el poder y a darles de nuevo la dirección del Gobierno del país.
+Esta es la consecuencia de las tales evoluciones, esos movimientos políticos que no son el fruto de combinaciones bien meditadas, ni la explosión de la verdadera opinión y la conciencia nacional, sino el resultado de la ambición desenfrenada de algunos intrigantes; la reacción viene enseguida, y el oleaje de las pasiones es tan fuerte, que empuja la nave del Estado contra los arrecifes que circundan el deseado puerto. Mientras no se consulten los verdaderos intereses de los pueblos, mientras no se observe una política justa y moderada, este flujo y reflujo de odios e intereses encontrados mantendrán siempre las naciones en la mayor zozobra y anarquía.
+A partir de esta época la guerra civil se encendió en el país, teniendo siempre por causa el antagonismo religioso, ora sea entre los kami —shintoístas— y los discípulos de Confucio y Buda, ora entre los diferentes daimios y demás autoridades políticas.
+A pesar de estas guerras no decaía el verdadero patriotismo; por el contrario, despiértase el entusiasmo de los japoneses, y los vemos unirse ante el común peligro para defender sus lares y el suelo de la patria.
+En 1724, los habitantes de la Mongolia amenazaron invadir la nación, y empezaron por enviar una flotilla, especie de Armada Invencible como la española de triste recuerdo, la cual hasta corrió la misma suerte de aquella poderosa expedición.
+Presentóse de repente en las aguas del Japón, y tan afortunados anduvieron los japoneses en esta ocasión, que, cuando ya iban a ser atacados, se desató una tempestad terrible, destruyendo todas las naves y dando cuenta de la expedición.
+No bien obtuvieron este imprevisto triunfo, verdadero golpe de suerte, cuando volvieron a renovarse las disensiones y a empeñarse otras luchas hasta el destronamiento de los príncipes de la casa Hōjō y el advenimiento de la dinastía taikonal Ashikaga, cuya casa se mantuvo en el poder por más de doscientos años.
+En el ínterin la situación del país no era nada halagüeña: todo se hallaba desquiciado; la aristocracia sacerdotal humillada en la persona del mikado; la nobleza perseguida y arruinada, y no imperaba sino el capricho y la voluntad del shōgun, dueño absoluto del país.
+Puede decirse que desde el año 1568 hasta fines del siglo, el Japón no fue otra cosa sino un vasto teatro de intrigas y un campo de constantes revueltas. Difícil sería seguir el hilo de todas ellas: los príncipes se hacían la guerra unos a otros y destronaban a sus emperadores. Uno de los más audaces y de verdadero genio militar, Nobunaga, derrocó al shōgun, pero no tardó en sucumbir a su turno a manos del alevoso compañero Hideyoshi, conocido en la historia por el nombre de Taikō Sama.
+Fue este guerrero quien concibió la idea de conquistar la China y la Corea como el único medio de acabar con los ambiciosos y salvar al Imperio de tan deplorable situación. No tardó en dar principio a sus planes, pues organizó el ejército, y en 1592 atacó la Corea a la cabeza de sus tropas, chocando a la vanguardia todos aquellos príncipes que le eran desafectos. Idea política maquiavélica, pues so color de procurarles gloria y nombradía, era su plan salir de ellos haciéndolos perecer en los combates. En algunas de las repúblicas hispanoamericanas se observa el sistema opuesto: al hombre pernicioso a la sociedad, al adversario político que se teme, para librarse de él, se le dan con frecuencia los mejores puestos en el extranjero, o se compra su aparente amistad con alguna cucaña o granjería. Ambos procedimientos podrán ser hábiles, lo que llaman diplomático, pero en mi concepto son contrarios a la moral política que debe siempre guiar a un gobernante. Confieso que encuentro menos malo el oriental, pues siquiera lo cubren las apariencias, se disfraza el móvil, y no mata el estímulo para las buenas acciones ni pervierte el corazón del hombre.
+La expedición tuvo un éxito completo, pues dondequiera que combatieron las huestes japonesas salieron victoriosas. En esta ocasión pusieron a prueba su valor, y dieron a conocer que eran mucho más militares que los chinos.
+El shōgun Taikō Sama murió dejando un hijo menor de edad, quien gobernó bajo la regencia de Ieyasu, hombre astuto y solapado, pues traicionó a su amo del modo más villano, alzándose con el mando. Afortunadamente para la causa, murió a los pocos meses, dejando una recopilación de las Cien leyes, obra muy útil para los abogados.
+Este audaz usurpador fundó la dinastía de los Tokugawa, y se conservó con el shogunato hasta el año de 1868, época de su final supresión.
+Como he dicho anteriormente, el Japón no fue conocido en Europa hasta el siglo XIII, cuando vieron la luz pública las obras de Marco Polo, pero pareció tan fabuloso todo lo que refería acerca del país, que nadie le daba crédito, y todos creían que eran cuentos o exageraciones. ¡Pobres viajeros! Vuestra suerte es como la de los descubridores: ¡mientras más arrojo manifestáis, mientras más mérito tenéis, mayor es la ingratitud de la humanidad, y particularmente de nuestros compatriotas!… Colón como Marco Polo; Pokock como Spiers, no cosecharon sino desengaños; que el hombre superior es siempre víctima de la envidia, y el vulgo necio nunca acoge lo que no comprende, ni aprecia lo que no le es dado acometer. ¡Dichoso yo, pobre viajero americano, si logro escaparme de los dardos venenosos de mis compatriotas por haber tratado de dar a conocer estos países!
+Pero dejemos a un lado estas reflexiones que hasta hacen caer la pluma de la mano, y volvamos a tomar el hilo de la narración.
+Por muchos años continuó desconocido el Japón, y no fue sino al cabo de tres siglos cuando los europeos penetraron en el Imperio del Sol Levante.
+En 1542, tres buques portugueses fueron arrojados por las tempestades a las costas del Japón, y sus tripulantes entablaron relaciones con los habitantes. Algún tiempo después, en 1549, llegaron al Japón muchos padres jesuitas y el ilustre San Francisco Javier, llamado con justa razón Apóstol de las Indias, quien acababa de propagar el Evangelio por las demás partes de Oriente. Fue tal el éxito y la buena acogida que tuvieron los padres, que a la vuelta de pocos años ya habían convertido cerca de 200.000 indígenas, y construido más de 400 templos, servidos todos por ellos y los neófitos.
+Progreso tan grande tuvo, sin embargo, que detenerse a causa del poco tino con que se condujeron los portugueses, quienes no ocultaban sus propósitos, y dejaban conocer muy a las claras sus planes de conquista.
+La corte del shōgun fue la primera que se resintió de todo esto, y los grandes señores que luchaban contra el poder central se valieron de este pretexto para concitar los pueblos a la insurrección. El ser cristiano vino a convertirse en un crimen, era sinónimo de rebelde, y no tardó el clero indígena en comprender el peligro que corría si dejaba tomar incremento a los padres, y herido en su amor propio, luchó con todas sus fuerzas y, propalando calumnias logró levantar la opinión y armó una verdadera polvareda contra los misioneros portugueses.
+No se hizo esperar mucho tiempo el resultado, y en 1587 se expulsó a todos los padres, y algunos fueron sacrificados sin misericordia, con la mayor injusticia y de la manera más cruel.
+Desde este momento quedó decidida la suerte de los católicos en el Japón, pues al momento empezó la persecución contra todos los prosélitos o las personas que se habían afiliado a esta religión. Hasta las pobres mujeres convertidas a ella sufrieron el destierro: un daimio tuvo que abjurar, y la sangre de muchos inocentes corría por todas partes. Al fin, más de cuarenta mil desgraciados que se habían refugiado en Shimabara fueron sacrificados villanamente, ayudados en esta matanza los japoneses por los holandeses, verdaderos causantes e instigadores de tamaño crimen. Creía esta gente malévola e intrigante atraerse por este infame medio la buena voluntad de las autoridades para que se les permitiera ser los únicos extranjeros que se quedaran en el país. Es hasta donde puede ir el egoísmo mal entendido de los hombres.
+Viéronse entonces escenas terribles, actos inicuos; las autoridades dictaron medidas atroces contra los cristianos, y estos a todo tuvieron que someterse sin hacer la menor observación. Obligábaseles, por ejemplo, a pisotear el crucifijo, a escarnecer a los sacerdotes y mofarse de las prácticas religiosas. En los templos se fijaban pasquines insultando a los cristianos y concitando al pueblo para que los exterminase y acabara con ellos. ¡Desborde horrible de la intolerancia! ¡Excesos espantosos que prueban hasta dónde conducen el extravío humano y la ignorancia cuando están unidos al fanatismo y a las falsas nociones en moral y religión!
+Desde el siglo XVI no ha vuelto a tratar de implantarse de nuevo el catolicismo en el Japón, pues las persecuciones que sufrieron los misioneros no eran a la verdad para estimular a nadie, al menos que no tuviera vocación de mártir.
+Nuestros lectores se habrán fijado, sin duda, en el triste papel que desempeñaron los holandeses, prestándose a servir de cómplices en el asesinato de los católicos, a trueque de congraciarse con los japoneses para llevar a cabo sus planes. Así fue que los portugueses, llenos de arrogancia y faltos de tino, tuvieron que salir del país, mientras que aquellos permanecieron dueños absolutos del campo.
+En 1616 se establecieron en Hirado y se les concedió privilegio exclusivo para comerciar con el interior, en pago de sus indignidades y su vituperable conducta para con los misioneros. Hay, sin embargo, una ley de compensación y justicia que tarde o temprano se cumple, y a ella no pudieron escapar los intrigantes holandeses. Aconteció por esa época que los japoneses maliciaron los proyectos de estos ambiciosos, y sin pararse en formalidades, un buen día la autoridad les intimó que salieran de sus establecimientos y derribaran las casas que habían fabricado, las llamadas «factorías», donde tenían el centro de todos sus negocios.
+Gobernaba entonces (1640), y era jefe de los holandeses, un tal François Caron, hábil político y entendido comerciante, quien quedó perplejo con tan insólito e inesperado proceder. Comprendiendo lo delicado de la situación, no se atrevió siquiera a protestar contra él, sometiéndose humildemente a los mandatos del emperador. Creyó, sin duda, el muy avisado, que este acto de acatamiento le granjearía simpatías, y que a fuerza de astucia podría aplacar la ira de las autoridades y continuar bajo cuerda sus lucrativas operaciones comerciales.
+Todo fue en vano, y nada le valió su prudente conducta. Los japoneses comprendieron sus planes y se propusieron hacerlos fracasar.
+Y a tal punto llegó la animosidad contra los extranjeros, que en 1637 se publicó un edicto conminando a todo japonés, bajo pena de la vida, si cultivaba relaciones con ellos o entraba en negocios de cualquier clase que fuesen. Hasta los náufragos que habían ido a parar a costas extrañas estaban comprendidos en la prohibición, y cuando regresaban al país se les sometía a la vigilancia más estricta, y hasta se les reducía a un verdadero cautiverio.
+François Caron, abrumado de responsabilidad y cansado de contrariedades, murió al poco tiempo, y sucedióle Maximiliaen Le Maire, quien por medio de artimañas logró ganarse al shōgun y sacar partido de su amistad. Desentendiéndose de las autoridades, mandó construir una nueva factoría cerca de Nagasaki, y allí permaneció con sus compañeros, más bien como prisionero que otra cosa, durante muchos años.
+Tras de los holandeses vinieron los americanos, el año de 1853, presentándose en el Japón con una escuadra al mando del comodoro Perry. No eran por cierto los japoneses los que podían luchar con negociadores que venían resueltos a emplear la fuerza para lograr sus fines, y así fue que a la primera intimación celebraron con el comodoro un tratado por el cual se concedía a los americanos cuanto pidieron, es decir, la apertura de los puertos de Shimoda, Nagasaki y Hakodate.
+Como era de suponerse, las demás naciones siguieron las huellas de los Estados Unidos, y exigieron del Gobierno japonés las mismas ventajas, a lo cual no podía negarse, y entonces fue cuando firmaron tratados con Inglaterra, Rusia y Holanda.
+En 1858, la Francia entró a su turno en negociaciones con el Japón, y celebró un tratado por el cual se le otorgó, además de las ventajas de la nación más favorecida, permiso para que pudieran los franceses establecerse en Yokohama y Nagasaki.
+Estos tratados, como todo lo que es obra de la presión y arrancado por la fuerza, no pueden producir buen efecto, ni estrechar relaciones sinceras, así es que los japoneses nunca han cumplido con lo pactado en ellos, y a todo han puesto siempre cortapisas y restricciones. El rey de Holanda, más sagaz que los otros soberanos, fue el primero en darse cuenta de esta anómala situación, y al momento previno al shōgun que si no se respetaban los tratados y se cumplía al pie de la letra lo estipulado en ellos, tanto él como los demás Gobiernos extranjeros se verían en el caso de emplear la fuerza para ponerlos en vigor y hacerlos ejecutar con toda fidelidad.
+No dejaron los japoneses de asustarse con esta amenaza, y al momento tomaron medidas de precaución y fortificaron todas las costas.
+El príncipe Satsuma ordenó inmediatamente se construyeran dos grandes buques de guerra, y los puso a disposición del Gobierno para la defensa de la nación; otro tanto hizo el príncipe Mito, y el shōgun dio órdenes para tener el ejército listo y estar preparados para cualquier emergencia. Cuando uno ve estos rasgos de patriotismo y desprendimiento de parte de la gente acaudalada en estos países orientales, en donde parecen muertos los grandes sentimientos, no puede menos de hacer comparaciones y llenarse de tristeza al considerar cuán diferente es lo que pasa en nuestra América española, en donde se hace tanto alarde de libertad e independencia. Si mañana tuviésemos una guerra con otra república, ¿habría un solo rico que se desprendiera de parte de su capital para salvar la nacionalidad o la integridad de la patria? Mucho me temo que no; el dinero iría a esconderse en el fondo de los sótanos, no habría los recursos necesarios, y por falta de ellos es probable que se sacrificaría estérilmente nuestra noble y belicosa juventud. Los hombres de la talla de los Bolívar, Nariño y los primeros republicanos de la Gran Colombia han desaparecido, y ya no se encuentran las virtudes cívicas de esos tiempos. Las ideas corruptoras del siglo y los excesos de la democracia han engendrado en su lugar miseria y corrupción, egoísmo y degradación.
+Volvamos a nuestra narración. En tanto que se verificaban estos sucesos, el pobre mikado, que se hallaba alejado del teatro de ellos y que no tomaba ya parte en los negocios públicos, escribió al shōgun exhortándolo para que hiciese resistencia a los europeos y no cediera a sus exigencias, pero este, haciéndose sordo a todo, no le hizo el menor caso, y ni siquiera contestó su carta. Proceder tan despreciativo fue la causa de muchos disgustos y de todas las desavenencias que ocurrieron después entre los dos poderes rivales.
+Vamos a presentar a nuestros lectores los resultados de este antagonismo, ese gran acontecimiento, único tal vez en la historia. Vamos a ver cómo fue que el Japón pasó de un golpe, repentinamente, sin transición ninguna, del régimen feudal, análogo al de la Edad Media, al sistema democrático, al optimismo en política, muy parecido en la forma al de las repúblicas hispanoamericanas.
+EL ANTIGUO JAPÓN — EL ONMITSU — DISTURBIOS EN KIOTO — CONDENACIÓN DEL PRÍNCIPE NAGATO* — SUPLICIO DE LOS SAMURÁIS.
+ANTES DE NARRAR LOS ACONTECIMIENTOS que derribaron el antiguo edificio del Japón, echemos una rápida ojeada sobre ese organismo a cuya cabeza se encontraba el shōgun, jefe del poder Ejecutivo, comandante de todas las fuerzas, ayudado del emperador espiritual, el mikado, especie de fantasmón o personaje negativo, sin acción directa en el Gobierno, verdadero biombo, entregado al misticismo y a la contemplación.
+Sabido es que el poder de los daimios era esencialmente protector; disponían de las rentas del país en su calidad de gobernadores de las provincias, y ejercían una gran influencia.
+Fueron los daimios unos mecenas orientales, pues fomentaron por todos los medios las artes, y velaron siempre por la existencia de la clase obrera.
+En los últimos tiempos la industria ha decaído mucho: ya no se ven esos trabajos primorosos de antes; todo ha ido acabándose poco a poco, en los momentos en que abrían las puertas al extranjero, y cuando era más necesario que nunca dar prueba de su genio y de su habilidad.
+Es un error imaginarse que el Japón se hallaba en mala situación bajo el poder autocrático; por el contrario, el pueblo gozaba de protección y garantías. Era costumbre que la autoridad hiciera todos los años una correría por el interior del país para cerciorarse de sus necesidades y ver el modo de remediarlas; proponíase además examinar el estado de la administración públicas y ver si las leyes se aplicaban con imparcialidad y justicia.
+Era este sistema algo parecido al que se seguía bajo el reinado de Carlomagno por los missi dominici, y lo que se supone deben hacer en nuestras repúblicas los gobernadores de provincias o departamentos. Cuando los daimios emprendían estas correrías, representaban en todo y por todo al emperador, y se hallaban revestidos de amplias facultades para oír todas las quejas y poner coto a los abusos que notaran.
+Había igualmente una Policía secreta, conocida por el nombre de onmitsu, muy bien organizada, con un sistema de espionaje admirable.
+El poder de los gobernadores era, sin embargo, limitado, y lo ejercían en virtud de leyes que no podían violar en ningún caso. Los jefes de las fortalezas o yashiki no podían aplicar la pena de muerte sin consultar previamente al Supremo Gobierno.
+Componíase la nobleza de todos los samuráis, personajes muy orgullosos, y sobre todo muy susceptibles en achaques o puntillos de honor. Casi todos ellos eran adictos a los daimios, y hallábanse siempre listos para vengar agravios y enderezar entuertos. Si alguno de ellos perecía en un lance, los compañeros, como insignes Quijotes, pedían satisfacción, y para vengar al amigo se suicidaban, prefiriendo la muerte a lo que ellos llamaban la deshonra. ¡Curiosas ideas! ¡Raro modo de entender las verdaderas leyes de la caballería y el honor! Hasta en esto se nota la carencia de los sanos principios religiosos.
+Después de esta clase, más o menos privilegiada, seguía la del pueblo, dividida en tres categorías: los agricultores o gente del campo, los artesanos o gente industriosa, y los mercaderes o comerciantes. Estos últimos, como en la antigua Roma, eran considerados como la ínfima clase y despreciados de la sociedad.
+Los shōgun nunca fueron bien mirados por los nobles; por el contrario, estos les profesaban una ojeriza terrible, su yugo se les hacía insoportable, y todo su anhelo era que se les presentara una coyuntura para sacudirlo. La llegada de los europeos vino a colmar los deseos y a servirles de legítimo pretexto para sus miras.
+Los príncipes no tenían influjo alguno aisladamente, y así fue que tuvieron que agruparse en torno del mikado y cubrirse con su sombra, quien con mucho arte se dio sus trazas de subyugarlos completamente.
+El shōgun celebró tratados con todos los extranjeros, y esto dio lugar a una polémica muy acalorada, pues los daimios le negaron el derecho de hacerlo sin contar previamente con la aquiescencia del mikado, y explotando los sentimientos del populacho trataron de desprestigiarlo, haciéndole una guerra muy cruda y una oposición injustificable.
+Kioto se convirtió entonces en el foco de todos los descontentos, y allí concertaron todos sus planes y tramaron todas sus intrigas. En vano quiso el shōgun calmarlos y poner un dique a sus maquinaciones valiéndose de medios pacíficos; todo fue inútil: mientras más moderado se manifestaba, más exigentes se volvían, y desplegaban más audacia y atrevimiento. En vista de esto, tomó la providencia de nombrar al príncipe Aidzu* shōgun de Kioto, es decir, comandante militar encargado de la seguridad de la ciudad: hizo ejecutar unos 40 samuráis de los más conspicuos y caracterizados; destituyó un gran número de ellos de sus puestos; hizo reducir a prisión a los principales daimios y a todos los altos funcionarios públicos, y proclamó la ley marcial en todo el país.
+Los habitantes de Nagato, de acuerdo con algunos magnates, intrigaron con el shōgun para obligarlo nada menos que a expulsar a los extranjeros del territorio, y al efecto le propusieron que se situase en Yamato, al lado de la tumba de Jinmu Tennō, el titulado padre de la nación y su primer soberano, y partiera de allí a la cabeza del ejército a combatir los extranjeros.
+En honor de la justicia debemos decir que el shōgun hizo poco caso de estas insinuaciones, lo que le originó, como era de esperar, muchas complicaciones y disgustos.
+Aconteció por esa época el asesinato alevoso de varios súbditos británicos por orden del príncipe Satsuma, y tamaño atentado produjo naturalmente una irritación extraordinaria en la colonia extranjera. Semejante crimen no podía quedar impune, y reclamaba un castigo severo de los delincuentes; de no ser así, los extranjeros perdían toda la fuerza moral y su vida quedaba enteramente a la merced de cualquier autoridad. No se hizo, era natural, esperar mucho este castigo, y el ejemplar fue terrible. No bien tuvo conocimiento del hecho el almirante inglés, cuando despachó inmediatamente varios buques de guerra al teatro del acontecimiento con órdenes terminantes para exigir una indemnización y toda clase de satisfacciones. Al momento que fondearon en el puerto de Kagoshima intimaron al príncipe, y le hicieron presentes todas sus reclamaciones, pero este, sordo a la voz de la razón, se negó a todo, y no quiso acceder a nada, ni entrar en ninguna clase de explicaciones. Indignados los ingleses con este proceder, en el acto empezaron las represalias: bombardearon la ciudad y la redujeron a cenizas. Si bien sorprende que una nación tan rica como la Gran Bretaña resuelva todas estas cuestiones por dinero, por pago de más o menos libras esterlinas, no menos admira la energía y el patriotismo con que procede siempre para vengar los ultrajes hechos a sus nacionales. ¡Ay del que los ataque o perjudique en sus intereses! ¡Ay del que atente contra la vida de ningún súbdito británico! Los cañones de su nación están siempre con la mecha lista para castigar al agresor y vengar los agravios: el poder inglés para mostrar su fuerza. Esto explica por qué el hijo de Albión se aventura en todas partes, acomete las más arriesgadas expediciones, porque cuenta siempre con la eficaz protección de su Gobierno. Cualquiera que sea la ofensa, puede un inglés estar seguro de que será vengado y obtenida la satisfacción correspondiente. Si es algún despojo, o alguna tropelía, puede contar con que obtiene alguna retribución pecuniaria, y de que nunca se le persigue o atacan sus derechos impunemente. ¿Qué sería de un pobre suramericano si le sucediese algún percance por estas tierras? No le quedaría recurso alguno; no tendría a quién volver los ojos, a quién dirigirse en busca de garantías y protección. Valor y más que audacia deben tener los que se aventuran a visitarlas, y arrojo inaudito los que, no contentos con pisar sus costas, penetran en el interior, desafiando toda clase de penalidades, riesgos y peligros.
+Como debía presumirse, la conducta de los ingleses excitó una gran indignación en todo el país, y acabó de aumentar el odio contra los extranjeros. Los representantes de todas las potencias comprendieron lo delicado de la situación y tomaron todas las medidas precautelativas que aconsejaba la prudencia para librar a sus nacionales de nuevos atentados. Por pronta providencia hicieron que los respectivos almirantes enviaran una escuadra formidable compuesta de nueve fragatas inglesas, tres francesas y cuatro holandesas.
+Grande fue el empeño del príncipe Nagato en oponerse a que las naves europeas entrasen en sus aguas, pero ¿cómo podía impedirlo? No tenía medios ni elementos ningunos para ello: fuerza le fue ceder y someterse a lo que no podía evitar. Los aliados forzaron el paso de Shimonoseki, entrada del mar interior, y su primer paso fue tomar posiciones ventajosas.
+Ante esta actitud imponente, no le quedó al príncipe otro recurso sino someterse, pero como se negase a pagar la indemnización, se le acusó ante el tribunal de Edo, y en el acto fue condenado. La sentencia que recayó sobre este desgraciado es de lo más singular y cruel que puede darse. Ordenósele, ¡oh barbaridad!, que se abriese el vientre con un sable —favor especial, concedido sólo a los nobles—, pero lo más atroz de todo, y que muestra un refinamiento de crueldad, fue que se dio orden para confiscar y destruir todas sus propiedades, y exterminar a la esposa, los hijos y toda la familia, así como a los parientes, servidores, allegados, amigos, etcétera; a cuantas personas, en fin, habitaban en su palacio. ¡Vaya una justicia singular! ¡Vaya un sistema de solidaridad incomprensible! Esta es la inversión más completa de toda noción de moral y equidad, mezclada con un refinamiento de crueldad lo más bárbaro que se puede dar, lo más absurdo, lo más inhumano.
+La justicia, tal como la entendemos en Occidente, es una diosa que se representa con una balanza para pesar las acciones de los diversos seres, para juzgar de ellas con toda imparcialidad, cuyo fiel no se inclina de ningún lado, y si acaso alguna vez sucede, es para mostrarse suave y benigna con el desgraciado que ha delinquido, y ahorrarle tormentos que rechaza la humanidad y la civilización.
+La sentencia fue aprobada por ambos emperadores, y en un mismo día, en breves momentos, fueron ejecutadas más de 800 personas, entre ellas muchas mujeres y niños inocentes.
+La autoridad inglesa no se contentó con esta tragedia: exigió además el castigo de los que habían dado muerte a sus dos súbditos. Y aquí volvió a presentarse otro espectáculo horroroso: invitóse políticamente a los doce samuráis para que se rajaran el vientre, pues también podían hacer uso de este curioso privilegio, debiendo practicar la lúgubre operación en presencia del señor cónsul inglés. Efectivamente, allí comparecieron a la hora fijada aquellos desgraciados; hízoseles arrodillar unos tras otros, formando varias filas delante del cónsul, y empezó esta horrible escena: a una señal dada, el primero se abrió el vientre de izquierda a derecha, según la fórmula prescrita; luego, el que le seguía le cortó la carótida para abreviar sus sufrimientos, y cayó tendido boca abajo, como lo exige la tradición, considerándose como signo de cobardía cualquier otra postura.
+Así continuó la horrible tragedia hasta el último, a quien un amigo prestó el mismo servicio de acabarlo para que no penara tanto. No se oyó ni un quejido ni un lamento; nadie exhaló ni un suspiro siquiera; todos cayeron postrados cadáveres con el mayor valor y resignación.
+Terminado el fúnebre espectáculo, y a la voz sacramental de all right, pronunciada con la glacial flema británica del cónsul, los asistentes más o menos conmovidos abandonaron el teatro de esta horrible matanza.
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+Aquí pondremos punto a este capítulo; la pluma se resiste a correr sobre el papel después de relatar tamaños horrores: es preciso respirar.
+Parece que se siente el olor de la sangre; figúrase uno las agonías de estos infelices, y después de referirlas, queda asfixiado, como oprimido el corazón por las barbaridades de la humanidad.
+BATALLA DE TOBA-FUSHIMI — CAÍDA DE LOS SHŌGUN — FIN DEL FEUDALISMO — INSURRECCIÓN DE SATSUMA.
+LOS EJEMPLOS DE LA CRUEL severidad y el terrible escarmiento que acabamos de narrar en nada disminuyeron el prestigio del shōgun, y no por esto cesaron tampoco las reclamaciones y protestas contra los tratados, ni fueron parte a calmar los ánimos de los descontentos.
+Prueba de ello fue el alevoso asesinato de Ti-Nantsaka*, primer ministro, y la tentativa contra Ando-Nahumasa*, que escapó con la vida milagrosamente.
+Por esta época acaeció la sublevación del príncipe Aidzu*, gobernador de Kioto, y como el mal ejemplo siempre cunde, el almirante japonés Enurato* se levantó igualmente, alzándose con ocho de los mejores buques. Este golpe de mano, por fortuna, no tuvo consecuencias funestas, pues se los sometió a ambos inmediatamente, rindiéndose sin condiciones. Todos estos levantamientos no podían menos de socavar el poder del shōgun, atraerle animosidades y aumentar el desprestigio en que ya se encontraba. Los sucesos posteriores confirmaron todo esto, pues poco tiempo después se formó un partido pujante que le dio el golpe de gracia y lo destruyó completamente.
+Los cuatro dairi más poderosos, a saber: el satsuma de Hizen, el de Tora y el de Nagato, se agruparon en torno del mikado, quien se puso a la cabeza del ejército y atacó resueltamente a su rival. El shōgun quedó derrotado en batalla campal cerca de Kioto, y escapó a duras penas, refugiándose en Mito, no volviendo a figurar para nada y no atreviéndose a presentarse siquiera en la escena política. El mikado empuñó las riendas del Gobierno, recuperó todos sus derechos y quedó de amo absoluto, de verdadero jefe o emperador del Japón.
+La primera medida que tomó fue cambiar el nombre de la capital, dándole el de Tokio, en lugar del de Edo que tenía antes, y trasladar allí el sitio del Gobierno, inaugurando una era nueva, la de Meiji, que empezó en 1867, adoptándose al mismo tiempo el calendario gregoriano.
+Hecho esto, el mikado convocó una asamblea, compuesta de todos los dairi: proclamóse el destronamiento del shōgun, y el emperador dio un manifiesto a la nación exponiendo su programa. Este fue un rasgo de verdadera política, pues declaró que desde ese instante abandonaba todas las antiguas formas de gobierno, y no se guiaría en lo sucesivo sino por los dictados de la opinión pública. A los dos años de este paso, todos los príncipes ponían en manos del mikado las riendas del gobierno de sus respectivas provincias, y el régimen feudal desapareció por completo.
+El Gobierno conservó, sin embargo, hasta el año de 1871 las antiguas divisiones, y los daimiatos quedaron bajo el dominio de sus jefes como simples delegados sin prerrogativas especiales, cuya supresión dio por resultado la abolición de los títulos de nobleza.
+Despojados, tanto los daimios como los samuráis, de todo privilegio aristocrático, lo fueron igualmente de sus bienes y de todas las rentas que derivaban de ellos, pasando de la riqueza a un estado relativamente de pobreza y miseria. Verdad es que el Gobierno, condolido después de su situación, les asignó una pensión para subvenir a sus necesidades más premiosas, pero aun esta especie de limosna se les quitó al cabo de algún tiempo. No de otro modo se procedió en Nueva Granada —hoy Colombia— con ciertas comunidades religiosas: después de despojarlas el liberal Gobierno de todos sus bienes, les pasaba una pensión como un acto de compasión y generosidad. Muchas de las pobres monjas que salieron del país, personas pertenecientes a las primeras familias, damas delicadas que no tenían más culpa que vivir retiradas, entregadas a elevar sus preces al Señor, perecieron en el extranjero de miseria y tristeza. Los extremos se tocan en todas las cosas: los excesos de nuestras embrionarias repúblicas suramericanas son exactamente los mismos que se han cometido en los vetustos imperios orientales, con la diferencia que en estos no se hace sino ceder a falsas nociones político-religiosas, mientras que en aquellas es dando pábulo a las pasiones más deplorables, a la exageración en las ideas, e invocando irónicamente el sacrosanto nombre de la libertad.
+Cuando los nobles se dieron cuenta de la situación a que se les redujo con la transformación política y social, ya no podían hacer nada absolutamente, y deploraban aquellos tiempos felices de antaño cuando gozaban de su independencia. El pueblo mismo empezó a sentir los males de la opresión y a manifestar su descontento. Nublóse entonces todo el horizonte político; todos los síntomas eran de agitación y malestar general. Veíase venir la revolución; estaba en la atmósfera, en la conciencia de todos, en el país.
+La provincia de Satsuma, la más belicosa de todas, fue la primera que se levantó, poniéndose a la cabeza de la insurrección el mariscal Saigō, y el movimiento fue tan popular, que hasta las mujeres tomaron parte en él y fueron a pelear a los campos de batalla con el mayor arrojo y denuedo.
+En toda sociedad bien constituida, en todo país civilizado, la misión de la mujer es de paz, de conciliación, de dulzura y amor; su campo es el hogar doméstico; sus armas, la belleza, la bondad, la virtud, y cuando se sale de esta esfera impuesta por la naturaleza y las leyes divinas y sociales, se transforma completamente y se le desarrollan instintos más feroces aún que a los hombres. La mujer no reflexiona, no calcula, pierde la cabeza en ciertos momentos; ella no hace sino sentir, no tiene sino pasiones, es todo corazón, y una vez excitadas estas pasiones, se deja dominar por ellas, sigue sus impulsos, y por la causa que abraza se convierte en heroína y es capaz de sufrir hasta el martirio. La historia está llena de estos ejemplos, y las mujeres orientales no hacen excepción a esta regla. Pueden las civilizaciones diferir; pueden las costumbres embotar ciertas facultades; el corazón de la mujer, sin embargo, será siempre en todas las razas el mismo: en la paz es el ánfora de los afectos; en la guerra es el cráter del terrible volcán de las pasiones.
+Situáronse las japonesas en las montañas guardando los desfiladeros, y en lugar de confiar en las armas propias de las mujeres, las saetas de sus ojos y los flechazos de sus miradas, se armaron con unas lanzas o picas especiales que manejaban con suma destreza. Eran estas picas unas grandes agujas con la punta retorcida, como las que sirven para bordar, en forma de anzuelo, y el vientre del adversario les servía de tambor. No había puntada que no aprovecharan, y los dejaban cosidos con tanto arte, como esas obras de mano que llaman crochet, o esos primorosos encajes que sólo ellas pueden hacer y son la admiración de todo el mundo.
+A las pocas horas quedaron victoriosas, y los soldados huían despavoridos ante el empuje de estas legiones femeniles.
+La guerra duró más de tres años, hasta 1867, logrando el mikado someter a los rebeldes, quienes se habían apoderado de una ciudadela importante y otros puntos estratégicos. Fue entonces cuando se adoptó la medida de quitar a los soldados el uniforme europeo que habían estado usando hacía ya algún tiempo, y el cual parece les estorbaba para todas las maniobras. Volvieron, pues, a vestir como antes, trocaron las botas o botines por sus holgadas sandalias —alpargatas—, y los rifles de Winchester y Remington por sus dichosas flechas que estaban acostumbrados a manejar. Equipados a su modo, penetraron en las montañas y empezaron a hostilizar con su sistema de guerrillas, y con tal éxito, que al poco tiempo ya se hallaban triunfantes y victoriosos. Las represalias fueron terribles: a cuanto oficial hicieron prisionero lo pasaron por las armas, y gracias a esta severidad se restableció al fin la paz, se consolidó el orden, que desde entonces ha permanecido inalterable.
+¡Cosa rara!, ¡fenómeno curioso! Todo ese gran aparato, todo ese organismo tan antiguo vino por tierra, cayó en un momento como un castillo de naipes, sin que se conmovieran las masas ni se desquiciara el edificio social.
+El mikado, jefe espiritual del Japón, es decir, el representante teocrático del antiguo Imperio, convirtióse en el regenerador de su pueblo, en el instrumento de su emancipación, sin que ningún suceso político hubiese precedido a esta evolución y sin que el pueblo se levantara. En un momento se consumó el cambio: bastó un soplo democrático para apagar la llama de la poderosa aristocracia, echándose en brazos de un césar civil en lugar de uno militar como el que los había estado tiranizando. ¡Qué espectáculo tan singular! He aquí un pueblo que ha gozado durante siglos de paz octaviana, y de repente lo vemos abandonar la línea de conducta trazada por sus antepasados, salirse del carril de sus tradiciones, para lanzarse ciegamente en una vía desconocida, impelido simplemente por el espíritu de imitación, idea singular que parece constituir el rasgo distintivo de su nacionalidad.
+Este gran cambio ha sido más bien en la forma que en el fondo, y ha afectado muy poco a las costumbres.
+La historia nos enseña que las naciones, como los individuos, tienen sus vicisitudes, y es lote común a todas sin excepción pasar por ciertas crisis antes de alcanzar cierto grado de civilización. El cuerpo social, como el humano, está sujeto a dolencias constantes, a transiciones inevitables que se manifiestan por síntomas infalibles. Un verdadero político puede, lo mismo que un buen médico, conocer el diagnóstico de ellas, y augurar con más o menos acierto la gravedad de las mismas para aplicar a tiempo los remedios que sugiere la ciencia.
+No hay revolución que no sea el resultado lógico de un estado mórbido, enfermizo, de un pueblo o de una sociedad determinada, y hay veces que son indispensables remedios heroicos, sangrías terribles para curarlos y salvarlos de la disolución restableciendo el organismo. Las malas leyes, los Gobiernos que no conocen su misión y atacan la libertad, conculcando los derechos sagrados del individuo, son verdaderos cánceres sociales que deben extirparse, so pena de que se corrompa la sangre del pueblo y se envenene todo el cuerpo de la nación.
+En el Japón no existía causa alguna determinante: como todas las sociedades orientales, no tenía aspiraciones ni estímulos y, preciso es decirlo, a los habitantes se les ha concedido mucho más de lo que pedían y necesitaban. De aquí ha resultado que todas las oscilaciones políticas, que todos los movimientos revolucionarios han sido estériles y su efecto puramente artificial. Verdad es que el régimen antiguo ha desaparecido, pero siempre subsistirá por mucho tiempo el germen viciado de la sociedad, el virus político que se ha inoculado en todos sus poros y que es muy difícil que pueda desaparecer y extinguirse por muchas generaciones. Los nobles, por ejemplo, que perdieron todos sus derechos y privilegios continúan a pesar de eso muy respetados, gozando de toda clase de consideraciones, y constituyen todavía una jerarquía social que no es posible suprimir.
+Hay, sin embargo, una clase, la industrial, que ha mejorado mucho, y para la cual la transformación ha sido muy provechosa y conveniente. En efecto, ya se han abolido todas esas leyes suntuarias retrógradas, atrasadas y opresivas, y hoy hasta en el trato social se observa que el emperador no se desdeña en ir a visitar a un artesano, ni cree desdeñarse o perder en categoría sentándose en el mostrador de la tienda de un mercader. ¿Cuándo se habría visto esto en otro tiempo? Hubiera sido considerado como un escándalo y una degradación de la primera autoridad.
+Además, y este es un gran paso de progreso, hoy el ejército se recluta indistintamente, no se hacen odiosas distinciones: engánchanse del mismo modo a los hijos de los nobles que a los labriegos, lo mismo al acaudalado negociante que al miserable proletario.
+Respecto a la instrucción se han hecho igualmente grandes progresos, y todo ciudadano la recibe gratuitamente sin reparar en clases ni condiciones. Ahora bien, ¿cuál será el resultado de una transformación tan fundamental? ¿Lograrán los japoneses consolidar las nuevas instituciones que se han dado?… ¿Podrán tener bajo ellas la paz, las garantías y la felicidad de que han disfrutado hasta ahora? Preguntas son estas muy difíciles de contestar, y acaso aún no sea tiempo para poder resolver tan importante problema. Cierta clase de políticos, más visionarios que prácticos, más soñadores que filósofos, no dejarán de afirmar este resultado, pero el hombre sensato que no se hace ilusiones y está acostumbrado a ver la realidad de las cosas, el viajero imparcial que estudia con detención los sucesos y observa todo con juicio y recto criterio, de seguro vacilará en emitir su opinión sobre tan delicado asunto.
+No hay que formarse ilusiones: no se debe juzgar por exterioridades y falsos oropeles. Para asilarse una civilización no basta la intención, no es suficiente calcar instituciones ni imitar costumbres; es preciso identidad de condiciones sociológicas, homogeneidad de ciertos elementos que no concurren en la nación japonesa. Puede muy bien un joven de Tokio o Yokohama vestirse a la europea; jamás sabrá llevar nuestro traje, siempre estará charro, parecerá disfrazado. Del mismo modo, un pueblo antiguo, vetusto, gastado, no puede encanarse con las ideas modernas, joyas preciosas de las naciones jóvenes, y verdadera savia de la vida social. Esta extraña amalgama, esta mezcla de heterogéneos elementos hace resaltar más la fealdad de lo existente, dando por resultado un injerto raro, una caricatura de lo que se ha querido imitar.
+El espíritu democrático, como el aromático Corylopsis o elíxir de Kananga, puede por un momento refrescar la tez, darle cierto lustre artificial, pero no quitará las arrugas, equivalentes en las naciones a los defectos inveterados, a las huellas del tiempo; ni los vicios orgánicos originados por la tradición, que es la sangre de las vetustas sociedades; ni tendrá el don de rejuvenecer, como proclaman los charlatanes y farsantes del galvanismo político y social.
+El edificio social moderno descansa sobre ciertos pilares que no se pueden alterar, y no es dorando derruidas armazones ni bamboleantes estructuras como se le puede imitar.
+Las naciones, como los individuos, lo más a que pueden aspirar es a conservarse, a perfeccionarse por medio del armónico funcionamiento de sus elementos intrínsecos, del natural desarrollo de sus fuerzas activas, siguiendo una verdadera higiene moral, política y social, y no tomando del extranjero sino lo que es compatible con su modo de ser y civilización.
+EL DAIJŌ-KAN — EL GENRŌIN — DAI-SHIN’IN — MINISTERIOS — PROVINCIAS Y DISTRITOS — ESTADO CIVIL — ORGANIZACIÓN JUDICIAL — POLICÍA — CORREOS Y TELÉGRAFOS — EJÉRCITO Y MARINA — IMPUESTOS Y CONTRIBUCIONES — PESAS Y MEDIDAS — COMERCIO.
+CONSUMADA LA REVOLUCIÓN, era indispensable organizar el país en consonancia con las ideas triunfantes y según los principios que habían proclamado los promotores del movimiento.
+La reforma fue radical, completa, y en todos los ramos de la administración se introdujeron mejoras sustanciales. El nuevo Gobierno centralizó todo y adoptó en pocos meses todas aquellas medidas que han sugerido la experiencia y el progreso en los demás países.
+Lo primero que hizo fue fundar la unidad nacional y reunir en un solo grupo la antigua confederación que estaba antes bajo el dominio absorto de los daimios, únicos dueños de la tierra, verdaderos jefes supremos en sus respectivas provincias o estados.
+El poder central ejecutivo reside hoy en el emperador, y lo ejerce por medio del Consejo de Estado y sus ministros. La rueda principal de la maquinaria gubernativa es lo que llaman el Daijō-kan, especie de Consejo Supremo compuesto de los primeros ministros sin portafolio —udaijin, sadaijin—, y de los otros miembros llamados por el soberano sangi, título que equivale a consejero. Son atribuciones de este cuerpo dirigir todos los negocios del Estado sin excepción alguna, y constituye en realidad el Gobierno.
+Después del Daijō-kan sigue el Genrōin, especie de cuerpo moderador o Senado, formado por los príncipes de la familia imperial, y luego el Dai-shin’in, que goza de ciertos fueros o prerrogativas, y ejerce funciones judiciales por el estilo de las Cortes de Casación.
+La dirección de los negocios se divide en nueve ministerios: Relaciones Exteriores, Interior, Guerra, Marina, Hacienda, Trabajos Públicos, Justicia, Instrucción Pública y Casa del Emperador. Hay, además, el Kaitakushō, oficina independiente, en donde se despachan todos los negocios relativos a las colonias, es decir, al Hokkaidō, que comprende la isla de Hokkaidō, Fushimi, etcétera.
+El Imperio consta de treintaiocho grandes divisiones administrativas, a saber: tres, denominadas fu, gobernadas por los fu-chiji —gobernadores generales—, y son la ciudad de Tokio, Osaka y Kioto. Las treintaicinco restantes se conocen por el nombre de ken, administradas por kenreis, o gobernadores particulares. Estas grandes provincias se dividen a su turno en ochentaicinco departamentos y setecientos y tantos distritos.
+En la actualidad los extranjeros pueden residir en todo el Imperio, y se les han hecho varias concesiones. Tanto en Yokohama como en Tokio, Hakodate, Osaka, Kobe, Nagasaki, Niigata, etcétera, se les permite habitar un barrio determinado, y hasta pueden adquirir propiedades en ellos. Gozan además del permiso de viajar en cierto radio, fuera de los límites de estas ciudades, en una extensión de diez leguas. Todo el resto del país les está vedado, y no pueden penetrar en él, so pena de exponerse a tropelías y hasta correr peligro de la vida.
+A pesar del contacto con el extranjero, sus antiguas costumbres no las han modificado, sobre todo las que se refieren al estado civil. Desde el momento en que nace una criatura, los padres tienen obligación de inscribir su nombre en un registro que lleva el alcalde en cada pueblo. Allí, además del nombre del niño, se anotan sus incidentes, las circunstancias especiales de la familia, etcétera. Al morir, los bonzos entregan a sus deudos una biografía completa del finado formada por esa oficina.
+Respecto a la parte judicial, se ha organizado este ramo haciendo redactar un Código criminal basado en las leyes de Ming y Ching, célebres jurisconsultos chinos. La confesión que se obtenía antes por medio de la tortura se ha sustituido por las pruebas de culpabilidad o inocencia.
+En los últimos años se han modificado estas leyes y han tomado muchas disposiciones del Código Napoleón. Los japoneses contrataron en Francia al distinguido profesor de Derecho señor de Boissonade, quien les ha formado una legislación nueva, redactándoles un Código penal calcado sobre el francés, pero naturalmente adaptándolo a las costumbres del país, y teniendo a la vista la compilación de leyes criminales japonesas, la célebre obra titulada Ritsuryō-sei.
+Antiguamente los gobernadores de provincia desempeñaban las funciones de jueces, pero ahora se nombran magistrados especiales con este objeto.
+En cada uno de los 35 ken se ha creado un tribunal, bajo la inmediata vigilancia de las cuatro Cortes superiores, cuyos miembros recorren dos veces al año todos los distritos situados dentro de sus jurisdicciones respectivas. Se ha tratado de introducir el jurado, pero hasta ahora no se han atrevido a plantear esta institución.
+El Dai-shin’in es el Tribunal Supremo, destinado, según dice una ley publicada recientemente, a «mantener un sistema de leyes uniformes en todo el país». El estado actual de la justicia hace que constantemente se estén reformando las sentencias, y este alto cuerpo judicial forma en realidad un tercer grado de jurisdicción.
+Como es de suponer, las naciones que hicieron tratados con el Japón, y cuyos súbditos tienen muchos intereses fincados en el país, no podían dejarlos a merced de la justicia japonesa, aun cuando se hubiera reformado, y en vista de esto se estipuló, con suma previsión, en ellos que los cónsules tienen jurisdicción para conocer en todas las cuestiones que se susciten entre sus nacionales respectivos y los hijos del país. El Gobierno japonés ha querido protestar contra esto, pero a pesar de sus reclamaciones constantes se ha insistido en esa cláusula como garantía para los extranjeros.
+Las reformas han sido muy beneficiosas para los criminales, pues ya se han abolido todos esos horribles castigos de antes, y ya se les trata con clemencia y humanidad.
+En los últimos años se ha construido una prisión tomando por modelo la de Mazas en Francia, pero se ha suavizado la condición de los presos, permitiéndoseles andar libremente y trabajar bajo la vigilancia de los guardianes. Usan un vestido especial: chaquetón colorado, pantalón amarillo y un gran sombrero de paja. Trabajan como nuestros presidiarios en la composición de las calles y en los caminos públicos.
+No cabe duda de que hay muchas cosas defectuosas en el Japón, pero otro tanto sucede en los demás países, y no creemos que haya uno solo perfecto y en donde no haya siempre algo que criticar. En cambio, tienen cosas como la Policía, este auxiliar tan poderoso de la justicia, perfectamente organizada, y en este ramo nada tienen que envidiar los japoneses a las demás naciones. Desde los tiempos más remotos existe en el mismo pie y jamás han visto la necesidad de variar de sistema. Compónese de los antiguos samuráis, gente toda muy experta y avisada, conociendo las intrigas y los resortes más secretos, pues están relacionados con todas las clases de la sociedad, y como han estado acostumbrados a mandar, no transigen con desorden de ninguna especie y ejercen las funciones de su empleo con la mayor escrupulosidad.
+Como es natural, se hallan revestidos de grandes facultades o atribuciones: hacen ejecutar todos los reglamentos; dirigen todo lo relativo a los pasaportes, las tarifas y el aseo de la ciudad, el personal de las fondas y los hoteles; registran cuanto viajero entra o sale; desempeñan el oficio de bomberos en caso de incendio; vigilan los mercados, examinan la calidad de los víveres, verifican las pesas y medidas; inspeccionan las casas de mala fama, persiguen los juegos de azar, los malhechores, los vagos; recogen los mendigos, protegen a los niños y desvalidos, y dondequiera que hay un desorden, allí acuden en el acto para impedir desgracias o cualquier cosa que perturbe a la gente pacífica. No está dividida como en otros países en urbana y rural: todo lo abraza, y se ocupa con preferencia de lo esencial en todo pueblo culto: el evitar crímenes y cuidar que no se perviertan las costumbres.
+Visten a la europea, y usan cachuchas con galón de oro, sin más insignias que un bastoncito o palo pequeño como los policías ingleses y norteamericanos. Por la noche redoblan la vigilancia y aumentan el número en los lugares poco frecuentados o peligrosos. Tienen una gran autoridad, y al menor signo que hacen se les obedece sin la menor observación.
+Esta unidad tan perfecta es realmente una cosa admirable, y me llamó mucho la atención. En las ciudades no hay ese cuerpo que llamamos municipalidad; el Gobierno dirige y hace todo, y todo marcha perfectamente.
+No puedo negar la sorpresa que me causó el aseo extraordinario de las ciudades, y el orden y la compostura que reina en todas partes debido a la Policía. No se ve en la calle un hombre ebrio, ni un mendigo, ni hay riñas o peleas: todo el mundo se respeta y respeta a los demás, ocupado cada cual en sus faenas y negocios. Las calles parecen alamedas perfectamente limpias; las casas, tazas de plata; las tiendas y los establecimientos, un verdadero primor por el aseo y lo bien arregladas. ¡Qué tristeza me dio acordarme de mi país, y lo mal organizado que está este ramo en las principales ciudades! ¿Podrá creerse que una capital de la importancia de Bogotá carezca de Policía, y presente al extranjero los espectáculos tan feos y repugnantes que se ven a cada paso en las calles y los lugares públicos?
+En cuanto al ramo de correos está muy bien organizado, y sabido es que el Japón hace parte de la Unión postal, y tiene sus oficinas perfectamente arregladas.
+El telégrafo hace pocos años que lo introdujeron, y hoy tienen una red de líneas con las principales ciudades del Imperio.
+Con Europa hay comunicación diaria por el cable submarino que parte del Japón, va a Hong Kong, y pasa por Saigón, Singapur, Sri Lanka, la India, etcétera. Los despachos telegráficos y los cablegramas se escriben en inglés, pues es el único idioma que entienden los empleados, y todos conocen el alfabeto romano. Los japoneses se sirven del silabismo katakana, compuesto de signos muy curiosos.
+Hemos presentado a breves rasgos lo que se llama la organización nacional del Japón, bajo el triple punto de vista gubernamental, administrativo y judicial. Pasemos ahora a decir algo acerca de la composición del Ejército o las fuerzas militares de la nación.
+Ya hemos dicho anteriormente que los samuráis, que antes formaban el núcleo del Ejército, quedaron relegados y reducidos a desempeñar el papel de agentes de Policía, habiéndose establecido el reclutamiento de la manera más democrática posible.
+Ahora bien, deseando ponerse al nivel de las otras naciones, el Gobierno japonés hizo venir de Francia varios militares instruidos para que les organizaran el Ejército. Empezaron con mucho entusiasmo y en poco tiempo aprendieron bastante, pero infatuados con esto, no tardaron en creerse superiores a sus maestros y los despidieron antes de tener el Ejército bien reorganizado. Caro les costó esta precipitación, como lo probó a poco tiempo lo acaecido cuando el levantamiento de Satsuma.
+El Ejército está todo armado con rifles y cañones europeos, y equipado enteramente a la francesa, constando de un efectivo de 40.000 hombres.
+La duración del servicio es de tres años, y los soldados sirven cuatro en la reserva, pasando después a la guardia nacional, compuesta de todo hombre entre los veinte y cuarenta años que no estén alistados bajo las banderas. Trátase de hacer obligatorio el servicio para todo el mundo, así como están pensando también en introducir el sufragio universal.
+¿Qué efecto van a producir estas reformas? ¿No serán ambas cosas armas peligrosas para los que no las saben manejar? El tiempo lo dirá, pero desde ahora podemos vaticinar, y creo, sin equivocarnos, que la última medida, lo que es el sufragio universal en el Japón, será tan ilusorio como lo es en todas partes, y mucho más aún que en los países de Occidente, dadas las condiciones de abyección a que están acostumbradas las masas populares. Sucederá lo mismo que en las repúblicas hispanoamericanas, donde el sufragio es una burla, y en donde jamás podrá conocerse la voluntad del pueblo.
+La Marina japonesa está en embrión y difícilmente llegará nunca a ser respetable ni tener importancia. Hace pocos años contrataron en Inglaterra varios ingenieros para construirles algunos buques, de los famosos blindados o acorazados, como tienen las grandes potencias europeas, dando pábulo siempre a su instinto de imitación y al prurito de aparentar fuerza, queriendo aparecer como nación de primer orden, pero después de gastar muchos millones de pesos, no han podido conservarlos armados, y últimamente los han abandonado. Hoy se hallan atracados a los muelles en Yokohama y no les sirven para nada. Esto es lo que se saca cuando no se procede con reflexión y cálculo. Se malgastan los caudales públicos de una manera lastimosa.
+La escuadra, sin embargo, se compone de unos veinte buques en buen estado, pero lo que les falta a los japoneses son marinos que los sepan mandar y mantener como se debe. Los comandantes de ellos son, por lo general, jóvenes sin instrucción ni experiencia alguna.
+El sistema de impuestos se abolió, y ya hemos dicho que a todos los nobles se les confiscaron los bienes, dándoles, durante algunos años, una pensión equivalente a la décima parte de sus rentas. A los propietarios se les expidieron títulos, en los cuales se especificaba el valor del terreno o inmueble, y se fijó el impuesto anual en 3 por 100 del capital, lo que constituía la renta principal del Estado. Nótase desde luego que esta era una carga abrumadora, pues venía a ser un 50 por 100 del producto neto de las propiedades, tan pesada como desigual por la circunstancia de no existir en el país catastro alguno.
+Las contribuciones se exigían antiguamente en dinero, pero después, para aliviar un poco al pueblo, ordenó el emperador que se recibiese en pago la mitad en efectivo y la otra mitad en arroz, que tanto se produce en el país.
+Las antiguas monedas no podían ya servir en el nuevo estado de cosas, pues aparte de ser muy numerosas, no tenían relación entre sí, por ser pedacitos de metal en forma rectangular con un valor caprichoso, o mejor dicho, convencional. Contábase por taeles, que valían siete reales y medio; el copax* de oro, de 64 mas de plata, venía a ser equivalente a unos 10 pesos. Con semejantes monedas todo era embrollo y los cambios se dificultaban mucho. No tardó el Gobierno en comprenderlo así, y guiado por el furor de las reformas, adoptó el sistema decimal, lo que realmente ha sido un gran paso en la vía del progreso. Hoy la unidad monetaria en el Japón es el yen, que equivale a nuestro peso fuerte y a la pieza de 5 francos; los submúltiplos son: el sen —5 céntimos— y el rin —medio céntimo—.
+El Japón es muy pobre en metales preciosos, y su producción no alcanza para las negociaciones. Se ha recurrido al papel moneda, que circula hoy exclusivamente en todo el Imperio. El Gobierno ha procedido con poco tino, pues ha emitido cantidades enormes, lo que ha originado la depreciación consiguiente del yen en los mercados extranjeros. Las monedas de oro y plata cada día escasean más, ya casi se han convertido en una curiosidad, y no pasarán muchos años antes de que desaparezcan completamente de la circulación y sólo se encuentren en las cajas de los bancos, o en los monetarios de los numismáticos y de los que hacen colecciones de monedas antiguas.
+Preciso es mencionar que al adoptar los japoneses el sistema decimal, lo han hecho a medias, pues no han alterado las medidas, perdiendo naturalmente las grandes ventajas que ofrece la correlación que existe cuando se adopta por completo.
+Quedan todavía en uso los koku, que equivalen a 66 litros, y los ri —4.300 metros— de 36 chō —119,44 m—, los cuales se dividen en 60 ken —1,98—, conteniendo cada uno 6 shaku —0,33—. Todas las pesas y medidas llevan el sello del Gobierno y se verifican constantemente.
+El comercio del Japón es importante, aunque no se ha desarrollado como debiera. El papel moneda es de curso forzoso, su valor varía sin cesar, y desde luego no tiene aceptación alguna fuera del Japón.
+En esta tierra sui generis el individualismo prevalece en todo; así es que no hay espíritu de asociación: cada uno trabaja aisladamente, y no piensa más que en sí, y todo lo quiere para sí. El japonés no es comerciante en la genuina acepción de la palabra; no tiene tampoco espíritu especulador como el chino, y es informal, falso, sin nociones de honradez ni probidad. Si, por ejemplo, ha hecho un negocio y después de cerrado ve que no le conviene, no tiene embarazo en deshacerlo con cualquier pretexto, importándole poco su compromiso y su palabra. Esta falta de formalidad es un rasgo característico de la nación, y a la verdad no hace honor a su moralidad.
+El Japón tiene minas de oro, plata, azogue, cobre, estaño, plomo, hierro, etcétera, pero casi todas están sin explotar.
+Las exportaciones consisten principalmente en sederías y artículos curiosos y de fantasía. Sólo Francia les compra seda anualmente por valor de unos 8 millones de pesos para sus fábricas de Lyon, y hasta hace poco se hacía un gran comercio con el gusano, pero desde que este enfermó se ha acabado por completo. Antes Italia no más sostenía este tráfico, que era muy importante.
+El Japón consume poca mercadería extranjera y vende mucho la suya, comparativamente. Por lo general, un año con otro, las importaciones ascienden a unos 30 millones de pesos, y las exportaciones a más de 40 millones, figurando Yokohama por casi la mitad de este total.
+No hay en Japón fortunas tan considerables como en China o la India, y esto se explica por la falta de crédito, que es el alma del comercio y la base de la riqueza.
+La deuda pública es considerable, y el interés de la renta del Estado es de 12 por 100. En las operaciones entre particulares, el rédito del dinero es de 25 y hasta 30 por 100 anual, pero las más veces, como sucede en todas partes, el que coloca dinero a interés tan elevado, suele perder el capital.
+En Yokohama se han establecido varios bancos o güildes por los hijos del país, pero sus operaciones se reducen a la usura y hacen pocos negocios. Los bancos europeos tienen monopolizadas las operaciones con el comercio y particularmente con el extranjero.
+EL FERROCARRIL — LA ESTACIÓN DE SHIMBASHI-EKI — NAGATACHŌ — LEGACIONES — EL SHIRO — LOS YASHIKI — VISTA DE LA CIUDAD A VUELO DE PÁJARO.
+LA PRIMERA VEZ QUE ESTUVE en el Japón, fui de Yokohama a Tokio en un jinrikisha, especie de cochecito tirado por un hombre, pues no había otro modo de hacer el viaje. Hoy ya se andan las siete leguas del trayecto en ferrocarril, con toda comodidad, y en menos de una hora llega uno a Shimbashi-eki, el paradero o estación de la gran capital. Lo primero que sorprende es la animación, el gran movimiento, el conjunto de gente que se aglomera a la llegada de los trenes, y ver en derredor por todas partes letreros en inglés como si fuera una colonia de la Gran Bretaña. La hermosa calzada de Ginza es un paseo espléndido, y a poca distancia están todas las legaciones extranjeras y los ministerios, en el barrio llamado Nagatachō, donde se encuentran los edificios más importantes y las preciosas quintas de los extranjeros.
+Antes de ser Tokio la capital, no tenía gran importancia, y parece que no era sino un gran poblachón, una porción de pueblos que poco a poco fueron uniéndose por medio de canales.
+Construida en una inmensa explanada, y siendo todas las casas bajas con huertas y jardines, naturalmente ocupa una extensión o área extraordinaria.
+Es la ciudad más populosa del Japón, y no es fácil calcular el número de habitantes que tiene; algunos geógrafos le dan hasta dos millones, pero esto me parece exagerado, y no creo que pase de un millón. Varias veces los terremotos y los incendios la han destruido, y las frecuentes epidemias que reinan han disminuido mucho la población. Sólo el año de 1773, el cólera hizo más de 300.000 víctimas, y constantemente han tenido este flagelo o azote en el país. En 1855 un terremoto espantoso destruyó la mayor parte de la ciudad, y para que no faltase ninguna calamidad, vinieron después huracanes e inundaciones.
+Desde 1869, Tokio es la residencia del mikado, quien ejerce sus funciones bajo el nombre de Meiji. Puede decirse que desde entonces data la prosperidad de esta gran metrópoli y la afluencia de extranjeros, pues antes apenas se veía uno que otro, y no podía salir a las calles sin que lo escoltara un yakumen o gendarme. Hoy transitan libremente por toda la ciudad, y el silbido de la locomotora ha variado completamente la faz de la población.
+Cuenta la ciudad muchos paseos y parques hermosísimos, rodeados por la muralla fortificada de los shōgun, pero lo más notable es el Shiro, un castillo que abraza una extensión inmensa. Sepáranlo de las habitaciones dos altas murallas concéntricas, y por en medio corre un río: a los lados hay dos hileras de árboles dándole un aspecto muy pintoresco. La primera línea de fortificaciones encierra los edificios y jardines imperiales, y alrededor hay multitud de alamedas que van a dar a todos los puntos principales de la ciudad, y a las antiguas yashiki, convertidas hoy en oficinas y cuarteles.
+Divídese la ciudad en barrios llamados chō; las calles no tienen nombres, se les distingue por el del chō en donde están, así como a las casas por el número que les corresponde según su lugar, no en las calles sino en el barrio. Todas las principales parecen tiradas a cordel, pero lo que da a la ciudad un aspecto muy original son los canales que la atraviesan en todas direcciones, cuya arteria principal es la boca del río Ogawa; de trecho en trecho se ven puentes de madera formando curvas o arcos caprichosos, desde donde se alcanzan a ver todos los brazos canalizados del delta, y las embarcaciones que, al resbalarse sobre el agua, parecen, con sus toldos en forma de alas, grandes patos que se esconden tras de los edificios. Estos canales son los únicos medios de transporte que hay para el comercio, y es muy fácil comprender cuál será su utilidad en una ciudad tan populosa como esta Venecia oriental.
+El aspecto que presentan las vías principales es originalísimo, y difícil sería dar una idea cabal de ellas; no hay aceras como en nuestras ciudades; todo el mundo circula en tropel con su diversidad de trajes, y los jinrikisha atraviesan por todas partes como hormigas, atropellando muchas veces al transeúnte.
+De cuando en cuando se suele ver algún coche a la europea, precedido por hombres que van corriendo y aturden con sus gritos: es algún magnate que pasa, y los guardias van avisando que se despeje la vía. Otras, es algún oficial de caballería que se dirige a Palacio, y el sirviente va detrás corriendo, echando los bofes, para seguir al corcel en su carrera.
+Los mercaderes se sientan en la puerta de sus tiendas, saludando a todo extranjero que pasa con sonrisas, para ver si los atraen y les venden alguna cosa.
+En medio de esta barahúnda, de repente se presenta una partida de niños o muchachos jugando, y arrojan al transeúnte el trompo a las narices, o le enredan el cuello con las cuerdas de sus papalotes o cometas, hasta que los divisa el policía, y con sólo levantar la varita y hacer ademán de pegarles, salen huyendo como gamos. Y en fin, cuando menos se figura, preséntase un grupo de niñas y jóvenes graciosamente vestidas, hablando como carretillas y haciendo una algarabía extraordinaria: son obreritas que van a toda prisa a su taller o establecimiento a trabajar. La mujer japonesa es muy industriosa y, como la francesa, ayuda al marido o a sus parientes en todas las faenas, y es poderoso auxiliar en sus negocios.
+Como acabamos de decir, las casas son todas bajas, construidas por el mismo estilo, y sin reglas ni nociones de verdadera arquitectura. Todas parecen más bien casaquintas, y el aspecto exterior nada tiene de particular. Desde luego, la construcción es adecuada al clima, y sobre todo muy sencilla, por causa de los temblores de tierra que son tan frecuentes. Todas tienen el techo o tejado cubierto con zinc, y los suelos, hasta los de las casas más pobres, están cubiertos con estera —tatami—, y hay algunas tan finas y con dibujos tan originales que podrían lucir en la mansión elegante de cualquier lord inglés. Los japoneses emplean el petate como alfombra, carpeta, y hasta les sirve de colchón o cama.
+El interior de las casas es lo más sencillo que se puede imaginar: no hay lujo alguno, ni adornos, ni muebles como acostumbramos tener nosotros. El japonés no conoce el comfort ni la comodidad. Las paredes las hacen de cañitas o bambúes colocados con la mayor simetría, algo por el estilo de nuestros ranchos en América, y tan unidos y compactos, que no penetra el agua ni la luz. Las ventanas no tienen vidrieras y las cubren con papel de colores. Todas las piezas o los cuartos son pequeños naturalmente, no dividiéndolos sino biombos o mamparas, de modo que las familias están apiñadas, en verdadera comunidad.
+Todo esto no deja de ser original, pero a la verdad poco adecuado para las buenas costumbres: el japonés, menos aún que el chino, no tiene nociones de decencia ni de recato, y carece del pudor natural de las otras razas. Una religión sin verdadera moral y una educación viciosa deben ser la causa de la relajación en las costumbres de este pueblo, y de que vivan sus habitantes como los animales, con una falta absoluta de vergüenza y decoro.
+En cuanto a muebles, pronto los describiremos: en el centro de la sala hay un pequeño armario para guardar ropa, y nada más. Mesas, cómodas, sofás, sillas, espejos, todo eso es enteramente desconocido e inútil para el japonés. Si quiere descansar, se sienta en el suelo, o bien en un cojín; si tiene que escribir, lo hace sobre un pupitre que coloca sobre sus rodillas; come en unos platos portátiles con patitas o pies, que se arman expresamente con este objeto, y, concluida la comida, los desarman y ponen en un rincón; se acuesta en el suelo, en un petate llamado futón, y en lugar de almohada pone la nuca en la makura, especie de rollo de cuero duro, y algunos lo usan hasta de madera forrado en seda. No se sirven jamás de sábanas, ni mantas, ni cobertores, ni colchas, ni ninguna de esas cosas con que nos arropamos, tan cómodas y deliciosas, contribuyendo al reposo del cuerpo, al descanso y a conciliar el sueño.
+Compréndese, hasta cierto punto, que se prescinda de muebles, o que por lo menos no se tengan sino los estrictamente necesarios, y que una vez que se sirve uno de ellos, los ponga a un lado y hasta los esconda o los guarde, como se hace con todos los objetos portátiles y muchos utensilios, tales como la ropa o el tabako-bon, y el hibachi, es decir, las cajas de tabacos o el brasero. Compréndese igualmente que no se gaste lujo en los enseres de una casa, que no haya objetos de arte y adorno, ni toda aquella infinidad de chucherías superfinas que sólo sirven para recrear la vista, pero, a la verdad, es incomprensible que no se tengan aquellas cosas o enseres que son indispensables para la comodidad, y hasta para la conservación de la salud, tales como la cama y sus accesorios, y que se pueda vivir sin destinar un lugar especial para eso que en Occidente llamamos alcoba.
+Cuando se estudian con atención las costumbres de los diferentes pueblos, hay observaciones que parecen nimiedades, y, sin embargo, son muy importantes y dan la clave de muchas cosas, y hasta indican su grado de adelanto y civilización.
+El salvaje de América se tira en el suelo, y allí pasa la noche sin abrigo ni nada, lo mismo que el bárbaro africano o el indolente asiático. Nuestros antiguos bogas, que trabajan hoy en los vapores de nuestros ríos, se acuestan sobre una tabla cualquiera, con un pedazo de leña por cabecera y duerme a pierna suelta perfectamente, lo mismo que el japonés a pierna encogida en su petate con su makura bajo la nuca o el pescuezo. La cama puede ser cualquier cosa, pero debe ser un mueble especial y a propósito para descansar. Llámesele diván, catre, cuja, tarima o hamaca, puede tener la forma que se quiera, pero es preciso que el cuerpo pueda moverse libremente, que sea cómoda, y que las impresiones desagradables de la temperatura no impidan el sueño, reparador de las fuerzas, y tan indispensable para la salud.
+En los países civilizados, la alcoba es el cuarto más cómodo de la casa, es el recinto sagrado del hogar, el santuario de la felicidad doméstica, y la cama el mullido lecho destinado al reposo, a la expansión, al placer. En este modesto mueble se nace, se pasa la mitad de la existencia, se ve la luz primera, se exhala el último suspiro… Cuna y ataúd, primero y último lecho, polos de la humana vida… El uno lo mece la madre amorosa para consolarnos y adormecernos; el otro lo riega con lágrimas, lo cubre de flores para decirnos el último adiós…
+La cama es el lugar del reposo, donde pasamos nuestras enfermedades; el calmante de las fatigas, de las penas, de los dolores. En ella se maduran los planes, se encuentran las ideas, se toman las resoluciones. ¡Oh!, sí, es el mueble de los muebles, nuestra compañera, nuestra confidenta, el altar de nuestras oraciones y la tumba de nuestras ilusiones y recuerdos… Pero no sigamos, el cansancio me abruma, y me voy a la mía. Excusad, caro lector, tanta digresión. Buenas noches; hasta el próximo capítulo.
+SHIBA Y ATAGOYAMA — MUSEO — PASEO DE ASAKUSA — SAN BINSURO* — LOS BUZOS FEMENINOS — CASAS Y MOBILIARIO ONASTERIOS Y TEMPLOS— EL NISHI HONGANJI.
+PARA PODER FORMAR IDEA DE lo que es la inmensa metrópoli japonesa, siquiera sea a vuelo de pájaro, deben visitarse los puntos llamados Ueno y Atagoyama, desde donde se domina toda la ciudad.
+Esta última es una colina situada en el barrio de Shiba, cerca de los santuarios o mausoleos de los antiguos shōgun, y es tan elevada que se alanzan a ver perfectamente los fuertes de Shinagawa, que están muy lejos, y se tiene una vista completa de toda la bahía: es un verdadero panorama. Es costumbre de los habitantes engalanarse los días de fiesta y pasar allí varias horas tomando té y sus bebidas bajo toldos, y algunas veces bailan y se divierten a sus anchas; es el lugar favorito de los paseos, o las parrandas, de los picnics en la capital.
+En Ueno se encuentra un famoso museo, el mejor que hay en todo el Japón. Está en el mismo lugar donde se hallaba antes, hasta el año de 1868, el templo fundado por Iyemizu, considerado como el metropolitano del Imperio, y el sacerdote que lo cuidaba era siempre un hijo del mikado reinante. El último que hubo fue pretendiente al trono imperial antes de la victoria que destruyó el templo, y en castigo lo desterraron a Alemania «para que entrara en un colegio y aprendiera alguna cosa». Curiosas vicisitudes de la humanidad.
+Una de las secciones más interesantes del museo es la arqueológica: los vestigios de las diversas épocas históricas, desde la Edad de Piedra hasta nuestros días, armas, instrumentos, manuscritos, objetos religiosos, etcétera… Otra, muy interesante, es donde se hallan los vestidos de la corte, las armaduras, los trajes de los daimios y de los kugi, los miembros de la antigua nobleza, y, además, los adornos imperiales, tales como los brocados, las sedas, los terciopelos, etcétera, todo arreglado artísticamente y encerrado en armarios con grandes vidrieras.
+Entre los objetos de arte figuran los bronces antiguos, las lacas de oro, los cuadros antiguos, las preciosidades en materia de dibujo, aunque la mayor parte lo han comprado los viajeros para llevar a Europa.
+Una de las cosas más curiosas que hay en Tokio es el convento de Asakusa, pues allí es donde se halla el santuario de la diosa Kannon, imagen milagrosa por el estilo de Nuestra Señora de Chiquinquirá en Colombia. De todas partes acuden a verla y rendirle culto, a traerle ofrendas y llevarse en cambio algunas reliquias.
+Es una estatua de madera o palo representando a San Binsuro —desconocido en nuestro almanaque—, médico y socorredor de todos los enfermos y menesterosos. Desde luego, se comprende el fervor con que va la gente supersticiosa a visitar este dichoso santo. En efecto, allí se ven a todas horas infelices que se acercan a la estatua con la mayor reverencia y frotan la parte dolorida de su cuerpo contra ella con el mayor entusiasmo, creyendo que en el acto se alivian y mejoran. Muchos de estos pacientes están cubiertos de lepra u otras enfermedades horribles, y ya se calculará cómo estará el pobre San Binsuro con estas frotaciones constantes.
+Las mujeres, siempre más crédulas que los hombres, son las más asiduas parroquianas de este doctor de palo, y a fuerza de frotarse contra su cuerpo ya le tienen comido medio lado. No pasarán muchos años sin que se lo hayan comido todo entero.
+Junto al convento está el parque donde se exhiben los buzos femeniles, es decir, mujeres que nadan como peces y hacen muchas pruebas curiosas.
+Cuando yo visité el parque había dos mujeres, sumergidas en una gran alberca hasta la cintura, haciendo lo que llaman «pruebas acuáticas de alta fantasía». Todo se reducía a zambullirse de repente en el agua, sacando con la mano derecha por encima de la superficie un paraguas dando vueltas, girando con una velocidad vertiginosa durante muchos minutos.
+Esta prueba, al parecer sencilla, es dificilísima: se necesita estar nadando debajo del agua con una mano, mientras con la otra da vueltas al paraguas. Desafío a nuestros nadadores a que la hagan. En materia de equilibrios, de originalidad y gracia para pruebas de mano y suertes de todas clases, nadie les gana a los japoneses.
+Los palacios o mansiones privadas —yashiki— de los señores feudales son una cosa espléndida; parece que el de Mito contiene preciosidades interiormente, y los jardines tienen flores rarísimas y bellezas artificiales que son una verdadera maravilla.
+El gusto por la horticultura está tan desarrollado en el Japón, que, como ya hemos dicho, todas las casas tienen sus jardines, y todos los miembros de una familia saben cultivar las plantas y arreglar las flores divinamente. Hacer un ramillete, adornar una sala, arreglar los floreros, todo esto se enseña a los niños y forma parte de educación.
+Lo más curioso y digno de visitarse en esta gran capital son los monasterios y templos, siendo el más notable el conocido por el nombre de Nishi Honganji, situado en el centro de la ciudad.
+Sabido es que los templos en Oriente reúnen a la vez los elementos religiosos y los placeres profanos, presentando con esta heterogeneidad un conjunto que sorprende muchísimo al viajero.
+Ni brillan por la arquitectura, ni imponen por la magnificencia, ni excitan al recogimiento y a la devoción como nuestras iglesias y basílicas, sobre todo católicas. No hay majestad, ni esas bellísimas pinturas que tanto adornan y preparan el espíritu; ni esa música sagrada cuyas melodías inspiran los más dulces sentimientos y elevan el alma hasta el éxtasis y la contemplación. Falta, sobre todo, ese afrentoso leño del cual pende el Mártir del Gólgota todo ensangrentado, cuya divina faz es la imagen de todas las agonías y los dolores de la humanidad. Sí, falta la cruz, fuente inagotable de esperanza, árbol de la eterna vida, astro que ilumina nuestra existencia, símbolo del más santo de todos los poemas, de la más divina de las religiones. Para los cristianos, donde no vemos este signo de la redención del género humano, todo templo se ve raro, escueto, feo, y nos parece faltarle lo principal y su mejor adorno.
+La esencia de las religiones tiene que revelarse en las manifestaciones del culto, y mientras más verdadera es una religión, más imponentes tienen que ser los templos y el modo como se adora al Ser Supremo.
+Los pueblos orientales han yacido por siglos sumidos en la más completa ignorancia, y ni las investigaciones de la ciencia, ni las lucubraciones filosóficas les han podido enseñar ese destello sublime que se llama verdad, esa luz divina que hace entrever por entre las nieblas del espíritu humano la fuente de todo cuanto existe en el mundo y la potente mano que lo dirige desde el cielo.
+Verdaderos materialistas, la imagen los seduce más que el concepto; sustituyen el órgano al principio y, en medio de su extravío moral e intelectual, son unos verdaderos idólatras. No pudiendo darse cuenta de nada, no sabiendo cómo explicar los fenómenos que los rodean, abdican de la razón, y todo lo atribuyen a causas misteriosas, sobrenaturales, no viendo en ellas sino monstruos que consideran como divinidades. Así como las antiguas religiones degeneraron en saturnales, y se adoraba a Isis, Ceres y Venus, y a Adonai, Baco y Adonis, los orientales adoran espectros, fantasmas, monstruos, etcétera, y sus templos, en lugar de inspirar devoción, lo que causan es más bien extrañeza y horror. Sus dioses son ídolos de las formas más raras y extravagantes; su virgen la representan por una mujer con un vientre enorme, y todo el cuerpo cubierto de criaturas, imagen de la fecundidad; al contrario de la nuestra, que es todo dulzura, amor, pureza y castidad. En lugar de la blanca paloma, imagen de la inocencia y del Espíritu Santo, lo que se ve es el ceniciento dragón con los ojos saltados y serpientes entrelazadas que parecen devorar los ídolos. La idea materialista hace de los templos orientales verdaderos avernos, así como la idea espiritualista del Cristianismo realza todo en los nuestros y los reviste de grandeza y poesía. El perfume de las flores, la belleza de los altares, la imagen de los ángeles, los acordes de la música, todo, todo habla al sentimiento que eleva al alma hasta la Majestad divina y nos hace columbrar el cielo.
+El templo de Nishi Honganji es el más vasto e importante del Japón, y ocupa una extensión inmensa. La fachada es hermosa, siendo de admirarse las preciosas esculturas en las puertas y ventanas. El trabajo de las cornisas es un verdadero encaje en madera, una obra de arte primorosa con dibujos preciosos, representando dragones y serpientes enroscadas en caprichosas matas o en las hojas de la flor imperial.
+Así como hay personas que no tienen más que apariencia, la facha, lo mismo se puede decir de los templos japoneses: la parte exterior es curiosa, elegante, y colocada en el centro de un gran jardín, rodeada de árboles, no deja de ser original y pintoresca. Sigue después un patio en donde se ven todo el día espectáculos públicos, comedias, jugadores de manos, saltimbanquis, etcétera. En el fondo, al fin de una alameda, se halla el juego del tiro de flecha, en donde varias jóvenes, generalmente buenas mozas, enseñan este ejercicio a los fieles e infieles visitantes. Pásase allí un rato agradable, y el que no acierta a dar en el blanco, suele quedar flechado con las saetas de estas admirables profesoras.
+En España, y en muchos conventos en América, convídase a los devotos a ejercicios espirituales. Durante varios días se encierran entregados a rezar y al recogimiento. Esto se comprende perfectamente, pero nunca nos habíamos imaginado que hubiera país alguno en donde los templos sirvieran para diversiones y ejercicios corporales, muy poco aparentes para excitar el fervor religioso.
+Mientras más se viaja, más cosas raras y sorprendentes se ven, más costumbres extravagantes y que pugnan contra el buen sentido y toda noción adquirida en nuestros países de Occidente.
+LOS BAÑOS — EL OYU — EL TENUGUI — ESTACIONES TERMALES— FESTINES — LA GEISHA — SHAMISEN — EL SAKE — RECREACIONES — LOS CHAYA — LAS DJOREA*.
+VAMOS A DESCRIBIR ALGUNAS costumbres de esas que constituyen la vida íntima en todas las sociedades, y empezaremos por una de las más raras y que excitan la curiosidad en el Japón.
+Por regla general, los turistas, es decir, esos viajeros que yo llamaré al vapor, se contentan con dar unas cuantas vueltas por las ciudades, se procuran esos libritos que llaman guías, y visitan todo lo que allí se les indica y recomienda como digno de verse. Muchos hay, y entre ellos los hijos de Albión, que toman por oficio, imponiéndose una tarea diaria, y con su Murray en la mano van automáticamente recorriendo sitios y lugares, monumentos y paseos, hasta en el mismo orden que les traza la guía.
+Destinan un tiempo limitado, y todo lo ven superficialmente, a la carrera, sin darse cuenta de nada, ni estudiar como se debe lo que presenta de interesante cada pueblo.
+El viajero verdadero, el que penetra en lejanas regiones, dispone de dinero y tiempo, los dos factores principales para viajar, no puede contentarse con echar una simple ojeada a las cosas, y procede de distinto modo. No necesita guía ninguna impresa, si acaso un cicerone que lo acompañe y le explique todo cuanto va encontrando a medida que va paseando por la calle, en donde todo llama la atención y es curioso.
+Así me sucedió a mí precisamente con los establecimientos de baños. Yo había leído en la obra que publicó el comodoro Perry la descripción de ellos, pero, francamente, ya no me acordaba, pues hacía muchos años de esto, y ni me había pasado por la imaginación visitarlos, cuando un día que andaba vagando por las calles de Tokio, de repente me llamó la atención una casa con dos grandes faroles en la puerta, un hermoso pórtico y dos entradas a los lados. La algazara que se oía, el ruido del agua que se notaba, todo esto me hizo detener, y, asomándome por una de las puertas, vine a caer en la cuenta de que me hallaba en un establecimiento de baños.
+Empezaré por decir a mis lectores que el japonés tiene que ser aseado por necesidad, pues no usando ropa interior, el baño es una cosa indispensable. Es más bien una cuestión de higiene que un placer, como lo consideramos en Occidente. Y tan cierto es esto, que los toman sumamente calientes, poniendo el agua a una temperatura de 45 a 50 grados centígrados, que es superior a la de cualquier baño medicinal que se receta.
+El agua caliente la veneran los japoneses, y la llaman oyu, para distinguirla de la otra del tiempo, que denominan mizu.
+La gran piscina que se ve al entrar no tiene nada de particular, y es muy inferior a la que tienen los baños conocidos en Europa por el nombre turcos o rusos; esos espléndidos baños de vapor como se encuentran en las grandes capitales, y sobre todo el hammam, en París, de universal reputación.
+Lo que realmente sorprende, tanto como desagrada, es ver bañándose a viejos y jóvenes, hombres y mujeres, niños y niñas, todos juntos, sin vestido alguno, así como sin malos pensamientos. En el centro está el gran pozo donde se agrupan todos; unos a otros se echan agua y juegan como chiquillos, formando una algazara espantosa. Como el salón está casi obscuro, la tenue luz que penetra a través de la atmósfera de vapor sobre tanto Apolo de Belvedere, y las desnudas bañistas o hiladoras, le da a este espectáculo el aspecto de una escena infernal. Nada más feo, ni más repugnante, ni más contrario a la decencia y al pudor.
+En la parte interior hay varias piezas o «gabinetes particulares», adonde se retiran las mujeres después del baño a descansar, vestirse y hacer lo que llaman los franceses la toilette. Allí se frotan la piel con cepillos, se empolvan con saquitos de arroz aromáticos y se untan pomadas para blanquear la tez; en una palabra, hacen la conocida operación del maquillage perfectamente, y salen frescas y perfumadas que da gusto.
+Los hombres no acuden a esos saloncitos privados, y alrededor de la sala, en los corredores, se secan con el tenugui, banda que usan en la cintura y les sirve a la vez de esponja y de servilleta o paño para esa operación. Y ¡cosa rara, costumbre absurda y contraria a toda noción de aseo!, empiezan a secarse a la inversa de nosotros, por los pies, y luego siguen de abajo para arriba frotándose cada parte del cuerpo, hasta venir a terminar la limpieza o, mejor dicho, la suciedad, en la cara, en la punta de la nariz.
+El lector excusará que le refiera tanta minuciosidad, pero hay cosas que no pueden dejarse en el tintero por lo raras y absurdas. Bien sé que no faltará algún caritativo compatriota que asegure ser esto invenciones mías, alegando que todas mis narraciones acaban en punta, pero yo le suplico dé un saltito al Japón, y se convencerá de que todo es cierto, la verdad desnuda, sin agregados ni comentarios.
+En todas las ciudades del Japón hay estos baños, y en los pueblos donde no hay establecimientos toman sus abluciones al aire libre, en un barril lleno de agua que les sirve de tina. En los caminos se ve con frecuencia la gente desnuda, o con el traje de nuestros primeros padres, expuesta a la intemperie aguardando su turno para meterse en el barril.
+Hay en el Japón como 300 estaciones termales que poseen virtudes especiales, y los naturales creen que curan todas las enfermedades.
+El baño frío no les gusta absolutamente, le tienen horror, y hasta abrigan la preocupación que es dañoso a la salud; lo llaman nagare no mizu, es decir, agua corriente de río, y al de mar le dan el nombre de umi no mizu.
+En el Japón, como en todas partes, el día está destinado para los negocios y las labores de la casa. El japonés hace tres comidas al día y nunca varía la alimentación.
+Por lo general son muy glotones, y se sirven para comer de palitos y de los dedos. Sus principales alimentos son hongos, hierbas marinas y el tōfu, especie de bizcocho de harina con una crema detestable.
+El alumbrado público es malísimo, y de noche las ciudades están sumidas en la obscuridad. En las casas se sirven de velas muy ordinarias y les ponen al cabo o punta adornos de papel como se hace con los cirios en nuestras iglesias; no conocen sino la lámpara primitiva, y la forma más tosca, especie de cazuela llena de aceite con un pábilo en el centro.
+Los japoneses son muy caseros y les gusta mucho la vida doméstica; casi nunca salen de noche, y pasan sus veladas en grata conversación reunidos todos los miembros de la familia. Por lo general, las mujeres se ponen a bordar, mientras el padre lee en alta voz algún cuento o novela, y todos escuchan con la boca abierta y la mayor atención; o bien se ponen a jugar al go, especie de damas, aunque un poco más complicado, hasta que dan las diez, y todos se retiran a sus respectivos petates. Al decir dar las diez, me expreso mal, pues ni hay campanas que toquen la hora, ni relojes que la marquen, pero es tal el hábito que tienen de calcular el tiempo que rara vez se equivocan.
+En los banquetes o festines ponen muchos platos, cuya nomenclatura es muy difícil para los extranjeros, y siguiendo la costumbre china, las mujeres nunca se sientan a la mesa. En estas grandes ocasiones es cuando comen gallinas y huevos, y contratan a las geishas, mujerzuelas de la vida alegre a quienes se les paga porque toquen, canten y bailen durante el festín. El instrumento que tocan es el shamisen, especie de bandola o tiple con sólo tres cuerdas, muy destemplado y desapacible.
+El canto es horroroso: son alaridos y gritos cacofónicos de lo más desagradable que se puede imaginar.
+Mientras las geishas se desgañitan de este modo, las otras compañeras se entregan a bailes lascivos, algo parecidos al cancán francés y a la sopimpa de las danzas africanas o habaneras, suspendiendo de cuando en cuando para servir el té y las tacitas de sake a los convidados. Esta bebida nacional la hacen de arroz fermentado, y equivale al chongchu chino, al pulque y a nuestra chicha americana. Como es de presumirse, las continuadas libaciones de este licor acaban por embriagar a todos y convertir los tales festines en verdaderas orgías.
+No se conocen en el Japón las diversiones nocturnas; no hay ni teatros, ni cafés, ni conciertos, ni lugar de reunión decente adonde pueda ir el extranjero. La gente perdida recurre a los lupanares, los chaya y las djorea, focos inmundos de libertinaje y corrupción, y de los cuales preferimos no hablar. Esas llagas horrorosas de los pueblos no hay para qué tocarlas, y su descripción a nadie puede interesar. La pluma del escritor, como el escalpelo del cirujano, tiene que pasar por alto esos cánceres que no tienen remedio y son la vergüenza de la humanidad.
+RASGOS FÍSICOS — TRAJE DE LAS MUJERES — LOS KIMONO Y LAS GETA — PEINADO — BELLEZAS PLÁSTICAS — PARTE INTELECTUAL — VISITAS.
+YA ES TIEMPO DE OCUPARNOS del bello sexo en esta región del mundo, y decir algo de la japonesita, mujer tan graciosa como interesante.
+Es la japonesa por lo general chica de cuerpo, bien formada y con una fisonomía simpática y expresiva. Sus rasgos físicos adolecen de los comunes a la raza: tiene las facciones, la cara un poco tosca, el ojo de avellana como la china, pero el conjunto se ve bien y agrada por la suavidad de sus modales y la finura de su trato. Exceptuando la francesa, yo no conozco mujer más insinuante ni más espiritual; tiene el mismo atractivo, la misma gracia y coquetería de la refinada parisiense.
+Cuando se las ve por primera vez, el traje llama la atención por lo diferente al de nuestras mujeres; parece raro, extravagante, pero al cabo de algún tiempo se observa que es cómodo y no carece de elegancia.
+Consiste en una bata muy ancha, cuyas solapas cruzan el pecho, y sujeta con un cinturón que ciñe el talle y deja ver discretamente las delicadas formas. Las mangas son largas, muy anchas, y les sirven de bolsillos. Este vestido es lo que llaman kimono, y lo usan tan pegado al cuerpo que parece un saco, y la mujer un tango de tabacos, quitándole la libertad y gracia en los movimientos. Ni la china ni la japonesa pueden tener nunca garbo ni donaire para andar: a la una se lo impide la forma de los pies, y a la otra lo apretado y la forma del vestido. Andan a pasitos cortos, dando pinitos, como los niños en la primera edad.
+La japonesa, según nos han contado, no usa ropa blanca o interior, y no se pone sino una enagua colorada, que suponemos corresponda a la pollera o faldellín de nuestras damas. En invierno hacen como las chinas: según el frío que sienten, se ponen otros tantos kimonos unos encima de otros, sirviéndoles el más delgado de camisola, y tal vez es el que conservan para dormir.
+Cifra la japonesa todo su lujo en el cinturón, el obi, como lo llaman, y es una gran banda de unos 30 centímetros de ancha, con la cual se envuelven la cintura, sujeta por detrás, formando un nudo caprichoso, cayendo las puntas coquetamente de un lado. Hay batas lujosísimas, con el cinturón todo lleno de preciosos bordados de oro, sumamente elegantes.
+El calzado o geta es simplemente una suela dura de paja que amarran con un cordón, pasando por entre el dedo pulgar y los otros, por el estilo de la sandalia de los romanos o las quimbas o alpargatas que usa la gente del pueblo en algunas provincias de España y en varias partes de la América del Sur.
+Es costumbre al entrar a una casa quitarse las geta y dejarlas en la puerta, cambiándolas por los tabi, especie de chinelas o zapatos de género grueso blanco y azul. Es prurito común entre muchas gentes criticar todas aquellas costumbres que difieren de las nuestras, no teniendo sino un cartabón para juzgar todo, pero es necesario confesar que ni todas las de un país son buenas, ni todas malas, y que muchas veces lo que parece raro tiene su razón de ser, o lo explican circunstancias especiales. Nuestra suficiencia y pedantería occidental hace que nos burlemos de muchas cosas que más bien debiéramos imitar, como, por ejemplo, las manifestaciones de política, respeto y urbanidad que acostumbran los orientales. La costumbre de quitarse el calzado sucio y trocarlo por uno limpio, que además tiene la ventaja de no hacer ruido al entrar a un templo o a la morada un amigo, ¿no es por ventura más digno de consideración que quitarse el sombrero? El hacer varias venias, juntas las manos para saludar, murmurando toda clase de cumplimientos y felicitaciones, ¿no es mucho más atento que nuestro dichoso apretón de manos, tanto más expresivo cuanto más lastima los dedos? Las genuflexiones que hacen para sus rezos los orientales, colocando las manos en el suelo e inclinando la cabeza hasta tocarlo con la frente, ¿no es mil veces más respetuoso que ponerse de rodillas? ¿Qué devoción puede haber cuando está uno sintiendo dolor en los huesos o coyunturas de las piernas?
+Así como entre nosotros casi siempre se conoce la clase a que pertenece un individuo por el corte de la ropa, en el Japón es por la forma de la geta.
+El peinado que usan las japonesas es muy curioso, y tan complicado, que ellas mismas no pueden hacérselo, necesitan siempre de otra persona que les ayude, y gastan todos los días lo menos una hora en esta operación.
+La forma del peinado varía según la edad, la condición y hasta la profesión. Por lo general, todas las mujeres se alisan bien el pelo por medio de cosméticos y pomadas, siendo el más usado el aceite que se extrae de la camelia, que pone el pelo muy suave y permite darle la forma que quieren. Se hacen unos bucles que les caen sobre el cuello y tapan las orejas; luego, un gran mechón que levantan hasta la parte superior de la cabeza y lo amarran con una cinta dándole la forma de una flor de lis. Muchas lo atan con un cordón de oro, y se ponen unos alfileres dorados que llaman kanzashi, con un coral en la punta atravesando el moño.
+Las peinadoras, atama ōkamisan, van a todas las casas y ejercen su oficio por un precio muy módico.
+Como ya he dicho, son las japonesas pequeñas de cuerpo, y por lo general raquíticas, de constitución endeble. Muy rara vez se verá una mujer gorda o corpulenta. Las casadas se afeitan las cejas y se pintan los dientes de negro, lo que las desfigura mucho.
+Sucede en el Japón, como en otros países, que en punto a cualidades, las mujeres son muy superiores a los hombres. Los japoneses tienen una figura muy común y son muy parecidos a nuestros indios en Colombia. El vestido no se diferencia mucho del de la mujer, pero varía según la condición o la profesión que se ejerce. El peinado del hombre es muy raro; llevan la parte superior de la frente afeitada en forma de herradura y se hacen un moñito en la coronilla.
+El japonés que se dejara crecer el pelo cerca de la frente se vería tan ridículo como una persona seria en nuestros países con rosquitas, o esos cadejos de pelo que llaman capul.
+Los japoneses, con excepción de los altos empleados y sabios, se afeitan toda la barba, pero por lo general son lampiños como todos los de su raza.
+Hasta hace pocos años no se ponían nada en la cabeza para salir a la calle, como los chinos, pero desde que les ha entrado el furor por imitar a los europeos, empiezan a usar nuestros sombreros.
+Los idzogo*, es decir, la gente del pueblo, o culíes, como los denominan en toda la India, usan unos enormes sombreros de paja muy dura acabando en punta como nuestros paraguas, y la tradicional cabaya china.
+Descrita a grandes rasgos la parte física del japonés, digamos algo de su parte moral. Desde luego es muy difícil conocerla en poco tiempo, y no quiero incurrir en el defecto que critico en mi «Introducción» a otros viajeros, hablando de todo magistralmente sin haber tenido ocasión de conocer bien el país que visitan.
+El japonés es por naturaleza perezoso e indolente; esto se observa al momento y lo indica su modo de ser y sus costumbres. A la inversa del chino, es gastador, y con tal de ganar para la subsistencia está contento y satisfecho. Escéptico por naturaleza, es hipócrita y falso, siempre está con la sonrisa en los labios aun cuando esté enojado, y si se llega a enfurecer asesina a cualquiera al son de una estrepitosa carcajada. Bajo la capa de la suavidad y dulzura encubre un mal fondo, y como el indio, es astuto, malicioso y vengativo. Así vésele con frecuencia acariciar para mejor asestar sus golpes, y aprovechar la oportunidad para ejercer sus venganzas.
+El pueblo es sobrio y no se alimenta sino de té, arroz y legumbres.
+No creo al japonés inteligente, por más que tenga facilidad para imitar y posea en alto grado la facultad de la asimilación. Los jóvenes se consagran mucho al estudio, tienen gran deseo de aprender y se desviven por saber cosas nuevas, pero son incapaces para profundizar una materia, y nunca la abrazan en su conjunto, sino que se fijan en detalles sin importancia. Esto no es lo que se llama talento; este precioso don crea, inventa y puede decirse que es una facultad especial de nuestra privilegiada raza.
+Es la mujer japonesa de carácter suave y sumamente afectuosa con el marido, jefe absoluto de la familia. Sometida y resignada con su suerte, obedece ciegamente cuanto le manda el marido, sin hacer la menor observación. Cuando joven es poco recatada, y ya hemos visto que no tiene noches de pudor, ni aquellos principios que son la base de la buena educación y de la virtud. Si debido a sus extravíos y a su mala conducta llega a tener familia, esto es una recomendación en lugar de una tacha, un aliciente en vez de un obstáculo para casarse, pues ha dado prueba de fecundidad, requisito muy importante para que encuentre novios con facilidad.
+Una vez casada es buena esposa y sabe cumplir con todos sus deberes, pero a la verdad que no es muy meritorio, pues lo hace más por miedo que por convicción o por virtud. El espectro del divorcio, que se obtiene muy fácilmente, la aterra y obliga a portarse bien.
+El marido, muy celoso de su honor, no la trata con el cariño y la consideración que se merece, y prefiere con frecuencia a sus concubinas.
+El instinto o sentimiento del amor maternal lo tienen muy desarrollado: ellas mismas crían a sus hijos, y por nada de este mundo los entregarían a una nodriza. Y lo singular es que nunca les hacen una caricia, y jamás se ha visto en el Japón que una madre le dé un beso a su hijo. Hay en esto cierta cosa que sorprende, pues parece natural que la expresión de los sentimientos fuera la misma en todas las razas y en todos los pueblos de la tierra, sobre todo en las manifestaciones del amor y del cariño. El beso, particularmente, es el sello obligado de la pasión intensa, la transfusión del fluido eléctrico del alma, la absorción de la dicha por medio de esas bombas aspirantes que se llaman labios. Si los ojos despiden fuego que incendia y abrasa el corazón, el beso comunica los efluvios, la electricidad que entona el organismo y fortifica el alma. La boca de una criatura es una flor, un clavelito, un jazmín, y si con sus pequeños labios de ópalo liba de la amorosa madre el dulce néctar que le da la vida, nada más natural que ella a su turno le manifieste con los suyos su cariño imprimiéndole un beso, puesto que no tiene otro medio, y al aspirar su delicioso aroma, le inocule al fruto de sus entrañas toda la ternura de su corazón. El beso de la madre es el rocío benéfico que alimenta esa plantita que se llama niño; es el dulce saludo matinal, el cariñoso adiós que termina las oraciones, los mimos y arrullos de la noche; es el calmante que alivia los dolores de la criatura, el cloral que mitiga su llanto, el suave paño que le enjuga sus lágrimas.
+El beso es lo primero que se pide al niño, lo primero que se da a la esposa, la última ofrenda del arrepentido moribundo a la Santísima Imagen del Señor… Es el eco del espíritu, la voz del corazón, el suspiro del alma. Es la manifestación, en fin, del amor en todos los periodos, bajo todas sus fases y, según a quien se da, es pasión o ternura, deliquio o adoración.
+¡Oh!, yo declaro que país donde no existe esta caricia, no es civilizado; sus habitantes no pueden tener grandes sentimientos.
+Y con esta observación me despido por ahora. Beso a vuesa merced la mano, señor lector. ¡Hasta la vuelta!…
+POLIGAMIA — LAS ŌKAMISAN — LAS MEKAKE — VENTA DE NIÑOS — EL EMPERADOR Y SU SERRALLO — ADOPCIÓN DE HIJOS — SEVERIDAD CON LA MUJER.
+LA POLIGAMIA NO EXISTE DE derecho en el Japón, pero sí de hecho, y, como en China, un hombre tiene cuantas mujeres puede sostener. De aquí nace que la condición de ella es lo más triste y degradante. Para la pobre no hay alternativa: o es concubina o esclava.
+Desde luego el japonés, como el chino, siempre tiene una mujer considerada como la legítima, la ōkamisan, y naturalmente es la preferida; goza de algunas consideraciones y tiene voz y mando en la casa, pero como el marido puede divorciarse de ella con la mayor facilidad, su suerte es penosa y precaria. Además, con el fin de asegurar sucesión y dejar herederos, alquila varias jóvenes que viven en la casa y participan de sus favores. Estas desgraciadas se las conoce por el nombre de mekake, y se hacen pagar de 5 a 20 yenes mensuales, lo que equivale de 4 a 16 pesos, y por cierto no son caros sus servicios. Forman las mekake parte de la familia, y sus hijos gozan de los mismos derechos que los legítimos. Las leyes suntuarias fijaban el número de concubinas que podía tener cada hombre según la clase a que perteneciera; por ejemplo, los dairi tenían derecho a 8, los daimios a 5, los samuráis a 3 y a los hombres del pueblo, llamados villanos, no se les concedía ninguna.
+El mikado tiene además de su esposa 12 mekake escogidas entre las jóvenes más hermosas de la aristocracia, y sólo llevan por sus servicios 50 pesos mensuales. El emperador les concede sus favores alternativamente, y el primer niño varón que nace viene a ser el llamado a sucederle en el trono. Como se comprenderá, esto da margen a celos entre las mekake, que de continuo imploran a sus divinidades para que manden la muerte a los hijos de la emperatriz y vuelva estériles a sus rivales. ¡Triste consecuencia de la inmoralidad! ¡Cómo reduce la mujer a la condición de un animal! ¡Cómo la degrada, y mata en su corazón hasta los sentimientos más naturales!
+La servidumbre del Palacio se compone toda de mujeres, y ningún hombre puede penetrar en su recinto. Hacen el servicio más de 400 mujeres, cuya conducta debe ser intachable, pues el menor desliz, la menor debilidad femenil les acarrearía la muerte.
+La miseria es en el Japón, como en casi todos los países, la causa principal de la perdición de la mujer. Los pobres que no tienen medios para educar a sus hijos, y esta es casi la totalidad de la gente obrera, los venden a cualquier persona, que hace de ellos lo que le parece.
+El número de niños adoptivos en el Japón es considerable; los traficantes los crían hasta que tienen cierta edad y, entonces, a los varones los hacen trabajar y a las hembras las venden como si fueran una mercancía.
+Lo curioso es que en un país donde se practican actos semejantes, en donde la depravación es tan grande y se ha reducido a la mujer a una condición tan degradante, la ley es muy severa con ella y la trata con un rigor incomprensible. ¡Desgraciada la mujer que infringe cualquier disposición de los reglamentos de Policía! En el acto se le castiga, se le imponen multas, se le reduce a prisión o se le manda azotar en las plazas públicas.
+Si la esposa es infiel, tiene pena de la vida y se ejecuta la sentencia sin compasión alguna, con el mayor rigor.
+En medio de todo hay una cosa que es justa, y debiera imitarse en los demás países: el marido mata al seductor, y si se venga de uno solo de los culpables y deja impune al otro, se expone a la vindicta pública, que en este caso lo considera como asesino.
+El marido dispone a su antojo de todos los bienes de la mujer, y en caso de esterilidad o incapacidad para manejar la casa, puede repudiarla a su voluntad y divorciarse inmediatamente.
+He aquí bosquejada en breves rasgos la suerte de la mujer en esta parte del Oriente. No es posible que con semejantes costumbres pueda haber hogar, ni familia, ni felicidad doméstica. No es posible tampoco que en una nación de esta clase puedan existir las virtudes, que son el fundamento del bienestar social. Puede decirse con toda propiedad que el barómetro para juzgar de la civilización de un país es el puesto que ocupa la mujer, el grado de consideración que se tiene por ella y la condición o el papel que desempeña en la sociedad. Para el hombre ilustrado, para todo el que sigue la corriente del siglo y profesa los grandes principios civilizadores, tanto los turcos como los cipayos, los chinos o los japoneses, todos, todos estos pueblos del Extremo Oriente nos parecen bárbaros, por la humillante condición a que han reducido la más bella e interesante parte de la humanidad. Todos los habitantes de estas comarcas viven como los animales, sumidos en todos los vicios y en completa degradación.
+El viajero que las visita se contrista y aflige, y al mismo tiempo cobra una gran admiración por nuestra raza y nuestros países. ¡Gloria a nuestra Religión, a esa sublime doctrina cristiana que, subyugando las pasiones brutales, ha reivindicado la posición de la mujer en las modernas sociedades! ¡Loor eterno al adelanto moral de nuestra época, que ha hecho de la mujer no sólo una dulce compañera, sino el ángel del hogar y el encanto de la sociedad y de la vida!…
+DIFICULTADES Y PREPARATIVOS — GUÍA — EL TŌKAIDŌ Y EL NAKASENDŌ — PARTIDA — LOS KURUMABIKI — POSADAS Y HOTELES — ALIMENTOS — LA NOCHE — PERIPECIAS.
+NO BASTA CONOCER LOS PUNTOS del litoral, los puertos ni la capital de un país. Para formar idea completa debe salirse de los centros de población, penetrar en el interior y vivir entre sus moradores, para conocer sus costumbres, siquiera sea las principales. Deseando hacer una excursión, le comuniqué mi proyecto al dueño del hotel, pidiéndole todos los informes necesarios para emprenderla sin riesgo y con las menores incomodidades posibles. No dejé de tocar con algunos inconvenientes y dificultades: en primer lugar, era preciso conseguir un pasaporte, pues nadie puede internarse sin este requisito; en segundo, era indispensable buscar vehículo, no habiendo otro medio para estos viajes que los dichosos carruajes de mano, los jinrikishas. En el Japón no hay caballos, este animal tan noble y tan útil al hombre. En las ciudades se suelen ver unos caballitos importados de la Corea, pero no sirven para montar, y sólo se emplean para carga.
+Consultando sobre todo esto con el dueño del hotel, me aconsejó dirigirme a mi ministro, como hacen todos los extranjeros. Yo le contesté que no tenía ministro, ni siquiera cónsul, lo que le causó suma extrañeza.
+De repente me acordé que llevaba en mi cartera una carta de Lee Setlle, ministro americano en el Perú, para su colega en la China, y resolví presentársela a míster Seward, que desempeñaba la legación en el Japón. La carta estaba redactada en términos tan lisonjeros que fui perfectamente acogido, y el señor Seward me recibió con la mayor amabilidad y cortesía. No sólo me consiguió el permiso que se necesitaba, sino que se tomó el trabajo de hacerme un itinerario para mi excursión, y me mandó un hombre de confianza para que me acompañara. No es esta la primera vez que he recurrido en mis viajes a la autoridad o representante del Gobierno de los Estados Unidos: en mi primer viaje a China, cuando fui atacado en Xiamen, el almirante americano que mandaba la fragata Vandalia, surta en el puerto, me salvó, dándome protección con sus marinos. En otra ocasión, el venerable míster Caleb Cushin, ministro en Madrid, me prestó un gran servicio. ¿Qué hubiera sido de mí, pobre suramericano, que he tenido el arrojo de internarme en estas regiones, si no hubiera encontrado este apoyo? Séame permitido consignar en estas páginas la expresión de mi reconocimiento a los representantes de esa gran nación.
+Una vez con mi permiso en el bolsillo, el hostelero me consiguió dos carruajitos con sus correspondientes jaladores, uno para mí y otro para llevar una maleta de ropa y algunos comestibles para el camino.
+El itinerario era partiendo de Kioto ir hasta Osaka, tocar en Kobe y dar la vuelta por Yokohama. Dos caminos podía tomar: el uno por Tōkaidō, es decir, por la orilla del mar, y el otro por Nakasendō, o sea a través de las montañas.
+De estas dos vías, la primera es la más frecuentada: hay muchas poblaciones a cada paso, y naturalmente toda clase de recursos. La otra está casi desierta, desprovista de todo, pero en cambio es más pintoresca, y conduce directamente a las provincias de Ōmi y Minō, las más ricas de todo el país, en donde se encuentra el gran lago de Biwa. Además, por estos parajes nunca han transitado extranjeros, están vírgenes, digámoslo así, de contacto exterior, y por consiguiente es el Japón puro o propio, donde mejor se pueden estudiar las costumbres del país.
+Todo esto me halagó, y me decidí a tomar esta ruta, saliendo de Tokio, como un gran bebé, en mi jinrikisha, acompañado del kurumabiki, mi caballito humano, y seguido por el otro con mi equipaje y el necesario fiambre para el viaje. Componíase este de varias latas de conservas y algunas botellas de vino y cerveza en previsión de la parte bucólica. De nada se goza, ni nada hay agradable cuando se está con el estómago vacío.
+Más de dos horas tardamos en salir de la ciudad; los arrabales son interminables, y a cada paso se detenía Ito, que así se llamaba mi jalador, a descansar y tomar un trago. Al fin salimos de los suburbios y entramos en los alrededores, que son muy pintorescos. Por todas partes se veían casas de campo, huertas con toda clase de árboles frutales, jardines, etcétera, y pasé toda esta parte del camino muy distraído e interesado con todo lo que veía. Al cabo de un rato perdimos la ciudad de vista y nos internamos en un bosque, en un camino quebrado, lleno de subidas y bajadas que me fatigó extraordinariamente. Varias veces el cochecito estuvo a punto de volcarse, y los repetidos vaivenes que daba al pasar por las cuestas me tenían molidos los huesos.
+Eran ya las doce del día, y no habiendo tomado más que un ligero desayuno antes de salir, me sentía con hambre, y fue preciso hacer una parada. Ya habíamos andado como dos ri, es decir, unos ocho kilómetros. Ito, mi jalador, con tanta libación parcial que había tomado, estaba medio jalado, y ya era tiempo de que almorzara, y con el alimento se le disipara la juma, a riesgo de que en uno de los malos pasos me dejara reyado en el camino.
+Nos detuvimos en el primer torii —pórtico de templo— que encontramos; me bajé, y le dije a Ito que me mandara a preparar alguna cosa para comer. Al cabo de un buen rato me trajeron un plato de gozen, especie de sopa de arroz que no pude pasar, y un poco de daikon, tajadas o nabos crudos detestables. Con esto no podía satisfacer mi apetito, y fuerza fue abrir una lata de hígado —paté de foi gras—, con lo cual, y una taza de té, me refocilé un poco. Encima de esto me tomé un gran trago de buen Hennessy tres estrellas, y ya me sentí otro hombre, dispuesto y listo para continuar la jornada. Lo que sobró de la lata se lo di a Ito y al compañero para que lo probaran. Haciendo muchos gestos comieron un poco, pero en el acto sintieron náuseas y lo arrojaron como si hubiera sido un vomitivo o un veneno. Esto de los alimentos es lo más raro; nada puede calificarse de bueno en sentido absoluto, y el hombre no gusta sino de aquello con lo que lo han criado desde la infancia. Para nosotros un buen ajiaco, una suculenta mazamorra, es lo más exquisito, sobre todo en un viaje, mucho más saboreada que la soupe bisque de los franceses, o la mock turtle de los ingleses. Un japonés no podría pasar estos deliciosos platos, y se goza más con su abominable gozen que con cualquiera de nuestros mejores manjares. Para que se les sentara el estómago les di un traguito de brandy, pero les quemó el garguero, y al momento lo arrojaron por boca y narices, y hasta por los ojos. En consecuencia, quedé escarmentado para no volver a obsequiarlos con mis cosas, tanto más, cuanto que creyeron que yo les había dado ipecacuana y una bebida especial para que se trastornaran. El japonés es siempre desconfiado, y no pueden hacérsele esas pequeñas atenciones que solemos tener en Occidente con nuestros servidores.
+Pasado este incidente, nos pusimos en marcha otra vez, y al cabo de unas horas llegamos a un punto que llaman Okegawa, situado en el límite de la concesión a los extranjeros, en donde pasamos la noche.
+En el Japón, como en nuestros países suramericanos, donde no hay gran movimiento comercial ni mucha afluencia de extranjeros, los hoteles sólo se encuentran en los centros, en las principales ciudades, y en el interior, en los caminos, no hay sino una que otra casa llamada venta, o fincas particulares donde bondadosamente le reciben a uno, y le dan posada, es decir, que puede pasar la noche y hasta tomar alimentos, según la amabilidad y los sentimientos hospitalarios del dueño.
+La casa donde nos alojamos pertenecía a esta última categoría, según me explicó Ito, y se comprendía al momento en el modo franco y decente como me recibieron. ¡Qué contraste con la China! ¿Cuándo iba un viajero a encontrar una acogida semejante? A pesar del contacto que han tenido con extranjeros por tantos años, nadie se aventuraría a una excursión al interior, pues no hay seguridad, y además son adustos: nos consideran como diablos y nos tienen terror.
+La casita era preciosa, parecía un chalet suizo, y el cuarto que me dieron, con sus costados —ya he dicho que las casas no tienen paredes— de fina laca de diferentes colores, bruñida y reluciente que parecía espejo, era lo más bonito que se puede imaginar; sentéme sobre mi maleta, y quedé instalado en mi jaulita perfectamente. El aseo extremado y la sencillez en todo no pueden menos de sorprender agradablemente al viajero.
+Al llegar le había dicho a Ito que me preparara una cenita, y saqué dos latas, una de ostras y otra de espárragos, para refuerzo en caso necesario. Al poco rato vino a avisarme que ya estaba servido, y me hizo pasar a un corredor en donde me había arreglado con una tabla una especie de mesa. Allí encontré a la patrona, un niñito y a su futura cuñada, según me dijo el intérprete, que ya se había informado de todo. Era esta una joven que apenas rayaría en los quince abriles: linda, con un par de ojos como dos luceros, y aquella mirada suave y tímida, que tanto encanta, de la inocencia; la dueña, joven todavía, tenía un aire muy simpático, y me llamó la atención la blancura de sus dientes, lo cual es una rareza en una mujer casada, pues generalmente al contraer matrimonio se los pintan o tiñen de negro, y se arrancan las cejas, lo que es una barbaridad. Toda la familia, con la sonrisa en los labios, me acompañó durante toda la comida, observando mi fisonomía, mi traje, y sobre todo los utensilios, como el tenedor y cuchillo, que les llamaron mucho la atención. Por más que la patrona se esmeró en servirme sus manjares más exquisitos, yo no pude pasar bocado, contentándome con un poco de arroz y mis conservas europeas. Desde luego, cuando se tiene hambre no queda uno satisfecho si no toma algún buen caldo, un buen plato de sopa, y sobre todo la carne es indispensable, hace una falta extraordinaria, pero ¿qué hacer?, hay que amoldarse a las circunstancias, no hay remedio.
+Terminada la comida, yo sentía en el alma no hablar japonés, pues de seguro habría pasado una soirée en grata conversación con la patrona y su familia, pero no hablando el idioma no nos podíamos quedar mirándonos las caras y sonriendo, y así es que me retiré a mi aposento. Antes de hacerlo le dije a Ito que podía comerse el resto de las ostras que dejé, pero les echó un vistazo y por el gesto que hizo comprendí que no le había halagado mucho mi ofrecimiento.
+Mientras duró la comida yo no pude prescindir de hacer reminiscencias de las posadas de mi país, y hacer comparaciones. Recordaba aquellas ventas en donde lo reciben a uno por favor, y que son lo más detestable del mundo. Aquellos ranchos con el suelo sucísimo y lleno de hoyos, con las paredes adornadas de viñetas del Correo de Ultramar, o La Ilustración; con calabazas colgando de las vigas, y costales de arroz o mazorcas de maíz en las esquinas, en vez de los elegantes jarrones de porcelana japonesa; con rejos engarzados en algún cacho en vez de algún objeto de arte, y los mugrosos peones y la gente que rodea por todas partes. No podía olvidar aquellas mesas con manteles llenos de manchas, aquellos platos de los tiempos primitivos de la cerámica, cazuelas de barro lo más ordinario, y los tenedores con sólo dos dientes y el mango de cacho zafándose, y los asientos de baqueta desfondados, y lo que es peor todavía, esos perros sarnosos sentados al lado, erguida la cabeza y fija la vista en los alimentos, codiciándolos con la mirada, y listos para arrebatar de una tarascada, al menor descuido, la presa de los platos. Y para completar el cuadro, aquellos mendigos cubiertos de harapos, como centinelas en las puertas, exhibiendo sus úlceras para servir de aperitivo e implorando sin cesar una limosna. ¡Oh, qué espectáculo! Y todo esto, si es de noche, al lado de la pirámide que ha formado el peón con las monturas, aspirando los vapores que despiden las enjalmas, los sudaderos y demás adminículos, que por cierto no es ámbar, ni sándalo, ni esencias orientales.
+No puede darse una cosa más horrible y nada he visto más desagradable.
+Basta de comparaciones; volvamos al cuarto, en donde ya mi buen compañero estaba haciendo los preparativos para que pudiera pasar la noche. Púsome en el suelo un petate, mi manta de viaje en forma de almohada, y una colcha para cubrirme. Muerto de cansancio me acosté, y al poco rato me dormí hasta la mañana siguiente.
+PLANTACIONES DE TÉ — AGRICULTURA — SAKAMOTO —EL CHADAI — UN VOLCÁN — GRUTA DE LOS LOCOS — KOMURO* — SUPERSTICIONES.
+MUY TEMPRANO NOS PUSIMOS en camino, habiéndose encargado Ito en arreglar la cuenta del hotel y hacer todos los preparativos. Antes de que rayara el sol ya estaba en mi butaca portátil, andando a toda pata —la del jalador— por entre selvas y prados pintorescos.
+El terreno desde allí es todo plano y presenta un aspecto parecido al de las sabanas o pampas americanas. A un lado y otro del camino se veían sementeras, pues el Japón, como la China, está todo cultivado y la agricultura muy adelantada.
+El guía me hizo notar que todas las matas que veía a la derecha eran de arroz y las de la izquierda la planta del té, cubiertas de florecillas blancas. Cada año hay dos cosechas de arroz: una en la primavera y otra en el otoño.
+Cultivan igualmente una planta, especie de lilácea Camassia esculenta, cuyas hojas son preciosas y cuya raíz la comen mucho los japoneses y reemplaza la papa.
+De cuando en cuando se ven algodonales, la planta conocida en botánica con el nombre de Gossypium indicum, toda cubierta de copos blancos.
+Este día terminamos temprano la jornada, pues hicimos pocas paradas, y pronto llegamos a Sakamoto, pequeña población de unas 12.000 almas, situada, como si dijéramos, a la entrada del monte. Aquí no estuvieron tan amables los hosteleros: no me permitieron entrar hasta que no les presenté el pasaporte, y lo llevaron a la oficina de Policía para ponerle el pase o «visa» indispensable. Luego que se llenó esta formalidad, me exigieron lo que llaman el chadai, especie de propina que se da adelantada a los mozos del hotel como estímulo para que sirvan bien. No dejó de parecerme un poco rara esta costumbre; compréndense los pourboire que se dan en Francia a los sirvientes, como gratificación o propina después de que han servido, pero no antes, como aliciente para que cumplan con su obligación. Después de una noche toledana, pasada sin poder dormir, y en la cual hasta tuve la sorpresa de ser obsequiado con un concierto por mis paisanitos los mosquitos, y recibir como recuerdo de la patria sus finas caricias, madrugamos mucho para empezar nuestra tercer jornada.
+Desde el principio el camino es quebrado, una sucesión de cuestas, subidas y bajadas, y me causaba pena ver al pobre Ito y al compañero echando los bofes para jalar el jinrikisha, ora sujetándolo de un modo, ya conteniéndolo de otro, para dominar las sinuosidades y evitar un accidente. Sólo la necesidad puede hacerle a uno viajar de este modo, pues nada más repugnante que ver al hombre sufriendo esas fatigas y convertido en una bestia. En esta ocasión experimenté la misma dolorosa impresión que cuando allá en la montaña del Quindío tuve que atravesarla cargado en la espalda de un pobre hombre, y cada vez que he visto en nuestros caminos a los infelices indios, hombres, mujeres y hasta niños, cargando moles enormes por entre breñas y precipicios, abrumados por pesos que no pueden resistir las mulas. A la verdad que no es natural ver a la humanidad reducida a semejante condición.
+Dura y penosa fue la ascensión de la escarpada montaña; varias veces estuvo el carruaje a punto de volcarse y yo expuesto a quedarme en el camino, pues ya los conductores estaban cansadísimos y agotadas sus fuerzas.
+Al fin, después de la terrible jalada, llegamos como al mediodía a la cima de la montaña sanos y salvos, y el espectáculo que se nos presentó a la vista compensó las fatigas de la mañana.
+Para un viajero como yo, pocos serán los espectáculos de la Naturaleza que no he presenciado: los sitios pintorescos de la Suiza y los Pirineos; los bellos paisajes de Italia y Escocia; las imponentes cascadas, los majestuosos nevados, los aterradores volcanes de América, y sus lagos y sus ríos, sus pampas y sus desiertos; las misteriosas pirámides y esfinges, obeliscos y dólmenes de Egipto; los poéticos paisajes de Palestina y los Lugares Santos, con sus sicómoros y minaretes, mezquitas y santuarios, en donde a las bellezas de la Naturaleza se juntan los dulces recuerdos de la sagrada historia y, en fin, el panorama que presentan esas gigantescas montañas de la India, cuyas cimas, envueltas en un manto de crespón blanco, no dejan de distinguir si es la tierra que se lanza hacia el cielo, o el cielo, que desciende sobre la tierra para estrecharla en fraternal abrazo. Ya estas no son vistas; parecen visiones, cuadros feéricos que traen a la imaginación la lucha del Caos con la Creación y hacen comprender la grandeza del Supremo Hacedor del mundo. Confieso, sin embargo, que el panorama que tenía a la vista me encantó. El tiempo, que hasta entonces había estado encapotado, de repente aclaró, recogiéndose las nubes como un telón, como un cortinaje que se alza para despejar todo el horizonte. A los pies, en el fondo, se extendía una gran llanura hasta las orillas del mar, iluminada por los rayos del sol. A un lado y otro teníamos hileras de montañas en forma de círculos concéntricos; árboles inmensos, cubiertos de hojas y flores de variados colores y matices, cubrían las sinuosidades, dejando en claro algunas rocas que se destacaban por encima, produciendo un efecto muy pintoresco y trasluciéndose a través de las ramas arroyuelos cristalinos que se deslizaban suavemente por entre las rocas causando un murmullo dulce y apacible.
+En la propia cúspide está la afamada gruta en donde, según la tradición, cierta diosa dio a luz un ilustre guerrero cuyas hazañas han perpetuado las leyendas. Allí está una ermita para conmemorar el suceso, y todos los años vienen una infinidad de peregrinos a visitarla y a rogar por su alma, la cual creen ha tomado la forma de un ave que se está cerniendo constantemente sobre estas alturas.
+Una vez vista la gruta y tomado resuello, emprendimos la bajada, y al cabo de una media hora llegamos a Chinawo, en donde se halla el gran volcán llamado Asamayama, que tiene una altura de 2.600 metros. En varias ocasiones ha hecho erupción, causando estragos terribles y destruyendo varias poblaciones.
+El guía estaba empeñado en hacerme subir hasta cerca del cráter, pero, francamente, tuve miedo y no quise acceder a sus deseos. Esas gracias de algunos viajeros nunca las he comprendido; me parecen rasgos atrevidos que a veces suelen costar muy caro.
+Resolví, pues, seguir el camino hasta engolfarnos en una garganta de tierra estrecha, en el fondo de la cual se oía el ruido de una cascada que se precipitaba. Pronto llegamos al lugar donde estaba, y allí hicimos otra parada para ver una gruta natural que está junto al torrente. Nada de particular tiene la tal gruta, y lo único que se ve son unas pocas estatuas de piedra toscamente labradas, que representaban, según me dijo el intérprete, «los dioses que protegen a los locos y a los idiotas». Es una creencia general que todo el que padezca algún síntoma de locura no tiene más que venir a la cascada y poner la cabeza debajo del chorro, y al momento queda curado. Esta es la superstición que tiene la gente, y a la verdad no deja de ser original. Ignoro si en realidad el que tome esta ducha al aire libre recobra el juicio, pero de seguro que antes cogerá un buen resfriado. Yo quise hacer la experiencia, pero, francamente, temí que fuera cierto, y que la virtud o eficacia de estas aguas me hicieran desistir de continuar este azaroso viaje. No cabe duda de que la audacia llevada a cierto grado es un principio de locura, y que el acometer empresas arriesgadas no deja de ser un signo de idiotismo. Es muy posible que unas cortas zabullidas en la cascada tal vez me habrían aprovechado.
+Es cosa particular cómo las supersticiones son las mismas en todos los pueblos, por apartados que estén y por diferentes que sean las razas que los forman. Ideas erróneas y falsas nociones conducen en todas partes a las mismas creencias, a idénticos resultados. Esto de las poéticas y milagrosas grutas de aguas con virtudes maravillosas, que curan todas las dolencias de la humanidad, lo mismo lo creen los fanáticos y católicos rancios que los estólidos y bárbaros budistas. Los extremos se tocan: creer demasiado y no creer en nada conduce a los mismos absurdos. Cuando no hay equilibrio en las fuerzas intelectuales se pierde el fiel de la balanza de la razón humana. El justo medio está precisamente en lo que tiene lógica explicación, en lo que es racional, y no en creer lo que no es natural, paparruchas absurdas.
+ANIMALES — FAUNA — SERICICULTURA — CAQUI — WADAYAMA — LAGO SUWA — ESTACIÓN TERMAL DE SHIMOSUWA — KIZUGAWA — LLEGADA A MAIBARA.
+AL SALIR DE LA GRUTA TOMAMOS a la derecha la senda que conduce al pueblo de Oiwake, adonde llegamos a la caída del sol; allí pasamos la noche en un hotelito de mala muerte, repitiéndose la misma escena con cortas variantes de las otras posadas.
+A la mañana siguiente, muy temprano, nos pusimos en camino, atravesando campos muy bien cultivados y una porción de sementeras de arroz, viendo por vez primera una recua de toros que parecían búfalos, por el estilo de los carabaos de Filipinas.
+Ya he dicho que en el Japón no hay caballos, y lo más particular es que tampoco se conocen los asnos, ni las cabras, ni los conejos, siendo muy raros los animales domésticos. Y los pocos que hay no sirven ni son útiles como en los demás países; el perro, por ejemplo, con su cara de dragón y sus ojos saltones, no sirve para nada, casi siempre está metido en su jaula como una curiosidad. El gato es horrible, con los ojos saltones igualmente y sin cola. Lo único que tienen son aves, diversas clases de gallináceas con plumajes preciosos, y lindos pajaritos; las jaulitas de marfil en que los crían son primorosas, verdaderos objetos de arte.
+La fauna de mamíferos es muy pobre; el único animal feroz que se conoce es el oso. En los montes suelen verse ciervos y monos sarus —Macacus speciosus—, faisanes, nutrias, y a las orillas de los ríos infinidad de animalitos de la clase palmípeda.
+Nuestros cereales creo que no los cultivan los japoneses, al menos el trigo y el maíz, pues sólo se ve una que otra sementera en los alrededores de las grandes ciudades, y parece que son extranjeros los que se dedican a este cultivo.
+Lo que sí está en el Japón más adelantado que en ninguna otra parte es el cultivo de la morera, y lo que se llama sericicultura es la industria más importante del país.
+El modo de criar los gusanos de seda es muy curioso: los colocan en una pieza muy bien ventilada, con cortinas para impedir que penetren los rayos del sol, y los huevos se hacen brotar por medio del calor artificial. Hay un huevo especial, el yamamaya, que produce al aire libre. Las madejas de seda cruda las tiñen de azul antes de darlas a la venta.
+La flora japonesa es muy deficiente, sobre todo en árboles frutales, y casi todos son originarios de la China. La única fruta que se da en el país es el caqui, y la planta que la produce —Diospyros— pertenece a la familia de las ebenáceas, de donde se saca la madera del ébano.
+Después de atravesar unos bosques inmensos, flanqueamos la montaña conocida con el nombre de Wada, y al poco rato concluimos la jornada llegando a Shimosuwa. Hállase esta ciudad al pie de una colina, cerca del lago Suwa, y es un lugar encantador, un verdadero oasis en medio de esta cadena de montañas.
+Aquí pude visitar una estación termal de las más importantes del país; por todas partes brotan fuentes minerales, y recogen el agua en unas grandes albercas o piscinas para que se pueda bañar la gente. A la orilla se agrupan hombres, mujeres, niños, todo el mundo, con un candor digno de los primitivos tiempos, esperando cada cual su turno en el sencillo traje de nuestro padre Adán, y permaneciendo en esa actitud hasta que pueden darse su baño con toda comodidad.
+Continuamos nuestro camino sin detenernos hasta llegar a Shiojiri, en donde se nos informó que acababa de incendiarse el hotel principal, y que el otro que había en el pueblo estaba lleno, todo ocupado por viajeros. Con esta desconsoladora noticia corríamos riesgo de pasar la noche a la intemperie, pero el guía tuvo la feliz idea de llevarme a la estación de Policía. El jefe de la oficina, a quien presenté mi pasaporte, estuvo muy atento, y compadecido al ver que no encontrábamos alojamiento, nos propuso candorosamente que fuéramos a dormir a una djorea, proposición que agradecí debidamente, pero la cual no creí conveniente aceptar. Por último, no nos quedó más recurso que regresar al hotel y pasar la noche en el corredor lo mejor que pudimos.
+Antes de amanecer ya estábamos en marcha otra vez, pasando mil trabajos en el cochecito, pues el camino estaba lleno de riscos y tan malo que fuerza fue bajarme y andar a pie un gran trecho hasta coronar la cima de la montaña, el Toriyama, o sea «la montaña de los pájaros». Calcúlese por el nombre cómo será de difícil trepar por estos desfiladeros.
+En la propia cúspide hay otra ermita, o templo budista, con una enorme estatua de un guerrero, sobre una base de piedra llena de inscripciones relatando las proezas del héroe.
+El río Kiso, el más caudaloso del Japón, toma su nacimiento en esta montaña, y va a desembocar en el Pacífico.
+El camino va por toda la orilla, y después de andar varias horas llegamos a Ōta, pequeña población en donde nos detuvimos para almorzar.
+A medida que adelantábamos se observa que el río iba ensanchándose, pues parece que le van entrando varios riachuelos, y cuando llegamos a Minoya toma las dimensiones de un verdadero lago, teniendo que atravesarlo en una barqueta, exactamente como se hace en nuestros ríos de América. Las márgenes son bellísimas; el río, encajonado entre las verdes colinas, parece una faja de plata en un lecho de esmeralda, y en esta época del año, el otoño toma todos los colores del arcoíris.
+Los matices de las hojas varían al infinito, desde el verde pálido, rayando en azul plateado, del bambú, hasta los sombríos tintes del cryptomeria, y el dorado amarillo de las hayas indígenas. En China las flores no tienen olor alguno; en el Japón es todo lo contrario, son lo más aromáticas y despiden perfumes exquisitos. Toda la senda que atravesaba parecía un jardín y estaba literalmente embalsamada con los aromas que exhalaban a un lado y otro las corolas de las paulownias, los pétalos de las camelias y los cálices de las rosas y azucenas. Era una atmósfera verdaderamente embriagadora.
+La vista del río era preciosa: veíanse bajar las balsas por en medio, majestuosamente; canoas a la orilla tiradas por cables, y de cuando en cuando algún bote lujoso, especie de góndola, conduciendo alguna familia rica, al son de los timbales y fuegos artificiales, arrojando al agua papeles colorados para implorar protección de sus dioses.
+Después de pasar la llanura y dar la vuelta a la última colina, llegamos a la ciudad de Maibara a orillas del lago Biwa.
+SU ORIGEN — INCENDIO DE 1879-80 — LEYENDA DE LA HIJA DEL DAIMIO — LA FLOR DE EDO — CAMPANAS DE ALARMA — BOMBEROS — LOS GODON — ACTITUD DE LOS JAPONESES DURANTE LOS FUEGOS.
+POCAS CALAMIDADES HAY más terribles que los incendios en las ciudades, y la frecuencia con que se repiten en el Japón bien merece que les dediquemos un pequeño capítulo. Hasta la manera como se conduce un pueblo en las desgracias que sobrevienen a sus habitantes da idea de su índole y sus costumbres.
+Desde luego, fácil es comprender que en poblaciones donde todos los edificios están construidos de madera resinosa; donde en lugar de piedra y ladrillo no se emplean sino tablazones en vez de hierro, varas o cañas de bambú en vez de teja, paja para los techos, y en vez de vidrio, cartón o papel, es decir, todas las materias más combustibles; en ciudades construidas así, claro es que los riesgos de incendio son grandísimos, y nada de raro tiene verlas con frecuencia inducidas a cenizas.
+Además, en las grandes capitales, como en Tokio, los incendiarios tienen un gran incentivo: pegar fuego a las casas para robar es una industria criminal que ejerce mucha gente, en medio del desorden y de la confusión que produce siempre una conflagración de esta clase.
+Es durante el invierno particularmente cuando tienen lugar la mayor parte de los fuegos: el frío intenso, la desnudez, la miseria, triple calamidad, todo esto junto induce a los desgraciados a incendiar los edificios con la esperanza del robo y el saqueo.
+En el verano, por lo general, un incendio se circunscribe a unas cuantas casas, y se apaga con facilidad, pero en invierno, durante los fuertes vientos que soplan, los tifones, nada hay que pueda contener la rapidez con que se extienden los fuegos, y en pocas horas devoran edificios, calles, barrios enteros como si fueran paquetes de fósforos, pereciendo infinidad de gente. Y nadie está seguro, porque los cambios atmosféricos son tan bruscos que en breves momentos el viento recorre todos los puntos del compás, y tal persona que al principio se creía libre del azote, de repente ve su casa destruida, presa de las llamas.
+Sabido es que en el invierno de 1879 una gran parte de la ciudad de Tokio fue asolada por un incendio, que empezó en el barrio de Surugakucho, atravesó toda la ciudad de norte a sur, y alcanzó hasta el río Ogawa, después de haber devastado una faja o extensión de más de 3.000 varas de anchura, y reducido a cenizas los barrios más comerciales y más importantes de la ciudad.
+Cualquiera hubiera pensado que allí se habría detenido, que el agua habría sido un obstáculo para que siguiese, teniendo allí el río una anchura de más de 1.800 pies, pero no sucedió así, y esto contribuyó a que hubiera mayores desgracias. Muchas familias, imbuidas en esta creencia, buscaron refugio en el puente de piedra colocándose en la otra extremidad, pero todo fue en vano, las llamas, retorciéndose como inmensas serpientes, en un momento dominaron todo el puente, y extendiéndose hasta el otro lado dieron cuenta de todos. Se asegura que perecieron más de 2.000 personas, hombres, mujeres, niños, quemados vivos, y otros que se arrojaron al agua se ahogaron también del modo más horrible. Todo el puente vino abajo, y las vigas incendiadas al caer en el río arrojaban una luz lúgubre y siniestra sobre esta escena espantosa. Este incendio destruyó más de 12.000 edificios, y perecieron muchísimas personas.
+Hace como medio siglo ocurrió un incendio terrible, y a propósito de esa calamidad refieren los japoneses una anécdota legendaria.
+Una linda joven, rica, amable, espiritual y graciosa, poseyendo, en una palabra, todas las cualidades indispensables a las heroínas, encontró por acaso un joven, y se enamoró de él locamente. Parece que el afortunado reunía todas las dotes que se requieren para hacer la felicidad de una hija de Eva, pero como no hay hombre completo en esta vida, tenía la desgracia de ser de baja extracción, de nacimiento humilde, lo cual era un grande obstáculo para contraer matrimonio con tan digna y aristocrática señora. El padre se opuso abiertamente al matrimonio, y a pesar de las súplicas y ruegos de la hija, no quiso dar su consentimiento y se manifestó inexorable. Los dos enamorados se valieron de cuantos medios estuvieron a su alcance para realizar sus votos, pero todo fue en vano, el padre de la muchacha permaneció inflexible.
+Esto pasaba allá en tiempos del feudalismo, y el daimio, irritado, resolvió deshacerse del pobre enamorado valiéndose del medio más seguro: suprimiéndole; para emplear el lenguaje moderno, dándole muerte. Así lo hizo creyendo amedrentar a la desdichada joven, pero su corazón escapaba a su tiranía, y en medio de su desconsuelo seguía consumiéndose de amor. Y como la pasión tomara cada día más creces, y se sintiera desfallecer hasta el punto de creer su fin próximo, se vistió con el mismo traje que tenía puesto el día de su primera entrevista con su amante, suplicando por gracia que al expirar la quemaran así ataviada para presentarse delante de él en la mansión celeste.
+En el templo de Asakusa se levantó la hoguera; las llamas empezaban apenas a tocar su delicado cuerpo, cuando sopló un viento muy fuerte, y arrancándole el traje a medio arder, lo lanza por encima de las casas y las incendia todas. En un momento las llamas devoran más de la mitad de la ciudad, y tan instantáneo e inesperado fue el desastre que en pocas horas perecieron más de 30.000 víctimas quemadas vivas, y otras tantas ahogadas, sofocadas por el humo y aplastadas por los escombros de las casas. Tamaña desgracia fue, agrega la leyenda, efecto de la venganza divina en castigo de la crueldad del daimio. Cuando David cometía faltas se castigaba al pueblo: los dioses del Japón, así como el Dios de los judíos, parece que empleaban el mismo sistema de justicia distributiva.
+No he podido prescindir de presentar a mis lectores esta leyenda aun cuando parezca extravagante, pero da idea del espíritu de los pueblos y revela sus curiosas nociones.
+La leyenda es original y demuestra que en todas razas y en todas partes hay grandes sentimientos. La desdichada joven es sublime en su pasión; es una Eloísa oriental, consumida por la llama del amor hacia su Abelardo, antes de serlo por las de la pira en que se llevó a cabo el sacrificio. Cuando el corazón se incendia, cuando se pierde al amante de tan trágico modo, ¿qué importa la vida, que se incendien las ciudades ni se destruya el mundo? ¡La viudedad del corazón es peor que la muerte del cuerpo, es el suplicio del espíritu y el suicidio del alma!
+Como se ve, en todos tiempos los incendios han azotado el Japón y causado estragos terribles. Parece que el peor de todos acaeció en el siglo pasado, acompañado de un terremoto espantoso, destruyendo completamente la ciudad de Edo.
+Dábaseles antiguamente a los incendios el nombre de «flor de Edo» —Edo no hana—, lo que no dejaba de ser una cínica ingenuidad. Preciso es decir que estas calamidades no aterran a los japoneses y apenas las miran con curiosidad, como una cosa muy natural. Pueblo verdaderamente infantil, diviértese con el espectáculo que presenta: las llamas les encantan, el chisporroteo que produce la madera al arder les parece que son fuegos artificiales, y hasta el desplome de los techos de las casas les causa una sensación, no diré agradable, pero sí de juego y distracción.
+Siempre que hay un incendio, todo el pueblo sale a verlo, sin pensar que tal vez al regreso se encuentren sin hogar, con la casa reducida a cenizas, y toda la familia en completa miseria y desolación.
+En cada barrio, chō, hay siempre dos enormes campanas en forma de tiara, colgadas en la punta de un palo, con una escalera para poder, en un caso dado, subir y anunciar a los habitantes el incendio. Al dar la señal de alarma, los encargados de tocar las campanas observan dónde es el fuego, y al momento toman todas las providencias necesarias. Los toques son todos diferentes, pero están muy bien combinados: así, por ejemplo, tres golpes indican el barrio o lugar donde está el incendio, y dos la zona más cercana y contigua. En un perímetro más extenso no se da más que un solo toque a intervalos regulares, y todas las otras campanas guardan silencio hasta que se ve que el fuego va tomando cuerpo y puede haber peligro.
+Todas estas precauciones se observan con el mayor orden y una verdadera disciplina, y debido a esto se logra que los incendios no hagan tanto estrago en estas ciudades, construidas la mayor parte de casas de madera y tanta materia combustible. Los golpes pequeños repetidos a prisa significan que el peligro es inminente, y son la voz de «sálvese quien pueda», de escaparse todo el mundo.
+Cada barrio tiene su compañía de bomberos, y todos ellos, por lo general, son carpinteros o ejercen alguna profesión además de ese oficio.
+Tan pronto como se declara el fuego en alguna parte de la ciudad, todas las compañías acuden corriendo al lugar del siniestro dando gritos aterradores. Van con sus jefes a la cabeza, quienes llevan las banderas pintadas con las inscripciones que les son propias indicando las corporaciones y barrios a que pertenecen. Al llegar al lugar incendiado, todas hacen prueba de su agilidad y valor, saltando a los tejados de las casas los más audaces para apagar las llamas. Sucede con frecuencia que estos fogosos héroes, envanecidos con los aplausos de la plebe, cometen la tontería o fanfarronada de quedarse en el lugar del peligro, ondeando sus emblemas, hasta que se hunde todo el edificio bajo sus pies y perecen achicharrados en medio de las llamas.
+No cabe duda que la fanfarronería y el orgullo producen muchas veces grandes acciones, pero también es cierto que hacen cometer a los hombres muchos disparates y hacen ver que el quijotismo y la bestialidad humana no tienen patria, son universales.
+Natural es pensar que en un país tan sujeto a incendios, en donde todo el mundo está expuesto a quedar arruinado el día menos pensado, se les haya ocurrido a los japoneses buscar el medio de precaverse contra ellos, o por lo menos tomar algún partido para salvar sus intereses en un caso de apuro o de peligro. La invención del godon llena hasta cierto punto este objeto.
+El tal godon, que en nuestro concepto, empezando por la palabra, es una corrupción de la inglesa godown, que suena lo mismo, y significa almacén, depósito, es un edificio construido de piedra y hierro, anexo a las grandes habitaciones, en el centro comercial. En tiempos normales los godon sirven para depositar el dinero y todos los objetos de valor, como joyas, etcétera. Todas las tardes los comerciantes guardan en cajas todo esto y a la menor señal de incendio por la noche corren a llevarlas al godon, y debido a esta precaución salvan su fortuna.
+La vista que presentan las ciudades después de un incendio es tristísima: semejan un vasto cementerio entre cenizas, descollando por encima los godon ennegrecidos por el fuego, a manera de mausoleos, en medio de un campo de ruinas y desolación.
+Tan familiarizados están ya los japoneses con esta calamidad, que no bien pasa un incendio, cuando ya están otra vez levantando las casas sobre los escombros, y en un momento reedifican todo, volviendo a recobrar la ciudad su animación ordinaria. Calcúlase que Tokio se reedifica enteramente cada siete años por término medio, y como no hay cosa que no tenga su lado bueno, estos incendios fumigan los barrios malsanos y purifican todos esos focos de infección que hay siempre donde se aglomeran las gentes y que producen las epidemias. Ahora lo que falta averiguar es si el remedio no es peor que la enfermedad para los pobres japoneses, y si no sería menos malo para ellos aguantar el desaseo de algunos barrios en sus poblaciones al azote higiénico de los incendios.
+EL LAGO BIWA — OTSU — PANORAMA DE KIOTO — PALACIO DE LOS MIKADOS — JARDINES IMPERIALES — EL GRAN BONZO — QUINTA DE TAIKO — MONASTERIOS.
+APENAS HACÍA UNA SEMANA que había emprendido mi excursión, y ya me parecía que hacía meses; apenas habría recorrido unas cuantas leguas, y ya se me figuraba que estaba muy lejos, y francamente, anhelaba regresar.
+No hay duda de que todo paseo, todo viaje, debe hacerse con un compañero que comparta las impresiones, distraiga y hasta sirva de consuelo en cualquier emergencia, sobre todo en estas lejanas tierras. El intérprete nunca suple este vacío, pues no se puede tener confianza con él, ni mucho menos esa expansión que es la válvula del espíritu, y sólo existe entre compatriotas o amigos. Así es que los viajes se hacen más pesados, y no se goza bien de lo que se ve. Además, aun cuando no haya verdadero peligro, siempre hay inquietud, cierta zozobra natural, producida por el aislamiento y la idea de encontrarse sin tener quien lo defienda en caso de un ataque o cualquier accidente.
+Al punto a que yo había llegado, habían pasado ya los lugares más solitarios, y empezaban a cesar mis temores y escrúpulos. A los bosques y montañas desiertas sucedían ahora poblaciones, lugares de recursos, y puede decirse que había ya pasado la parte salvaje y entraba en la civilizada.
+A las ocho de la noche abandoné el dichoso carruaje nacional, el molesto jinrikisha, y me embarqué con el mayor placer en un vaporcito que salía para Otsu.
+El lago Biwa es hermosísimo: tiene más de cien leguas de extensión y presenta el aspecto de un mar interior.
+Al salir, empezamos por pasar lo que en América llamamos caños, brazos de ríos, hasta entrar en el verdadero lago.
+A medida que andaba el vapor, la tierra iba desapareciendo, y dejábamos atrás las imponentes montañas que acabábamos de atravesar, iluminándolas los pálidos rayos de la luna, proyectando en el horizonte sus tétricas sombras. Parecían fantasmas que con su negro manto nos dirigían desde lejos sus últimos adioses.
+Esa misma noche llegamos a Otsu, fondeando en el puerto a las once con toda felicidad. Aquí pasó la misma escena que se ve en todas partes a la llegada de un vapor: invasión de gente que viene a encontrar parientes o amigos; empleados de Aduana, y sobre todo los impertinentes hosteleros que a todo trance se quieren apoderar del viajero para llevárselo a su casa. No me quedó más remedio que seguir la famosa teoría de dejar hacer, abandonar mi equipaje al primero que le echó mano y seguir con él a tierra.
+A la mañana siguiente, tomé el ferrocarril, y en pocas horas llegué a Kioto, la ciudad «santa por excelencia», pomposo título que siempre ha tenido, y antigua capital del Imperio.
+El hotel en esta ciudad ya es muy diferente de las posadas que acababa de ver: tiene aspecto europeo y algunas comodidades. Ya se ven camas, aguamaniles, lámparas, etcétera; en fin, está preparado para recibir extranjeros.
+El panorama de Kioto es precioso: las casas son de una estructura caprichosa, separándolas el río Kamogawa en dos grupos, y por encima se levantan torres doradas de formas rarísimas. En el centro se ven hermosos parques, en donde están los palacios imperiales rodeados de jardines y murallas.
+Allí habitaban antiguamente los daimios, esos señores feudales tan poderosos en un tiempo, y de quienes hoy apenas quedan recuerdos y uno que otro vestigio en el país.
+Quise visitar el antiguo Palacio de los mikados, que se encuentra a poca distancia, pero se me dijo que no se podía sin permiso del fu-chiji, gobernador de la ciudad. Confieso mi pecado; por no darme la pena de solicitarlo, renuncié a visitar este Palacio, que es una de las curiosidades del Japón por los recuerdos históricos que encierra. Todas las tramas políticas, todas las intrigas de esos tiempos, todo pasó dentro de esos muros, hoy en ruinas y completamente abandonados.
+No en vano le dan a Kioto el nombre de santa, pues cuenta la ciudad más de 1.000 templos en honor de Buda y de sus dioses. Lo que importa saber y definir es lo que se entiende por santo, y si la adoración de monstruos e ídolos de piedra merece ese nombre.
+En el fondo de un jardín está la quinta de Taiko, distinguido general que comenzó la guerra civil antes de la Revolución, y fue derrotado por la familia Tokugawa, la cual se apoderó por mucho tiempo del trono de los shōgun. Es un hermoso edificio de tres pisos, con columnas de madera divinamente labradas, imitando el estilo de las pagodas chinas.
+Al perder Kioto el mikado, ha quedado reducida a la segunda ciudad del Imperio, y hoy es la residencia del gran Bonzo, que habita en un monasterio. Todos lo veneran como el jefe supremo de la religión, como a un verdadero Dios. Cuando sale a la calle, todo el mundo le abre paso, se prosterna y arrodilla ante él, y las mujeres le arrojan monedas para que se digne acoger sus oraciones.
+El monasterio que habita es igual a los demás templos que ya hemos descrito. Todo se compone de ídolos, dragones y monstruos en figura de dioses. Lo charro de ellos, como lo de sus templos, sólo es comparable a lo extravagante de sus doctrinas religiosas, las cuales pasamos a exponer.
+EL SHINTŌ — CREACIÓN DEL MUNDO — AMATERASU ŌMIKAMI — DIOSES — SHŌTOKU TAISHI — BUDISMO — SECTAS DE JŌDŌ, DE MONTO* Y SHORITZU* — PARAÍSO Y PURGATORIO — CULTO — ÓRDENES RELIGIOSAS — PEREGRINACIONES — FUNERALES — SUPERSTICIONES.
+LA HISTORIA DE LA RELIGIÓN está íntimamente enlazada con las primeras manifestaciones de las razas y el origen de la humanidad, y el curso que ha seguido en los pueblos es lo único que da la clave de todo y la antorcha que puede iluminar los hechos en medio de las tinieblas que obscurecen los primitivos tiempos.
+Cada país ha tenido su sistema especial, ideas particulares, pero tanto filósofos como reformadores, todos han procedido idénticamente, y algunos, creyéndose inspirados, han creído encontrar la verdad: la religión divina.
+Regístrense los antiguos libros del Japón; estúdiense las diversas teogonías que han existido en el país, y se vendrá en conocimiento que, para poder divisar la luz en medio de este caos, es necesario hacer abstracción de la razón y beber en las impuras fuentes de las leyendas mitológicas y de los mitos tradicionales. No hay otro medio de indagar el origen de las doctrinas de este curioso pueblo.
+La faz fetichista, punto culminante donde generalmente se detienen las sociedades humanas antes de caer en el politeísmo, ha durado muy poco en el Japón o, mejor dicho, no ha existido nunca.
+La religión nacional ha sido desde un principio el shintō, que significa «Voz de Dios», siendo su principal objeto adorar el Sol, considerado como padre de las fuerzas de la naturaleza personificadas en ciertas deidades.
+Ensayemos reunir los elementos de esta fabulosa historia en el mismo orden cronológico que la presentan los japoneses, y empecemos por la relación que nos dan de la creación del mundo.
+Según sus teorías, el cielo y la tierra no estaban antiguamente separados; el caos, en forma de huevo, se componía de olas como el océano, y contenía el germen de todas las cosas. La materia transparente se elevó y formó las nubes, la parte más sutil; la otra, pesada y opaca, se precipitó con el peso, se coaguló, y al endurecerse formó la tierra. El cielo fue, por consiguiente, lo primero que se constituyó, y en su centro nació el Ser Divino. Este ser, el más perfecto y poderoso de los espíritus celestes, se cernía en los espacios por encima de la materia, y armado con una enorme espada, removió toda esta masa confusa para ablandarla, desleírla y formar más fácilmente nuestra esfera. Al retirar la espada, salió una espuma cuyas gotas, al caer, formaron las Islas del Japón. De aquí viene el nombre que les daban antiguamente: Awajishima, «Isla de espuma terrestre».
+Luego el grande espíritu se descompuso y formó dos genios: un varón y una hembra, que bajaron a la tierra, y se pusieron a caminar en dirección opuesta. Al encontra se por primera vez, la diosa dirigió al instante su palabra al dios, y este, ofendido de tanta audacia, volteó la cabeza lleno de indignación, y continuaron su paseo circular.
+A la segunda vuelta, el varón fue quien hizo avances, entregándose a las primeras caricias, y de esta unión nacieron los continentes y los mares; siguieron inmediatamente las plantas, luego los ríos con sus pescados, después los pájaros y, por último, los demás animales.
+Sus descendientes formaron la primera dinastía divina, el Kamiyonanayo, la cual abrazaba una serie de siete espíritus, cuyos reinados duraban eternamente. Venía en seguida una segunda genealogía compuesta de cinco semidioses: el Kotoamatsugami, cuyo primer miembro, Amaterasu Ōmikami, se considera como el padre de la raza japonesa; habiendo muerto todos sus hermanos, él sería probablemente quien engendró a todos los antecesores de los actuales japoneses.
+No hay ciudad donde no se haya erigido un templo a este dios, y se le adore como al verdadero Ser Omnipotente. Es creencia entre los japoneses que, mucho antes de Sink-wasi, vivió el fabuloso fundador del Imperio chino, pero esta rivalidad, en cuanto a antigüedad de las dos naciones, es ridícula, y está toda en favor del Celeste Imperio, único país del mundo cuya historia auténtica se ha transmitido fielmente desde hace muchos siglos.
+El Olimpo japonés consta de una infinidad de dioses; constantemente están los bonzos descubriendo nuevos y levantándoles templos en su honor.
+Todas estas divinidades tienen cada una de ellas atributos especiales, pero sus símbolos y emblemas son todos parecidos, casi iguales. Unas están acompañadas de animales y llenas de instrumentos; otras, según las circunstancias, tienen muchos miembros, ora sea ojos, narices, bocas, etcétera. Entre los dioses más conocidos en el Japón figuran los siete llamados de «la dicha», representados con cabezas peladas y de un tamaño descomunal.
+Pero la leyenda más original es la del Yamatobumi, o sea la Biblia del Japón antiguo, uno de los documentos más interesantes, en donde se relatan las diversas luchas que han sostenido los japoneses con los dioses autóctonos, y el modo como los expulsaron del país.
+Cuentan los japoneses, además de los dioses y las diosas, con una multitud de santos comprendidos bajo el nombre genérico de hotoke, los cuales tienen, como es natural, también sus templos especiales, y se les adora como a divinidades. Son, por lo general, o emperadores que han fallecido, o bonzos célebres, o, en fin, guerreros notables.
+Toda religión ha tenido su anunciador, su profeta, y la teología japonesa tiene también sus apóstoles, descollando entre ellos Shōtoku Taishi, cuya vida y milagros es conocida de todos en el país.
+Creemos interesante para nuestros lectores extractar algunos trozos de la traducción de algunos libros antiguos, en los cuales se narran las circunstancias que precedieron al nacimiento de aquel célebre personaje:
+«Una noche su madre lo vio en un sueño que tuvo, rodeado de rayos brillantes como los del sol, y le dirigió estas palabras: “Yo, San Grisoboratz*, volveré a nacer para enseñar al mundo, y para ello bajaré a tu seno”. Al instante se despertó, y se encontró en cinta. Ocho meses después oyó a la criatura que le hablaba distintamente en el seno, y dio a luz sin dolor alguno un hijo que llamó Mumaya-dono-osi, y después de su muerte Shōtoku Taishi. No tardó mucho el milagroso niño en dar pruebas de su piedad, pues no hacía sino rezar día y noche, sin tener más placer que la devoción».
+Como se ve, durante este periodo no existía en realidad lo que se llama religión; había muchos dioses, pero no se conocía ningún dogma, por lo menos definido, ni culto de ninguna especie, pues no pueden calificarse de tal las mojigangas de los bonzos, ni ciertas supersticiones transmitidas de generación en generación, ni ese sistema teogónico tan primitivo, sin base ni fundamento alguno racional.
+El Japón permaneció en esta situación hasta el siglo VI, cuando se introdujo el budismo en el país. Una doctrina nueva y antagonista de la antigua dio por resultado una fusión del paganismo con las creencias originarias de la India, produciendo naturalmente en un pueblo sin verdaderas creencias religiosas un conjunto de absurdos y monstruosidades.
+Desde luego los japoneses no reconocen en Buda sino un santo como cualquier otro. Considéranlo simplemente como un hotoke igual a los suyos, pero a pesar de eso han adoptado todas sus doctrinas, su moral y sus dogmas para aplicarlas a su antigua teología. Y tan completa fue la fusión, que hoy sería imposible distinguir una religión de otra, ni saber cuáles son los principios o dogmas en que no están acordes, ni cuáles son las creencias primitivas, ni cuáles, en fin, las que se han apropiado con el curso de los años.
+Esto no ha dejado, sin embargo, de crear algunas divergencias entre los habitantes, y de aquí la formación de distintas sectas. Cuéntanse más de catorce, pero en realidad son más bien escuelas filosóficas que sectas religiosas, y por eso han desaparecido con el tiempo sin dejar discípulos ni prosélitos.
+Hoy las que existen no son en realidad sino tres, y cuentan muchos adeptos; estas son: la llamada de Jōdō; la de los shōgun, cuyos bonzos guardan aún las tumbas en Nichō y Shiba, y las de Monto y Shoritzu.
+Los sacerdotes que pertenecen a la primera tienen obligación de permanecer solteros; no comen sino legumbres, y pasan todo el tiempo repitiendo esta frase, que es su único rezo, notable por su laconismo: «Yo ruego a Buda». Algunas veces la acompañan con una campanada, sin que se pueda saber lo que esto significa.
+Al lado de estos estoicos sectarios tan severos hay otros verdaderos discípulos de Epicuro: los sectarios de Monto. Estos son muy acomodaticios; verdaderos filósofos, toman las cosas de la vida como vienen, generalmente por el buen lado, y su culto no exige ni penitencias, ni maceraciones, ni tormentos de ninguna clase.
+Los bonzos pueden contraer matrimonio, y la bonza o sacerdotisa es hereditaria.
+Los discípulos de Shoritzu siguen la doctrina contraria; observan las reglas de su instituto con mucha más rigidez que los de Jōdō, y su culto es sumamente austero y penoso. Por lo general son muy intolerantes y pasan su tiempo en discusiones teológicas.
+El budismo, tal como se practica en el Japón, admite que hay un paraíso, el Gokuraku, y otro lugar que es a la vez purgatorio e infierno, llamado Jigoku, adonde van los malos después que han sido juzgados por Enma, divinidad que representan con un espejo en la mano, en el cual se reflejan todas las acciones humanas y se estampan todas las faltas que hayan cometido los mortales durante su vida. Es creencia general que las oraciones de los parientes pueden abreviar sus sufrimientos, y que una vez perdonados pasan sus almas a los cuerpos de las serpientes o los sapos, acusados de las mismas faltas o pecados que ellos. Transcurrido algún tiempo, cuando ya se cree que han purgado bien sus culpas, entonces vuelven a sus propios cuerpos y ya pueden alcanzar la dicha o salvación eterna.
+Para el japonés el culto es lo más fácil; sus creencias no le imponen prácticas religiosas ningunas. No van a los templos sino cuando les place, cuando lo tienen a bien, y eso más bien por distracción que por otra cosa; no tienen idea de los deberes que les impone la religión, y no saben absolutamente lo que es culto ni devoción. Los llamados bonzos no tienen en realidad obligaciones hacia la iglesia; no celebran oficios ningunos, ni observan las prácticas comunes a los sacerdotes; todo lo que hacen se reduce a cuidar los templos y pedir limosnas; son unos verdaderos legos sin importancia ni función religiosa alguna.
+Algunas prácticas budistas son muy curiosas: cuando algún feligrés va al templo, lo primero que hace es depositar algunas monedas en un cajón al pie de cada imagen; luego toca una campana para avisar al santo, según creen, que ha llenado esta formalidad, pues de otro modo no le atendería, y, por último, se cruza de brazos y empieza sus genuflexiones, y ya está seguro de obtener lo que pide.
+Tanto por naturaleza como por principio, el japonés es un ser indiferente, escéptico; no tiene respeto ni reverencia alguna por los actos religiosos. Una de las cosas que más sorprenden al extranjero es ver los desórdenes y las riñas que tienen lugar en los templos; allí se disputan y pelean con frecuencia, lo mismo que si estuvieran en la calle o en un mercado público. Hasta los niños no tienen el respeto debido, y se les ve jugando en el interior de ellos como si estuvieran en un parque o en un paseo cualquiera. Una de las cosas que más sorprende, y se me iba olvidando, es una manera que tienen de adorar a sus santos, y es mascar papelitos impresos con algunas oraciones y arrojar las pelotitas a las caras de las divinidades. A la verdad que es una ocurrencia divina, y considérese qué parecerá un santo de estos con toda la cara cubierta de bodoques de papel. Es hasta donde puede llegar el fanatismo y la superstición. Emplear la bodoquera para implorar la protección divina no deja de ser un conducto bien original. Sólo a los japoneses se les podía ocurrir esta clase de rezo o rezago de sus falsas nociones religiosas.
+El clero en esta nación, a pesar de las apariencias, es muy ignorante e inmoral. En otros tiempos había varias órdenes monásticas, sostenidas por los príncipes, y en los conventos se hallaban los hombres más doctos, más virtuosos e instruidos. Eran verdaderos focos de ilustración y centros de todos los conocimientos científicos y literarios, pero desgraciadamente, según dicen, los sacerdotes, tomaron muchas alas, quisieron arrogarse derechos que no les correspondían, y esto dio margen a que los señores feudales se asustaran y los miraran de reojo. En el siglo XVI, Nobunaga los persiguió de muerte, acabando con la instrucción y dejando el país sumido en la ignorancia y el atraso.
+Esta es la repetición de lo que ha sucedido en todas partes. Hecho curioso y digno de observación. ¿No serán los supuestos abusos meros pretextos de los mandatarios y magnates para deshacerse de lo que no les conviene? ¿Por qué razón la luz de la ciencia ha de ofender siempre la vista de los déspotas y tiranos?… La difusión de los conocimientos, la ilustración de las masas, no puede ser perjudicial sino a los que tienen interés en mantenerlas embrutecidas para poderlas dominar a su antojo. No es posible quitar al talento y al saber su merecida influencia; la calumnia puede entorpecer su labor, pero por más que se haga, esas palancas de la civilización tienen que dominar el mundo.
+En el Japón también hay conventos de mujeres, pero en realidad no son sino establecimientos en donde se refugian las desgraciadas, las menesterosas, o bien aquellas que se han divorciado y necesitan asilarse en alguna parte.
+Hay igualmente una clase de frailes mendicantes, los yamabushi, que van de puerta en puerta pidiendo limosna, exactamente como hacían en Bogotá antiguamente los frailes de San Diego; y, ¡cosa rara!, hasta visten del mismo modo, pero ya se van extinguiendo, y casi no se ven en ninguna ciudad.
+Examinando bien todo, el culto que realmente existe en el Japón, lo mismo que en la China, es el de los antepasados: la veneración por los que han dejado de existir, por los muertos.
+No hay casa, desde la más rica hasta la más pobre, que no tenga su altar, y siempre lo tienen con pebetes encendidos en honor de alguno de sus santos para que interceda por los miembros de la familia que han fallecido. Parece que esta costumbre les viene desde la introducción del catolicismo en el país, para que no se les tildase de practicarlo secretamente.
+En sus funerales y entierros emplean los japoneses varias ceremonias muy raras: al momento que muere una persona, lo primero que hacen es llamar a un bonzo para que le ponga al difunto un nombre con el cual se pueda presentar en el otro mundo: este parece ser un pasaporte indispensable. Luego voltean el cadáver con la cara para el norte y le ponen en la cabecera un lechón cocido y otras cosas de comer para el viaje; a las cuarentaiocho horas le afeitan la cabeza, le lavan todo el cuerpo y le cubren con un kimono blanco antes de colocarle en el ataúd.
+Cuando muere alguno de cólera u otra epidemia o enfermedad contagiosa, practican la incineración, es decir, reducen el cadáver a cenizas, lo cual es una buena costumbre.
+Hasta hace pocos años, cuando moría algún personaje, sus servidores se suicidaban para que los enterraran en la misma fosa, y ha sido preciso dar un edicto imperial mandando prohibir tan romántica como bárbara costumbre.
+He aquí expuestos a grandes rasgos el origen, el culto y las prácticas religiosas de los japoneses, pero tienen además algunas costumbres que dan idea de lo supersticioso que es este pueblo, y vamos a citar algunas de ellas.
+Cuando, por ejemplo, hay enfermo en la casa, las mujeres lo encomiendan a sus dioses, y generalmente hacen alguna promesa por el restablecimiento de su salud, siendo la más común la de cortarse los cabellos, y entre los hombres la de cortarse las uñas. Sabido es que los japoneses, como los chinos, las usan larguísimas, cifrando en esto su orgullo como signo de distinción y aristocracia.
+Cerca de Tokio hay un templo en donde se ven hileras de jarrones llenos de uñas, y una porción de cabelleras, con las cuales se podría formar una trenza de un tamaño extraordinario.
+En algunos países de América también hay costumbre en las mujeres de cortarse el pelo y hacer sus promesas cuando quieren conseguir algún objeto, y debo confesar que la he visto practicar en mi país, justamente para que el santo devuelva la salud a algún miembro de la familia. Creo, sin embargo, que lo hacen en signo de humildad y tristeza para desfigurarse, que es lo más terrible para una mujer, y no como ofrenda al santo, como los japoneses. En el primer caso se comprende la promesa, y el móvil es laudable, un bello sentimiento; en el otro, una superstición ridícula. Espero que mis lindas paisanas me excusasen esta reminiscencia, a la verdad tirada tal vez por los cabellos, pero que sin embargo ha venido muy a pelo. En cuanto a las uñas de los hombres, no creo que en mi país se las ofrenden a ningún santo, por ningún tesoro, pues saben muy bien lo que tienen entre manos para desprenderse de los bienes raíces.
+En Japón el espiritismo lo han conocido mucho antes que en Europa y las demás partes, y siempre ha tenido mucho secuaces. En todas las ciudades se ven esos charlatanes y agoreros que pretenden adivinar el porvenir evocando los espíritus.
+Para concluir este capítulo, diremos que el Japón está todavía muy atrasado moralmente, y que sus habitantes no profesan ninguna religión, en el verdadero sentido de la palabra. Es un pueblo escéptico, indiferente, incrédulo, y cuyo estado intelectual no le ha permitido penetrar en el fondo de las grandes cuestiones religiosas, ni ocuparse del verdadero destino del hombre. Su religión es un conjunto de absurdos y no se basa en moral alguna; sus sacerdotes son ignorantes, sin virtudes, y por consiguiente sin influencia alguna sobre las masas. En una palabra, es un pueblo maleado por las falsas ideas, y aunque de buena índole, incapaz de comprender los sublimes preceptos de la religión verdadera.
+Preciso es decir, sin embargo, que la Revolución ha conmovido todos los resortes de la maquinaria política y todas las fibras de la nación. La constitución social de este pueblo se ha resentido del movimiento revolucionario, y la civilización cristiana irá penetrando poco a poco, hasta que la luz del Evangelio disipe todas las tinieblas de la ignorancia y brille esplendente en todos los ámbitos del Imperio del Sol.
+LA TERCER CIUDAD DEL JAPÓN — EL MATRIMONIO — EL SANSANKU* — TEATRO Y ACTORES — KOBE — REGRESO A TOKIO.
+DESPUÉS DE VISITAR KIOTO, y visto todo lo notable que encierra esa ciudad, continué mi excursión y me dirigí a Osaka, considerada como la tercer ciudad del Japón. Su población asciende a más de 500.000 habitantes y es el centro del comercio de las provincias del Sur y del Oeste y residencia de los negociantes más ricos del país. Al momento se nota una gran animación, un movimiento mercantil extraordinario, y esto, unido a la infinidad de canales que la atraviesan de un extremo a otro, le dan un aspecto muy original.
+Tiene la ciudad como 5.000 puentes, todos de forma diferente y caprichosa. El río Kamogawa es la principal arteria, formando hacia el norte un islote en donde han construido el hotel, el único frecuentado por los extranjeros.
+Desde este punto se domina toda la ciudad perfectamente; vense las casas con sus curiosos tejados y las torres de los templos reflejándose en el agua como en un espejo, en medio de las góndolas japonesas que se cruzan en todas direcciones, deslizándose sobre la superficie del río como los cisnes en los lagos.
+Mi primera visita fue al castillo llamado shiro, convertido hoy en un cuartel. Está rodeado de una gran muralla formada con unas piedras enormes, de más de 30 pies de alto por 40 de largo, y a la verdad no se comprende cómo han hecho para mover y colocar allí esas moles inmensas.
+Al pie del castillo está la famosa fundición de cañones establecida hace pocos años, y dirigida por ingenieros ingleses.
+Tiene la ciudad un museo y un bazar por el estilo del de Tokio; ni uno ni otro encierran nada notable o que llame la atención.
+El teatro tan afamado de Osaka no tiene nada de particular; las representaciones son interminables; hay veces que empiezan a las seis de la mañana y siguen todo el día hasta la medianoche. ¿Quién podría resistir una función de estas? Los japoneses, sin embargo, van con toda la familia, y tienen la paciencia de aguantar desde el principio hasta el fin. Como es natural, allí comen y beben, pero sin moverse del asiento, mezclando los placeres de la gastronomía a las dulces impresiones de la comedia.
+Es prohibido a las mujeres representar ni salir a las tablas, desempeñando los papeles femeninos jóvenes imberbes que lo hacen divinamente.
+No falta quien asegure que los japoneses son grandes actores y que tienen un repertorio teatral muy importante, sobresaliendo en la comedia de costumbres. No es por cierto un extranjero, ignorante del idioma, el que puede juzgar de la veracidad de esta aserción. En mi humilde opinión, todos los países orientales están muy atrasados en materia de teatro, y sus representaciones son pesadísimas, inaguantables.
+Los japoneses son muy aficionados a leer en público, y parece que lo hacen admirablemente. Deléitanse, por lo general, con cuentos o trozos de historia patria, y estas funciones son siempre muy concurridas. Tal vez haya sido del Japón de donde los europeos, y particularmente los ingleses, han tomado esta moda de las «lecturas» o conferencias públicas, tan amenas o instructivas, y que en las grandes capitales hacen la delicia del público ilustrado.
+Los japoneses son muy aficionados a los ejercicios gimnásticos, y particularmente a la lucha. Con frecuencia dan funciones y se exhiben gladiadores y luchadores de primera fuerza. Durante mi permanencia en el Japón, no tuve ocasión de presenciar ningún espectáculo de esta clase.
+De Osaka pasé a Kobe, otro de los lugares que se han concedido a los extranjeros para residir, y ciudad bastante importante. Tiene una población de 40.000 habitantes y todo el aspecto de una colonia inglesa; está situada a la entrada del mar interior entre dos islas, Honshū y Shikoku, y circundada por más de 300 islotes; una maravilla de la Naturaleza.
+Después de haber recorrido toda la población, y un tanto fatigado ya de mi excursión, decidí regresar, y al efecto pasé a la oficina de la Agencia de vapores japoneses de Mitsubishi y tomé pasaje para Yokohama. El vapor que me tocó era un cascarón viejo vendido por los americanos, y al cual daban el pomposo nombre de Nagoya Maru.
+La travesía duró treinta horas, al cabo de las cuales llegamos a Yokohama, después de una ausencia de diecisiete días y haber hecho la excursión al interior más variada, más interesante y más completa que puede emprenderse en este curioso país.
+EXPOSICIÓN DE PINTURA — ESCULTURA — BRONCES — ESPEJOS MÁGICOS — PORCELANAS — ARQUITECTURA — HORTICULTURA — MÚSICA — ESCRITURA.
+A MI REGRESO A YOKOHAMA se me informó que se había abierto una exposición de pintura, y naturalmente fui a visitarla para formar una idea de ella.
+No es mi ánimo tratar aquí la cuestión compleja del arte en el Japón, ni tengo los conocimientos que se requieren para ello, ni he podido juzgar de ella por los pocos cuadros que vi en la exhibición, y que a la verdad no me llamaron la atención.
+Me limitaré, por consiguiente, a unas ligeras observaciones, sin entrar a examinar el mérito de las obras expuestas.
+Lo primero que se nota al llegar al Japón es la gracia natural de este pueblo, el gusto y la delicadeza, el sentimiento e instinto artístico que parece prevalecer en todos sus habitantes. Reconócese en las construcciones de sus casas, en el corte de sus vestidos, en los muebles y adornos, y en todo, hasta en lo más insignificante. Nada se ve chabacano, ni ordinario, ni tosco, ni de mal gusto; todo es curioso, fino y elegante. Sin embargo, entre esto, que parece innato en la raza, un signo peculiar de ella, y el arte verdadero, que consiste en sublimes creaciones, en ideales perfectos, en eso que se llama lo bello en sentido absoluto, inspiración del genio e imagen de Dios, hay una diferencia, una distancia enorme, y esto es precisamente lo que no existe en el Japón.
+Como todo pueblo oriental, gusta de lo bizarro, de lo extravagante, de lo raro. No buscan en sus cuadros la armonía en el conjunto, ni los golpes de efecto, ni esos toques o pinceladas, destellos del genio y fruto de la inspiración.
+Desconocen por completo la perspectiva, no tienen nociones de estética, e ignorando las reglas de la ciencia y los principios del arte, sus obras son siempre defectuosas.
+Un obrero, por ejemplo, fabricará un objeto precioso con la mayor habilidad, y sin embargo ignorará completamente las reglas del arte.
+Los japoneses no tienen idea ninguna de la pintura al óleo, y no saben hacer sino esos cuadros que llaman kakemonos al acuarela o con tinta de China.
+Ignorando el dibujo y sus reglas, no emplean sino los medios tintes, sin preocuparse nunca de las sombras, tan esenciales para hacer resaltar los objetos.
+No sólo no observan la armonía en el conjunto, ni la homogeneidad en los detalles, sino que desconocen las proporciones, siendo para ellos el tamaño o la dimensión de un cuadro una cantidad convencional que se puede descuidar. Por esto sus paisajes son tan extravagantes: una mescolanza de personas, animales, montañas, árboles y toda clase de objetos colocados indistintamente, sin orden, simetría ni relación alguna.
+Sabido es que el arte les vino a los japoneses de la China, y tal como lo recibieron así lo han dejado, y subsistirá siempre. Como en China, todos sus cuadros contienen las mismas montañas color azul prusia, los mismos objetos ridículos, los mismos mamarrachos.
+El Japón nunca ha tenido más modelo que la China, y desde hace siglos gira en el mismo círculo imitando todo lo de aquel país ciegamente, hasta en los defectos o las faltas que caracterizan sus obras.
+A un japonés jamás se le ocurrirá la idea de copiar la Naturaleza; trabajan siempre de memoria, sin modelo, y hasta la postura que toman para hacerlo, sentados en el suelo o de rodillas, se opone a la perfección de sus pinturas. En lo único que sobresalen, y no tienen rival, es en la reproducción de flores, pájaros, insectos, etcétera; todo esto lo imitan con tal fidelidad, con una armonía de tintes tan preciosa, que produce un colorido bellísimo y un efecto encantador.
+Sacándolos de esta especialidad, no tienen disposición para ninguna otra cosa; todos sus trabajos se reducen a monicongos, figuras extravagantes y pinturas de mal gusto.
+No menos singular es el sistema que adoptan para sus trabajos y dibujos: nunca trazan el croquis o boceto, ni delinean el conjunto como hacen nuestros artistas, sino que empiezan por arriba y continúan hasta acabar sin retocar lo que ya han hecho. Compréndese que con este sistema es muy difícil hacer una obra perfecta.
+Otra de las cosas en que son muy hábiles los japoneses es en sus bordados y obras de mano: no hay nada que se pueda comparar con sus famosos brocados de oro y plata, ni con esos bordados en seda que usan los ricos para sus vestidos.
+Las pocas nociones que tienen de escultura las han adquirido también de los chinos, pero como en el país no hay mármol, y la piedra es sumamente dura, no han podido adelantar mucho en este ramo. Lo único digno de mencionarse, y que realmente es una obra de arte, es la colosal estatua de Buda que está en Tokio. El trabajo, pero sobre todo la expresión de la fisonomía, es admirable.
+Los metales son muy escasos, y lo mismo el marfil, que lo llevan de la India. Por esta razón no se encuentran en el Japón esas esculturas primorosas que hacen en China y jamás han podido imitarse en Europa.
+En materia de bronces hay preciosidades, y los antiguos son tan buscados que ya es muy difícil conseguirlos.
+Fabrican unos espejos especiales que no se conocen en ninguna parte, y reproducen en rasgos luminosos los dibujos que se encuentran del lado opuesto a la superficie reflectante, debido a la elasticidad de las sustancias que emplean. Les dan el nombre de espejos mágicos y son muy curiosos.
+En porcelanas son muy superiores a los chinos sus maestros, y la fabricación de lacas constituye la verdadera industria nacional. En la forma de los jarrones y demás objetos, en los dibujos, en la finura de las pastas, en lo elegante, en todo esto sobrepujan a sus vecinos, y no hay nada más lindo. La porcelana de Satsuma y la que trabajan con incrustaciones de oro, que se conoce por el nombre francés de cloisonné, es lo más rico que se puede ver. Hay jarrones de estos que valen dos, tres y hasta cuatro mil pesos: son objetos que se fabrican sólo para los palacios o los salones de los millonarios.
+Los objetos que fabrican con una pasta especial y un barniz que nadie ha podido imitar, laca, son preciosos, y los hay igualmente de precios fabulosos.
+Lo particular es que no hay establecimientos especiales para las industrias; no tienen fábricas como era de suponerse; cada cual trabaja en su casa con instrumentos muy ordinarios, y se contenta con ganar lo suficiente para la subsistencia. De aquí nace probablemente la decadencia que se nota en la industria japonesa, y así tiene que suceder, careciendo de dos elementos indispensables para el progreso en todo, a saber: capitales y espíritu de asociación.
+No basta el genio ni las disposiciones; no basta la contracción y la paciencia. Es preciso montar bien los establecimientos, organizar la división del trabajo, pagar bien los obreros y especialistas en cada ramo de la industria. Cuando se trabaja meramente para ganar el pan, no hay estímulo, no es posible el perfeccionamiento de las obras. Hasta para los trabajos materiales se necesita tener el espíritu tranquilo, y estar exento de penas y preocupaciones.
+La arquitectura se halla en el mayor atraso, completamente en la infancia. Opónese a su adelanto la falta de materiales, la naturaleza del terreno y hasta la calamidad de los temblores de tierra que tan comunes son en el país. Además de estas causas físicas, opónense también otras morales de no menos importancia: la carencia de elevación de ideas, la ignorancia de la grandeza verdadera, la falta absoluta y completa de vida pública. Los monumentos principalmente no son sino la historia de los pueblos escrita en artísticas moles de piedra, la encarnación de sus glorias en el granito y en el mármol para que se transmitan a las generaciones venideras y se perpetúen a la posteridad.
+La horticultura está muy adelantada en el Japón, y son muy hábiles en lo que llaman la teratología vegetal. No sé de qué medios se valen ni los procedimientos que emplean para hacer abortar las plantas y transformarlas a su antojo. Yo he visto un arbusto que no tendría dos pies de alto cargado de naranjas, y una misma mata cuajada de diversas y distintas flores. He visto igualmente matas hermosísimas con sólo dos o tres flores, y jamás pasan de ese número. Hasta en esto revelan los japoneses su gracia y originalidad.
+Las flores que cultivan con más esmero son los lirios y los volubilis, de los cuales hay una gran variedad, pero la flor que más les gusta y se ve en todas las casas, y se considera como la flor nacional, es el crisantemo, que pintan en todas las antiguas armas, en el blasón o escudo de los shōgun. Las hay de muchas clases y de todos colores, y hacen con ellas unos ramilletes primorosos, que cualquiera creería que eran de flores artificiales.
+Las plantas más comunes en los jardines son las Cycas revoluta, las Musa basjoo con hojas bellísimas, y una palma, la Chamaerops excelsa, que tiene un tronco muy grande.
+De las flores pasemos a la música: el salto no es tan grande como parece.
+En esto sí que el Japón está a la retaguardia de todos los países. El japonés no tiene oído ni idea de la armonía, ni medio alguno de conocer los sonidos, y por consiguiente no pueden ser músicos.
+En sus cantos no hay melodía; todo se vuelve gritos guturales, ruidos cacofónicos que lastiman los oídos.
+El shamisen es el único instrumento que tienen; es una especie de bandola o tiple, del cual ya he hecho mención anteriormente. El geki* y el go* son lo mismo que las chirimías de nuestros indios, y, como multitud de cosas, las han adoptado de los chinos.
+Lo que se llama baile, esta distracción que, a la vez que un ejercicio para el cuerpo, es un encanto para la juventud, no lo conocen tampoco los japoneses, ni tienen motivo para ello, ignorando todo lo que es compás y medida. Todo se reduce a brincos y vueltas sin gracia ninguna. La danza de las geishas, por el estilo de las africanas, importada después en las Antillas, no es sino una serie de movimientos obscenos y contorsiones del cuerpo muy feas.
+Practicado el baile con moderación, y al son de una buena música, es un placer inocente y agradable, un pretexto para pasar momentos de solaz y grata conversación, estrechando la sociabilidad, base de la civilización. Mientras más civilizado es un pueblo, mientras más educada es una sociedad, mayor es la cultura y mayor el recato o la compostura que se observa en el baile. Nada más bonito que un minué o una cuadrilla; es un paseo en el salón, aspirando el aroma de las flores y oyendo los dulces acordes de una buena orquesta, pero esos valses de Strauss o de Metra, esos poemas aéreos en que abrazándose las parejas, y juntándose los cuerpos, se ponen a dar vueltas como desesperados, son indignos de una buena sociedad, tan inmorales y feos como los cancanes franceses y las desvergonzadas danzas de los salvajes.
+Vamos, por último, a hablar de la literatura en el Japón, de esa manifestación artística e intelectual, la más importante en todo pueblo, o por lo menos la que sirve de termómetro para juzgar de su civilización y progreso.
+En esto, como en todo, se nota la indolencia del carácter japonés, su molicie y esa especie de relajación moral o libertinaje inconsciente que parece dominar la raza entera.
+Muy pocas son las obras literarias que pueden presentar los japoneses, y no existiendo traducciones de ellas, es imposible juzgarlas ni apreciar su mérito con imparcialidad. Parece que constan únicamente de leyendas, poemas épicos y algunas relaciones históricas. Desde luego, la grande obra es una colección de cien poesías muy antiguas, compuestas por trovadores cuyos nombres ni se conocen. Curioso sería por cierto poderlas leer para formar idea de lo que este pueblo ha entendido por poesía. No teniendo oído ni noción alguna de armonía, no se comprende cómo puedan entender la rima ni la cadencia tan necesaria para la versificación. En cambio, parece que sus obras contienen pensamientos filosóficos profundos y comparaciones tomadas de la Naturaleza, muy poéticas y delicadas.
+Excusa, y muy justa, tienen los japoneses para encontrarse en ese atraso literario. Aparte de razones de otro orden, el idioma por sí es una rémora, no se presta para las composiciones de ningún género. Les falta el medio, el instrumento, y no es posible suplirle ni desplegar bellezas literarias sin tener modo de expresarlas. De contextura incompleta, pobre de palabras, la lengua japonesa se encuentra aún en estado embrionario, a pesar de la antigüedad de su origen, y, por otra parte, no es uniforme, dividiéndose en escrita y hablada con términos y locuciones diferentes. Añádase a esto que en cada provincia, como en China, hay un dialecto distinto, y se cuentan una infinidad. Así, por ejemplo, tienen en primer lugar el idioma oficial, luego el religioso, el de los sabios, el vulgar y, en fin, una porción de guirigáis de la gente del pueblo. ¿Cómo es posible con semejante embrollo de heterogéneos dialectos fundar una literatura nacional?
+Y obsérvese que hasta fines del siglo XIII los japoneses no tenían escritura, y todo, desde las proclamas hasta los decretos, se publicaban y hacían conocer de viva voz. Fue entonces cuando empezaron a usarse los signos, hànzi —escritura de los dioses—, la cual, según algunos autores, entre otros, Aratu Atutini*, pretenden que la inventaron en el Japón. Esta presunción no es verosímil, si se considera la semejanza que tiene con el coreano, cuya lengua se enseñaba en el Japón desde los tiempos más remotos.
+Allá por el año 285, un tal Wani*, sabio distinguido de la Corea, fue llamado por el mikado para servir de profesor a los príncipes imperiales, e introdujo los caracteres ideográficos chinos, tan difíciles de comprender, pero que sin embargo todos preferían a la escritura fonética de los coreanos, a pesar de su sencillez.
+Sin embargo, como la construcción del idioma japonés es muy diferente de la del chino, el empleo de signos ideográficos presentaba muchos inconvenientes, y para obviarlos se hizo necesario valerse de lo que llamaron el silabismo katakana, inventado en el siglo XVIII, del cual se sirven intercalando sus caracteres jeroglíficos para expresar todas aquellas palabras que no tienen equivalente en chino.
+Esta escritura es la que han usado siempre los sabios, y consta de más de 30.000 signos idénticos a los chinos, con la diferencia que se pronuncian de otro modo y expresan cada uno ideas abstractas, sensaciones, o una acción.
+La gente poco ilustrada conoce apenas los suficientes para leer y escribir las cosas más usuales; las mujeres y el pueblo se sirven del alfabeto silábico, el hiragana, inventado recientemente, el cual es mucho más fácil.
+Antiguamente, un pequeño número de ideas expresadas por sonidos bastaban para que la gente se entendiera, pero el idioma se ha ido enriqueciendo con nuevas palabras y se ha aumentado considerablemente.
+Desde luego que un idioma formado de esta manera, pieza por pieza, con palabras tomadas del chino y el coreano, era imposible que se conservara en los libros. Transmitido de generación en generación, aprendido de oídas simplemente, reproducido por cada individuo según lo entendía, ha tenido que modificarse poco a poco, y hoy mismo, ni existe gramática para enseñarlo, ni regla alguna que sirva de norma para aprenderlo. ¿Y cómo podría formarse una sintaxis, ni método alguno para explicar su mecanismo? Las palabras no son simples materiales independientes que se pueden colocar indistintamente donde a bien place, aquí y acullá, según las necesidades del momento. Las frases se construyen de antemano; los pensamientos, las acciones, se traducen empleando palabras, pero hay que hacerlo en determinado orden, según cierto uso aceptado, el cual no se puede modificar, so pena de no poder entenderse con los demás. He aquí la razón por la cual es tan difícil la lengua japonesa y hay tan pocas personas que la posean perfectamente.
+En corroboración de esto vamos a citar un ejemplo para patentizar bien estas dificultades. Supongamos que queremos decir en japonés esta frase: «Yo como», será preciso emplear la palabra tabemasu, pero si se desea usar otra más política, entonces hay que servirse del verbo agaru en sentido imperativo, que significa levantar, y en esta forma: «Hacer el honor de levantar hasta la boca el objeto ofrecido», pero cuando se trata con inferiores, entonces se emplea la forma humilde de itadakimasu, que significa: «Pongo sobre mi cabeza». Luego el verbo comer tiene diversas acepciones según se emplea: unas veces se dirá «yo como», otras «tú levantas», y por último, «él pone sobre su cabeza».
+Por este ejemplo se viene al momento en conocimiento de las dificultades con que tiene que tropezar todo el que quiera estudiar una lengua tan revesada y con un mecanismo semejante.
+Y no paran en esto las dificultades: la mitad de las palabras en las frases ordinarias son meras interjecciones que no tienen significado, y se añaden por costumbre, según el sentido: son palabrotas feas, por el estilo de los ternos o de los ajos con que la gente ordinaria condimenta la conversación en nuestros países españoles.
+El vocabulario japonés puede servir para describir las formas, las calidades de los objetos, pero no sirve para expresar las palabras abstractas, las relaciones morales, las ideas generales y metafísicas. Y de aquí proviene lo difícil que es adivinar el pensamiento del que habla, pues se necesita poner una atención extraordinaria a lo que se dice, y coordinar las palabras como quien resuelve un problema. Debido a esto, los japoneses tienen la costumbre de apoyar cada frase con un signo de la cabeza y un «he» afirmativo, equivalente a nuestro «¿está usted?» español, o del ya, ya, de algunos países para manifestar que han entendido lo que dice el interlocutor.
+Creo haber indicado ya suficientemente las metamorfosis sucesivas de la lengua japonesa. Vamos a presentar ahora los medios de que se vale este curioso pueblo para trasladar, o mejor dicho, estampar en el papel sus pensamientos y su historia.
+Los japoneses conocen la imprenta hace mucho tiempo, pero por el grabado en madera a la antigua, y solamente de pocos años a esta parte han sustituido las planchas compactas, que importaron de China, por los tipos movibles para la impresión, sobre todo de periódicos. Algunos de ellos, los que se ocupan de política y asuntos importantes, se publican en caracteres chinos y katakana; otros, los ilustrados con grabados, que se publican principalmente para el bello sexo, llevan al lado de cada signo chino la explicación correspondiente en hiragana, y se imprimen en papel como el nuestro, fabricado de arroz y varias otras sustancias.
+Los libros se imprimen en caracteres chinos por medio de planchas, y para hacer una descripción de ellos necesitaríamos un largo estudio bibliográfico que no podemos emprender.
+Sabido es que en lugar de pluma usan un pincel, y escriben como los chinos, verticalmente de abajo para arriba empezando por la derecha y acabando por la izquierda, enteramente al revés de nosotros.
+Usan un papel muy fino que hacen de una cáscara filamentosa que sacan del kajinoki —Morus papryfera—, la cual mezclan con una infusión de arroz y la raíz de un árbol llamado oreni*, especie de altea o malvavisco que les sirve para preparar la pasta.
+En el Japón emplean el papel para todo: les sirve para ponerlo en las ventanas en lugar de cristales; para sus cuadros en vez de lienzo; para linternas en lugar de vidrios; para sus abanicos en reemplazo de la paja o la seda; para sus quitasoles y paraguas, y hasta para varias clases de vestidos.
+Lo emplean además para servilletas y para pañuelos, artículos de uso enteramente desconocidos en el Japón.
+Todo japonés lleva siempre dentro de las anchas mangas de su bata sus cuadernillos de fino papel, que unas veces aplican para secarse la cara, otras para sonarse y, en fin, para toda clase de usos domésticos.
+La única tinta que emplean es la de China, que es la mejor del mundo. Tienen en el país dos fábricas muy importantes de este artículo, una en Nara y otra en Matsudo, y poseen la resina llamada koi matsu, del árbol, y todas las materias primas que entran en su fabricación. Esta tinta es uno de los artículos más importantes de exportación que tiene el Japón.
+INSTRUCCIÓN PRIMARIA Y SECUNDARIA — ESCUELAS — MEDICINA — FARMACOPEA SINOJAPONESA — ACUPUNTURA — CIRUGÍA — BOTICARIOS — HOSPITALES — ATAMI — REMEDIOS DEL DIABLO.
+LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA nunca se ha descuidado en el Japón; por el contrario, siempre la han fomentado todos los gobiernos, y no hay ciudad, pueblo ni aldea, por pequeña que sea, donde no haya su escuela con su edificio especial, y todo perfectamente organizado.
+Y a tal punto se ha generalizado en el país, que hasta en los campos se han establecido escuelas, en los parajes más céntricos para que puedan asistir los hijos de los labradores y de la gente trabajadora. Es muy raro encontrar un japonés enteramente ignorante; todos más o menos reciben alguna educación, y por lo general los primeros rudimentos, y si no se instruyen bien, es debido a que todas las obras están impresas en caracteres chinos y no pueden cultivar su espíritu ni desarrollar su inteligencia por medio de la lectura y el estudio.
+La disposición de las escuelas es muy parecida a las nuestras, con la diferencia que en el Japón los niños de ambos sexos están juntos, y concurren a las clases al mismo tiempo. Lo primero que se les enseña es el alfabeto silábico, el hiragana, y algunas nociones de historia patria y geografía. A los jóvenes que se destinan a carreras liberales se les enseña la escritura china, algo de aritmética y nuestros números para que puedan contar, pues de otro modo no les sería posible hacer operación alguna. Sabido es que el japonés, como el chino, se sirve del soroban o suanpan para hacer sus cálculos, una tablita con pipas o bolas colocadas en sartal, como las que se usan en los billares para marcar los tantos. Por medio de este instrumento, que se encuentra en todas las casas, hacen las operaciones más complicadas de aritmética.
+La educación superior no se daba antes sino a los hijos de los nobles, pero hoy se ha extendido a todas las clases de la sociedad, y en esto realmente han dado un gran paso hacia el planteamiento de la democracia, cuya base es la instrucción de las masas. Comprende el estudio de los caracteres chinos, los idiomas extranjeros, ciencias, etcétera. Otra de las cosas buenas que han hecho en los últimos años, y constituye un verdadero progreso, ha sido traducir tratados elementales y textos europeos para uso de sus escuelas. La lengua japonesa no se presta absolutamente a los estudios científicos, y los jeroglíficos de su escritura serán siempre una rémora para el adelanto intelectual de este país.
+El colegio más importante del Japón es el chūgakkō, en el cual se enseñan, además de los idiomas extranjeros, los orientales, sin exceptuar el chino. La enseñanza superior, sin embargo, no se da sino en el kōtōgakkō, Colegio Imperial, el mejor regentado de todos, cuyas clases abre todos los años el mikado en persona. En este instituto se dan cursos de ciencias morales, matemáticas, química, física, etcétera, por profesores europeos; tiene un laboratorio y una biblioteca magnífica.
+No se crea que los japoneses han descuidado la educación de la mujer; todo lo contrario, siempre la han considerado no solamente útil, sino necesaria para toda sociedad. Además de los planteles en donde reciben la educación primaria, se ha fundado una Escuela Normal bajo los auspicios de la emperatriz y dirigida por unas señoras americanas. En ella se dan lecciones de historia, geografía, etcétera, y se enseña toda clase de bordados y costura. Cualquier niña que haya estado en este establecimiento unos tres años no sólo sale ya educada, sino que está en aptitud de ganar su vida, y entrar a ejercer alguna profesión, o colocarse en alguna fábrica o establecimiento industrial.
+En los últimos años, el Ministerio de Trabajos Públicos fundó una Escuela Central, que está dando muy buenos resultados. Los estudios en este establecimiento duran seis años y abrazan muchas materias importantes: física, química, geología, mineralogía, mecánica, construcción de ferrocarriles y hasta telegrafía.
+Hay también una Escuela de Derecho regentada por profesores franceses, pero parece que tiene muy pocos alumnos. El japonés es refractario a esta clase de estudios.
+Hace poco tiempo también se fundó una Escuela de Bellas Artes, con profesores italianos que enseñaban dibujo, pintura, arquitectura, etcétera, pero no duró mucho, y ha tenido que cerrarse.
+Por todo lo que acabamos de decir, se ve que no hay un plan verdadero, que los japoneses no tienen constancia y no persisten en un sistema, siendo imposible que de este modo adelanten al compás de las otras naciones.
+Tienen igualmente su Escuela Militar, calcada sobre la de Saint Cyr en Francia, con profesores europeos, y otra de Marina en donde se enseña mucha teoría, pero como han adoptado el sistema de no confiar el mando de ningún buque a los europeos, resulta que los discípulos no se ejercitan, no practican las maniobras, y por consiguiente de nada les sirve lo que aprenden. Hasta ahora estas escuelas no han dado resultado alguno satisfactorio.
+Terminaremos este capítulo con una ligera reseña de la Escuela de Medicina, diciendo algo sobre el origen de esta ciencia en el Japón, las distintas fases por que ha pasado y el grado de adelanto a que ha llegado en los últimos tiempos.
+Tarea difícil y quizá imposible sería la de averiguar el estado en que se hallaba la medicina en el Japón antes de la llegada de los chinos, pues en ningún libro se hace mención de esto, y no hay forma de encontrar datos que puedan dar luz sobre el particular. No obstante, es probable que constituido el Imperio japonés mucho antes de ser invadido por el chino, ya conociesen el arte de curar, o por lo menos de aliviar las enfermedades, pero labor ardua sería, repetimos, fijar con precisión el verdadero estado en que se ha hallado en cada siglo y los progresos que ha hecho en las distintas épocas.
+En otro capítulo referimos la curiosa aventura del médico chino Jofuku, y la estratagema de que se valió para fundar su colonia en el Japón. La tradición atribuye a este sagaz galeno el haber sido el primero que introdujo de China los principios de la ciencia médica, y haberlos sustituido a la práctica de los curanderos empíricos del país, ¿pero el tal Jofuku dejaría discípulos para propagar sus teorías? Probable es que así haya sido, pero nadie lo puede asegurar, y lo único que se sabe de positivo es que allá por los años de 414 después de la venida de nuestro Señor Jesucristo, el mikado Yūryaku cayó enfermo y hubo que recurrir a un médico chino de Siura.
+En el siglo VII, en 643, otro Hipócrates chino llamado Ono no Imoko acompañó la primera embajada japonesa que fue a China con el objeto de hacer estudios científicos.
+Transcurridos dos siglos, se fundó en el Japón la primera farmacia, el Seyaku-in, y desde entonces data la vulgarización de la medicina china y su adopción por todos en el país.
+No cabe duda de que los japoneses hicieron muchos progresos en la ciencia, pues en 1080 tenían ya tal reputación, que su fama había llegado hasta los países vecinos, y los venían a buscar de todas partes. Fue por esta época cuando enfermó el rey de Corea, y mandó un emisario expresamente al Japón para que le llevara al médico Masatada para consultarlo, pero el mikado que reinaba a la sazón, Shirakawa, se negó a darle permiso, alegando que no podía ausentarse del país. Desde entonces la medicina ha quedado estacionaria, no ha hecho el menor progreso y ha seguido en completa decadencia.
+No fue sino a principios del siglo XVIII, es decir, ciento cincuenta años después de la llegada de los holandeses al Japón, bajo el reinado del shōgun Tokugawa, cuando empezaron a entablar relaciones con los europeos. Situáronse en la isla conocida por el nombre de Dejima, y allí se dieron sus trazas de aprender el holandés, y no tardaron en traducir todas las obras que consiguieron en ese idioma.
+Sucedió por esa época (1771), que tres jóvenes médicos, llamados Riotaku Mayeda, Nakagawa Kiowan y Sugita Genpaku, lograron hacerse con una obra de anatomía escrita en holandés, y deseosos de aprender se pusieron a estudiarla con el mayor empeño. Es de advertir, para juzgar del amor a la ciencia de estos jóvenes, que en esa época todo el que mantenía relaciones con los extranjeros estaba conminado con pena de la vida por el emperador, pero ni este peligro tan grande los arredró, y llevaron a cabo su intento con toda felicidad.
+Al hojear el libro, les llamó mucho la atención las láminas, y quedáronse estupefactos al ver la exactitud o parecido con los distintos órganos del cuerpo humano, y cayeron en cuenta de la diferencia con todo lo que se les había enseñado anteriormente. No tardaron en hacer la comparación entre las dos escuelas, y en convencerse de la superioridad de los europeos en esta materia.
+No contentos con esto, quisieron persuadirse prácticamente haciendo la autopsia de un cadáver, pero como en el Japón esto es prohibido, fuerza fue renunciar a sus deseos. La proeza de los jóvenes llegó a oídos del daimio de Nakatsu, hombre despreocupado, y a quien interesaron mucho sus aventuras y anhelo por instruirse. Hizo llamar a uno de ellos, quien acabó de captarse las simpatías del daimio, obteniendo permiso para hacer la disección del cadáver de un ajusticiado.
+Nadie ignora el horror que tienen los orientales a todo lo que es operaciones en el cuerpo humano, y sobre todo a estar en contacto con cadáveres. Sus ideas religiosas les impiden tocarlos, les tienen un gran respeto y, por consiguiente, cortarlos en pedazos debe parecerles el colmo de la profanación.
+Calcúlese, según esto, cuán grande sería el amor a la ciencia de los jóvenes practicantes para vencer todas estas preocupaciones y aceptar el presente que les hizo el daimio.
+El cadáver se puso a disposición de ellos; lo colocaron en una especie de anfiteatro, y a la hora fijada, allí estuvieron todos armados con sus cuchillos e instrumentos quirúrgicos. Con el libro en la mano fueron examinando todo con la mayor prolijidad, tomando notas, haciendo observaciones, rectificando todos los errores que les habían imbuido sus profesores.
+Todo lo que afirmaba el libro lo fueron palpando, y fue tal el entusiasmo que despertó en ellos la confirmación de las teorías europeas, que se dedicaron con empeño al estudio del holandés para comprender bien la obra, que guardaron como un tesoro.
+A la intrepidez de estos jóvenes debe el Japón sus primeros conocimientos en medicina occidental, y gracias a ellos igualmente, el estudio del holandés se generalizó en todo el país.
+En signo de gratitud por el servicio en facilitar la obra, se permitió a los holandeses enseñar la medicina en Nagasaki, pero con la condición de dar lecciones orales en las escuelas.
+En 1857 se fundó en Edo la Academia de Medicina, y casi todos los profesores eran extranjeros contratados en Europa, siendo el director el célebre cirujano holandés Meerdervoort, el cual daba las principales clases. A los pocos años se estableció otro colegio muy bueno en Osaka.
+Concretando todo lo que acabamos de relatar respecto al estado de la medicina en el Japón, podemos decir en resumen: que el estudio de esta ciencia ha tenido tres fases perfectamente definidas y distintas. La primera comprende el sistema curativo peculiar al país, y que llamaremos sino japonés; la segunda abraza el periodo de transición en que los conocimientos europeos se empiezan a propagar, y la tercera y última, cuando el Gobierno acepta la escuela extranjera.
+Después de la revolución de 1868, cesó el privilegio concedido a los holandeses de ser los únicos profesores, y se fundó en Tokio una Escuela de Medicina anexa al hospital conocido por el poco lacónico nombre de Igakkō-ken-byōin, en el cual todos los profesores eran alemanes.
+En este establecimiento se daban clases de todas las materias, y una instrucción verdaderamente sólida. Los estudios comprendían: historia natural, anatomía, terapéutica, química orgánica, cirugía, histología y hasta obstetricia. El horizonte científico cada día se ensanchaba más y más y poco a poco se iban disipando los nubarrones que encubrían los errores de los pasados tiempos.
+Los japoneses han tenido la feliz idea de establecer laboratorios para analizar las aguas minerales y toda esa infinidad de drogas que les traen del extranjero.
+La profesión de médico era reputada antiguamente en el Japón, como lo ha sido en todas partes, como una de las más nobles y respetables, no pudiendo ejercerla sino la gente de alta alcurnia y los aristócratas del país. Distinguíanse los médicos por su porte, finos modales, y hasta por el traje, llevando ceñida al cinto una espada, signo de distinción y tal vez alegórico de su sistema de curar matando. Era una casta privilegiada, y se le respetaba tanto como se le temía.
+El formulario japonés se compone de una infinidad de medicamentos los más raros, casi todos importados de la China. Vamos a presentar algunos de ellos a nuestros lectores, valiéndonos de la traducción de la obra de historia natural, titulada Bencao Gangmu, del célebre médico chino Li Shizhen.
+En primer lugar citaremos el agua, a la cual le atribuyen muchas cualidades o virtudes, dividiéndola en cuarentaitrés clases diferentes, e indicando la aplicación o uso de cada una de ellas, he aquí esta curiosa nomenclatura:
+El agua de «pozo primaveral» —harusame—, aplicada a los recién casados, excelente para la fecundidad y lograr numerosa prole.
+El «agua de la luna» —tsuki no mizu—, nombre que dan al rocío que se condensa en un espejo metálico que ponen de noche al rayo de la luna, remedio muy eficaz para las afecciones al cerebro. Tanto los chinos como los japoneses tienen veneración por la luna y el agua, considerando estos elementos como símbolos del principio femenino, así como al sol y al fuego los consideran del masculino.
+Pero lo más singular es la creencia, tan arraigada en el pueblo, de que se puede ver el diablo lavándose los ojos con «agua de cadáver», líquido abominable que recogen después de la putrefacción del cuerpo en vasijas que colocan en los ataúdes. Por muchos deseos, francamente, que se tengan de conocer a tan distinguido personaje, de seguro que se debe renunciar a satisfacerlos por no hacerse esta aplicación acuática de los demonios; el «agua sucia de las bañaderas», recomendada para las enfermedades de la piel, esto es lo más absurdo y contra toda regla de higiene.
+Pero sigamos, que aún nos falta lo peor, lo más curioso: el «agua de ciertos vasos de porcelana nocturnos», panacea infalible para los pobres enamorados que no están correspondidos. ¡Desgraciados! ¡No les faltaba más después de recibir “calabazas”, que esta ducha escocesa, que una lavada semejante para quedar completamente derretidos!… ¡Si siquiera el maravilloso líquido fuera preparado por la empedernida Dulcinea!… La fe que da el amor y la virtud reanimadora y difusible del amoniaco tal vez podrían volver en sí al infeliz almibarado. No de otro modo se comprende el efecto que pueda hacer tan repugnante medicina.
+Por estas pocas muestras puede juzgarse de la terapéutica japonesa y de las absurdas supersticiones de este pueblo. Añádase como complemento las ranas y los sapos guisados, serpientes preparadas en aceite, insectos, arañas, moluscos, en ciertas épocas del año y en condiciones especiales para determinadas dolencias, y se vendrá en conocimiento de que el japonés, en vez de curarse, debe más bien envenenarse con semejantes drogas.
+Sin embargo, hay dos, la moxa y la acupuntura, conocidas en el Japón primero que en ningún otro país, y cuya eficacia nadie puede negar. Esta última la practican para todo, y con una habilidad extraordinaria: creen que de este modo salen todos los gases de los tejidos del cuerpo.
+No hay boticas o establecimientos de farmacia como los nuestros. Los curanderos andan por las calles con su gran paraguas de seda y el botiquín a cuestas, de puerta en puerta, abasteciendo las casas y a los transeúntes de las drogas que necesitan.
+No puede decirse que el Japón sea un país sano, pues se conocen todas las enfermedades, y con frecuencia reina el cólera y otras epidemias terribles. Hay una enfermedad, el kakke, que hasta ahora nadie sabe bien lo que es, y por consiguiente tampoco han podido curarla; dicen que tiene mucha analogía con lo que llaman en la India el beriberi, pero la opinión general la cree muy distinta y mucho más peligrosa.
+Es de notarse que tanto en el Japón como en China las epidemias se ceban en los habitantes o naturales del país, no habiéndose sabido de un solo caso en que el cólera, por ejemplo, le haya dado a ningún extranjero. No hay duda de que debe haber alguna causa para esto, y no puede ser otra sino el modo de vivir, el método que observan. Esas habitaciones en donde están las familias apiñadas como sardinas, la falta de higiene, todo eso debe contribuir a la insalubridad y predisponer a las epidemias.
+Desde hace años la asistencia pública está muy bien organizada en el Japón, y hay hospitales perfectamente dispuestos en las principales ciudades, en edificios espaciosos y con todas las comodidades de los nuestros. En los últimos años han llevado hermanas de la caridad, que atienden a los enfermos con la mayor solicitud y esmero.
+Ya hemos dicho que hay muchas fuentes termales, siendo la más afamada la de Atami, a la orilla del mar, bañada por la corriente caliente de los trópicos. Esta palabra quiere decir mar caliente, y son los baños más frecuentados por los extranjeros. Vienen a ser en el Japón lo que Baden-Baden, Spa o Bagnères-de-Luchon son en Europa, lugares en donde al propio tiempo que se recupera la salud, sirven de punto de reunión y cita de toda la gente acomodada.
+En esta clase de viajes nunca se le ocurre a uno visitar aquello de que ya se tiene idea, y se puede perder tiempo. Se desea ver todo lo raro, lo que no se encuentra en ninguna otra parte, lo peculiar del país, reservándose el baño general para el regreso, cuando se descanse en el hogar, en el seno de la familia. El aire, la atmósfera sólo de la patria, basta para reponer y volver al fatigado viajero la vida y la energía. No hay baño más sedativo que el de la cultura, ni bromuro moral más calmante que las fruiciones del amor, los afectos del corazón y los goces del alma.
+SALIDA DEL JAPÓN — LLEGADA A HONG KONG — SAIGÓN — SINGAPUR — EL ANADIR — NUEVOS PASAJEROS — EL SEÑOR DE MENDINUETA — PERIPECIAS A BORDO — INDIA — SUEZ — BAHÍA DE NÁPOLES — LLEGADA A EUROPA — FIN DEL VIAJE.
+DESPUÉS DE HABER PERMANECIDO en el Japón más de un mes, y haber aprovechado el tiempo perfectamente, visitando el país y conociendo cuanto hay digno de verse, me embarqué en Yokohama a bordo del Irododar, de las Mensajerías Marítimas, y a los diez días completos volví a pisar las playas tan conocidas de Hong Kong, la colonia inglesa en la China.
+Desde que me vieron los peones o cargadores de palanquines —chair coolies—, empezaron a armar una gritería espantosa, llamándome cada cual por mi nombre y disputándose el honor de llevarme cargado en su silla hasta el hotel. Para librarme de importunidades elegí aquellos cuya cara me era más familiar; salté a la silla, y a los pocos minutos me hallaba instalado en el famoso Club inglés descansando de mis fatigas.
+Debo confesar que tuve un gran placer a la llegada; ya no sentía extrañeza; me hallaba como en mi casa, y desde que pisé el umbral del Club, encontré amigos, conocidos que me saludaban con interés y cariño. Dígase lo que se quiera, esto es sumamente agradable y satisfactorio, sobre todo viniendo de un país donde es uno completamente extraño, donde no se estrecha la mano de un amigo. ¡Ah!, ¡cómo se palpa en los viajes la realidad de las cosas! ¿Qué sería de una persona si la obligaran a pasar toda su vida en un país de estos? ¿De qué podría gozar aunque tuviera todos los tesoros de Creso? Seguro que de nada; siempre sería una planta exótica, el ser más infeliz del mundo; su espíritu estaría siempre agobiado, y su corazón jamás palpitaría al impulso de ninguna emoción.
+Es el ser humano una verdadera planta que no crece sino en su propio terreno, al calor de los suyos, y que se marchita y muere si le falta el saludable rocío del amor y el oxígeno vivificante de la sociedad.
+Por otra parte, mi condición ya era distinta, mi situación había variado: ya no venía a China a observar costumbres, ni a estudiar un país en el cual había residido tantos años, y que ya había ensayado dar a conocer en mi obra titulada De Nueva Granada a China. Venía puramente a negocios, y a ellos me dediqué desde mi llegada sin pérdida de tiempo. Una vez terminada mi misión mercantil, pasé a Guangzhou para comprar algunas curiosidades; visité a todos los antiguos corresponsales y amigos, y a los tres años largos de ausencia volví a emprender el penoso regreso. El 3 de abril de 187… partí otra vez de Hong Kong a bordo del vapor Anadir, que hacía su primer viaje, y a los tres días llegamos a Saigón, después de haber empleado cuatro horas en el río desde el cabo Santiago. El cable submarino parte de este punto en todas direcciones, y allí se toma el práctico, pues hay bajos y rocas peligrosas.
+Apenas fondeó el buque salté a tierra y me dirigí a casa de mi amigo el señor D’Almeida, acaudalado portugués que había conocido en mis viajes anteriores y que me trató con la mayor atención.
+Invitóme para dar un paseo en carruaje, y en pocos minutos visité lo principal de esta naciente población.
+Saigón se compone de varias razas: malayos, tamiles, annamitas, chinos, franceses, etcétera; de estos últimos habrá cerca de 2.000, sin contar la guarnición, que se compone de unos 500 hombres. Como en todas las ciudades de los estrechos de Malaca, Filipinas, Java, Borneo, etcétera, los chinos se han apoderado de todo el comercio al pormenor y de todas las pequeñas industrias, como sastres, carpinteros, zapateros, lavanderas, etcétera. Los annamitas son indolentes, apáticos, y no pueden naturalmente competir en nada con los emigrados del Celeste Imperio.
+La ciudad tiene un aspecto muy bonito: sus calles son trazadas a cordel; tiene una plaza muy hermosa, jardines, fuentes y varios paseos. En cuanto a edificios, el mejor es el palacio del gobernador; luego viene la catedral y los hermosos cuarteles, dignos de competir con los famosos que tienen en la India los ingleses. El vestido de la tropa es muy poco adecuado para el clima, y esto, unido al gran uso que hace del ajenjo y otras bebidas espirituosas, causa estragos todos los años entre los soldados.
+Una vez que se han pasado veinticuatro horas en un lugar como este, ya se aburre el viajero, y desea marcharse, continuar su viaje. El señor D’Almeida quería que le acompañara a Nom Pen, la capital de la Camboya, que está a poca distancia, pero estando ya anunciada la salida del vapor, no me fue posible aceptar la invitación. Ese mismo día, por la tarde, volví a bordo, y a las pocas horas salimos para Singapur, adonde llegamos después de cuatro días de navegación.
+Ya en mi primera obra me ocupé de este puerto, uno de los más importantes que se encuentran en este largo viaje. La ciudad es muy pintoresca, y tiene un aspecto especial por la diversidad de razas y tipos que se ven; es un caravanserai universal. Creo que los chinos están en mayoría, pues sólo en la ciudad hay cerca de 100.000; los indostanes no llegan a 20.000, la mayor parte malayos. No hay para qué decir que el comercio está aquí, como en todas estas colonias, en poder de los chinos; lo dominan completamente, y hay algunos que han hecho grandes fortunas.
+Esta colonia pertenece a los ingleses, y debido a su buen gobierno y a su excepcional situación, es un emporio de comercio y prosperidad. Colocada bajo la línea a la entrada del estrecho de Malaca, es el punto céntrico adonde vienen a convergir todos los vapores que se dirigen a las Indias neerlandesas, a Siam, Cochinchina, Filipinas y a todos los puertos del Extremo Oriente.
+La detención del vapor no fue sino de horas; apenas el tiempo preciso para tomar carbón; demasiado largo para estarse encerrado en un hotel, y sumamente corto para poder alejarse el viajero y emprender alguna excursión.
+No se va a tierra sino para caminar un poco, hacer ejercicio, y sobre todo para librarse a bordo del cisco y polvo del carbón, que es inaguantable. Así fue que al oír el cañonazo que tiran siempre una hora antes de la salida, y es la señal para llamar a los pasajeros, regresé a bordo inmediatamente, cargado de bastones o cañas de Malaca y algunos objetos de Bombay que había comprado. Al poco rato de haberme embarcado, y a la voz de los capitanes ingleses de all on board, heave up!, se alzó el ancla y nos pusimos en marcha. Empezamos a andar pausadamente a media máquina, y el vapor se deslizaba suavemente por entre las islas cuya exuberante vegetación no puede menos de llamar la atención. No hay idea de la fertilidad de estos terrenos: árboles frondosos parecen salir del fondo del mar, de en medio de las rocas, y forman un bosque tupido por el estilo de los que se ven en las márgenes de nuestros caudalosos ríos en América. Estas selvas están plagadas de animales feroces, y frecuentemente se ven tigres atravesando el canal a nado, y son el terror de los habitantes de Singapur.
+Durante todo el tiempo que tardamos en salir de las islas, los pasajeros permanecimos sobrecubierta, contemplando la vista de la tierra, hasta que poco a poco nos fuimos alejando y se perdieron las islas en el horizonte.
+Todo viajero sabe que la entrada y salida de los puertos es siempre motivo de animación: en la primera se experimenta la impresión de alegría y de ansia por pisar la tierra después de los monótonos días de navegación; en la segunda se abandona siempre con tristeza, con el temor tan natural de los riesgos que se van a correr, y parte uno con cierta repugnancia mezclada de zozobra y de pena. Así nos sucedió en esta ocasión, y hubo pasajero que permaneció en el puente hasta que desapareció por completo el último punto de la lejana tierra.
+Era ya de noche; el buque empezó a balancearse fuertemente, el mar a agitarse, y al poco rato todos los pasajeros nos habíamos retirado a nuestros respectivos camarotes. Las tristes reflexiones que se hacen en estos momentos abaten el espíritu, y junto con los desagradables preludios del mareo, impelen al viajero a buscar el reposo, entregarse al sueño y olvidarse de todo cuanto le rodea.
+A la mañana siguiente muy temprano subí a la cubierta a tomar el aire, y poco a poco fueron haciendo lo mismo los demás compañeros con los semblantes muy cambiados de la víspera, y cada cual en su traje matinal, presentando la vista más curiosa. Sabido es que en estos vapores y en esta carrera hay una costumbre que no se observa ni es permitida en ninguna otra: la de poder subir al puente desde las cinco de la mañana hasta las ocho, y desde las diez de la noche en adelante en negligé, en traje de noche, lo cual, por los calores que hacen en estas latitudes, es una gran comodidad.
+Yo fui, como he dicho, de los primeros que subí a la cubierta después de tomar mi baño y, sentado en mi poltrona de paja, me puse a contemplar la subida y el desfile de los pasajeros. Veíanse europeos en el desairado calzoncillo y en mangas de camisa; comerciantes de Hong Kong y Shanghái con el elegante vestido de seda chino; persas con sus batas largas; ingleses con sus camisas de dormir, como mujeres; musulmanes con sus pantalones bombachos colgando como sacos, y las zapatillas de finísima y arqueada punta; indios de Manila con sus moriscas; malayos y lascares con patjamas y la correspondiente cabaya de zaraza; en fin, diríase que se está presenciando un baile de máscaras, o que se está dando vueltas a un caleidoscopio, compuesto de seres humanos en lugar de fragmentos de vidrios de todos tamaños y colores.
+Rara es la señora que hace uso de este privilegio, no siendo decoroso presenciar el sencillo traje de los hombres; cuando mucho, suele verse una que otra excéntrica inglesa o algunas javanesas que vienen de Batavia y parecen acostumbradas a estas vistas. A bordo llevábamos unas cuantas de estas mujeres, que se presentaban por las mañanas con el cabello suelto y vestidas con el sarong, especie de chircate, como usan nuestras indias americanas. Parecían unas salvajes enteramente, pero eran tan feas y repugnantes que ni aun con este vestido tan favorecedor lograron llamar la atención.
+En medio de este concurso tan bizarro de gente, alcancé a divisar dos tipos que no podían equivocarse con los demás; llevaban pañuelo amarrado en la cabeza, los hiladillos del calzón sueltos, y la chinela en forma de chancleta; no dejaban además de tener constantemente el cigarrillo en la boca, y todo en su aire y ademanes me hacía suponer que eran españoles. En efecto, no me equivoqué; eran dos empleados de Manila que regresaban a la península: el uno don Pedro Miramón, y el otro don Toribio de Mendinueta, quienes al momento adivinaron que yo tenía algo de la raza, y trabaron conversación conmigo sin preámbulos ni introducción alguna.
+Aun cuando siempre es grato viajar con algún compañero, y el vínculo de la raza y el idioma une tanto a los hombres, debo confesar que nunca he sido partidario de tratar personas sin conocerlas, ni de esas relaciones que se forman y contraen en los viajes. Es consejo que daré a mis amigos, como resultado de la experiencia que he adquirido en tanto viaje: no tratéis a quien no se os haya presentado por alguna persona respetable; no os asociéis en las navegaciones con gente desconocida; no os dejéis guiar por el sentimiento del paisanaje si queréis libraros de compromisos, molestias y perjuicios. Individuos hay desprovistos de educación, que hacen pasar muchas vergüenzas, ora sea por sus modales poco cultos, ora por su osadía con el bello sexo y sobre todo con las señoras que viajan solas. Estos Lovelaces acuáticos son insoportables, y sus pretensiones flotantes son causa de disgustos muy serios, y suelen comprometer a personas inocentes sólo porque los ven en sociedad con ellos. Otros, de carácter díscolo y pendenciero, andan siempre buscando camorras y provocando lances, y lo envuelven a uno en algún caramillo o enredo cuando menos se piensa. Algunos, y no son pocos, emprenden viajes sin los suficientes recursos, y el que se hace el amable, se ve obligado de repente a pagarles la cuenta de vinos y todos los gastos extraordinarios que han hecho a bordo. No pocas veces son jugadores de profesión, que engatusan y seducen a los jóvenes incautos con sus «manitas de monte o póker» para saquearles todo el dinero que llevan, y por último, gentes honradas, las menos peligrosas, pero necias y tontas, que aburren con sus impertinencias. A esta última clase pertenecían los señores Miramón y Mendinueta: era el primero una buena persona, sencillote, sano, con más panza que malicia y menos sesos que orgullo y vanidad; en cuanto a don Toribio, el segundo, era un verdadero tipo, uno de esos hombres prácticos que no tienen en la vida más objeto que sacar de todo provecho y la mayor suma de placer. Era, en una palabra, un liberalote de la escuela epicureana, con sus puntas de hombre corrido y sus contornos de malicioso y picarón. De estatura regular, era sin embargo muy obeso, y tan bizco de un ojo, que nunca se podía saber para qué lado miraba con precisión. Durante toda la travesía me fastidiaron con preguntas, con empeños, con pretensiones y exigencias de todas clases. Hombres de poco mundo, todo les parecía extraño y todo lo encontraban malo en el vapor. Como ninguno de ellos hablaba francés, me tenían asediado a preguntas, y a cada momento me llamaban para que les sirviera de intérprete. Unas veces deseaban cambiar de camarote porque el compañero se mareaba mucho; otras querían que les dieran chocolate en vez de café; otras que les llevaran caldo a la cubierta, y no pocas que les cambiaran la comida por una olla podrida o un pucherito, como decía don Toribio en tono compungido. Al principio me presté a interpretar lo que deseaban, pero eran ya tantas las pretensiones y exigencias ridículas, que tuve que ponerme muy serio para librarme de los dichosos compañeros. Los pobres no sabían naturalmente con la persona que trataban, y no sabían apreciar mi condescendencia y amabilidad.
+Los primeros tres días hicimos rumbo hacia el norte del estrecho de Malaca, divisando a lo lejos la lengua de tierra de ese nombre por la parte del este, y al oeste las montañas de la isla de Sumatra, cuyos habitantes se reputan por todos como bárbaros y salvajes.
+Como prueba de esto, me refería el capitán que todo el que tenía la desgracia de naufragar en estas costas perecía irremediablemente, porque los habitantes son antropófagos y se comían a los náufragos después de hacerlos picadillo. Cuando le conté esto al señor de Mendinueta, se quedó mustio, aterrado, y me suplicó le recomendara al capitán que tuviera mucho cuidado y vigilancia para evitar un percance. El pobre estaba muy robusto, y temía que en caso de algún accidente los piratas le dieran la preferencia para saciar su apetito y feroces instintos.
+Al cuarto día doblamos la punta de Achem, hicimos rumbo hacia el occidente y entramos en el océano Índico. El tiempo nos favoreció, y el mar, que por lo general es muy agitado en estos parajes, estaba tan tranquilo, que parecía un lago, un espejo. Esto animó a los pasajeros, los puso de buen humor y se improvisaron conciertos y bailes sobrecubierta a la luz de una hermosa luna. En uno de ellos hubo un incidente tan cómico, que no puedo prescindir de referirlo. El amigo Mendinueta, entusiasmado seguramente por los acordes de la música, cuando menos pensamos, salió bailando como un trompo con la camarera un vals de Strauss con la mayor agilidad. Era esta una gallarda mocetona de unos treinta abriles por lo menos, pero bien parecida, y de fisonomía muy simpática. A las pocas vueltas, ya sea que se le desvaneciera la cabeza con las vueltas, o con los hechizos de la pareja, o con el balance del buque, el hecho es que perdió el equilibrio y fue a dar al suelo, arrastrando en su caída a la compañera, y ambos rodando como dos bolas hasta detenerse en un rollo de cuerdas al pie del timón. Fácil es imaginarse la hilaridad que produjo el incidente: todo el mundo reía y se burlaba de la curiosa pareja, y continuó el vals sin hacerles caso. La camarera, más marina que don Toribio, se levantó con mucho desparpajo, y le dio la mano para ayudarle a ponerse en pie. Lo gracioso fue que una vez sobre sus tacones, asió por la cintura a su partner, y no quería desprenderse de ella por nada, so pretexto de que temía otra caída y necesitaba sujetarse aunque fuera de la hermosa sujeta.
+El muy zorro estaba enamorado de ella, y aprovechaba la ocasión para estrecharla entre sus brazos. El señor Miramón pudo al fin separarlo, y lo condujo al camarote, pues se quejaba mucho y decía que se le había roto una costilla.
+El baile continuó hasta las once de la noche, hora reglamentaria para apagar las lámparas y acostarse todo el mundo. Yo bajé a la cámara o salón, y no bien había entrado en el camarote cuando sentí unos gritos desaforados; era Mendinueta que me llamaba como un loco: «¡Oiga usted, chico, amigo; venga, hágame el favor!…». Tanta fue la instancia que acudí a ver qué novedad era lo que deseaba. Estaba desnudo en su litera, retorciéndose como una serpiente, y decía que no podía ya soportar el dolor, suplicándome llamara a la camarera para que le frotara con aguardiente alcanforado la parte dolorida. No pude menos de reírme de la pretensión, limitándome a ejercer mis gratuitas funciones de hermenéutica patriótica, llamando al negro que estaba de guardia en el salón para que lo asistiese. Ignoro la cara que pondría don Toribio al verle, y lo poco que le agradaría la sustitución de curandero.
+Al cabo de trece días de no ver tierra llegamos a Colombo, la ciudad principal de Sri Lanka, de cuya isla me he ocupado extensamente en mi primera obra. Allí permanecimos un día, y continuamos el viaje, habiendo tomado algunos pasajeros que estaban aguardando la llegada del vapor.
+La compañía inglesa, la Peninsular and Oriental, tiene una línea de vapores que, partiendo de Europa, toca en este punto, y hace la carrera de Australia.
+Entre los pasajeros nuevos había un matrimonio inglés que venía de los bush de Sidney, y un personaje holandés con el nombre más largo y revesado que se puede inventar: se llamaba Hoch Edle Heer Doktor Levyshon Norman Rath Van Die. Yo no comprendo este idioma, y supongo que este tasajo contendrá también los títulos del individuo, como ciertos nombres portugueses.
+Después de atravesar el archipiélago de las Maldivas, como a los ocho días de la salida de Colombo, pasamos frente a la isla de Socotora por en medio de varias rocas, divisando a lo lejos el cabo Guardafui, el punto más oriental de toda la costa de África.
+Dos días después fondeamos en Aden, al sur de Arabia y a la entrada del mar Rojo. Este lugar es lo más árido y lo más desapacible que se puede dar. Muchos años hacía que había pasado por Aden, y todo parecía en el mismo estado; ni una casa más en el pueblo, ni un solo establecimiento nuevo: el mismo arenal, la misma desolación por todas partes. En las horas que pasamos allí no fue posible desembarcar por lo ardiente del sol, y no tuve más distracción que ver a los persas que invadieron el vapor ofreciendo plumas de avestruz, y a los negritos con sus motas coloradas, que se la pasan nadando alrededor del buque, y gritando sin cesar: «Haver dive, o’ho! Haver dive, o’ho!». Los pasajeros les tiraban monedas, como en los puertos de las Antillas, y al momento se zabullían todos a cogerlas en el fondo del mar con la mayor destreza. Son unos buzos y nadadores insignes, verdaderos pescados.
+Hay lugares como este que por su situación y sus condiciones especiales están condenados a no variar nunca, a yacer siempre en el atraso más completo. Si los rayos del sol abrasador reflejan en esos arenales de Arabia con tanta intensidad, hasta el punto de ofender la vista, la luz de la civilización allí se apaga, y viven y mueren sus moradores en la ignorancia y el obscurantismo más grandes, en un verdadero salvajismo, ofendiendo el progreso del siglo y la marcha de la humanidad.
+La terrible operación del carbón la soportamos a bordo, llenándonos de cisco, pues todos los pasajeros parecía que acabábamos de salir de una chimenea. Por más que ponen toldos y cortinas para impedir que penetre el polvo, no es posible evitarlo, y todo se impregna del negro color del carbón y se ensucia completamente.
+Don Toribio, que se había vestido todo de blanco como en Manila, parecía una palomita, pero ya por la tarde estaba con todos los pantalones tiznados y el saco muy sucio, renegando de lo que él llamaba la estupidez gabacha y de su negra suerte.
+Al fin zarpó el vapor del puerto, y atravesando el estrecho de Mandeb, pasamos por frente a Perim, otro punto perteneciente a los ingleses en el mar Rojo.
+A los tres días entramos en el golfo de Suez, teniendo a un lado la Arabia y alcanzando a divisar el monte Sinaí, y al otro la Nubia con sus desiertas costas. El calor que se sentía era abrumador: no había la menor brisa, y varios pasajeros que venían enfermos sucumbieron y los echaron al agua. Muchas y repetidas veces he tenido que presenciar esta triste ceremonia, y casi siempre, por lo general, son ingleses que han residido muchos años en la India, que contraen enfermedades del pecho o el hígado, y la mayor parte no resisten el viaje; al llegar al mar Rojo, el calor sofocante los agrava, los asfixia materialmente y sucumben en vísperas de llegar al seno de sus familias. Cuando don Toribio vio que se resbaló el ataúd por la plancha y cayó al mar, no pudo menos de exclamar: «¡Ese ya es moro al agua, que le devuelvan su pasaje!». El señor de Miramón también se afectó mucho, y juró no volver a embarcarse nunca.
+El cañón del mar fue estrechándose poco a poco; las colinas de un lado y otro se iban aproximando, y al fin penetramos en una especie de brazuelo, o cul-de-sac, que parecía un atolladero sin salida; habíamos llegado a Suez; estábamos a la entrada del canal. Esta obra portentosa evita al viajero mil molestias y penalidades, pues la travesía del desierto era antes muy incómoda y fatigante. Yo palpaba las ventajas del progreso, y podía muy bien apreciar los diferentes modos de viajar: en 1855 atravesé el desierto en camello; en 1859 en ómnibus, tirado por mulas como las diligencias en España, y en 1866, desde El Cairo, ya pude ir en ferrocarril hasta Suez. Todo esto ocasionaba cambios y fatigas, molestias y dilaciones en el tránsito. Hoy, sin moverme del vapor, continué mi viaje con toda comodidad hasta Marsella.
+El canal tiene 86 millas de extensión, y en tres días se pone uno en Puerto Saíd, extremo del canal en el Mediterráneo. Allí se detiene el vapor unas horas, y continúa después sin detenerse hasta llegar a Nápoles, viendo constantemente las montañas de Candía cubiertas de nieve.
+Nada más grato ni agradable como el momento en que fondeamos en la linda y encantadora bahía de Nápoles. Viniendo de tan lejanas tierras, se experimentan sensaciones que no es posible describir; la satisfacción se convierte en placer, el placer en entusiasmo y en delirio.
+El despejado cielo de la poética Italia, su bellísima atmósfera que nos inundaba de luz, el precioso panorama que se desarrollaba a nuestra vista de la ciudad con sus palacios, sus castillos, jardines y monumentos; el Vesubio a lo lejos arrojando lava y humo sobre el pintoresco caserío que se halla al pie en forma de pesebre; los lindos botes llenos de jóvenes de ambos sexos, de racimos de muchachas hermosas con sus orquestas, tocando y cantando arias de Rossini y Bellini; todo, todo esto formaba un conjunto arrobador, y bañado en raudales de luz y armonía, el corazón se ensanchaba de gozo e indecible alegría. Diríase que al regresar al mundo civilizado, me felicitaba la tierra clásica del arte y la belleza con todo su cortejo de dones naturales, de encantos y de maravillas.
+Embriagado con todo esto, tomé un bote y fui a tierra a poner un parte telegráfico para París. Una vez en la ciudad, visité el famoso palacio, y di una vuelta en carruaje por el barrio comercial, regresando a bordo a toda prisa, pues debíamos partir la misma tarde.
+Pocos días después entrábamos en el puerto de Marsella, y a las dieciséis horas me hallaba otra vez en la gran capital del mundo, en la hermosa París. No es posible llegar a esta tierra privilegiada, a esta reina del universo, sin detenerse algún tiempo para pagar el tributo a la grandeza y civilización. París es la segunda patria, el centro del mundo, el punto anhelado por todos para el descanso y la dicha en la vida. En esta Babilonia moderna el espíritu se distrae y se goza en todo sentido. El viajero que llega de lejanas tierras, fatigado como un derrotado, sacude al momento el polvo del camino, se provee de cuanto necesita en un instante, y se carena, por decirlo así, física, moral e intelectualmente en este espléndido astillero de la civilización y del regalo, de las comodidades y del lujo.
+Así lo hice, permaneciendo unos meses, al cabo de los cuales, renovado completamente, regresé a Nueva York, mi punto de partida.
+Aquí concluyó mi tercer viaje a Oriente, y mi segundo de circunvalación al mundo, habiendo empleado más de tres años y recorrido cerca de diez mil leguas. Multiplíquese esta distancia por tres, y tendremos, sin contar la recorrida en otra infinidad de viajes, ¡treinta mil leguas! Fíjese el lector en lo que esto implica de gastos, fatigas y peligros, y sirviéndome de juez, declare con franqueza si no merezco ya buscar la tranquilidad y el reposo en mi rincón de América.
+FIN
+Atama ōkamisan, peinadora.
+Atatakai, caliente.
+Canga*, silla de manos.
+Chi, tierra.
+Chō, medida.
+Chō, barrio.
+Djorea*, casa de prostitución.
+Dō, camino.
+Furuki-tsuki-shoki-nakano- mizu*, agua de cadáver.
+Go, cinco, o instrumento de música.
+Hashi, palitos para comer.
+Hi, sol.
+Hon, origen.
+Itadakimasu, poner sobre la cabeza.
+Jin, hombre.
+Jinrikisha, coche tirado por un hombre.
+Kaitakushō, Ministerio de las Colonias.
+Kamiyonanayo, dinastía de los siete grandes espíritus.
+Kanzashi, alfiler para sujetar el peinado.
+Kōtōgakkō, escuela superior.
+Ku*, nuevo.
+Kurumabiki, nombre del hombre que tira cochecitos.
+Nagare no mizu, agua corriente de río.
+Nakasendō, camino a través de las montañas.
+Nihon, origen del sol, nombre indígena del Japón.
+Nippon, nombre vulgar del Japón.
+Ōyashima, nombre mitológico del Japón.
+Ritsuryō-sei, recopilación de leyes criminales.
+Sadaijin, ministro sin cartera.
+Shamisen, instrumento nacional.
+Soroban, instrumento chino para contar.
+Taberu, comer.
+Tenugui, pedazo de género que usan los japoneses en lugar de servilletas.
+Tōkaidō, camino por la orilla del mar.
+Tsuki no mizu, agua de la luna.
+Umi no mizu, agua de mar.
+Wadō-nengō, periodo de la moneda de cobre.
+Yakume, gendarme.
+Yama, montaña.
+Yamamaya, gusano de seda salvaje.
+Yamato, nombre primitivo del Japón.
+Yashiki, castillo o fortaleza.
+Yen, unidad monetaria de un peso.
+Yōkō, pasaje.